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El huevo en la alimentación infantil: recomendaciones e implicancias

Las alergias alimentarias son una respuesta exagerada del sistema


inmunológico frente a un tipo determinado de alimento. La respuesta normal del
sistema inmunitario ante los alimentos es tolerarlos. Sin embargo, en algunos
casos genera una respuesta alterada que puede provocar que, cuando las
personas consuman determinados alimentos se desencadene efectos nocivos y
reacciones por parte del sistema inmunológico que dan lugar a alergias
alimentarias.
El principal desafío del sistema inmunológico del lactante consiste en distinguir
entre lo propio y lo ajeno, destruir los elementos ajenos del cuerpo y proteger los
componentes del propio organismo. Los principales elementos celulares de la
respuesta inmunitaria son los linfocitos T y B que tienen la capacidad de
estimular mecanismos defensivos contra antígenos patógenos.
El rol inmunoregulador del linfocito T es organizar la respuesta inmune a los
antígenos entéricos. En la placa de Peyer y otros tejidos linfáticos los linfocitos T
toman contacto con los antígenos habitualmente vehiculizados desde la mucosa
por los macrófagos. Los linfocitos T facilitadores estimulan la secreción de sIGA
y los inhibidores impiden la activación de IgM e IgG, asi como la inmunidad
mediada por células esta secuencia de fenómenos, son los que conducen a la
tolerancia alimentaria.
El tracto gastrointestinal de las personas es permeable a antígenos intactos a
partir de la lactancia en adelante, las cantidades de antígenos que atraviesan las
barreras de las mucosas son pequeñas. Para que se produzcan importantes
síntomas clínicos, el individuo debe estar sensibilizado frente a determinados
antígenos alimentarios.
Cuando la IgAs se combina con el antígeno alimentario en la superficie de la
mucosa del intestino aumenta la sensibilidad de aquel frente a la proteólisis, así
como la consiguiente pérdida de antigenidad por su parte. La IgA puede proteger
ante reacciones adversas a los antígenos alimentarios, al igual que frente a la
invasión del microorganismo.
Se piensa que la relativa escasez de antígenos IgAs en los lactantes muy
pequeños permite una excesiva absorción de antígenos alimentaros, lo que da
lugar a la estimulación de IgE para el desarrollo consiguiente de manifestaciones
clínicas.
Entre los alimentos frecuentemente asociados a alergias alimentarias infantiles
son los huevos responsables de reacciones adversas durante y posterior a la
lactancia. La mayoría de los lactantes se ven expuestos al consumo de huevo
antes del año. Un estudio realizado en estados Unidos comprobó que el 90% de
los casos de hipersensibilidad son observados en lactantes y niños pequeños.
El huevo puede introducirse en la alimentación del lactante por encima de los 6
meses. Suele hacerse con mayor frecuencia entre los 9 y 12 meses. Este
alimento está conformado por dos partes diferentes, por un lado, la yema y por
el otro la clara.
La yema es más rica en vitaminas y lecitina (necesarias para el desarrollo
cerebral) y la que tiene menos probabilidades de producir alergias alimentarias.
La clara es muy rica en proteínas. Esta riqueza en proteínas es uno de las
cualidades más valiosas respecto a otros alimentos. Pero a su vez es lo que la
convierte en un alimento mayormente propenso a provocar alergias en niños.

¿Cómo incorporar el huevo en la alimentación del niño?


Yema: Según las guías alimentarias para la población infantil, se aconseja
incorporar primero a la alimentación la yema de huevo a partir de los seis meses
de vida, ya que su composición favorece a un óptimo desarrollo del sistema
nervioso central.
Se aconseja cocinar el huevo durante 12 minutos hasta lograr una consistencia
dura, lo que nos va a permitir separar la yema totalmente de la clara, se la
introduce en la comida (preferente en el almuerzo) ya que si se la incorpora en
la cena no se podrá observar si el niño tolero correctamente el alimento. Se
puede incorporar en la alimentación entre dos y tres veces por semana.
Clara: Según las guías alimentarias para la población infantil, aconseja que la
incorporación de la clara de huevo a la alimentación del niño se de a partir de los
10 a 11 meses de vida entre dos y tres veces por semana. Se aconseja que el
huevo frito, pasado por agua y en merengues no debe consumirse antes de los
tres años de vida tienen mayor riesgo de presentar la bacteria salmonella por no
estar cocidos en su totalidad.
Mitos sobre la incorporación del huevo a la dieta
Se suele creer que el huevo es causante de un aumento de LDL en sangre
comúnmente conocido como colesterol malo, teoría infundada y carece de rigor
científico. En primer lugar, porque en la colesterinemia y en el riesgo
cardiovascular influyen diversos factores, no solo el consumo de un alimento
determinado dentro de una dieta equilibrada. En segundo lugar, porque se ha
comprobado científicamente que algunos componentes presentes en la yema
reducen de manera significativa la absorción intestinal del colesterol LDL,
además de proporcionar ácidos grasos esenciales, vitamina D en forma natural
y también posee colina, un nutriente que influye en el desarrollo cerebral y la
visión, por este motivo es recomendable consumir huevo durante periodos de
embarazo y lactancia e ir incorporándolo adecuadamente en la dieta de un niño.
El huevo durante la edad escolar

La ración recomendada de huevos en niños en edad escolar es de una unidad,


aunque a partir de los nueve años se puede incrementar la ración a dos
unidades, dependiendo por supuesto del gasto energético del niño y del total de
su dieta, Sin embargo, en los niños pequeños y en los mayores más sedentarios
no es recomendable tomar más de 3 huevos por semana, mientras que para los
más mayores y enérgicos podría aumentarse hasta 1 huevo al día.
Por su contenido en colesterol, el huevo ha estado en el pasado en el punto de
mira durante algún tiempo y se llegó a recomendar limitar su consumo al mínimo.
Sin embargo, estudios posteriores pusieron de manifiesto que el efecto del
colesterol que aportamos mediante la dieta ejerce un efecto inapreciable sobre
las concentraciones de colesterol plasmático y de LDL. Son otros factores, como
la ingesta calórica, las grasas saturadas y sobre todo los ácidos grasos trans y
el sedentarismo, lo que afectan gravemente a los niveles de colesterol.

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