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De lo cercano, volcanes; de lo lejano, cenizas.

Obvio es para los profanos distinguir lo indistinguible, mas


para los que vierten su famélica voluntad hacia la Indistinción, la cosa no está tan clara. Viven estos
desorientados —que por no conocer, no conocen ni Este ni Oeste— entre dos mundos, dos percepciones que
oscilan como el incontrolable péndulo de la existencia. ¿Que cuál es esa doble mirada? Una es la de las
distinciones: «Yo estoy aquí, y este es mi lugar, esta mi pareja, este mi canario y veo a Dios en todas partes».
La otra apercepción está en la diversidad que no diversifica: algunos llaman a eso Amor Universal.
Esta extraña apercepción no es un mirar desde mí hacia todos lados o hacia mí mismo. Es dejarse atravesar
por esa fuerza que te tira del caballo y que, aunque estés más desorientado que nunca, te permite al menos
darte cuenta que creer que estás en algún lado es un juego tramposo sin casilla de salida.
En serio, ¿dónde estás? Que sí, que siempre estás en algo, te gusta mucho decir eso de «vive y dejar vivir», y
quieres la felicidad, y estar bien con los otros y lo que te pase por la cabeza en este momento. Y te encanta
sentir. Sentir, sin más, lo que sea. Eso te da vidilla, lo buscas aunque tengas la convicción de que no lo haces.
Además elaboras argumentarios para mantener esa vidilla que más de un filósofo o teólogo —no diré nombres,
pobrecillos— hubiesen querido robarte. (Reconócelo, te sentirás mejor: maquinas todo el tiempo. Tu radio de
maquinación es proporcional al número de cosas que dices sin decir que son tuyas. ¡Ése empeño de conquista
silenciosa llamada «mi»!)
Dios me libre, y bien librado me tiene, y eso que lo intento esclavizar cada día, de intentar reprocharte nada.
Más bien te comento esto porque le he estado dando un par de vueltas al asunto del sentir y el querer. Me di
cuenta de que llamo «mundo» a algo que no existe. Soy un pintor daltónico que colorea cada experiencia con
tonos azarosos, a veces intensos, otras ocres, otras relajantes y otras, según el color que me quede. ¡Y llamo a
eso «mundo»! (Ahora lo reconozco yo: soy muy pretencioso. Intento que todo gire a mi alrededor. Pero sabe
agridulce: quiero creer que lo he conseguido pero en el fondo sé que es imposible.)
Mundo, mundo… Cuando pienso o digo «mundo» es lo mismo que decir «mío». Como se le escapó a alguien
dando un sermón por ahí, «estoy en el mundo porque es mi mundo». Todos los que escuchaban se
abochornaron, porque era un secreto del que odiaban hablar. Se avergonzaban cada vez que sus «mundos» de
arena se derrumbaban con tanta facilidad. Pero rápidamente se fortalecían gritándose entre ellos «¡y tú
también, y tú también!», y aquí guerra y después más guerra.

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