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Los dones espirituales

LOS DONES ESPIRITUALES


Jaime Fasold

INTRODUCCIÓN
El tema de los dones que el Espíritu Santo reparte a los hijos de Dios es fas cinante y
sumamente práctico. El ejercicio correcto de los dones que cada creyente ha recibido es una de
las claves del crec imiento cualitativo y cuantitativo de una iglesia,

Sin embargo, por fascinantes e importantes que sean los dones espirituales, la triste realidad
es que dicho tema ha sido rodeado de mucha polémica. Esto se debe, en parte, a la tendencia más
que humana de estudiar únicamente los temas que nos interesan, en lugar de indagar en todo el
consejo de Dios. Para que el creyente tenga un entendimiento acertado de los dones espirituales,
es menester que adquiera un conocimiento de las demás obras maravillosas del Espíritu, y que
sepa situar los dones espirituales dentro del marco de esas operaciones divinas. Por ejemplo, su
obra de regenerar, sellar, bautizar, llenar, y morar en cada creyente. La concesión de dones
espirituales a los creyentes no es la única obra que el Espíritu Santo ha realizado, sino sólo una
entre varias obras maravillosas.

Los beneficios de este proceder son importantes. Primero, el creyente adquie re un mayor
aprecio por las muchas y significativas obras que Dios ha efectuado en su vida para salvarle. Un
segundo beneficio es el de evitar la confusión espiritual que resulta cuando no se distinguen las
diferentes obras realizados por el Espíritu Santo. Cada una de ellas es distinta y responde a una
necesidad dife rente. Algunas se efectúan antes de la conversión, otras simultáneamente, y otras
después de ella. Algunas operaciones del Espíritu Santo se llevan a cabo en un momento puntual,
y otras a lo largo de toda la vida del creyente. Mientras que todos estos ministerios los hace el
mismo Espíritu, cada uno de ellos es dis tinto y logra un objetivo distinto. Si no entiende estas
distinciones, el creyente corre el peligro de esperar que el Espíritu haga una obra que ya ha
realizado, de tener la expectativa de que el Espíritu repita una operación que efectúa solamente
una vez en la vida de cada hijo de Dios, o de esperar de una de sus obras un beneficio que el
Espíritu nunca prometió.

VERDADES BÁSICAS EN CUANTO A LOS DONES

Las enseñanzas bíblicas sobre los dones espirituales se encuentran en Romanos 12:3-8, 1
Corintios 12-14, Efesios 4:7-16, y 1 Pedro 4:9-11. En los primeros tres pasajes, el Apóstol Pablo
subraya el tema de la unidad, usando como ejemplo el funcionamiento coordinado y
complementado de los distintos miembros del cuerpo humano. La in ferencia es clara y a la vez
muy seria. Cuando los miembros de una congregación no entienden el tema de los dones
espirituales, en lugar de gozarse en la unidad, pagan el precio de surgir los roces, las contiendas,
la competición, y la división. La enseñan za neotestamentaria sobre los dones puede resumirse en
cuatro verdades:

1. Cada creyente ha recibido al menos un don. Ésta es la verdad que mayor atención recibe. El
Apóstol Pablo subraya este hecho al emplear la frase «cada uno» en Romanos 12:3; 1 Corintios
12:7, 11, 18; y Efesios 4:7. No hay ningún creyente que no tenga, por lo menos, un don. Esta
verdad es un gran consuelo y estímulo. Todos tienen algo que ofrecer; nadie tiene que quedarse
como un mero espectador. Todos los textos que hablan del reparto de los dones siempre hacen
referencia a creyentes, nunca a incrédulos. Los dones espirituales sólo se reparten a los que son
hijos de Dios. Si cada creyente ha recibido al menos un don, la posesión de éste no depende de su
formación educativa, edad, o los arios que lleva en la fe. Tampoco representa un premio a la
santidad personal o una regla para medir su madurez espiritual.
¿Cuándo recibe el creyente su don? Si cada creyente ha recibido al menos un don, entonces no
es posible ser creyente y no tener un don. Y, si no es posible ser hijo de Dios sin poseer un don,

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entonces el creyente tiene que recibirlo al convertirse. Como muchos puntos doctrinales que
todos aceptan como bíblicos, este concepto no se explica explícitamente en el N.T., sino que
representa la única conclusión lógica del ar gumento. Mientras que muchos creyentes no saben cuál
es su don, a pesar de haberse convertido hace muchos años, y mien tras que otros no usan su don,
aunque saben cuál es, todo creyente tiene al menos un don. Si alguien no tiene un don, es que no
tiene al Don, el Espíritu Santo (Ro. 8:9).

A finales del siglo XX algunas iglesias, empujadas por movimientos como la liberación de la
mujer, han empezado a abrirse a la idea de que la mujer tiene un papel importante en la iglesia.
Pero, existe una motivación mayor para promo ver la participación de los miembros femeninos de
nuestras congregaciones; a saber, las mujeres también reciben dones con el propósito de servir al
Señor en el ministerio de la iglesia. Aunque el liderazgo de la Iglesia primitiva estaba en manos de
varones, ya sea por cuestiones culturales o por designio divino, y aun que existe una diferencia de
opinión en cuanto a los ministerios propios de una mujer, la Biblia nunca dice ni enseña que las
mujeres sólo reciben ciertos dones.
2. Dios reparte los dones según su voluntad. El Espíritu da a «cada uno en par ticular, como El
quiere» ( 1 Co. 12:1 1), según el plan que tiene para cada creyente. Por tanto sería un error tener
envidia o quejarse por carecer de un don que posee otro hermano por cuanto representaría una
crítica a una decisión divina. Igualmente equivocado sería sentirse superior a los demás por poseer
un don importante o vistoso, por cuanto implicaría que se ignora voluntariamente que lo recibido
no ha sido ni ganado ni merecido (Ro. 12:3; 1 Co. 4:6 -7). Los creyentes jóvenes y adultos
inmaduros en la fe suelen colocar sobre un pedestal a otros creyentes que poseen dones
espectaculares como si fuesen superiores ( 1 Co. 3:3-6, 21), olvidando que cada creyente es un
simple servidor de Dios ( 1 C o . 4 : 1 ) .

¿Es posible adquirir dones adicionales? Primera de Corintios 12:31 («Procurad, pues, los dones
mejores») y 1 4 : 1 ('Seguid el amor; y procurad los dones espirituales») dan la impresión de que
sí. En principio Dios puede conceder a un creyente una responsabilidad distinta de la que ha
tenido hasta el momento debido a su edad, un nuevo entorno geográfico o eclesiástico, o cual-
quier otra circunstancial. También puede otorgar mayores oportunidades y res ponsabilidades
dentro del mismo don. Pero, eso no significa que, a petición del creyente, Dios conceda dones
distintos a los que ya recibió al convertirse la per sona en cuestión. El concepto de adquirir dones
adicionales de esta forma choca con tres argumentos contundentes. Primero, las Escrituras
afirman de forma clara que Dios distribuye los dones según su voluntad, y de acuerdo con la
misión que ha encomendado a cada creyente. Segundo, el Apóstol Pablo ense ña en 1 Corintios
1 2 : 1 2 - 2 7 que cada creyente debe conformarse con el don que ha recibido, ya sea un don muy
vistoso y espectacular o más bien humilde. Si se pueden adquirir otros dones, ¿por qué Pablo hizo
tanto esfuerzo por demostrar que cada don es importante, aunque no sea considerado tan
importante o prio ritario como los demás?
Por último, «aunque zeloo (procurad) se traduce a veces como «codiciar» o «desear», un
estudio a fondo de zeloo indica que esta palabra significa «ser celo so». El celo por algo puede
implicar «deseo», pero este sentido se deriva del contexto, no de la palabra zeloo misma. El uso
bíblico, incluidas las doce veces que aparece la palabra en el N.T., indica que 'sentir celo» (o,
negativamente, «tener celos») es la mejor traducción de zeloo y no 'codiciar» o «desear». En todo
caso, zeloo expresa una actitud (de celo) más que una acción (buscar) 2». La Biblia de las
Américas traduce zeloo como «desead ardientemente». De ahí que los estudiosos bíblicos de las
diferentes persuasiones sobre los dones suelan interpretar 1 Corintios 1 2 : 3 1 y 1 4 : 1 c o mo una
exhortación a los corin tios a mostrarse más entusiastas, y conceder más lugar e importancia en
sus cultos a los dones de mayor provecho para la congregación.
Lo claro es que Dios siempre necesita y busca creyentes a quienes encomen dar mayor
responsabilidad en la tarea de edificar su Iglesia. Hay tres criterios que determinan el nivel de
responsabilidad de cada creyente en su servicio al Señor. Primero, ¿cuál es el plan de Dios para él?
El creyente que quiera ser maestro, pero tenga los dones de e vangelista y misericordia,
difícilmente tendrá un ministerio docente eficaz. Segundo, la fidelidad del creyente en llevar a
cabo las responsabilidades que el Señor le ha dado ya en el pasado: «él que es fiel en lo muy
poco, es fiel también en lo mucho» (Lc . 1 6 : 1 0 ) . Dios no va a dar grandes responsabilidades a
creyentes que sean neófitos, que tengan poca experiencia, que sean inmaduros ( 1 T i . 3 : 6 ) , o
que no hayan sido responsables en las tareas que Dios les ha encomendado en el pasado. Tercero,
la disposició n del creyen te a sufrir. Cuanto más alto suba el creyente en la escala de
responsabilidades en su servicio al Señor, mayor- sufrimiento padecerá. Hay hijos suyos a quienes el
Señor no puede conceder mayor responsabilidad porque no están dispuestos a pagar el precio.
¿Se puede perder un don? No es del todo claro. Lo que sí se puede afirmar es que otros sufren y
son defraudados cuando un creyente no usa su don. También es evidente que se puede perder- el
galardón (Mt. 25:14-30). En el caso del obrero que no cumple con los requisitos divinos, Dios puede

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quitarle del ministerio (1 Co. 9:24-27). Todavía poseerá al menos un don, pues es creyente, pero
con toda probabilidad tendrá una responsabilidad a un nivel inferior.
3. El propósito de los dones es el provecho espiritual de los demás. Primera de Corintios 12:7
afirma que a cada creyente «le es dada la manifestación del Espíritu para provecho». Pero,
¿provecho para quién? La enseñanza del Apóstol Pablo en los vv. 14-27 deja muy claro que es para
los demás. Cada miembro del cuerpo existe para beneficiar y actuar en concierto con los demás
miembros. El hecho de que cada don ha de ejercitarse con amor (1 Co. 13:1-3) implica un ministerio
a los demás; uno no se ministra a sí mismo con amor. Y, el Apóstol Pedro dice: «Cada uno según el
don que ha recibido, minístrelo a los otros, como buenos administradores de la multiforme gracia de
Dios» (1 1'. 4:10).
Los dones siempre tienen que ver con suplir las necesidades de los demás, no las de uno mismo.
Por tanto, el concepto de ejercer un don en privado no tiene sentido. Efesios 4:1 1-12 subraya la
responsabilidad de los líderes de la iglesia de servir a los miembros de la congregación edificándoles
y entrenándoles para el ministerio de la obra. Y el v. 16 hace énfasis en el ministerio que los
miembros tienen el uno hacia el otro («de quien todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por
todas las coyunturas que se ayudan mutuamente»).
4. Cada creyente tiene la responsabilidad de participar en todos los dones, sea cual sea su don
particular. Aunque esta verdad no se enseñe cíe forma explícita en el N.T., la enseñanza bíblica
sobre las responsabilidades generales de los creyentes justifican esta conclusión. Algunos creyentes
tienen el don de repartir o de dar (BLA); pero todos tienen la responsabilidad de ofrendar a su
iglesia y a la Obra del Señor. Algunos tienen el don de servir; pero todos deben estar dis puestos a
echar una mano en el trabajo que sea. Algunos tienen el don de ense ñar; pero todo padre tiene la
responsabilidad de enseñar a sus hijos.

DEFINICIÓN DE UN DON

Se suele hablar de los dones como si fuesen capacidades, habilidades o talentos. Sin embargo,
esta definición plantea varias preguntas difíciles, si no impo sibles, de contestar de forma
satisfactoria. Usando el don de enseñanza como ejemplo: (1) Si un don es espiritual por
naturaleza, algo dado por el Espíritu Santo solamente a creyentes, ¿cómo es que un profesor ateo
de una universidad puede tener más capacidad docente que algunos pastores con el don de ense-
ñanza? Y, ¿cómo es que un incrédulo participa en algo que es sumamente espiritual por
naturaleza? (2) ¿Por qué algunos creyentes tienen más don de enseñanza que otros? ¿Es posible
que el Espíritu Santo haya favorecido a unos más que otros a la hora de repartir los dones? (3) Si
un don espiritual es una capacidad, ¿alguna vez hemos visto que las personas que se convierten
adquieren de la noche a la mañana ciertas habilidades que no tenían el día anterior a su
conversión?
Frente a estas preguntas, debemos concluir que un don espiritual no es una capacidad, sino
una responsabilidad. Un talento es una capacidad que se desarrolla gracias a los intereses y
aportaciones de los padres a sus hijos durante sus años formativos, las circunstancias y
oportunidades de la vida, el entorno social, etc. Dios es la fuente de todo talento. Tanto el
creyente como el incrédulo tie nen talentos como parte de la imagen de Dios en ellos. Pero,
solamente los creyentes reciben dones espirituales. Es posible que un talento latente se descubra
o se despierte cuando una persona se convierte. Pero lo tenía mucho antes de convertirse.
Si un don espiritual es una responsabilidad en lugar de una capacidad o talen to, eso explicaría
por qué un incrédulo puede estar más capacitado como maes tro que un creyente con el don de
enseñanza. La diferencia se debe a una cues tión de aptitud. Tanto los creyentes como los
incrédulos cuentan con diferentes talentos y distintos niveles de capacidad dentro de los mismos.
El incrédulo puede tener más talento docente que el creyente. De igual modo, dos creyentes
pueden tener la misma responsabilidad de enseñar, pero contar con unas aptitu des muy distintas.
También, la diferencia entre dos creyentes puede ser el resultado de la actitud de cada uno. Los
dos pueden tener el mismo nivel de capacidad, pero uno de ellos se entrega con más empeño a su
labor docente. Aunque los dos tienen la misma aptitud, uno de ellos rinde mejor porque se
caracteriza por una actitud que le empuja a trabajar el don que tiene y a aprovechar mejor las
oportunidades de servicio que se le presentan.
A la hora de repartir los dones, es lógico suponer que el Espíritu Santo los conceda de acuerdo
con los talentos del creyente. ¡Es de esperar que el Espíritu dé el don de la pred icación a quienes
tienen talento para hablar en público, o el don de enseñanza a quienes cuentan con los talentos
requeridos para un maestro, como el interés y la capacidad de estudiar, investigar, y comunicar
información con el propósito de cambiar el comportamiento de los alumnos! De lo contrario, el
creyente se frustraría. De ahí que nuestras habilidades naturales fácilmente puedan orientarnos

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en cuanto a los dones que hemos recibido. Sin embargo, la posesión de un talento natural no
significa necesariamente que Dios vaya a aprovecharlo. El Espíritu es soberano, y es capaz de
hacer justo lo contrario de lo que esperamos. Cuando era seminarista, visitaba de vez en cuando
una iglesia presbiteriana cuyo pastor tartamudeaba, excepto cuando subía al púlpito para
predicar. No podemos dar por sentado que el profesor universitario que se convierte recibirá
automáticamente el don de maestro y como consecuencia debería ser nombrado maestro de la
Palabra en la iglesia.
Aunque la Biblia no identifica de forma clara cuál es la relación entre los talen tos natos y los
dones del Espíritu Santo, Dios no está limitado por nuestros talentos cuando quiere usarnos para
llevar a cabo sus designios. Dios es soberano> y puede obrar a pesar de nuestra carencia de
habilidades natas; y a veces lo hace Al mismo tiempo sabemos que los talentos, por sí solos, no
son suficien tes para realizar la obra de Dios. Es difícil determinar cuándo Dios está obran do a
través de nuestros talentos, y cuándo nos está usando a pesar de la ausencia de los mismos.

¿CUÁNTOS DONES HAY?

Encontramos cuatro listas de dones en el N.T (Ro. 12:6-8; 1 Co. 12:8-10, 2830; Ef. 4:1 1). Si
entendemos como sinónimos los dones de servicio y ayuda, enseñanza y maestro, y administrar y
presidir, contamos con 18 dones>. Y, aun que no lo encontramos en una lista, el fluir de 1 Pedro
4:9-10 nos anima a creer que el Apóstol Pedro consideraba la hospitalidad como un don.
«Hospedaos los unos a los otros sin murmuraciones. Cada uno según el don que ha recibido,
minístre lo a los otros...». Por tanto concluimos que el N.T. identifica 19 dones distintos.
Hay dos razones que nos llevan a concluir que el Apóstol Pablo no pretendía darnos una lista
exhaustiva de los dones. En primer lugar, los 18 dones que Él cita no se repiten en las cuatro
listas. De los 18: sólo uno (profecía) se encuentra en las 4 listas; sólo uno (enseñanza o maestro)
se encuentra en 3 listas; siete se encuentran en 2 listas (servir o ayuda, presidir o administrar,
sanidades, milagros, hablar en lenguas, interpretación de lenguas, apóstoles); y nueve, o sea la
mitad de todos los dones citados, se encuentran en sólo 1 lista (exhortación, repartir, hacer
misericordia, palabra de ciencia, palabra de sabiduría, fe, discernimiento de espíritus,
evangelista, p astoreo). La segunda razón es el gran énfasis que se hace sobre «muchos» en los tres
capítulos dedicados al tema. Hay «muchos miembros» (Ro. 12:4 -5; 1 Co. 12:12, 14, 20), una
'diversidad de dones» (1 Co. 12:4), una «diversidad de ministerios» (1 Co. 12:5), y una «diversidad
de operaciones» (1 Co. 12:6). Aunque es una cuestión relativa, los 19 dones citados por Pablo y
Pedro no parecen demasiados.

La música juega un papel muy importante en la edificación y la alabanza de una congregación.


¿Es la música un don? Puede ser uno de aquellos dones que Pablo no cita, o una aplicación de uno
de los 19 dones. Por ejemplo, la música que se emplea en un culto de alabanza podría entenderse
como una extensión del don de exhortación. Al cantar la letra de los himnos y cánticos
espirituales, los miembros de una iglesia son animados a vivir una vida consecuente. Si la música
se emplea en un esfuerzo evangelístico, se convierte en una aplicación del don de evangelista.

Puesto que las cuatro listas no son idénticas, algunos han creído ver una dis tinción entre
dones, administraciones y ministerios. Otros han dividido estos dones en las categorías de
ministerio, señales, y motivación. Y otros consideran las listas de Romanos y Corintios como dones
concedidos a los creyentes, y la lista de Efesios como creyentes dotados que el Espíritu Santo da a
la Iglesia. Sin embargo, ninguna de estas distinciones goza de una aceptación general. La exé gesis
sana simplemente no apoya dichas categorías.

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LA VIGENCIA DE LOS DONES

Es una verdad triste pero innegable que los dones del Espíritu Santo, dados para promover el
fortalecimiento espiritual y crecimiento numérico de la Iglesia, se han convertido en un motivo de
debate rencoroso, confusión y división entre hermanos en Cristo. Aunque todavía existe algún
debate sobre el bautismo del Espíritu Santo, la mayor polémica en nuestros días gira alrededor de
la definición y la vigencia de los dones de lenguas (y por aplicación de la interpretación de
lenguas), profecía, milagros, y sanidad. ¿Cómo e s que se ha producido tanta polémica? ¿Cuál es el
problema? Ya que este artículo no dispone del espacio necesario para desarrollar la posición del
autor con respecto a la cuestión de la vigencia de ciertos dones, al menos mencionaremos algunos
de los factores que han provocado tanto debate, con el propósito de promover el respeto y la
tole rancia de cada creyente hacia aquéllos que no comparten su entendimiento de esta cuestión.

El debate se debe, en parte, a que el tema de los dones espirituales es relativamente nuevo
para la Iglesia. Todos están de acuerdo en que los dones menc ionados eran vigentes en tiempos de
la Iglesia primitiva. Sin embargo, desde el ano 100 aproximadamente hasta el año 1900 más o
menos no se oyó nada en cuanto a las lenguas. La únic a referencia clara a algo similar a dicho
fenómeno está asociado con el hereje Montano y aquéllos que fueron influenciados por su
interpretación errónea en cuanto al Espíritu Santo. En 1830 se oyeron informes de personas que
hablaban en lenguas en Escocia. Luego, cuando a principios del siglo XX nació el movimiento
pentecostal en los EE.UU., la Iglesia comenzó a escudriñar las Escrituras para ver qué decían con
respecto al bautismo del Espíritu Santo y a los dones claramente sobrenaturales como las lenguas,
los milagros y las sanidades. Luego, el nacimiento del movimiento carismático en los años 60 sirvió
para empujar la Iglesia a estudiar estos temas aún más rigurosamente.

Otro factor ha sido la forma en la que Dios nos ha comunicado su verdad en las Escrit uras,
incluido el tema de los dones. Dios disponía de varias formas de comunicación. Cada una de ellas
cuenta con su propio nivel de claridad. La forma de comunicación más clara es la de una
declaración específica que no deja lugar a dudas sobre el tema de la vigencia. Lamentablemente,
no existe ni un sólo versículo que pertenezca a esta primera categoría. Por tanto, hemos de diri-
girnos a otra forma de comunicación, a saber la de una declaración específica, pero expuesta a
dos interpretaciones completamente opuestas. Primera de Corintios 13:10 es un ejemplo de este
nivel de comunicación. Refiriéndose a los dones de profecía, lenguas y ciencia del v. 8, el Apóstol
Pablo declara en el v. 10 que éstos se acabarán, se harán inoperantes «cuando venga lo
perfecto». Aunque esta declaración es más que clara, los estudiosos de las Escrituras no están de
acuerdo en cuanto a la identificación de «lo perfecto». Algunos afir man que el Apóstol se refería a
la segunda venida de Cristo, en cuyo caso los tres dones mencionados siguen vigentes. Otros
insisten en que Pablo hablaba del canon, y que por tanto estos dones no son vigentes.

La tercera forma de comunicación es la de hacer conclusiones basadas en ver dades


relacionadas con el tema. En el caso de estos dones polémicos, una clara definición del don y de
su propósito puede aclarar la cuestión de la vigencia. Por ejemplo, si el don de profecía consiste
en recibir revelación directa, no es vigente puesto que el canon está cerrado (Jud. 3; Jn 16:13;
Gál. 1:8). Misión cumpli da, don desaparecido. Por el contrario, si llegamos a la conclusión de que
la profecía consiste en predicar lo que Dios ya ha revelado, entonces este don sigue vigente.
Lamentablemente, no existe un acuerdo en cuanto a la definición y naturaleza de los dones de
profecía y lenguas.

La última forma de comunicación es la de considerar las insinuaciones que bro tan del mismo
texto. Por ejemplo, Hebreos 2:4 afirma que en los inicios de la Iglesia Dios confirmó el mensaje
que predicaban los Apóstoles y primeros misioneros, «testificando Dios juntamente con ellos, con
señales y prodigios y diversos milagros y repartimientos del Espíritu Santo según su propia
voluntad». ¿Es legítimo aplicar esta iniciativa divina a los predicadores actuales del Evangelio?
Algunos creen que todavía existe la necesidad de que Dios confirme e l mensaje del Evangelio y a
sus siervos mediante milagros, especialmente en aquellos países donde la lucha espiritual es
particularmente fuerte. Otros insis ten en que una exégesis sana de estos textos nos obligan a
entender que estos prodigios y señales pertenecían sólo a los tiempos apostólicos. Es
precisamente en este punto donde los dones de milagros y sanidad son polémicos. Todos están de
acuerdo en que Dios es capaz de sanar y hacer milagros ho y, y de vez en cuando lo hace. Pero, en
cuanto a que el don siga vigente, o sea que haya creyentes que puedan sanar por el poder del
Espíritu, ahí es donde discrepamos.

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Los dones espirituales

La Iglesia ha llegado a un acuerdo prácticamente unánime de que son vigen tes los 12 dones de
pastoreo, evangelista, exhortación, sabiduría, fe, misericordia, repartir, apóstol, servir / ayudar,
enseñanza / maestro, y administrar / presidir, y hospitalidad. Son los 7 dones restantes de
profecía, sanidad, milagros, palabra de ciencia, hablar en lenguas, interpretación de lenguas, y
discernimiento de espíritus los que han generado la polémica. Matizando aún más, mayormente el
debate gira en torno a tres cuestiones concretas. Primero, la definición de los dones de profecía y
lenguas. ¿En qué consisten? ¿Cuál es su misión? Segundo, la vigencia de los dones de lenguas y
sanidades. E1 don de milagros es objeto de debate sólo cuando la sanidad se considera un milagro.
Por último, la validez de las visiones y otras experiencias sobrenaturales que tan tas personas
afirman haber tenido.

Cuando consideramos un tema tan polémico como el de la vigencia de cier tos dones es
importante que sepamos llegar a conclusiones que sean verdaderamente bíblicas, que sepamos
separar los eventos bíblicos que son nor mativos para el creyente de hoy de aquellos que eran
excepcionales y puntuales, y que sepamos distinguir entre las experiencias auténticas que Dios ha
preparado para sus hijos y las que son una mera imitación humana o satánica.

Jaime Fasold

Director del Instituto Bíblico y Seminario Teológico de España OBSTE). Castelldefels

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