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Este cuento refuerza aún más hasta qué punto la manera en la que enfocamos nuestra
atención puede ser fuente de equilibrio o de desequilibrio en nuestras vidas. Si la enfocamos
en aquello que para nosotros es incómodo o desagradable, aquello que son «las tempestades
de la vida», nos llenaremos de tensión y perderemos nuestro equilibrio personal. Sin embargo,
si somos dueños de nuestra atención y decidimos enfocarla en lo que para nosotros es lo más
importante, mantendremos una mente clara y centrada cuando todos los demás la pierdan.
Por eso es tan importante entrenarse, ejercitarse en la capacidad de mantener la atención
centrada. Por eso hay que apartarse de ciertas compañías, de esas personas que son como
agujeros negros, que merman nuestra energía, nuestra eficiencia y nuestra salud. Son
personas que parece que sólo disfrutan recordándonos de manera continua todo lo que está
mal en el mundo, todo lo que es imposible de alcanzar y todo lo que hay de defectuoso en
nosotros o en los otros. Si les prestamos atención, acabaremos viendo la realidad como ellos.
Tal vez sea lo que buscan para sentir que controlan otras vidas, mas no creo que sea lo que a
nosotros, en el ejercicio de nuestra libertad, más nos interese elegir.
Saltando al precipicio.
A los seres humanos nos pasa algo muy parecido a lo que le pasaba al águila de la historia. Nos
hemos olvidado de quiénes somos en realidad y hemos adoptado una nueva identidad que,
como no se corresponde con nuestra realidad, nos deja siempre, tengamos lo que tengamos,
con una sensación de vacío interior. Para poder llenar esta sensación de que nos falta algo,
intentamos adornar esa identidad que hemos tomado para que parezca más llamativa y
valiosa. Por eso, tantas veces soñamos con esa persona que quisiéramos ser y con esa forma
de ser que nos gustaría tener. Nuestro mundo personal y social está lleno de «deberías», «no
deberías», de «tendrías» y «no tendrías».
Las puertas de la percepción.
La realidad estaría representada por el conjunto de la casa en la que todo está sucediendo de
una manera simultánea. Lo que ocurre es que los que están en una habitación determinada no
saben que existen otras habitaciones en las que podrían elegir estar. Nuestros estados de
ánimo «nos introducen», sin que nos demos cuenta de ello, en una u otra de las
«habitaciones», de los espacios o universos paralelos que nos ofrece la realidad. La persona
que está habitualmente malhumorada se verá con frecuencia en la habitación donde hay
gente que se pelea. La persona que se siente ilusionada y confiada, se verá hablando con
personas y teniendo encuentros que generan abundancia y prosperidad. La persona que se
busca a sí misma, se verá en la biblioteca estudiando libros y buscando inspiración en
diferentes autores. Llegará un momento, en el que esta persona se dará cuenta de la puerta
que siempre estuvo ahí y que no le lleva a otro lugar sino a su propio ser, su verdadera esencia,
su auténtica naturaleza
Preguntas que sanan y preguntas que enferman
Las enzimas son sustancias que aceleran enormemente la velocidad a la que tienen lugar
ciertas reacciones químicas en la célula. La función de la telomerasa es reparar los telómeros a
medida que se desgastan. Pues lo interesante es que se ha visto que hay menores niveles de
telomerasa en aquellas personas que están atrapadas en estados de ánimo disfuncionales. Por
eso, algunas de nuestras identidades 26 impostoras generan activamente estados de ánimo
que merman severamente la salud, favorecen el envejecimiento y predisponen a la
enfermedad. Las personas que tienen una red de personas que les quieren y que se ocupan de
ellas, una serie de personas que sienten que les apoyan en momentos de máxima dificultad, no
experimentan esta reducción en los niveles de telomerasa. El verdadero encuentro entre los
seres humanos no sólo es uno de los mejores antidepresivos que existen, sino que además
prolonga la vida. Tal vez a la vista de estos datos, la comunicación pueda retomar el papel en
nuestra vida que nunca tendría que haber perdido.