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Las controversias en el campo criminológico tienen tal entidad, que no son pocos los autores
que niegan su existencia como saber autónomo, como "ciencia" y hasta como orden de
conocimientos más o menos válidos.
Por otra parte, entre quienes admiten su existencia o, al menos, no la niegan radicalmente, la
asignación de contenidos y la clasificación de los mismos adquieren variables muy
importantes.
Cada una de estas respuestas diferentes tiene un significado, o bien, cobra significado a la luz
de las relaciones con el poder. Para comprenderlos no basta con enunciarlas y describirlas,
sino que es inevitable considerarlas en sus respectivos contextos, simplificaremos las
respuestas que se han dado en una tipología cuyo criterio ordenador será, primariamente, su
vinculación con el poder.
a) Respuestas que no cuestionan el poder. Todas ellas dejan fuera del ámbito de la
"criminología" el estudio del "sistema penal " y mucho más la crítica ideológica al "sistema
penal", o sea, al derecho penal y a las instituciones que tendrían por objeto hacerlo efectivo.
En general, entienden que ese es un ámbito reservado a la sociología del derecho y que, por
ende, no incumbe a la "criminología", que debe ocuparse de los datos fácticos acerca de las
conductas criminales. Todo este conjunto de teorías criminológicas que abarcan posiciones tan
alejadas entre sí como son el biologismo primitivo del siglo pasado y las investigaciones
sociales de campo limitadas de nuestros días, suele englobarse bajo el rótulo de "criminología
positivista" o de "paradigma etiológico". No compartimos esas denominaciones, porque son
equívocas: no es recomendable extender el concepto de "positivismo" hasta hacerle cubrir lo
que no responde a esa corriente filosófica, porque es buena práctica cuidar los nombres de las
líneas de pensamiento filosófico general, puesto que es lo único que nos permite orientarnos.
El poder y el saber se vinculan mediante estos pensamientos de máxima abstracción, que son
los que nos permiten visualizar en toda su dimensión el significado de una idea referida a un
campo particular del saber. Si perdemos esta necesaria semántica orientadora, nos hallaremos
totalmente confundidos. En cuanto a lo "etiológico" , si bien un sector ha manejado
estrictamente esta idea, en muchos autores aparece matizada como "explicación", "análisis
multifactorial", etc., con lo cual, la idea de "causas de delito" se pone en crisis, aun dentro de
estas corrientes que se limitan al estudio de las "conductas criminales".
Cabe consignar que este conjunto heterogéneo de teorías reconoce ciertos límites difusos,
particularmente porque en los últimos años se ha permitido abrir algunas rendijas hacia el
sistema penal (especialmente acerca de su "efectividad") y porque la delimitación de las
"conductas criminales" se vuelve seriamente problemática, a causa del relativismo legislativo:
las soluciones a este respecto van desde la búsqueda de un delito "natural " (el más clásico
intento es el de GARÓFALO) hasta un manejo del concepto jurídico con correcciones
(HURWITZ), pasando por un doble uso, según las circunstancias y objetivos (KAISER). De
cualquier manera, la característica principal de estas teorías es la de centrarla atención en las
conductas criminales (abarcadas con relativa independencia del concepto jurídico del delito) y
procurarles explicaciones, ampliándose eventualmente al sistema penal, desde el punto de
vista de su eficacia preventiva. Muy pocas dudas caben acerca de que se trata de una actitud
bastante legitimante del poder o que, al menos, por su escaso margen cuestionador, no
permite una crítica muy profunda aunque pueden reconocer diversos matices, como veremos
al analizar sus variables en el marco de sus respectivos contextos históricos.
Como puede observarse, ninguno de estos cuatro modelos de respuestas que afirman la
existencia de la criminología como ciencia, pone en cuestión seriamente al poder, por
diferentes razones. En tanto que para la afirmación científica sobre base patológica el delito
es, al menos preponderantemente, un fenómeno de patología individual, es necesario que el
Estado lo controle. Para la teoría de la desviación debe darse por sentado que hay un "modelo
" que no se cuestiona mayormente, aunque sea establecido con criterio estadístico y de este
modo se pretenda que es ajeno a la "valoración". El esquema neokantiano acepta
directamente la delimitación valorativa y, de esta manera, hace en definitiva de la criminología
una "ciencia auxiliar" del derecho penal. El cientificismo neopositivista desarticula de tal modo
la realidad, que resultará dividida en incontables "retazos de realidad" imposibles de
recomponer con cierto grado de abstracción. Por ende, el único peligro que puede representar
es el de que alguna de esas investigaciones puntuales no coincida con el discurso del poder,
pero su incapacidad para oponerle otro discurso lo neutraliza inmediatamente.
Sin embargo, dentro del planteamiento neokantiano hay un peligro: el campo de la "ciencia
criminológica" está delimitado por el derecho penal, pero el propio derecho penal, como
"ciencia del espíritu", no se ocupa del "hecho " del legislador, es decir, del hecho histórico de
prohibir y de penar una conducta.
Esto genera el peligro inminente de que en cualquier momento la criminología reclame como
ámbito propio de su "ciencia natural " el aspecto fáctico de la prohibición y la conducta del
legislador pase a su campo. De allí que se haya negado la autonomía de la criminología con los
mismos argumentos neokantianos. Obviamente, nos hallamos con una respuesta que niega el
carácter de "ciencia autónoma " a la "criminología" que para nada aparece como apta para
cuestionar el poder.
A un resultado análogo al de la negación neokantiana puede llegarse por la vía del cientificismo
epistemológico. Este puede llegar a pulverizar a la criminología, basado en las diversidades
metodológicas y de objeto de sus investigaciones parciales, pudiendo afiliar cada una de ellas
a una disciplina o "ciencia" diferente. También aquí nos hallaríamos frente a una negativa a la
autonomía científica de la criminología que, en modo alguno, resultaría apta para cuestionar
el poder.
Cabe advertir que esto no es lo qué postula la criminología de la "reacción social" en general,
pese a las disparidades que puede haber entre sus cultores, salvo algún caso aislado de
infantilismo político. No obstante, en la medida en que su "horizonte de proyección" se
extienda cada vez más, esta ampliación va perjudicando su claridad y su fecundidad. Este
neokantismo criminológico tenía un límite epistemológico claro (o pretendía tenerlo),
mientras que la criminología de la reacción social demuestra su artificiosidad, hace estallar ese
límite falso y pone de manifiesto su funcionalidad para el poder. En este sentido opera como
"criminología de denuncia", lo cual es saludable. Pero a ello, el neokantismo criminológico
responde: "Este límite puede ser más o menos artificial, pero es necesario mantenerlo, porque,
de lo contrario, no queda límite alguno y lo único que resta es un puro discurso político". Frente
a esta objeción, la criminología de la "reacción social" aún carece de una respuesta uniforme,
aunque todos tenemos la certeza de que la disyuntiva entre "criminología con límites
neokantianos o mero discurso político sin posible traducción práctica", es absolutamente falsa.
La imposibilidad de nada práctico resulta legítimamente y algo parece estar fallando cuando
la crítica deslegitimante tiene consecuencias legitimantes. En la otra forma de control social
que siguió un sendero paralelo, en la psiquiatría, hace ya varios años que se observó que no
bastaba con quedarse en el plano de la crítica ideológica, pues hay quienes aceptan como
evidente la función controladora y pletórica de subjetivismo ideológico que cumple la
psiquiatría tradicional, pero que deben operar en el campo de la psiquiatría y demandan
soluciones a los problemas cotidianos. Este recorrido nos ha permitido demostrar que, en
cuanto queremos hacer de la criminología un conocimiento que nos permita trasformar una
realidad (la realidad acerca de una forma de control social), ni la afirmación neokantiana o
cientificista de la criminología (ni la negación de esta por iguales caminos) ni la negación misma
por disolución, resultan útiles. No obstante, esta conclusión presupone algunos elementos en
los que es necesario detenerse para despejar el camino (o "método"), o bien, para eliminar
ciertos prejuicios intelectuales.