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Objetos desconocidos en el cielo de Espafia No bay acaso tema que posea mayor desprestigio entre determinados circulos cultos que el de los mal lamados «platillos volantes». Pero no hay tampoco tema que se resista mds a morir. La bibliografia que ha suscitado es ya muy copio- sa. En ella, al lado de elucubraciones seudo-metafisicas y rela- tos de pretendidos contacts, hay obras serias, sinceras, que se proponen dilucidar el enigma de los elusivos unidentified flying objects 0 ufos para abreviar, como los denominan los aviadores norteamericanos en su argot. Incluso hombres de la falla espi- rifual de un Jung! echaron su cuarto a espadas en el asunto, y Hermann Oberth, el «padre de la Astrondutica», no se recata en proclamar abiertamente su origen extraterrestre. El asunto me afraia ya casi desde 1947, fecha en que la mayoria de estudiosos siftian el inicio del perfodo de explora- cién «contempordneo». Entré en relacién con Eduardo Buelta *, investigador privado que habia compilado unos graficos de frecuencia y unas estadisticas muy interesantes, que sefialaban un ritmo de unos dos afios y dos meses de promedio para las «oleadas», haciéndolas coincidir de manera muy curiosa con las oposiciones del planeta Marte, y empecé a comprender enfonces que, si queriamos ganarnos a los cientificos, tan afe- rrados por lo general a sus ideas preconcebidas, habia que ela- borar un método de estudio inatacable desde su punto de vista, y que se basara en las premisas indispensables que exige la ciencia: objetividad, honradez y empirismo. Los hombres de ciencia no crefan en los «platillos volantes» porque todavia no se habian podido Ievar ninguno al laboratorio para pesarlo, medirlo y analizarlo. Pero ello, en mi opinién, no negaba la posibilidad de su existencia. Habia pruebas, a mi entender C. G. Jung: Ein moderner Mythus. Von Dinger, die am Himmel geschen werde. Rascher & Cie. Ag., Ziirich, 1958. Trad. espaiiola: Sobre cosas que se ven en el cielo, Editorial Sur, S. A., Buenos Aires, 1961. 2 Eduardo Buelta: dstronaves sobre la Tierra, Ediciones Oromi, Barce- lona, 1955. considerables, de orden indirecto si se quiere, pero no por ello menos convincentes. Dejando aparte la indudable sinceridad del relato de muchos testigos presenciales, habia las observa- ciones simultaneas de radar y visuales, efectuadas por muchos expertos pilotos militares, y citadas por el capitan Edward J. Ruppelt, jefe que fue de la «Comisién Platillo» de la USAF, 0, para decirlo con el nombre oficial, del «Proyecto Bluebook». (La USAF, dicho sea de paso, lleva invertidos mas de 200 millo- nes de délares en la creacién y mantenimiento de diversas comi- siones de encuesta en el seno del «Aerospace Technical Intel- ligence Centers, radicado en Dayton, Ohio, lo cual viene a ser una prueba indirecta mas.) Habia también unas fotografias convincentes, no amaiiadas, como las cinco placas que tiré el periodista brasileio Jodo Martins en Barra da Tijuca y cuyos negativos fueron adquiridos por el ATIC mediante la suma nada despreciable de 20.000 délares. Y, last but no least, habia la sospecha creciente de la Ciencia de que el Hombre no esta solo en el Cosmos, y de que otras inteligencias le acompafian en el misterioso viaje por el Tiempo y el Espacio. De nuestros dias es el descubrimiento incuestionable de células fosilizadas en el meteorito de Orgueil, realizada por el Premio Nébel de Quimica Nagy y sus colaboradores, y los cdlculos de Fred Hoyle acerca del ntimero de planetas habitados en nuestra Galaxia, que segin el ilustre investigador britanico ascienden a cien mil. Asi las cosas, habia de caer en mis manos un libro que, al parecer, aportaba la herramienta definitiva que nosotros ansid- bamos para atacar el problema por el lado cientifico®, Era su autor un ingeniero francés, Aimé Michel, que durante muchos meses estudié los centenares de casos de «platillos» registrados en Francia en el alucinante otoiio de 1954, y que, segiin el profe- sor Heuyer, autor de una sonada comunicacién a la Academia de Medicina de Francia, eran un ejemplo de psicopatologia colectiva. Habia que admitir, pues, que Francia estaba poblada de psicépatas y alucinados. Sin embargo, el paciente Michel no acepté este veredicto de la ciencia oficial (no se olvide que, antes de Copérnico, Tolomeo era también ciencia oficial), y empezd por trasladar sobre un mapa de Francia las observaciones de aquel otoiio 1 Cap. Edward J. Ruppelt: Zhe Report on Unidentified Flying Objects, Doubleday & Co. Inc., Nueva York. (Trad. francesa en Editions France- Empire, Paris, 1956.) 2 Aimé Michel: Mfistérieux Objets Célestes, Arthaud, Paris, 1958. demencial. Como dando la razén al profesor Heuyer, el gali- matias mas espantoso aparecié sobre el mapa. Hasta que un dia Jean Cocteau dijo a Michel: «Habria que ver si tras ese desorden aparente, se oculta un orden que no alcanzamos a discernir.» Y el licido, cartesiano y frio Aimé Michel tuvo enfonces una idea genial: dispuso sobre el mapa las observa- ciones «de un solo dia». Algo fue evidente de inmediato: varias observaciones se colocaban sobre una linea recta imaginaria. jCasualidad? Michel repitié la operacién con las observaciones de otros dias. Aparecieron nuevas lineas rectas... nuevas «ortotenias», que éste es el nombre que les aplicé Michel, del griego dpdozevd:, tendido en linea recta. En realidad, eran Iineas ortodrémicas, de maxima curvatura terrestre, pero que excluian de golpe la posibilidad de la alucinacién y de la psico- patologia colectiva. De lo contrario, habria que admitir que las alucinaciones se propagan en linea recta, a veces sobre distan- cias de centenares de kilémetros... Quedaban asi excluidos el posible fraude y la casualidad. Algunas de estas alineaciones se hacian sobre seis puntos, como la que iba de Bayona a Vichy, de la que mAs tarde nos ocuparemos. (Segiin el estudioso norte- americano Lex Mebane, para que de nueve puntos determinados sobre una superficie, seis se dispongan sobre una linea recta, esta probabilidad debe cifrarse en 1 contra 500.000 al menos, y acaso en 1 contra 40.000.000.) Esta observacién de impor- tancia capital, como veremos, no podia, pues, ser fortuita. Como fampoco la del 15 de octubre, por ejemplo. Este dia hubo ocho observaciones (todas ellas publicadas por la prensa): los puntos fueron Southend (Inglaterra), Calais, Aire-sur-la-Lys, la carretera nacional 68 entre Niffer y Kembs (frontera franco- alemana), la desembocadura del Po, un lugar al este de Paris, un punto de la carretera nacional 7 al sur de Montargis, y por ulti- mo otro en Fouesnant, cerca de Quimper. Pues bien: frazando una linea recta desde la observacién italiana a Southend, ésta pasa sucesivamente sobre todos los puntos sefialados. {Qué ocurrié? {Se pusieron de acuerdo ocho personas que no se co- nocian previamente, para referir sus extraiias observaciones, disponiéndolas ademas sobre una rigurosa linea ortodrémica de 1.100 km de longitud? Irrisorio. Pero esto no era todo: varias de las ortotenias halladas por Michel partian de un «centro de dispersién», disponiéndose en forma radial, a veces sobre todo el ferritorio francés. Invaria- blemente, en los «centros de dispersién» se habia sefialado siem- pre la presencia de un objeto de grandes dimensiones, fusi- 8 forme, que a veces era un «cilindro de nubes». Sobre los radios, siempre, objetos de pequefias dimensiones, «discos» y luces. La hipétesis de una «nave nodriza» lanzando las «navecillas de exploracién» es muy tentadora... Fue entonces cuando yo publiqué mi libro, en el que exponia el estado actual de la cuestién, junto con sus antecedentes miticos y protohistéricos, sin olvidar los recientes trabajos de Michel, Buelta, Keyhoe® y otros. Pero antes ya habia tenido la idea de aplicar el mismo método ortoténico descubierto por Michel a las observaciones espaiiolas, que yo habia recopilado hojeando viejas colecciones de periddicos nacionales. Cuando aparecié mi libro, s6lo habia podido descubrir dos cosas: que Espaiia habia tenido su flap u oleada, en la primavera de 1950 y coincidiendo también con una oposicién de Marte, y varias ortotenias indudables, que publiqué en mi obra. Pero més tarde, un articulo de Jacques Vallée *, colaborador de Michel, me dio una nueva pista. En su articulo, Vallée decia que, segtin recientes trabajos suyos y de Aimé Michel, el dia de 24 horas no era la tinica base para la formacién de ortotenias. Existian algunas de estas lineas que mostraban un cardcter mas permanente. Las redes ortoténicas no se deshacian al filo de la medianoche (la hora de los trasgos y los aparecidos), para rehacerse sobre una nueva disposicién, sino que, al parecer, se podian alinear observaciones de diferentes dias. Ello me permitié frazar un nuevo mapa ortoténico de la Peninsula Ibérica, harto revelador, pues en él los «centros de dispersién» no son principalmente centrales, sino costeros, atendiendo a la configuracién «peninsular» (valga la redundancia) de la Penin- sula. Incluso la concavidad que forma la costa entre Barcelona y Gandia quedaba cubierta por la «nave portadora» estacionada durante varios dias entre Ibiza y Mallorca, vista por cente- nares de personas y objeto de un articulo en La Vanguardia Expaiola* por parte de don Federico Armenter de Monasterio, presidente que fue de la Sociedad Astronémica de Espaiia y América. Pero no habian de quedar las cosas ahi, ni mucho menos. 1 Antonio Ribera: Objetos Desconocidos en el Cielo, Col. Docvmenta, Libreria-Editorial Argos, Barcelona, 1961. 2 Donald E. Keyhoe: Flying Saucers from Outer Space, Hutchinson & Co., Londres, 1954. 3 Jacques Vallée: «Towards a generalisation of Orthoteny and its appli- cations to the North African sightings», arffculo publicado en el nimero de marzo-abril, 1962, de la Fly Saucer Review, Londres. «

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