Está en la página 1de 5

Así fueron los tristes días después de "la noche

triste" en Tenochtitlan

Los días posteriores a la huida de la llamada "Noche Triste", fueron de


triunfo y de luto para los mexica. Durante varias semanas resonaron los
tambores y teponaztles de los templos, convocando a tlatelolcas, tenochcas y
sus aliados.

Tres ceremonias embargaron a los de México: el sacrificio de los prisioneros


teules; el luto por los caídos, y los muertos en el canal de los Tolteca y en los
llanos de Otumba, y la elección y consagración del nuevo señor. Finalmente,
trataron de reconstruir su cuidad y rehacer la moral del imperio ganando
aliados en los pueblos neutrales. Una versión española, pretende que un corto
grupo de españoles cortados del núcleo de Cortés volviera sobre sus pasos y
se hiciese fuerte en el palacio de Axayacatl, en donde fueron lentamente
exterminados.

Las versiones mexica no mencionan el hecho, siendo además improbable si


atendemos la imposiblidad material de atravesar la erizada ciudad y el hecho de
que los caballos y cadáveres que rellenaron los tajos y sobre los muertos pasaron
las columnas de la retaguardia. El problema, pues, al que se enfrentaron los mexica
al día siguiente, fue el de limpiar de cadáveres la laguna. El informante de Sahagún
dice que los sacaron en lanchas y los regaron en los cañaverales; se les despojó del
oro y del jade. A los españoles muertos los pusieron en lugar especial, "los retoños
blancos del cañaveral, del maguey, del maíz, los retoños blancos del cañaveral son
su carne". Sacaron los caballos y las armas, la artillería pesada, arcabuces,
ballestas, espadas de metal, lanzas y saetas, los cascos y las corazas de hierro, los
escudos. También se recogió el oro disperso.

Pero quienes no habían caído en combate, quienes no habían muerto ahogados en


la laguna, sino que habían sido arrancados de la columna de fugitivos y hechos
prisioneros, fueron sacrificados. Durante varios días resonaron lugubremente los
huehuetl del Templo Mayor, convocando a Tlatelolcas y a Tenochcas a presenciar
el sangriento rito destinado a darle muerte a los invasores; un grupo de españoles
y tlaxcaltecas fueron llevados al recinto del Coatepantli, se les hizo escalar las
graderías del templo y colgados en el ara de las muertes rituales (techácatl) se les
abrió el pecho para extraer su corazón y dedicarlo a Huitzilopochtli como muestra
de que aquellos eran simples hombres. Sus cráneos -el despojo y trofeo que
recordaba su época de cazadores de cabezas- fueron colocados en el Tzompantli.

Del hacinamiento de muertos de la laguna y calzadas separaron a los suyos.


Buscaron a los nobles y a los sacerdotes, los condujeron en medio del llanto a los
deudos, los ataviaron con sus plumas y joyeles. Entonces fueron incinerados sus
cuerpos y la pira flameó en medio del llanto del pueblo.

Los pobladores de México contemplaron la cremación de los suyos y lloraron


amargamente. Creyeron que los españoles "no regresarían jamás".

Habían huido el mes TECUILHUITONTLI. Ahora tenían que restaurar el brillo de


las ceremonias de los meses, por esto se barrió el templo, se colocaron los ídolos
en los altares, se les adornó con plumas de quetzal y con collares de jade y turquesa,
se les engalanó con sus máscaras de mosaico de piedras preciosas y se les atavió
con floridos ramos.

También la ciudad fue lentamente reconstruida; se limpiaron las calles de tierra, se


quitaron los obstáculos en las calzadas, se repararon los puentes. Pero las casas y
los palacios quemados y derruídos quedaban como un mudo testimonio de la
fuerza implacable de los blancos, los "irresistibles".
Algo que preucuó de inmediato al concejo del pueblo fue la elección del nuevo
señor. El concejo electoral sin el fausto y grandeza de antaño, señaló a su nuevo
tlatoani Cuitláhuac, el animoso señor de Ixtapalapa, al que Gómora llama "hombre
astuto y valiente"; era el noble afrentado que Cortés tuviera prisionero y sólo dejara
libre a instancias de Moctecuhzoma para pacificar a los suyos, pero en realidad el
hombre que dejara los grilletes, no lo hizo para obedecer a su Tlatoani, sino para
conducir a su pueblo. Éste fue el elegido, el Huey-Tlatoani de México-
Tenochtitlan. Cuauhtémoc, el otro héroe de la resistencia, dio su voto por el
valeroso señor de Ixtapalapa.

Ya no habría caravanas de víctimas precediendo la exaltación. Pero es seguro que


algunos prisioneros blancos fueron utilizados en las ceremonias propiciatorias.
Cuitláhuac pudo contemplar a su alrededor a los gobernantes de su mermado
imperio jurando fidelidad, allí estaban los dirigentes de los ejércitos del valle
mexicano, hoy Guerrero, parte de Veracruz y de Morelos.

También otro príncipe fue ungido como Tlatoani: Coanacochtzin, Texcoco pudo
saludar a un descendiente de Nezahualcoyotl como su nuevo señor. Volvían así a
quedar integradas las cabezas de la Excan Tlahtoloyan: Cuitláhuac, Coanacoch y
Tetlepanquetzal; los nuevos señores de México, Texcoco y Tacuba.

Pero cuando el imperio empezaba a levantarse de su pasada ruina, cuando los


mensajeros de México recorrían el imperio buscando nuevas alianzas, se extendió
una epidemia, Reinó un calor sofocante, llegó un temible y desconocido mal: LA
VIRUELA. Un soldado negro de Narváez había contagiado a los costeños, a los
totonacas, y desde allá se propagó el mal, caía sobre una humanidad no vacunada,
sobre hombres sin resistencias naturales, y el imperio entero fue víctima de la
enfermedad. Fue llamada HUEZÁHUATL y como lepra cubrió a los enfermos.

Y en el duelo de la epidemia, México tuvo que llorar una gran pérdida: Cuitláhuac,
el señor de México, quien falleció a los 80 días de su nombramiento, víctima
del huezáhuatl, terminando así el gran héroe de la expulsión de los malditos teules.

También podría gustarte