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Prefacio.
Pasaré por estos recuerdos haciendo mención al largo tiempo durante el cual los Romanos se
hicieron gobernar por reyes, siete en total, asuntos entre los cuales estoy seguro que otros lectores
hallarán otros ejemplos sobre los que preferirán llamar la atención. Sin embargo, me anima dejar al
menos la invitación al estudio de las antigüedades, en la medida que de allí puedan extraerse unos
ejemplos que imitar y otros que evitar, casi sin considerar el interés que suscitan de suyo los diversos
y preciosos arcaísmos, tales como el origen de las magistraturas, la creación de las leyes, los ritos, los
fundamentos del culto, las tácticas militares y las demás cosas. Preferiría, en la medida de lo posible,
fijar la comprensión de un solo hito decisivo: el fin de la monarquía y el comienzo de la república, y
en especial bajo qué circunstancias, con qué hombres y mujeres y mediante qué dichos y hechos esto
fue llevado a cabo.
A lo anterior, se agrega apenas una interpretación fragmentaria y tímida de mi parte, que más
que cualquier otra cosa anhela dejar un lugar eminente a las dos fuentes a partir de las cuales se ofrecen
la mayor parte de estos hechos, traídos aquí en la forma de un solo relato unitario. Hablo de Dionisio
de Halicarnaso y Tito Livio, genios de naturaleza suprainvaluable y, por así decir, vertientes que se
unen aquí por vez primera en un solo caudal conforme al rito literario. En cierto modo, mejor sería ir
a leer aquellos autores mismos y juzgarlo todo por uno mismo, echar a correr la imaginación y contarse
uno mismo la misma historia otras tantas veces, escogiendo personalmente en cada caso qué camino
tomar frente a las variantes que los autores proponen a partir de las tradiciones que llegaron hasta
ellos, y también a partir de las diferencias que cada uno exhibe frente al otro, siendo el uno griego y el
otro latino. Pero todo esto requiere una buena cantidad de lectura y concentración: tiempo, en fin. Y
es esto lo que vengo a ofrecer aquí: una síntesis entre dos fuentes, con las reparaciones que consideré
pertinentes, así como con pequeñas adiciones y omisiones que no han buscado otra cosa además de
mantener la fluidez y la consistencia del discurso.
Ahora, como se ha determinado el interés sucinto y a la vez fabular de esta compendiosa labor,
hablaré de uno de los defectos connaturales a este modo de operar. Y este es el haber dejado de lado
elementos que podrían haber confirmado o refutado con mayor fuerza aún la fidelidad pretendida en
la traslación del texto antiguo al relato buscado, lo cual afectará necesariamente el razonamiento, y
frente a lo que el lector no familiarizado con la historia de Roma podría no presentar reparos. Un
ejemplo es que el desarrollo de las guerras estará completamente ausente en este estudio, pues de lo
contrario el discurso sería interminable. Debido a esto, se entenderá menos cuánto poder otorgaba a
los reyes la victoria militar y qué efectos tendría aquello para la legitimidad de la monarquía, asunto
que zanjaré casi exclusivamente desde el punto de vista cívico. Por eso, se deben considerar también
las limitaciones generales impuestas a este esfuerzo en relación con otros que también pueden darse.
Finalmente, fue preciso dividir el discurso en dos partes, de modo que permitiera, en la
primera, visualizar el entramado general de la monarquía y ofrecer, por decirlo así, un primer bosquejo
desde el cual pueda uno pronunciarse sobre el escenario que condujo a su quiebre. Esta primera parte
será más bien un breve comentario que hará de marco para lo siguiente. Después, en la segunda parte,
se volverá todo hacia los acontecimientos más bien de índole particular que dieron origen a la
República.
PRIMERA PARTE.
Los reyes.
De los reyes de Roma, los Tarquinios terminaron por imponer el carácter hereditario del poder
real, instalando como esquema político la usurpación de la soberanía en contra del pueblo; sentaron
el precedente de la impunidad ante el crimen, fueron los primeros en agasajar al pueblo con engaños
y también los primeros en reinar sin ser ciudadanos de ningún país conocido; verdaderos apátridas,
no eran sino comerciantes extranjeros que se habían allegado al poder a través de sus riquezas y de la
amistad trabada con el rey. Estas circunstancias comienzan por poner en crisis el círculo de la
legitimidad de la monarquía. Recordemos que Rómulo fundó la ciudad en calidad de pastor, y que
luego ofreció el poder al pueblo, que a su vez lo eligió rey. Incluso entonces, se dice que compartió el
trono con Tito Tacio, para honrar a un pueblo extranjero que era a la vez vecino y enemigo; a Numa
lo fueron a buscar a los bosques sagrados en que se dedicaba al culto y saber de los dioses, y lo llevaron
a reinar a Roma contra su voluntad, mientras preguntaba a los vientos qué tan prudente sería tener en
un pueblo guerrero a un rey que nada sabía de guerra. Tulo Hostilio fue elegido por su linaje bélico y
por la educación recibida de su abuelo, hombre de peso en las guerras que llevó adelante Rómulo.
Anco Marcio, nieto de Numa, fue también elegido, como Hostilio, por recordar el temple de los
antepasados, y se lo consideró más equilibrado que los anteriores en muchos aspectos, pero al haber
sido el primero en darle una fórmula legal a los ritos sagrados de guerra, llevó a cabo la síntesis
espiritual de los dos primeros, transformados en adelante en los modelos nacionales de la guerra y la
paz. De acuerdo con esto, los primeros cuatro reyes (Rómulo, Numa, Hostilio y Anco Marcio)
aparecen todos dotados de innegable legitimidad. Primero, al ser elegidos por el pueblo; luego, al ser
ratificados por los senadores, condiciones ciertamente infaltables y que tendremos presentes en lo que
sigue.
El primer Tarquinio.
Durante el reinado de Anco Marcio, aparecen en escena los hijos de Demarato de Corintio,
comerciantes acaudalados que se habían establecido en Tarquinies, ciudad etrusca del otro lado del río
Álbula. Uno de estos hijos, Lucumón, quedó como único heredero de las grandes riquezas familiares,
y pretendió entonces tomar parte en la política de aquella ciudad, anhelando gobernar los asuntos
públicos y pasar a ser considerado entre los principales ciudadanos. Los tusci del lugar rechazaron su
intento, y no sólo no fue incluido entre los nobles, sino tampoco entre los de clase media. Pero
Tanaquil, su esposa, soportando penosamente verlo deshonrado y despreciando su tierra natal, lo instó
a mayores ambiciones que las que podía ofrecer su país. Oyó que la ciudad de Roma aceptaba con
agrado a los extranjeros, que los hacía ciudadanos y los honraba de acuerdo a sus méritos, y como
entonces le pareció que la ciudad, al ser nueva, recibiría mejor sus riquezas, instó a Lucumón a buscar
allí residencia. Así ocurrió. Al llegar a Roma, ofreció toda su fortuna al erario público y al rey. Este
gesto le valió ser contado entre los ciudadanos. Se presentó ante Anco Marcio como Lucio Tarquinio
Prisco, dándose con el nombre cierto aire de pertenencia local y el honor de lo antiguo, dado que prisci
y casci hacen referencia por igual a los antepasados más viejos, signos inconfusos de la tradición. Pues
bien, haciendo uso de sus riquezas a través de regalos, servicios, negocios de todo tipo, donaciones y
otros favores que hacían relación con el financiamiento de la ciudad, aspiró a ser honrado por el rey,
solicitado por los patricios y querido por el pueblo. Rápidamente aumentó su influencia por los más
diversos medios, mostrándose útil y provechoso en todo lo que dependía de su hacienda familiar. Con
el tiempo, conquistó el sentir del pueblo y de Anco Marcio, al punto de llegar a ser admitido como
tutor de sus hijos y reconocido por todos como principal hombre después del rey. A la muerte de
Anco Marcio, mandó de cacería a sus hijos y aceleró el período de elecciones. Tarquinio, una vez
convocado el pueblo, pronunció un conveniente discurso electoral y fue elegido por una gran mayoría.
Para hacer sentido de esta elección, debemos suponer, primero, a una plebe complacida con
su benefactor liberal, incapaz de ver en él ni su ambición ni su proyecto, y a un rey que lo favorecía
ante el Senado y que lo ponía al frente de los patricios. Pero detrás de estas elecciones impuestas en
que Tarquinio aparecía como primero y único capaz del trono, sin libre deliberación del pueblo ni del
Senado, es forzoso verlo actuar conforme al principio del mal ancestral: el deseo de reinar.1 Con
anterioridad a este Tarquinio, no se ve a los reyes guiados por un deseo semejante. Los hombres eran
previamente propuestos de acuerdo a sus acciones, méritos y virtud: Rómulo entregó el poder al
pueblo solicitándoles primero que deliberaran con calma, Numa incluso se negó a reinar en un
comienzo. Hostilio y Anco Marcio no interrumpieron aquellas primeras costumbres en ningún
respecto, y por ello debemos considerarlos propuestos por el pueblo, de acuerdo a las razones y
ejemplos que habrían resultado suficientes para la reciente memoria de la ciudad. Pero se dice, en
cambio, que este Tarquinio fue el primero que aspiró al trono haciendo las gestiones de un candidato,
utilizando recursos para una campaña electoral de abundante generosidad y, además, sin contrapeso
alguno de un contendiente. Aprobaron, sí, a Tarquinio, pero sin mediar el tiempo propio de la
deliberación - llamado interregnum – en el que se discutía de forma asamblearia quiénes serían
propuestos para la más alta magistratura, asunto que, por necesidad, era anterior a la elección y al
mandato efectivo del pueblo. Las circunstancias por las cuales llegó el primer Tarquinio al poder
constituyen una primera transgresión irreparable en el esquema de la legitimidad de la monarquía, la
cual sentaría algunos precedentes que solo se agravarían en lo que sigue.
Entre las cosas que hizo Tarquinio, primero, nombró a cien senadores adicionales - ¿pues qué
otra causa tiene la corrupción política además del temor a gobernar? – todos sacados de las así llamadas
“familias menores”, incondicionales al rey que los puso en el Senado. Usó luego el botín de guerra
para diversión del pueblo y dio lugar al Circo Máximo. Alrededor del foro repartió terrenos para
establecer el comercio. Entre otras cosas, incendió el puente del río Anio, planificó enormes muros
de piedra para la ciudad, desecó el lago Curcio y los valles cercanos al foro y echó los cimientos del
templo de Júpiter Capitolino, para que ni siquiera en la paz el pueblo estuviera ocioso.
Se cuenta que, durante la guerra, se propuso realizar innovaciones en las centurias de la
caballería, valorando indebidameante esta parte del ejército por sobre la infantería. Un adivino se lo
quiso impedir y el rey, encolerizado, lo desafió a realizar una predicción para que demostrase la certeza
de su ciencia. Nada diré sobre este adivino ni cómo llego a hacer esta demostración, cosa que por sí
sola es digna de mención, sino que más bien me limitaré a señalar que el resultado fue tan categórico
y la predicción tan insuperablemente verdadera, que no solo el rey no pudo hacer las modificaciones
que quería, sino que de ahí en adelante nada pudo realizarse en la paz ni en la guerra sin haberse
consultado previamente los auspicios. Luego, con la muerte y desaparición del cuerpo del adivino,
único que parecía haberle hecho frente y vencido, Tarquinio se atrajo las sospechas de una
muchedumbre animada por los hijos de Anco Marcio, que lo empezaba a acusar de no haberse
interesado lo suficiente por la desaparición de tan honorable adivino ni de haber hecho esfuerzo en
buscar a los culpables de lo que aseguraban era constitutivo de un asesinato.
Animados ambos a fuerza de promesas, asesinan cada uno a su mujer y a su esposo. Luego,
unidos los viudos en un nuevo matrimonio, conspiran contra Servio Tulio, pariente y padre de la
pareja. Lucio Tarquinio lo acusaba de ser el primero en actuar contra la voluntad de los senadores, al
hacer una repartición de la tierra que resultaba contraria a la justicia y al bien común, principalmente
bajo el argumento de que los pobres a los que se habían destinado las tierras no habían tenido una
participación digna de mención en la guerra, pero también al haber impuesto a los patricios cargas que
antes eran comunes y porque mediante el censo tenía a su disposición las riquezas de los patricios para
mostrarse pródigo con los más necesitados cuando quisiera. Argumentó además contra todas las
medidas demagógicas que estableció en perjuicio de los patricios. Decidido a no dejar escapar la
oportunidad, llega el momento de enfrentar a Servio Tulio en la Curia, mientras discutía con los
senadores. Le habló más o menos así:
El reino de mi abuelo, Tarquinio Prisco, me pertenece por herencia tal como cualquiera de los demás
bienes que son heredados por sus descendientes. He recibido de tu parte la hacienda y las riquezas de los
Tarquinios, pero no el trono. Yo soy su sucesor, y quien ostenta el poder ahora lo hace sin el respaldo de la ley y
abandonando las costumbres de nuestros antepasados al haber sido obtenido por la imposición de las armas.
Este origen ilegítimo se debe a no haberse consultado al pueblo sobre tu elección y a no haberte nombrado
tampoco los interreges. La facción minoritaria del Senado que te apoyaba entonces era la misma que mi abuelo
había ingresado al rango senatorial para tu beneficio. Pero esta facción, al verte favorecer en exceso a la plebe y
pretender ocultar así la ilegalidad de tu mando, se vuelve ahora contra ti y ya no aprueba más tu reino. Te pido
que reconozcas, si observas la tradición, que nada bueno puede realizarse contra la opinión del senado.
2 superbus.
3 ἠλίθιος
rey. A los que se mostraban leales y contentos los mantuvo ocupados en un sinfín de trabajos, porque
creía que nada era más peligroso para un monarca que el ocio de los ciudadanos más pobres y
necesitados. De este modo, mientras se alegraba el pueblo de ver castigados y silenciados a los
senadores, por creer que era justo su castigo, los senadores se olvidaban de sus propias penas al ver
las desgracias que sufría el pueblo. Ni unos ni otros, a causa de la discordia, intentaban hacer nada
para oponerse a Tarquinio.
En el exterior, Tarquinio engañó a los pueblos latinos mediante un plan de incriminación
imposible de prever y por el que quedó como salvador de los pueblos frente a la presunta tiranía de
uno de sus principales ciudadanos llamado Turno. Este montaje le permitió conseguir sin esfuerzo la
hegemonía que se le había concedido a Tarquinio Prisco y Servio Tulio por medios honorables.
Tarquinio el Soberbio empezó de pronto a llenarse de superstición ante muchos prodigios que
se sucedían alrededor suyo, entre ellos una serpiente saliendo del interior de una columna y una lucha
sangrienta entre águilas y buitres sobre el nido de un árbol de su jardín. Se sumó a aquello una peste,
que afectaba especialmente a los niños y embarazadas, de modo que el rey decidió enviar a sus hijos,
Arruns y Tito, hasta el oráculo de Delfos, al cual solían consultar los etruscos las materias importantes.
Llevaron a Bruto, el estúpido, para que tuvieran de quien burlarse con dichos y hechos de forma
petulante.4 Una vez allí, y después de hacer la consulta sobre cómo expiar la peste, que les había
encomendado su padre, le dejaron muchos obsequios y regalos de plata y otros materiales, burlándose
de Bruto porque llevaba como único regalo a la divinidad un bastón de madera que él, sin que nadie
supiese, había horadado en su interior para introducirle una barra de oro.5
Como Arruns y Tito quisieron saber quién de los dos sería el próximo rey,6 hicieron una nueva
consulta al oráculo. La pitia, viendo a través del velo el regalo que había ofrecido Bruto, comprendió
la naturaleza oculta de éste y luego dijo con voz grave, de modo que también Bruto la escuchara:
Tendrá el mando en Roma aquél que bese primero a su madre.7
Contentos, vuelven a Roma, acordando besar a su madre al mismo tiempo para así poder
compartir el trono. Al desembarcar en las costas latinas, Bruto, interpretando el oráculo, deja que
Arruns y Tito se adelanten corriendo mientras él se inclina a besar la tierra, pues consideraba que esta
era la madre común a todos.8 Ya volveremos a este hombre, pero hasta aquí, al menos, cuanto se
refiere a la usurpación de los reyes y a la caracterización de sus respectivos gobiernos. Y es que, pese
a todos los abusos referidos, ninguno de ellos tuvo fuerza suficiente para hacer el cambio que se vino,
sino esto de lo que hablaré a continuación.
SEGUNDA PARTE
El origen de la república
En adelante y durante un buen tiempo se mantuvo una importante guerra contra los sabinos,
hasta que se levantó una al fin contra los ardeates, más con afán de aumentar las riquezas reales que
de responder a una injusticia. Al extenderse esta nueva guerra en un asedio sin que pudiera ofrecerse
un combate definitivo, los generales y altos mandos pasaban el tiempo bebiendo en el campamento.
Durante una de estas noches, se reunieron en la misma tienda los hijos de Tarquinio el Soberbio,
Calientes por el vino,9 a fuerza de gritos manifestaron todos estar de acuerdo. Cabalgaron hasta
Roma, donde los sorprendió el anochecer. Vieron allí a las esposas de Arruns y Sexto gastando el
tiempo en pomposas fiestas, entregadas al placer y al gozo de los lujos de los demás patricios.10 La
llegada del esposo era en cada caso recibida con indiferencia o desazón. No satisfechos, continuaron
desde allí a Colacia, donde se encontraron con un escenario muy diferente: en casa de Colatino reinaba
el silencio. Todas las luces apagadas, salvo la de una pequeña estancia trasera. La compañía de hombres
ingresó entonces a la bodega, y sorprendieron a la esposa de Colatino, Lucrecia, dedicada a la lana y
sentada en medio de sus esclavas, trabajando a la luz de una vela ya bien entrada la noche.11 Lucrecia
se llevó toda la gloria y le concedieron la victoria a Colatino. Fueron recibidos amablemente como
huéspedes regios y se quedaron hasta el amanecer, momento en que decidieron volver juntos al
campamento. Sin embargo, Sexto Tarquinio, asombrado por la belleza y la pureza de Lucrecia,
comenzó a planear poseerla por la fuerza, dominado como estaba por infames deseos.12
Al cabo de unos días, Sexto vuelve a visitar Colacia acompañado de un solo hombre y a
espaldas de Colatino.13 Fue recibido amablemente en el hogar, sin ninguna sospecha,14 y después de la
cena fue conducido a un dormitorio de huéspedes. Ardiendo de amor,15 cuando le pareció
suficientemente seguro a su alrededor y que todo el mundo descansaba, fue con una espada donde
dormía Lucrecia y, presionándole el pecho con la mano izquierda,16 le dice:
Calla, Lucrecia. Soy Sexto Tarquinio. Tengo una espada en la mano y morirás si alzas la voz.17 Cuando
estuve aquí hace unos días, tu castidad cautivó mi corazón. Hilabas la lana a altas horas de la noche, vestida
humildemente para el trabajo como una sirvienta. Nos diste cena, como ahora, además de todas las atenciones
propias de la familiaridad. Al recibirnos mostraste tus innumerables gracias, las cuales finalmente me vencieron,
dándome cuenta que te amaba. Ven ahora a mí, Lucrecia, déjame poseerte, te lo ruego. Da satisfacción al hombre
que no pudo hallar el dulce consuelo de tus virtudes en su propio lecho, arruinado como está por la vulgaridad y
el exceso. Déjame poseerte, mujer modesta. De lo contrario, causaré tu ruina. Mi padre es el rey, apodado el
9 Incaluerant vino.
10 quas in convivio luxuque cum aequalibus viderant tempus terentes.
11 nocte sera deditam lanae inter lucubrantes ancillas in medio aedium sedentem inveniunt.
12 mala libido Lucretiae per vim stuprandae capit.
13 inscio Collatino cum comite uno Collatiam venit.
14 exceptus benigne ab ignaris consilii.
15 amore ardens.
16 postquam satis tuta circa sopitique omnes videbantur, stricto gladio ad dormientem Lucretiam venit sinistraque manu mulieris pectore oppresso.
17 Tace, Lucretia, Sex. Tarquinius sum; ferrum in manu est; moriere, si emiseris vocem.
Soberbio por justas razones. Él me ayudará a despojarte de tus bienes, de tu familia y de todo lo demás si no
cedes ahora a mi voluntad.
Sexto la tomó con mayor fuerza, presionándola con la mano sobre la cama:
Entonces, ¿no cederás ante mis amenazas? ¿No sabes que es absoluto el poder regio? ¿O acaso nada
lamentas salvo la muerte? ¡Acata mis ruegos o aquí mismo terminaré tu vida! ¡Aquí quedará tu cuerpo tendido en
el suelo por haberte reservado mezquinamente su belleza!
Lucrecia:
¡Adelante! ¡Mátame! Todavía puedo morir sin perder el honor.
Sexto:
¡Bah! No temes por tus bienes, tu familia, tu vida y, en cambio, ¿temes a ser deshonrada? ¿no ves que
el honor depende de la buena opinión de muchas personas? Cede a mis ruegos, y si consientes concederme tus
favores, te haré mi mujer y reinarás conmigo, ahora en la ciudad que me ha dado mi padre y, después de su
muerte, sobre los romanos, los latinos, los tirrenos y demás pueblos sobre los que él gobierna, pues yo sé que
heredaré el reino de mi padre, como es justo por ser yo su hijo mayor. Pero, ¿qué necesidad hay de que te explique
todos los bienes de que disfrutan los reyes y que tú compartirás conmigo, si los conoces perfectamente? Pero si
por salvar tu virtud, tratas de oponer resistencia, te mataré y luego daré muerte a uno de los esclavos, colocaré
juntos sus cuerpos y diré que te sorprendí realizando una acción vergonzosa y que me encargué de vengar la
honra de mi pariente, de modo que tu muerte será indigna y deshonrosa, y tu cuerpo no recibirá sepultura ni
ningún otro de los honores acostumbrados.
Lucrecia, compelida a tomar rápidamente una decisión, se volvió entonces hacia sus
pensamientos:
¿Deberé resistir y morir, deshonrada por un engaño del cual no se sabrá el artificio? Ceda o no ceda, de cualquier forma,
mi honor está perdido. Además, ¿de qué me servirá morir si he de perderme entregada a un eterno silencio? La muerte sería deseable,
si pudiera mantener a salvo mi honor; pero al quedar cerrado este camino, morir es inútil. En esta ocasión, más que la muerte, lo
temible es la deshonra que rodeará mi muerte y, también, que Tarquinio… Ea, pues, está decidido. Esta será mi resolución: que el
tirano venza con terror al pudor obstinado como si lo venciera por la fuerza de la pasión.18
De esta manera, entonces, Lucrecia cedió. Quizá alguien se preguntará ahora, ¿cómo una mujer
que supuestamente estima más el honor que la vida, consiente ser deshonrada para evitar la muerte?
¿habrá perdido ahora casualmente su virtud, escogiendo de manera cobarde la vida y rechazando la
muerte que la habría conservado pura? Esta observación amerita una indicación: Lucrecia consintió
ser deshonrada para evitar una muerte de todos modos deshonrosa, por lo que desde el momento del
dilema y de la amenaza de Tarquinio ya no se trataba en absoluto del honor sino de algo todavía más
Lucrecia esperó la presencia de sus familiares y amigos más cercanos, entre ellos el padre ya
mencionado, su esposo Colatino y Bruto, a los que Valerio había ido a buscar personalmente al
campamento de Ardea, los mismos mencionados más arriba y que pocos días atrás habían sido
recibidos en casa de la mujer. Cuando estuvieron reunidos, Colatino, su esposo, le preguntó si estaba
bien.23
Lucrecia respondió:
De ninguna manera. Pues ¿qué puede estar bien para una mujer que ha perdido la pudicia? Las huellas
de otro hombre, Colatino, están en tu cama. Pero sólo el cuerpo ha sido violado, pues el alma no ha participado;
la muerte será testigo. Pero dame ya tu palabra y prométeme que el adúltero no quedará impune. Fue Sexto
Tarquinio quien, viniendo como enemigo en vez de como huésped, me tomó la noche pasada con una espada en
la mano y con un placer funesto para mí y para él, si sois hombres.24
Entretanto, los demás aseguraban a Lucrecia que se peca con la mente, y no con el cuerpo, y
que donde falta el consentimiento no existe culpa25 sino que ésta se halla en el autor de la ofensa.
Entonces Bruto, el mismo que jamás había dicho palabra alguna y que había simulado toda la vida ser
un estúpido, captó la atención de los que se hallaban reunidos al despertar repentinamente de aquél
falso letargo, y habló por primera vez:
ipsa cui facta est iniuria audiant non ex aliis ubi vero didiceris ad quam turpem atrocemque necessitatem adacta sim deliberabis cum eis quonam
modo vindicanda sit mea tuaque iniuria nec longa interposita mora.
23 satin salve?
24 minime, quid enim salvi est mulieri amissa pudicitia? Vestigia viri alieni, Collatine, in lecto sunt tuo; ceterum corpus est tantum violatum,
animus insons; mors testis erit. Sed date dexteras fidemque haud impune adultero fore. Sex. est Tarquinius qui hostis pro hospite priore nocte
vi armatus mihi sibique, si vos viri estis, pestiferum hinc abstulit gaudium.
25 mentem peccare non corpus et unde consilium afuerit culpam abesse.
¡Júpiter y dioses todos a cuantos son queridas las causas humanas! ¿Acaso llegó el momento que esperé
tanto tiempo manteniendo una vida oculta? ¿Acaso está en el destino que Roma sea liberada por mí y a través de
mí de esta indecible tiranía?26
Todos se asombraron de esta intervención, pues era del todo inesperada. Entonces Lucrecia,
tomándose de sus palabras, dice a los presentes:
Ustedes verán qué se deba hacer con aquello: yo, incluso si me absuelvo del pecado, no me libro del
suplicio;27
de una sola puñalada se atraviesa el pecho hasta el corazón.29 El griterío de las mujeres, sus
llantos y golpes en el pecho invadieron la casa; el padre besaba y abrazaba el cuerpo de su hija, la
llamaba por su nombre y se ocupaba de ella como si fuera a recuperarse de la herida, y ella, en sus
brazos, se agitaba convulsivamente y agonizaba hasta que finalmente murió. Tan terrible y digno de
compasión les pareció el suceso a los romanos presentes, que una voz unánime surgió de todos ellos:
es mil veces mejor morir por la libertad a permitir secretamente los abusos de los tiranos.30
Se sucedían los grandes lamentos de Colatino y el padre y la casa entera estaba invadida de
llantos y de quejidos, cuando Bruto, mirándolos, dijo:
Lucrecio, también tú, Colatino, y todos los demás parientes de esta mujer, en otro momento tendrán
tiempo suficiente para llorarla, meditemos ahora sobre cómo hemos de vindicar este ultraje, pues el momento
presente lo exige.31
Lucio Junio Bruto, que por su vida simulada no había representado un peligro para la familia
real se convirtió de pronto en el más ardiente vengador de la castidad violada y en el padre fundador
de la república. Se sentaron a deliberar una vez retirados los criados. Primero explicó Bruto las razones
por las cuales había fingido tanto tiempo esa falsa estupidez, ante lo cual fue considerado el hombre
más prudente de todos los que se hallaban allí reunidos. Después los convenció para que tomaran
unánimemente la decisión de expulsar a Tarquinio y a sus hijos de la ciudad, empleando muchos y
convincentes argumentos. Cuando vio que todos eran de la misma opinión, dijo que no había
necesidad de promesas, sino de hechos, si algo iba a ocurrir alguna vez, y que él mismo los dirigiría.
Entonces, viendo a Lucrecia ensangrentada, tomó la daga que ella misma se había introducido
en el pecho, incapaz de soportar la afrenta, y exclamó:
26 Iuppiter diique omnes quibus cordi sunt res mortalium venitne nunc tempus illud quod ego in hoc simulato vitae statu tamdiu exspectavi?
Estne in fatis ut Roma per me et propter me ab infanda tyrannide liberetur?
27 vos videritis quid illi debeatur: ego me etsi peccato absolvo, supplicio non libero.
28 nec ulla deinde impudica Lucretiae exemplo vivet.
29 praecordiis uno ictu perfossis cor sauciat.
30 satius esse pro libertate vel millies emori quam tales a tyrannis dissimulanter perferre iniurias.
31 alias Lucreti tuque Collatine et vos ceteri mulieris necessarii satis habebitis temporis quo illam defleatis nunc de vindicanda eius iniuria
meditemur.
Juro, por esta sangre tan casta antes de la injuria real,32 por Marte y los demás dioses,33 que perseguiré a
Tarquinio y a su esposa cómplice y a toda la estirpe de sus hijos con la espada, el fuego y con cuanta violencia de
ahora en adelante me sea posible.34 No consentiré que ellos ni algún otro reinen en Roma, ni tampoco me
reconciliaré con los tiranos ni toleraré que otros lo hagan, sino que consideraré enemigo a quien no desee lo
mismo, pues tengo resuelto odiar a muerte la tiranía y a todo aquél que la apoye. Y si violo este juramento, que
yo y mis hijos tengamos el mismo fin que Lucrecia.
Bruto despertó. Se dice que siendo un particular, se hizo cargo de toda la república,35 y que fue
el primero en esta ciudad en demostrar que para defender la libertad de los ciudadanos nadie es un
particular.36 Hizo que cada uno formulara el juramento pasándose la daga de mano en mano. Liderados
entonces por éste, planearon hacer lo siguiente: cerrar las puertas al rey para cuando volviera de la
campaña y apostar hombres en sus murallas para que no se enterase antes de tiempo de los planes que
en el interior anunciaban su fin. Pensaron en llevar el cuerpo de la mujer al foro, empapado de sangre
como estaba37 y, expuesto a la vista de todos, convocar al pueblo a una asamblea.38 Propusieron que
Lucrecio y Colatino se adelantaran en aquél momento para lamentar sus infortunios y contar lo
sucedido. Luego, presentar a todos los demás, condenando la tiranía y llamando a los ciudadanos a la
libertad.39 Así, pensaban, los ciudadanos se mostrarían deseosísimos de participar, pues verían a los
patricios incitándolos a la libertad, y como también ellos habían recibido ya muchas y graves injurias
por parte de Tarquinio, les sería suficiente la más mínima oportunidad.40 Ante un pueblo deseoso de
poner fin a la tiranía, Bruto gestionaría un conteo por piedras, constitutivo de una votación de
abrogación del ejercicio del poder real,41 y el resultado de este plebiscito sería transmitido rápidamente
al ejército,42 pensando en que aquellos que estuvieran en posesión de las armas, si se enteraban de que
en la ciudad la situación era adversa a los Tarquinios,43 se mostrarían también dispuestos a luchar por
la libertad de la patria,44 pues no los detendría ya la expectativa de regalos, ni podrían soportar la
violencia de los hijos de Tarquinio ni de quienes los adulaban. Esto era cuanto se refería al plan de
acción conversado entre los patricios, con Bruto, Colatino, Lucrecio y Valerio a la cabeza, a pocos
instantes de la muerte de Lucrecia.
Se discutió luego sobre la mejor forma de gobierno. Divididas las opiniones entre la monarquía
heredada, los ejemplos de ciudades griegas que ponían al frente del gobierno al senado y la democracia
en Atenas, se adelantó Bruto y señaló lo siguiente:
El tiempo es breve y no admite cambios tan decisivos sin riesgo. Luego se podrá discutir cómo
convendrá gobernarnos, pero por ahora, propongo tres medidas: primero, hacer desaparecer el nombre de “rey”
y de “monarca”, y darle uno más modesto y humano.45 Segundo, hacer recaer simultáneamente en dos personas
el poder real, y tercero, establecer que el cargo no sea ya vitalicio, sino hacerlo durar solamente un año, de acuerdo
Se siguió luego, en la asamblea convocada frente al edificio del Senado, en que exhibieron el
cuerpo de la mujer ensangrentada, un largo discurso de Bruto frente al pueblo, en que explicaba su
naturaleza simulada, la decisión de expulsar a los reyes y recuperar la libertad de la patria, diciendo,
entre otras cosas, que
Si tuviera todo el tiempo que quisiera, o fuera a decir alguna palabra a quienes ignoran los hechos,
enumeraría todos los crímenes del tirano, por lo cual se haría merecedor en cada juicio no de uno, sino de muchos
suplicios.
Entonces, poniendo en palabras lo principal, se señalaron las circunstancias ilegales por las
que Tarquinio el Soberbio llegó al poder, los asesinatos de su esposa, madre de sus hijos, y de su
hermano Arruns, el subsiguiente matrimonio con la Tulia asesina, la muerte sin entierro de Servio, de
todos los reyes el más favorable a la plebe; luego, la destrucción de las leyes y las costumbres, la
ilegitimidad de todo el proceso y la crueldad inhumana con que trató igualmente a patricios y plebeyos.
Y cuando llegó a mencionar a sus hijos, agregó
¿De qué naturaleza hay que pensar que van a ser los hijos que tienen una familia perversa, han recibido
una educación depravada y que nunca han podido ver ni aprender a hacer nada civilizado ni moderado?
Con estas y otras palabras se dirigió entonces Bruto al pueblo y después de rezos e
imprecaciones, sentenciando a muerte a quien quisiera apoyar la vuelta de Tarquinio, cuando dejó de
hablar, exclamaron todos al unísono, como si se tratara de una sola voz, que fueran llevados a las
armas.49 Así fue como, después de señaladas las reformas acordadas, se designó a Lucrecio como
interrex para que presidiera los comicios. En éstos, se escogieron para los cargos anuales y colegiados,
a los primeros cónsules de la república: Bruto y Colatino. Cuando Tarquinio supo lo que sucedía en la
ciudad, fue hasta ella, y al ver en sus muros hombres armados, volvió al campamento en Ardea. Pero
desde la ciudad se habían enviado ya por otros caminos unos mensajeros para señalar al ejército la
Los hijos de Bruto, contrarios en todo a su padre y dados a la vida licenciosa de los patricios
más privilegiados, se reunieron con otros jóvenes favorables a Tarquinio y quisieron en secreto y por
la noche abrir las puertas de la ciudad para permitirle así ingresar y retomar el trono. El esclavo de
estos jóvenes, Vindicio, que les servía bebidas y manjares en sus reuniones conspiradoras, los oyó al
entrar a la habitación mientras decían cosas como éstas:
Nosotros, los Romanos de alta cuna y más cercanos al poder real, siempre hemos hecho lo que hemos
querido. Hemos gozado en conjunto de cuantos privilegios pudieran nombrarse, y hemos llevado hasta ahora
una vida principesca. Pero ahora que han expulsado a Tarquinio, seremos todos iguales ante la ley, perderemos
nuestras antiguas licencias y sufriremos la esclavitud por causa de la libertad de los demás. Pues mientras nuestras
familias estuvieron en el poder, siempre tuvimos de quién conseguir lo que queríamos, lícito o no; siempre hubo
lugar para nuestra influencia y amabilidad, pudiendo ser severos o indulgentes con nosotros al distinguir a los
amigos de los enemigos. Pero la ley es una cosa sorda e inexorable, que más favorece a los débiles que a los
poderosos, sin indulgencia ni perdón para sus transgresores, y que nos hará ver finalmente cuán peligroso era
confiar al mero error humano la subsistencia de nuestra inocencia.
Lo cierto es que, sea lo que sea, ya por algún extraño razonamiento, o por una decisión azarosa,
se le interpuso la difícil decisión a este esclavo que no era ni ciudadano, ni tenía lugar en la curia ni
casa, ni participaba del ejército; no oficiaba en ningún culto doméstico, ni tenía, en suma, parte alguna
en el ejercicio de la ciudadanía: así y todo, fue en busca de Valerio, amigo de los cónsules, y con sus
advertencias, aplastaron la conspiración de los jóvenes que apenas germinaba. Vindicio despertó.
Como premio recibió no sólo dinero del tesoro público sino también la libertad y, lo que es mejor, la
ciudadanía.
Los senadores, al haber sido desterrada la realeza, se habían encargado de lo relativo a los
bienes reales. En un comienzo se había mostrado favorables a la idea de hacer su devolución a los
Tarquinios desterrados, pero el intento de conspiración los enfadó a tal punto, que no sólo decidieron
no devolver los bienes, sino ni siquiera ingresarlos al tesoro público. El senado despertó: los
entregaron al pillaje de la plebe, con la intención de que se perdiera para siempre la esperanza de la
paz con los reyes.
El trigo segado del Campo de Marte, propiedad de la realeza, fue arrojado en canastas y en
señal de protesta al río, dando lugar, a partir de la enorme cantidad de limo que se formó, a la famosa
isla artificial llamada Tiberina.
Luego vino el castigo de los conspiradores. Digna es de recordar la imagen de un padre que
antepone el bien público al interés personal. Bruto llamó entonces a los líctores y los mandó a ejecutar
a sus propios hijos, diciendo estas palabras:
Se han decidido a entregar a un rey, soberbio en el pasado y enemigo desterrado de la patria
liberada precisamente este año, a su padre el libertador, al consulado nacido de la familia Junia, a los
senadores, a la plebe, y a todo lo que pertenece a los dioses y hombres romanos.
Luego, el senado, mediante un decreto declaró oficialmente la expulsión de todos los
Tarquinios de Roma. El colega de Bruto, Tarquinio Colatino, esposo de Lucrecia, depuso el cargo al
compartir el nombre de la tiranía y se retiró voluntariamente a pasar el resto de sus días en Lavinio.
Bruto escogió como nuevo colega a Valerio, en calidad de consul suffectus.
Después de estos sucesos, los Tarquinios hicieron la guerra, apoyados por los Tuscos, y se
enfrentaron a los cónsules romanos: Bruto y Valerio. Murió Bruto, y Roma se llevó una victoria con
sabor a derrota. Valerio volvió triunfal con un gran botín y lo destinó para las ceremonias fúnebres de
su colega. De este modo se defendió por las armas la vuelta de la tiranía al poder y se aseguró la libertad
republicana de Roma.
Este mismo Valerio, para terminar mi discurso con algo curioso, al exceder a muchos en fama
y gloria por su participación activa en la expulsión de los reyes, decidió, tras su consulado, construirse
una casa en la cima de una colina. La plebe lo miró con mucho recelo, y le preguntaron si acaso
buscaba una altura desde la cual mirar hacia abajo a los más pobres y de condición inferior. Ante ello,
Valerio destruyó la casa recién construida y bajó hasta el pie de la colina para construir su casa, en
medio de los barrios plebeyos. Por esta razón se le llamó Valerio Publícola, es decir, el Valerio “que
vive con el pueblo.” Y este nombre lo heredaron sus descendientes por mucho tiempo, y se los
recuerda entre los patricios más favorables a la plebe.