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Juan y El Diluvio
Juan y El Diluvio
Juan y el diluvio
Informante: Enrique Juárez Santes
Recopilador: José Xochihua Ibarra
Lugar de registro: El Tajín, Papantla
Primera secuencia
Se dice que en un lugar desconocido y muy lejano, habitaban unos hombres que se dedicaban a la agricultura.
Éstos tenían por costumbre salir a trabajar con un canasto tejido con caña de maíz, que les cubría la cabeza
y se apoyaba sobre sus hombros; lo usaban así para protegerse de la caída de las águilas, pues éstas agarraban
a los hombres que no lo tenían y se elevaban por los cielos hasta desaparecer con ellos. Cuando los hombres
se cubrían la cabeza, las águilas también caían, pero tan sólo se llevaban el canasto.
Entre aquellos hombres vivía uno, huérfano de padre y madre, que siempre se preguntaba:
-¿A dónde se llevarán las águilas a los que no se ponen el canasto?
Uno de tantos días se decidió y fue a trabajar a la milpa sin canasto; cuando llegó a ésta, pensó:
-Hoy iré a conocer el lugar a donde van las águilas.
Firme en su idea, empezó a trabajar. No había adelantado mucho en su trabajo cuando de pronto apareció
el águila, cayó sobre él, lo agarró con fuerza y se elevó. Ésta voló hasta un lugar muy alejado del pueblo del
huérfano. Al llegar a una montaña empezó a bajar en un lugar limpio. Antes de caer, el huérfano, que llevaba
su machete
en el cinto, lo sacó y de un tajo la mató, haciendo lo mismo con las crías de las águilas. Al terminar con éstas,
miró los huesos de muchos hombres que habían dejado las águilas, comprendiendo que éstos eran los restos
de todos aquéllos que no habían cargado la canasta para cubrirse.
Segunda secuencia
El huérfano dejó el lugar y empezó a caminar días y noches sin comer. Avanzaba por entre los árboles cuando
a lo lejos escuchó el ruido que hace el hacha cuando corta la madera. Se dirigió hacia el lugar de donde
provenía el ruido y miró que no había ningún leñador, sino un hacha que se movía en el aire por sí sola; de
repente, la leña cortada se hizo un atado y el hacha voló hasta éste, metiéndose en medio. Una vez ahí, el
atado empezó a rodar por una vereda. El huérfano lo fue siguiendo hasta que llegó a un lugar en donde había
pirámides; como el atado se metió dentro de una de ellas, el huérfano hizo lo mismo y llegó hasta donde
estaban los viejitos o dioses. Los dioses se pusieron de acuerdo y aceptaron que el huérfano se quedara con
ellos.
Tercera secuencia
Cuando lo vieron los dioses, de inmediato le preguntaron:
-¿Qué haces aquí?
A lo que el huérfano contestó:
-Vine siguiendo el atado de leña que está ahí.
Los dioses volvieron a preguntarle:
Taller “Historia de la Huasteca y el Totonacapan”
Iván Cruz y Cruz
Cuarta secuencia
Sin embargo, como Juan veía que los dioses no estaban, una de tantas veces abrió un baúl que le llamaba
mucho la atención. En él estaban, entre otras cosas, una capa y una espada. La primera representaba la lluvia,
el huracán; la segunda los relámpagos y truenos. Juan tomó la capa y empuñó la espada, empezando a girar
y a mover la espada. Entonces empezó a llover y a tormentar sin límite. Cuando los dioses se dieron cuenta
de lo que sucedía, de inmediato regresaron para detener a Juan. Una y otra vez le echaron capas de nubes;
pero Juan se escabullía y el huracán aumentaba en fuerza, acompañado de relámpagos y truenos. No fue
sino hasta que le echaron doce capas cuando pudieron agarrarlo.
Con Juan bajo las nubes, los dioses fueron a ver a la Virgen para pedirle un cabello con el cual debían amarrar
a Juan. La Virgen se los entregó y, después de atar al huérfano, lo echaron al mar. Al caer en éste, el cabello
se convirtió en cadena y Juan se fue con ella hasta el fondo del mar.
Juan se encuentra aún en el mar, con los doce viejitos, y siempre pregunta cuándo es el día de su santo para
celebrarlo. Sin embargo, nunca le dicen la verdad, pues, en caso de decírsela, se desataría otro diluvio.
(Oropeza, 1998: 45-48).