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“Legalización de la droga”

Julián David Ramírez Peña.

El narcotráfico además del daño moral que le ha ocasionado al país, se suman otros
igualmente graves, como son en el orden económico, el daño ecológico, los
desequilibrios en la producción transable de bienes y servicios, la alteración de los
precios sobre la demanda inmobiliaria y de tierras cultivables, la corrupción en el
campo político y el estigma en el campo internacional.

Es indudablemente uno de los temas básicos de la sociedad del final del siglo XX.
Muchas cosas han sucedido en nuestro tiempo que hacen tambalear convicciones,
principios políticos, actitudes religiosas. No es este el fondo del ensayo aunque tenga
mucho que ver el fenómeno de contexto general con que tengo como tema:
Legalización de la droga. ¿Sí o No?

Las drogas son una endemia que se pasea por los campos del espíritu humano. Las
hay en muy diversas clases, químicas, naturales, espirituales, sociales y de mucha otra
procedencia.

Una discoteca atiborrada de gente y del ruido que la homogeneiza, está produciendo
una droga independiente, pero coadyuvante, de las que se puede estar consumiendo en
un momento determinado en ese lugar. Los fundamentalismos son un salto sobre los
principios de la razón, son también otro tipo de droga, que lidera espíritus que se
sienten embotellados dentro de un racionalismo “progresista” que cree directa o
indirectamente una serie de verdades que se consideran vigentes, pero que se están
arrugando. El próximo choque de civilización nos va a mostrar cómo muchos de los
criterios para juzgamiento fundamental, que nos permite a cada instante decir que sí o
que no a los hechos que se presentan frente al acaecer de nuestra existencia, van a ser
interpretados en forma diferente, tendrán deducciones lógicas basados en otros
principios y otras ‘realidades’ –si es que ellas verdaderamente existen- distintas a las
que hoy consideramos como evidentes.

Los populismos de uno o de otro bando, los utopismos que buscan solución ‘aquí y
ahora’ para problemas cuyo origen está en la larga noche de los tiempos, los
caudillismos que súbitamente florecen, son también fenómenos fácilmente asimilables
a los que motivan a alguien a consumir alguna sustancia que le haga saltar por sobre
la barrera de una realidad percibida, pero con la cual no se está de acuerdo.

El aturdimiento por medio del ruido envuelto en ritmos que producen la música rock
y algunas otras también pueden asimilarse a la droga, como los alaridos acompasados
de las barras de los equipos de football.

Me corresponde hablar solamente de aquellas que están prohibidas.

Decíamos que las drogas son una endemia que va con género humano desde la noche
de los tiempos. La casualidad puso en las manos del hombre los alucinógenos y los
estimulantes y desde entonces han jugado papel en el desarrollo social. Se
fermentaron unas uvas y apareció el vino; se fermentó la cebada y apareció la
cerveza; alguien durmió debajo de un arbusto y apareció el borrachero; el buen aroma
del tabaco puso a los hombres a fumar, primero en América y luego en el mundo
entero. Descubierto el proceso de destilación aparecieron inmediatamente los licores.

La endemia puede convertirse en epidemia que es necesario combatir para evitar la


disolución de la sociedad. La pregunta es cómo combatir. ¿Prohibiendo la endemia?
Imposible. Los resultados del fracaso de este procedimiento están a la vista: nada
positivo se ha logrado en ningún lugar. Queda la otra alternativa, tratar la epidemia
como lo que es, una enfermedad que se adquiere por la adicción, de la cual hay que
apartar a los individuos antes de que la adquieran, mediante la educación, o después
de que han caído en ella, mediante el adecuado tratamiento.

Desgraciadamente ha prevalecido la primera opción y los resultados no pueden ser


más desastrosos. No ha disminuido el consumo y en cambio se ha establecido el
negocio más grande y más fácil en toda la historia del género humano, con aterradoras
consecuencias sobre la organización social que sufre los implacables asaltos de la
delincuencia por medio de la corrupción y la violencia, sin que se vislumbre ningún
sistema que las detenga mientras continúe el prohibicionismo.

Es curioso que sean precisamente los Estados Unidos, en donde la prohibición del
alcohol produjo tan desastrosos resultados, el abanderado de este nuevo
prohibicionismo. Y más absurdo resulta el procedimiento cuando allí mismo, sin
apresar a nadie, sin aumentar la fuerza pública, se está adelantando una exitosísima
campaña contra el tabaquismo, que es tan adictivo y tan dañino como cualquier droga
prohibida.

¿Pero entonces qué es la droga? En las actuales circunstancias, dada la infinita


variedad de la procedencia de las mismas, podemos decir que droga es toda aquella
sustancia que está prohibida y no es la que no lo está. Por ejemplo el alcohol, mucho
más dañino y adictivo que la cocaína, no es droga porque no está prohibida. Y como
no está prohibido, no produce corrupción y asesinato ni sus traficantes acumulan
fortunas desorbitadas. A los alcohólicos se les trata como enfermos y los vendedores
están aceptados en la sociedad como comerciantes lícitos.

Y siguiendo con el mismo ejemplo podemos ver que fabricar alcohol es tarea difícil.
El verdadero whisky viene de Escocia y sólo de Escocia. Nadie ha podido imitarlo.
Los vinos son el producto de profundas tradiciones y de factores climáticos
irreproducibles, el vino de Borgoña es de Borgoña, y punto.

Por contraste cualquier persona, en cualquier lugar, con tecnología rudimentaria e


insumos al alcance de todos puede fabricar cocaína de la mejor clase. Da risa oír que
se llama “laboratorio” a una enramada con unas cuantas canecas de acetona y gasolina
y unos microondas. Es más barato producir un gramo de cocaína que un gramo de sal
de azúcar. Todo el valor de la droga se lo da la prohibición y la lucha que se libra para
imponerla. Al despenalizarla este valor se reduciría dramáticamente y desaparecerían
los incentivos que hoy impulsan a tanta gente a la búsqueda del dinero fácil.

En cambio, si tanto esfuerzo perdido y tantos recursos dilapidados se invirtieran en


educación, prevención y tratamientos curativos, no cabe la menor dudad de que los
resultados serían muy positivos.

He dicho despenalizar y ‘no legalizar’ porque la legalización puede interpretarse


como aceptación y no es el caso. Se trata de no perseguir directamente, ni al
productor, ni al comerciante, ni al consumidor. Hay otras maneras de atacar el
problema: inhabilitación para ciertos trabajos, multas por comportamiento
imprudente, control de calidad y dosificación de las drogas, en resumen, lo mismo
que hoy se hace frente al problema del alcoholismo. También se puede luchar
mediante el descrédito que hoy se hace con el tabaquismo, quitándole esta aureola de
machismo y sofisticación que llegó a tener. Hoy, en muchas partes, el que fuma hace
el ridículo o es un incordio.

Lo que he dicho resulta para mí de clara evidencia. Por eso exaspera y duele lo que se
está haciendo por su inutilidad, por los perjuicios que causa y por la amenaza que ya
representa para la soberanía de muchos países esta arma que permite a los poderosos
(consumidores), atropellar a los débiles (productores) envolviéndose en un marco
farisaico de justicia.

Colombia debe cambiar su actitud y decir la verdad. Estoy seguro de que, mediante
una buena campaña diplomática, se obtendría un respaldo muy considerable que nos
saque del ostracismo en que hoy estamos.

Pero para poder hacerlo se necesitaba, desde luego, que los poderes del Estado no
sean ejercidos por quienes ocupan sus cargos gracias al dinero de los narcotraficantes,
lo cual le ha quitado toda autoridad moral a cualquier planteamiento.

En tema de la despenalización de la droga es, en la actualidad, parte de un debate que


busca alternativas para solucionar el problema del narcotráfico. Es una vía que debe
explorarse universalmente. Sería ridículo tener pretensiones aisladas que conduzcan a
una despenalización de la producción, mientras la distribución y el consumo aparecen
prohibidos en los demás países. Una posición así, individual, solamente provocaría
peligrosas retaliaciones políticas y comerciales, y el país padecería una lamentable
marginación dentro del contexto de naciones.

La guerra contra las drogas ha generado en rompimiento del tejido social.


Deberíamos, entonces, tratar de reconstruirlo con un poco de desaprensión y realismo.

El patrimonio moral de nuestra civilización y la sociedad en general se constituyó con


la sumatoria de unos principios éticos, necesarios para dignificar al hombre. ¿Cuánto
de ese patrimonio ha sido destruido por la obsesiva lucha contra las drogas? El alto
precio –que es producto de la prohibición- desencadenó un sistema de corrupción
general entre las autoridades que resolvieron anteponer las ganancias a los valores
morales. Y todo ese inmenso daño lo estamos causando como consecuencia de la
prohibición.
Si el derecho a la vida es un bien que dignifica al hombre, la prohibición actúa contra
este axioma. La prohibición –como he dicho- ha provocado en el país miles de
muertes, y las seguirá ocasionando, en una batalla imposible de ganr.

Contra ese argumento podría afirmarse que la droga también mata. Y es verdad. En
los Estados Unidos, por ejemplo, cada años mueren por consumir droga 7000
personas. Es una cifra intolerable. Ese número, sin embargo, depende de un consumo
que existe a pesar de la prohibición de la droga, lo que demuestra que ese mecanismo
no es el más adecuado. Pero, a esas 7000 muertes que produce el consumo hay que
aumentarles las causadas por la lucha contra el narcotráfico, que en Colombia
asciende, cada año a varios miles, sin contar el desangre que produce la narco-
guerrilla. Esas muertes son inútiles porque el consumo no registra descenso sensible.
Se evitaría con la despenalización. Se trata -aunque suene rudo- de escoger el mal
menor.

También hay que tener en cuenta que la sociedad busca una administración de justicia
incorruptible. Y es función del Estado dotarla de esa virtud ética para que sea estricta
e independiente. ¿No resulta maltrecha la moral nacional cuando nuestros jueces y
fiscales son sobornados y amarrados a una cadena infinita de corrupción?

Pero quiero volver a la cuestión del precio. Porque es en torno suyo donde podemos
explicarnos la fuerza del narcotráfico. El riesgo que existe en el proceso de
producción y comercialización de los narcóticos, dentro de un estado de ilegalidad, es
circunstancia que eleva su precio. Ese alto precio que aumenta las utilidades de los
narcotraficantes, es a su vez el mecanismo que invita al consumidor a comprometerse
en actividades que le permitan adquirir la costosa droga. Entonces debe robar, mentir,
descender al subterráneo mundo del crimen para poder aumentar sus ingresos. En este
sentido, la prohibición aumenta la delincuencia.

No podemos explicarnos la abrumadora atracción del negocio del narcotráfico si


desconocemos el dato esencial que lo moviliza. El riesgo que produce la ilegalidad
aumenta el precio de la droga 200 veces entre el cultivo y el distribuidor1.

El impresionante poderío de los narcotraficantes resulta, así, comprensible.


La despenalización pondría el precio a la baja. Al desaparecer el riesgo, disminuirían
las utilidades. El monstruo del narcotráfico se achicaría sensiblemente. Se acabaría en
interés por el negocio y los niveles de delincuencia y mortalidad se vería reducidos.

También es de suponer que el fenómeno subversivo decadente y sin banderas


ideológicas tras la crisis universal del socialismo, no habría podido mantenerse en pie
si no hubiese recurrido a tan inagotable fuentes de recursos. Y la guerrilla en un
estado de despenalización de la droga sería fácilmente doblegable.

Sensación de Frustración por David F. Musto2.

El aumento en la disponibilidad y popularidad de la cocaína por segunda vez en este


siglo ha complicado aún más el control de drogas en Estados Unidos. El hecho de que
primero millones de personas fumaran marihuana y luego millones más consumieran
cocaína, plantea interrogantes acerca de la capacidad de los gobiernos locales y
nacionales de controlar los estupefacientes. La corrupción que acompaña al narcótico
y la limitación de recursos que podrían asignarse al control de la droga dejan una
sensación de frustración con respecto a las posibilidades reales de aplicar las leyes
con todo rigor. ¿En que terminaría todo esto? El futuro es bastante incierto.

Parecemos estar atravesando una época de abundante consumo de drogas, por lo cual
tal vez sería razonable revocar los estatutos antinarcóticos.

1. Reina Echeverry, Mauricio. –La economía del narcotráfico en la subregión Andina- En:
Parlamento Andino. ONU-UNDCP. Bogotá, octubre de 1992 pág 58.
2. El autor es profesor de psiquiatría y de historia de la medicina en la Escuela de Medicina de la
Universidad de Yale. Ha sido asistente especial del director del Instituto Nacional de Salud
Mental de los Estado Unidos y Director del Programa del Instituto Nacional de Humanidades
en Yale.

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