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$ 7. El oudirorio univer.

sa1 73
-
p~

D e heclio, sc sti[>oiic q i i r diclio juicio sc iiiilioiic a todo cl iiiuii-


do, porque habla el orador eslá corivciicido iIc l u qiic iio u b i i a
cuesiioiiar. Ilurnas de5cribi6, coi1 u n Icrigtiaie iiiiiy ehprciivo, oi.i
certera cartesiaiia:

0i c6rlilude e.* l o plrine rm.vun<u, qiti er<-liilefilii'renie~ilic d o u ~


le; elle es1 u~/rri~iulionnécesuin' el u~iivers~ll~~;
c't'sl-d-~lir<.,111~l ' h o t ~ i -
rrie ceriu~nne re reprérenrr pus l a possibiiifé de yriJircr l'u[fiririuriu~r
contruire e l qa'il se repr&enre son ujlrmulion cuinitie devdril s'rnl-
poser a ious drrris les nréntes cirivrr~luncrs.En somrrir elle rsr I't'r<il
oii nous avotrr consciente de penser /u vérilé, g u i es1 j i ~ s l e m o t<'elle
l
conlrainle universelle. eette obligalio~imenlole. l a ~ubjecrivilt!d i s ~ ~
rufl. I'hotnme pense coinme intelli8ence. coirirne homnie el non pliis
cumwie individu. L'éiaI de cerriiude a P I suuverrl
~ dicrii i I'aide
de méiaphores cmlme la lumierr el lu clané; iriois I'ilIii~riinari~,n (le
la certilude rurionnelle upporre son ex~~liralion. 11es1 reo03 el di'ren-
re, méme si I u cerrilude es1 I>énille, car elle nier /;ti a 1" Ienclon
e i o I'inguiérude de la recherche e l de l'indicision. 11 s'ac~onipugtrr
d'un senlimenr de puirsance e l en !neme iernps d'undunrirseriienr;
on seni que u ¡ prh'enlion, l a passion, le caprire indrviduel onf d s p -
r u f.../ Dans la cmyunce rulionnelle. la vérilé drvreiil rióve e l rious
devenons /u vériid 4'.
(La cerlaa es la creencia plena, que excluye por compleio la
duda; es aEirmaci6n necesaria y universal, es decir. que el Iiornbre
scgiiro no se imagina la posibilidad de preferir l a aIirmaci6n contra-
ria y piensa en su afirmación como s i debiera imponersr a todos
en las mismas circunstancias. Eit auiiia, r s el estado en el que iene-
inos conciencia de estar ante la verdad, que es justameiiie rsta coac-
cibn universal, esta obligacibn rnrnlal; la subjetividad desaparece.
e l hombre piensa como inteligencia, como hombre y iio coiiio indivi-
duo. Frecuenlemenle, se ha drscriio el errado de cerleza con ayuda
de metáforas como la luz y la claridad; pero la ilumiiiaii6n de la
ccrtcta racional apurta su explicaci6ii. Este estado S reposo y iran-
quilidad. aun cuando la certera sea penosa. pues pone fin a la t i i i -
siáii y a l+. inquietud de la husqucda y de la indecisión. Este ebtado
va ac,iri~paiiadii~ w iuii sentiniieiitu dc podcr y , al inisino iiriiipi>,
<le ai~iqiiil~iti~ienlo;
se aprecia que hati daiparccido la prevcricióri,
la pasi<iri. el capricho individual l...] En la crcclicia racioiial. la ver-
&id se hace riiiestra y nos convertimos ~ i la i verd~d).

Se observa que, en los casos en los que se inserta la evidencia


racional, la adhesión del espiritu parece que depende de una verdad
apremiaiite y los procedimientos de arguriieniación no dc.scmpeñaii
papel alguno. El individuo. con su libertad de deliberación y de
elección. se aparta ante la razón que lo coacciona y k quita toda
posibilidad de duda. En uliitna instancia, la retórica e f i c a ~para
un auditorio universal seria la que s61o maneja la prueba lógica.
El raciorialismo, con sus pretensiones de eliminar toda retúrica
de la tilosofia, habia enunciado un programa muy anrbicioso que
debia desembocar en el acuerdo de los oyentes gracias a la eviden-
cia racional que se impone a todo el mundo. Pero, apenas se enuti-
ciaban las exigencias del metodo cartesiano. Descartes ya adelanta-
ba, en su nombre, aserciones muy discutidas. En efecto, ¿cómo
distinguir las evidencias verdaderas de las falsas? ¿Acaso se imagi-
na uno que lo que convence a un auditorio universal, del cual uno
mismo se considera el representante ideal, posee de verdad esta va-
''
lidez objetiva? En páginas penetrantes, Pareto seAaló perfecta-
mente que el consentimiento universal invocado sblo es. en la ina-
yoria de los casos. la generalizacibn ilegítima de una intuici5n parti-
cular. Por esta razún, siempre es arriesgado identificar con la lógica
la argumentación para uso del auditorio uiúversal, tal como uno
mismo la ha concebido. Las concepciones que los hombres se han
dado a lo largo de la hisioria, uhechos objetivos» o rtverdades evi-
dentes~,han variado lo suficiente para que desconfiemos al respec-
to. Eii Iiigar de creer en la existencia de un auditorio universal,
análogo al espiritu divino que sólo puede dar sil consentimiciiro

"a
V . Parela, Irurri de soriologie générole, l. 1, cap. IV. $5 589 y JYY
-
-
a «la verdad», se podria, con toda rar611. cüracieri~ara cada iwa-
dor por la imagen que t I iiiisino se loiiiiadd ;iu<liiorio iiiiiver>al
p~

al que trata de conquistar con sus propia opiniones.


El audiiorio universal, lo constituye cada uno a ~~ que
sabe de sus semejantes, de inaiiera qiir trascienden las p-icah o p a -
cioiiei de las que tiene coiiciencia. Asi, cada cultura. cada iiidividuo
versal, y el rstudio de
estas variaciones seria muy instructivo, piics iios haria cniioccr lo
que los hombres Iiaii considerado. a lo largo de la Iiistoria. reul,
L
Si la argumentacioii dirigida al auditorio universal y que dcberia
convencer. no convcnce. sin enibargo. a todo rl mundo, queda sieiii-
pre el recurrir a descalificar lo recalrirra~itejuzgAndolo estúpido
o anormal. Esta fornia de proceder, freciieiitc en los pensadores
de la Edad Media, aparece igualmente en los modernos ". Tal ex-
clusión de la comunidad bumana sólo puede ohteiier la adhesión
si el número y el valor intelectual de los proscritos no amenazan
con hacer que semejante procedimieiiio parezca ridículo. Si este pe-
ligro existe, se debe emplear otra argumrntaci6n y oponer al audi-
torio universal un auditorio de elite. dotado coi1 niedios de conoci-
mientos excepcionales e infalibles. Quienes alardeaii de una revela-
ción sobrenatural o de un saber mistico. quienes apelan a los bur-
nos, a los creyentes. a los hombres que tienen la gracia, manifiestan
su preferencia por un auditorio de elite; este auditorio de elite pue-
de confundirse ioclitso con el Ser perfecto.
Al auditorio de elite, no siempre se lo considera. ni mucho me-
nos, asimilable al auditorio universal. En efixto, con frecuencia su-
cede que el audiiorio de elite quiere seguir siendo distinto del resto
de los hombres: la elite, en este caso, se caracleri~apor su situación
jerarquica. Pero a menudo también. se estinia que el auditorio de
elite es el modelo al que deben amoldarse los honibres para ser
76 Traiudo de /u urgumenración
.
- - --

dignos dc cste noiiibre: el auditorio de elite crea la riorina para


todo el muiidi). En este otro caso, Iü elite es la vanguardia que
todos seguiriii~y a la que se aconiodaráii. Úiiicameiite importa su
upiiiiúii, porque. a fin de cuentas, es la que será deterniinaiite.
til audiioriu de dite sólo encarna al auditorio universal para
aquellos que Ir reconocen este papel de vanguardia y de modelo.
Para los demás, en cambio, no constittiirá más que un auditorio
pnrticiilar. El estatuto de un auditorio varia según las consideracio-
nes que se sustentan.
Ciertos aiiditorios especializados se asimilan voluntariamente al
auditorio universal, como el auditorio cientifico que se dirige a sus
iguales. El cienlifico se dirige a ciertos Iiombres particularmente com-
pereiites y que admiten los datos de un sistema bien determinado,
constituido por la ciencia en la cual están especializados. No obs-
tante, a este auditorio tan limitado, el cientifico lo considera por
lo general, no un auditorio concreto. sino el verdadero auditorio
universal: supone que todos los hombres, con la misma prepara-
ción, la misma capacidad y la misina información, adoptarian las
mismas coiiclusiones.
Igual ocurre cuando se trata de moral. Esperamos que las reac-
ciones de los demás confirmen nuestras ideas. Los «demás» a quie-
nes recurrimos de esta forma no son, sin embargo, «otros» sin más.
Sólo acudimos a aquellos que han «reflexionado)) debidamerite so-
bre la conducta que nosotros aprobamos o desaprobamos. Como
dice Findlay:
Por encima de las cabezas irrefiexivas de la r~compaaiapresenten
recurrimos a la *gran compafiia de las personas refleúvasn en las
que [la conducta] pudiera situarse en el espacio o el tiempo 'O.

Semejante requerimiento, es criticado por Jean-Paul Sartre en


las notables coriferencias sobre el auditorio del escritor:
~~ -
'"J.
N. Findtay. «Moraüty by Conueniionu, en Mind. val. LIII. pAg. I W . Cfr.
iarnbien Ariliur N . Prior. Lugir uud rhe boris of erhiss. pAg. 84.
8- 7 . El m d i t o r i o uriiversol
p
.
.
.
- ~
77
.-

Nous uvons di! que I ' k r r w i n ~'udrr.s~iiif uir prr,i<-rw o loir, l i ~


honitnrr. M a h . lorii 'Ir. suirr olirex, nous oioii> r c » i ~ n / uqii'il
i ciurr
/u sei~lemenrJe <~uelr~ues-1111s. Dc l'l~curlrtitrc Ir. [~ul>ll<' I<liul 611 b,
~>ul,licriel es1 nér I'r<lir iJ'uriii.rrsolilr' u0srruilr. C'ol-;-dire que
I'uureur pusrvle 1u perpéritrlle rioiririon <Ittiis un Jirriir itii1~:lirrldq
/u porgn#r ile Icrrr.urs, don1 11dispose duro le yréjrar f../ IL, ri,coiir.,
Y I'infinYé du lerrips cherclie d <wnlpenst,r I'~Wierduns I'e.$piice (re-
tour i I'jtifi,1i de /'tronr1?1e hont,?,~~ (le i'uuieur d~ A.' l'tlc' 5ticlc,, ea-.
Iensir>n u I'infini dii club des ~ c r i v u ~ ners du public de sydcialislrs
poirr celui dir X I X e s;@rlr)L../ t'or I'u,~iverraliré <o~icrSlr.i l Juul
enrendre uu <onrraire 10 loralilé des hornmcs vivunr d u r ~une s d i e
do,rnée ".
(Hemos dicho que, en principio, el cscritor se dirigía a todos
los hombres. Pero. iiimediataiiienie debpuis. hcmus obscrvado que
tenia muy pocos lectores. De la diferencia que existc eiitre el puhlico
ideal y el publico real nace la idea de uiiiverralirlad alibtracta, es
decir, el autor postiila la repeiicibn perpetua, en uii futuro i~idclini-
do, del puriado de lectora de los que dispone eii el I>reseiite. l...)
El recurio a la iniinidad del iiempo intenta compensar el fracaso
l
en el espacio (retorno al infinito del Iiornbre huiiradu. lmr parte
del autor del siglo xvii. exleiisi0n al infiiiilo del club de los escritores
y del público de especialistas por parte del autor del siglo x i x ) l...]
Eii canibio, por la universalidad concreta, hay que enieiider la tota-
lidad de los honibres que viven en tina sociedad determinada).

Sartre les reprocha a los escritores el olvidar la universalidad


concreta a la que podrían, y deberian. dirigirse para coiitetliarsc
con la ilusoria tiniversalidad abstriicta. Pero jno es CI aiiditorio uiii-
versal de Sarlre quien deberá juzgar la legitimidad de esta critica,
quien deberá decidir si. en el escritor, lia habido hasta este inoineii-
t o o no ilusión voluntaria o involuntaria, si el escritor ha faltado
hasta este niomenio a l o que se Ii: hahia asigiiado <<comomi>ii)ii»'!
Y este auditorio universal de Sartre es aquel al que se dirige para

" J - P . Sarire, Sln~arionr,11. pdgs. 192~193


78 Trurodo de la urwrrrrrrnlaci~ín

exponerle sus propias opiriiones sobre la universalidad abstracta y


concreta.
C:recinos, pues, qiie los auditorios no son independientes, son
auditorios concretos y particulares que puedcn valerbe de uiia curi-
cepción del auditorio universal que les es propia. Pero, se iiivoca
al auditorio iiiiiversal iio dcrermiiiado para juzgar la concep~iiiii
del auditorio iiniversal adecuada a tal auditririo concreto, para exa-
minar, a la vez, In manera en que se ha coriipuesto, cu;iles son
los individuos que. según el criterio adoptado, forman parte de él
y cual es la legitimidad de dicho criterio. Purde decirae que Los
auditorios se jurgaii unos a otros.

5 8. LA ~ R O U M E N T A C I ~ NANTE U N UNlCO OYENTE

Todos aquellos que, en la antigüedad, proclaiiiaban la primacía


de la dialectica con relación a la ret6rica admitieron d alcance filo-
sófico de la argumeiitación que se presenta a un unico oyente y
su superioridad sobre la que se dirige a un amplio auditorio. La
retórica se limitaba a la técnica del extenso discurso ininterrumpi-
do. Pero, dicho discurso, con toda la acción oratoria que compor-
ta, seria ridiculo e ineficaz ante un unico oyente '. Es normal tener
en cuenla las reacciones, denegaciones y vacilaciones y, cuando se
las coristata, no es cuestión de esquivarlas; rs necesario probar $1
punto coiitrovertido, informarse sobre las razones que causan la
resistericia del interlocutor, empaparse de sus objeciones. y el dis-
curso degenera invariablemente en diblogo. Por eso, según Quinti-
liano, la dialéctica, en taiito que técnica del dialogo, la comparaba

" Quiiiiilia~io.lib. 1, cap. 11. 29: v h s e tambikn DaleCarncgic. L'arl depirler


un pulilic. pay. 154. y la dbiiición de K. K i e ~ l c rrnirc «one-wuy ccimmunicalion»
y u t w o ~ w yci>rnmi!iilcniot~».en «Poliiicrl kcision, in nicidcrn Sucir~y*~,Erhics,
ciicio dc 1951, 2 , 11, p4gr. 45 46.
Zenon, a causa del caiácter niás riguroso di: la argiiiiicii~acii>ii,coi1
un puño cerrado. mieiitras que la retórica le parccia scnicjeiifc a
iina inano abierta ". Eii efeclo, tio Iiay duda de qiic la posil>ilidiiil
que se le ofrece al oyente de hacer prcgiiiiias, poiicr objecioiics,
le da la impresión de qiie Las tesis a las qiic se adliicrc. para teriiii~
iiar. se sostienen m i s siilidamtntc qiie las coriclusioiics dcl orador
que desarrolla un discurso iiiintcrriimpido. E1 dialéciico, que se pico-
cupa, durdnte todo so razunamietito, de la aprobaciúii dcl iiilcrlo-
cutor, estaría más seguro, segiin Platbn, sigiiiendo cl ~ainiiiode
la verdad. Esta opinibn aparece expresada con claridail cii este bre-
ve discurso que Sócrates dirige a Calicles:
Evidentemente, sobre estas cuestiones la situaci6n esta ahora así.
Si en la convcrsacinn tu esta\ de acuerdo coniiiigo en aIgUn puiiin,
eble punio habrá quedado ya suficienlcmc~iteprobado por iiii y por
ti, y ya no sera preciso somdcrlu a olra prueba. En electo. jainas
lo accptaiiah, ni por falta de sdbiduria, ni porque sientas excesiva
vergüenza. ni tampoco lo aceptarías intentarido sngailarnie, pues eres
amigo rnio, roiiio 1ú mismo dices. Por coiiaigiiieiiie, la conloriiiidrd
de mi opinión con la tuya sera ya, realniciiii, la wnaiiniJcibn iIc
la verdad 'l.

Esta forma de transformar la adhesión de uno solo sii indicio


de la verdad seria ridícula -ésta es, adeinás, la opiiiión de Pare-
lo "-, si el interlocutor d e Sócratrs manifestara un punto de visia
puramente personal. Quirás sea exagerado decir. con Goblot, que
Plaron pense erre súr qu'oucun inrrrloritirur ne pourrui( rdpon-
dre oulremenl que celui yuSl forr porler
(Plat6n cree estar seguro de qur todo interlocutor podria rcspon-
der igual que aquel al que ohliga a hablar);

'' Qiiiniiliano, lib. 11, cap. XX. B 7 .


Y Plaibn, Gi,r,qius. 487<1-e.
'I v. I'areio. Ttuitt <Ir soiiolugir g n u l e , t . 1. 8 612. ipig 129
" E. Cioblui. l o i<ipi<,ueiirs ,t,plmr<til ile vulrilr. 11ig 1 7 .
80 Trolado de la urgurnentación
-~ ~- -
pero, cs citi.10. de todas maneras, que cualquier interlocutor d s Só-
ciates cs cl portavoz, supuestaincnte el nitjor, de los partidarios
de uri punto de vista deleruinado, y se deben desechar sus objccio-
nes dc antemano para facilitar la adliesibn del público a las tesis
desai rollarlas.
Lo que confiere al diálogo, como género filosbfico, y a la dia-
léctica. tal coino la concibib Platon, un alcance sobresaliente no
es la adliesion efectiva de un interlocutor detcrminado -pues éste
sólo coiistituye un auditorio particular entre una infinidad de
auditorios-, sino la adhesión de un personaje, cualquiera que sea.
al que no le queda mas remedio que rendirse ante la evidencia de
la verdad, porque su convicción resulta de una confrontacibn rigu-
rosa ds su pensamiento con el del orador. La relación entre diálogo
y verdad es tal que E. Dupréel se inclina a creer que Gorgias no
debió practicar espontáneamente el diálogo: la predilección por el
procedimienio del diálogo habría sido -estima Dupréel- lo pro-
pio de 1111adversario de la retórica, partidario de la primacía de
la verdad sola, a saber. Hipias de Elis ".
El diálogo escrito supone, más aiin que el diálogo oral, que este
auditorio único encarna al auditorio universal. Y esta concepción
parece justificada, sobre todo cuando se admite -como hace
~latón- existen en el hombre principios internos apremiantes
que lo guían en el desarrollo del pensainiento ' l .
La arguirieniacibn de dicho diálogo sblo tiene significacibn filo-
sbfica si pretcndc ser v6lida para todos. Se comprende Chcilmente
que la dialt'ctica. igual que la argumentación dirigida al auditorio
universal, se haya identificado con la Mgica. Esta concepción es
la de los estoicos y la de la Edad Media 59. y en ella no vernos

" Eugii~rDuprbel. Les Sophislei, pdgs. 76. 77. 260, 263.


" Cfr. CIi. Perelman. «La nieithade dialeciique ct Ic role de I'inierlocuteur dans
lc dialo8uru, en Hcvue de m'fophysique et de m<irole. 1955. pigs. 26~31.
19
Cfr. Karl Diirr. i<DieEniwicllung der Dialrkiik uon Plalon bis Hegel», en
Diirlrcrtc<i, 1947. 1. 1: Richard M c K ~ o n .«Dialecric aiid pililical ihaught and ac-
lii~nii,ci! E i h i u . octubre de 1954.
§ 8. La orgumen(aci611ante un tinico oyerlle 81
-. - ~ -~ -~-
inás que una ilusión o un procediniiento, ciiyü iiiiporiaiicia. ni) obh-
tante, fue iiinegable para el dcaariullo dc la filosoliü ab~oliitisia.
dado que intentaba por iodos los medios pasar de la adbesioii a
la verdad. La adhesión del interlocutor al diilogo ehirac su sigiiili-
cación rilosófica del liecho de que se lo coiisidere iina ~.iicariiaci<in
dcl auditorio universal. Se admite que el oyente dispone dc los mis-
mos recursos de razonamiento qiie los demás iiiiriiibros del audito-
rio uiiiversal. puesto que el orador proporciona los elersrntos de
apreciación relativos a la simple competencia técnica o porque se
supone que éstos están a disposición del oyente por su siiuacióri
social.
No seria necesario, sin embargo, que la adliesión del iiiterlocu-
tor se hubiera ohteriido únicamente gracias a la superiori<lad dialéc-
tica del orador. El que cede no dcbe haber sido vencido en una
justa eristica, sino que se supone qiie se ha incliiiado aiiie la evidsii-
cia de la verdad; pues, el diálogo, tal como se entiende aqiii. no
dcbe constituir un debate. en el que las conviccioiies establecidas
y opuestas las defiendan sus partidarios respectivos, sino una discu-
sión, en la que los interlocutores busqucn honesiamente y sin ideas
preconcebidas la mejor solución a un problema controvenido. Opo-
niendo al punto de vista eristico el punto de vista heuristico, cierios
autores contemporáneos presentan la discusion corno el instrumen-
to ideal para llegar a conclusiones objetivaiiicnte válidas ' O . Se su-
pone que, en la discusión, los interlociitores sólu se preocupan por
enssilar y demostrar todos los argumentos, en Pavor o en coiitra,
sobre las diversas tesis presentadas. La discusión. lkvada con hiieii
fin. debería desembocar en una conclusión inevitable y admitida
de forma unánime, si los argumentos. presumiblemente dcl rnisnio
peso para todos. están dispuestos en los platillos de una balaii~a.
En el debate, por el contrario, cada iriterlocutor sólo expondria
argumentos favorables a su tesis y sblo se preocuparía de los argu-
mentos que le son desfavorables para rechazarlos o liiiiitar su al-

- Cfr. A. C. Baird. Argum~nrnlruri,Discussion ond Dt,bulelr.pap 101


82 Trotado de la argurnenfación

cancc. t l Iioiiibrr con ideas preconcebidas es. por tanto. parcial,


110 sólo porque ha tunudo partido por uiin idea, sirio tambiin por-
que ya únicaniente puede valerse de la parte de los argumentos per-
tinentes que le es lavorable. con lo que los demás se quedan, por
decirlo asi, congelados y sólo aparecen en el debate si el adversario
los expone. Como se cree que este último adopta la niisma actitud.
resulta coniprenbible que la disciisibn se presente como una busque-
da sincera de la verdad, iriientras que, en el debate, la preocupación
esta, sobre todo, en el triunfo de la propia tesis.
Si, idealmente, la distinción es útil, b t a empero s61o permite,
mediante iina generalización muy audaz. considerar a los partici-
pantes en una discusión desinteresada portavoces del auditorio uni-
wrsal. y s d o en virtud de una visión bastante esquemática de la
iealidad se podria asimilar la determinacibn del peso de los argii-
iiientos a una pesada de lingotes. Por otra parte, quien defiende
un puntu de vista determinado está convencido, muy a menudo,
de que se trata de una tesis que es objetivamente la mejor y de
que su triunfo e5 el de la buena causa. Por otro lado. en la prácti-
ca. esta distinción entre la discusión y el debate parece dificil de
precisar en numerosos encuentros. En efecto, en la mayoría de los
casos. dicha distinción descansa en la intención que prestamos, con
razón o no. a los participantes en el diálogo, iiiteuci6n que puede
variar durante el transcurso del mismo. Solamente en los casos pri-
vilegiados en los que la actitud de los participantes está regulada
por las iiistituciones podemos conocer de antemano sus intenciones:
en el procedimiento judicial. sabemos que el abogado de cada parte
tiende menos a aclarar que a desarrollar argumentos en favor de
una tesis. Estableciendo los puntos que se van a debatir, el derecho
favorece esta actitud unilateral. estas posturas que el litigante ya
no tiene mas que mantener con constancia contra el adversario.
En otros muchos casos. las instituciones intervienen de manera más
discreta, aunque efectiva: citando un recipiendario defiende una te-
sis ante los niieiiibros del jurado que la critican, cunndo un niiem-
bro dcl l'arlaniento defiende el programa de su partido. Por últi-
Q 8 . La orgurnentuc~ónante un úni<.o o.ve~ire 83
- -- -- -. -
mo, esta actitud puede proceder de loa comproiiiisos ;~ctqiiir~dub piir
el orador: si éste ha proinetido a alguien deleiidsr sii caiididatiiia
ante una comisióil coiiipetente, el diálogo qiie procurarh eiit,ihl;ir
con los nuenibros de esta curnisióii sere. de Iircho. iiiás iin aliigaro
que una búsqueda de la verdad -en este caso, la dcterriiiiiacióii
del mejor candidato.
Vernos que, excepto cuando sabemos por que razón i n s t i t u -
cional u otra- la actitud de los participantes es la del alegato y.
en consecuencia. implica el deseo de poner al adversario en un aprie-
to, es difícil de maiitener la distinción clara entre un diálogo que
tiende a la verdad y un diálogo que sería una sucesión de alegatos,
y sólo podría sostenerse mediante una distinción. previa y cierta,
entre la verdad y el error cuyo establecimiento, salvo prueba de
mala fe, dificulta la existencia misma de la discusión.
El diálogo heuristico en el que el iiiterlocutor es una encarna-
ción del auditorio universal y el dialogo erhtico que tendria por
objeto dominar al adversario, sólo son casos ei;cepcionales; en el
dialogo habitual, los participantes tienden simplenieiite a persu~dir
al auditorio con vistas a determinar una acción inmediata o futura:
con este fin práctico, se desarrollan la mayoria de nuestros diálogos
diarios. Por otra parte, resulta curioso subrayar que esta actividad
diaria de discusibn persuasiva es la que menos ha atraido la aten-
ción de los tebricos: la mayoria de los autores de tratados sobre
retórica la consideraban ajena a su disciplina. Los filósofos que
se ocupaban del diálogo la examinaban, generalmente, bajo su as-
pecto privilegiado en el que el interlocutor encarna al auditorio un¡-
versal. o, más aun, bajo el aspecto más psicológico, pero también
más escolar, del diálogo eristico, dominado por la preocupacióri
de lo que Schopenhauer 61 llama Rechrhaberei. A. Reyes apuntó
"
con razón qiie el discurso privado constituye un terreno contiguo
al de la antigua retórica; de hecho, duraotr las conversaciones coti-

Schopenhai~cr.Erisriwhe Dialekrik, cd. Piper. vol. 6, p 6 g 394


" A. Reycs. El Derlindr. pdg. 203.

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