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ANTIGÜEDAD Y MODERNIDAD DE LA LENGUA GALLEGA.

LAS
PROPUESTAS DE LA LEGALIDAD /VS/ LAS PROPUESTAS DE LA
NECESIDAD

María Pilar García Negro


Universidade da Coruña
gnegro@udc.es

Introducción. Precisiones epistemológicas


“… el idioma es una cosa demasiado seria para
ser confiada exclusivamente a los
especialistas” (Ricardo CARVALHO
CALERO)
Estas palabras del polígrafo gallego (1910-1990) nos sirven perfectamente
para abrir unas breves consideraciones epistemológicas que sitúen el objeto
lengua, que ubiquen correctamente su locus entre las instituciones humanas y su
valor, para la Humanidad en su conjunto y para cada uno de los pueblos, de las
formaciones sociales internas a ella. Porque, en efecto, pocas realidades sociales
habrán sido sometidas, en el plano de la ideología, a mayor desvirtuación o
desnaturalización que la lengua. Siendo necesidad social primaria, producto y, a
la vez, agente de la socialización humana, ha sido vista como un producto
individual; siendo coercitiva -en la medida en que se produce por imposición de
la convivencia y de la vida social-, se ha postulado como derecho individual y
facultativo; siendo la estructura cultural que les es precisa a todas las demás
estructuras de la cultura, sin que acontezca a la inversa (Paolo Valesio) y, por
tanto, institución cultural primaria e inexcusable de cualquier grupo humano en
cuanto tal, ha sido ponderada como una riqueza acumulable y conservable
dentro del patrimonio cultural; ha sufrido, en fin, la confusión metonímica que
la mezcla con el lenguaje, en general, o, peor todavía, con la disciplina -una de
ellas- que aborda su estudio, la Gramática.
Tal cúmulo de confusiones perjudica, aún en mayor grado, la percepción y
valoración de una lengua no normalizada como la gallega, porque obstaculiza
gravemente la comprensión del conflicto que vive, entorpece la identificación de
alternativas válidas para su completa restauración y atrasa la puesta en práctica
de un uso que non admite sucedáneos ni dilaciones, si se trata de conseguir su
normalización definitiva. Es, en suma, un vivero de falsa conciencia respecto del
idioma y sus problemas que, como en el caso del gallego, aunque revista una
gran complejidad psicosocial, es analizable en términos de racionalidad y
objetividad sociolingüística y sociopolítica. Por esto, recordaremos, con Calvet,
lo inadecuado de la “cirugía” reduccionista que practicó el estructuralismo
respecto de la doctrina saussureana, al ocultar el hecho crucial de que:
[…] una lengua es hablada por gentes, en el seno de una sociedad,
ella misma atravesada por confictos sociales, por tensiones, por
luchas, que es heredera de una historia colmada de trastornos… Todo
esto, que nadie ignora y a nadie se le ocurriría hoy negar, es
radicalmente rechazado por el estructuralismo tal y como se
manifiesta en Hjelmslev: la lengua no tiene sociedad, vive en el aire,
en el espacio, lejos de las contingencias del tiempo (CALVET 1975:
61).
Por eso, conviene centrar, como axiomáticos, los siguientes principios:
1º La lengua, considerada como sistema estable de formas invariantes, no es más
que una abstracción científica, sin vínculo con la realidad concreta.
2º La lengua es un proceso generativo continuo, ligado funcionalmente a las
relaciones sociolingüísticas.
3º Las reglas de este proceso generativo no tienen nada que ver con las de la
psicología individual, pero no pueden ser separadas de la actividad de los
hablantes. Son reglas sociológicas.
4º La creatividad lingüística no coincide con la creatividad artística o con
cualquier otra forma específica de creatividad ideológica. Pero ella no puede, sin
embargo, ser comprendida haciendo abstracción de los valores y significaciones
que la constituyen.
5º La estructura del habla, en fin, es una estructura social. El habla aparece entre
hablantes y la noción de acto de habla individual (al igual que la noción de
ideolecto) es una contradictio in terminis.

I. La lengua gallega: normalidad y crisis


No estará de más recordar cómo todos los procesos de devaluación, pérdida de
hablantes, mengua funcional, desaparición del ámbito público, dialectalización,
atomización…, que sufre una lengua acontecen no por ningún factor interno al
propio código, a la propia lengua, sino por las condiciones sociopolíticas en que esa
lengua existe y se desarrolla. No existe nada “racial” en ninguna lengua que la haga
especialmente apta o, por el contrario, inepta para tales o cuales cometidos. Hay
posibilidades históricas -esto es, económicas, políticas, culturales…- que alcanzan
su plenitud en una sincronía dada o bien que quedan reducidas a la condición de
potencia, no de acto, por esas mismas razones extralingüísticas. En un momento
histórico crucial, como el que convencionalmente se denomina, en las casi siempre
etnocéntricas historias de Europa, Edad Moderna, la lengua gallega, en un tiempo en
que se ponen en práctica nuevos y más potentes “megáfonos” para el uso público y
político de las lenguas, comienza su particular proceso de crisis, su camino al
calvario peculiar. Mas traigamos al presente alguna información sintética de su
diacronía anterior.
Como es sabido, el gallego-portugués es la evolución histórica del latín impuesto
por la colonización romana en la antigua provincia de Gallaecia -con límites mucho
más amplios que los de la Galicia actual-. Con influencias ciertas de sustrato céltico,
el gallego es una lengua plenamente latina, que muy precozmente se va a manifestar
en su diferencial frente a otras derivaciones de la misma matriz. Si en textos latinos
altomedievales podemos rastrear la pujanza y el contagio de la lengua oral, de un
protogallego (donde el escriba debiera usar duo, aparecerá “duas”; “ferro” por
ferrum), será en el siglo IX cuando se pueda hablar de gallego propiamente dicho y,
lo que es más importante, certificar su plena normalidad horizontal y vertical.
Horizontal, esto es, territorial, desde la costa cantábrica hasta Coimbra, desde la
fachada atlántica hasta tierras hoy pertenecientes a León o a Extremadura. Vertical,
por tanto ,con unanimidad social, practicado por todas las clases sociales, desde la
alta nobleza hasta los siervos de vida esclava, civiles y religiosos, labradores y
clérigos, todos los estamentos, en fin, de una sociedad como la medieval. Llama la
atención consignar el rápido desarrollo escrito de una lengua que conoce
rápidamente usos públicos (documentos notariales, todo tipo de utilización que hoy
denominaríamos oficial) y que se singulariza artísticamente, de entre todas las
lenguas europeas, por su espléndido cultivo literario, polimórfico en su lírica y
extendido a prosa épica y religiosa. Tal desarrollo no es sino el correlato de una
hegemonía política clara del Reino de Galiza, competitivo, como diríamos hoy, en el
cuadro peninsular y con pretensiones, desde la metrópoli compostelana, de primacía
frente a Roma y a Jerusalén. De aquí procede el carácter del gallego como idioma
“exportable” y su consolidación como lengua de la poesía peninsular (“Non há
mucho tiempo qualesquier deçidores e trovadores destas partes, agora fuessen
castellanos, andaluçes o de la Extremadura, todas sus obras componian en lengua
gallega o portuguesa”, Marqués de Santillana, siglo XV). El gallego, pues, estaba de
moda, si lo quisiéramos expresar en términos frívolos. Recordaremos, además, que
su expansión a lo que históricamente se constituyó como Reino de Portugal, nos
permite hablar de un idioma, extendido transoceánicamente, a todos los dominios
del Imperio portugués. Mas, siendo gallego y portugués formas de la misma
materia, variantes del mismo sistema lingüístico, muy diferente fue la fortuna de
madre e hijo, si se nos permite el símil biológico. Mientras el “hijo” garantiza su
normalidad interna en Portugal, se oficializa y desarrolla nuevas funciones (con un
paréntesis en que este Reino pasa a depender de la monarquía española, entre 1580
y 1640, y, sintomáticamente, padece efectos desnormalizadores como los que hoy
padece el gallego), la “madre” inicia, a comienzos del siglo XVI, un lento y
persistente proceso de desinstitucionalización, de reducción a la oralidad, de
suplantación, en defintiva, por el castellano impuesto desde los centros de poder de
una monarquía que redujo a Galicia a proveedora de materias primas y mano de
obra y la humilló políticamente, privándola de voto en Cortes y volcando sobre ella
toda suerte de improperios y vejaciones racistas. ¿Xenofobia, racismo? Sí, pero
como fenomenología de causas bien determinadas en lo político y en lo económico.
Este proceso de “doma y castración de Galicia” (palabras del historiador español del
siglo XVI P. Jerónimo Zurita) es el resultado de un castigo a la autonomía política
de Galicia, que representaba la nobleza nativa, y corolario de una política de férrea
centralización y uniformización que emprende Isabel la Católica y, después de ella,
la monarquía de los Austrias y de los Borbones. La progresiva imposición del
castellano y degradación del gallego es consecuencia del proceso descrito: el
gallego pasa, paulatinamente, de ser general a ser soldado raso y sin salario en su
propia tierra.
Acierta de pleno, por esto, la exposición de motivos de este Congreso cuando
señala, exactamente, cómo “fue un fenómeno sin duda de globalización el que se
puso en juego en la Península Ibérica al convertirlo (al castellano) en lengua
nacional, haciendo que el catalán, el gallego y el vasco tuvieran que luchar
denodadamente por su reconocimiento”, al igual que, de la mano de la cruz y de la
espada, tuvo lugar en América.

II. Antecedentes de la represión lingüística


Por esto, visto desde hoy, setecientos años de normalidad y quinientos de
conflicto nos contemplan, en frase feliz del Dr. Freixeiro Mato. Lo que se impuso,
primero, de facto, pasa, con la instauración de la dinastía borbónica -bien
aleccionada desde Francia- a su imposición de iure. Veamos algunas muestras:
“He juzgado por conveniente (…) reducir todos mis reynos de España a la
uniformidad de unas mismas leyes, usos, costumbres i tribunales, governándose
igualmente todos por las leyes de Castilla” (Decreto de Nueva Planta, rey Felipe V,
1707).
“Finalmente mando que la enseñanza de primeras Letras, Latinidad y Retórica se
haga en Lengua Castellana, generalmente, donde quiera que se practique, cuidando
de su cumplimiento las Audiencias y Justicias respectivas, recomendándose también
por el mi Consejo á los Diocesanos, Universidades y Superiores Regulares para su
exacta observancia y diligencia en extender el idioma general de la Nación para su
mayor armonía y enlace recíproco” (Disposición VII de la Real Cédula de Aranjuez,
rey Carlos III, 1768).
Pues bien, de entonces acá, podemos rastrear todo un rosario de disposiciones
legales, prohibición directa de uso de las lenguas que no sean el español, anuncios
punitivos para los infractores, imposición, en suma, pura y dura del idioma oficial
del Estado. Como se ve, mucho más antigua y persistente que la que representan,
con especial contundencia, los períodos de dictadura del siglo XX (1923-1930;
1936-1975).

III. La contestación desde el interior de Galicia


La sincronía actual sería ininteligible si no tuviéramos en cuenta el particular
proceso de recuperación de la identidad gallega que se vive desde mediados del
siglo XIX. Como es sabido, en este momento histórico asistimos no sólo a la
recuperación del gallego para la escritura, para la literatura, sino, simultáneamente,
a la utilización de ella, de la literatura, como una formidable metonimia institucional
y como un despertador de las necesidades y aspiraciones del pueblo gallego. Es así
como la obra de Rosalía de Castro, la inauguradora de la contemporaneidad gallega,
el gran big bang del Renacimiento gallego, con la de Curros Enríquez, Eduardo
Pondal o Lamas Carvajal, actúan como poderoso revulsivo social y patriótico y
serán la semilla de un futuro proceso de auto-organización, en todos los frentes, de
la sociedad gallega. Una vez más, lengua, cultura, movimiento social y política
nacional caminan en la misma dirección. Ellos, ayer, nosotros, hoy, luchamos por lo
mismo: por combatir la confiscación de la palabra, por considerarnos planeta y no
satélite apendicular de ningún centro español o europeo, por alzar nuestra voz
autónoma en pie de igualdad con todas las voces de la Humanidad; en definitiva,
por ejercer el derecho de lo que denomino la triple V: derecho de voz, de voto y de
veto, como cualquier pueblo libre y soberano.
Desde aquella primera resurrección hasta el presente, la lengua gallega ha
recuperado muchos espacios de uso social y público; ha ampliado el campo de la
literatura a todos los géneros; se ha hecho normal en ámbitos como el uso político,
la radio, la televisión o la tribuna pública. Pero continúa siendo una lengua
subordinada en su propia tierra, con usos “tópicos”, como algunos medicamentos,
sometida todavía a un esquema de hegemonía del español como idioma oficial del
Estado. Lo veremos en el capítulo siguiente.

IV. La legislación actual: Constitución española (1978) y Estatuto de


Autonomía de Galicia (1981)
Daremos lectura al artículo 3 de la primera y al articulo 5 del segundo:
Artículo 3: 1. El castellano es la lengua española oficial del Estado. Todos los
españoles tienen el deber de conocerla y el derecho de usarla. 2. Las demás lenguas
españolas serán también oficiales en las respectivas Comunidades de acuerdo con
sus Estatutos. 3. La riqueza de las distintas modalidades lingüísticas de España es
un patrimonio cultural que será objeto de especial respeto y protección.
Artículo 5 : 1. La lengua propia de Galicia es el gallego. 2. Los idiomas gallego y
castellano son oficiales en Galicia y todos tienen el derecho de conocerlos y usarlos.
3. Los poderes públicos de Galicia garantizarán el uso normal y oficial de los dos
idiomas y potenciarán el empleo del gallego en todos los planos de la vida pública,
cultural e informativa, y dispondrán los medios necesarios para facilitar su
conocimiento. 4. Nadie podrá ser discriminado por causa de la lengua.
Vayamos abruptamente (el tiempo y el espacio no dan para más) a nuestra
interpretación. La política lingüística derivada de la Constitución de 1978 no supone
ruptura respecto de la legislación anterior, sino continuidad españolizadora, con
recambio terminológico. En un proceso creciente de desvirtuación conceptual y
léxica, los términos oficialidad y cooficialidad rotulan, compensatoriamente,
situaciones legales y reales que están muy lejos de merecer tales nomenclaturas.
Acerca de las legislaciones autonómicas, es preciso recordar que ellas son pieza
integrante de la legislación estatal, dotadas, por tanto, de una soberanía muy
limitada para programar acciones normalizadoras para las lenguas respectivas. La
recuperación de la homogeneidad lingüística quebrada; la consideración del
problema lingüístico como un problema colectivo, necesitado de planificación
social; el principio de territorialidad; la delimitación de espacios exclusivos para las
lenguas nacionales; la declaración de objetivos claros y temporalizados en el
proceso de restauración… están ausentes o confusamente enunciados en el cuerpo
legal autonómico. En este contexto, “la cumbre de toda buena fortuna” para el
gallego se sitúa en la posibilidad, en la facultad de ser utilizado como un derecho
individual que las instituciones públicas reconocen y ellas, las primeras, se encargan
de imposibilitarlo.
El gallego está desasistido de una legislación realmente normalizadora y la
política institucional autonómica se refugia en la ambigüedad y en la falta de
prescripciones claras para justificar su lasitud o su inoperancia en el proceso
normalizador. Este, con progresos evidentes en los últimos treinta años, cuya autoría
corresponde al esfuerzo social y político de base y cuya filiación ideológica es la del
nacionalismo, no rinde lo debido, al no verse correspondido por una cobertura
jurídico-administrativa que lo respalde y patrocine, por lo que sus avances quedan
ralentizados o con dificultades superiores a las que marca el propio tiempo y los
condicionammientos sociales, las inercias y las rutinas en la restauración de un
idioma. Desde el punto de vista estrictamente legal, el español cuenta con
protección reduplicada (la asegurada por el Estado y la garantizada por las
Comunidades Autónomas) y el gallego todavía no dispone de un corpus legal que lo
reconozca, lo garantice y lo prescriba como lengua de Galicia con todas las
consecuencias. Por eso, la pregunta sigue siendo hoy: no donde el gallego ya está,
sino donde no está, pudiendo existir legal y legítimamente. La normalización de
usos consiste, en consecuencia, en poder utilizar el gallego en todos aquellos
ámbitos y funciones en que no se discute la presencia del español. Por eso, la
contradicción y la paradoja que hoy vivimos no procede sólo de una diacronía
negativa para la lengua gallega, sino de un marco jurídico-político que en lugar de
encarar soluciones, sofistica los problemas anteriores. Lo expresa lúcidamente
Ricardo Carvalho Calero:
¿Qué sentido puede tener la obligatoriedad de la enseñanza de
nuestra lengua si no cabe el deber de conocerla por parte de los
gallegos? ¿Y qué sentido tiene que nuestra lengua sea lengua oficial
en Galicia si no tienen por qué conocerla los que la tienen por lengua
oficial? ¿Qué significa que el gallego es la lengua propia de Galicia si
no rige el deber de conocerla y, por tanto, de estudiarla? […] Según
tal criterio, en la práctica el gallego sería una lengua para objetores de
conciencia. Así como a los secuaces de ciertas sectas religiosas se les
dispensa el uso de las armas, así a los secuaces de la secta galleguista
se les dispensaría el uso de la lengua estatal. Como los primeros
pueden hacer el servicio militar en calidad de enfermeros, a los
miembros de esa secta marginal que se llama galleguismo se les
permitiría el uso oficial de su lengua. Y ésta sería toda la
cooficialidad del gallego. Una situación análoga a la de la tolerancia
de cultos en la Constitución de 1876 (CARVALHO CALERO 1991:
114-115).
V. Necesidades de la democracia lingüística
La función hace el órgano: tal afirmaba la biología clásica. El robustecimiento de
la lengua gallega, su mejoría léxica, la recuperación de sus formas genuínas, la
buena salud del código, en definitiva, dependen de su amplitud y riqueza funcional.
Frente al uso regulado y permitido, la capilaridad social; frente a la hipertrofia de la
oralidad coloquial, el uso público y escrito; frente a la ocultación diglósica y la
disimulación, el uso con naturalidad en cualquier ambiente e interacción; frente a
una tradición negadora de la diversidad y el diálogo intercultural, la única
modernidad democrática posible: aquella que garantice el uso libre, sin restricciones
ni ataduras, de la lengua de cada pueblo, de cada nación. Dígase hombre y están
dichos todos los derechos, proclamó José Martí. Dígase lengua -parafraseamos- y
están dichos todos los derechos humanos.
Por esto, hoy en día, debemos seguir encarando las siguientes paradojas:
(a) En el actual contexto español, contra toda evidencia histórica y científica, se
convierten las lenguas que no son la oficial del Estado en superestructuras
desestabalizadoras del orden estatal y europeo.
(b) Habiendo sido aplicado a estas lenguas, reiteradamente, un desideratum
conservacionista -con arsenal léxico que se traspasó a la misma legislación:
“conservar”, “preservar”, “amparar”, “proteger”…- como si las lenguas
fuesen ballenas, osos, focas…, asistimos a la fractura de toda lógica cuando
se impide, o se entorpece, cualquier medida efectiva de protección, sea en
recursos financieros, delimitación de territorio, espacios sociales, “habitat”
asegurado, sea en la mejoría de condiciones de vida y salud…¿Dónde la
ecología, dónde el equilingüismo?
(c) Gallego, catalán, vasco… son lenguas permanentemente obligadas,
conminadas, a definirse y a legitimarse, en una suerte de tela de Penélope
inacabable, frente a la legitimación “vaticana”, incontrovertible, dogmática,
de la lengua oficial del Estado, el español. Al igual que, en otras áreas
temáticas, se cuestiona el “sobredimensionamiento” de la cuota láctea, de la
pesca gallega, del tamaño del sector público o de los movimientos populares
y/o nacionalistas y nunca se cuestiona el tamaño y expansión de, por
ejemplo, “Coca Cola”, corporaciones bancarias, multinacionales y capital
transnacional, de la misma manera se somete a permanente examen de
permiso legal e institucional el tamaño, extensión social, posibilidades de
futuro… de las lenguas con carnet de identidad y permiso de residencia
problemático. Después de veinticinco años de régimen constitucional, estas
lenguas -cual residentes bajo control- deben renovar periódicamente sus
respectivos permisos de circulación social autorizada.
Como muy bien decía, en visita a Galicia, Rigoberta Menchú, lo que nos hace
falta no es que nos echen una mano, sino que nos retiren la que nos tienen al
cuello… Lo cual, traducido a materia sociolingüística, significa que queremos
conjurar, de una vez, los atributos negativos de la subordinación del gallego. Y es
que, en efecto, bien podríamos colocar, en el frontispicio del conflicto lingüístico
gallego, un verbo latino de fecunda descendencia. Este verbo, premere, tiene una
abundante derivación-composición, que, desde la matriz semántica inicial
(“apretar”, “presionar”, “agobiar” y, también,”ocultar”, “disimular”), es válida para
la caracterización, históricamente adquirida, de la lengua gallega. Ella es,
ciertamente, una lengua oprimida (poderes públicos, dependencia del Estado,
instituciones…); una lengua deprimida, al no tener la utilización polifuncional de
cualquier lengua normal; una lengua reprimida, en los usos secundarios,
directamente castigada (por exclusión); una lengua exprimida, sin savia y sin
proyección de sus mecanismos de actualización y renovación interna; una lengua, en
fin, comprimida, ghettificada, reducida a espacios redundantes y previsibles.
Esta es la crisis que estamos viviendo: entre esta fuerza represora, por un lado, y
toda la vitalidad y potencia del esfuerzo normalizador, por otro, que habría rendido
mucho más si hubiésemos contado con poderes públicos legales respecto de ellos
mismos y respetuosos con aquello de lo que viven y a lo que se deben.

Conclusión
Nos felicitamos por poder compartir con todos ustedes un Congreso necesario y
realista como este que nos acoge. Permítannos que concluyamos apelando a la
autoridad preclara y exacta del que fue nuestra personalidad mayor del siglo XX,
Castelao, cuando reinterpretaba, progresistamente, el mito de la Torre de Babel:
Algunos hombres -gallegos, también- andan hablando de un idioma
universal, único para toda nuestra especie. Son los mismos que buscan la
perfección bajando por la escala zoológica, hasta sentir envidia de las
hormigas y de las abejas. Son los mismos que perdieron el anhelo de llegar a
dioses y reniegan de las inquietudes que produce la sabiduría. Son los
mismos que consideran el mito de la Torre de Babel como un castigo y
reniegan de la vida ascendente. Pero yo les digo que la variedad de idiomas,
con su variedad de culturas, es el signo distintivo de nuestra especie, lo que
nos hace superiores a los animales. Ahí va la demostración: un perro de
Turquía aúlla igual que un perro de Dinamarca; un caballo de las Pampas
argentinas relincha igual que un caballo de Bretaña. ¿Y sabéis por qué?
Porque los pobres animales todavía están en el idioma universal
(CASTELAO 1977: 43).
Muchas gracias por su atención.

BIBLIOGRAFÍA citada

CALVET, Louis- Jean


(1975) Pour et contre Saussure. Vers une linguistique sociale, Payot, Paris.
CASTELAO, Alfonso Daniel Rodríguez
(1944) Sempre en Galiza, Akal, Madrid, 1977.

CARVALHO CALERO, Ricardo


(1991) Umha voz na Galiza, Sotelo Blanco, Santiago de Compostela.

BIBLIOGRAFÍA complementaria

GARCÍA NEGRO, María Pilar


(1991) O galego e as leis. Aproximación sociolingüística, Ed. do Cumio,
Pontevedra.
(1993) Sempre en Galego, Laiovento, Santiago de Compostela.
(2000) Direitos lingüísticos e control político, Laiovento, Santiago de Compostela.

NINYOLES, Rafael Lluís


(1976) Idioma y poder social, Tecnos, Madrid.

RODRÍGUEZ, Francisco
(1976) Conflito lingüístico e ideoloxía na Galiza, Laiovento, Santiago de
Compostela, 1998

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