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Viento Helado de Iggy

VIENTO HELADO de IGGY

PARTE 1

Nuremberg era una ciudad destruida, casi arrasada. Barrios enteros se veían
reducidos a los esqueletos de lo que habían sido edificios, apenas reconocibles
como tales. Para Sarah, aquella visión no era una novedad; desde el final de la
guerra había visitado varias ciudades alemanas, y Nuremberg no se diferenciaba
mucho de Bremen, Colonia o Maguncia, igualmente afectadas por los
bombardeos aliados.

Sin embargo, allí en Nuremberg sentía que se acercaba de alguna forma al


núcleo, a la explicación de toda aquella destrucción. El juicio contra los más
altos jerarcas del régimen nazi ya se venía desarrollando desde hacía varios
meses, si bien a ella no la habían enviado hasta entonces a cubrirlo.

Mientras su coche se desplazaba entre las destruidas manzanas de edificios, se


fijó en cómo el ambiente deprimente se agudizaba por los restos de la grisácea
nieve que se acumulaba junto a las aceras, fundiéndose con lentitud. El final de
aquel terrible invierno se acercaba, pero el sol seguía sin calentar, y las pocas
figuras humanas que se veían caminaban abrigadas y encorvadas, como ateridas
por el frío o tal vez por la desolación.

Al fin se aproximaron al cúbico, masivo y horroroso palacio de justicia de


Nuremberg, milagrosamente salvado de las bombas. Sarah se apeó del vehículo,
sonriendo a su chofer, que se había bajado para abrirle la puerta. Sacando su
identificación, la mostró a los marines norteamericanos. Estos custodiaban la
entrada en traje de combate, con sus fusiles automáticos en ristre, como si
temieran algo. Pero no era así; en cuanto se acercó a ellos, los dos que estaban
más cerca de la entrada le sonrieron, con esa expresión tan típica de los soldados
hacia las mujeres, sobre todo las rubias. Sarah nunca se había tenido por

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particularmente fascinante: su melena rubia-rojiza era unos de sus principales


atractivos, junto a sus ojos verdes. Sin embargo, su escasa talla y su figura más
fuerte que estilizada, junto a su cara redonda y algo ancha, contrastaba con el
tipo de mujer a la moda, impuesto por la elegancia felina de Lauren Bacall.
Aunque allí, en aquella Alemania ocupada y llena de soldados, casi cualquier
mujer podía considerarse una belleza, dada la atención constante que
despertaba.

Sarah no hizo mucho caso, limitándose a mostrar su pase de prensa de la


agencia Reuters: Sarah Cosgrave, periodista, nacionalidad británica, etcétera,
etcétera. Al ser su primer acceso al lugar, hubo de esperar a que se realizaran
inútiles comprobaciones, mientras el más diverso personal pasaba a su lado con
tan sólo un saludo hacia los soldados.

Al fin se le franqueó el paso al interior del siniestro edificio. Los largos pasillos
estaban llenos de soldados también, que al menos servían para indicar dónde se
encontraba cada sala. Había llegado algo tarde, y la sala del juicio casi estaba
llena. Los murmullos llenaban aquel cavernoso recinto; algo desorientada, Sarah
dio con un asiento vacío en la tribuna de prensa, tras lo que echó una ojeada al
lugar. En la sala, de alto techo, se habían dispuesto cuatro estrados, formando
una especie de plaza central por la que se movían los abogados y fiscales, en
torno a sus mesas, cuchicheando y mostrándose papeles y documentos. El
estrado a su izquierda, vacío, sería ocupado en breve por los cuatro jueces
designados por los cuatro "grandes": las tres potencias vencedoras de aquella
guerra, más Francia, que había logrado colarse a última hora en aquella selecta
concurrencia gracias a la habilidad del general de Gaulle y al típico oportunismo
francés.

Frente a ella había un estrado similar al suyo, reservado a los observadores


militares. Estaba lleno, ocupado por marciales individuos que hablaban en voz
baja los unos con los otros. Además, se notaba por las agrupaciones de sus
uniformes, tanto como por la actitud que mostraban, que había una cierta

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desconfianza entre los militares de los diversos países. En particular, la nutrida


delegación soviética se mantenía aparte, hoscamente reacia a confraternizar con
el resto de los aliados.

Sarah, en la tribuna de prensa, se hallaba con mucho en la concurrencia más


bulliciosa del lugar. Después de casi cuatro meses de juicio, parecía que todo el
mundo ya se conocía allí, y los periodistas estaban en pie, formando corrillos y
sin duda intercambiando información y hasta chismes. Sarah, nueva en el lugar
y de todas formas poco interesada en aquellas cuestiones, se mantuvo sentada y
aparte.

Con un esfuerzo deliberado, no exento de morbosa fascinación, obligó al fin a su


cuello a volverse hacia la derecha. Allí, en el estrado más largo, y custodiados por
la policía militar tras ellos, se sentaban los acusados. Sarah no pudo dejar de
sorprenderse por su aspecto normal, hasta banal. Algunos de entre ellos incluso
se inclinaban para cuchichear entre sí, contándose tal vez anécdotas, como sus
sonrisas parecían revelar. No parecían los monstruos que había producido
aquellos horrores sobre los que Sarah se había documentado, y que llevaban
nombres que ya se habían convertido en la expresión del horror: Auschwitz,
Treblinka, Mauthausen...

Sarah sacudió la cabeza, desorientada, al tiempo que escuchaba el aviso del


oficial de la sala. Se puso en pie, viendo desfilar a los jueces con sus togas, tras
lo que se volvió a sentar mientras el rumor en la sala se apagaba.

Sarah reanudó su inspección de los acusados mientras las formalidades iniciales


de la sesión se iban cumplimentando. Probó los auriculares de la traducción
simultánea, pese a que gracias a su dominio del alemán y el ruso apenas los
necesitaría, tan sólo para seguir las intervenciones del fiscal francés.
Funcionaban correctamente, de modo que se los quitó, dejándolos a un lado.

Poseía una buena información en su dossier acerca de todos los acusados, y la

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había estudiado a fondo, pese a que su misión allí no tenía ninguna relación real
con ellos. Aunque dada su auténtica misión, el dossier contenía también
informaciones que no se habían tratado en aquella sala, ni se tratarían.

En realidad, y a falta de los grandes jerarcas nazis, como Hitler, Göbbels o


Himmler, ya muertos, se había intentado formar una buena representación del
régimen juntando en un extremo del estrado a los más conocidos jerarcas
supervivientes, como Göhring, Hess o Ribbentrop, agrupados como para darles
más relieve por pura acumulación. Sin embargo, criminales mucho más
siniestros, con responsabilidades mucho más directas y evidentes, se hallaban
dispersos en la doble fila, en un relativo anonimato proporcionado por su menor
proyección pública, como Frank, Frick o Rosenberg. Sarah contempló a estos
últimos, meneando la cabeza ante su aspecto anodino. Particularmente, Hans
Frank, gobernador general de Polonia en la época de los campos de exterminio,
resultaba sorprendentemente vulgar, con su calva y su apariencia de funcionario
de baja categoría.

Sin embargo, no era aquello lo que la había traído hasta allí. Dirigió su mirada
de vuelta al frente, a la tribuna de observadores militares. Su dossier contenía
también una detallada descripción de quienes allí se sentaban, pues su
verdadera misión los concernía a ellos.

Pasó la vista por el apretado grupo de oficiales soviéticos, tan serios y


concentrados, al tiempo que abría su carpeta. Repasó caras, comparándolas con
las fotos de su dossier, uno a uno, concienzudamente. La información de que
disponía incluía nombre, edad, graduación, historial y diversas recomendaciones
realizadas por sus superiores, a las que debía ceñirse en la medida de lo posible.
Siguió estudiándolos, fila tras fila, hasta que una mirada la sorprendió. Bajó su
vista hasta el dossier. La foto en blanco y negro no revelaba la fuerza de aquella
cara, sobre todo la intensidad de aquellos ojos azules. Ya era bastante raro
encontrar a otra mujer en aquella sala, aparte de las secretarias y traductoras, y
todavía más entre la delegación militar soviética, pero en aquella oficial había

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algo más. Seguía con una tremenda intensidad todo lo que se decía, y su mirada
de hielo solía posarse sobre los acusados con una intensidad inusitada.

El dossier le reveló sus datos: teniente Nadia Ivánovich Von Kahlenberg, 31 años,
observadora delegada por el mando militar de Berlín. A las órdenes directas ni
más ni menos que de Zhúkov, comandante de la zona de ocupación soviética y
junto a Koniev héroe oficial de la batalla de Berlín. Lo primero que llamó la
atención de Sarah, aparte de la intensidad de aquella mirada, fue su apellido,
alemán. Y no sólo alemán, sino aparentemente aristocrático. El dossier le dio
una rápida explicación: era de origen estonio, perteneciente a la minoría de
origen germánico que había formado la nobleza de aquel país ahora incorporado
a la U.R.S.S. Sin duda su conocimiento del alemán y de las circunstancias de la
guerra junto a Zhúkov explicaban su presencia allí, aunque su presencia en el
Ejército Rojo no dejaba de resultar extraña, dados sus antecedentes nacionales.
Su historial, sin embargo, era particularmente anodino, con puestos de muy
escasa relevancia durante la preguerra y la mayor parte de la guerra, hasta que
extrañamente había sido destinada al estado mayor del general Zhúkov hacia el
final del conflicto, ya durante la invasión de Alemania.

Como Sarah sabía, los historiales anodinos acompañados de presencias poco


explicables en lugares clave solían indicar con precisión a los agentes de
inteligencia. Aquello era lo que realmente la había traído hasta allí, de modo que
fijó su atención en aquella mujer en particular. Su seriedad era impresionante,
sobre todo cuando se volvía hacia la tribuna de acusados; la intensidad de su
mirada resultaba incluso turbadora. El resto de delegados soviéticos tampoco
parecían muy distendidos, no allí en la zona de ocupación americana, desde
luego, pero de vez en cuando sonreían y se daban codazos ante algún error de la
traducción simultánea. No ocurría así con ella; su cara no cambiaba su
expresión bajo ninguna circunstancia, sus finos labios jamás se estiraban en
una sonrisa. Además, a diferencia del resto, apenas tomaba notas en su carpeta,
lo cual no dejaba de ser interesante. Para no caer en el mismo revelador detalle,

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Sarah dedicó a partir de entonces algo de atención al desarrollo del proceso.


Mientras tomaba superfluas anotaciones, el presidente del tribunal, el británico
Lord juez Geoffrey Lawrence, anunció el receso de mediodía.

Todo el mundo se puso en pie, al tiempo que los murmullos se reanudaban,


comentando la sesión. Sarah contempló a quien ya había denominado como su
objetivo primario. Sin hablar con nadie, había eludido los corrillos que habían
formado los delegados soviéticos y abandonado la sala.

Sin apresurarse, Sarah siguió a los grupos de periodistas hasta lo que resultó ser
el comedor, dentro del mismo edificio de los juzgados. La sala poseía todo el
ambiente de los comedores de oficiales, con la larga barra de acero tras la que se
afanaban los cocineros sirviendo platos. Sarah imitó a los periodistas que la
precedían y tomó una bandeja de metal, sumándose a la cola. Apenas optó por
un plato de gulasch y un vino tinto, probablemente horroroso, tras lo que se
plantó en medio de la sala, sosteniendo su bandeja con ambas manos y mirando
a derecha e izquierda. Las diversas mesas se iban ocupando en medio del
bullicio, aunque varias estaban aún vacías. Entonces vio a su objetivo, que se
hallaba extrañamente solitaria, ya dando cuenta de su almuerzo.

¿Debería intentar una primera aproximación? No resultaba conveniente


precipitarse, desde luego. Sin embargo, una demora tampoco serviría de mucho.
Dudó, mientras un grupo de animados periodistas la adelantaban, sin hacerle
caso. Entonces decidió que tanto su cobertura como periodista, como la
condición de mujer de ambas, ella y su objetivo, le daría una buena excusa para
una primera aproximación. Seguiría su papel como periodista femenina,
necesariamente superficial según todos los estereotipos.

Se acercó a la solitaria mesa de su objetivo con decisión, aunque justo antes de


establecer contacto volvió a dudar. ¿La interpelaría en alemán, inglés o ruso? Su
conocimiento del ruso tal vez despertase sus suspicacias. Aunque bien pensado,
lo mejor era no ocultar nada; si lo hacía, posteriormente el hecho de que supiera

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hablar ruso supondría un motivo de desconfianza. Como se solía recomendar en


los servicios de inteligencia: di siempre la verdad, salvo cuando suponga un
problema evidente, y sobre todo si te sirve de algo.

- Hola, ¿puedo sentarme aquí, por favor? - preguntó al fin en ruso, exhibiendo su
mejor sonrisa de chica espontánea y banal.

Su objetivo levantó la vista, con una expresión de evidente fastidio. Sin embargo,
al establecer contacto visual, su cara cambió, y por un instante incluso pareció a
punto de sonreír. Pero ello no ocurrió; su expresión volvió a cerrarse, aunque
hizo un gesto con la mano, al tiempo que se encogía de hombros y decía, también
en ruso: - ¿Por qué no?

Sarah se sentó a su lado, alisándose la falda y dejando su bandeja sobre la


mesa. Contempló la de su interlocutora, que ya casi había dado cuenta de su
almuerzo, y empuñó su tenedor al tiempo que decía: - Me llamo Sarah, Sarah
Cosgrave, y soy periodista de la agencia Reuters, acabo de llegar y no conozco a
nadie. Pensé que tal vez, siendo casi las dos únicas mujeres por aquí, podríamos
charlar un poco.

Ella se volvió a encoger de hombros, reacia al parecer a iniciar una conversación.


Sarah aprovechó para echarle un vistazo más de cerca. Había dejado su gorra de
plato junto a su bandeja, revelando ahora su melena oscura, recogida tras sus
orejas. Sus ojos eran todavía más impresionantes que vistos de lejos, de un azul
intensísimo, fríos e implacables en aquella cara tan seria. Sarah decidió que iba
a precisar de toda su insistencia para hacerla salir de su mutismo.

- Me han enviado para que haga una serie de reportajes distintos, para que dé
un punto de vista femenino. Y me ha sorprendido verla aquí, teniente...

Calló, invitándola a presentarse de una vez. El truco la hizo dudar, pero el fin
respondió: - Teniente Von Kahlenberg. Su ruso es muy bueno, señorita Cosgrave.

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Señorita, supongo.

- Oh, muchas gracias, y sí, desde luego que señorita, pero llámeme Sarah, por
favor. - rió ella, aprovechando la ocasión para intentar distender el ambiente, tan
tenso. - Me gustaría hacerle algunas preguntas para mi reportaje, sería
interesante conocer su punto de vista sobre este juicio, y de paso dar a conocer
que también hay mujeres por aquí, no sólo esos estirados jueces y fiscales... Algo
de interés humano tal vez...

- No creo que sea una buena idea. Desde luego, no voy a concederle una
entrevista, no es mi función ni mucho menos. - Tras decir esto, se echó hacia
atrás en su asiento. - De todas formas, tengo mucho que hacer. Ahora, si me
disculpa...

Sarah levantó la vista, puesto que la teniente se había puesto en pie. En un


último intento, le dijo: - Está bien, pero al menos concédame la posibilidad de
charlar un rato con usted. ¿Hay algún lugar al que suelan acudir los oficiales
soviéticos en Nuremberg después del trabajo?

Ya de pie, la teniente pareció dudar, mirando hacia un lado y otro, como si


pensase en marcharse sin más. Al fin, bajó la vista y dijo, con cara de estar ya
arrepintiéndose de hacerlo: - Sí, a veces vamos a cenar a la Rauchstube.

Dicho esto, dio media vuelta y se marchó, sin siquiera haberle dicho su nombre
de pila, que Sarah ya sabía que era Nadia gracias a su dossier. Debería recordar
no mencionárselo hasta que ella se lo dijera, para no levantar sospechas.

Bueno, al menos era un primer contacto. Tal vez consiguiera algo después de
todo, pensó. Con este magro éxito se concentró de nuevo en su comida, antes de
que tuviera que volver a la sala de juicio para la sesión de la tarde.

Nadia no apareció por la sala de juicio en toda la tarde, de modo que Sarah se
limitó a reflexionar acerca de su misión. Desde luego, no era que el gobierno

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británico no estuviera en buenos términos con el soviético, sobre todo desde la


llegada al poder de los laboristas del primer ministro Atlee. Sin embargo, el MI6
prefería tener todos los cabos atados, sin cerrarse ninguna puerta. A nadie se le
escapaba que la alianza con los soviéticos había sido dictada por las necesidades
de la guerra, y que fácilmente podía abrirse un período de confrontación, aunque
de momento la colaboración era franca. Debía recordar aquello; sus
instrucciones del servicio de espionaje exterior británico enfatizaban la necesidad
de evitar provocaciones con los "amigos" soviéticos, al menos de momento. Su
aproximación debería ser discreta, andando siempre sobre seguro, aunque sin
olvidar su misión: abrir canales de información dentro de la NKVD, la policía
secreta soviética. Tal vez la teniente Von Kahlenberg sirviera a aquel propósito, si
realmente formaba parte de ella.

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PARTE 2. Autor: Ignacio

La casa en la que se alojaba Sarah pertenecía a una discreta familia burguesa


alemana de mediana edad. La clase de gente que había apoyado a Hitler, se dijo,
aunque resultaba difícil culpar de algo a aquella amable pareja que ahora
alquilaba las habitaciones de su casa para capear los malos tiempos. Sarah
saludó a la señora Bauer, asegurándole que cenaría fuera, y salió a la calle.

Hacía ya tiempo que la tarde había declinado, y aunque todavía era temprano,
estaba oscuro como boca de lobo. El alumbrado público seguía casi totalmente
inoperante, de modo que la oscuridad aumentaba la sensación de frío. Sarah se
arrebujó en su largo abrigo, más grueso y cálido que elegante, y echó a andar.
En primer lugar, debía realizar una tarea para la que la discreción resultaba
imprescindible, razón por la que no había llamado a su coche.

Las callejuelas del centro medieval estaban totalmente desiertas, y puesto que
allí tampoco había tráfico, el silencio era abrumador. Aquello tenía múltiples
ventajas, por supuesto: la principal, que nadie podría seguirla sin que ella se
enterase. Su propio taconeo sobre el empedrado suelo ya resonaba de forma
imposible de ocultar.

El centro de Nuremberg se había salvado de las bombas, puesto que allí no había
nada de interés para el mando aliado: ni fábricas, ni unidades militares, ni sedes
del gobierno. Así, salvo por alguna bomba perdida, el centro histórico se había
mantenido incólume. Sarah se dirigía, sin embargo, al lugar de impacto de una
de aquellas bombas perdidas. Revientamanzanas, las llamaban los de la Royal
Air Force, y no sin razón.

Al llegar allí, pudo ver un solar completamente vacío, rodeado de varios edificios
en ruinas. El sitio, oscuro y siniestro a más no poder, escondía en alguna parte
una pequeña caja metálica, en un lugar que sólo Sarah y su contacto conocían.
Revisando entre las pilas de ladrillos derruidos, Sarah la encontró con facilidad.

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No sin antes mirar a uno y otro lado, se inclinó sobre ella. Introdujo el pequeño
papel con el mensaje cifrado, la cerró y volvió a incorporarse. De nuevo miró a su
alrededor, algo nerviosa. El movimiento que había entrevisto por el rabillo del
ojo, y que la había sobresaltado, se debía tan sólo a un gato, flaco y negro como
la noche, que se deslizaba sigiloso por entre las ruinas. Sarah sonrió, aliviada, y
se apresuró a abandonar aquel lugar.

Su segundo destino sería con toda probabilidad mucho más alegre, y se hallaba
también en pleno centro de la ciudad. Ambos estaban relacionados, puesto que
había decidido centrarse, al menos de momento, en la teniente. El mensaje que
acababa de enviar la pondría en contacto indirecto con un infiltrado en el
gobierno militar de la zona de ocupación soviética. No conocía su nombre, puesto
que no le hacía ninguna falta, pero sabía la clase de información que podía
proporcionar. Que era bastante limitada, por cierto. Así, había pedido
información adicional sobre la teniente Von Kahlenberg: cuáles habían sido sus
misiones y su cometido durante su período en el estado mayor de Zhúkov. Debía
conocer al máximo sus antecedentes, si quería desentrañar sus motivaciones.
Para lograr lo que se proponía, iba a necesitar saber qué podría ofrecer a cambio.
En unos días recibiría respuesta.

Mientras pensaba en esto, sus pasos la llevaron hasta la puerta de la


Rauchstube, la taberna que sería su siguiente destino aquella noche. La cálida
luz y el animado rumor que salían por sus pequeñas y veladas ventanas
contrastaban fuertemente con la oscura y húmeda calle. Se trataba de un
semisótano, con una entrada que se hundía bajo el nivel de la calle tras un corto
tramo de escaleras. Con decisión, Sarah las recorrió, empujando la pesada
puerta de madera para acceder al interior.

En una sala de techo bajo se veía un mostrador a un lado, con mesas


abarrotadas al otro. Como su nombre indicaba, la taberna estaba llena de humo,
además de toda la alegría y el ruido de las conversaciones y las risas. En efecto,
parecía tomada por los rusos, puesto que sus uniformes se hallaban presentes

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por todas partes. La entrada de Sarah apenas interrumpió la animación, aunque


al quitarse el abrigo en aquella sofocante atmósfera, varias miradas de soslayo la
recorrieron de arriba a abajo. En todo caso, no era la única mujer allí presente.
Los grupos en torno a las mesas estaban formados por soldados soviéticos, pero
acompañados de mujeres alemanas, todas bonitas y muy arregladas. Las mesas
se hallaban cubiertas de jarras de cerveza, vasitos de vodka y platos con
salchichas. Las conversaciones se desarrollaban en un chapurreado alemán,
punteado de sonoras exclamaciones en ruso; los soldados sin duda lo pasaban
en grande allí. Sarah, recorriendo las mesas con la vista, no logró dar con la
persona a la que buscaba. Se dirigió a la barra, donde una exuberante y rubia
alemana, vestida con una típica blusa que dejaba los hombros desnudos y una
falda acampanada la atendió. Al escuchar el apellido de Nadia, señaló con la
cabeza hacia el fondo de la sala. Allí, en un rincón mal iluminado y sentada a
una pequeña mesa, pudo distinguir entonces a la teniente. Se hallaba solitaria,
vuelta de espaldas a la concurrencia.

Sarah se dirigió hacia ella. Apoyada sobre sus codos, y con una enorme jarra de
cerámica frente a ella, la teniente Von Kahlenberg no la vio hasta que se plantó
delante suyo.

- ¡Hola! - exclamó Sarah, dispuesta a llevar algo de la animación del local hasta
la adusta soviética. - Me alegro de encontrarla. ¿Me permite... teniente...?

No pareció sorprendida de encontrarla, aunque tampoco entusiasmada. Se


encogió de hombros de nuevo, al tiempo que Sarah tomaba asiento frente a ella y
al resto de la sala.

- Puede llamarme Nadia si quiere. - respondió con reluctancia.

- Está bien esto, ¿eh, Nadia? - le comentó nada más sentarse. - Tienen aquí un
pequeño cuartel general ruso. ¿No les molestará que venga alguien de fuera?

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- Oh, no, - respondió Nadia, al tiempo que esbozaba algo parecido a una sonrisa,
- no si es una chica joven y bonita.

Sarah sonrió ante el cumplido, animada al comprobar que tal vez lograría iniciar
una conversación después de todo. Oteó el interior de la jarra de la teniente:
vacía. Se volvió en busca de una camarera, si bien fue Nadia la que, alzando su
mano, hizo acudir a la que la había atendido antes tras la barra.

- ¿Qué quiere tomar? - le preguntó Nadia con seca amabilidad mientras la


camarera esperaba a un lado en silencio.

- Me gustaría comer algo. ¿Usted ya ha cenado?

- No, aunque no tengo demasiada hambre. Pero pida lo que guste, yo invito.

Sarah agradeció el ofrecimiento con un movimiento de cabeza, aceptándolo


implícitamente.

- Esas salchichas tienen buen aspecto. Y tráigame también una cerveza pequeña,
por favor. - se decidió Sarah, consciente de lo que los alemanes entendían por
una cerveza "mediana".

- A mí tráeme un vodka. Y apúntalo todo en mi cuenta - añadió Nadia


dirigiéndose a la camarera.

Sarah sonrió de nuevo, acomodándose sobre el duro asiento de madera. La


bebida sin duda ayudaría a hacer la conversación más fluida. De momento, a
falta de la información que acababa de solicitar a su contacto, lo mejor sería
abrir un canal de comunicación y confianza. Eso sería mejor, mucho mejor que
tratar de obtener una información para la que todavía no sabía qué preguntas
debía realizar.

- Como ya le dije, - empezó, - mi agencia está interesada en dar una información


más humana sobre todo este asunto. El público ya está harto de toda esa

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sucesión de testimonios de atrocidades, términos leguleyos y demás. Por eso, al


ver a una mujer entre los observadores militares, me he dicho: Sarah, ahí tienes
una historia interesante.

Al llegar la camarera con la bandeja, Sarah se interrumpió, haciéndose a un


lado. Mantuvieron el silencio mientras el plato, los cubiertos y los vasos eran
depositados sobre la vetusta mesa de roble. De inmediato, reanudó la
conversación.

- No es que quiera hacer un reportaje sobre usted si no lo desea, tan sólo quería
ambientar lo que rodea al proceso, no se preocupe.

- Hay poco que decir. - respondió Nadia, mientras Sarah empuñaba un tenedor y
cazaba del plato entre ellas una de las pequeñas y especiadas salchichas típicas
de la ciudad. - El mando militar de Berlín está muy interesado en el proceso,
como es natural, y me ha enviado como observadora. Eso es todo.

- Sí, pero, ¿una mujer? Además, ¿por qué precisamente usted? ¿Está
especializada en leyes?

Nadia se puso muy seria de repente. Sarah se maldijo; no debía hacer tantas
preguntas si quería ganarse su confianza. Sin embargo, su interlocutora
respondió con precisión.

- La igualdad en el estado socialista es absoluta; es intrascendente que yo sea


mujer u hombre para el desempeño de mi misión. En cuanto a mí, las razones
por las que me hallo aquí no tienen nada de particular; tan sólo soy asesora de
estado mayor, eso es todo.

- Vaya, pues no se ven muchas mujeres entre los gobernantes soviéticos... -


repuso Sarah, si bien decidió de inmediato que una polémica ideológica no la
llevaría a buen puerto, así que rápidamente prosiguió. - Pero dejemos eso.
¿También soltera?

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- Sí. - fue toda la respuesta que obtuvo. La teniente aprovechó para vaciar su
vasito de vodka de un trago, pidiendo otro a continuación.

- Lo que más me ha llamado la atención de usted es su apellido. ¿Puedo


preguntarle acerca de sus orígenes?

- Mmm... Bien, es sencillo. Mi familia formó parte de la aristocracia de Estonia,


que como sabrá, o tal vez no, es de origen germánico aunque se remonta a la
Edad Media. Cuando en 1940 Estonia fue liberada de la tiranía de su falsa
democracia burguesa, gracias al Ejército Rojo, mis padres marcharon a Suecia.
En cambio, yo opté por unirme a la revolución socialista, en la que ya había
militado durante la época anterior, desde mi juventud, en el Partido Comunista
de Estonia. Me siento orgullosa de ello; en el socialismo las diferencias
nacionales también carecen de importancia.

Sarah escuchó la sorprendentemente larga parrafada con mudo interés. Nada


más terminar, Nadia volvió a beberse su segundo vodka de un trago y pidió otro
más, con gesto desenvuelto. Su actitud no era sorprendente; el resto de oficiales
y soldados presentes ya habían dado cuenta de una cantidad mucho mayor de
bebida.

Comprendió que replicar a su alegato no traería consecuencias agradables, de


modo que quedaron calladas durante unos incómodos instantes. En esos
momentos de silencio, Sarah notó otra cosa: Nadia eludía mirarla directamente a
los ojos, lo había hecho en casi todo momento. Contemplaba algún punto
situado justo por encima o a los lados de su cara, pero casi nunca la miraba
francamente, de frente. Aquello no dejaba de ser extraño en una mujer de su
aplomo.

Echándose hacia atrás, Sarah dio por concluida su cena. En ese instante, y
rompiendo el silencio que se había hecho entre ellas, Nadia extrajo un arrugado
paquete de tabaco, recorrido por algunas palabras escritas en alfabeto cirílico, y

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extrajo un cigarrillo directamente con sus labios. Ya lo tenía entre ellos, y


buscaba su encendedor, cuando la miró a ella de nuevo.

- Oh, lo siento, qué poca cortesía. ¿Quiere fumar? - le preguntó, tendiéndole el


paquete.

Sarah debió dudar por un corto instante, porque Nadia sonrió un poco,
insistiendo.

- Son muy buenos, búlgaros. Nada que envidiar a su tabaco rubio americano, se
lo aseguro. Muchas de las mujeres que acuden aquí lo hacen tan sólo para que
los chicos se los ofrezcan.

Volvió a sonreír con un extraño humor, el cigarrillo todavía apagado


sosteniéndose en precario entre sus labios. Sarah le devolvió la sonrisa,
aceptando el ofrecimiento.

- Muchas gracias, lo probaré. - dijo, extrayendo un cigarrillo.

Nadia sacó entonces un pequeño encendedor plateado. La llamita surgió de


repente entre ellas, y se la ofreció en primer lugar, protegiéndola inútilmente con
la palma de su mano izquierda. Sarah se inclinó hacia delante, y mientras
extraía la primera bocanada de humo, notó el roce del dorso de aquella mano
sobre su mejilla. Por un instante se miraron directamente a los ojos, desde muy
cerca. Sin embargo, de repente Nadia rompió el contacto visual y se echó atrás
contra el respaldo de su asiento, tan súbitamente como si hubiese recibido una
bofetada.

Mientras la teniente cruzaba las piernas y se repantigaba, encendiendo su propio


cigarrillo y echando una gran bocanada de humo y una displicente ojeada a su
alrededor, Sarah paseó también su mirada por la sala. Algunos de los soldados
ya estaban algo más que medio borrachos, y se propasaban con las chicas;
algunas de ellas no se acababan de resistir, e incluso había varias sentadas
sobre las rodillas de los soldados. Sin embargo, la verdadera actitud de Nadia
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hacia ella se hallaba muy lejos del desenfado y las obvias intenciones de aquellos
soldados; más bien parecía que iba del desprecio a la indiferencia, y en aquel
mismo instante se situaba en lo último.

Pese a lo peculiar de la situación, Sarah se obligó a reanudar la charla.


Consciente de la tensa atmósfera, dirigió la conversación hacia los temas más
banales, eludiendo toda polémica: la vida cotidiana en Nuremberg, los rumores
que rodeaban el juicio, incluso el clima. Nadia, aparentemente desinteresada, le
respondió con monosílabos, ya sin mirarla apenas, ni de frente ni de soslayo.
Cuando su parloteo pareció terminar de cansar a su interlocutora, Sarah se puso
en pie, algo entristecida por la falta de resultados para sus esfuerzos, se alisó la
falda y preguntó:

- ¿Sabe dónde está el lavabo de señoras?

Nadia hizo un desganado gesto con el pulgar hacia una escalera de madera. Sin
más comentarios, Sarah se dirigió hacia allí, aunque mientras lo hacía le pareció
escuchar el chirrido de la silla de Nadia al levantarse esta. Creyendo que tal vez
la iba a acompañar, continuó caminando sin darle mayor importancia. Para
acceder a la escalera se debía entrar en una especie de pequeña habitación,
oscura y oculta a las miradas desde la sala principal, hacia donde se encaminó.

En ese estrecho rellano que daba a la escalera, Sarah se volvió para subir,
cuando sintió un empujón en el hombro que la hizo volverse, dando con su
espalda contra la pared. Nadia la encaró entonces, alta y amenazante. Estaba
muy seria, y notó que sus ojos brillaban con intensidad en la penumbra.
Colocándose muy cerca de ella y cerniéndose por encima suyo, sus brazos la
arrinconaron contra una esquina.

- Escúchame bien, - farfulló un poco, el alcohol trabando algo sus palabras, -


niñata. No quiero que te vuelvas a acercar a mí, ¿comprendes? - reforzó su
pregunta con un nuevo empellón que la hizo dar de espaldas contra la pared, al

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Viento Helado de Iggy

tiempo que proseguía. - No quiero saber nada de ti, ni de tus estúpidas historias
de interés humano. ¿Está claro?

Sarah, tomada por sorpresa, asintió. No se había esperado aquello, y en un


primer momento se acobardó. Sin embargo, poco a poco recuperó el dominio de
sí misma. Cerró su sorprendida boca y asintió despacio de nuevo, sin pronunciar
palabra. Aquello pareció bastar a la teniente, que dio una brusca media vuelta y
volvió por donde había venido.

Todavía extrañada, Sarah recompuso su blusa, se alisó el cabello y, tras una


mirada a su alrededor, subió hasta el lavabo. A su vuelta, y tras recorrer con la
mirada la sala, comprobó que Nadia se había marchado.

* * * * * * * * *

La mañana siguiente resultó fría y gris. Tras la ventanilla de su coche, Sarah


veía la cellisca cayendo en copos densos y líquidos, tal vez la última nevada de la
temporada. A la luz indistinta del amanecer, la ciudad se veía desierta,
abandonada. Sarah luchó por abandonar el estado de ánimo que el tiempo y los
acontecimientos de la noche anterior le provocaban; fracasó. Era extraño que su
intuición la hubiese engañado de aquella forma. Habría jurado que la teniente,
pese a sus discursos, no respondía al estereotipo del fanático soviético. Tal vez
no se había equivocado, pero de lo que no cabía duda era que algo había fallado.
Lo primero, en una misión como aquella, era ganarse la confianza del objetivo, y
había fracasado miserablemente.

A su llegada al palacio de justicia, recorrió el largo pasillo tratando de


concentrarse de nuevo, cosa que no acabó de conseguir. Seguía sin poder
quitarse de la cabeza lo ocurrido la noche anterior. ¿En qué se había equivocado,
qué había provocado aquella reacción? Precisamente cuando ya parecía que todo
marchaba bien, cuando ya se llamaban por el nombre de pila y parecían a punto
de tutearse... cuando en definitiva se había iniciado una cierta confianza, todo
había saltado por los aires.

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Viento Helado de Iggy

Ya sentada en su lugar en la sala de juicios, Sarah levantó la vista. Desde su


asiento contempló la tribuna opuesta, buscando aquella inconfundible mirada
azul. No la vio por ningún lado. No estaba allí; Sarah volvió a bajar la vista,
decepcionada.

* * * * * * * * *

A lo largo de tres días, la situación se repitió: entraba en la sala, buscaba con la


vista a la teniente, no la hallaba y bajaba la vista desengañada de sus
esperanzas. Su orgullo profesional se resentía de aquello: era penoso que su
juicio o su actuación hubiera llevado a un fracaso tan instantáneo. En cuanto al
paradero de la teniente, era perfectamente posible que hubiera sido trasladada a
otro destino. Podía averiguarlo, pero aquella información no le sería de gran
ayuda, y podría atraer una atención indeseada sobre su persona. Por tercer día
se decidió a buscar un nuevo objetivo, y de nuevo encontró un argumento para
no hacerlo: con toda probabilidad, aquella noche recibiría respuesta a su
consulta sobre la teniente. Lo mejor sería no cambiar de objetivo hasta que
tuviera todos los datos. De cualquier forma, este tipo de misiones no convenía
tomárselas con prisas. Dejaría todos los cabos sueltos bien atados antes de
pasar a otro objetivo, se dijo a sí misma por enésima vez.

La entrada de los jueces la sacó de su ensimismamiento, y tras sentarse de


nuevo decidió revisar la delegación soviética a la búsqueda de un posible nuevo
objetivo, pese a su renuencia anterior. Sin embargo, no lograba concentrarse, y
al fin abandonó su carpeta y pasó a prestar algo de atención al desarrollo del
proceso.

En aquel instante, el fiscal soviético interrogaba al mariscal Göhring, que se


limitaba a responder con monosílabos a las tremendas y encendidas parrafadas
que se le dedicaban. Göhring parecía más abotargado que de costumbre, sus
amplias mejillas flácidas y hundidas, su mirada extraviada. Aseguraba no saber
nada de nada, parecía hastiado e incluso medio dormido.

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Viento Helado de Iggy

Göhring era tal vez la figura más patética de aquel juicio, como Sarah bien sabía.
Sus informes incluían datos que no se tratarían en el juicio, porque no
interesaban a la acusación ni tampoco a la defensa de quien tal vez fuera la
figura más popular del régimen nazi. Su posición siempre había sido ambigua;
para empezar, como héroe de guerra había representado un importante papel en
el ascenso del partido nazi.

Al fin y al cabo, Herman Göhring era el único de entre toda aquella gentuza que
había sido famoso por méritos propios antes del ascenso del nazismo. Había sido
el último superviviente de aquellos legendarios y románticos ases de la aviación
de principios de siglo: integrado en la famosa escuadrilla del Barón Rojo, había
sido de los pocos en sobrevivir a la Primera Guerra Mundial, a diferencia del
propio barón Von Richthofen, finalmente derribado tras innumerables triunfos.
En consecuencia, había sido hábilmente utilizado por la propaganda nazi como
símbolo de su estrategia de revancha, en lo cual él había colaborado
entusiastamente. Tras su ascenso al poder, Hitler lo nombró ministro del Aire,
desde el que Göhring había demostrado su incomparable incompetencia.
Alcohólico, adicto a la morfina, su papel real durante el régimen había sido el de
simple mascarón de proa. Ahora, privado de sus numerosos vicios, languidecía a
la espera de la inevitable condena. Lo más curioso de su trayectoria era un hecho
que no se había mencionado allí, ni se haría: amigo de unas pocas familias
judías, había logrado sacarlas del país a tiempo, de forma discreta, como bien
sabían los servicios secretos. Sin embargo, aquello quedaría fuera del proceso;
por una parte, demostraría que Göhring no era el monstruo que convenía que
pareciera. Por otra, evidenciaría que el acusado sabía bien, desde época
temprana, el terrible destino que esperaba a los judíos bajo el régimen nazi.

Siguiendo las apagadas evoluciones del acabado mariscal, la mañana pasó


deprisa, sin que la teniente soviética hiciera acto de presencia. El final de la
sesión los puso a todos en pie para la salida de los jueces, tras lo que la
concurrencia desfiló hacia la cafetería. Por el camino, algunos grupos de

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Viento Helado de Iggy

periodistas compatriotas la animaron a unirse a ellos durante el almuerzo, pero


ella los rechazó. Necesitaba reflexionar.

Llevó su bandeja hasta una mesa apartada, de espaldas al resto del comedor.
Mientras consumía su comida sin saborearla - demonios, aquellos cocineros
militares americanos eran pésimos - iba repasando mentalmente de nuevo los
acontecimientos de última noche en que había visto a Nadia.

Por más vueltas que le daba, no se explicaba las razones de la extraña reacción
de Nadia. No la había ofendido, no había replicado ni discutido sus invectivas
revolucionarias... Ahora que lo pensaba, tal vez aquello había sido una
provocación para forzar una discusión que acabase como al final habían
terminado. Sin embargo, aquello, suponiendo que fuese cierto, no aclaraba el
porqué había querido Nadia acabar mal con ella.

Sarah sacudió la cabeza, desorientada. Aquello no la llevaba a ninguna parte; el


intento había fracasado y en consecuencia era asunto terminado. El informe que
había solicitado, por tanto, resultaría inútil cuando llegase. Cabizbaja, trató de
despejar su mente y concentrarla en la búsqueda de un nuevo objetivo, cuando
vio un par de botas plantadas ante su mesa. Levantó la vista y allí estaba ella.

* * * * * * * * *

Seria, alta, los finos labios muy apretados, la miraba con una extraña
intensidad. Sólo una mano se salía de su envarada rigidez, para posarse quizás
nerviosa sobre la mesa. El otro brazo se hallaba pegado a su costado, reteniendo
contra su cuerpo la gorra de plato. Tras unos instantes de embarazoso silencio,
fue Nadia quien lo rompió, sin moverse.

- Quería presentarle mis disculpas, pese al retraso. Mi comportamiento fue


inexcusable.

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Viento Helado de Iggy

Tras esto quedó quieta, como esperando una respuesta, aunque su expresión no
parecía pedirla. No parecía ansiosa, sino indiferente, a menos que estuviera
intentando ser inexpresiva. Sarah tardó en reaccionar, quizás demasiado. Desde
luego, no había esperado aquello. Aunque tal vez sí, oculto incluso para ella
misma, lo había deseado. Comprendió que podía parecer maleducada, así que
cambió su expresión de sorpresa por lo que deseó que fuera una desenvuelta
sonrisa, y dijo:

- No tiene ninguna importancia, ya está olvidado. ¿Quiere sentarse?

La teniente miró a un lado y a otro, dudando de forma clara. Al fin se sentó,


envarada, negándose de forma obstinada a mirar directamente a Sarah. Esta
trató de pensar con rapidez para sacar provecho de la extraña situación. Por
alguna razón, la soviética había preferido dar la cuestión por cerrada tras su
exabrupto. Resultaría interesante conocer sus razones; sin embargo, lo mejor
sería no precipitarse y aprovechar en cambio el puente tendido.

- Me alegra que me dé la oportunidad de devolverle su invitación, teniente. ¿Sabe


de algún otro lugar donde podamos cenar? Ya sabe que soy nueva aquí, de modo
que me haría un gran favor si me mostrase los lugares más interesantes.

La suboficial la miró de reojo. Sarah creyó ver una expresión acobardada en ella,
como si sus casuales palabras la hubieran afectado de alguna manera profunda.
Aquello era cada vez más extraño, se dijo Sarah en silencio. La actitud de Nadia
resultaba errática, incomprensible. Sin embargo, y para sus propósitos, era
también muy interesante. Si lograba desentrañar las extrañas motivaciones de
su objetivo, se hallaría en el camino de alcanzar el éxito en la misión que tenía
encomendada.

Al fin, tras una última mirada de reojo a ninguna parte, Nadia pareció tomar una
decisión.

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Viento Helado de Iggy

- Sí, desde luego. Conozco un lugar más elegante que la Rauchstube. Suelen
acudir oficiales de todos los ejércitos de ocupación, pero no soldados: el
American Steakhouse. No se preocupe; pese a su nombre, tiene una aceptable
carta francesa. Estaré encantada de... acompañarla.

Sarah decidió que lo mejor sería la naturalidad. Ignorando la tensión y la extraña


pausa en la respuesta de su interlocutora, aceptó con una sonrisa desenvuelta.

- Estupendo, se lo agradezco. Ahora... - Sarah se puso en pie, lo cual provocó


que su interlocutora hiciera súbitamente lo mismo - si no le importa, el juicio
está a punto de reanudarse. ¿A las siete?

- Muy bien. - fue toda la respuesta que recibió. Por alguna razón, la teniente no
la acompañó, sino que quedó atrás, de pie junto a la mesa tal y como había
quedado. Sarah se alejó sintiendo un cosquilleo entre sus omóplatos, como si la
mirada de la mujer la siguiese fijamente a lo largo de todo el trayecto hasta la
puerta.

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Viento Helado de Iggy

PARTE 3

La sesión de tarde se pasó entre las miradas que se cruzaban las dos, de la
tribuna de observadores a la de periodistas. Nadia acudió a aquella sesión,
dando a Sarah nuevos motivos de reflexión. Sus motivaciones se le hacían cada
vez más misteriosas, casi erráticas. Sin embargo, debía haber alguna causa,
tanto al incidente como a la insospechada reaparición.

Podría ser algo obligado, se dijo Sarah en un primer momento. La adusta y


misteriosa suboficial tal vez temía un escándalo, considerando que ella era
periodista. Un titular periodístico del tipo "Oficial soviética agrede a periodista
británica" podría resultar sumamente embarazoso, incluso adquirir la categoría
de incidente. Para Nadia, sobre todo si era una agente camuflada del NKVD,
aquello podría resultar fatal. Era muy posible que, bien por propia iniciativa,
bien por orden de sus superiores, Nadia se hubiera visto obligada a evitar
semejante situación ofreciendo aquellas disculpas. La actitud distante y algo
forzada de la soviética en el comedor bien podía corresponderse con semejante
teoría, por no hablar de su ausencia hasta entonces.

Mientras contemplaba a la teniente, al otro lado de la cavernosa sala, Sarah iba


sintiendo que aquella explicación se le iba deshaciendo. De alguna forma, no
parecía lógica. Mientras la miraba, Sarah le sorprendió una furtiva mirada de
reojo hacia ella, que la teniente rompió de inmediato. Sarah no pudo evitar una
sonrisa. Aquello, fuera como fuera y acabase en éxito o no, iba a resultar muy
interesante. Su misión consistía en conocer, comprender y averiguar las
motivaciones más íntimas de una persona. En este caso, el reto no podía resultar
más estimulante. Su objetivo era sin duda una persona sumamente interesante,
contradictoria y hasta enigmática. Desentrañar su personalidad y sus
motivaciones iba a resultar todo un reto, profesional a la vez que humano.

De momento, y a falta de más información, debía contentarse con las teorías. En

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Viento Helado de Iggy

realidad, tenía demasiadas, y en gran medida carecían de interés para su


objetivo. Debía centrarse en averiguar cómo podía lograr lo que se proponía: que
de una forma u otra, aquella supuesta agente del NKVD se aviniera a pasar
información a Occidente. Todo lo demás era secundario.

* * * * * * * * *

De vuelta en su habitación en casa de los Bauer, Sarah planificó mentalmente


sus actividades para la tarde-noche. En primer lugar, debía recoger el informe
solicitado a Berlín. Para ello tendría que desplazarse de forma discreta al solar
abandonado del centro. Luego debería acudir a su cita con la teniente, para lo
que precisaría de un coche.

Mientras reflexionaba, Sarah iba vistiéndose. Teniendo en cuenta el lugar de su


cita, debía ir de la forma más elegante posible. Tras dudar entre varios modelos
extendidos sobre la cama, optó al fin por un conjunto de seda, color crema, con
falda hasta la rodilla y blusa de manga larga, con una pequeñas hombreras. Se
lo colocó ante el cuerpo, contemplándose a sí misma en el espejo de cuerpo
entero del armario. Decidida al fin, se ajustó las medias, también de seda, y se
vistió. Había oído hablar del American Steakhouse, y sabía que toda elegancia
sería poca para aquel lugar, al que acudían los más altos mandos militares de la
ciudad. Era un lugar en el que no se admitía a cualquiera, y ya resultaba
interesante que una simple teniente tuviera acceso a él.

Ya vestida, se contempló de nuevo en el espejo. Algo frustrada con su aspecto, no


todo lo elegante que ella hubiera deseado, empuñó un cepillo y atacó su cabello.
Al fin se lo arregló echándolo hacia atrás por los lados, dejando caer su corta
melena por detrás. El flequillo le caería a un lado, y para terminar se colocó una

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Viento Helado de Iggy

pequeña boina verde, a juego con sus ojos e inclinada hacia un lado en un
ángulo pretendidamente descuidado. Se miró de nuevo mientras se la colocaba,
sonrió, decidió que no iba a lograr mucho más con lo que tenía, y se puso el
largo abrigo.

Por fortuna, la noche aunque fría era seca, y las estrellas relumbraban con un
brillo sorprendente en el gélido firmamento. Sarah no se entretuvo mucho en
contemplarlas, sino que se encaminó con decisión hacia su primer destino.

De nuevo la soledad y las sombras indistintas del solar se le hicieron incómodas


y preocupantes. Sarah se dio toda la prisa posible; el sonido metálico de la oculta
caja, al abrirse, resonó por toda aquella soledad. Aquella noche, aunque seca,
era realmente gélida, y Sarah apenas se fijó en los papeles que recogió, sino que
los ocultó con rapidez dentro de su abrigo y marchó a toda prisa.

Había citado a su chofer junto a la muralla, no tanto para que la trasladase


hasta el restaurante como para disponer de un lugar discreto y conveniente para
descifrar el mensaje que acababa de recoger. Por fortuna, el coche la esperaba,
solitario aunque no demasiado discreto, en el lugar convenido. Sarah se lanzó a
su interior, al tiempo que daba orden de partir de inmediato.

En el asiento de atrás, Sarah encendió una luz, gracias a la cual pudo echar un
primer vistazo a los papeles que había recibido. No se trataba de originales,
desde luego, sino de un extenso informe en clave, a lo largo de tres páginas. Eso
significaba que su solicitud había sido atendida; sólo faltaba conocer el
contenido.

Dio orden al chofer de dar vueltas sin rumbo, a escasa velocidad, hasta que le
indicase su destino. Entretanto, provista de su pluma y sus conocimientos de las
claves del MI6, se dedicó a la laboriosa tarea de descifrado.

Por fortuna, su primer destino en el servicio había sido precisamente en cifrado y


claves, de modo que aquello no tenía para ella la menor dificultad. Iba aplicando

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Viento Helado de Iggy

las fórmulas matemáticas de memoria, cambiando unas letras por otras, sin
fijarse en lo que iba descifrando. Su mente se encargaba automáticamente de
aquello, mientras evocaba recuerdos relacionados con aquella tarea.

Recordó, como no podía ser menos, sus comienzos en el servicio secreto, durante
la guerra. Sus conocimientos de idiomas, particularmente del alemán, la habían
llevado hasta un trabajo al que jamás pensó en dedicarse. Al principio, su tarea
no se distinguía demasiado de la que siempre creyó que sería su destino:
secretaria. Sin embargo, su capacidad innata para la lógica y las matemáticas la
habían impulsado rápidamente hacia arriba, hasta el mismo núcleo del trabajo
de inteligencia de su tiempo: los cuarteles de Bletchey Park y la máquina
Enigma. Allí había trabajado en el descifrado de los mensajes militares alemanes,
gracias a la preciosa máquina robada a la Wehrmacht a costa de varias vidas.
Había sido una época difícil, tensa y febril; sabían que de su trabajo dependían
miles de vidas, y aquello los había llevado a todos a trabajar hasta caer
extenuados, y a seguir pese a ello. Sin embargo, recordaba aquel período con
cariño. Había sido un trabajo fascinante, todo un desafío, útil y hasta decisivo
para el desarrollo de la guerra. Sin embargo, el fin de las hostilidades y la
rendición alemana habían dejado la máquina Enigma obsoleta, y el grupo había
sido dispersado. Sin medallas, como ocurría siempre en el servicio secreto, ella
había sido transferida a Operaciones, y allí estaba, abandonada a sus propios
recursos en una misión para la que no se sentía realmente preparada. Sin
embargo, la labor de descifrado le hizo sentirse de vuelta en su elemento, segura
y capacitada.

Su mente dejó de divagar al ser consciente de haber terminado la tarea de


descifrado: entre las líneas impresas podían leerse ya sus propios garabatos a
pluma, nerviosos y movidos por el traqueteo del coche, aunque perfectamente
legibles.

Sus ojos recorrieron su propia letra, mientras su cerebro se sorprendía por lo


que leía. Aquello era interesante, y hasta extraño. Su contacto carecía de

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Viento Helado de Iggy

cualquier información acerca de la carrera de Von Kahlenberg antes de su


traslado al estado mayor de Zhúkov, pero conocía toda su labor allí. Aquello no
era sorprendente; sabía bien que su contacto no era de alto nivel, pero que tenía
acceso a determinados papeles del mando militar soviético de Berlín. Lo curioso e
interesante eran las erráticas misiones que había desempeñado Von Kahlenberg.
Por lo que Sarah previamente sabía, Nadia había sido una simple militante del
Partido Comunista de Estonia, y tras 1940 se había alistado en el Ejército Rojo,
en el que había desempeñado funciones que podían calificarse de "femeninas":
intendencia, logística, traducción, todo limitado a retaguardia durante la guerra,
trabajo de oficina en definitiva.

Sin embargo, y como demostraban aquellos papeles, en 1944, hacia el final de la


guerra, había sido repentinamente transferida el estado mayor de Zhúkov,
encargado de la invasión de Alemania. Aquello ya lo sabía, lo sorprendente era
que había sido enviada a aquel destino en calidad de "experta en la zona a
invadir", no como simple traductora tal y como había parecido. No sólo eso, sino
que en los papeles se hacía hincapié en su conocimiento de la zona de Berlín, en
sus contactos con lo que pudiera quedar del Partido en Alemania – el Partido
Comunista, por supuesto –, y hasta en su capacidad para obtener información
de elementos corruptibles de la administración nazi.

Aquello ya era bastante sorprendente. Según el anodino historial del que Sarah
había dispuesto hasta entonces, Nadia no había estado jamás en Alemania, y
mucho menos podía conocer la zona ni a nadie en ella. Desde luego que no hasta
el punto de haber sido recomendado al mismísimo mariscal Zhúkov que "tuviera
en consideración sus consejos e informaciones, tanto en lo referente a las
operaciones militares como a las tareas de eliminación del régimen nazi." En el
original, el documento llevaba la firma del propio Lavrentii Beria, el temible y
todopoderoso ministro del Interior y jefe del NKVD, lo que daba a las
recomendaciones, aunque fueran dirigidas a Zhúkov, el carácter de órdenes
directas.

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Viento Helado de Iggy

Estaba claro. Sarah despejó con rapidez sus últimas dudas; la teniente Von
Kahlenberg era una agente del NKVD de alto nivel, y su historial conocido,
incluido el relato que ella le había contado acerca de su juventud en Estonia,
pura fachada, como su propio trabajo en la agencia Reuters.

Lo que ya desafiaba la capacidad de sorpresa de Sarah era la actuación concreta


de Nadia hacia el final de la guerra, durante la ofensiva sobre Berlín. Aquello era
no sólo interesante, sino probablemente útil. Sin embargo, decidió estudiarlo con
más detenimiento con posterioridad; debía acudir a su cita, y la digestión de toda
aquella información requería algo más de calma. Dobló los papeles, los metió en
su bolso e indicó al fin al chofer que pusiera rumbo al American Steakhouse.

* * * * * * * * *

El lugar era, con mucho, bastante más elegante que la Rauchstube. Su abrigo
fue recogido de inmediato, tras lo cual el mâitre la condujo hasta la mesa, donde
ya la esperaba Nadia. Esta iba de uniforme de nuevo; Sarah había esperado que
se pondría un vestido, algo a tono con el lugar. No era así, aunque se puso en pie
nada más verla, sonriendo. De hecho, la miró de arriba abajo, de manera
apreciativa, antes de volver a sentarse al mismo tiempo que ella. A diferencia de
anteriores ocasiones, la actitud de Nadia resultaba completamente cordial, casi
en exceso. Aquello la hacía sentirse, paradójicamente, más insegura. Con una
sonrisa nerviosa, tras sentarse, Sarah lanzó una mirada a su alrededor.

Aquello parecía sin duda el restaurante con más estilo de la ciudad. Por aquí y
allá se veían uniformes, no en exclusiva aunque predominantemente
norteamericanos. Las graduaciones que mostraban eran muy superiores a las
que se exhibían en la Rauchstube. De hecho, Nadia era la única suboficial
presente. Además, el ambiente era agradable, iluminado con profusión y
aligerado por las suaves notas de un piano de cola. Sin embargo, la convivencia

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Viento Helado de Iggy

entre oficiales de los diversos ejércitos aliados daba una nota de tensión
soterrada. Las miradas que se cruzaban entre las mesas ocupadas por soviéticos
y americanos no eran demasiado amistosas.

Tras esta inspección, Sarah centró su atención de nuevo en su acompañante,


que seguía sonriendo.

- Me alegro de verte, Sarah. - le dijo esta, tuteándola al fin. - Lo único que siento
es que te toque invitar a ti. De hecho, si no tienes inconveniente, seré yo quien...

- No. - La negativa le salió de dentro, casi sin intervención de su voluntad. De


inmediato matizó, sonriendo. - No hace falta, Nadia. Gracias. Pagará la agencia,
así que no es problema. Permíteme invitarte, por favor.

Nadia asintió, reacia a discutir por aquello. En cambio, la volvió a mirar con
detenimiento.

- Estás muy elegante.

- Gracias. - respondió ella, cada vez más incómoda. No se atrevía a responder


con el mismo cumplido; al fin y al cabo la soviética iba de uniforme, impecable
pero convencional. Un elogio al respecto podría haber sonado irónico. El silencio
subsiguiente, sin duda embarazoso, fue salvado por la presencia del camarero.
Nadia, tras consultar con ella, solicitó dos martinis. Al ser servidos, el silencio
amenazó de nuevo, si bien fue Nadia la que lo rompió tras dar un buen trago.

Tengo que disculparme de nuevo... También debo explicarme. No tengo nada


contra ti, ni contra tu profesión. Fue una reacción... una... - Nadia pareció
quedarse sin palabras, dudar tal vez, aunque prosiguió. - Fue algo que sólo me
atañe a mí, por lo que no debió afectarte. Lo siento.

Sarah decidió pasar página cuanto antes, de modo que respondió con voz
despreocupada, como si no hubiera ocurrido nada de particular.

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Viento Helado de Iggy

- Oh, está bien. Olvidémoslo, por favor.

Aquello pareció sellar la paz, tras lo que pidieron su cena. En su conversación


con el camarero, Nadia demostró un fluido uso del alemán. Sin embargo, cuando
este marchó pasó de nuevo al ruso.

Estuvieron, esta vez sí, hablando fluidamente de asuntos sin importancia, la


ciudad, sus lugares interesantes, todo ello para mejor información de la recién
llegada que era Sarah. Con sólo parte de su mente dedicada a aquella
intrascendente conversación, Sarah no pudo evitar reflexionar.

Ahora que sabía que aquella mujer era en realidad una agente de alto nivel del
NKVD, apenas podía ya tomársela a la ligera, pese a la conversación. De hecho,
se podía decir que se sentía intimidada. De repente, aquella natural elegancia,
sus movimientos medidos y felinos, resultaban amenazadores. Hasta su sonrisa
tenía un matiz peligroso, y todo en ella recordaba a un leopardo, a una oscura
pantera más exactamente. Sarah, nueva en aquel trabajo de campo, no se sentía
a la altura de su interlocutora. Sin duda – sin la menor duda – Nadia tenía una
extensa experiencia, había estado en situaciones difíciles, y hasta era probable
que fuera físicamente peligrosa. Todo aquello le provocaba intensas dudas. Había
oído historias sobre el NKVD y su implicación en terribles atrocidades en las
purgas interiores antes de la guerra, por no hablar de su actuación durante el
conflicto.

Sin embargo, por lo que Sarah sabía, el NKVD se hallaba estrictamente


compartimentado. Eso ocurría con todos los servicios secretos, pero muy
particularmente con los soviéticos. De hecho, la agencia dedicada propiamente a
espionaje y contraespionaje había sido segregada, hasta cierto punto, del propio
NKVD, constituyendo el NKGB. Este, a su vez, se hallaba constituido por varios
secretariados, sin coordinación apenas entre ellos. Nadia, con toda probabilidad,
pertenecía al primero de ellos, el de Inteligencia, esto es, espionaje exterior, y se
dedicaba por tanto a una labor muy similar a la suya. Dado el enorme grado de

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Viento Helado de Iggy

compartimentación y desinformación interna del NKVD, era perfectamente


posible que desconociera por completo las actividades de otros secretariados que
llevaban a cabo tareas mucho más siniestras, como Contra-inteligencia –
dedicado no sólo a la detección de agentes enemigos, sino al combate contra los
"enemigos interiores del pueblo" –, o el aún más temible secretariado de la Policía
Política, dedicado al control de las propias filas del Partido.

Sarah sacudió la cabeza. Era extraño que, precisamente ahora que Nadia
actuaba de forma abiertamente amistosa, la hiciera sentirse amenazada. Se dijo
que debía concentrarse en sus objetivos, descartando todo lo que pudiera
distraerla de ellos. Por tanto, debía ganarse su confianza, para lo que parecía
bien situada. Sin embargo, repentinamente, otra duda la asaltó. ¿Formaba toda
aquella actuación parte de un propósito? ¿Pretendía Nadia simplemente
congraciarse con ella, para así poder descartarla de manera amistosa, de modo
que aquella impertinente periodista no volviera a importunarla?

Bien, de hecho aquello no tenía importancia. En primer lugar, debía abrir un


canal de comunicación, eso era todo. No tenía por qué hacerse su amiga, en
absoluto. Luego debía buscar algo, alguna palanca que le permitiera
comprometerla. Y, gracias a lo que había leído por encima en la segunda parte
del informe cifrado, creía hacer descubierto aquella palanca. Tratando de
eliminar los restos de su inseguridad y falta de confianza, sonrió.

* * * * * * * * *

Al día siguiente, Nadia apareció en la sala del juicio. Tras una desagradable
sesión en que algunos abogados defensores pusieron diversas trabas al
procedimiento, el público desfiló de nuevo en dirección a la cafetería. En esta
ocasión, Sarah optó por aceptar la oferta de un reducido grupo de compatriotas
para compartir su mesa. Sus razones para ello eran puramente tácticas: no
quería propiciar más acercamientos a la teniente, sino por el contrario mantener

33
Viento Helado de Iggy

una cierta distancia. Si se la veía demasiado ansiosa por establecer una


comunicación fluida, sin duda provocaría algunos recelos.

Así, se dejó llevar por el buen humor de sus compañeros. Escuchó chistes,
aportó las últimas novedades y cotilleos de Inglaterra y hasta se permitió un
ligero flirteo con algún colega. Sin embargo, no por ello dejaba de vigilar de reojo
a su objetivo. Esta, curiosamente, también se había sumado a un grupo de sus
propios compatriotas, si bien estos parecían mucho más taciturnos: después de
todo, se trataba de un grupo de oficiales soviéticos.

Pese a este intento de ignorarse mutuamente, o tal vez precisamente por su


causa, Nadia se apartó de su propio grupo ya mientras todos volvían a la sala de
juicios. Adusta de nuevo, la teniente interceptó a Sarah, logrando que quedase
rezagada respecto a ambos grupos. Sarah no pudo por menos que sentirse
expectante mientras la soviética se le aproximaba.

- Hola, - dijo, tal vez sonriendo - si no tienes otra cosa que hacer, - y en ese
punto lanzó una mirada a las espaldas de los periodistas británicos que se
alejaban - tal vez quieras venir un día de estos a la Rauchstube. La verdad es
que suelo acudir allí casi todas las tardes, así que puedes buscarme cuando
prefieras. Por cierto, ¿cómo va tu artículo?

- Oh... - Sarah apenas se sentía sorprendida por aquello, aunque no sabría decir
por qué. En todo caso, supondría una ayuda para sus planes, de modo que
inmediatamente respondió. - Todavía estoy reuniendo material, así que supongo
que me vendría bien charlar contigo un rato. - Sonrió. - Sí, creo que me pasaré
esta noche.

- Estupendo. Allí estaré, de cualquier modo. - dijo tan sólo Nadia, tras lo que se
apresuró en pos de su grupo de oficiales, dejando a Sarah atrás.

* * * * * * * * *

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Viento Helado de Iggy

La información sobre las misiones de Nadia, el plan que había elaborado, todo
aquello se podían poner a prueba aquella misma noche. La sorprendente
receptividad de la teniente le iba a permitir realizar un sondeo previo que
revelaría la capacidad de éxito de su plan, pensó Sarah.

De camino, esta vez en el coche, repasó su plan. Todo se basaba en el informe de


misiones de Nadia, un dato sorprendente en cualquier caso. Nadia, asignada al
estado mayor como consejera experta, había desempeñado esa función durante
la invasión de Alemania, como cabía esperar. Sin embargo, justo cuando los dos
ejércitos soviéticos de Zhúkov y Koniev convergieron para iniciar el asalto final a
la capital alemana, a Nadia le había sido repentinamente encomendado el mando
de una compañía, pero no para unirse a la batalla. En cambio, le había sido
asignada la tarea de liberar el cercano campo de concentración de
Sachsenhausen. Teniendo en cuenta que había sido enviada al estado mayor por
su conocimiento del área de Berlín, resultaba extraño que hubiera abandonado
su puesto justo al comienzo del asalto, cuando sus supuestos conocimientos
iban a ser más necesarios. El 26 de abril había abandonado el sitio, al mando de
aquella compañía, y había cumplido con su misión, de la que no había informe
alguno. No había retornado a Berlín hasta el 1 de mayo, con la batalla casi
finalizada.

En aquello había más de una incongruencia. Desde luego, el que una experta de
estado mayor fuera transferida a mando de combate era bastante peculiar,
aunque se daba a veces. Sin embargo, era extraño que hubiera dedicado sus
esfuerzos en una dirección distinta a la que indicaba su cualificación, y más
todavía que se hubiera encaminado en una dirección distinta a la de la acción
principal. Tampoco era muy normal que a una simple teniente se le diera el
mando de una compañía. De hecho, al capitán al mando de aquella compañía se
le había dejado claro, en el despacho de órdenes, que el mando real lo ejercería
ella, pese a su inferior graduación. Aquello indicaba algunas cosas: la primera,

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Viento Helado de Iggy

que la graduación real de Nadia debía ser muy superior, probablemente dentro
del NKVD, y su rango de teniente del Ejército Rojo una tapadera. Además,
mostraba que tal vez la misión de Nadia era precisamente aquella liberación. No
se podía olvidar que en el campo de concentración de Sachsenhausen, los nazis
habían acumulado a los prisioneros políticos, y en particular a los comunistas, lo
que explicaría el interés soviético en su rápida liberación.

Todos aquellos datos se unían a una intuición de Sarah. Había visto la expresión
de odio, las miradas envenenadas que Nadia dirigía durante el juicio a los
acusados. Sarah había leído algunos informes sobre lo que se había descubierto
en los campos de concentración nazis. Aquellas lecturas no eran de las que
facilitaban conciliar el sueño, precisamente. Nadia, al liberar uno de aquellos
campos, sin duda había visto de primera mano lo que allí había ocurrido. En
consecuencia, era muy probable que tuviera sus propias razones para odiar a los
nazis, razones más intensas y personales que el puro enfrentamiento ideológico.
Tal vez por allí pudiera Sarah meter una cuña; su misión consistía en averiguar
lo que podía ofrecer a la soviética, algo que la comprometiera, que la obligara de
alguna forma, por las buenas o por las malas, a trabajar para Occidente, y tal
vez dispusiera de ello.

Sin embargo, Sarah no podía lanzarse a poner en práctica el plan que había
concebido sin antes comprobar si su intuición era correcta; de otro modo, su
propia condición de agente camuflada podría quedar comprometida. Así, lo que
debía hacer, lo que planeaba para aquella noche, era averiguar la intensidad de
los sentimientos de Nadia hacia los nazis en general, para saber si sobrepasaban
el simple odio intelectual.

Las reflexiones de Sarah fueron repentinamente interrumpidas por el chofer.

- Señorita, ya hemos llegado.

En efecto, el coche ya se había detenido sin que ella se diera cuenta. El cálido

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Viento Helado de Iggy

resplandor del interior de la Rauchstube iluminada tenuemente la calle desierta.


Sarah dio las gracias al chofer, le avisó que volvería por su cuenta –
probablemente estaría allí hasta tarde – y se despidió, apeándose con decisión
hacia su objetivo.

* * * * * * * * *

En esta ocasión, nada más entrar pudo ver de inmediato a Nadia. Seguía sentada
a su mesa, en un rincón alejado, aunque en esta ocasión se había situado frente
a la entrada. Se miraron nada más traspasar Sarah la puerta, y Nadia se puso
en pie para recibirla. Incluso pareció sonreír mientras atravesaba el atestado
local en su dirección.

- Gracias. - musitó Sarah en cuanto la soviética la ayudó a quitarse el abrigo. En


cuanto este quedó colgado de una percha de hierro, las dos atravesaron de nuevo
la estancia en dirección a la mesa, sin decir palabra. En aquella ocasión, las dos,
o tal vez fuera Sarah, atrajeron bastante atención de la concurrencia. Como era
habitual, esta se componía de soldados soviéticos y chicas alemanas, que
alternaban en medio de un jolgorio notable. Eso hizo más curioso el relativo
silencio que se apoderó de la estancia mientras ellas dos la atravesaban. Sarah
sintió sobre ella las miradas de los soldados, lascivas sin duda, aunque parecía
haber algo más en aquellos ojos, un curioso regocijo. Esa sensación se hallaba
matizada por otra, que hablaba de respeto, dirigido esta vez sin duda hacia
Nadia, a la que pocos se atrevían a mirar directamente. Cruzar aquel corto trecho
se le hizo extrañamente largo a Sarah, en medio de la extraña tensión de la que
se había apoderado el ambiente.

Justo cuando ya había dejado atrás las últimas mesas, Sarah se volvió,
dispuesta quizás a sorprender alguna mirada posada sobre su persona, cuando
se fijó en dos soldados que cuchicheaban por lo bajo. Con Nadia ya alejada de
ellos, le pareció escuchar que uno mascullaba algo como "la teniente no pierde el

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Viento Helado de Iggy

tiempo", a lo que el otro rió, mirándola a ella descaradamente, sin duda creyendo
que no sabía ruso, diciendo "siempre rubias".

Nuevas risotadas acompañaron a este comentario, que sin embargo se detuvo en


seco. Sarah no necesitó volverse para sentir la mirada cortante de Nadia. En
efecto, de pie tras ella, había lanzado hacia los soldados una de aquellas miradas
que dirigía hacia los jerarcas nazis en la sala del juicio, y el buen humor del
grupito quedó cortado en seco. Poco a poco, cada cual volvió a sus asuntos y el
murmullo volvió a invadir lentamente el local.

Nadia le dirigió una sonrisa de compromiso y la invitó con un gesto a que tomara
asiento, tras lo que ella hizo lo mismo.

- Este local no es el American Steakhouse, desde luego, y tal vez no esté a tu


altura, Sarah... - empezó la soviética tras posar sus codos sobre el venerable y
castigado roble entre ellas.

Sarah apenas pudo reprimir su risa, tanto que cortó en seco la frase de Nadia.
Esta la miró frunciendo el ceño, más intrigada por su reacción que molesta por
haber sido interrumpida.

- Jaja, disculpa... - volvió a reír ella, apoyando una mano sobre la mesa al tiempo
que se echaba un poco atrás. - Supongo que eso que has dicho se puede tomar
por un cumplido. No soy una elegante señorita victoriana, sino una chica
trabajadora de origen irlandés. Si mi madre te hubiera oído decir eso de que el
local no está a mi altura... Jaja, no sé si se habría sentido orgullosa o te hubiera
tomado por tonta... Disculpa, no he podido evitar reírme.

Nadia, al principio de su explicación, pareció intrigada, pero fue ensanchando


una sonrisa de comprensión, hasta que asintió.

- Está bien, irlandesa o no, de todas formas eres muy elegante, además de
atractiva... - dijo, mirándola directamente a los ojos por primera vez en la noche

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Viento Helado de Iggy

y echándose algo hacia delante sobre la mesa.

Ante aquel cumplido algo más descarado, Sarah recordó el comentario de los
soldados. Parecía que allí había algo más, algo que desbordaba una amistad
casual. Sin embargo, se recordó Sarah, no estaba allí para hacer especulaciones
ni alentar flirteos, por extraños que fueran. Además, no estaba acostumbrada a
aquello, no sabía cómo contestar a aquella clase de cumplidos por parte de una
mujer, si es que se trataba de lo que parecía y no se equivocaba de medio a
medio. Las posibilidades de meter la pata en aquellas circunstancias, fuera por
error o desconocimiento, eran inmensas. Lo que debía hacer era concentrarse en
su objetivo, llevando la conversación por donde a ella le convenía.

Poco a poco, mientras bebían y comían, Sarah fue comentando temas


relacionados con el juicio. Nadia no parecía muy entusiasmada con el tema; sin
embargo, parecía de buen humor y dejó que la conversación derivara por donde a
Sarah le interesaba.

- En este juicio, el acusado más patético me parece el mariscal Göhring, ¿no


crees? - comentó Sarah, de la forma más casual que pudo, al tiempo que dejaba
la enorme jarra de cerveza sobre la mesa, tras darle un buen trago.

- ¿Oh? - Nadia pareció algo confundida por el comentario. - ¿Qué quieres decir?

- Bueno, creo que todo el mundo sabe que apenas era una marioneta del régimen
nazi, no tanto uno de sus miembros reales. Jamás estuvo en las conferencias
importantes, en las que se decidió el exterminio de los judíos, ni en las que se
planearon las provocaciones que llevarían a la guerra, ni...

Nadia se había puesto seria. El buen humor había abandonado su rostro y se


había envarado. De nuevo no la miraba, sino que su vista parecía haberse
perdido en algún lugar por encima de su cabeza.

- ¡En absoluto! - exclamó de repente, tanto que algunos soldados se giraron para

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Viento Helado de Iggy

mirarla de reojo. - Esa gentuza... esa gentuza debe morir. Son todos culpables...
¡Todos!

Pese a que esperaba – deseaba, necesitaba – una reacción así, a Sarah le pilló
algo de improviso la intensidad de Nadia. Su mirada era aquella, la que dirigía en
los juicios al estrado, una mirada de acero capaz de partir en dos a quien la
dirigiera. Pese a ello, Sarah decidió insistir un poco; necesitaba asegurarse de
que los sentimientos de Nadia fueran profundos y reales, no una reacción
obligatoria condicionada por la ideología oficial soviética.

- Oh vamos, Nadia... No te voy a negar que los culpables deben ser castigados,
pero...

- Esa escoria debe ir al paredón. - le cortó de nuevo Nadia, con una voz más
calmada aunque más venenosa. - Bastante favor les hacemos con esta pérdida
de tiempo que es el juicio. - Apretó los dientes, lanzándole al fin una mirada
capaz de cortar hierro. - Habría que matarlos a todos...

La maldad en la voz y en la expresión de Nadia dejó a Sarah paralizada. La


intensidad y autenticidad de sus sentimientos eran indudables. Tanto que
quitaban el aliento. Sarah sacudió la cabeza, algo afectada por la impresionante
sensación de odio que la soviética desprendía. No hacía falta ir más allá, desde
luego. Aquello era todo lo que necesitaba saber. La miró a los ojos, viendo
sorprendida que había algo, tal vez una lágrima, tal vez el brillo del odio, que
temblaba en ellos. Algo turbada, decidió cambiar la conversación antes de que
consiguiera provocar un nuevo conflicto entre ellas dos.

Poco a poco lo consiguió, gracias a la bebida y el cálido ambiente que reinaba en


el local. El resto de la velada fue agradable, tanto que acabó por sorprenderse de
lo tarde que se había hecho.

Se incorporó de su asiento. - Ha sido una velada muy agradable, Nadia, pero se

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Viento Helado de Iggy

ha hecho muy tarde...

La soviética se incorporó de repente, mucho más alerta de lo que cabía esperar


después de toda la bebida que había consumido.

- Está bien. ¿Tienes coche?

- No, lo envié de vuelta. Volveré andando, me alojo cerca de aquí, y...

- No te preocupes, yo te acercaré.

Sin esperar su respuesta, Nadia se dirigió hacia un teléfono público, situado


sobre la pared junto a las perchas. Marcó un número, dijo apenas unas palabras
y colgó.

- Nadia, no hace falta... - empezó a decirle Sarah en cuanto volvió junto a ella.

- No es molestia, de todas formas tenía que llamarlo. Además, hace bastante frío.
- replicó, sin sonreír ni adoptar la menor pose paternalista.

El coche llegó casi de inmediato, un automóvil civil, aunque conducido por un


soldado. Nadia le abrió la puerta trasera y ambas entraron apresuradamente al
interior, ateridas por el gélido aire nocturno.

Sarah indicó la dirección de los Bauer. Durante el corto trayecto, las dos se
mantuvieron en un tenso y extraño silencio. Sarah pensó que Nadia lo rompería
en cualquier momento, e incluso se dedicó a especular sobre qué podría decir la
adusta mujer en aquel caso. Sin embargo, esto no llegó a ocurrir, y el coche se
detuvo al fin frente a la entrada de la casa de los Bauer.

Nadia sonrió, como si alguna ironía hubiera pasado por su mente. Volviéndose
hacia su lado en el estrecho asiento trasero, posó una mano enguantada sobre
su mejilla y se inclinó hacia ella.

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Viento Helado de Iggy

- Buenas noches. - dijo tan sólo, en alemán, inclinándose entonces un poco más
para besarle la mejilla.

Sarah fue consciente de haber perdido el aliento por un instante. La cercanía de


Nadia producía un efecto sorprendente e intenso: imponente, cálida y peligrosa,
todo a la vez. Reaccionó de inmediato, sonriendo, y le dio a su vez las buenas
noches. Lo hizo también en alemán, pese a que hasta entonces siempre habían
hablado en ruso.

Se lanzó al exterior, corriendo hacia la puerta sin volverse, pues el viento


arreciaba y parecía capaz de helarla en un instante. Sólo después de traspasar la
puerta escuchó el chirrido de las ruedas del coche al partir.

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Viento Helado de Iggy

PARTE 4

No tenía sentido aplazarlo más. De hecho, el mejor lugar para pasarle la


información a Nadia sería el comedor de los juzgados. Allí, con testigos, no
habría ocasión para que la soviética volviera a poner en evidencia su
inestabilidad. Al menos, eso esperaba Sarah, mientras caminaba por el largo
pasillo, sintiéndose algo más nerviosa de lo que habría deseado.

El pasillo se le hizo interminable, mientras sentía latir su corazón más y más


deprisa a medida que se aproximaba a su objetivo. No debo ponerme nerviosa, se
iba diciendo, o al menos no debo mostrarlo. No iba a correr peligro, lo peor que
podía pasar era que pusiera en evidencia su condición de espía. Lo que ya era
bastante malo, se dijo. Una espía quemada difícilmente recibía misiones de
campo, por razones evidentes. Sin embargo, lo que realmente la ponía nerviosa
era la responsabilidad; no estaba muy segura de lo que iba a hacer, pese a sus
reflexiones.

Anticlímax: el comedor estaba casi totalmente vacío. Claro, el juicio aún se


hallaba en sesión. Había esperado encontrar allí a Nadia, abordarla
directamente, y... Demonios, no podía soltarle aquello por las buenas. Debía
rodearlo de una conversación banal, soltarlo como un detalle más... Bien, tenía
tiempo para pensar. Se sentó a una de las mesas, sin pedir nada. No tenía
apetito, no después de aquel tardío y abundante desayuno... y no antes de
disponer de la vida de una persona.

Tan sumida en sus pensamientos se hallaba de nuevo, que la sorprendió la


presencia de Nadia a su lado, de pie.

- Hola. -dijo ésta tan sólo.

- Hola. -le respondió, haciéndole un gesto que la invitaba a sentarse a su lado. La


mujer parecía de nuevo distante, temerosa quizás. Su mirada la rehuía de nuevo,

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Viento Helado de Iggy

y en esta ocasión, Sarah no pudo evitar hacer lo mismo.

Poco a poco fue animándose, consciente de la necesidad de aprovechar la


ocasión. De forma casual, fue iniciando la línea de conversación que había
planeado. Hablaron de los juicios que se rumoreaba que iban a seguir a aquel, y
de los acusados de segunda fila que habrían de afrontarlos. De la manera más
inocente que pudo, Sarah inició su asalto.

- He investigado un poco, y tengo alguna información sobre esto. No soy -aquí


sonrió con algo de orgullo.- una simple periodista de crónicas de sociedad,
¿sabes? He logrado descubrir a un criminal de guerra, que se oculta bajo un
nombre supuesto.

- ¿Oh? -Nadia hizo un transparente esfuerzo por no parecer demasiado


interesada; aquello iba por buen camino.- ¿Quién es, alguien importante?

- No, nada de eso... -Sarah intentó quitarle importancia al asunto, darle el tono
más inocente que pudiera.- Es un médico, uno que trabajó en un campo de
concentración. -Sarah sabía que Nadia había liberado el campo de
Sachsenhausen; sin embargo, el MI6 no disponía de información acerca de nadie
que hubiera estado allí. Se habían tenido que conformar con uno que estuvo en
un campo cercano a ese.- En el de Ravensbrück. - terminó.

Su última afirmación pareció tener un efecto inmediato, y devastador, sobre


Nadia. Con la mirada perdida, la boca abierta, como ausente, apenas consiguió
articular:

- ¿En el de Ravensbrück?

Sarah no se había esperado aquella reacción en Nadia. Parecía muy afectada,


apenas consciente de lo que ocurría a su alrededor. Tanto que decidió, tras unos
instantes durante los que esperó una reacción que no se produjo, darle un

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Viento Helado de Iggy

golpecito en el hombro.

- ¿Estás bien? -le preguntó.

La miró entonces como si la viera por primera vez, haciendo un visible esfuerzo
por reaccionar. Sacudió entonces la cabeza y se forzó con dificultad a sonreír.

- Sí... sí, gracias. Todo esto es muy interesante. Veo que tienes talento de verdad
para la investigación. Y, ¿quién es ese individuo?

Parecía haber tragado el anzuelo. Aquella era la pregunta que esperaba. Con una
cierta decepción -secretamente, había esperado que fuera más dura de pelar-, se
forzó a responder, no sin desgana.

- Se hace llamar Heinz-Karl Pappendorff. Y vive en Leipzig, en la zona soviética,


oculto bajo esa identidad falsa. En realidad se trata del doctor Gneissenau, que
cometió diversos crímenes en el campo de concentración de Ravensbrück. Estoy
escribiendo un artículo para denunciar...

Nadia la interrumpió entonces, poniéndose en pie. Palmeó su hombro, tras lo


cual se caló inmediatamente la gorra.

- Sí, ya veo. Te felicito. Escucha, tengo que marcharme. Iré a Berlín, a dar mi
informe, como siempre. Volveré en unos días, espero que nos veamos entonces.
Ya hablamos, ¿vale?

Había mordido definitivamente el anzuelo. Sarah se estremeció al pensar en lo


que iba a ocurrir... Asintió, tras lo cual Nadia se alejó sin más palabras, aunque
no sin que antes Sarah pudiera ver en sus ojos la más pura expresión de odio y
decisión que jamás había contemplado.

* * * * * * * * *

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Viento Helado de Iggy

Durante los días que siguieron, Sarah apenas pudo quitarse todo el asunto de la
cabeza. Durante las sesiones del juicio, a la hora de comer y pese a la animada
compañía de sus compatriotas, en sus ratos libres por la tarde, jamás dejaba de
pensar en lo que iba a ocurrir - o estaba ocurriendo ya - en la ciudad de Leipzig.

Había leído una y otra vez el informe del doctor Gneissenau. No cabía la menor
duda; no sólo había sido identificado entre distintas fotos por varias de sus
víctimas supervivientes, sino que, además, se había establecido la falsedad de su
identidad. Al menos por ahí, no había de qué preocuparse. No había lugar a un
trágico error. Aquel individuo se había dedicado a la experimentación, probando
medicamentos y venenos con varias víctimas del campo de concentración de
Ravensbrück. El informe no era agradable de leer, sobre todo el apartado de los
testimonios.

Sin embargo, Sarah seguía preocupada por los diversos aspectos de la cuestión.
Dormía poco y mal, y no lograba concentrarse en nada. Al tercer día de la
ausencia de Nadia, decidió regresar andando a casa de los Bauer desde los
juzgados. Un largo paseo que al menos la agotaría lo bastante como para caer
rendida en la cama, lo que esperaba que le permitiría dormir mejor. El tiempo
permitía al fin algo así, con la primavera perfumando el aire.
Sin embargo, aquel solitario paseo la forzaba a reflexionar, algo de lo que no
podía huir. Una vez establecida la identidad del doctor, quedaba la moralidad de
lo que ella, y en general el MI6, había hecho con su caso. Algunos criminales
como Gneissenau habían sido reservados para utilizarlos de aquella manera.
Deberían haber sido entregados a la justicia, desde luego, pero tampoco iban a
escapar al castigo. En aquel caso concreto, sin duda Nadia se encargaría de ello,
de un modo u otro.

Disponer así de la vida de una persona, por muy criminal que fuese, ya resultaba
como mínimo de una dudosa moralidad. Sin embargo, Sarah tampoco tenía muy
claro que tentar a Nadia con la venganza fuera algo mucho mejor. En eso

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Viento Helado de Iggy

consistía la trampa que la había tendido: si, como preveía, Nadia se dejaba llevar
por la venganza, dispondrían de las pruebas necesarias para poder incriminarla.
Si el espionaje soviético se enteraba de que una agente suya había recibido
información de Occidente, y en lugar de comunicarla a sus superiores había
hecho un uso propio de ella, su situación sería como mínimo delicada. Si además
quedaba implicada en un crimen, la agente en cuestión sería fácilmente
chantajeable, y ante sus propios superiores por añadidura. En aquella trampa
estaba a punto de caer Nadia, si es que no lo había hecho ya.

Sarah sintió un escalofrío. La tarde era agradable, y sin embargo... Tal vez no
estaba hecha para un trabajo como aquel. A falta del resultado final, parecía
haber logrado un éxito completo en su primera misión de campo, y pese a ello se
sentía fatal.

Al llegar a casa de los Bauer, ojeó el correo que la dueña de la casa le había
dejado en su habitación. Allí estaba, un sobre pequeño, sin remite y franqueado
en Leipzig. Lo abrió con lentitud, sabiendo lo que contendría aunque sin querer
leerlo. Según lo previsto, contenía tan sólo un recorte de periódico. La fecha era
del día anterior, del Leipziger Tageszeitung. Incluía una foto de una casa,
pequeña y con jardín. El titular era escueto pero suficiente: Asesinato sin causa
aparente. Heinz-Karl Pappendorff, un ciudadano soltero y solitario, había sido
asesinado en extrañas circunstancias. Los detalles no eran agradables de leer;
no había sido una muerte rápida. La policía se confesaba extrañada, pues no
había móvil aparente. Un desconocido - el texto lo decía así, en masculino -
había irrumpido de noche y había asesinado al señor Pappendorff con notable
ensañamiento, sin robar nada. Desde luego, la policía de Leipzig no conocía la
verdadera identidad de la víctima, por supuesto. Sentada sobre la cama, Sarah
apartó el recorte y lo dejó a un lado. Sintió una ligera pero creciente arcada.

* * * * * * * * *

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Viento Helado de Iggy

Sarah temía reencontrarse con Nadia. Eso suponiendo que volviera a aparecer
por allí, se dijo mientras se apeaba del coche y dedicaba una forzada sonrisa a
su chofer habitual. ¿Sabría Nadia que ella estaba al corriente del crimen que
había cometido? Peor aún, ¿se lo confesaría? Ya resultaba bastante penoso el
haber traicionado su confianza de ese modo como para que ella se abriera
inocentemente a su precaria amistad... Pero no, no era probable. Después de
todo, se trataba de una agente soviética, no de una muchachita necesitada de
consuelo o amistad. Lo más probable era...

Los pensamientos de Sarah se detuvieron en seco, como ella misma estuvo a


punto de hacer mientras caminaba por el largo pasillo de los juzgados. Hacia ella
caminaba Nadia, muy seria y a paso vivo. Sarah no pudo evitar retener el aliento
mientras la mujer pasaba a su lado, apenas fijándose en ella. La había visto, de
eso no cabía duda, porque en el último instante hizo un ligero movimiento de
cabeza en su dirección, en la mínima expresión de un saludo.

En su asiento en el estrado, no pudo hacer otra cosa que contemplar la zona de


enfrente, expectante ante la llegada de Nadia. Ésta hizo acto de presencia justo
en el último momento, mientras el ujier anunciaba a los jueces. El resto de la
mañana se pasó entre miradas intercambiadas aunque no sostenidas a través de
la sala. Sarah acabó por fijarse en el mariscal Göhring, abotargado y somnoliento
como siempre. Le recordó la traición que había cometido contra Nadia, y desvió
la vista.

Tal vez en el comedor se verían y romperían aquella tensión que se notaba entre
ambas. Para facilitar aquello, Sarah volvió a sentarse a solas, en una muda
aunque evidente invitación. Pese a ello, Nadia, al entrar en la sala rodeada de
parte de la delegación militar soviética, apenas le dedicó una breve aunque
intensa mirada y se marchó hacia otra mesa acompañada por sus compatriotas.

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Viento Helado de Iggy

Ella, por su parte, pasó su solitario almuerzo mirándola de reojo y


preguntándose las razones de su actitud. Parecía claro que Nadia sospechaba
que ella conocía su crimen. Reflexionando, comprendió que no podía menos que
ser así: al fin y al cabo, como periodista que se suponía que era, debía estar al
corriente del trágico fin del doctor, objeto de su investigación periodística. Ello,
justo tras la información que le había pasado, y durante su repentina ausencia.
Como periodista, al menos debía sospechar.

Otra cuestión que asaltó su mente entonces fue las razones del proceder de
Nadia. Estaba claro que odiaba profundamente a los nazis; su trampa había
dado aquello por supuesto. Sin embargo, su reacción había sido singularmente
visceral e imprudente. ¿Por qué había marchado tan de repente? ¿Y por qué no
había buscado alguna coartada mejor? En cambio, había marchado directamente
a Leipzig a liquidar a su objetivo, sin realizar planes ni elaborar coartadas. La
relación causa-efecto entre su marcha y el asesinato era diáfana... Recordó
entonces su reacción cuando mencionó al doctor. Su mirada se había perdido,
como si de repente hubiera estado muy lejos de su lado. Además, aquella
reacción se había producido en un momento muy concreto, al mencionar algo.
¿El qué? No importa, se dijo Sarah. Lo trascendente era su misión, que parecía
haber terminado. Si su objetivo -Nadia- le hubiera permitido mantener el
contacto, podía haber seguido junto a ella, para mantenerla bajo observación. Si
no era así, su presencia allí resultaba superflua y debería regresar a Londres.

En ello estaba ya pensando cuando escuchó la sedosa voz de Nadia a su lado,


casi en un susurro.

- ¿Sarah?

Levantó la vista, sorprendida, sólo para verla allí de pie, junto a su mesa. No la
miraba a ella sino al grupo con el que había compartido la comida y que parecía
esperarla a poca distancia.

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Viento Helado de Iggy

- ¿Sí? - respondió apenas.

Una fugaz y azul mirada hacia ella bastó para establecer el contacto, y después
apartarlo de nuevo.

- ¿Vendrás esta noche a la Rauchstube?

- Por supuesto. - respondió sin darse tiempo a pensar. Empezaba a reflexionar


acerca de si había sido una buena idea dar aquella respuesta cuando Nadia se
despidió tan discretamente como había llegado.

- Me alegro, allí nos veremos.

* * * * * * * * *

Tan ansiosa estaba de saber para qué la había citado Nadia, que llegó antes que
ella. Su mesa se hallaba vacía, y tras una ligera vacilación, decidió sentarse a
ella. Todavía era temprano, y apenas había algunos grupitos de soldados rusos,
que se volvieron para comprobar quién tenía la osadía de ocupar la mesa
"propiedad" de la teniente. Sus miradas se tornaron socarronas en cuanto al
vieron; ya debían conocerla.

Durante la espera, un nuevo grupo de soldados entró en el recinto, con una


apariencia muy joven. Sus rostros juveniles y casi lampiños se hallaban teñidos
de color por el frío exterior, aunque pronto entraron en calor con las bebidas y
con la animación que traían consigo. Uno de ellos, viendo que a aquella
temprana hora no había muchas chicas en el local, se dirigió hacia Sarah con
una sonrisa resuelta.

- Hola, guapa, ¿quieres un cigarrillo? También te puedo invitar a muchas otras


cosas... -dijo en ruso, sentándose a su mesa sin esperar invitación y guiñando el

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Viento Helado de Iggy

ojo tras su última frase, como para darle un todavía más evidente cariz obsceno.

Sarah iba a responderle cuando un segundo soldado, más veterano, se acercó


por detrás al primero, poniéndole una mano sobre el hombro e inclinándose para
susurrarle algo al oído. Éste levantó las cejas, la miró a ella y perdió su expresión
alegre. Se puso en pie, forzó la reaparición de su sonrisa y le dijo, también en
ruso:

- Perdona, ¿eh? No pasa nada... -Tras ello se alejó, refugiándose entre el grupo
de sus camaradas.

Sarah todavía no había terminado de reflexionar acerca del incidente cuando vio
entrar a Nadia en la sala. Se acercó a recibirla, mientras ésta se desprendía de
su largo abrigo. El saludo que intercambiaron fue cálido aunque breve. La
actitud de Nadia ante ella resultó más temerosa que nunca, observándola con el
ceño fruncido, de lado. Sin embargo, sus palabras parecían desmentir su
actitud. Estuvo alegre, preguntándole cómo habían ido las cosas por allí en su
ausencia. Sarah optó por recuperar su estilo animado e insustancial, que era lo
que parecía pedir la oficial de ella.

Estuvieron así largo rato, charlando, incluso riendo. Nadia pareció querer
compensarla contándole una serie de rumores y pequeños escándalos en torno a
la convivencia en Nuremberg de americanos y soviéticos. Por lo visto, un coronel
soviético algo más que alegre había llamado "gorda" y "horrorosa" a la esposa de
un general americano, en la cara de éste - y de ella -, todo en medio de un jocoso
incidente en pleno American Steakhouse. Sarah rió como se esperaba de ella,
mientras se preguntaba por las razones del comportamiento de Nadia.

Tampoco podía omitir sus propios pensamientos. La animada confianza de la


soviética le resultaba dolorosa, recordándole la traición que había cometido.
Temía el momento en que hubiera que chantajearla. Todo ello pese a que,
evidentemente, aquella mujer no era sino una peligrosísima agente, que había

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Viento Helado de Iggy

matado con sus propias manos como mínimo a una persona. La contradicción
entre estos sentimientos, y además con la hermosa y aparentemente confiada
mujer que tenía a su lado le hicieron perder el hilo de sus propios pensamientos.

Entonces lo comprendió: no la había citado para decirle nada, sino para


averiguar si estaba al corriente del asesinato de Gneissenau, y si sospechaba de
ella. Con toda probabilidad, su actitud hasta el momento no le había dado una
respuesta clara. Sarah sintió un irreprimible ataque de ternura; estuvo a punto
de confesárselo todo, la trampa, el chantaje, todo con tal que dejara de sufrir y
preguntarse qué era lo que ella sabía. Logró reprimir esta tentación, aunque no
se sintió con fuerzas para continuar con la comedia.

- Nadia, hoy me tengo que ir temprano. -dijo, poniéndose repentinamente en pie.


Por un instante, Nadia pareció herida, aunque su expresión cambió tan de
repente que Sarah se preguntó si realmente la había visto.- Mañana tengo que
viajar a Bad Öynhausen para entrevistar a unas personas del cuartel general
británico para un reportaje.

La mentira apenas era tal; debía entrevistarse con el máximo responsable del
espionaje británico en Alemania, que efectivamente residía en el cuartel general
de Bad Öynhausen. Por la mañana temprano debía coger el tren hacia allí.

- Oh, está bien. -respondió con el mayor aplomo Nadia.

- ¿Te acerco en mi coche a casa?

- No... Aún es temprano, prefiero caminar.

- ¿Seguro? No es molestia...

- No, de verdad. -insistió ella, deseando que no se ofreciera a acompañarla


andando. Su expresión debió traslucirlo, porque Nadia se sentó de nuevo.

52
Viento Helado de Iggy

- Está bien. ¿Cuándo volverás?

- Mañana mismo, aunque supongo que nos veremos pasado mañana, en la sala,
¿no?

- Muy bien. - terminó con algo de sequedad la soviética.

Sarah escapó del lugar, que había acabado por hacérsele asfixiante. El golpe de
frío del exterior la reanimó; suspiró, relajó los tensos hombros y se encaminó
hacia la casa de los Bauer.

* * * * * * * * *

El amanecer la entibió, dentro de su solitario vagón de tren. Sarah se arrebujó en


su abrigo, inclinada sobre la ventanilla. A su lado, en una cartera, se hallaba el
informe que debía presentar ante sus superiores. En él se detallaba el éxito de su
trampa contra Nadia, que acompañaría al otro informe del desconocido agente
que había estado vigilando al doctor Gneissenau, y que aportaría las necesarias
pruebas para incriminarla. Era su primera misión seria, y el éxito había sido
rotundo. Por alguna razón, no sentía el menor orgullo ni alegría.

De todas formas, además de presentar su informe se proponía solicitar una


prolongación de la misión. Quería continuar el seguimiento de Nadia. Tenía una
buena razón para ello: una vez cumplida su misión, en teoría debía dejar el
expediente en manos de sus superiores, que serían los que, en su momento,
decidirían cuándo y cómo se presionaba a Nadia para lograr información. Sin
embargo, prefería seguir en el caso, y si se llegaba a ello, prefería ser ella misma
la que chantajease a Nadia. No quería que otra persona le hiciera saber la
trampa que le había tendido. Era su responsabilidad, así lo sentía y así quería
que fuese. Aunque sabía que sería duro hacerlo.

Si continuaba con el seguimiento de su objetivo, estaría en una posición clave

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Viento Helado de Iggy

para controlar todo lo que ocurriera. Haría todo lo posible para que le
concedieran aquello. En su informe no había incluido la atracción que había
percibido en Nadia hacia ella, y que la curiosa actitud de los soldados soviéticos
le había confirmado. Sin embargo, si necesitaba algún argumento para
convencer a sus superiores, siempre podía usar aquel as en la manga.

Reclinó su cabeza contra el frío vidrio de la ventanilla del tren y sonrió. El MI6
siempre había sido extraordinariamente mojigato con el tema del sexo. Sin
embargo, ella podría argumentar que estaba mucho mejor situada para, si
llegaba el caso, hacer un "sacrificio"...

Una solitaria carcajada escapó de su garganta. Era absurdo, de acuerdo. De


hecho, era el plan más estúpido que había imaginado jamás. Más valía olvidarlo,
y esperar que no hiciera falta recurrir a semejante idea... Aunque no fuera
absurdo desde su propio punto de vista, dudaba mucho que en el mojigato y
victoriano MI6 pasara un plan semejante. Más bien al contrario; lo que podía
ocurrir era que se metiera en serios problemas.

Suspiró, sonriendo mientras el hermoso paisaje del centro de Alemania pasaba a


toda velocidad a su lado. El sol ya había animado la mañana, que prometía ser
excelente.

- Hmm... Bien, bien... Sí, claro... Correcto... -El coronel Gordon-Adams mostraba
una indudable tendencia al soliloquio, algo no demasiado propio en un espía, se
dijo Sarah, de buen humor. Sentada frente a un modesto escritorio, en una no
menos modesta y reducida oficina, escuchaba los comentarios que el
responsable de la inteligencia británica en Alemania iba realizando sobre su
informe. Lo sostenía con una mano, mientras señalaba con el dorso de la otra los
puntos que le parecían mejor. Gordon-Adams no parecía un espía, ni mucho
menos. Bajito, regordete, algo que no ocultaba sino que exhibía su uniforme de
fajina, mostraba un canoso mostacho de puntas retorcidas como único rasgo
distintivo. Parecía ciertamente satisfecho con el trabajo que Sarah había

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Viento Helado de Iggy

realizado, algo que tuvo benéficos efectos sobre la moral de ésta.

Al fin levantó la vista del informe y la miró como si reparase por vez primera en
su presencia. Dejó el informe sobre la mesa y exhibió una sonrisa de abuelete
cariñoso.

- Excelente, agente Cosgrave. Su trabajo ha sido encomiable, y así lo haré


constar en mi comentario añadido a su informe. Tratándose del que ha sido su
primer trabajo de campo... -Pareció perderse de nuevo en sus pensamientos, de
los que retornó de repente.- En cuanto lo tenga redactado, usted misma podrá
trasladarlo a Londres, puesto que su misión ha concluido. Se ha ganado además
unas vacaciones que...

- Señor, -interrumpió ella entonces, lista a saltar en aquel punto - si no le


importa, quisiera hacer una petición. El coronel alzó unas pobladas cejas, pillado
evidentemente por sorpresa.

- ¿Oh? Bueno, adelante... -acabó por decir, con un gesto de la mano que la
invitaba a proseguir.

- Quisiera continuar adelante con esta misión. El objetivo debe seguir bajo
vigilancia, ¿no es así?

- Desde luego, pero de eso puede encargarse algún otro agente. No es una
ocupación completa...

- Bien, sí, es cierto, pero todavía hay muchas incógnitas acerca de esta agente,
como por ejemplo su verdadero rango en el espionaje soviético. No conocemos su
nivel, ni por tanto, el tipo de información que se le puede sacar, eventualmente. -
argumentó ella, tratando de dar a sus palabras un tono profesional y neutro.

- Bien, sí, desde luego. Sin embargo, es poco probable que tenga un rango
demasiado alto...

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Viento Helado de Iggy

Sarah sonrió con algo de amargura.

- Sí, claro, es poco probable que una mujer tenga un nivel muy alto en el
espionaje soviético, en cualquier espionaje, de hecho, -afirmó, intentando en el
último momento que sus palabras no tuvieran un excesivo tono sarcástico.- pero
nos conviene saber al menos su campo de actuación, para conocer no sólo la
calidad sino el tipo de información que puede llegar a proporcionar el objetivo.

Al coronel parecieron pasársele por alto las segundas intenciones de las palabras
de Sarah, puesto que se limitó a fruncir el ceño y a sumirse en otro de sus
soliloquios.

- Uhmm, sí bueno... Es cierto, si bien... Por otra parte, no nos resulta


imprescindible disponer... De acuerdo... -Al fin levantó la vista, centrando su
atención en ella, y dijo, con mayor resolución.- Está bien, ha demostrado lo
válido de su criterio, así que puede continuar con el seguimiento de su objetivo.
Pero sólo mientras dure el juicio y su tapadera continúe siendo válida.

- Gracias, señor. - respondió ella, pasando por alto el comentario del coronel
acerca de la poca necesidad que tenían de ella en otra parte.

Puesto que la entrevista parecía haber finalizado, el coronel se puso en pie,


momento en el que dudó de manera evidente ante ella. Sarah no pudo evitar una
sonrisa ante las dudas del coronel. ¿Cómo se despedía a una agente femenina,
que además era civil? No correspondía un saludo militar, desde luego. ¿Se le
daba un beso en la mejilla como a una señorita? Al fin, el coronel pareció salir de
su estupefacción y extendió la mano. Sarah se puso en pie y la estrechó con
decisión y firmeza, tratando de reprimir una sonrisa ante el cómico instante de
perplejidad de su superior.

- Hasta la vista, y felicidades por su trabajo. -ijo él.

- Gracias, señor... Esto... Otra cosa...

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Viento Helado de Iggy

- ¿Sí? - Si se decide pasar a la fase de extracción de información del objetivo, ¿se


me comunicará?

- ¿Oh? Mmm, sí, desde luego, al menos mientras esté usted en su seguimiento,
claro... -dijo mientras se retorcía una punta de su bigote.- Después el asunto
quedará fuera de su competencia.

- Está bien. Gracias, señor.

- Muy bien, hasta la vista.

* * * * * * * * *

El alto mando británico - de hecho el propio Bernard Law Montgomery - había


elegido Bad Öynhausen como cuartel general precisamente por ser una pequeña
y tranquila ciudad-balneario. Disponía de hoteles capaces de albergar todo el
entramado de la administración de la zona británica, y además no había sido
objetivo de las bombas aliadas. En consecuencia, Sarah se halló en medio de
una ciudad encantadora, con toda la tarde para ella. Se encontraba de un humor
excelente, y el día era soleado, fresco y muy agradable. Decidió regalarse algunos
de los servicios que el lugar todavía ofrecía a los visitantes ocasionales.

Inmersa en un relajante y cálido baño de sales, Sarah fue consciente de su


estúpida y constante sonrisa, que sin embargo no abandonó, ni siquiera al
reflexionar acerca de la persona de Gordon-Adams. El hombrecillo no era, desde
luego, un militar. Su rango y empleo eran una simple tapadera, puesto que el
MI6, a diferencia del NKVD, era un servicio civil. No parecía, desde luego, un
soldado, aunque se destino ficticio tenía que ver con la intendencia, no con las
armas. En todo caso, se apreciaba que las contradicciones entre su condición de
civil y el uniforme que llevaba tendían a superarle. Sin embargo, aquello no
resultaba peligroso para su tapadera: los militares ingleses siempre habían sido

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Viento Helado de Iggy

así, en absoluto marciales. Contrastaban fuertemente con los alemanes. El


mariscal Keitel, juzgado en Nuremberg, era el ejemplo más evidente: se obstinaba
en comparecer ante el tribunal con su vistoso uniforme, con todas sus medallas
y hasta su monóculo. El resto de militares juzgados allí había renunciado a ello,
en un evidente intento por parecer menos obviamente nazis, aunque seguían
disponiendo de un aspecto ciertamente marcial. Y sin embargo, la guerra la
habían ganado tipos como Gordon-Adams... Sarah ensanchó su sonrisa. La
había ganado gente como él, y también como ella, con su trabajo con la máquina
Enigma.

Oh, vaya, echaba de menos aquellos tiempos, se dijo mientras se retorcía en la


cálida sensualidad que le proporcionaba aquel baño. Aunque su situación actual
tampoco estaba mal. Y seguiría con Nadia... El juicio todavía iba a durar varios
meses. Sarah salió de la bañera, envolviéndose en una toalla y soltándose de
nuevo el pelo. Sí, se cambiaría el peinado. Ya era hora de darse un pequeño lujo;
se lo había ganado.

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Viento Helado de Iggy

PARTE 5

El regreso, sin las incertidumbres de la ida, fue todavía más plácido. Sarah se
sentía confiada y segura de sí misma. Todo había salido razonablemente bien, y
ahora se enfrentaba a una misión que se prolongaría varios meses. Era algo
estimulante: desentrañar el misterio que era Nadia suponía todo un desafío.

Sentada en el vagón del tren, de nuevo vacío, trató de concentrarse. Debía


proceder con orden, y lo mejor sería hacer una lista de los problemas a los que se
enfrentaba. Primero, las motivaciones de Nadia. Su reacción a la trampa que le
había tendido parecía algo exagerada; sin duda se podrían sacar datos
interesantes de su pasado resolviendo esa ecuación.

Segundo, su rango y competencias dentro del espionaje soviético. Esos datos


eran realmente importantes, y justificaban por sí solos la prolongación de la
misión. Sin embargo, sería el más complicado de poner en claro, sin duda.

Tercero y último, desentrañar la extraña actitud de Nadia hacia ella. La atracción


existía, o al menos eso parecía, y sin embargo no parecía ir a ninguna parte.
Nadia se comportaba de una forma tan extraña con ella, como si viese en ella
algo más de lo que había... Orden, orden, se dijo. Había que tratar esa cuestión
con la misma frialdad que las demás. Analizar, desentrañar, organizar. Por una
parte, parecía evidente que los soldados rusos la consideraban "territorio
prohibido", a causa de su relación con ella. Aquello era suficientemente curioso,
se dijo sin poder evitar una sonrisa que nadie vio. Pese a ello, Nadia no parecía
compartir con los soldados aquel concepto, al menos no del todo. La trataba con
una cierta familiaridad distante, con un afecto contenido. Las razones de aquel
comportamiento podían ser muchas, pero especular acerca de ellas no la llevaría
a ningún lado.

En cambio, decidió olvidar todo aquello, justo en el momento en que entrevió su

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Viento Helado de Iggy

propio reflejo en el vidrio de la ventanilla. Sonrió ante su imagen y su nuevo


aspecto. Se había arreglado el pelo siguiendo el estilo impuesto por Veronica
Lake. Era el peinado de moda, al que se había resistido hasta entonces. Era
curioso cómo solía evitar las modas, hasta que empezaban a quedar obsoletas.
Sólo entonces se decidía a seguirlas.

En la peluquería habían hecho todo lo posible, y la verdad era que había


quedado bien. El cabello echado a un lado, casi ocultando el lado derecho de su
cara, se suponía que le daba un aspecto misterioso. Suspiró; ni por esas se
sentía del todo en el papel de espía, y sin embargo no deseaba dedicarse a
ninguna otra cosa. No era obligatorio ser coherente, se dijo sonriendo a su
traslúcida imagen en el cristal.

* * * * * * * * *

A medida que avanzaba hacia la Rauchstube, iba sintiendo cómo su sensación


de seguridad se iba desvaneciendo. En el tren todo había estado muy claro, pero
ahora era evidente que había olvidado algo. No lo había olvidado; tenía que
reconocer que lo había dejado de lado, pues se trataba de una decisión difícil. En
el mismo momento en que empujaba la pesada puerta de la taberna, tomó una
determinación. Le diría a Nadia que estaba al corriente de la muerte de
Gneissenau, pero sin evidenciar que sospechaba de ella. Tendría que hacerse la
tonta de nuevo. Aquello no le gustaba, pero no tenía muchas alternativas.

Nada más entrar se encontró con la mirada de Nadia, que había levantado la
vista nada más aparecer ella. Vio su boca formar una sorprendida "o". Había
olvidado su nuevo aspecto, y no se había preguntado cómo reaccionaría la
soviética. Sonrió, algo insegura, mientras Nadia se ponía en pie haciendo lo
mismo.

- Vaya, esto es todo un... cambio. - dijo la mujer, inclinándose hacia ella como si

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Viento Helado de Iggy

fuera a besarla. No lo hizo, sino que quedó a su lado, con una sonrisa algo
sardónica. - Estás muy... diferente. Muy guapa, desde luego.

Sarah sonrió en respuesta al cumplido, que no dejó de parecerle forzado. Por


alguna razón, le parecía que Nadia se reía de ella, que sus ganas de parecerle
más atractiva y misteriosa le resultaban transparentes. Aquello era absurdo, se
dijo mientras la mujer pasaba un brazo por su espalda y la conducía hasta su
asiento.

No tenía sentido aplazarlo, decidió nada más sentarse. Cuanto más franca y
directa fuera, más sincera parecería.

- He sabido que el hombre al que investigué, el tal Gneissenau, ha sido


asesinado. - dijo de sopetón, tratando de parecer inofensiva e inocente, mientras
Nadia estaba tomando asiento frente a ella.

La reacción de la soviética podría haber resultado cómica en otras


circunstancias. Se quedó a medio sentar, como paralizada, y su expresión
mostró una repentina alarma. La miró con intensidad, traspasándola con aquella
mirada tan característica. Por un momento, Sarah sintió una punzada de pánico.
Pensó que Nadia estaría decidiendo si debía matarla o no.

El instante se fue tan repentinamente como había llegado. Una vez pasado,
Sarah apenas se sintió capaz de decidir si todo aquello se había debido a su
imaginación o no. En todo caso, la oficial se acabó de sentar, compuso una
expresión vagamente interesada y dijo tan sólo: - ¿Oh? ¿Sabes cómo ha sido?

Decidió darle a todo el asunto el tono más banal posible. Le molestaba que Nadia
pensase que era idiota, pero sería lo mejor.

- La policía de Leipzig no se aclara, pero qué le vamos a hacer. Ha sido mala


suerte. Tal vez alguna de sus víctimas le reconoció. De todas formas da igual, mi
artículo saldrá adelante de todas formas, así que me da lo mismo.

61
Viento Helado de Iggy

Su respuesta pareció complacer a Nadia, que esbozó una leve sonrisa. Apoyó sus
codos sobre la mesa ante ella, como soporte para su barbilla, y la miró con lo que
sólo se podía interpretar como interés.

- Estás realmente muy guapa, Sarah. ¿Cómo te ha dado por cambiarte el


peinado?

El cambio de tema era forzado pero de intención evidente. No podía resultar más
oportuno desde su propio punto de vista, de modo que lo aprovechó de
inmediato. Debería jugar al juego de la chica superficial; aquello tranquilizaría
sin duda a su interlocutora.

El resto de la velada trascurrió por esos mismos senderos. Le contó su viaje, lo


bonito que era Bad Öynhausen y todo cuanto podía explicarle sin
comprometerse. Nadia parecía sinceramente aliviada, y aquello se le contagió. En
definitiva, fue una agradable tarde que derivó sin sentir hasta la noche. Las dos
se habían quitado un peso de encima, y eso se hizo notar. Lo había pasado en
grande, se decía Sarah mientras caminaba, sola, de vuelta a casa de los Bauer.
Nadia parecía más confiada que nunca, e incluso de alguna forma más amistosa
y menos atraída hacia ella. Aquello funcionaba, se dijo, cuando una ráfaga de
viento en medio de la noche la sacudió con fuerza. Recordó entonces la mirada
asesina de Nadia, durante aquel breve y amenazador instante, y sintió que el frío
le helaba los huesos. Por fortuna, la sensación pasó tan rápido como cuando
había ocurrido, y Sarah recuperó aquella sensación de calidez interior que había
disfrutado hasta entonces.

* * * * * * * * *

Los meses se fueron uno tras otro, a medida que los días se iban haciendo más
largos y el frío iba desapareciendo. El juicio se aproximaba a su final, a través de
sus farragosas sesiones. A lo largo de todo aquel tiempo, Sarah se vio con Nadia

62
Viento Helado de Iggy

casi todos los días, en una rutina establecida: Se saludaban por las mañanas, a
la puerta de la sala, somnolientas y taciturnas aunque sonrientes. Después se
veían para la rápida y espartana comida durante el receso de mediodía. Por las
tardes solían verse en la Rauchstube. Allí acostumbraban a cenar, pasando un
buen rato hasta entrada la noche.

Durante todo aquel tiempo, Sarah no olvidó su misión. En medio de sus


conversaciones, se esforzaba por averiguar algo, lo que fuera, sobre el pasado de
aquella hermética mujer. Sus intentos resultaron infructuosos. Nadia, aunque
no parecía recelosa, se negaba suave aunque obstinadamente a revelar un solo
detalle de su vida antes de Nuremberg. En una ocasión, ante la insistencia de
Sarah, había sonreído de forma irónica y, tras un breve silencio, había dicho:

- No te gustaría saber cosas de mi vida antes de la guerra, Sarah. De todas


formas, eso no te afecta, o al menos eso espero.

Sarah, inclinada hacia su interlocutora en el agradable ambiente de la


Rauchstube, notó cómo su sonrisa se helaba en su rostro. Sintió que debía haber
palidecido, porque Nadia la observaba sin perder su expresión sardónica. Todo lo
contrario. La miraba como si sus azules ojos fueran capaces de ver a su través.
Como si conociera todos sus secretos y estuviera jugando con ella. Sarah se
había obligado a sonreír de nuevo, cambiando de tema como si aquello no
hubiera tenido la menor importancia para ella. Pero por un instante creyó que
había sido descubierta.

Después se preguntó acerca del significado de aquellas palabras, sobre todo de la


críptica segunda frase. Por más vueltas que le dio, no consiguió darle un sentido
lógico.

Por otra parte, aunque la compañía de Nadia resultaba estimulante, Sarah


notaba que dormía cada vez peor. No era demasiado extraño; le recordaba sus
propios días de trabajo durante la guerra, cuando trabajaba en Cifrado. La

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Viento Helado de Iggy

tensión era menor, desde luego. Su esgrima intelectual con Nadia, con ella
tratando de hacer saltar las defensas de la soviética sin levantar sus sospechas,
no alcanzaba la tensión de aquellos días en que la vida de miles de soldados
dependía de su trabajo. Sin embargo, había algo que no se daba entonces: existía
una fecha límite. El juicio se iba deslizando lenta pero inexorablemente hacia su
final, y ella sabía muy bien que tras las sentencias ambas se separarían. Aquello
pondría punto final a su relación con Nadia, y le impediría redondear su misión
con un éxito total. Eso si no lograba despejar las dos incógnitas principales: el
grado y competencias de la oficial soviética dentro del NKVD.

En consecuencia, a medida que el verano avanzaba, dormía cada vez peor. Sin
embargo, y de forma similar a lo ocurrido durante la guerra, notaba una curiosa
sensación de felicidad que se sobreponía a la tensión y la fatiga. Sentía que había
nacido para esto, y la animaba la excitación de la caza. Sobre todo cuando su
presa era una mujer tan inteligente y complicada como Nadia.

Además, y analizando detenidamente sus sentimientos, Sarah comprendió que


su tensión tenía otro origen, que se acumulaba con el resto. Le preocupaba
mucho que llegara el día en que tuviera que chantajear a la soviética. No deseaba
de ninguna forma que aquel momento se presentase. A veces la temía; suponía
que Nadia reaccionaría de forma violenta o al menos peligrosa al revelarle la
trampa que le había tendido. Sin embargo, en otras ocasiones Sarah la
imaginaba reaccionando de otra forma. Visualizaba su expresión de decepción,
de tristeza al saber que aquella mujer en la que había confiado la había
traicionado. Sarah no conseguía decidir cual de las dos posibilidades temía más.

En todo caso, aquello no dependía de ella. Además, ella misma había tomado
sobre sus hombros aquella carga. Lo sentía como su responsabilidad, y estaba
dispuesta a afrontarla. La orden le llegaría por correo, sin previo aviso, de forma
que su tensión fue creciendo a medida que avanzaba el año. Pese a ello, la
alegría no la abandonaba, todo lo contrario. Aquel duro y terrible invierno, el
primero tras el final de la guerra, iba quedando atrás, y los días largos y cálidos

64
Viento Helado de Iggy

lo sustituían.

* * * * * * * * *

Obedeciendo la imperiosa orden del ujier, Sarah se puso en pie, como el resto de
la sala. No se trataba, esta vez, del final de la sesión. Con los jueces sentados, el
ujier se adelantó hasta un micrófono y, con voz alta y solemne, proclamó en
inglés:

- Los encausados han sido acusados de cuatro delitos: primero, conspiración


contra la paz mundial; segundo...

Sarah sintió su corazón acelerarse. El momento definitivo, el de las sentencias,


había llegado al fin. El verano se había ido ya, aunque todavía se disfrutaba de
buen tiempo, y el juicio había alcanzado su final. Durante las últimas semanas,
los rumores se habían desatado; había quien aseguraba que las presiones sobre
el tribunal eran fuertes, y se decía que los americanos querían un veredicto
clemente, para lograr la reconciliación con los alemanes. Los soviéticos, en
cambio, exigían condenas ejemplares. La tensión había ido aumentando entre los
dos aliados. El discurso de Churchill sobre el "telón de acero" que, según él, los
soviéticos estaban extendiendo a través de Europa, había tenido su
trascendencia. Las tensiones eran evidentes, y el desenlace del juicio no iba
escapar a todo aquello.

- ... y realización de una guerra ofensiva; tercero... - seguía diciendo el ujier.


Sarah trató de olvidar sus pensamientos y aprensiones. El instante era histórico,
y convenía prestarle atención, ya que había dispuesto del privilegio de asistir a
él.

- ... crímenes y atentados en contra del Derecho de Guerra; y cuarto, crímenes


contra la Humanidad.

Prosiguió con la lectura de ciertos considerandos, destinados sobre todo a

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Viento Helado de Iggy

justificar la creación de un tribunal tan particular como aquel. Entretanto, Sarah


aprovechó para mirar a Nadia, de pie al otro lado de la sala. Su expresión de odio
era casi aterradora. Habían discutido acerca de los posibles veredictos, y desde
luego que exigía una condena general. No podía imaginar su reacción en caso
contrario.

En aquel instante, Nadia desvió su mirada del ujier, y las de ambas se cruzaron.
De inmediato, su expresión se suavizó, e incluso esbozó una tenue sonrisa en su
honor. Sarah se la devolvió, aunque pronto la atención de ambas fue reclamada
de nuevo por la voz que llenaba la sala.

- A falta de las pruebas, que quedarán consignadas en la sentencia pública, paso


a la lectura de los veredictos. Hermann Göhring, condenado por 1, 2, 3 y 4,
sentenciado a muerte en la horca. Joachim Von Ribbentrop, condenado por 1, 2,
3 y 4, sentenciado a muerte en la horca. Hans Frank, condenado por 3 y 4,
sentenciado a muerte en la horca...

La lectura prosiguió con monótona precisión. En total, 12 sentencias de muerte,


7 de prisión y tan sólo tres absoluciones. La reacción de los condenados a
muerte fue variadísima, desde la indiferencia a la consternación, pasando por la
indignación de unos pocos. En cambio, a Sarah le bastó una mirada a Nadia
para comprender que las sentencias la habían satisfecho. En su mirada se veía
todavía aquel odio, pero teñido esta vez de una cruel alegría.

* * * * * * * * *

Aquella noche, la Rauchstube se encontraba atestada. Sarah se abrió paso entre


los apretujados cuerpos de los soldados rusos, tratando de encontrar a Nadia. Al
fin se abrió un claro entre el gentío, que formaba un corrillo en torno a,
precisamente, Nadia. En cuanto esta la vio, le hizo un gesto con el brazo para
que se acercara. Ella acudió a su lado, viendo que sobre las mesas se hallaban

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Viento Helado de Iggy

bandejas repletas de vasitos, muchos más de los que parecían necesarios, pese
al gentío. En cuanto estuvo junto a ella, Nadia le sonrió y pasó un brazo por su
hombro, atrayéndola junto a sí. Entonces se volvió hacia los soldados, de pie en
torno a ella. En medio del griterío alzó la voz, imponiendo un progresivo silencio
mientras exclamaba en ruso:

- ¡Atención! ¡Atención, camaradas! ¡Alzad vuestros vasos! ¡Tenemos muchos


brindis por delante!

Tras estas palabras estalló una carcajada general, que Nadia acalló con una
mirada severa. Sin embargo, su sonrisa reapareció de inmediato, y prosiguió con
su discurso, no sin antes poner un vasito de vodka en la mano de Sarah además
del suyo.

- ¡Doce brindis! ¡Por Göhring en la horca!

Las exclamaciones y risas volvieron a atronar la sala. Los vasitos fueron vaciados
de un trago y estrellados contra el suelo con un terrible estruendo. Sólo Nadia lo
lanzó por encima de su hombro, haciéndolo añicos contra la pared tras ella. El
resto de soldados soviéticos los estamparon contra el suelo a sus pies, pues no
había espacio para lanzarlos como la tradición rusa mandaba. Sarah quedó
paralizada ante aquella exhibición de crueldad, el vasito intacto junto a sus
labios. Nadia se había separado un poco de ella para alcanzar un nuevo vaso
lleno.

Sarah optó por alejarse discretamente de allí. Aquello la entristecía, no se sentía


capaz de compartir aquella fiesta. Mientras atravesaba la puerta hacia la calle,
escuchó la potente y alegre voz de Nadia exclamando: - ¡Once! ¡Por Keitel en la
horca!

El segundo estruendo de cristales rotos quedó amortiguado por la pesada puerta


al cerrarse. Sarah se marchó en solitario.

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Viento Helado de Iggy

* * * * * * * * *

La sesión del día siguiente serviría para la lectura de las sentencias contra las
organizaciones encausadas en el proceso: el gobierno del Reich, el partido nazi,
etcétera. Los veredictos no tenían el menor misterio: disolución, confiscación...
Nada de particular. Durante la sesión, Sarah no pudo evitar ver cómo Nadia la
miraba una y otra vez. Al finalizar ésta, se sorprendió al verla frente a ella nada
más salir de la sala. Puesto que se hallaba al otro extremo, debía haberse
apresurado mucho, aunque se la veía relajada y sonriente.

- Te eché de menos anoche. - dijo la soviética, con una leve sonrisa en su cara.

- Oh... Bien, no estaba muy animada, así que preferí marcharme. - le respondió,
sin saber realmente qué decir. Se sentía triste. La crueldad que había mostrado
Nadia la noche anterior la decepcionaba, aunque era evidente que había otras
razones para su sentimiento. La misión finalizaba, y no tenía el menor éxito que
mostrar ante sus superiores. No había logrado sacar nada en claro sobre aquella
mujer, y en breve la perdería de vista.

- ... y te puedo ofrecer un pase. ¿Me escuchas? - estaba diciéndole Nadia.

Sumida en sus propios pensamientos, apenas le había prestado atención. Le


sonreía de forma algo irónica, inclinándose hacia ella con una expresión entre
divertida y preocupada.

- Perdona, ¿qué me decías? - le preguntó Sarah, confundida.

- Las ejecuciones. Serán en apenas dos semanas. Si quieres asistir, puedo


conseguirte un pase.

- Oh... - No estaba muy segura de querer asistir a aquello, precisamente.

68
Viento Helado de Iggy

- Vamos, será toda una oportunidad para una periodista. No todo el mundo la
tendrá, te lo aseguro.

- Bueno... - Sarah trató de pensar con rapidez. Si quería parecer una periodista,
debía tratar de actuar como tal. Además, al menos aquello prolongaría su misión
por algún tiempo más. Se decidió, tratando de sonreír y parecer agradecida. - ¡De
acuerdo! Muchas gracias, Nadia. Cuenta conmigo.

* * * * * * * * *

No supo realmente por qué había aceptado. Lo de las ejecuciones sí, desde luego.
Apenas le quedaba más remedio, si quería cumplir con su tapadera. Pero
aquello... Los soviéticos habían organizado otra especie de celebración la noche
anterior. Durante las dos semanas anteriores, apenas había visto a Nadia. Sin
embargo, ésta había reaparecido el día anterior para mostrarle los pases y para
invitarla a aquella fiesta de despedida. Mientras atravesaba el oscuro callejón,
notó la música que escapaba por las veladas ventanas de la Rauchstube. Por lo
visto, iba a ser una celebración especial. Suspiró, y empujó la puerta.

En efecto, sobre una improvisada tarima se hallaba una pequeña orquesta


cíngara: violín, bandoneón... Habían retirado la mayoría de las mesas,
disponiendo el resto junto a las paredes, de modo que quedaba un espacio
central despejado. Nadia se hallaba cerca de la puerta, dándole la espalda. De
alguna forma pareció percibirla, pues nada más entrar se dio la vuelta, con una
excitada sonrisa en sus labios, y le hizo un gesto para que se acercara.

- ¡Ven, ven aquí! Me alegra que hayas venido por fin. Vamos...

La cogió por la mano, arrastrándola hasta el otro extremo de la sala. Allí, junto a
la pared, estaba su mesa, la que habían compartido durante todos aquellos
meses. Sin embargo, y para dejar sitio para el baile, sus sillas se hallaban ambas
contra la pared, de cara a la sala, no una frente a otra como hasta entonces.

69
Viento Helado de Iggy

Nadia la llevó hasta allí, sentándose ambas.

- Estás más guapa que nunca, aunque se te ve pálida. - le dijo en cuanto


estuvieron sentadas la una al lado de la otra. Sarah notó que su mano aún
estaba retenida en la de Nadia.

- Oh... Bueno, la verdad es que las ejecuciones no son lo mío. - Se forzó a


sonreír. No pudo evitar echarle un vistazo a la mano que retenía la suya. Nadia
la retiró entonces, aunque sin perder su expresión animada.

- No te preocupes, no tiene nada de particular. Será temprano, a las 5 de la


madrugada, y luego todo habrá pasado al fin. Pero ahora olvídalo y pasémoslo
bien, ¿de acuerdo?

Trató de sonreír en respuesta, y siguiendo la mirada de la mujer vio que, en


efecto, todo el mundo lo pasaba en grande. La orquesta tocaba animadas polkas,
y los soldados bailaban con energía junto a sus parejas alemanas. De nuevo, el
vodka fluía como agua, y ellas mismas tenían una botella enfrente. Nadia llenó
dos vasitos, y le ofreció uno.

- Toma, bebe un poco. Te animará.

Temió que repitiera aquellos brindis, pero en cambio Nadia sostuvo su vasito
junto al suyo y dijo tan sólo: - Por nosotras.

Sonrió aliviada, entrechocando el vaso, y repitió: - Por nosotras.

Pasaron un rato allí, sentadas y bebiendo. Notó que el alcohol calentaba sus
venas, y que el color volvía a sus mejillas. Apenas hablaron, pues la música no lo
permitía, contentándose con observar a las parejas que bailaban. Sarah se
preguntó, no por primera vez, por la extraña actitud de Nadia hacia ella. ¿Se
sentía atraída hacia ella o no? Era la última noche que iban a pasar juntas, y sin
embargo no parecía dispuesta a hacer el menor avance. ¿Esperaba acaso que

70
Viento Helado de Iggy

fuera ella quien lo hiciera? Parecía absurdo... Sin embargo...

Sus ensoñaciones se cortaron bruscamente cuando sintió que tiraban de su


mano, forzándola a ponerse en pie. Era Nadia, que se hallaba frente a ella. Le
brillaban los ojos, y sonreía de manera intensísima.

- Ven, vamos a bailar. - le dijo tan sólo.

- Pe... pero...

Cuando quiso darse cuenta, se hallaba en pie. La orquesta ya no tocaba una de


aquellas enérgicas polkas, sino un tango cíngaro, lento y sincopado. Nadia la
atrajo junto a ella, pasando un brazo en torno a su cintura y agarrando su mano
izquierda en su derecha. Algo mareada al ponerse en pie tan de repente, notó
que la sala se llenaba de roncos vítores y agudos silbidos. La pista se despejó
para ellas, y se sintió arrastrada al centro. Nadia la llevaba con firmeza,
moviéndose con pasos repentinos y firmes, apretándola junto a su cuerpo. Notó
que su corazón latía con fuerza, casi desbocado. Se sentía muy rara, los oídos le
silbaban mientras se dejaba llevar por la música, triste y extraña, y por su pareja
de baile, que la guiaba con fuerza. Sentía que las rodillas se le hacían de
gelatina, aunque su pareja la sostenía a la perfección.

Todo terminó tan de repente como había empezado. Tras una última y brusca
vuelta, la música cesó de repente y estallaron unos insólitos aplausos. Se sintió
trasportada y depositada de vuelta sobre la silla. Nadia estaba nuevamente a su
lado.

- Estupendo, ¿eh? - Nadia tenía las mejillas encendidas, respiraba con fuerza, y
le brillaban los ojos. Seguro que tanto como a mí misma, se dijo Sarah. No supo
qué responder, de modo que fue la soviética la que prosiguió.

- Esta es una noche muy especial para mí. Dentro de una horas...

La expresión de Nadia, sin perder su arrebato, se transformó de alguna forma en

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Viento Helado de Iggy

cruel y despiadada. Supo de inmediato a qué se refería, y de nuevo sintió una


profunda decepción, más notable tras la excitación anterior.

- ¿Por qué, Nadia? ¿Cómo puede alegrarte la muerte de nadie? Aunque sean
esos...

- ¿Que cómo puede? ¿Y tú qué sabrás? Mierda, Sarah, no tienes ni idea...

- No puedo comprender que estés así, en una noche como ésta, Nadia. - insistió
ella, sin pensar en lo que decía. Simplemente trataba de comprender su actitud,
que la intrigaba y decepcionaba a la vez.

- ¿Quieres saberlo? Muy bien, te lo contaré... - dijo, inclinándose hacia ella y


bajando la voz, en un tono de confidencia.

"Me destinaron en Alemania. Entonces yo era muy joven. Sin embargo, mis
orígenes eran perfectos para aquella misión. Una alemana de Estonia... Era
ideal. Podía pasar por simpatizante nazi. Las cosas estaban muy difíciles
entonces. El Partido estaba casi desarticulado, y sus dirigentes en campos de
concentración. Sin embargo, me asignaron un contacto en el Partido Comunista
de Alemania, en lo que quedaba de él. Su misión era introducirme en Berlín,
vigilar que no metiera la pata por mi desconocimiento de la Alemania nazi. En
consecuencia, pasábamos mucho tiempo juntas; me alojaba en su casa. Era un
cuchitril... Pero bueno... Ella era hermosísima, y valiente, idealista... Nos
enamoramos. Se llamaba Anja. El trabajo era difícil, y cada vez más peligroso.
Contactábamos con miembros del partido nazi, obteníamos información... Fui
muy feliz con ella, más que nunca antes o después en mi vida. Sin embargo, el
peligro era cada vez mayor. Cayeron algunas células, otras fueron retiradas. Yo le
insistí en que abandonáramos y marcháramos a Moscú. Pero ella no quería. Ya
te he dicho que era muy valiente, y era cierto, muy cierto... Además, la
información que obteníamos, sobre todo la militar, era importantísima. Yo estaba
cada vez más nerviosa, y sin embargo ella no perdía el ánimo. Lo pasamos muy

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Viento Helado de Iggy

bien juntas, mucho, pese a todo... Entonces pasó lo que tenía que pasar. Yo
estaba fuera, con un contacto, por la noche. Al volver, de madrugada, lo vi. Se la
llevaban. De alguna forma nos habían descubierto. Apenas pude ponerme a
salvo. Solicité instrucciones a Moscú, y claro, me ordenaron que regresara
cuanto antes. Yo no quería dejarla a su suerte, quería salvarla, rescatarla como
fuera... No eran más que tonterías, desde luego. Estuvieron a punto de
detenerme en varias ocasiones, y no conseguí nada. Además, en Moscú no había
caído nada bien el que me negara a volver. En definitiva, al fin tuve que regresar
sin haber vuelto a saber nada más de ella."

En aquel momento hizo una pausa, como si hubiera quedado sin aliento. Sarah
notó que sus ojos brillaban, y que la miraba con una tremenda intensidad, desde
muy cerca. Uno de sus brazos se apoyaba en la pared tras ella, rodeándola
aunque sin tocarla. Casi la asustó cuando reemprendió su relato; no había
terminado.

"En Moscú me dediqué a trabajo de retaguardia por un tiempo. Traté de


conseguir noticias de Anja, pero la represión en aquella época era muy fuerte.
Nadie pudo decirme nada. Fue el peor período de mi vida. Sólo la esperanza de
que estuviera viva me mantenía viva a mí también. Sin embargo, no recibía el
menor apoyo... Fue la época del pacto Molotov-Ribbentrop y el reparto de
Polonia. Entonces llegó 1941, la traición de los nazis y la invasión alemana de la
U.R.S.S. Pese al peligro y la guerra, me alegré muchísimo. Alemania volvía a ser
el enemigo, y tal vez podría rescatarla algún día. Solicité ir en misión a Alemania,
pero se me negó. El peligro era abrumador, desde luego. Así que me concentré en
Inteligencia Militar, esperando el día de la victoria. Cuando por fin se produjo la
invasión de Alemania, logré que se me destinara al estado mayor de Zhúkov. Al
fin y al cabo, conocía la zona, tenía contactos... Pero mi único objetivo era dar
con Anja, suponiendo que aún estuviera viva después de todo aquel tiempo.
Berlín ya estaba rodeada cuando logré que Zhúkov me diera el mando de una
compañía. La solicitud era lógica, pues el campo de Sachsenhausen se hallaba

73
Viento Helado de Iggy

cerca, y allí estaban casi todos los prisioneros políticos, sobre todo los
comunistas. Fui a liberarlo. Pero no la encontré en aquel lugar... Estaba
desesperada. Sin embargo, algunos prisioneros antiguos me contaron que estuvo
hacía tiempo; la recordaban. Logré sacarle información a un oficial del campo...
Por lo visto, había sido transferida a Ravensbrück. ¿Has oído hablar del campo
de concentración de Ravensbrück? Era un campo femenino. Por suerte se
hallaba cerca. Hacia allí me fui, cada vez más desesperada, con la compañía a mi
mando. Allí... Bien, era un campo de experimentación. Hacían cosas horribles a
las mujeres que... No importa. La encontré. Era un saco de huesos y llagas,
había muerto no hacía mucho. Desde entonces... Digamos que los nazis no me
caen bien..."

Sarah no supo qué decir. Las palabras no le salían por la garganta, que parecía
agarrotada. Entonces, Nadia se aproximó aún más a ella, y dijo:

- Y te pareces tanto a ella. El mismo pelo, los mismos ojos. Ella era algo más alta,
pero tenía algo de ti, no sé... La echo tantísimo de menos, Sarah...

Estupefacta, Sarah vio cómo las lágrimas comenzaban a rodar por la mejilla de la
soviética. Un sollozo la atrapó, y giró la cara, como si no quisiera que la viera así.
No pudo hacer otra cosa que abrazarla, atrayéndola hacia sí. Su cabeza se
reclinó contra su hombro, y entonces los sollozos la atraparon en un llanto
continuado.

- Shh... Tranquila... Tranquila... - le susurró, sintiéndose completamente


ridícula. La estrechó entre sus brazos, acariciándole el cabello. Allí estaba ella,
con la terrible soviética deshecha en llanto entre sus brazos. La escena no podía
resultar más absurda. Por fortuna, la gente les daba la espalda, formando una
especie de pantalla de intimidad. Poco a poco, mientras trataba de tranquilizarla
con frases absurdas y sin sentido, notó que la mujer se relajaba poco a poco. En
ese momento, una parte cínica de su mente le dijo: "Lo has conseguido. Ya sabes
todo lo que necesitabas saber sobre ella." Se despreció por aquel pensamiento, si

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Viento Helado de Iggy

bien no dejaba de ser cierto. Entonces notó que Nadia se removía en su abrazo.
Levantó la vista y la miró con sus hermosos ojos enrojecidos.

- Perdona. No sé qué me ha pasado. No debería... Es decir, te pareces a ella, pero


esto no tiene nada que ver contigo... Yo...

Sus labios se hallaban muy cerca, apenas a un par de centímetros. En ese


preciso instante, la puerta de la taberna se abrió con estrépito, y entraron varios
hombres de uniforme. La orquesta dejó de tocar, y se hizo poco a poco el silencio.
Nadia se apartó de su lado, secándose las lágrimas, justo cuando los recién
llegados se plantaban ante su mesa. Uno de ellos tomó la palabra.

- ¿Teniente Von Kahlenberg? Ha ocurrido algo, se requiere su presencia en la


prisión.

El hombre parecía incómodo, como si supiera que su llegada era poco oportuna.
Sin embargo, no desvió la vista, sino que quedó allí, firmes.

- ¿Qué es lo que ocurre? - le replicó Nadia, tratando de recuperar la habitual


firmeza de su voz, sin conseguirlo del todo.

- El mariscal Göhring ha sido hallado muerto en su celda.

- ¿Muerto? - preguntó Sarah, sin poder contenerse. Se dio cuenta de inmediato


que habría sido mejor callar, cuando el oficial soviético la miró igual que si de
repente un mueble hubiera hablado.

- Sí, parece que ha logrado suicidarse. - respondió, aunque sin dirigirse a ella. -
Se requiere su presencia para la investigación, teniente.

Nadia, repentinamente seria, se puso en pie. Entonces echó un vistazo hacia


abajo, hacia la sorprendida Sarah.

- Espérame... No, mejor no, estaré ocupada. Toma... - Le tendió una tarjeta. - Es

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Viento Helado de Iggy

tu pase. Te veré en la ejecución.

Dicho esto, se marchó acompañada de los hombres que habían ido a buscarla.
Sarah no tuvo tiempo ni ánimo para decir palabra.

* * * * * * * * *

El patio de la prisión, a aquella hora de la mañana en que el alba apenas


despuntaba, parecía desde luego el lugar adecuado para una ejecución. Sarah no
había dormido desde que Nadia la dejara tan repentinamente. Sin embargo, le
había dado tiempo a pasar por casa de los Bauer, darse una ducha y cambiarse
de ropa. La tribuna sobre la que se hallaba, reservada a unos cuantos testigos,
carecía de asientos. A su lado había un hueco, reservado, o eso supuso, a la
soviética. Sin embargo, no se la veía por lado alguno.

La horca, de madera, sí que se veía dispuesta, en el lado opuesto del patio. El


primero de los condenados hizo acto de aparición, flanqueado por dos policías
militares americanos con sus distintivos cascos blancos. Sarah se sintió
sobrecogida, tanto que no vio llegar a Nadia hasta que ésta estuvo a su lado y le
rozó el brazo.

- ¿Todo bien? - le susurró la mujer.

- Sí, bien, ¿y tú? ¿Qué ha ocurrido?

- Por lo visto, alguien le pasó una cápsula de cianuro. Está muerto y bien
muerto. No sabemos quién se la pudo pasar, pero seguro que tenía un cómplice.
Estamos en ello.

Guardaron silencio en cuanto el ujier leyó la sentencia y se cumplieron las


formalidades. Todo transcurrió con sorprendente rapidez. Al final, la trampilla se
abrió, se oyó como un chasquido y el condenado quedó colgando, oscilando

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Viento Helado de Iggy

levemente. Sarah miró de soslayo a Nadia, y le agradó comprobar que no sonreía.


Se la veía seria y hasta un poco agobiada.

Las ejecuciones se fueron sucediendo con rapidez, o tal vez era que el tiempo
parecía transcurrir con mayor velocidad de la normal. Al final fueron nueve
ejecuciones. Robert Ley se había suicidado antes del proceso, mientras que
Martin Bormann había sido condenado en rebeldía. Puesto que Göhring también
se había suicidado, la cosa quedó en nueve. Todo sucedió sin incidentes, salvo
una última insistencia del mariscal Keitel en ser ejecutado por un pelotón de
fusilamiento, que no fue atendida.

Cuando todo hubo pasado, Sarah se volvió hacia Nadia, aunque se encontró sin
saber qué decir. Fue ella la que se inclinó, diciéndole: - Escucha, tengo que
seguir con la investigación, aunque espero acabar pronto.

- Mi... mi tren sale en dos horas, Nadia. - le contestó. Había hecho la reserva
hacía tiempo, puesto que ya sabía que la soviética no se iba a quedar por más
tiempo, si bien ahora tal vez cambiaran los planes.

- Yo me marcho mañana por la mañana. No esperaba esto... Voy a estar muy


ocupada. Intentaré estar en el andén.

Se marchó de repente, sin una palabra o gesto más. Sarah sacudió la cabeza,
desconcertada. Había esperado... ¿Qué había esperado? Daba igual. Se había
quedado sola en aquel siniestro lugar, y lo mejor que podía hacer era
abandonarlo.

* * * * * * * * *

La estación contrastaba, en su animado ambiente, con el patio de la prisión,


desde luego. Sarah había alcanzado su vagón, atravesando las nubes de vapor
que exhalaban las locomotoras. Esto último contribuía a una atmósfera cálida y
hasta sofocante, junto al gentío que andaba y en ocasiones corría en diferentes

77
Viento Helado de Iggy

direcciones. Entre toda aquella gente, y a escasos minutos de la partida del tren,
no se distinguía la inconfundible figura de la oficial soviética por parte alguna.

Ya había alzado sus maletas y baúles hasta el vagón, con la ayuda de un mozo.
Ahora se hallaba al pie de la escalerilla, retorciéndose nerviosa las manos. Se
ponía de puntillas para atisbar por encima de la multitud, esperando verla a ella.
Seguía sin aparecer. Sólo entonces la vio. Iba de uniforme, como siempre, con
una gabardina gris y larga, y caminaba con pasos largos, aunque sin correr.

Fue cuando, tras hacerle un gesto con una mano en alto, Nadia la vio y salió
corriendo en su dirección. En cuanto estuvo a pocos pasos, sin embargo, detuvo
su carrera, parándose antes de alcanzarla.

- Hola, Sarah. - le dijo tan sólo.

- Hola, Nadia. Me alegra que hayas podido venir...

- No podía dejarte ir sin una despedida. - La tomó entonces de las manos. -


Como ya sabes, había una razón por la que me sentía... atraída hacia ti. Sin
embargo, aquello no tenía nada que ver contigo. Es bueno para las dos que nos
separemos.

- Oh... - Definitivamente, Sarah no supo qué decir. Fuera como fuera, debían
separarse, así que seguramente la mejor opción era despedirse de aquella forma.
Ella misma se notaba incapaz de decir qué sentía por ella. Los acontecimientos
de la noche anterior, aún más por no haber dormido entretanto, le resultaban
difíciles de interpretar. Por fin tomó una decisión, y continuó. - Supongo que
tienes razón. Sólo me gustaría decirte que... que siento lo que has pasado. Ojalá
hubiera podido serte de ayuda.

En aquel momento, el jefe de andén hizo sonar su silbato, seguido de su grito de


"pasajeros al tren". Este partiría de inmediato. Nadia, sin prisa aparente, sonrió
ante sus palabras con un leve toque de ironía en sus hermosos ojos.

78
Viento Helado de Iggy

- Has sido de ayuda, te lo aseguro. - La atrajo entonces hacía sí, estrechándola


entre sus brazos. - Te... te echaré mucho de menos. Cuídate, preciosa.

Sarah sintió una extraña calidez, y desde muy cerca le respondió: - Tú también,
Nadia. Ojalá te vaya todo muy bien.

Entonces ésta se inclinó aún más hacia ella y le dio un levísimo beso en los
labios. El tren ya arrancaba, pesado y lento pero a velocidad creciente, de modo
que Nadia la empujó, aupándola con sorprendente fuerza hasta la escalerilla.
Sarah se agarró al pasamanos evitando caer de vuelta al andén, viendo cómo se
alejaba de ella. Se quedó contemplando la alta y elegante figura hasta que
despareció, quieta y sin un gesto, entre el vapor del tren en marcha.

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Viento Helado de Iggy

PARTE 6

El taxi se detuvo frente a una de las casas de ladrillo, todas idénticas entre sí y
apiñadas a lo largo de la calle. Esta se veía casi desierta, pues era tarde. Pocas
farolas alumbraban la oscuridad creciente, aunque todo aquello era normal.
Sarah se apeó del taxi, mientras el conductor dejaba sus maletas sobre la acera.
Pagó y lo contempló alejarse, suspirando al comprobar que todavía le quedaba
un último esfuerzo: subir sus maletas por la corta escalera que daba a la puerta
de su casa.

El viaje había sido largo y fatigoso, y Sarah se sentía muy cansada. Hacía mucho
tiempo que no volvía por allí, y pese a ello no necesitaba encender las luces para
orientarse. Aquella había sido su casa durante mucho tiempo, desde que vivía en
Londres, y sentía la satisfacción de la vuelta al hogar. Un hogar algo vacío y
solitario, pero confortable y ajustado a ella como un viejo guante.

* * * * * * * * *

A la luz de la mañana siguiente, todo resultó mucho más agradable. Cubierta


con su vieja bata, Sarah se preparó su té de la mañana, aunque ya era casi
mediodía. Había dormido largo rato, puesto que no la esperaban en el trabajo
hasta el dentro de un día. Por suerte, la vecina había cumplido con su promesa,
y no sólo le había regado las plantas, sino que hasta había limpiado el polvo de
vez en cuando, como comprobó al pasar un dedo por la limpia superficie de la
mesa de la cocina. Aquella casa, modesta y pequeña, era su hogar, tal vez
solitario, pero perfecto para ella. Algunas veces lo había compartido, era cierto,
aunque por breves períodos. Valoraba mucho su tranquilidad, su soledad
incluso, y tal vez nunca se había enamorado con intensidad suficiente como para

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Viento Helado de Iggy

renunciar a todo ello.

No era de extrañar, se dijo sonriendo con ironía. Había crecido en una casa no
mucho más grande que aquella, en Manchester. Sin embargo, la tranquilidad
que se respiraba no la había disfrutado allí en ningún momento. Era la segunda
de nueve hermanos de familia de ascendencia irlandesa, y sus recuerdos de
infancia y adolescencia estaban llenos de bullicio, gritos, lloros de bebés y una
madre atareada y agobiada hasta lo imposible. Desde entonces, valoraba su
tranquilidad por encima de cualquier otra cosa. Hasta entonces, por encima de
la compañía de una pareja.

Se puso en pie en un súbito arranque de energía, entrando en el cuarto de baño.


Se arregló y vistió, y en breve estuvo lista para salir. Pasaría por el cuartel
general después de todo. Siempre causaba buena impresión acudir antes de lo
que se esperaba de ella.

Al mediodía, aquel barrio del East End de Londres se veía mucho más animado.
Presentaba todo el bullicio de un barrio obrero, con los trabajadores almorzando
y las mujeres haciendo la compra o yendo y viniendo de sus ocupaciones. Sarah
torció el gesto cuando pasó ante un solar derruido. Una bomba volante alemana
había causado aquel destrozo, aunque al fin se veían andamios y trabajadores
dispuestos a reparar aquello.

El recuerdo de los bombardeos no fue lo único que hizo perder la sonrisa a


Sarah. También lo hizo el grupo de albañiles que trabajaba allí, que se volvieron
hacia ella en cuando pasó por delante, lanzando silbidos y comentarios
atrevidos. Aquella actitud no era una sorpresa, desde luego, pero Sarah
recordaba un tiempo no tan lejano en que aquello era distinto.

Era triste, pero todo parecía haber vuelto a su cauce tras el fin de la guerra.
Sarah recordaba cuando, al pasar por allí, había saludado a las cuadrillas de
mujeres que durante la guerra se encargaban de reparar los peores desperfectos

81
Viento Helado de Iggy

ocasionados por las bombas. Con casi todos los hombres en el ejército, las
mujeres habían ocupado sus lugares en todo tipo de trabajos, por duros y
"masculinos" que fuesen. Aquellas mujeres, improvisadas aunque eficaces
albañiles, la habían saludado con simpatía cuando, muy temprano, caminaba
hacia el trabajo y pasaba ante su andamio. Vestidas con sus monos y demás
arreos de albañilería, le habían sonreído al tiempo que calentaban sus manos
sobre sus tazas metálicas y sorbían su contenido, poco antes de empezar el
turno de trabajo.

Ahora... Nada de aquello se veía ya. En cambio, era impresionante comprobar la


cantidad de mujeres embarazadas que se veían por la calle. El retorno de los
soldados había traído otras "consecuencias"... Sarah meneó la cabeza,
decepcionada. Ella no permitiría que aquello le pasase. No se iba a dejar
arrinconar de nuevo, con un agradecimiento y una paternalista palmada en la
espalda por parte de las autoridades. Iba a demostrar lo que valía... Qué
demonios, ya lo había hecho, y se aferraría con uñas y dientes a lo que había
conseguido. Con su esfuerzo.

Aquello la llevó de vuelta a su informe. La conciencia la martirizaba,


recordándole lo que en él había escrito durante el largo viaje.

* * * * * * * * *

El traqueteo del tren no le permitía escribir bien, aunque no era más que un
borrador. Lo que importaba no era la letra, desde luego, sino el contenido. Desde
luego, era lo que la preocupaba, impidiéndole concentrarse tanto o más que
aquel suave movimiento.

Se sentía como una miserable mientras detallaba sus conclusiones con el preciso
y algo pomposo lenguaje de los informes de inteligencia. La explosión de
emociones que había sufrido Nadia le había revelado mucho; de hecho, todo lo

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Viento Helado de Iggy

que necesitaba saber para coronar su misión con un éxito completo. Sin
embargo... sentía que aquello no estaba bien. Estaba traicionando una
confianza, una amistad... Quizás algo más que una amistad. Nunca había
pensado que distanciarse del objeto de sus investigaciones fuera a ser tan difícil.
Siempre había imaginado a los agentes enemigos como seres fríos e implacables.
No era que Nadia no pareciera fría e implacable la mayor parte de las veces. Pero
cuando has abrazado a alguien mientras llora sobre tu hombro... Aquello no
congeniaba con sus expectativas, desde luego.

Luego estaba aquella despedida, aquel beso... Sarah sabía que los rusos solían
saludarse de aquella forma. Además, no se podía decir que se hubiera tratado de
un beso apasionado, ni mucho menos. Lo más probable es que no hubiera nada
en ello. Aunque tenía que reconocer que para ella sí había significado algo. Podía
recordar la escena como a cámara lenta, Nadia acercándosele despacio,
sonriente, estrechándola entre sus brazos. Luego inclinando levemente la cara
para acercársele más... Ella se había quedado paralizada, sin saber hasta dónde
llegaría, cuando se encontró con que aquello ya había pasado, y se vio alzada
hasta el vagón, confusa y desorientada. Tanto como se sentía en aquel momento.
Todas aquellas reflexiones no la llevaban a ninguna parte, y con un esfuerzo
consciente decidió descartarlas.

Levantó la vista para ver pasar el paisaje de Alemania central. Con aquellos
prados punteados de vacas, minúsculas en la distancia, era difícil hacerse a la
idea de la destrucción y el horror que aquel país había vivido.

Volvió a bajar la vista, para encontrarse con sus notas garrapateadas en aquella
letra horrorosa. No podía escapar de ello, por más que lo quisiera. Informaría
acerca de todo lo que sabía, y después... ya veríamos.

Las palabras de Nadia le habían revelado que ya era agente, y no una agente
cualquiera, durante la primera mitad de los años 30. Debía ser muy joven por
aquel entonces, pero sin duda, tal y como ella había dicho, su origen nacional

83
Viento Helado de Iggy

resultó muy útil para aquellas misiones. En consecuencia, por una pura
cuestión de antigüedad, ya debía tener el grado de coronel. Además, tal y como
sospechaba, se hallaba encuadrada en el servicio de espionaje exterior, como
demostraba aquella trágica misión alemana.

Al recordar este punto, Sarah volvió a levantar la vista de sus notas. Aquella era
una historia realmente triste. Se preguntó cómo se sentiría la soviética. Ella
nunca había estado enamorada hasta ese punto. La indiferencia había sido el
final de todas sus relaciones hasta el momento. Suspiró. Aquellas reflexiones no
la conducían a parte alguna.

Aunque sí que le sugerían otro problema. ¿Debería incluir lo que sabía acerca de
la homosexualidad de Nadia en su informe? En principio, aquello no tenía
trascendencia, era estrictamente personal. Pero Sarah conocía bien el gusto de
los analistas de inteligencia por detalles personales como aquellos, precisamente
aquellos. ¿Sería otra palanca de chantaje? Parecía que su orientación era bien
conocida por los soldados que la conocían. Sin embargo... Ya debía haberle sido
bastante complicada para Nadia su carrera, siendo mujer, para que además
tuviera que sumarle su condición de lesbiana. Sarah no se dejaba engañar por la
retórica progresista soviética. Conocía bien quiénes mandaban en la U.R.S.S. Los
mismos que en el resto del mundo: los hombres. Y la homosexualidad era tan
mal vista a un lado como al otro de la nueva línea que ya se perfilaba a través de
Europa. Sin embargo, también existía la hipocresía oficial en ambos lados, y era
posible que se hiciera la vista gorda en el caso de una agente valiosa como Nadia.

Todo aquello no la llevaba a ninguna conclusión. Decidió no mencionar el tema


en el informe. Algo le decía que era lo mejor.

* * * * * * * * *

Sus notas estaban siendo pasadas a limpio. Sin embargo, su inmediato superior

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Viento Helado de Iggy

la recibió para un informe oral preliminar. Al terminar su sucinto relato,


Ashcroft, su jefe, se echó hacia atrás contra el respaldo de su espléndida butaca
de cuero y guardó unos instantes de silencio. Sarah lo contempló sin aparentar
la ansiedad que sentía por su veredicto.

- Mmm... Excelente... -masculló el espigado y cincuentón jefe para el Continente


del MI6.- Debo reconocer que su trabajo me ha sorprendido... gratamente.

Sólo sonrió tras la última palabra, que Sarah recibió sin trasparentar el alivio
que sentía. Sin embargo, no por ello dejaba de darse cuenta del matiz que
encerraban sus palabras. No había esperado gran cosa de ella.

- Nos ha aportado un valiosísimo recurso, en el caso de que las cosas se pongan


mal con nuestros actuales "aliados" - prosiguió este, acariciándose sus pobladas
patillas, en un gesto característico suyo que Sarah conocía; lo utilizaba cuando
estaba desconcertado y no sabía cómo reaccionar.

- ¿Puedo preguntar cuál será el destino de este expediente? - se lanzó ella,


tratando de aprovechar el momento de desorientación de su interlocutor. -
¿Seguiré vinculado a él?

Ashcroft se volvió a rascar una patilla grisácea con un dedo largo y nudoso. Al fin
respondió:

- Uhm, bien... De momento quedará en reserva, puesto que, pese a todo, las
relaciones con los soviéticos son buenas y no haremos nada que pueda
estropearlas. Sin embargo... - En ese instante, su superior abandonó su aire
desorientado y le clavó una de sus no menos conocidas miradas suspicaces. -
Ese asunto pasará al departamento de Análisis, y quedará archivado, agente
Cosgrave. Por tanto, quedará fuera de su jurisdicción en Operaciones.

Aquello era una buena noticia. Quería decir que ella seguiría en Operaciones,
después de todo. Su traslado había sido provisional, y si sus logros no hubieran

85
Viento Helado de Iggy

estado a la altura de lo esperado, bien podría haber sido transferida a otro lugar,
donde sus funciones sin duda no habrían pasado de ser una secretaria con otro
título. Sin embargo, Sarah deseaba estar al corriente de lo que ocurriera con
Nadia. Por lo tanto, y pese a la suspicacia demostrada por Ashcroft, prefirió
insistir.

- Sí, claro, pero como conocedora y contacto de esa agente, quizás debería estar
al tanto de cualquier novedad que pueda surgir...

Definitivamente, su jefe parecía extrañado. Arrugó la nariz y la miró con el ceño


fruncido.

- No deja de tener razón. Sin embargo... ¿Hay alguna razón para este interés en
particular?

Sarah sintió un leve rubor, que trató de alejar con un gesto desenvuelto. No
debía olvidar que Ashcroft no había sido siempre un burócrata aburrido. Había
estado en la guerra de España, y trabajado en Palestina y los Balcanes como
agente de campo. No se le podía menospreciar.

- Oh bueno, es mi primera misión, y ya sabe, me gustaría seguir su utilidad. -


respondió ella con un floreo de la mano y una sonrisa. - Si he hecho un buen
trabajo, tal vez lo merezca.

Ashcroft sonrió, abandonando su ceño fruncido. Tal vez recordaba su primera


misión y su especial interés por ella. En todo caso, se puso en pie, rodeando su
mesa para dirigirse hacia ella. Sarah se puso a su vez en pie, alisando su falda.
En cuanto estuvo a su lado, su jefe posó una mano sobre su hombro, y
sonriendo la condujo hacia la puerta, al tiempo que le decía:

- Tiene razón. Ha hecho un gran trabajo, agente Cosgrave. Se la mantendrá


informada de toda novedad que se pueda producir. Además, su puesto en
Operaciones pasará a ser permanente, por supuesto. La felicito, agente Cosgrave.

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Viento Helado de Iggy

Sarah estrechó con un quizás excesivo entusiasmo la mano que le tendía


Ashcroft. Sentía una intensa alegría en su interior, aunque abrazar a su jefe y
palmear su espalda se habría considerado sin duda excesivo, de modo que se
contuvo. Se limitó a sonreír, dando unas comedidas gracias. Ya en el exterior del
despacho, Ashcroft le dijo mientras se alejaba:

- Y tómese unos cuantos días libres, agente Cosgrave. Se los ha ganado.

* * * * * * * * *

Puesto que todavía no era la hora de salida de las fábricas, el tren se encontraba
vacío. Sarah regresaba a Londres mucho más animada de lo que había ido. Aquel
vetusto tren era casi tan familiar para ella como su casa. Lo había tomado todos
los días para dirigirse a los cuarteles generales de Bletchey Park, desde que
había ingresado en el espionaje.

La vuelta a casa supuso un anticlímax; no había nadie a quien contar sus éxitos.
Aunque jamás había tenido esa posibilidad, pues su trabajo no permitía las
confidencias. De hecho, sospechaba que a eso se debía el fracaso de todas sus
relaciones anteriores. Nunca había podido contarle a ninguno de sus
compañeros a qué se dedicaba realmente. Gajes del oficio; no debes
compadecerte de ti misma, se dijo. Tú misma has buscado este trabajo, así que
afróntalo.

Pasó a la cocina, puso música clásica en la radio y se dispuso a regalarse una


buena cena. Mientras estaba en ello, reflexionó acerca de sus pasadas
relaciones. Ya de partida, resultaba complicado convencer a los hombres para
que se mudaran a vivir allí, con ella. Luego, su doble vida complicaba la
convivencia, y eso que hasta entonces no se había dedicado al espionaje exterior,
con lo que eso significaba de discontinuidad, viajes y separaciones. De cualquier
manera, todas sus relaciones habían sido breves y poco apasionadas. Habían

87
Viento Helado de Iggy

concluido de forma poco traumática, con la marcha de cada uno de ellos, sin
grandes dramas. Ahora estaba sola, y tampoco lo lamentaba, aunque a veces
resultara... resultara triste. Pero no se iba a compadecer de sí misma, desde
luego. Era todo lo que había querido ser siempre, así que se iba a animar, darse
una buena cena con un buen vino, y al día siguiente ya vería. Desde luego,
cumpliría la promesa que se había hecho a sí misma tiempo atrás; no permitiría
que nada ni nadie la convirtiera en lo que su madre había sido, una mujer
esclavizada por su familia, sus hijos y su marido, dedicada en cuerpo y alma a
una familia excesiva y absorbente. No. Aquello no era para ella.

* * * * * * * * *

Los meses siguientes supusieron la plena confirmación de carrera, su


consolidación en definitiva. Tras sus cortas vacaciones, le fue asignado un nuevo
destino, en consonancia con su trabajo en Operaciones. Abandonó su falso
trabajo en la agencia Reuters, al tiempo que se le "ofrecía" uno nuevo en el
Foreign Office. Esta vez no se iba a tratar de una peligrosa o exigente misión,
sino de algo más estable. Tras un breve cursillo de portugués, fue asignada a la
embajada británica en Lisboa, como ayudante del agregado cultural. Por
supuesto, su misión no tenía nada que ver, de nuevo, con aquel trabajo. Este
consistía, teóricamente, en hacer de enlace entre el agregado y las instituciones
culturales inglesas, de manera que no tuvo que mudarse permanentemente a
Portugal. En cambio, aquel trabajo era una perfecta tapadera para realizar
frecuentes viajes entre Londres y Lisboa. Allí, en esta última ciudad, realizaba
sus misiones, que consistían en mantener el entramado del MI6 en Portugal.
Este había sido un país tradicionalmente aliado a Gran Bretaña, y los intereses
británicos allí eran muy importantes. En consecuencia, existía desde hacía
tiempo una red de informadores dentro de la dictadura portuguesa, al servicio
del MI6. Su tarea la llevaba a entrevistar con frecuencia a esos individuos,
obteniendo información, escuchando sus peticiones y haciendo en definitiva de

88
Viento Helado de Iggy

enlace con ellos. No se trataba de un puesto "caliente", desde luego, pero no todo
el trabajo dentro del espionaje lo era, aunque todo se podía considerar
importante.

Fue por tanto una época agradable e interesante, quizás no demasiado intensa,
pero suponía una consolidación en su trabajo en cualquier caso. Lisboa era una
hermosa ciudad, y podía disfrutar de ella en sus frecuentes visitas, durante las
que se alojaba en la embajada británica. Durante aquel tiempo, además, entabló
una relación con un joven y agradable funcionario del Ministerio de Cultura, al
que conoció durante su trabajo-tapadera. La relación se estiró durante algunos
meses, con los habituales problemas, y acabó como lo habían hecho las demás.
En esta ocasión, sin embargo y para sorpresa suya, fue él quien le puso fin. En
una despedida más triste que penosa, le reprochó a Sarah su falta de atención y
entusiasmo, antes de marcharse. "No piensas en mí, Sarah, no ya cuando
estamos separados, sino ni siquiera mientras estamos juntos", le había dicho, de
forma algo enigmática. En cualquier caso, se marchó como los demás, sin dar un
portazo, sin grandes reproches, sin pasión.

* * * * * * * * *

Los meses se convirtieron en años, y mientras tanto Sarah no perdía de vista la


situación del expediente de Nadia. Continuó paralizado durante todo aquel
tiempo, sin que los jefazos del MI6 consideraran necesario activarlo para obtener
información. Sin embargo, la situación se fue deteriorando en Europa.

Entretanto, en los países de Europa Oriental se fueron estableciendo, unos tras


otro, regímenes de tipo soviético, lo que tuvo un efecto de creciente desconfianza
entre los antiguos aliados. Aquello era una consecuencia esperada, algo dado por
supuesto en los acuerdos de Yalta, era cierto. El tema se debatió en algunas
reuniones del MI6 a las que Sarah tuvo acceso, gracias a su nuevo puesto en
Operaciones. La U.R.S.S. se había reservado el derecho a establecer un área de

89
Viento Helado de Iggy

influencia en Europa Oriental, y eso precisamente hacía, tal y como señaló ella
misma en cuanto se sintió lo bastante segura como para dar su opinión en medio
de toda aquella concurrencia de jefazos de alto nivel, todos hombres por cierto.
Sin embargo, la sucesión de elecciones fraudulentas y golpes de estado
provocaba fricciones y desconfianzas, lo que hizo que su postura fuera perdiendo
popularidad, no sólo en el MI6 sino entre la opinión pública, como los periódicos
demostraban día a día. Todavía más peligroso fue el estallido de la guerra civil
griega, a partir de 1947, entre monárquicos, apoyados por los angloamericanos,
y comunistas. La reunión que trató aquel asunto fue de las más tormentosas que
Sarah recordaba.

- No podemos seguir así, antes o después se va a llegar a un enfrentamiento


abierto. - había dicho el jefe de Análisis.

- Además, no nos podemos permitir perder Grecia. Tras ella caería Turquía,
Oriente... - remachó el joven segundo de Estrategia, defendiendo las ideas de su
jefe, que temía por todo.

- El conflicto, si se llega a él, estallará en Europa Central, en Alemania


concretamente. Recuerden esto.

Las palabras del analista experto en Europa Continental cayeron como un


mazazo sobre Sarah. Probablemente tenía razón. Por primera vez en aquel tipo
de reuniones, prefirió callar, puesto que su opinión se hallaba en clara minoría.
No conseguiría otra cosa que ponerse a todo el mundo en contra.

La reunión terminó, mientras ella seguía cavilando. Las crecientes tensiones


hacían cada vez más probable que se activase el expediente de Nadia. Por lo que
Sarah averiguó, esta se había mantenido en Berlín oriental, al servicio del mando
militar soviético. Se hallaba en el centro del conflicto puesto que, pese a los
diversos focos de tensión, era Alemania el principal teatro de las divergencias
entre Este y Oeste. El año 47 fue particularmente preocupante. El futuro

90
Viento Helado de Iggy

estatuto de Alemania dio lugar a agrios debates en el seno de la comisión


cuatripartita, el órgano conjunto de gobierno de los aliados de la Alemania
ocupada. Sarah seguía con tensión y preocupación estos acontecimientos, tanto
en la prensa como, de forma reservada, en el MI6.

Hasta que al fin la crisis amenazó con desatarse. En marzo del 48 los delegados
soviéticos se retiraron de la comisión cuatripartita, en protesta por la decisión de
británicos y americanos de unificar sus respectivas zonas de ocupación, un paso
que según los soviéticos se encaminaba a la creación de una Alemania
Occidental enemiga de la U.R.S.S. El conflicto había estallado, y Sarah sabía que
era imposible mantenerse al margen, con Nadia como el eslabón más débil de
aquella cadena.

* * * * * * * * *

La situación en los cuarteles de Bletchey Park era de claro nerviosismo. Todo el


mundo especulaba acerca del futuro inmediato, cual sería la próxima reacción de
los soviéticos, si la guerra era inevitable, inminente. Sarah escuchó predicciones
de todo tipo, ninguna de las cuales parecía realista aunque todas resultaban
preocupantes.

Aquel día prometía ser el colmo del nerviosismo. El día anterior se habían
producido hechos inquietantes. Mientras se dejaba llevar por el tren hacia su
destino, aquel viernes, Sarah leyó en el periódico las últimas noticias. La retirada
soviética de la comisión cuatripartita había desembocado en el enfrentamiento.
El problema se centraba en Berlín, y el día anterior el gobierno militar ruso había
anunciado la suspensión de todas las comunicaciones terrestres con los sectores
occidentales de la ciudad. Puesto que se hallaban rodeados de territorio
soviético, aquello equivalía a un bloqueo. Un desafío en toda regla.

Finalmente, una secretaria se asomó a su despacho con la noticia esperada, la


que ella sabía que lo desencadenaría todo.

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Viento Helado de Iggy

- El jefe te espera en su despacho, Sarah.

Ashcroft no convocaba a los agentes a menos que hubiera alguna novedad que
les afectara. Mientras las misiones fueran por el camino previsto, solía dejar un
amplio margen de maniobra. Siempre y cuando los informes fluyeran hacia su
despacho con tranquilizadora regularidad, desde luego.

Sarah sintió que la escueta frase le provocaba un inmediato aumento del ritmo
de su corazón. ¿Tendría el valor de hacer lo que había planeado, en caso de que
todo fuera como suponía? Bien, sea como sea habrá que ver primero, se dijo
poniéndose en pie y dirigiéndose hacia el despacho de Ashcroft.

Era curioso, pensó para sí misma. Sus sensaciones a medida que avanzaba por
el largo pasillo le resultaban familiares... Sí, era como cuando había recorrido un
pasillo similar para consultar la lista de admitidos en el servicio, cuando se
presentó para aquel trabajo, hacía ya tanto tiempo. Sentía las piernas flojas, el
corazón acelerado y una curiosa sensación de desplazamiento, como si las
paredes fluyeran a su lado por sí mismas. Estaba nerviosa, desde luego.

Se detuvo al llegar frente a la puerta en cuyo letrero ponía tan sólo "Ashcroft",
tratando de serenarse. Llamó dos veces y entró, algo demasiado deprisa, pues ya
estaba casi dentro cuando se oyó la voz de "adelante". Se detuvo ante la mesa,
con la expectación a flor de piel. Ashcroft tampoco parecía muy tranquilo.
Normalmente recibía a la gente con algo de esa flema inglesa suya, desviando su
atención hacia papeles u objetos sobre su mesa. En esta ocasión, sin embargo, la
miró fijamente y le indicó un asiento, lacónico a más no poder.

- La supongo al corriente de la situación en Berlín. - le dijo al fin, atravesándola


con la mirada. - Sus servicios son requeridos en una misión distinta y más
importante; la actual queda cancelada de inmediato.

- ¿Cuál es la nueva misión? - preguntó ella, incapaz de tranquilizarse.

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Viento Helado de Iggy

- Tenemos pruebas de la presencia de la agente Von Kahlenberg en Berlín.


Deberá intentar contactar con ella por cualquier medio, y obtener cualquier
información relevante acerca de las intenciones soviéticas. Ya sabe cómo debe
lograrla.

Extrañamente, aquello la serenó de inmediato. Ahí estaba, lo que había temido


por tanto tiempo. Ya no cabía engañarse ni esperar. Haría lo que tenía que hacer.

- Sí, por supuesto. ¿Cuándo partiré?

Su rápida respuesta pareció dejar a Ashcroft sorprendido. Tal vez no esperaba


una reacción tan inmediata. La miró de hito en hito, antes de responder:

- El próximo lunes. Se le volverá a dar la cobertura de periodista de la agencia


Reuters. Sus papeles ya estarán sobre su mesa. - dijo él, señalando hacia la
puerta.

- Excelente. ¿Eso es todo? - Sarah se puso en pie, lista para empezar a trabajar.

Ashcroft la volvió a mirar con intensidad. Tras unos instantes de silencio, al fin
dijo:

- Sí. Sin embargo... Bien, no todo el mundo estaba de acuerdo en que fuera
usted la más indicada para esta misión. No entraré en detalles, pero... Bueno, su
pasada relación con la agente Von Kahlenberg parece tanto una ventaja como un
posible inconveniente para su misión. Espero que se dé cuenta de la importancia
de esta.

- Desde luego. No les defraudaré. - respondió ella, sintiéndose algo asustada ante
su propio aplomo. Un nuevo gesto de Ashcroft le permitió darse la vuelta,
despidiéndose para salir al pasillo.

Al fin, sola en medio del largo corredor, se sintió mareada y se apoyó en la pared.
La guerra... Aquello podía significar la guerra. De lo que se trataba era de

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Viento Helado de Iggy

presionar a los soviéticos, tensionar la situación aún más. Para ello ella debería
retorcerle el brazo a Nadia, lo que podía ocasionar un nuevo incidente, si todo
salía mal. Y aunque saliera bien, sin duda la información que obtuviera se usaría
como prueba de las intenciones agresivas de los soviéticos. Conocía demasiado
bien el aire que se respiraba por el interior del servicio secreto. La máxima
prioridad era asegurarse el apoyo americano en caso de guerra, para lo que
tratarían de presentar la situación como todavía más complicada de lo que era.
Ella les serviría si duda a aquel propósito, con la involuntaria colaboración de
Nadia.

Una Tercera Guerra Mundial... En el mejor de los casos, la ganarían tras varios
años de lucha sin cuartel. Millones de muertos... Los americanos disponían del
arma atómica, y en una guerra abierta sin duda la usarían de nuevo. Los
soviéticos no la tenían, aunque se sabía que estaban en ello. Un nuevo incidente
podía encender la mecha de todo aquello. Sarah recobró la compostura poco a
poco. Su mirada se endureció, al tiempo que se decidía. Haría todo lo posible por
evitar que eso sucediese, incluso aunque pudiera parecer (qué demonios, aunque
lo fuera) una traición a su país y a su trabajo.

* * * * * * * * *

Todo el mundo se había marchado ya. Las oficinas estaban desiertas, las luces
apagadas. Sarah se movía sin necesitarlas, pues conocía bien los lugares por los
que se andaba. El sigilo era imprescindible, y por tanto caminaba despacio...

- ¡Au! - El golpe en la rodilla, el chirrido de la silla al moverse... Se paró,


frotándose el punto en que se había golpeado. Maldito fuera el idiota de Análisis
que había dejado aquella silla tan alejada de la mesa. Se detuvo un instante,
comprobando que el silencio volvía a ser total. Al fin alcanzó el lugar que
buscaba, y halló a tientas el archivador y lo abrió. Uno, dos, tres, el cuarto, eso
era... Sacó lo que había ido a buscar y cerró el archivador en silencio. Tan sólo el

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Viento Helado de Iggy

tintineo de las llaves rompió levemente el silencio. Desde dentro era fácil, y no
tuvo más que salir a la calle para sentirse a salvo. Solamente entonces se dio
cuenta de lo asustada que había estado. Sin embargo ya estaba hecho, y no
podía volverse atrás. Se dirigió hacia la estación de tren, para volver a casa, con
una mirada decidida y obstinada en sus ojos. Había hecho lo mejor, se dijo
tratando de convencerse a sí misma.

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Viento Helado de Iggy

PARTE 7

Un viento espantoso barría la desolada extensión del aeropuerto militar de


Hamburgo. Sarah se alegró de haberse cortado el pelo justo antes de partir para
aquella misión. En un impulso súbito, había decidido renunciar al fin a todas las
modas, pasadas o presentes, y seguir un estilo propio. La decisión parecía
acertada, puesto que cualquier peinado habría sido instantáneamente barrido
por aquel vendaval. Sarah se arrebujó en su gabardina, al pie de la escalerilla del
avión, preguntándose dónde demonios se había metido el capitán del avión que
supuestamente debía recibirla.

Era media tarde, aunque el cielo plomizo y cubierto ya anunciaba la noche.


Sarah bajó la vista del cielo en cuanto el plateado fuselaje del B-29 se abrió en
una portezuela por la que asomó un personaje con gorra de piloto.

- ¿Qué hace? ¡No se quede ahí, suba! - exclamó de forma estúpida el sujeto, al
tiempo que realizaba un gesto animándola a subir la escalerilla.

Con la típica afabilidad norteamericana, la agarró de forma innecesaria de la


mano para ayudarla a subir el último peldaño e introducirla en el interior del
enorme aparato.

- Capitán Tom Gardner. - se presentó, con una sonrisa de suficiencia y un


marcado acento tejano, sin dejar de mascar chicle. Sarah le devolvió el saludo
con mucho menos entusiasmo, tras lo cual la condujo a lo largo de la atestada
panza del avión.

- Llevamos un poco de todo, alimentos, medicinas, combustible... - le explicó, al


tiempo que pasaban junto a montañas de fardos. - No nos queda mucho espacio,
tendrá que quedarse junto a la cabina del piloto.

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Viento Helado de Iggy

Un banco metálico fue todo lo que obtuvo. El lugar era gélido y deprimente, lo
que no parecía afectar al capitán Gardner. Éste abrió la puerta de la cabina, al
tiempo que lanzaba un animado grito.

- ¡Ok! ¡Todo en listo John! ¡Motores en marcha!

Entonces se volvió hacia ella, siempre sonriente.

- Muy bien señorita, despegaremos de inmediato. En menos de tres horas


estaremos en Berlín.

Dicho esto, le hizo un gesto con el pulgar en alto, tras lo que desapareció en el
interior de la cabina del piloto. Sarah sacudió la cabeza, asombrada ante la
confianza – o inconsciencia – del americano. Aquel iba a ser uno de los primeros
vuelos organizados por el presidente Truman en su desafío al bloqueo de Berlín.
La reacción de los soviéticos ante este contra-desafío era una incógnita. Podrían
denunciar la violación del espacio aéreo de Alemania oriental y proceder al
derribo de los aviones que llevaban suministros al sitiado Berlín occidental. Si
eso ocurría... Bien, sería la primera en enterarse, se dijo Sarah. Aunque también
sería la primera víctima de la Tercera Guerra Mundial.

El aparato se puso en movimiento, sacándola de sus pensamientos. Todo el


fuselaje temblaba como si fuera a saltar en pedazos; también podía morir sin
necesidad de ningún ataque de cazas soviéticos... Se amarró con fuerza,
procurando serenarse, al tiempo que contemplaba con desconfianza la hilera de
paracaídas pulcramente alineados contra la pared.

Entonces el reconvertido bombardero se detuvo. Los motores rugieron de manera


ensordecedora, y Sarah se sintió aplastada contra el respaldo de su asiento. Si el
fuselaje ya se había movido de manera violenta entonces, ahora parecía ir a
reventar en cualquier momento.

Sarah creyó que iban a estrellarse, cuando de repente el ruido y los temblores se

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Viento Helado de Iggy

serenaron algo, sin desaparecer, al tiempo que sentía que el estómago trataba de
escapársele por la garganta. Simplemente, habían despegado.

* * * * * * * * *

El viaje fue frío, solitario y preocupante. Viajar en uno de aquellos bombarderos


era muy distinto de hacerlo en un avión comercial. Los ruidos y temblores eran
inquietantes, y para Sarah anunciaban a cada momento un posible ataque
soviético. En definitiva, pasó un par de horas horribles, y el aterrizaje fue aún
peor. Sin embargo, los tremendos zarandeos significaban que ya llegaban y que
no había habido ataque. Lo que no quería decir que no fuera a morir en un
vulgar accidente, se dijo mientras el aparato tomaba tierra de forma
absolutamente aterradora. Pero al fin se detuvo, y Sarah comprobó que había
estado reteniendo el aliento desde no recordaba cuánto. Soltó un profundo
suspiro y, por primera vez en horas, sonrió.

El aeropuerto militar americano de Berlín se veía mucho más activo que el de


Hamburgo, pese a que ya era noche cerrada. Sarah se detuvo en la puerta,
oteando los alrededores. Había llovido hacía poco, pues la pista se veía de un
negro reluciente bajo los amarillos focos. Camiones militares y jeeps se movían
de acá para allá, sin aparente orden ni concierto, aunque componiendo una
imagen de actividad frenética.

En medio de aquel caos planificado, Sarah logró hacerse recoger por un jeep del
ejército americano, que la sacó del aeropuerto y la desembarcó junto al hotel que
tenía reservado. Las formalidades en la recepción se le hicieron tanto más largas
y penosas cuanto que ya era pasada la medianoche. Las tensiones del vuelo le
iban pasando factura mientras una desganada y adormilada recepcionista
tomaba nota de su reserva. Al fin quedó sola en su pequeña habitación,
dejándose caer sobre la cama con una intensa sensación de agotamiento. Pese a
ello, se obligó a descolgar el teléfono, solicitando un número que se había

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Viento Helado de Iggy

aprendido de memoria.

- He llegado. Adelante con todo. - dijo, sin entonación ni saludo.

- Recibido. - fue la única respuesta que escuchó antes de que su interlocutor


cortara la línea.

Se dejó caer en la mullida cama, exhausta. Había puesto en marcha una


complicada serie de mensajes que al final llegarían a Nadia, al otro lado de la
cerrada línea que dividía la ciudad. Sabía que en medio de aquella cadena había
una estación de radioaficionado y un agente infiltrado en Berlín oriental, aunque
ni conocía los detalles ni le importaban. La cuestión era que Nadia recibiría un
mensaje pidiéndole que acudiese a un punto de la línea divisoria a la noche
siguiente, a las 0 horas. Dado lo inestable de la situación, no había tiempo que
perder. Pese a la tensión, o tal ver por ella, Sarah sintió que los enrojecidos ojos
se le cerraban...

* * * * * * * * *

Berlín, de noche, era lo que parecía: una ciudad sitiada. Las casas, tanto las
intactas como las destruidas, se veían muertas y sin vida. Las farolas estaban
todas apagadas, para economizar el preciado combustible tanto como para no
dar ventajas al "enemigo". Y desde luego, toda la anterior historia de colaboración
con los soviéticos había pasado, dejando en su lugar esa ominosa palabra,
"enemigo". Sarah apenas había hablado con nadie, y sin embargo ya se había
empapado de esa nueva actitud. Los soldados ya no paseaban despreocupados,
sino que patrullaban alerta. Pudo ver a varios de esos pelotones, y tuvo que
identificarse ante ellos puesto que imperaba el toque de queda nocturno. De esta
forma, se aproximó con lentitud y cautela a su destino: Checkpoint Charlie. O
bien punto de control "C", en la terminología militar americana. Aquel lugar se
usaba con tanta frecuencia en los contactos entre la zona americana y la
soviética por una buena razón: era el único paso que salvaba un obstáculo
natural, el del río Spree que atravesaba la antigua capital germánica, lo que

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Viento Helado de Iggy

facilitaba el control del paso.

El río, lento y poco caudaloso, era cruzado por un pontón militar de hierro, con
casetas a ambos lados de la ribera. Sarah se aproximó a la que exhibía una
bandera con barras y estrellas, alegrándose de gozar al menos de algo de
iluminación. Allí, los focos militares atravesaban la lóbrega noche como si
quisieran atacar al oponente. Sin embargo, la luminosidad no era tanta, puesto
que del río surgía una fría niebla que atenuaba las luces, difuminándolas. La
humedad le provocó un escalofrío, tanto quizá como la palpable sensación de
peligro, aún más densa que la niebla.

Había pasado la mayor parte del día durmiendo, tratando de recuperarse del
horroroso viaje de la noche anterior. Por otra parte, no tenía nada que hacer
hasta entonces. Y el momento había llegado. Miró por enésima vez su reloj de
pulsera, extrayéndolo de su cálido refugio bajo la manga de su pesado abrigo, y
suspirando dio un paso adelante, identificándose de inmediato ante el firme y
varonil "quién va" del soldado en la garita.

Sarah apretó contra su pecho el portafolio que llevaba a aquella cita, como si su
contenido pudiera protegerla o al menos darle el valor que tanto necesitaba. De
cualquier forma, lo que contenía sería decisivo aquella noche, para bien o para
mal. Contaba con ello para lograr sus propósitos, aunque si fracasaba, aquello
sería sin duda su fin.

Las formalidades en el puesto de control se prolongaron, incluyendo una llamada


telefónica al "enemigo", apenas visible entre la niebla al otro lado del puente. El
sargento al mando había fruncido el ceño ante su solicitud de cruzar al otro lado,
algo desde luego inusual, aunque había aceptado realizar aquella consulta.
Volvió a fruncir el ceño ante la respuesta que escuchó por el auricular, si bien
terminó por dar una lacónica autorización para cruzar.

La niebla se espesaba por momentos, convirtiendo la luz de los focos en un

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Viento Helado de Iggy

difuso brillo que apenas iluminaba. Volvió a mirar de reojo su reloj,


comprobando que era exactamente la medianoche. El otro lado del puente era ya
invisible en medio de aquella grisácea neblina que sorbía el calor y hasta el
coraje de Sarah. Entonces, surgiendo en medio del grisor, pudo ver una figura
oscura y difuminada que avanzaba desde el otro lado del puente. La forma fue
concretándose en su contorno a medida que caminaba hacia ella, mostrando que
llevaba un largo abrigo sobre su alta y estilizada figura.

La persona se materializó casi de repente al recibir la luz directa de un foco, y así


Sarah pudo ver de nuevo la luminosidad de aquellos azules ojos. La seriedad de
su expresión era tremenda, cuando de repente cambió del todo. Al verla, al
reconocerla, una sonrisa borró toda – no, casi toda – la dureza de aquellos
rasgos.

- ¿Sarah? ¿Eres tú? ¿Qué haces aquí? - le preguntó en alemán, no en ruso,


todavía a un metro de distancia de ella.

- Nadia... - Por un instante, había olvidado qué era lo que la había traído hasta
aquel tétrico lugar. Entonces, de repente, fue muy consciente de lo que contenía
su portafolios y de sus objetivos. - Tengo que hablarte. Es muy importante.
Deberíamos ir a un lugar algo más discreto. - respondió apresuradamente en
alemán también.

El frío, tanto como las miradas clavadas a través de la niebla en sus respectivas
espaldas, no eran las mejores circunstancias para tratar aquello. Por su parte,
Nadia dudó, mirando a un lado y a otro, como si buscase un lugar mejor sin
hallarlo.

- Está bien. - contestó sin embargo. - Ven, sígueme.

Sin más palabras, se volvió en redondo, regresando por donde había venido.
Sarah se apresuró tras ella, extrañada tanto por la actitud distante de la mujer
como por su extrema frialdad ante un asunto tan extraño como aquel. Le dio

101
Viento Helado de Iggy

tiempo para ver cómo el soldado de la garita bajo la bandera roja se cuadraba
ante sus galones, que observó que ya eran de coronel. Allí, ante la evidente
autoridad de la soviética, las formalidades se esfumaron, y tuvo que apresurarse
a seguirla hacia un lugar que le pareció por completo a oscuras.

Sin embargo, en cuanto sus ojos se acostumbraron, pudo ver que tras la garita
se encontraban, a un lado, una serie de barracones militares, con sus interiores
apagados y negros tras sus pequeñas ventanas. Nadia se dirigió hacia la puerta
de uno de ellos, que traspuso sin detenerse.

En cuanto ella también la cruzó, se vio de nuevo a oscuras. Escuchó, en cambio,


la voz de la mujer, firme y sorprendentemente próxima, lo que la sobresaltó.

- Muy bien, esto está vacío. ¿De que se trata?

Tuvo que esperar a que sus ojos se acostumbraran a la penumbra, tanto como a
que los latidos de su corazón se calmaran. Vio entonces el interior de un largo
barracón, con sendas hileras de camas a los lados de las paredes largas. Parecía
un cuartel abandonado o, de más siniestro significado, un hospital de campaña
todavía no utilizado.

La presencia de la mujer, alta y dominante, muy cerca de ella, la obligó a


considerar la pregunta que le acababa de hacer.

- Lo mejor será que veas esto. Me ahorrará muchas explicaciones. - le dijo, al


tiempo que abría el portafolios y le tendía una gruesa carpeta llena de
documentos.

Ella la miró de reojo, a ella y a la carpeta, dudando por un instante como si lo


que le tendía fuera una trampa. Sin embargo, la agarró, al tiempo que encendía
una luz que relumbró con calidez repentina y sorprendente. Sin sentarse, Nadia
se colocó bajo la amarillenta luz de la desnuda bombilla y empezó a hojear, como
sin interés, el conjunto de papeles. Sarah la contemplaba nerviosa, temiendo su

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Viento Helado de Iggy

reacción. Aquel era el expediente de Nadia en el MI6 – el original, del que no


había copias – que ella misma había redactado en su mayor parte. Su lectura,
aunque fuera por encima, le diría a su interlocutora mucho: lo primero, que la
mujer que estaba ante ella era una espía. Además, que le había tendido una
trampa en el caso del doctor del campo de concentración. Y por último, que se
traía entre manos algo muy extraño, pues de otra forma no se podía explicar que
le entregase voluntariamente aquel material, que contaba con el sello en rojo de
"alto secreto".

Tras varios minutos de incertidumbre, Nadia al fin se dignó en levantar la vista


de los papeles. Se limitó, sin embargo, a mirarla a ella de reojo, con una
expresión interrogativa pero sin preguntar nada. Sarah se vio obligada a romper
el tenso silencio.

- Sí. Yo era una agente encargada de investigarte y, a ser posible, captarte para
el MI6.

Para la desesperación que Sarah sentía, la soviética no cambió su mirada, que


seguía siendo irónica e indirecta. Tuvo que resignarse a proseguir.

- Hay una razón por la que te he traído el expediente original; para que te lo
quedes y lo destruyas. Es por eso que quería hablar contigo: para demostrarte
que ese expediente no debe ser un obstáculo. Tengo un plan para detener este
enfrentamiento antes de que llegue a más, y para eso necesito tu colaboración
leal, no obligándote a ello.

Al fin logró que su interlocutora cambiara su expresión y abriera la boca.

- Todo esto es muy extraño. Por una parte, podría decirte que no sé de qué me
hablas, y que todo esto no va conmigo. - Entonces hizo una pausa, como para
darle la oportunidad de meditar al respecto, antes de proseguir. - Sin embargo, lo
mejor será hablar claro. En primer lugar, ya imaginaba que tu ofrecimiento en
Nuremberg era un truco, y por tanto, que tú eras una agente del espionaje

103
Viento Helado de Iggy

británico. La verdad es que decidí meterme de lleno en tu trampa, por mis


propias razones, que tú ya conoces. Por tanto, no hay una sorpresa ahí, tan sólo
la confirmación de una sospecha.

Sarah apenas podía evitar un sentimiento de admiración hacia el aplomo de la


soviética. Estaba en la posición más débil, y sin embargo parecía perfectamente
al control. Además, no se le escapaba un detalle, como evidenció con sus
siguientes palabras.

- Por otra parte, todo esto podría ser otra trampa, una muy rebuscada. Tú
estarías tratando de ganarte mi confianza, mientras en realidad guardas una
copia del expediente. No puedo comprobar que realmente hayas violado las
órdenes de tus superiores para traerme esto, como pareces insinuar.

- Nadia, yo... - Su réplica fue interrumpida con una mirada cortante y una suave
mano enguantada sobre su hombro.

- Espera. Todo eso en el fondo no importa. Lo que realmente importa es por qué
has hecho esto, y qué es lo que pretendes de mí. Cuando me lo digas, podré
hacerme una idea.

Sarah tomó aire, angustiada. Todo dependería de cómo fueran recibidas sus
siguientes palabras. Por eso mismo, le costó decidirse a pronunciarlas, pues
sabía lo que se jugaba, más incluso que su carrera o su vida. Sin embargo, al fin
reunió el coraje suficiente para soltar el aliento que había retenido, en forma de
palabras susurradas.

- Nadia... Necesito que me creas. Sé que esto - dijo señalando la carpeta en las
manos de la soviética - no me hará más creíble para ti, puesto que demuestra
que una vez te traicioné. Sin embargo, he creído que podría ser la mejor manera
de convencerte de mis intenciones. Puedes darte media vuelta y llevarte el
expediente contigo. Si te he sido sincera, quedarás libre de todo chantaje por
parte del MI6. Y si no lo fuera, no estarías ahora peor que antes. Así pues, sólo

104
Viento Helado de Iggy

puedo apelar a tu confianza...

Había estado mirándola a los ojos, tratando de acechar en ellos una reacción,
una respuesta. Sin embargo, aquel azul era de hielo, impávido como una fiera al
acecho. Así, acabó por bajar la vista en el momento decisivo.

- ... a tu confianza para que creas en lo que te voy a decir. Creo que las dos
podemos colaborar para evitar el estallido de una guerra entre la U.R.S.S. y
Occidente. Las dos estamos en la situación ideal para ello, si colaboramos de
buena fe. A grandes rasgos, el plan es este: nos intercambiaremos documentos
falsos que demostrarán a nuestros superiores que la otra parte no quiere ir a la
guerra. Las dos podemos hacerlo, por nuestros conocimientos de inteligencia y
por nuestros contactos. - Sarah había levantado de nuevo la vista, deseando ver
en aquellos ojos una respuesta que no llegaba. Nadia se limitaba a mirarla con
intensidad, y tal vez con una expresión levemente irónica. Sería terrible si se
limitaba a encogerse de hombros y a reírse de su infantil idealismo. Todo, más
que todo, habría terminado.

Sarah comprobó, mientras esperaba aquella decisiva respuesta, que ambas


estaban muy cerca la una de la otra. Recordaba que la mujer había posado una
de sus manos, cubierta con un guante de negro cuero, sobre su hombro. Ahora
tenía ambas manos sobre sus hombros, sujetándola a una cortísima distancia.
Incluso la sacudió levemente cuando, tras lo que parecieron siglos, le dijo:

- Comprendo. Pero quiero saber por qué lo has hecho.

Sarah frunció el cejo, extrañada. ¿Es que no había escuchado lo que le había
dicho? Iba a repetirle todo el plan, cuando comprendió el sentido de su pregunta.
Le estaba preguntando por sus razones personales para hacer todo aquello. No
sabía qué responder, cuando fue sacudida de nuevo, al tiempo que la soviética
insistía.

105
Viento Helado de Iggy

- Dímelo. Quiero oírlo. Dime por qué te has metido en semejante lío.

Sarah comprendió lo que hasta entonces se había ocultado incluso a sí misma.


Viendo aquellos ojos brillantes, aquella boca entreabierta como si aguardase
ansiosa su respuesta, comprendió sus propias motivaciones. No consistían sólo
en salvar la paz mundial.

- Porque... - se atragantó, recuperó la voz - ... porque me sentía mal por haberte
traicionado de aquella forma, y más cuando supe que habías caído en mi trampa
por... por las razones que lo hiciste. No quise perjudicarte y... - aquella mirada
exigía la verdad, no sólo parte de ella - ... y porque te quería. Y te quiero.

Las enguantadas manos que la sujetaban la atrajeron, y en un movimiento que


pareció durar siglos, la entreabierta boca se acercó a la suya, parsimoniosa y
lenta, hasta que ambas se encontraron.

Sarah se halló al final de aquel largo beso sentada sobre uno de los camastros de
la fila. Nadia forcejeaba con los botones de su blusa. Estaba intentando...
Quería... Sarah comprendió que apenas podía respirar, su aliento salía pesado
por su boca abierta. Aquello iba muy deprisa... Sus manos subieron hasta su
blusa, donde se encontraron con las de Nadia, que seguía manoteando sobre sus
pechos y aquellos endiablados botones. No sabía muy bien qué pretendía, pero al
fin intentó ayudarla. Pese a ello, la torpeza de ambas aumentó su nerviosismo. Al
fin, los botones saltaron en todas direcciones, mientras se oía el sonido de la tela
al rasgarse. Quedaron paradas por un instante, hasta que sintió aquellas manos
sobre su piel. El contacto la electrizó, y se abandonó a sí misma, dejando que
Nadia terminara de desgarrar sus ropas, sintiendo una boca y lengua húmedas y
ansiosas sobre su piel desnuda.

No supo tampoco muy bien cómo logró Nadia deshacerse de su uniforme y botas,
pero al fin sintió la piel de ella sobre la suya. Sintió cómo le separaban las
piernas, y el peso de aquella mujer sobre su cuerpo. Comprendió entonces que

106
Viento Helado de Iggy

había soñado con aquello, y que al fin estaba ocurriendo. Besos, caricias,
delicados mordiscos se sucedieron, hasta que una cálida lengua la recorrió de
arriba abajo, abajo, cuando se sintió ir...

Nadia sabía lo que hacía, y lo hizo varias veces, con tanta ansia como deleite,
hasta que Sarah sintió unas firmes manos sujetándola por la nuca. Éstas la
condujeron hasta unos pechos que besó y mordisqueó, y luego más abajo,
despacio...

- Ohhh... - Sarah sabía adónde la llevaban, y comprendió lo mucho que lo


deseaba cuando sintió un leve cosquilleo en la nariz. Se concentró entonces en
hacerlo lo mejor posible, rodeando a la vez aquellas firmes caderas entre sus
brazos...

* * * * * * * * *

Después de largo rato, las dos se relajaron la una junto a la otra, despiertas
aunque algo adormiladas por el calor compartido bajo la manta militar. Nadia la
había atraído a su lado, y ella se había recostado contra la curva entre su cuello
y pecho. Una voz algo ronca habló entonces desde una boca situada junto a su
sien.

- Sarah... Todo esto ha sido una locura. - dijo Nadia, en tono sin embargo
afectuoso.

- ¿Te refieres a...?

- A todo. - la interrumpió. - Pero principalmente a tu plan. Es una locura.

- No lo es. - respondió con una indignación a la que le faltaban fuerzas. -


Debemos intentarlo. Por favor...

Sin verla, percibió una sonrisa condescendiente en la voz de Nadia.

107
Viento Helado de Iggy

- Sabes que podrían fusilarnos, ¿no?

- No digas eso... - Se revolvió en el abrazo, enfrentándola para mirarla a los ojos.


- Sé lo que hago, Nadia. Prométeme que lo intentarás. Que lo intentaremos...

La soviética torció el gesto, pero acabó por devolver la sonrisa a su rostro.

- Te lo prometo.

* * * * * * * * *

Su ropa estaba completamente destrozada. Nadia, que ya se había puesto su


uniforme – intacto, por cierto – se rascó la cabeza al ver el desastre, y se marchó
hacia el fondo de la sala, despareciendo por una puerta. Sarah la esperó con
creciente inquietud, recostada sobre aquella cama de campamento y cubierta por
la áspera manta. Al poco, la soviética volvió, llevando un mono de trabajo de
soldado soviético, sin insignias.

- Es del tamaño más pequeño que hay, aunque te quedará holgado. - le dijo,
tendiéndoselo junto a unas botas de goma. La mujer no parecía en absoluto
avergonzada ante lo sucedido, ni tan siquiera ante el destrozo que había
causado. Sarah suspiró, poniéndose el mono de una pieza, que en efecto le
quedaba muy ancho.

- Bastará. - dijo Nadia al vérselo puesto. - Ahora te acompañaré hasta tu lado.

Los soldados de la guardia del lado soviético no movieron ni un músculo al verla


pasar con aquel aspecto. Sarah se sentía muy extraña, y no sólo por su ropa. El
frío y la humedad persistían, y la noche se encaminaba a su fin aunque el alba
aún no asomaba. Sintió un escalofrío que le hizo abrazarse su propio cuerpo,
cuando escuchó la voz de Nadia a su lado.

108
Viento Helado de Iggy

- A partir de aquí ya debes seguir tú. - le dijo, en medio del puente de metal.

- ¡Nadia! - le respondió, volviéndose al tiempo que salía de su ensimismamiento. -


Debemos vernos de nuevo...

La soviética sonrió de forma socarrona, lo que la dejó extrañada por unos


instantes, hasta que comprendió lo que había pasado por su cabeza. Sintió
entonces un intenso rubor en su cara.

- No, no es eso... Me refería a... Bueno, si tú quieres, también... - Demonios,


había conseguido ponerla nerviosa, se dijo, interrumpiéndose. En breves
instantes logró recomponer sus ideas y su compostura. - Tenemos que vernos
para organizar mi plan e intercambiarnos documentos. Es importante, Nadia.

Ésta sonrió de nuevo, ya sin ironía en su mirada, y asintió con gravedad.

- Está bien. Nos veremos aquí mañana a la misma hora.

Sarah asintió, aliviada. Entonces la soviética dio media vuelta para volver por su
lado.

- ¡Nadia! - le gritó de nuevo. Ésta se volvió.

- ¿Qué ocurre?

Sarah miró a su alrededor. Seguían envueltas en una espesa niebla, y desde


aquel punto central del puente no podían verse ni un puesto de control ni el otro.
Se acercó por tanto a Nadia y le pasó ambos brazos en torno a su cintura,
poniéndose de puntillas.

Nadia respondió a su beso con pasión, estrechándola brevemente. Sin embargo,


se separó de ella con rapidez y se volvió definitivamente, despareciendo sin
volverse atrás entre la niebla. Mientras, los ojos de Sarah la seguían, sintiendo
una honda inquietud muy dentro de sí.

109
Viento Helado de Iggy

PARTE 8

El nerviosismo y la desconfianza se habían convertido en un segundo modo de


vida. Sarah acostumbraba a mirar por encima de su hombro con frecuencia.
Sabía que incluso el indicio de estar siendo seguida podría tener un desastroso
significado. Había adaptado su ritmo de vida a aquella sospecha, certeza más
bien, y dormía de día para salir, como una criatura furtiva, en cuanto anochecía.

Berlín era el mejor marco para una existencia vampírica como aquella. Las calles
estaban desiertas por el toque de queda, y lóbregas por la obligada oscuridad.
Además, el mismo espíritu de la ciudad parecía paralizado por el temor. El sitio
soviético era percibido por todos como una amenaza, y las pocas formas
humanas con las que se cruzaba en su camino se movían de manera furtiva, los
hombros hundidos y la cabeza gacha, escondida tras bufandas o alzados cuellos
de gabardina.

Sarah se encaminaba hacia su quinta cita en cinco noches con Nadia. Cada vez
se veían en un lugar distinto, salvo durante las dos primeras noches. Aquello
había sido impuesto por Nadia, que desconfiaba de todo. De alguna forma,
conocía la manera de infiltrarse en Berlín occidental, y aprovechaba aquello para
citar a Sarah en un lugar distinto cada vez. Sarah no le había preguntado; como
espía que era sabía que era mejor no conocer según qué cosas, y en todo caso no
más de lo necesario.

Aquellas citas se habían convertido en un ritual, uno recién aprendido, en el que


las formalidades se seguían con exactitud, aunque con sentimiento. Sarah
contempló en la distancia la farola, la única de aquella zona del semidestruido
barrio de Kreuzberg que aún funcionaba. Sin embargo, no se veía figura alguna
bajo su luz. Sarah sintió que el corazón se le encogía.

De repente, al acercarse al nimbo de iluminación, una forma alta y negra salió de


las sombras para sumergirse en la luz, y Sarah suspiró aliviada. Tratando de no

110
Viento Helado de Iggy

correr, se acercó a ella.

- Hola. - dijo escuetamente Nadia, como siempre.

- Hola. ¿Vamos? - le respondió ella, refrenando, como siempre, unos inmensos


deseos de abrazarla allí mismo.

Tras un sencillo asentimiento, la siguió a través de la oscuridad y las ruinas,


hasta que la oscura forma fue tragada por una oscuridad mayor: un portal sin
iluminar.

Sin dudarlo, se metió tras ella. En la negrura aún mayor, sintió unos brazos que
la estrechaban, unos labios que besaban su frente, sus sienes, su boca. Como
siempre, se separaron, conteniéndose a duras penas, como un alambre tenso a
punto de romperse pero aún firme.

Un "click" dio paso a una luz amarilla e intolerable, que la hizo parpadear. La
estancia que reveló aquella luz no merecía tal honor: un lóbrego patio de
vecindad, sucio y abandonado, o eso parecía. Sin embargo, una figura encorvada
se dirigió hacia ellas. Se trataba de una anciana, que las miró apenas y les
susurró en alemán: "síganme".

Así lo hicieron, subiendo unas escaleras de madera que crujían de forma


alarmante. En breve se hallaron en el piso superior, en un pasillo sólo iluminado
por la luz indirecta y grisácea de la bombilla de abajo. La anciana abrió una
puerta, apartándose como invitándolas a entrar.

La estancia en cuestión parecía casi acogedora, aunque sólo fuera por contraste
con el resto del edificio. Parecía llena de una luz cálida y una agradable
temperatura, proporcionada por un rojizo brasero. Sarah entró, mientras Nadia
le susurraba algo breve y conciso a la vieja. Esta asintió, les sonrió de una
manera extraña y les dijo "gute Nacht" con un cierto deje irónico, antes de
desaparecer cerrando de nuevo la puerta.

111
Viento Helado de Iggy

La estancia, vista desde dentro, ya no parecía tan acogedora: una desnuda


bombilla, una mesa, un brasero, dos sillas y una estrecha cama de hierro, limpia
al menos y bien provista de mantas. Junto a ésta, una jofaina y una jarra de
descascarillado metal lacado, dejadas sobre el suelo como huérfanas de una
mesilla o cómoda adecuadas.

Como siempre, las dos se contemplaron en silencio, sintiendo tensarse el


alambre.

- ¿Todo bien? ¿No te ha seguido nadie? - le preguntó la soviética, dejando su


portafolios sobre la mesa, tras lo que se quitó los guantes con una parsimonia
que Sarah sabía ya que era característica suya.

- No... Creo que no. - respondió ella, mirándola de reojo. Dejó su propio
portafolios sobre la mesa y se sentó, provocando el chirrido de madera contra
madera producido por silla y suelo.

- Bien.

Como siempre, y sin necesidad de mencionar el tópico "el trabajo antes que el
placer", se enfrentaron las dos, manteniendo la mesa, los maletines y los
documentos entre ellas, como si fueran una necesaria barrera que las
contuviera.

Pese a las circunstancias, el trabajo era concienzudo, y con frecuencia les llevaba
largo rato. Traían informes y documentos preparados, falsificados por ellas
mismas. Los intercambiaban, discutían, descartaban algunos, se encargaban
otros para la próxima sesión. En esa ocasión, el debate las llevó hasta la cuestión
de los límites, la más delicada de todas las que trataban.

- Debéis entender - argumentó Nadia - que a Stalin lo domina el miedo. Y no un


miedo cualquiera, sino un terror paranoico, constante. Si lo presionáis
demasiado, puede hacer algo imprevisible.

112
Viento Helado de Iggy

A Sarah no se le escapó el detalle de aquel "presionáis". Pese a la complicidad


que compartían, por no hablar de la intimidad personal, Nadia seguía
considerando que ambas pertenecían a bandos distintos. Sarah archivó el
asunto mentalmente para posterior discusión, descartándolo de momento. Su
gesto de sacudir la cabeza fue malinterpretado.

- Es así, te lo aseguro. - insistió Nadia. - Tenéis la bomba, los EE.UU. han


quedado intactos tras la guerra, convertidos en una máquina de producción
bélica, y mientras tanto la U.R.S.S. ha quedado arrasada. Stalin teme que los
americanos decidan deshacerse de todos sus enemigos de una tacada.

- No lo dudaba, Nadia, - intervino al fin - pero si es así, no se entiende este


desafío tan peligroso. - Su gesto con la mano hacia lo que las rodeaba no fue
malentendido esta vez; no se refería a la triste habitación que las cobijaba, sino a
la sitiada ciudad.

- Precisamente. Teme dar muestras de debilidad. Tus "informes" deben mostrar


que vais a respetar unos límites. Que en esta confrontación no queréis llegar
demasiado lejos, hasta la guerra. Si no...

- Está bien, de acuerdo. Por otra parte, en el MI6 tenemos algunos informes de
inteligencia sobre el presidente Truman. Parece que está siendo presionado. Y
mucho. Todo esto no hace más que alimentar el anticomunismo en EE.UU., y
además Truman tiene que hacerse perdonar su pasado en el equipo de Roosevelt.
Aquello pareció demasiado "revolucionario" a los ojos de muchos poderes
fácticos...

- Ajá, - asintió Nadia - así pues, tenemos que tranquilizar a Stalin y darle
coartadas a Truman. - Su mirada se hizo irónica, aunque también cariñosa, y
tendió una mano a través de la mesa, por encima de los desordenados papeles. -
¿No crees que estamos yendo demasiado lejos? Se diría que sólo nosotras
podemos salvar el mundo...

113
Viento Helado de Iggy

Sarah estrechó aquella mano, sonrió también, levantando la vista de sus


documentos para encontrarse con aquellos ojos en los que tan sencillo era
sumergirse... Carraspeó, al tiempo que respondía.

- Tenemos que hacer algo. Conocemos los riesgos, y estamos en una situación en
la que podemos ayudar a evitar algo terrible. ¿No estás de acuerdo?

- Sí, Sarah. No pretendía negarlo. Pero todo esto parece un tanto megalomaníaco,
por no hablar de los riesgos.

- Lo sé... No podría... hacer nada de esto sin tenerte a mi lado, Nadia... Yo...

Como siempre, era Nadia quien tomaba la iniciativa. Sin soltarle la mano, rodeó
la mesa, y la alzó tirando de ella. Los papeles quedaron olvidados; ya estaba todo
hecho. En cuanto estuvo de pie, la atrajo hacia sí, la abrazó y besó. Sin saber
cómo, Sarah se encontró sentada al lado de Nadia, sobre la cama, mientras era
besada en labios, mejillas, sienes, cuello...

Esta vez sin embargo se revolvió. Dejarse hacer era estupendo, pero ya se sentía
lo bastante segura a su lado como para responder a las caricias, e incluso hacer
alguna cosa imprevista. Nadia se quedó sorprendida un instante, paralizada.
Entonces sonrió, una sonrisa pícara y deliciosa que Sarah sintió el deseo de
besar. Con las manos de ambas entrelazadas, la empujó hacia atrás entonces,
recostándose encima suyo, dominándola mientras ella se dejaba dominar.

Peleó con el rígido uniforme de coronel, los dorados botones que saltaban
rebeldes. La horrorosa y estandarizada ropa interior soviética fue apartada con
rápidos manotazos. Sarah pensó que tal vez debería regalarle a Nadia algo de
lencería, seda tal vez... Sin duda a su cuerpo le iba la seda negra, y no aquellas
prendas de grueso algodón color carne, sin forma ni suavidad. No perdió mucho
el tiempo con aquellos pensamientos, sin embargo. La satisfecha sonrisa de
Nadia exigía algo más de ella, y se concentró en dárselo. Acarició el interior de un
muslo con su propia mejilla, como una gata mimosa. Su lengua surgió como la

114
Viento Helado de Iggy

de tal felino, dispuesta a lamer algo más que crema...

* * * * * * * * *

Tras un período de tiempo indeterminado, Sarah despertó poco a poco, abrazada


a un cuerpo firme, cálido y sedoso. Con los ojos aún cerrados, restregó despacio
su mejilla contra lo que sin duda era un pecho. Sintió entonces cómo el brazo
que le rodeaba los hombros se tensaba.

- Mmmm... ¿despierta? - escuchó con la piel tanto como con los oídos.

- Sí... - entreabrió los ojos, comprobando que todavía era de noche, si bien un
leve resplandor grisáceo anunciaba la madrugada. Lenta y perezosamente, se
incorporaron y vistieron. El brasero estaba frío y apagado, el agua con la que se
salpicaron el cuerpo, helada.

Recogieron sus carteras, con sus intercambiados documentos en su interior, y


salieron al inhóspito exterior sin ánimo ni ganas. El cielo se veía alumbrado ya
por una triste aurora, aunque las tinieblas dominaban los edificios y calles.
Cerraron la puerta de la calle tras ellas, sin llegar a ver a la anciana que las
recibió. Sarah contempló cómo Nadia miraba a un lado y otro, asegurándose de
lo desierto de la calle. Sólo entonces se volvió hacia ella, la estrechó entre sus
cálidos brazos y le dijo desde muy corta distancia: - Estaré fuera toda la semana.
Tengo que ir a Moscú. Por lo visto, mis éxitos de inteligencia han despertado la
curiosidad de mis superiores.

Los ojos de Sarah se ensancharon, revelando sin necesidad de palabras su


desconcierto, tanto como su miedo.

- ¿Có... cómo no me lo has dicho antes? ¿Será peligroso?

Sintió que los brazos que la rodeaban se tensaban, tal vez tratando de

115
Viento Helado de Iggy

transmitirle confianza. La sonrisa que vio ante ella pareció querer ir en la misma
dirección, hasta que se abrió para pronunciar una respuesta.

- No te preocupes. Es normal. Estaré de vuelta en una semana. Nos veremos en


el mismo lugar, día y hora que hoy, ¿de acuerdo?

Se sintió tentada a discutir. Aquella inesperada convocatoria a Moscú la había


asustado realmente. Conocía los métodos del NKVD, y cómo convocaban a
aquellas personas que debían ser purgadas. Sin embargo... no había razón para
aquellos temores. Sin duda Nadia tenía razón. Tantos documentos interesantes
sin duda habían llamado la atención del alto mando. Era probable que en breve
ella misma se encontrase ante una reacción similar por parte de sus propios
superiores. Se le pedirían informes adicionales y aclaraciones, y se le ofrecería
sin duda una oficiosa palmada en la espalda por su excelente trabajo... Sí, debía
ser aquello. Además, ya se hacía de día, y estaban al descubierto en plena calle.
No había tiempo para discutir. Comprendió que Nadia le había ocultado aquello
hasta ese preciso momento para impedir una discusión. Sarah sonrió irónica al
darse cuenta de aquello.

- Está bien. Cuídate mucho.

- Tú también.

Sarah besó levemente aquellos labios y escapó del abrazo, negándose a mirar
atrás. No quería provocar malos presagios con despedidas ni miradas anhelantes
por encima del hombro. Sin embargo, le costó no hacerlo, hasta que dio la vuelta
a la esquina y se internó en una ciudad que apenas se empezaba a desperezar.

* * * * * * * * *

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Viento Helado de Iggy

Seguía despertándose desorientada, buscando algo que no estaba a su lado y


que en principio no sabía qué era. Sarah se restregó los ojos, sintiéndolos
irritados a la vez que notando la boca pastosa. No sabía si era debido a un
exceso o falta de sueño. Parecían las dos cosas a la vez.

- Grrr... - medio gruñó, medio se aclaró la garganta, al tiempo que se


incorporaba. Tras cinco días sola, no había logrado adaptarse de nuevo a un
horario normal, ni era probable que lo hiciera ya. ¿Qué hora era? ¿Por la
mañana, por la tarde? Descorrió la pesada cortina de la habitación de hotel, sólo
para encontrarse con la furibunda luz del sol en sus ojos. Mediodía. Parpadeó,
cegada, tanteando su camino hacia el lavabo.

Como siempre, puso su mente en piloto automático para ir realizando sus


rutinas higiénicas matinales, mientras el resto divagaba a su antojo.

Había pasado aquellos días casi completamente encerrada, pergeñando informes


ya demasiado tiempo aplazados, documentándose y proyectando falsificaciones
plausibles. Aquella febril actividad no había conseguido hacer desaparecer su
inquietud, en todo caso la había relegado a un lugar más profundo, donde
probablemente hacía más daño. También se había negado obstinadamente a
reflexionar sobre... Su mente se cerraba al llegar a aquel punto. Esta vez, sin
embargo, se obligó a ir más allá.

Se sentía terriblemente dependiente de Nadia, eso era evidente. No sólo por la


preocupación – era natural – sino por el vacío de su ausencia. En consecuencia,
debía preguntarse... ¿qué futuro tenían? Aquello no duraría siempre, de hecho
estaban trabajando para que terminase, y luego... Nuevo punto de resistencia
mental, aún más difícil de superar. Apenas era consciente de estar en la ducha,
ya saliendo de ella y envolviéndose en una toalla mientras su mente divagaba.
Un nuevo esfuerzo de concentración la llevó a dónde sus temores no querían que
llegara... A menos que hicieran algo drástico, aquello terminaría con un sentido

117
Viento Helado de Iggy

pero definitivo "adiós, me alegró conocerte y todo eso, pero..."

El tremendo timbrazo del teléfono la sacó de aquellas poco agradables


cavilaciones. Tanto que en principio le resultó bienvenido, hasta que su mente
práctica recuperó el control y le lanzó una punzada de inquietud. ¿Quién podía
ser? No esperaba ninguna llamada, y en sus circunstancias, las novedades y
sorpresas no podían traer nada bueno.

Dudó junto al teléfono durante un par de timbrazos más, hasta que lo descolgó
de repente, llevándose el auricular al oído.

- ¿Sí? - preguntó tan sólo.

- Donald Rumsfeld al aparato, ¿con quién hablo?

- Sarah Cosgrave... - suspiró ella, sintiendo que se hundía. Se trataba de un


contacto del MI6. Conocía el nombre, aunque no al individuo. Ahora vendría un
mensaje código.

- Su reserva ha sido confirmada. Todo conforme a sus instrucciones, señorita.

- Muy bien, de acuerdo. Muchas gracias. - Colgó.

Suspiró de nuevo, sintiendo las rodillas flojas. Se apoyó en la mesita del teléfono,
tratando de reflexionar. Después de todo, no era de extrañar, ya se lo había
figurado. Como en el caso de Nadia – esperaba que fuera realmente eso en el
caso de la soviética – su torrente de documentos de altísimo nivel habían llamado
la atención de las altas esferas. Se interesaban por todo ello y, lo que podía ser
desastroso, tal vez hubieran enviado a alguien de más alto nivel para hacerse
caso del asunto, supervisándola o, lo que aún sería peor, reemplazándola.

Se vistió con parsimonia, sin ganas. En una hora el tal Rumsfeld se reuniría con
ella de manera discreta en el vestíbulo del hotel. Aquella cita era sumamente
inquietante, y no le apetecía acudir a ella en lo más mínimo. Más que en ningún

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Viento Helado de Iggy

momento antes, echó de menos tener a Nadia a su lado. No para consultarla; ella
se apañaba bien solita en su profesión. Lo que necesitaba de ella era su
presencia, su apoyo, la seguridad que sentía estando a su lado. La misma que
echaba en falta ahora.

* * * * * * * * *

Mientras atravesaba el vestíbulo despacio, sin prisas ni sospechosos remoloneos,


un hombre bajo se colocó a su lado. Llevaba un sombrero Borsalino calado, y se
limitó a tocar el ala por todo saludo. Ella se limitó a asentir, dejándole que se
colocase a su lado mientras salían a la calle.

Aquel tipo, pese al sombrero, no parecía Bogart ni por el forro. Pequeño,


nervioso, su mirada era tan huidiza como predicaba el tópico de los espías. Por lo
que asomaba, su cabello parecía rubio, fino y sin cuerpo, sus ojos acuosos. No le
dio buena espina el tal Rumsfeld.

Para mayor desagrado, le pasó un brazo en torno a la cintura en cuanto salieron

119
Viento Helado de Iggy

a la calle, como si así la cosa fuera a parecer más natural. El tipo sonrió por lo
bajo, se volvió a tocar el ala del sombrero con la otra mano y la miró.

- Bien, bien... - Su mirada parecía apreciativa; desde luego iba dirigida cada vez
más hacia abajo. - Me alegro de conocerla, Sarah... De conocer a una leyenda
reciente. Puede llamarme Don, parecerá más natural. ¿Paseamos?

La frase código recibida por teléfono le indicaba que aquel sujeto era su superior
y que debía ponerse a sus órdenes, pero no sabía de cuán arriba venía. No
parecía joven ni viejo; en todo caso debería tratarlo con cuidado, por si acaso.
Sus palabras resultaban extrañas, tan inquietantes como halagadoras, y no
tenía muy claro cómo responder. Tiró por el camino de menor compromiso.

- Está bien. Usted me dirá de qué se trata.

- Muy bien. Pero sonría... - dijo él, mirando a su alrededor con desconfianza y
volviendo a pasear junto a ella. - Como le decía, sus informes han llamado la
atención. Perdone que le sea brutalmente sincero, pero nadie esperaba de usted
resultados tan espectaculares.

- Muy bien. - lo interrumpió ella. - ¿Hay algún problema?

- No... Sí. - Su interlocutor pareció dudar. - Lo que más ha llamado la atención


es la ausencia de fuente. Sus informes preliminares pasan por alto el origen de
sus espectaculares logros...

Sarah suspiró. Sólo la incomparable inercia y estupidez burocrática del servicio


secreto inglés había impedido que alguien relacionara esos informes con Nadia.
Eso, suponiendo que ese tipo le estuviera diciendo la verdad. En todo caso, si esa
relación se establecía, pronto verían que el expediente de Nadia faltaba, y
entonces alguien sí sumaría dos y dos. Sarah sabía que ese momento llegaría
antes o después, pero para entonces esperaba... ¿Qué esperaba? Esto la llevaba
al asunto que había estado eludiendo hasta entonces. ¿Qué futuro tenía con

120
Viento Helado de Iggy

Nadia? ¿Adónde pretendía o podría llegar?

- ¿Y bien? - Su acompañante interrumpió sus pensamientos, haciéndola


parpadear desorientada.

- No tiene nada de extraño, - se lanzó ella, recuperando su aplomo y pensando


con rapidez. - puesto que la misión está todavía en marcha. En cuanto acabe,
tendrán un informe completo. De momento, por razones de seguridad, es mejor
que se divulguen los menos detalles posibles.

La excusa tenía una cierta base reglamentaria. Una misión abierta permitía
algunos recursos discrecionales para el agente, eludiendo incluso un control que,
caso de caer en malas manos, podía suponer un riesgo para el agente. Sarah
sonrió con cierta satisfacción, sintiendo que el aplomo volvía a ella.

- Mmm, sí... - murmuró él, pensativo. - Sin embargo, dada la importancia de su


misión y lo extraordinario de sus resultados, se ha decidido que precisará de un
cierto... apoyo.

El corazón de Sarah se detuvo por un instante, mientras el color abandonaba su


cara. Aquello significaba... seguimiento. La iban a controlar discretamente,
supuestamente para darle ayuda en caso de emergencia, pero en realidad lo que
harían sería vigilarla. Aquello les llevaría directamente hasta Nadia.

- Bien. - asintió, decidida a no dejarse llevar por el pánico. - Dudo que sea
necesario, pero supongo que ya está decidido.

- Oh, sí. - sonrió él. - Se hará discretamente, desde luego. Bien, eso es todo. Me
pondré en contacto con usted por los métodos habituales si resulta necesario.

Rumsfeld se detuvo y se inclinó hacia ella, sonriendo. Le dio un ligero beso en la


mejilla, tras lo que se alejó un poco, contemplándola de arriba a abajo y
ensanchando su sonrisa.

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Viento Helado de Iggy

- Hasta pronto, cariño. - le dijo, llevando una mano al ala del sombrero, tras lo
que dio media vuelta y se alejó.

* * * * * * * * *

Eran pasadas las once de la noche. Esta vez no se había puesto sus habituales
faldas ni zapatos de tacón. No iba a salir por la puerta principal, desde luego.
Había tenido tiempo suficiente para investigar la zona del hotel reservada a los
empleados, y había encontrado lo que necesitaba. El montacargas la llevaba,
lento pero discreto a aquellas horas, hasta el sótano. Una vez allí, una trampilla
daba a la parte trasera del hotel, y a la calle.

Conocía los métodos de los agentes que la vigilaban lo suficiente como para
engañarles de manera tan sencilla. Sin embargo, aquella manera furtiva de
moverse, el peligro de ser descubierta, el mirar por encima de hombro y al otro
lado de las esquinas... era estimulante. Pese a la mitología del espía, pocas veces
se sentía la adrenalina en las venas de aquella forma. Y cuando lo hacía, la
sensación era maravillosa. Bueno, tal vez no maravillosa, pero sin duda
estimulante. Sarah sonrió, su dentadura brillando en la oscuridad al tiempo que
se agazapaba tras un cubo de basura. Poco más en ella podía brillar, puesto que
llevaba pantalones y jersey oscuros y zapatos planos de suela de goma. Si
conseguía alejarse del hotel sin que nadie la viera, podría caminar de forma
razonablemente confiada.

Pese a ello, ni se confió ni relajó una vez se hubo internado en la ciudad sin
novedades. La sensación de peligro continuaba, y no sólo eso. También había
otro miedo. Nadia había ido a Moscú, y bien podía... no volver. Ella conocía las
frecuentes purgas que se sucedían en el espionaje soviético, atenazado por el
carácter desconfiado y paranoico de Stalin. Además, si tenían un infiltrado en el
MI6 – lo que no sería de extrañar, se dijo – tal vez supieran que su agente estaba
colaborando con ella después de todo. No se hacía ilusiones sobre la sinceridad

122
Viento Helado de Iggy

de Rumsfeld. Bien podría saber más de lo que le dijo, y la vigilancia que ahora
eludía estar relacionada con la desaparición del informe de Nadia. El peligro de
que la soviética no volviera de Moscú era muy real, desde luego. Sin embargo, su
mente rechazó la idea, aunque no así su corazón. Este continuaba acelerado, y
mucho, casi hasta hacerse doloroso en su alocado latir. Además, en contra de
toda lógica, cuanto más se alejaba del hotel, y por tanto más segura debía
sentirse, más atenazada por el miedo estaba.

Una vez hubo llegado al punto de cita, prefirió quedarse algo lejos de la única
farola. Considerando las circunstancias, mejor sería agazaparse en la oscuridad,
no muy lejos, y observar. En cuanto Nadia llegase – si lo hacía, le dijeron sus
miedos – la vería acercarse al amarillo círculo de luminosidad.

Miró el reloj, orientándolo de modo que la poca luz iluminase la esfera. Había
pasado un minuto desde la última vez que lo había observado. Maldición. Debía
controlar su nerviosismo, o cometería errores. Aún quedaban diez minutos para
la hora convenida.

Toda aquella situación la había obligado a reflexionar, algo que se había estado
prohibiendo inconscientemente a sí misma durante todo aquel tiempo. La
pregunta clave, en la que ya había quedado encallada varias veces, era: ¿Qué
futuro tenían ella y Nadia? Aquella crisis acabaría antes o después, más pronto
que tarde sobre todo a causa de sus esfuerzos por resolverla. Las noticias eran
buenas, la tensión se había relajado considerablemente. Aunque el bloqueo
continuaba, se había establecido una especie de equilibrio, y los soviéticos
toleraban el puente aéreo, como si no fuera con ellos la cosa. Así pues, era muy
posible que un día u otro levantasen el inútil bloqueo, una vez que consiguieran
una compensación con la que salvar la cara. Ella misma, en su cartera, llevaba
documentos que podrían servir para llegar a aquel punto. Y entonces... Entonces
tanto Nadia como ella ya no tendrían nada que hacer en Berlín. Cada una
volvería por donde había venido, y todo acabaría entre ellas.

123
Viento Helado de Iggy

¿Cómo se había enamorado de alguien con tan pocas esperanzas de compartir su


vida? Era una estupidez. Sin embargo... Había una esperanza. En cuanto todo
aquello acabase, le ofrecería una alternativa. Sí. Si Nadia se pasaba a Occidente,
todo quedaría resuelto. Ella no parecía una fanática, ni mucho menos. Sí, era
profesional, una agente seria, hasta podía resultar inquietante a veces. Pero no
tenía esa resolución, esa frialdad de quien no piensa sino que se limita a actuar.
Seguro que, desde su puesto, Nadia había visto las suficientes cosas negativas, y
hasta terribles, del sistema soviético, tanto como para plantearse dar aquel paso.
Y si se lo ofrecía ella, entonces tal vez...

Levantó la cabeza, alarmada de repente. Sus meditaciones la habían sacado de la


realidad durante un buen rato. Miró de nuevo el reloj. Las doce y cuarto.
Tardaba. Su corazón se encogió dolorosamente. Nadia...

Entonces, en la lejanía, una figura negra rasgó el velo de la niebla, arrastrando


jirones de ella a su alrededor. La forma, con su abrigo largo y su gorra de plato,
era inconfundible. Despreciando toda precaución, en cuanto vio brillar aquellos
azules ojos bajo la luz, se lanzó en su dirección, corriendo.

La sonrisa de Nadia fue lo siguiente que vio, al tiempo que ésta abría sus brazos
para recibirla. Se estrelló contra ella, haciéndola tambalearse un poco en su
ímpetu.

- Eh, ehh... Hola, hola. - dijo la soviética, quizás algo sorprendida por su
efusividad, aunque con la sonrisa pintándose en su voz. Además, Sarah sintió
que la estrechaba con fuerza contra su pecho, y ella se refugió en aquel seno
cálido y acogedor, que alejaba todos los temores.

- Vamos, vamos, tranquila, yo también te he echado de menos. - insistió,


acariciando su cabello con ternura. Sarah, pese al tono levemente cínico de la
mujer, notó que el corazón contra el que apoyaba su mejilla también latía con
fuerza. Aquello la hizo sentirse aún mejor. Pese a que habría deseado estar así

124
Viento Helado de Iggy

por siempre, alzó la cabeza y dijo:

- Sí, te he añorado, Nadia. Mucho. ¿Vamos?

Ésta sólo asintió, sus fríos ojos hermosamente cálidos, y pasando un brazo en
torno a sus hombros la condujo en silencio por la oscura calle.

125
Viento Helado de Iggy

PARTE 9

Como de costumbre, se abrieron camino por callejuelas inmundas, mal


iluminadas, siniestras incluso. Las dos se mantenían en un tenso silencio,
mientras Sarah se dejaba conducir por Nadia, que había pasado un brazo en
torno a sus hombros. Por lo poco que se podía ver de su cara en la oscuridad, la
soviética lograba parecer a la vez preocupada, tensa y alegre, hasta juguetona en
las miradas que le echaba de reojo, como si le preparase una broma. La
británica, por su parte, sentía una extraña opresión, tal vez recuerdo del miedo
que pasó esperando, tal vez a consecuencia de las dudas que la habían asaltado.

Tras un recorrido inusualmente largo, Sarah fue guiada con firmeza aunque sin
explicaciones hasta un edificio de aspecto señorial, barroco y burgués, aunque
tan abandonado y triste como el resto de casas y pensiones sencillas que hasta
entonces habían albergado sus furtivos encuentros.

En aquella ocasión nadie salió a su encuentro, sino que Nadia sacó un manojo
de llaves y abrió el gran portón de madera labrada. Entraron, pudiendo
comprobar que el lugar estaba tan oscuro y abandonado como los demás. La
casa, sin embargo, parecía haber sido lujosa en su tiempo, aunque ahora el
polvo se acumulaba en los escalones de la señorial escalera que subieron. Sarah
se revolvió en el abrazo que la guiaba, notando la tensión en su amante.

- Nadia, ¿qué es lo que...?

- Shh, calla, ahora lo verás. -le cortó la soviética, dejando relumbrar su sonrisa
de blancos dientes en la penumbra.

Abrió entonces una pesada puerta, que dejó pasar una luz oscilante aunque
intensa. En cuanto sus ojos se acostumbraron a ella, Sarah vio una amplia
estancia de sorprendente decoración. Esta vez no se trataba de destartaladas
camas de hierro ni de mesas de madera envejecida. Era un hermoso salón,

126
Viento Helado de Iggy

radiante de lujo y de recargada decoración: alfombras persas, paredes tapizadas


de raso rojo, mesas y sillas y sofás tapizados en terciopelo, y en medio de la sala,
una enorme bañera de mármol, redonda y rodeada de innumerables velas
encendidas, que eran la única aunque intensa iluminación. Del techo, recubierto
de doradas molduras, colgaba una araña de cristal, que aunque apagada
relumbraba con magníficos destellos.

Como se esperaba de ella, Sarah quedó boquiabierta, sorprendida por el radical


cambio de ambiente que todo aquello suponía.

- ¡Nadia! ¿Qué es todo esto? -preguntó, volviéndose hacia la mujer a su lado.

- Lo que te mereces, por una vez y sin que sirva de precedente. -contestó la
morena con la misma sonrisa, dejando caer su abrigo al suelo e inclinándose
hacia ella. Sarah extendió sus brazos hasta su cuello, besando y dejándose
besar. Durante un largo instante, olvidó todos sus temores y tensiones, incluso
dejó de pensar a qué se debería todo aquello, y dejó que el tiempo se paralizara
en torno a la boca de su amante.

Después de todos sus encuentros en lugares tristes y deprimentes, aquello


resultaba incluso mareante. A ello contribuía también la presencia de Nadia a su
lado. Era cierto que la había añorado, y eso que tan sólo había pasado una
semana. No podía dejar de pensar en lo colgada que estaba por ella; eso no era
bueno, sobre todo con las incógnitas que pendían sobre su relación. La menor de
ellas no era el seguimiento a la que la sometía Rumsfeld. ¿Cómo iba a despistarlo
constantemente, sin que sospechara?

Esas inquietudes salieron de su mente en cuanto sintió a Nadia tras ella. Le


estaba subiendo el jersey, de forma que alzó los brazos para que se lo pudiera
pasar por encima de la cabeza. Nadia lo hizo, aunque con lentitud, deteniéndose
aquí y allá con suaves labios y expertos dedos. De repente, su sujetador se soltó,
y bajó los brazos para dejárselo quitar. Pese a su creciente entusiasmo, adoraba

127
Viento Helado de Iggy

dejarse hacer, abandonarse a las expertas caricias de Nadia con los ojos
entrecerrados y con suaves murmullos provenientes de su garganta como única
respuesta.

Sintió, casi sin ver, que ahora ella se había arrodillado y le estaba bajando los
ajustados pantalones, de nuevo despacio, de nuevo acariciándola donde sabía
que obtendría su respuesta. Sintió desfallecer sus rodillas, y abrió los ojos,
desorientada. El tiempo parecía haberse dilatado de alguna forma, y se encontró
con que Nadia ya se había desnudado sola. Se apoyó en su hombro para no caer,
algo decepcionada por no haber podido desvestirla ella misma. Pero la hermosa
mujer se alzó entonces, sosteniéndola en sus brazos. La miró a los ojos con
intensidad, y así Sarah perdió ya toda noción de sus pensamientos, tanto como
de lugar y de tiempo.

Fue conducida hacia la bañera, depositada en su interior con cuidado, como si


fuera a romperse. El agua estaba perfecta; la sensualidad del líquido calentando
suavemente su piel le arrancó un gemido. Abrió los ojos justo a tiempo para ver a
Nadia entrar en la bañera también.

El calor de la piel de la morena se sumó al del agua. Sarah se recostó, sintiendo


aquella deliciosa boca sobre su hombro, los expertos dedos buscándola bajo el
agua. Nadia se había colocado encima suyo, y parecía ajena a todo lo que no
fuera darle placer. Para Sarah era ya imposible resistirse; cerró sus ojos al
tiempo que, inconscientemente, se mordisqueaba un índice. Jamás había
gozado, jamás la habían hecho gozar de aquella forma, pensaba mientras su
cabeza se sacudía a un lado y otro, perdido el control mientras su espalda se
arqueaba en espasmos incontrolables.

Abrió sus ojos poco a poco, sonriente a la vez que soñolienta. Se encontró, como
esperaba, con aquellos otros, tan azules, fijos en ella a corta distancia. Sin
embargo, le sorprendió ver en ellos una expresión tristísima, que desapareció tan

128
Viento Helado de Iggy

de repente que apenas fue consciente de haberla percibido.

- Te adoro... -les musitó a aquellos ojos, al tiempo que recuperaba el sentido de


la realidad. Y la realidad era muy agradable: podía sentir el tenso y firme cuerpo
de la soviética muy pegado al suyo, envueltos ambos por aquella líquida calidez.
Sus manos se movieron como por propia voluntad, recorriendo la suave piel. Sus
maniobras hicieron a Nadia morderse el labio inferior sin perder la sonrisa, un
gesto que Sarah ya le conocía. Siguió por tanto con sus caricias, más lentas
aunque quizás menos expertas que las que había disfrutado.

- Mmmm, sigue, cariño, sigue... -le susurró su amor con un débil ronroneo, con
sus hermosos ojos muy abiertos. -Me gustas tanto... He querido dártelo todo,
todo lo que deseas, por una vez...

Sus caricias, cada vez más rudas, como sabía que a la soviética le gustaban, la
hicieron callar. En su lugar, los murmullos felinos acariciaron sus oídos. Sarah
se concentró entonces en la apabullante tarea de hacer gozar a la morena. Sus
esfuerzos encontraron la recompensa de varios besos y mordiscos, hasta que
sintió aquel cuerpo derrumbarse lentamente entre sus brazos.

Al fin las dos se relajaron, recostándose ambas una al lado de la otra. Nadia pasó
un brazo en torno a sus hombros, y por un rato quedaron en silencio,
contemplando los fascinantes movimientos de las llamitas de las velas.

- Hay algo que tenemos que hablar. -dijo entonces la morena de repente. Su voz,
con un tono repentinamente serio, inundó el corazón de Sarah con un súbita
inquietud. Incapaz por un instante de articular palabra, fue Nadia la que
prosiguió tras un breve aunque intenso instante de silencio.- Tengo que
reconocer que tu plan no era tan absurdo como parecía en principio. -Nadia
parecía estar escogiendo con cuidado sus palabras. Sarah prefirió dejarla
proseguir, expectante por dónde iría a parar.- De hecho, ha tenido un éxito
impresionante. He averiguado cosas muy interesantes en mi viaje a Moscú.

129
Viento Helado de Iggy

En ese punto, Sarah ya no pudo contenerse más y la interrumpió.

- Qué ha ocurrido, Nadia? Me has tenido muy preocupada.

Nadia sonrió con un leve deje de ironía, aunque de inmediato le acarició la


mejilla.

- No hay de qué preocuparse, cariño. Todo ha salido a pedir de boca. De hecho,


demasiado...

- Demasiado? ¿Qué quieres decir?

- Pues... -la pausa se hizo evidente, tanto como el esfuerzo de la morena por
encontrar las palabras.- ... que todo ha sido un éxito. Había planes... planes para
provocar la guerra antes de que los americanos estuvieran preparados. Sin
embargo, tus documentos han convencido al alto mando, y ya no creen que se
esté preparando una agresión contra la U.R.S.S.

- ¡Pero eso es estupendo!

- Sí... lo es. -la mano sobre el hombro de Sarah se tensó, al tiempo que la mirada
de Nadia reflejaba un incongruente dolor.- El éxito ha sido tan completo que he
recibido órdenes de cerrar la operación. Se considera que de continuar podría
descubrirse todo y estallar un incidente...

El color abandonó las mejillas de Sarah. Su boca se abrió, aunque su cerebro no


logró enviar palabras para ser pronunciadas, hasta que al fin balbuceó.

- Pe... pero... Eso, ¿quiere decir que...?

La expresión de Nadia reflejó una intensa pena.

- Sí, eso es. Mi misión aquí ha terminado. Me han encargado que acabe mis
asuntos y vuelva en dos días.

130
Viento Helado de Iggy

- No puede ser... Todavía... no... -se sentía desorientada, mareada incluso. No se


había esperado aquello. Su malestar era tan físico, tan intenso, que sintió una
arcada de la que se recuperó apenas. Ella creía que tenía largos meses por
delante para, para... Ya no sabía para qué.

- Sarah, tranquilízate. -insistió la soviética, inclinándose hacia ella con aspecto


serio y razonable.- Sabías que esto ocurriría antes o después.

- Pero... -sintió un escozor en los ojos. Los apretó para evitar las lágrimas,
consiguiéndolo apenas.- Pero no esperaba que fuese así, tan de repente.
Esperaba pasar más tiempo contigo, esperaba... No sé qué esperaba...

- Ha estado bien, Sarah, pero las dos sabíamos que no duraría. Sé razonable. Lo
hemos pasado bien, y...

La soviética se interrumpió, pues su interlocutora había dejado de prestarle


atención y estaba en pie dentro de la bañera. Despacio, salió de ella, buscando
desorientada algo que ponerse. Sobre un lujoso sofá encontró dos batas de seda,
y se puso una sobre su húmeda piel, sin secarse antes. Se echó el mojado pelo
hacia atrás, sentándose entonces con evidentes síntomas de mareo.

Nadia hizo lo mismo, si bien su amante no se dignó mirarla, sino que se mantuvo
sentada y cabizbaja.

- Sarah... -Ésta seguía sin alzar la vista, pese a que le puso una mano sobre el
hombro.- No te lo tomes así, por favor.

De repente, la irlandesa alzó la vista, y su mirada transmitió un profundo


resentimiento, al tiempo que preguntaba:

- No ha sido para ti más que un pasatiempo? ¿Una diversión mientras cumplías


con tu deber?

- Sarah... No hagas un drama de esto. Sabías que ocurriría, -aquí sintió la

131
Viento Helado de Iggy

aludida una punzada en el corazón, reconociendo la verdad.- sabías que


nuestras vidas se apartarían. Ha sido muy peligroso además, y el peligro no
haría otra cosa que crecer con el tiempo, de seguir así. Sobre todo ahora que
hemos llamado la atención de nuestros superiores.

La última frase hizo reflexionar a Sarah. ¿Sabía la soviética de su encuentro con


Rumsfeld? No había planeado contárselo, y por buenas razones. Aunque el
asunto confirmaba lo que ella decía; el peligro, con Rumsfeld tras ella, se haría
insostenible.

- Está bien, Nadia. -reconoció, mirándola con expresión derrotada.- Pero yo te


quiero, pese a las circunstancias. No es algo que haya hecho a propósito, ni que
pueda evitar... Y tú ahora me dices que para ti no ha significado nada...

De inmediato fue interrumpida.

- No. No te he dicho que no haya significado nada para mí. Ha sido maravilloso.
Pero sabía que terminaría, más pronto que tarde, y me he protegido a mí misma.
Sin embargo... jamás te olvidaré.

Sarah sintió que las lágrimas escapaban al fin a su control, desbordando todo
intento de reprimirlas.

- No... no digas eso, Nadia... es tan... tan definitivo...

Sintió que la abrazaban, la atraían hacia un pecho cubierto por suave seda, y allí
se abandonó y lloró a gusto, al tiempo que Nadia la acariciaba.

- Vamos, vamos... Despacio... -En cuanto se tranquilizó un poco, la voz de la


soviética abandonó aquel murmullo relajante y se hizo un tanto inquisitiva.-
Esto, Sarah... ¿Es la primera vez que tú...? Con una mujer, quiero decir...

La irlandesa se sorbió las lágrimas, sin abandonar el cálido refugio en que se

132
Viento Helado de Iggy

hallaba.

- No... Sí... Bueno, en realidad... En el colegio, era un colegio de monjas, un


internado... Bien, me enamoré de mi mejor amiga. Éramos las dos muy jóvenes,
y... No sé. No pasamos de besarnos, aunque cuando nos descubrieron se armó
un gran escándalo. Nos separaron y no la volví a ver. Me dijeron que había
confundido una amistad muy intensa con el amor, y yo... yo acabé por
creérmelo. Ahora ya no estoy tan segura.

- Cómo es que nunca me has contado nada de esto?

- Nunca preguntaste, Nadia. Además, es algo que aparté de mi mente. Como si


jamás hubiera ocurrido... Sin embargo... Ahora me siento exactamente igual que
entonces, cuando me la arrebataron: como si me arrancaran algo de dentro de
mí.

- Cómo se llamaba?

La pregunta extrañó a Sarah, aunque respondió casi al instante.

- Sally... Sally O'Connally... Era irlandesa, como yo, y... Su voz se quebró de
nuevo, y sintió que Nadia la llevaba hasta la amplia y lujosa cama dispuesta
cerca. Se sentía muy cansada, y agradecida también en cuanto notó que la
acostaban. Notó también que secaban su cuerpo con enérgicas friegas de una
toalla, y en cuanto un cálido y seco cuerpo se juntó al suyo bajo las sábanas, su
conciencia la abandonó, agradecida por el descanso tras tanta tensión.

* * * * * * * * *

Despertó sintiéndose muy bien, cuando de repente recordó y se sintió muy mal.
Seguía bajo las sábanas, aferrada a Nadia como una lapa, con desesperación. En
consecuencia, su despertar provocó el de su amante, que se revolvió ligeramente

133
Viento Helado de Iggy

entre sus brazos. El salón estaba a oscuras, cerrado y con las velas extinguidas.

Nadia, mucho más rápida en despertar, saltó de la cama, escapando de su


abrazo con la agilidad de una pantera. Sarah pudo entreverla apenas en la
oscuridad, una presencia magnífica y desnuda que se alejaba irremediablemente.

Un crujido dio paso a una lanza de intolerable luz, que le hizo llevarse sus
manos a los ojos.

En realidad, en cuanto se habituó al resplandor, comprendió que la luz era


apenas un rayo que se filtraba a través de una persiana, a la que la soviética
había dado un levísimo tirón. Sin embargo, comprendiendo su molestia, no la
abrió más, sino que se volvió hacia ella.

- Ya es de día, cariño. Hemos dormido mucho.

Sarah no respondió, sino que a la luz de la mañana contempló aquella sala. Ya


no tenía el sensual encanto de la noche anterior. Las velas se habían convertido
en tristes y amorfas masas de cera, derramadas y vencidas por todas partes.
Nadia, en cambio, seguía siendo lo más hermoso del mundo. Y la acababa de
perder.

- Me parece haber despertado de una pesadilla. -dijo, sin pensar.

- Vaya, gracias. -La sonrisa de Nadia dejaba claro que estaba de broma.

- Perdona, no me refería a ti. Me refería a...

- Ya lo sé, -la interrumpió ella acercándosele.- y yo siento también que tenga que
acabar.

- Al menos, dime que te ha importado, que no ha sido un pasatiempo... -imploró,


olvidando que al despertar había decidido no hacerlo.

134
Viento Helado de Iggy

- Ehh, vamos... Pensé que nunca más le diría esto a nadie, pero te quiero, rubita.

Sarah se acurrucó en el cobijo que sus brazos le tendían. Allí, su resolución


volvió a flaquear y decidió hacer su último intento. Si no lo hacía, sabía que lo
lamentaría toda la vida. Por tanto, sin alzar la vista, pues no se atrevía a mirarla
a los ojos mientras le decía aquello, y con el corazón latiéndole con fuerza, dijo:

- Nadia... Hay una posibilidad, si es que... Bien, tú podrías... Quiero decir, es


una posibilidad que tú...

Sintió cómo le sujetaba la cara con ambas manos y se la alzaba, obligándola a


mirarla a los ojos.

- Qué estás intentando decirme?

- Pues... -Ante aquellos océanos azules que la abrasaban con su hielo


comprendió que tendría que decirlo de una vez.- Que podrías pasarte a
Occidente. Venirte conmigo. Yo me encargaría de todo. En el MI6 te recibirían
con los brazos abiertos, desde luego. Y yo también.

La expresión de Nadia era inescrutable. Fue sólo su voz al hablar lo que denotó
tristeza.

- Sarah, Sarah... Es imposible, y lo sabes. Aunque quisiera traicionar a mi


patria, hay razones que me lo impiden, dejando aparte que un incidente así
arruinaría todo nuestro trabajo y traería aún más tensión.

- Cuáles razones? -protestó.- No tienes familia allí, ni... ni a nadie, ¿verdad?

- Claro que no. Pero piensa, cariño... ¿Crees que soy la única lesbiana en la
U.R.S.S.? En todo caso, soy una de las pocas de nosotras que ha alcanzado una
situación destacada. ¿Y qué crees que significaría para todas, si yo desertara? Ya
es bastante difícil ser mujer allí, para encima... En definitiva, nos toleran, pero
poco más. Y las traicionaría a todas ellas, a las que conozco y a las que no, si

135
Viento Helado de Iggy

diera ese paso. Ellas pagarían muy caro mi paso. Es imposible, amor.

Sarah bajó la vista de nuevo. Jamás se le había ocurrido pensar en ello. Era
cierto, sin duda. Su última esperanza se desvaneció. Qué tonta había sido.
Normalmente no se le escapaban esa clase de razonamientos. Esta vez, sin
embargo, su corazón había nublado su mente.

- Tienes una foto de... de ella? ¿Me la enseñarías?

Ni ella misma sabía por qué había hecho aquella repentina pregunta. Le había
salido de dentro, de repente, sin pensar, pero quería saber si se parecía tanto a
ella. El dolor en la mirada de la soviética le reveló que sabía a qué se refería. Se
apartó, buscando en su abandonado uniforme del que extrajo una gastada
cartera. La abrió, y de dentro de su más recóndito pliegue le mostró una
fotografía.

La desventurada Anja había sido, sin duda, elegante. La foto era de cuerpo
entero, y no era fácil decidir si se le parecía mucho. En blanco y negro, sólo se
podía decir que era muy rubia, delgada y muy hermosa. Más que ella, se dijo.

Al fin, si por ella hubiera sido, jamás habrían salido de aquella lujosa habitación.
Aquel lugar que, aún antes de abandonarlo, sabía que iba a añorar. Después de
lavarse y vestirse, alargaron la mañana en lo posible, demorándose con un
desayuno frío. Pero el momento llegó, y puesto que ya era de día, concluyeron
que lo mejor era marchar separadas, como acordaron en breves susurros. Así
pues, se encontró junto a la puerta en brazos de su amada. Sarah sería quien
saldría primero, dejando atrás a Nadia. Sabía que debía contarle lo de Rumsfeld
y la vigilancia, pero puesto que ya no se iban a volver a ver, el asunto dejaba de
ser relevante. Prefirió concentrarse en sus ojos, su boca, y en los besos y
susurros incoherentes que compartieron. No se juraron amor eterno, pero
tampoco se dijeron adiós. Incluso reconocieron que, tal vez, ojalá, algún día,
volverían a verse.

136
Viento Helado de Iggy

* * * * * * * * *

El sol de la mañana, ya avanzada, hería sus ojos en su cauteloso camino de


vuelta hacia el hotel. Todo transcurrió sin problemas, y al llegar prefirió entrar
por la puerta de atrás, transitando el camino inverso al seguido hasta la calle la
noche anterior. Abrió al fin la puerta de su habitación, oscura y lóbrega, aunque
no vacía. Una figura sombría y menuda se encontraba sentada en silencio cerca
de la puerta.

- Buenos días, señorita Cosgrave. Espero que haya pasado buena noche.

Controló como pudo el latido desbocado de su corazón y, extrañamente, apenas


sintió sorpresa, sino más bien fastidio.

- Buenos días, Rumsfeld. ¿Se puede saber qué hace en mi habitación?

- Mi trabajo, Sarah, mi trabajo. Un trabajo ingrato, pero que a veces da


satisfacciones. Y sorpresas.

- Hoy no tengo tiempo para atenderle. Ya hablaremos mañana.

- Hablaremos ahora, Sarah. Hablaremos de alguien a quien acabas de ver. Me


refiero, claro, a la coronel Nadia Von Kahlenberg.

Esta vez sí que se le paró el corazón. En la oscuridad, Rumsfeld debió deducir


más que ver su mortal palidez, mientras él a su vez sonreía, haciendo brillar su
dentadura en la penumbra mientras proseguía.

- Sí, lo sé todo. ¿Desde cuándo os acostáis juntas? ¿Desde Nuremberg? Bueno, -


hizo un aspaviento con la mano- eso da igual. Lo importante es que quedas
relevada del caso. Mañana por la mañana irás a dar explicaciones al cuartel
general. Se te va a caer el pelo, monada.

137
Viento Helado de Iggy

- Cómo lo ha sabido? -preguntó, estúpidamente.

- No me menosprecies, Sarah. Todo el mundo lo hace, y siempre se equivocan.


Me sé los mismos trucos que tú, y algunos que no conoces. Y ahora, -se levantó
algo trabajosamente, prueba de haber pasado allí buena parte de la noche- me
marcho. Te recomiendo que no salgas más que para ir mañana al aeropuerto. Te
seguirán vigilando, como hasta ahora, desde luego. Todavía moviéndose en la
penumbra apenas cruzada por tenues rayos de sol, Rumsfeld pasó por su lado y
se marchó.

138
Viento Helado de Iggy

PARTE 10

Las nieblas de Londres la recibieron de vuelta, y aquella fue su única bienvenida.


Eso, si exceptuamos un mensaje que la esperaba, y que le fue entregado en
mano por un lacónico mensajero justo al pie de la escalerilla del avión.

El mensaje apenas era más expresivo que su portador, que tras un gesto hacia
su gorra desapareció en la niebla como una visión. Sarah no pudo evitar un
temblor en las manos mientras rasgaba con dedos nerviosos el sobre sin
destinatario ni remite. Con escuetas palabras se le comunicaba que disponía de
una semana de vacaciones, tras las que debía presentarse ante su superior. Ni
una palabra acerca de sus éxitos en Berlín, ni tampoco sobre la vigilancia a la
que la había sometido ese malparido de Rumsfeld. Nada.

Bueno, al menos no la habían arrestado nada más pisar tierra. Iban a dejarla
cocerse en su propia salsa, por lo visto. No se podía descartar que la fueran a
expulsar, por violación del código interno de la casa. Relaciones con agente
enemigo, ese era el artículo, pleno de sobreentendidos, que había infringido. Sin
embargo, ese código no solía aplicarse jamás. No convenía dejar suelta y
cabreada a una agente que conocía tanto del MI6. Lo normal era, o bien echar
tierra sobre el asunto, o... se podían fabricar acusaciones por traición que dieran
con sus huesos en la cárcel. A esa alternativa se enfrentaba. Y la iban a tener
una semana pendiente de ese hilo.

Aunque tal vez estén todavía decidiendo qué hacer con ella, pensó en el interior
del taxi que la conducía a casa. El coche se detuvo con un siniestro crujido, y al
levantar la vista comprendió que había llegado.

Pagó, demasiado ensimismada para responder a la pregunta del chófer acerca de


su maleta, y la recogió ella misma. Su casa se le hizo aún más vacía y oscura
que nunca, mientras dejaba caer su equipaje junto a la puerta, fatigada. Apenas

139
Viento Helado de Iggy

era media tarde, pero se sentía exhausta. No hizo sino desvestirse y acostarse,
tras lo que se halló a sí misma tumbada boca arriba en la oscuridad de su
dormitorio, pero incapaz de cerrar sus ojos. Estaba demasiado nerviosa como
para dormir.

De forma inevitable, sus pensamientos derivaron hacia Nadia. Recordó su última


noche juntas, lo que tampoco hizo nada por permitirle conciliar el sueño. Nadia.
¿Se habría metido ella también en un lío semejante? ¿Dónde estaría, qué cama le
daría cobijo aquella misma noche?

Sacudió la cabeza. Aquellos pensamientos tampoco le iban a permitir alcanzar el


sueño, y lo necesitaba. La tensión se había acumulado sobre sus hombros, y la
aplastaba contra el blando colchón, como si fuera a acabar atravesándolo, hasta
el suelo y más allá.

De alguna forma, sus pensamientos empezaron a divagar libremente, como


ocurre cuando te hallas al borde del sueño. Recordó la pregunta que Nadia le
hizo, aquella que tanto le extrañó. Había querido a una mujer antes, bueno, a
una niña apenas, cuando las dos eran unas chiquillas inexpertas. Sally
O’Connally. Desde el terrible incidente en que las pillaron besándose a
escondidas, y que había supuesto su definitiva separación, apenas había vuelto a
pensar en ella. En realidad, no lo había hecho en su vida adulta, hasta que
Nadia le preguntó. Habían extirpado aquel suceso, pese al tremendo trauma que
aquella violenta separación supuso para la chiquilla que había sido. ¿Qué habría
sido de la joven y dulce Sally? Ya en pleno duermevela, decidió que aprovecharía
sus enojosas vacaciones para tratar de averiguar qué era de ella.

* * * * * * * * *

Para una espía como ella, dar con el paradero de una persona de la que conocía
el nombre no debía presentar el menor problema, se dijo a la mañana siguiente,

140
Viento Helado de Iggy

ya mucho más animada. La cocina se encontraba iluminada por los rosados


rayos del alba. Había dormido durante horas, puesto que se había acostado muy
temprano. En consecuencia, era apenas de día, pero se sentía lista y dispuesta
para lanzarse a su investigación privada. Saboreó pensativa su té, mientras
decidía los pasos a dar para localizar a Sally, aún sin el apoyo del MI6.

Una corta serie de llamadas la dejó a la expectativa, pendiente de una respuesta.


Paseó de un lado a otro, incómoda. Su preocupación no venía de la espera, sino
de esa tensión a la que la sometía el servicio secreto. Notaba el cuello rígido;
había dormido mal, en tensión, incapaz de abstraerse de sus preocupaciones.
Debía preparar una argumentación, una defensa ante el previsible interrogatorio.
Por supuesto, su mejor defensa era la exposición de sus resultados: el éxito se
defendía solo, en el espionaje tanto como en cualquier otra actividad. ¿Acaso no
había logrado informes valiosísimos? Poco debía importar la forma de obtenerlos.
No iba a ser la primera agente que violase la ley para cumplir con su deber, de
eso había precedentes en abundancia. El problema, sin embargo, no era si había
violado el código interno de moral victoriana, acostándose con una agente
enemiga. El problema era que, a esas alturas, sin duda ya habrían descubierto la
desaparición del expediente de Nadia. Hasta el más estúpido, y de esos había en
abundancia en el MI6, sumaría dos y dos y concluiría quién era responsable de
esa sustracción. Y entonces tendría algo más que justificar, sumado –
multiplicado más bien – a su relación con la soviética...

El timbre del teléfono la sacó de sus cavilaciones, asustándola. Había estado


caminando de un lado a otro, como un tigre enjaulado, y se había detenido casi
con un pie en alto. Tan ensimismada había estado que apenas era consciente de
sus anteriores actos. Se forzó a salir de su parálisis y descolgó el teléfono.

- Sí... Sí... Muy bien, muchas gracias. - dijo tan sólo. Como era de esperar, la
búsqueda había sido sencilla. Sally vivía en Birmingham, con una dirección y un
número de teléfono a su nombre. Ahora, ¿qué hacer? Si cogía el tren, llegaría allí
a media tarde. Sin embargo, no parecía una buena idea presentarse así, por las

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Viento Helado de Iggy

buenas... Qué demonios, se dijo Sarah. Ya era hora de hacer algo impulsivo por
una vez. Había sentido el impulso de saber qué había sido de ella, y lo mejor
sería seguir siendo impulsiva. Había pasado mucho tiempo y sin duda sería un
reencuentro agradable. Las dos eran ya adultas.

* * * * * * * * *

Varias horas de tren después, y mientras caminaba por las calles de un barrio
obrero de Birmingham, tan similar al suyo propio, Sarah sintió que su
determinación flaqueaba. ¿Qué había ido a hacer allí? Sobre todo, ¿qué le iba a
decir a Sally, después de tanto tiempo, de aquella despedida que no fue tal? Sus
pasos se demoraron solos, dubitativos. Tal vez debía analizar qué impulso la
había llevado hasta allí.

Desde luego, la pregunta de Nadia había devuelto a Sally a su memoria,


enterrada por largos años de olvido forzado por el dolor. Pero el simple hecho de
recordarla no la había lanzado en su busca, no era eso. ¿Así pues? Torció el
gesto, al tiempo que sus pasos se aceleraban de nuevo, decididos al fin.
Demasiado autoanálisis tampoco era bueno. Iría, se saludarían como viejas
amigas, y ya estaba. Aquel amor adolescente, real o no, estaba superado. Tan
sólo quería saber qué había sido de ella desde aquel día, años atrás, en que las
habían separado a la fuerza.

Dudó de nuevo ante la puerta, una puerta estrecha que al final de una corta
escalera daba a una casita encajonada entre muchas más, idénticas. Parecía un
hogar modesto aunque arreglado y limpio, con macetas ante las ventanas. Sin
duda la pequeña Sally había crecido, se había casado y hasta criaba un buen
puñado de hermosos hijos. Hijos parecidos a ella... Sarah la recordó entonces, de
cuando habían sido dos adolescentes uniformadas, controladas por las aquellas
monjas severas. Sally había sido una muchacha sonrosada como una manzana,
llena como ellas de jugos y vida, y también de alegría. Pese a ello, o tal vez a

142
Viento Helado de Iggy

causa de eso mismo, también una joven soñadora, romántica y con un curioso
deje de tristeza. Había sido esa combinación lo que la había atraído hacia ella.
Parecía necesitar ser abrazada, tan tierna y vulnerable parecía. Y la había
abrazado, y besado y dicho cosas que sólo una adolescente, inconsciente de los
avatares que depara la vida, podía decir. Aquello quedaba ya muy lejos.
Llamaría, saludaría y se marcharía con su conciencia tranquila.

Al poco de llamar se abrió la puerta. Una mujer alta, delgada y morena se la


abrió. Por un instante, Sarah quedó desconcertada. ¿Tanto había cambiado
Sally? ¿Había renunciado a su magnífico cabello pelirrojo?

- ¿Sí? ¿Qué desea? - le preguntó la desconocida con acento netamente escocés.


Desde luego, no se trataba de ella.

- Buenas tardes. Busco a Sally O'Connally, creía que era aquí...

La mujer se volvió de inmediato hacia adentro, aunque sin dejar su lugar


obstruyendo el paso.

- ¡Sally! - exclamó. - Alguien pregunta por ti.

Entonces otra mujer, más baja y vestida con unos pantalones holgados y camisa
blanca con los puños sueltos se acercó por el pasillo. Tampoco le pareció ella,
hasta que vio su sonrisa, todavía la misma, y su rebelde pelo rojo, ahora más
corto.

Ella no pareció reconocerla, sino que se quedó ante el vano de la puerta,


mirándola desconcertada. Sólo tras unos instantes su sonrisa se iluminó, al
tiempo que exclamaba:

- ¿Sarah? ¿Sarah Cosgrave? ¿Eres tú, verdad?

Sarah, mientras su interlocutora se debatía en la duda, no pudo evitar fijarse en


la actitud de la otra mujer. Estaba al lado de Sally, hombro con hombro en el

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Viento Helado de Iggy

vano de la puerta, cerrándole el paso. En ese momento no hacía otra cosa que
mirarla de reojo, con aspecto algo suspicaz. En eso se fijaba cuando, tras
musitar un quedo "sí, soy yo", sintió el impacto de un fuerte y decidido abrazo.

- ¡No me lo puedo creer! ¡Sarah! ¡Después de tanto tiempo! ¿De verdad eres tú?

La última pregunta la hizo ya apartándose un poco de ella, mirándola a los ojos.


Pese a su inicial duda, Sarah sintió cómo la alegría de Sally la embargaba,
aquella contagiosa y arrolladora alegría que tan bien conocía.

- Sí, yo soy, Sally... - sonrió, algo tímida todavía. - Ha sido mucho, mucho
tiempo, pero he querido saber qué fue de ti, y ya ves, he tenido la osadía de venir
sin avisar ni nada...

- Vamos, pasa, no te quedes ahí. - la condujo entonces, pasando un brazo tras


su cintura y transformando el abrazo en invitación. La otra mujer, aún en
silencio, le abrió paso con renuencia.

Las tres fueron hasta la cocina, un lugar cálido y acogedor aunque pequeño y
modesto. Se sentaron a una pequeña mesa, salvo la tercera mujer, que sin
preguntar se puso a preparar un té.

- Es Chris. - dijo Sally por toda presentación. La aludida apenas hizo un gesto en
dirección a ambas, como si la cosa no fuera con ella. La expresión de Sarah
debió parecer interrogadora, porque añadió: - Estamos juntas.

Entonces las dos mujeres intercambiaron una significativa sonrisa, que aclaró
todo lo que había que aclarar. Sarah no pudo evitar una cierta sensación de
sorpresa. Así que después de todo Sally, la pequeña y vulnerable Sally, no se
había dejado torcer...

- Me alegro de conocerte, Chris. - dijo entonces. Pese a que trataba de ser


cordial, pudo captar que aquella mujer desconfiaba. ¿Le habría hablado de ella...
de ellas? Probablemente. Encontrarse de repente en tu cocina a una antigua

144
Viento Helado de Iggy

novia de tu pareja, y no a una cualquiera, sino a la primera, debía resultar


inquietante... Sarah sonrió, secretamente divertida.

- ¿Qué ha sido de tu vida, Sarah? - El interés de Sally la sacó de su


ensimismamiento. ¿Qué decirle? ¿Que había tenido su primera experiencia con
una mujer desde aquella aventura juvenil que compartieron, y que se encontraba
desorientada? Un poco repentino, sin duda...

- Oh bueno, me hice periodista. - Era una lástima no poder ser sincera en eso,
pero no tenía más remedio que usar su tapadera. Su propia familia tampoco
sabía a qué se dedicaba en realidad. - Es un buen trabajo.

- ¿Y de pareja? ¿Hay alguien...? - Sally parecía querer averiguar si su compartida


experiencia había sido el inicio de algo, aunque sin llegar a preguntarlo
directamente. Era una buena manera de iniciar aquella conversación. Sarah
sonrió, divertida e incómoda a la vez.

- Aquí os dejo esto. - Chris posó con una cierta brusquedad la bandeja con el té,
las tazas y el azúcar entre ellas. Se volvió hacia Sally, dándole la espalda. - Me
voy al Ryan’s. Te espero. No tardes.

- Muy bien, iré enseguida. - contestó Sally sin tanta sequedad. - Hasta ahora,
cariño.

- Hasta ahora. - respondió la otra mujer, ya marchándose sin mirar atrás.

En cuanto hubo sonado la puerta de la calle al cerrarse, Sally sonrió, meneando


la cabeza. - Discúlpala, por favor. Ella no es así. Pero le he hablado de ti, y... -
Dejó la frase inconclusa, sonriendo aún más.

- Oh. - Sin saber qué responder, optó al fin por la cortesía. - No tiene
importancia. Soy yo quien debe disculparse por presentarme aquí sin avisar
antes. Supongo que una ex-novia de tu pareja, apareciendo de repente, puede

145
Viento Helado de Iggy

poner nerviosa a cualquiera. Supongo... No he tenido mucha experiencia en...

Tampoco logró concluir la frase, sintiéndose cada vez más confusa. ¿A qué había
ido allí?

- Ya veo. No te preocupes. Lo que pasó, pasó, y no hay razón para que te sientas
incómoda. - Sally extendió su mano sobre la mesa, acercándola a la suya, pero
sin tocarla, como en una muda invitación.

En un impulso, Sarah agarró aquella mano, al tiempo que respondía.

- No... Lo cierto es que creo que he venido para ver qué había sido de tu vida, y
compararla con la mía. No hubo nadie... ninguna otra quiero decir, después de
que nos separaran... hasta ahora...

- Ah... - Sally estrechó con delicadeza su mano en la suya. Su expresión parecía


decir que comprendía. - Cuéntamelo, si quieres.

- Yo... - Maldición, apenas iba a poder darle detalles; casi todo era secreto. - Sí,
he conocido a una mujer... Me he enamorado, quiero decir. Por... por razones de
trabajo - eso era del todo cierto - nos hemos tenido que separar. La hecho mucho
de menos, y no sé...

Aquella frase también quedó inconclusa. No tenía muy claro qué quería de Sally
en aquel momento.

- No te preocupes. - dijo ella, mirándola con intensidad, como si viera a través


suyo. - Si la quieres, si os queréis, no habrá nada que pueda interponerse. No es
fácil, te lo aseguro, pero si lo quieres, lo consigues. Lo sé. Te lo aseguro.

Sarah deseó fervientemente que la esperanza que le transmitía Sally tuviera


alguna base. Tal vez fuera así. ¿Por qué no?

Pasaron el resto de la tarde tomando el té y conversando. Sally jamás se había

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Viento Helado de Iggy

dejado vencer. Aquella chica tierna y vulnerable se había hecho dura y


resistente. Independiente. Durante la guerra había trabajado en una fábrica de
munición, llegando a capataz. Sabiendo que la guerra acabaría y que el destino
de todas sería volver a sus hogares con sus maridos, había ahorrado y ahora era
dueña del pub al que Chris había marchado, y que llevaban juntas. Sarah, por
su parte, se medio inventó su carrera como periodista, con los interesantes viajes
a que la conducía, su errática vida amorosa... Todo lo contrario de Sally: llevaba
con Chris varios años. Se conocieron en la fábrica, al principio de la guerra. No
pudo evitar comentar la confianza que Chris demostraba, dejándolas a solas.

- Es fantástica. - sonrió Sally. - No te dejes engañar por su actuación de hoy. -


Sarah pudo leer el amor en su mirada, mientras evocaba a su pareja.

Al fin, ya tarde, decidió que ya había tenido bastante. De alguna forma, había
encontrado lo que fue a buscar. Sally insistió en que las acompañara en el pub,
pero ella rechazó firmemente el ofrecimiento. Ya había abusado bastante de la
confianza y paciencia de Chris.

Se despidieron con un largo abrazo, prometiéndose mutuamente que seguirían


en contacto. Ya en el vacío tren nocturno, Sarah decidió que, fuera lo que fuera,
se sentía mucho mejor. Sonrió a la oscuridad, todavía sin saber qué hacer pero
decidida a no dejar escapar la ocasión, si se presentaba.

* * * * * * * * *

Extrañamente, la ocasión se presentó casi de inmediato, y de la manera más


sorprendente e inesperada. Al día siguiente, sin dirección ni sello, encontró en su
buzón una carta.

Extrañada, abrió la puerta para ver si quien la había echado al buzón estaba aún
por allí. Nada, la calle estaba desierta. Incapaz de superar el suspense, rasgó el
inmaculado sobre asomada a la húmeda mañana. Tras echarle apenas un

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Viento Helado de Iggy

vistazo, y con el corazón martilleando en su pecho, volvió a meter la hoja en el


sobre y entró de nuevo. Cerró la puerta tras ella y se encaminó a la cocina. Allí,
sus temblorosas rodillas agradecieron que se sentara, tras lo que recomenzó la
interrumpida lectura de la carta, escrita en inglés con una hermosa y estilizada
caligrafía.

"Cariño, te envío esto por medio de un amigo. Al final te daré algunos detalles,
pese a que me temo que no podré ser demasiado explícita. Aunque al despedirnos
en Berlín supuse que no íbamos a poder seguir en contacto, lo cierto es que, como
ves, he encontrado la forma. Ahora mismo no querría agobiarte, pues conozco algo
de tus actuales dificultades. Más adelante tendrás noticias mías más claras.
Perdóname por no poder expresarme ahora con toda la claridad que mereces.

Lo primero y más importante es el método por el que me he puesto en contacto


contigo. Como te decía, un amigo ha depositado esto a tu alcance, desconozco
exactamente por qué métodos. A este respecto, debo pedirte que no trates de
averiguar su identidad ni trabes contacto con él. Tampoco podrás responder a este
mensaje, me temo, pese a lo mucho que desearía leer tus letras. Tal vez pueda
darte explicaciones más claras en el futuro; de momento sólo puedo pedirte que
confíes en mí, como otras veces has hecho.

En segundo lugar debo comentar algo de tus presentes dificultades, de las que
algo sé. Sin duda debes estar pasando por difíciles momentos, y me gustaría estar
a tu lado para darte mi apoyo. Me consta que tu situación profesional y tu carrera
misma se halla ante un difícil momento... Aunque no conozco todos los detalles ni
qué va a ocurrir, confío en que todo salga bien. Pronto sabrás a qué me refiero. Si
es así, en breve tendrás noticias mías. Hasta entonces, no me queda más que
despedirme de ti con un beso,

Nadia".

Estrechando la carta contra su pecho, Sarah lanzó un profundo suspiro. Se

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Viento Helado de Iggy

sentía superada por la sorpresa, el desconcierto, y también por la añoranza de


Nadia. Desde luego, no era una sorpresa saber que había agentes soviéticos
actuando en el país, pero... Todo aquello resultaba un tanto inquietante. Sobre
todo, lo que se refería a aquel misterioso agente averiguando lo que a ella le
ocurriese. Eso llevaba a deducir que no era un simple agregado de la embajada,
sino que tenía medios, probablemente, para conocer detalles internos del MI6.
Aquello sí que era inquietante. Por otra parte, ¿en qué situación estaba ella
misma, colaborando con una agente del NKVD? Pretender que no surgiera un
conflicto de lealtades de todo aquello era sin duda más de lo que cabía esperar.

El resto de la mañana lo pasó en casa. Paseaba inquieta por el pasillo, volvía a la


cocina, releía la carta una y otra vez, volvía a ponerse nerviosa sin lograr estarse
quieta. A media mañana releyó por última vez la carta, se acercó al fogón y lo
encendió. La carta y el sobre ardieron en la pila, dejando apenas unas negras
cenizas que piadosamente se llevó el agua.

* * * * * * * * *

Durante el resto de la semana apenas pudo controlar sus nervios. Cumplió con
lo que Nadia le solicitara, y se abstuvo de vigilar si algún desconocido se
acercaba al buzón de su puerta a depositar una carta sin franqueo. A duras
penas logró ceñirse a ello; sin embargo se lanzaba todas las mañanas, muy
temprano, a abrir su buzón. No recibió más cartas. A todo ello se añadía la
incertidumbre provocada por aquella decisiva entrevista que la esperaba al
reincorporarse al trabajo.

Habría deseado poder dar una respuesta a Nadia, contarle sus inquietudes, su
visita a Sally, sus dudas, sus resoluciones, cuánto la añoraba. Tampoco podía
ceder a aquello.

En definitiva, pasó el resto de la semana presa de los nervios, que trató de

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Viento Helado de Iggy

mitigar con largos paseos por los parques londinenses. Por su cabeza pasaban
todo tipo de especulaciones: ¿A qué se debía la reserva de Nadia en su carta?
¿Cómo se había puesto en contacto? ¿Se trataría de un empleado de la embajada
soviética? Pero entonces, ¿a qué tanto misterio sobre su identidad?

Sarah sacudió la cabeza, incapaz de dar una respuesta a todas aquellas


incógnitas. Su paseo de aquella mañana la había llevado hasta lo más profundo
de Hyde Park. Allí, rodeada de enormes árboles y en completa soledad, se sentó
en un banco.

Su dudas no harían otra cosa que ponerla aún más nerviosa. Debía concentrarse
en lo práctico, y de ello, lo más importante sin duda sería el infame de Rumsfeld.
Esa rata... Sarah sintió que perdía su autocontrol al pensar en él. Sin duda
habría elaborado un informe sobre sus relaciones con Nadia. ¿Qué respondería
ante semejantes acusaciones? Su mejor estrategia era el éxito, sin duda. Había
hecho cosas inadecuadas, de acuerdo, pero había logrado valiosísimos informes.
No sería la primera agente que se acostaba con el enemigo para conseguir sus
propósitos... Sarah no pudo evitar una sonrisa ante aquella imagen suya de
Mata-Hari lésbica. No conseguía componer una imagen suya de taimada
seductora de agentes enemigas, extrayéndoles información gracias a sus
encantos... Aquello le resultaba ridículo incluso a sí misma, o tal vez sobre todo a
sí misma. Difícilmente funcionaria. La idea borró la sonrisa de su rostro. El
informe de Rumsfeld podría ser el final de su carrera, si no de algo peor.
Definitivamente, no sabía qué hacer.

* * * * * * * * *

La mañana de la entrevista con Ashcroft llegó al fin. Sarah salió de casa


arreglada al máximo, tratando de causar una buena impresión. Un aspecto
femenino y pulcro la haría parecer inocente e inofensiva. Iba a tener que dar

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Viento Helado de Iggy

muchas explicaciones. Primero, las acusaciones que ese cerdo de Rumsfeld sin
duda habría hecho llegar en su informe. Luego, más complicado aún, la
desaparición del informe de Nadia, que sin duda ya debería haber sido
descubierto. Tenía algunos argumentos que aportar en el primer caso, pero el
segundo era muy grave. El éxito parecía ser ahí su única coartada. Había
cometido un gravísimo delito contra la seguridad, y el resultado había sido un
enorme éxito para el servicio y para el país. ¿Sería suficiente? En todo caso,
sentía un persistente temblor en sus rodillas, que apenas logró controlar.

Esperaba que la dejaran cocerse un poco en su salsa obligándola a hacer


antesala. Para su sorpresa, la secretaria del jefe para Europa la hizo pasar de
inmediato a su despacho. Ashcroft, siempre con aspecto de huraño, resultó en
esta ocasión prácticamente inescrutable. Sin decir palabra le señaló un asiento
ante su escritorio, al tiempo que enarbolaba ante él dos carpetas, una en cada
mano y ambas con el rótulo de "alto secreto".

Se concentró en una, mirándola a ella por encima del papel, como a hurtadillas.
Musitó un "uhmm", como indeciso, hasta que le clavó una dura mirada.

- He recibido un informe sobre su actuación en su última misión un tanto...


uhm... esto... - Ashcroft no conseguía, evidentemente, dar con la palabra
adecuada, hasta que al fin lo logró: - "inusual". - Las comillas en torno al vocablo
al fin hallado se hicieron notar en su perfecta dicción. Desde luego, Sarah no
hizo el menor comentario, manteniéndose en una tensa espera. No iba a echarle
una mano, no.

- Uhm... - prosiguió al fin este, claramente incómodo - Conoce usted bien la


política de la casa respecto a... ejem... relaciones con agentes enemigos... uh... -
Pese a la tensión, Sarah tuvo que reprimir una risita. Ashcroft no encontraba la
manera de decirle que no estaba nada bien eso de que una agente británica se
acostara con una agente soviética. Desde luego que no le iba a ayudar a decirlo.

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Viento Helado de Iggy

- Este asunto es sumamente inusual e imprevisto. - se lanzó al fin su jefe,


decidido al parecer a usar un tono oficial para lidiar con aquella incómoda
situación. - ¿Puede dar alguna explicación acerca de su actuación?

Tampoco Ashcroft estaba dispuesto a ponérselo fácil a ella, por lo visto. No la


había acusado de nada en concreto. ¿Qué debía responder?

- Señor, las circunstancias de la misión dictaron mi actuación. - replicó ella al


fin, tan oficial y distante como su interlocutor. No iba a negar nada. Estaba
resuelta a no dar más explicaciones de las necesarias, y tampoco pediría
disculpas. - Las directrices de las misiones de campo siempre han sido flexibles
en torno a cuestiones de reglamento. Sí, he mantenido relaciones con una agente
enemiga, - en este punto Ashcroft miró a otro lado, claramente incómodo - pero
mi lealtad ha quedado demostrada. Acepto las medidas disciplinarias que se me
puedan aplicar, aunque no acepto que se ponga en duda mi lealtad.

Mientras decía estas palabras, Sarah no pudo evitar que imágenes de aquellas
"relaciones" pasaran por su mente. Nadia... La necesitaba tanto a su lado, sobre
todo ahora, dándole esa confianza y seguridad que ella siempre le aportaba... Por
otra parte, no quiso recurrir a la línea de defensa de los éxitos logrados. Aquella
última bala la necesitaría en cuanto Ashcroft volviera su atención hacia el
segundo informe. Además, si tenía que caer, al menos caería con dignidad.

- Uhmm, bueno... Ya hablaremos de eso. Ahora... - y su jefe dejó la primera


carpeta sobre la mesa y volvió su vista hacia la segunda. - Ahora tengo que
felicitarla con toda efusividad. Los documentos que ha aportado al expediente de
la agente Von Kahlenberg son de lo mejor que he visto en mi carrera. - Sarah se
sintió completamente desorientada. ¿De qué hablaba aquel hombre? Los
documentos e informes que había aportado a la misión sin duda se habrían
incorporado al expediente de Nadia. De hecho, eso era lo que acababa de decir él.
¿Cómo no se habían dado cuenta de la sustracción?

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Viento Helado de Iggy

- La felicito, agente Cosgrave. - estaba diciendo este, al tiempo que se ponía en


pie. Sarah, tras un instante de duda, hizo lo mismo, casi tambaleándose. Le fue
extendida una amplia mano a través de la mesa, que ella estrechó
desmayadamente. - Como sabe, - prosiguió Ashcroft, cordial y como aliviado -
este es habitualmente un trabajo en equipo. Pocas veces se encuentra uno
resultados de esta categoría por obra de un solo agente. Enhorabuena. Desde
luego, su, uhm, asunto privado será pasado por alto.

Casi mareada por el extraño e imprevisto desenlace, Sarah no respondió palabra,


sino que se marchó por donde había venido. Ya se encontraba atravesando la
puerta cuando la voz de Ashcroft la detuvo de repente y la hizo volverse.

- Ah, Cosgrave, espere. Tenga el expediente Von Kahlenberg. Sin duda lo


necesitará para elaborar su informe final de misión. - Se lo tendió. - Y
enhorabuena de nuevo.

Sarah no pudo reprimirse el tiempo suficiente como para alcanzar su propio


despacho, y ojeó nerviosamente la carpeta caminando a la vez por los pasillos.
Estaba todo, todo. Bueno, casi todo. Alguien había devuelto el expediente de
Nadia a su lugar, si bien con algunas correcciones menores. Aquello... aquello
era increíble.

Al cerrar tras de sí la puerta de su despacho, se dio cuenta del temblor en sus


rodillas. El alivio, los nervios y la sorpresa la habían dejado tan exhausta que
tuvo que apoyarse contra la puerta. Sonrió, aliviada, todavía sin comprender
pero feliz. De alguna forma había salido con bien de aquello... Entonces, al fin su
vista se posó sobre la mesa de su escritorio. Allí, un solitario sobre de tamaño y
aspecto familiar llamó de inmediato su atención. No tenía sello ni remite ni nada
escrito, idéntico en todo a otro que recibiera la semana anterior en su buzón.

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Viento Helado de Iggy

PARTE 11

"Sarah, mi amor," decía la carta, "espero que cuando leas esto todo haya salido
bien. Debo pedirte disculpas por haberte hecho pasar tan mal rato. Pero no sabía
si mis planes podrían llevarse a cabo o no. De todas formas, si esta carta llega a
tus manos querrá decir que mi amigo ha tenido éxito, y que mi plan ha salido
como esperaba."

"Desde luego, ya habrás deducido que tenemos un infiltrado."

Ya lo creo, pensó Sarah, torciendo el gesto, aunque continuó leyendo.

"Es él quien me ha ayudado y ha hecho posible todo esto. Por razones que no se
te escaparán, debo pedirte que ni informes sobre él ni trates de desenmascararlo
por tu cuenta. Parece que aquí pueden entrar en conflicto tu conciencia y tu
deber. Sin embargo, estoy segura que harás lo correcto. Nada en sus actividades
te afecta, y teniendo en cuenta cómo has sabido de su existencia, bien puedes
pasarlo por alto."

"A causa de la necesaria discreción al respecto, será mejor que no trates de


ponerte en contacto conmigo. Yo sí podré hacerlo, de esta misma forma, tantas
veces como la prudencia aconseje."

"Te echo tanto de menos. Tus besos y tus caricias las deseo cada día, mi amor.
Ojalá podamos vernos pronto, y aunque no sea así, seguirás en mis
pensamientos y deseos."

"Te amo,"

"Nadia"

La carta ardía ya en la papelera, aunque sus palabras seguían grabadas en su


corazón, cuando Sarah alzó la vista. Creyó haber escuchado un ruido fuera de su

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Viento Helado de Iggy

despacho. Abrió de repente la puerta, para encontrarse con un pasillo desierto.

Volvió adentro, más despacio. Aquella, la del "amigo", era la parte más
inquietante de lo que Nadia le había contado. Un espía soviético infiltrado en el
mismo núcleo de la contrainteligencia británica. Uno con capacidad para
cambiar informes, reemplazarlos y quién sabía qué más. Uno... al menos.

* * * * * * * * *

Las cartas de Nadia no se hicieron menos frecuentes con el tiempo, pese a lo que
Sarah había supuesto. La inquietud que le provocaba aquella extraña situación
aumentó, sin embargo. Sólo ella conocía una infiltración soviética en el núcleo de
los servicios secretos, y nada podía hacer al respecto. La situación le provocaba
dudas e insomnio, aumentados por la espera entre una carta y otra, tan
deseadas.

Además, el no poder responderle le ocasionaba más inquietudes. Deseaba tanto


contestar a sus cartas, hacerle saber cómo le iban las cosas... Con el tiempo,
decidió que era extraño que Nadia no urdiese algún método para estar al
corriente de los avatares de su vida. Leyendo una de aquellas cartas lo
comprendió: Nadia no necesitaba sus palabras para saber de ella. Su confidente,
u otro infiltrado más, la mantenía al tanto.

Comenzó a sentirse vigilada, expuesta. Sospechaba de sus compañeros de


trabajo, de sus subordinados, de sus superiores. Comprendió que la infiltración
era extensa, no episódica. Nadia había dispuesto de un infiltrado al instante, en
el lugar y momento adecuados. Demasiada casualidad. En su trabajo no existían
las casualidades, de modo que sólo cabía una conclusión: existían diversos
infiltrados, a todos los niveles, y Nadia había echado mano del más conveniente.

Todo aquello debería haberla animado a romper aquella turbia relación. Sin
embargo... Las cartas la mantenían con vida. No se observaba en ellas la menor

155
Viento Helado de Iggy

disminución en la pasión. Antes bien, la añoranza que trasmitían desde la


lejanía se fueron intensificando con el tiempo, con los años. Parecía imposible
que una mujer como Nadia pudiera mantener una relación como aquella, a
distancia y platónica. Pese a todo, así parecía ser. Sarah misma lo comprendía
de alguna forma, pues ella tampoco se sintió tentada a reemplazarla por una
relación más cercana, con hombres ni con mujeres, pese a que alguna ocasión
tuvo. Fueron precisamente aquellas ocasiones las que la convencieron; Nadia
debía sentirse como ella. No le cupo la menor duda, pese al resto de dudas y
recelos.

Aquellos recelos se transformaron en paranoia profesional. Su desconfianza


aumentó, y sin embargo su carrera subió como la espuma. Bien visto, parecía
lógico; la paranoia es un valor añadido en el trabajo de espía. Además, fueron
años muy activos para el servicio de espionaje exterior. Crisis como la guerra de
Grecia, la de Corea, el gran shock que produjo la explosión de la primera bomba
atómica soviética...

En todo ello tuvo parte Sarah, y sus méritos la hicieron ascender de forma
meteórica. Las dudas provocadas por su relación con Nadia quedaron sepultadas
bajo un expediente lleno de éxitos y menciones honoríficas. Tan discretos los
honores como siempre, pero con la solidez del trabajo bien hecho. Y llegado el
momento, su relación con Nadia se convirtió en un insospechado activo para sus
superiores, cuando la mayor crisis de la posguerra llenó de inquietud los pasillos
del servicio secreto.

* * * * * * * * *

El despacho de Ashcroft había mejorado mucho en todo aquel tiempo. Tres años
de mejoras presupuestarias para el espionaje habían sustituido las sillas de
madera por cómodas butacas tapizadas de cuero. Sarah se sentó sobre el
confortable asiento, posando sus manos sobre los apoyabrazos, también en
cuero, apreciado la diferencia como si la disfrutara por vez primera. Todo había
mejorado, incluida su posición en el servicio. Todo, menos las posibilidades de

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Viento Helado de Iggy

volver a ver a Nadia. De forma casi insensible, durante aquellos frenéticos tres
años un telón de acero había caído sobre Europa, tal como denunciara Churchill
en el Parlamento. Un telón de acero que la había separado de Nadia. Ya sólo el
helado viento del este que soplaba aquel gélido invierno las unía ahora. Y sin
embargo, la vida seguía, por no mencionar a su jefe, que le estaba hablando.
Sarah salió de su ensimismamiento para seguir sus palabras.

- ... como sabe, la situación en Moscú es cada vez más inestable. Los informes...

Ashcroft, con el paso del tiempo y el aumento de sus responsabilidades, había


tendido cada vez más a los circunloquios y las obviedades. Lo que le decía era
bien sabido. Hacía meses que llegaban inquietantes informes desde la U.R.S.S.
sobre la salud de Stalin. En los pasillos del MI6 no se hablaba de otra cosa,
mezclando los pocos informes seguros con especulaciones más o menos traídas
por los pelos. Dentro del hermético régimen soviético, los movimientos sobre la
sucesión se habían disparado, y las inquietudes sobre el rumbo que tomaría el
archienemigo provocaban más histeria que cosa alguna. Sarah volvió a prestar
atención a su jefe, pues parecía haberse centrado al fin. Sus palabras eran,
ahora, muy interesantes, tanto como para sacar de golpe a Sarah de sus
reflexiones.

- ... así pues, se ha decidido poner en marcha cualquier operativo capaz de


adelantarse a los acontecimientos, Cosgrave, y eso la implica muy en particular a
usted. No he podido evitar recordar su, uhmm... "especial" relación - Sarah pudo
escuchar con toda claridad las comillas - con aquella agente, uhmm, ¿cómo se
llamaba...?

- Nadia, - se precipitó a responder ella - Nadia Von Kahlenberg - concluyó, más


despacio y tratando de no ruborizarse.

- Sí, eso, Von Kahlenberg... - Ashcroft desvió la mirada, cada vez más incómodo.
- Vamos a enviar a Moscú a todo aquel agente que pueda ser capaz de enterarse

157
Viento Helado de Iggy

de algo, lo que sea, y uhm, por el procedimiento que sea. El gobierno quiere estar
informado acerca de la salud de Stalin y los posibles sucesores, su planes,
etcétera.

Sarah sintió que su corazón se aceleraba. Con todos sus circunloquios, Ashcroft
le estaba diciendo que iba a volver a ver a Nadia. Y que su misión sería sacarle
información... Debían estar realmente desesperados en las altas esferas para
enviarla a una misión semejante. Después de todo, una relación tan "especial"
como la que ella tenía con Nadia se consideraba más un peligro para la
seguridad que una ventaja, pensó Sarah, con su cinismo profesional puesto al
máximo. Magnífico si así era, se dijo, mientras Ashcroft le explicaba los detalles.
Sarah apenas podía mantenerse sentada; sus dedos tamborileaban sobre los
apoyabrazos, su sonrisa mostraba sus deseos de partir cuanto antes.

* * * * * * * * *

Los preparativos, ya de por sí precipitados, se aceleraron de repente. Sarah, al


pie del avión, se sentía expuesta. Jamás se había embarcado en una misión con
tan poca preparación. Normalmente, se requería una compleja trama: agentes de
apoyo, cobertura, una tapadera bien preparada y aprendida...

Todo aquello había saltado por los aires el día anterior. Por fin, los rumores se
habían confirmado, y la muerte de Stalin se había anunciado públicamente en
Moscú. Hacía ya una semana que se le daba por muerto, y sin duda así había
sido, aunque el anuncio se había demorado hasta entonces. Las dudas sobre la
sucesión seguían sin aclararse, sin embargo, y la misión por tanto resultaba aún
más urgente.

Apenas había habido tiempo para buscarle una tapadera, y se había echado
mano de su antigua personalidad como periodista de la agencia Reuters. No era
mala solución, sin embargo. El avión hacia Moscú estaba atestado de periodistas

158
Viento Helado de Iggy

acreditados para el gran funeral de Estado. Sarah miró a la gente en torno a ella,
preguntándose cuántos de todos serían verdaderos periodistas.

Tenía sobre su regazo una carpeta, de aspecto inocente, pero cuyo contenido
debía destruir antes de llegar a Moscú, de hecho mejor antes de la escala técnica
en Berlín. Era una dispar colección de informes de inteligencia sobre la posible
sucesión. Sarah ya los había leído, pero les dio un último repaso. Casi todos
apuntaban a lo mismo: el candidato número uno era Lavrenti Beria. El jefe del
espionaje, el jefe último de Nadia por tanto, disponía de todos los triunfos. En un
régimen tan oscurantista como el soviético, sólo él disponía de la información y el
poder necesarios para hacerse con el puesto. Ex-ministro del interior,
vicepresidente del Consejo de Ministros, había acumulado poder a manos llenas.
Las atribuciones de su servicio de inteligencia, el NKVD, le permitían arrestar a
miembros del partido, procesarlos el secreto y ejecutarlos del mismo modo, cosa
que se había hecho en el pasado. Su capacidad de intimidación dentro de las
estructuras del poder soviético eran indudables. Todos los informes coincidían
en ello.

Sin embargo, en aquella carpeta había un informe que, aunque coincidía en todo
ello, discrepaba en lo fundamental. Se trataba de un pequeño análisis de un
agente de la CIA, obtenido gracias a la habitual colaboración con los americanos.
El informe llamaba la atención acerca de una posible conjura de todos los
miembros del partido atemorizados por el enorme poder acumulado por Beria.
Aunque sin mucha convicción, apuntaba a la posibilidad de una gran coalición
contra el todopoderoso jefe de los servicios secretos. Incluso arriesgaba la
hipótesis de que esa coalición cristalizara en torno a un oscuro y desconocido ex-
ministro de agricultura, un tal Nikita Khruschev. El informe había sido
descartado y sus conclusiones dadas por ridículas. Sin duda sólo por un error
debido a la precipitación había sido incluido en aquella carpeta.

* * * * * * * * *

159
Viento Helado de Iggy

La llegada a Moscú tuvo algo de festiva para el pasaje del avión. La primavera
parecía haberse adelantado, y el sol brillaba alegre en un cielo despejado,
aunque frío. Sarah parpadeó, embutida en su abrigo largo hasta los tobillos. Se
sentía desorientada, en una misión sin objetivos claros ni plan establecido. Sin
embargo, su corazón latía con fuerza. Volver a ver a Nadia, tras tanto tiempo, era
una perspectiva tan alegre como inquietante. Y sin embargo, no estaba claro
cómo iba a ponerse en contacto con ella.

Perdió miserablemente el tiempo acreditándose para el funeral como periodista,


presentándose ante su embajada, tanto en su condición de presunta periodista
como ante los agentes del MI6 allí instalados. Las formalidades burocráticas
tuvieron el efecto de exasperarla, llevándola a un estado de nerviosismo
creciente. Parte de él, sin embargo, se debía a la perspectiva de encontrarse con
Nadia, se reconoció a sí misma. Y a las dudas acerca de cómo hacerlo. Pero
había algo más, se dijo.

* * * * * * * * *

De nuevo, el tiempo era excelente, como correspondía para un día tan señalado.
Los rumores más ridículos entre la prensa occidental decían que los soviéticos
podían diseñar el clima según les conviniera para la ocasión. Y el funeral de
Stalin iba a ser un acontecimiento grandioso; por las calles de Moscú se vivía un
inquieto y nervioso ajetreo. La Plaza Roja había sido habilitada para un desfile
imponente, muestra del poderío soviético incluso – o más bien sobre todo – en
aquellos momentos de inquietud. Los periodistas habían sido destinados a una
inmensa gradería levantada en el extremo opuesto al muro del Kremlin. Frente a
ellos, las autoridades más destacadas ocupaban el balcón de honor en la lejanía.
Las especulaciones acerca de sus ocupantes provocaban un animado murmullo
entre la legión de periodistas congregados a su alrededor. Todos coincidían en lo
mismo: la destacada posición de Beria en aquel selecto grupo.

Sarah se había provisto de unos prismáticos, decidida a aprovechar la ocasión

160
Viento Helado de Iggy

para echar un vistazo a fondo al grupo. Pronto comenzó el impresionante desfile


militar, muestrario del tremendo armamento que había acumulado la U.R.S.S.
bajo Stalin. Banderas rojas con crespones negros flanqueaban toda la plaza,
dándole un insólito aire festivo con su flamear al suave viento. Mientras pasaban
tanques y misiles, Sarah esgrimió sus prismáticos en dirección a la muralla del
Kremlin.

Las autoridades se mantenían firmes y serenas, sin dejar traslucir la lucha de


poderes que sin duda se mantenía. Sarah desvió su visión. En inmensas gradas
alzadas bajo la muralla del Kremlin, funcionarios de segundo rango asistían al
desfile, colocados como serios bombones expuestos en hileras idénticas. Militares
con sus uniformes de gala se apretaban allí, sus serias miradas apuntando todas
en la misma dirección. Sarah pasó la vista de sus prismáticos por aquellas
hileras, impresionada por la marcialidad idéntica, casi indistinguible, de sus
componentes. De repente, detuvo su barrido, su corazón acelerado. Volvió atrás
su mirada, y sí, allí estaba. Seria, con su pardo uniforme cuajado de medallas y
rodeada de anónimos militares, bajo la enorme gorra de plato, pudo distinguirla.
Nadia...

Se sintió tentada a hacerle señas con el brazo, saltando, pero se contuvo. No


podría verla desde allí, y aunque así fuera, nada podría ser más ridículo en
semejantes circunstancias. Sin embargo, concentró su mirada en ella a través de
los prismáticos. Se la veía magnífica, su mirada de hielo clavada en algún punto
ante ella, seria y marcial. Estaba situada en una gradería de alto nivel, próxima
al balcón de autoridades. La profusión de medallas sobre su pecho era
imponente, y su uniforme era ya de general, se dio cuenta con asombro. Aquella
novedad no se la había contado en sus cartas, que solían contener pocas
revelaciones sobre su carrera. Sin embargo, el ascenso podía ser reciente. De lo
que no cabía duda era de su éxito e influencia en el NKVD.

Sarah se preguntó, no por primera vez, cómo contactar con ella. Allí estaba, tan
cerca y sin embargo tan lejos. De repente, como un solo hombre – pues hombres

161
Viento Helado de Iggy

eran todos los que rodeaban a Nadia – la fila de militares que observaba hicieron
el saludo militar. Sarah alzó su vista de los prismáticos y allí, por la Plaza Roja,
sobre un armón de artillería tirado por un tanque, desfilaba el féretro. En medio
de aquella escena histórica, sintiendo una repentina inquietud, sintió que una
época terminaba.

* * * * * * * * *

Tras muchas dudas, Sarah llegó a una conclusión: puesto que había usado una
tapadera bastante vieja, Nadia debía haberse enterado de su llegada. Por tanto,
su única posibilidad de ponerse en contacto con ella consistía en dejarle a ella la
iniciativa. Jugaba en su terreno, y sería ella la que tendría más capacidad de
acción. Lo mejor que podía hacer era ponérselo fácil. En consecuencia, y pese a
lo poco que le apetecía, decidió que lo mejor era dejarse ver en un lugar obvio y
público, en el que su asistencia estuviera anunciada previamente. Por tanto,
había aceptado la invitación a una recepción en la embajada suiza, aquella
misma noche tras el funeral. Era un lugar habitual para encuentros casuales
entre occidentales y soviéticos, dada la condición neutral de Suiza. Eso por no
mencionar que aquellas recepciones eran un interesante acontecimiento social
para el cuerpo diplomático acreditado en Moscú.

Pese a lo fúnebre de los acontecimientos, la recepción iba a ser de gala, y Sarah


se había resignado a vestirse para la ocasión. Se había puesto en manos de los
asistentes de protocolo de la embajada británica, lo que había tenido como
consecuencia el acabar embutida en un vestido de seda rosa, largo y sin mangas.
Le habían arreglado el pelo hacia arriba, con los peluqueros de la embajada
exasperados ante su corto cabello. Habían hecho un aceptable trabajo, se dijo
Sarah, contemplándose en el barroco espejo de cuerpo entero. Joyas prestadas
lucían alrededor de su cuello y en sus pendientes. Se sentía algo ridícula en
aquellas ropas, con aquella incómoda falda larga que había que guiar con
expertos tirones. Expertos si tenías experiencia, se dijo, torciendo la expresión.
Tendría que resignarse a aquello, pensó.

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Viento Helado de Iggy

PARTE 12

El coche la dejó ante unas puertas dignas de un palacio más que de una
embajada, y el interior tampoco desmerecía la comparación. Aquellos suizos
rentabilizaban su neutralidad, por lo visto. La gran sala relucía de dorados,
arañas de cristal y candelabros. Por lo visto, una cuidadosamente controlada
relajación del luto oficial había permitido la presencia de una orquesta, situada
sobre una plataforma al fondo de la sala. El lugar se hallaba semiabarrotado de
elegantes hombres en esmoquin, junto a damas vestidas con tanta o mayor
elegancia que la suya colgadas de sus brazos. Las joyas competían con el brillo
de los dorados que enmarcaban enormes cuadros y grandes espejos barrocos. El
luto se manifestaba apenas en el bajo volumen del murmullo de las
conversaciones, lo suave de la música de la orquesta y en las bandas negras
alrededor de los brazos izquierdos de los escasos militares soviéticos presentes.
Por lo demás, el ambiente era relajado, formal y levemente animado junto a la
espectacular mesa del buffet frío.

El centro de la sala se hallaba curiosamente vacío, como si nadie quisiera ser el


centro de atención, o se hubiera reservado para la pista de un baile que nadie
quería iniciar. Sarah se dirigió discretamente hasta el lado opuesto al buffet, más
descongestionado, desde donde pudo echar un amplio vistazo. No se veía a Nadia
por ninguna parte. Se sintió decepcionada, pese a que se había dicho a sí misma
que era improbable su presencia, después de todo.

En ese instante, varios oficiales se abrieron paso a través del gentío junto a las
puertas. El grupo parecía serio, y hasta intimidante, a juzgar por cómo les abrían
paso los civiles. Sarah se volvió, y sí, allí, entre aquel grupo con sus altas gorras
de plato con galones dorados, estaba ella. Miraba hacia los lados, como
buscando a un asistente que al fin se materializó a su lado. Le entregó a éste su
gorra, después se sacó lentamente los guantes y se los tendió, murmurando
alguna orden. Sólo entonces alzó la vista, con la que recorrió la sala de un

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Viento Helado de Iggy

extremo a otro, como la luz de un faro. Aunque no se detuvo en ella, sí la vio, y la


reconoció. Sarah logró a duras penas contenerse y no le hizo gesto alguno,
aunque fue bien consciente de cómo su sonrisa se había apoderado de su propia
expresión.

Nadia, sin embargo, seguía seria. Por alguna razón, la orquesta se había
arrancado con un vals, y al menos a Sarah le pareció que ahora tocaban más
alto. Tal vez era la sangre que fluía más deprisa en sus venas. El latir de su
corazón se aceleró aún más cuando Nadia, sin abandonar su expresión
imperturbable, clavó en ella la vista y cruzó, recta como una flecha, la gran sala
en su dirección.

Sarah no pudo evitar fijarse en lo bien que le sentaba el uniforme de gala.


Parecía habérselo entallado a su medida, otorgándole un aspecto
sorprendentemente femenino en un uniforme tan severo como aquel. Sus altas
botas negras relucían a medida que captaban la dorada luz del centro de la sala,
al ritmo de las amplias zancadas que la dirigían recto hacia ella.

- ¿Quiere bailar, señorita? -le preguntó de súbito, en cuanto estuvieron frente a


frente. La pregunta le resultó tan absurda que no llegó a responder. Aquello no
impidió que Nadia la agarrara por el talle y la sacara al centro de la sala, vacía de
gente. Sarah sintió más que vio cómo todas las miradas se clavaban en ellas dos.
Nadia alzó su mano en la suya, y la llevó, girando a los compases del vals de
Strauss que sonaba en sus oídos. Estaban muy juntas, pegadas, pues Nadia la
mantenía firmemente agarrada de la cintura. De esta forma la hizo bailar, en
exactos y acompasados pasos, de precisión militar.

Sarah sentía que el corazón se le iba a salir por la boca, que si Nadia no la
sujetara con tanta fuerza se derrumbaría, se derretiría sobre el pulido suelo.
Pensó, como en una ráfaga, que aquella exhibición era de lo más imprudente,
pero ni aún así se resistió ni impidió que la llevara. Nadia tenía sus ojos clavados

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Viento Helado de Iggy

en ella y, ahora sí, sonreía levemente.

Después de lo que pareció una eternidad, y cuando los giros y las luces
empezaban a marearla, Nadia la condujo hasta el buffet, donde el mundo se
detuvo de repente. Pudo comprobar entonces que, siguiendo su ejemplo, algunas
otras parejas se habían lanzado a la pista. Para su sorpresa, apenas nadie se
fijaba ya en ellas.

- Nadia... -Habría querido decirle que aquello había sido una locura. Aunque
también lo mucho que la había echado de menos, el buen aspecto que tenía... Al
final, todo se agolpó en su mente, de forma que nada más logró decir.

- Sarah... -Nadia sonreía ahora abiertamente, mientras la miraba como si fuera


uno de aquellos exquisitos platos sobre la mesa.- He sabido que habías venido a
Moscú. Lo supe desde que llegaste, pero no pude ponerme en contacto contigo
antes. Ha habido mucho trabajo... Pero eso no importa ahora. Ven.

Confundida, la siguió. Comprobó que esta vez sí trataba de pasar desapercibida.


Sus movimientos eran casuales, y apenas saludaba con una marcial inclinación
de cabeza a algunos oficiales, sin comprometerse en ninguna conversación pero
sin eludir a nadie de forma evidente.

De alguna forma acabaron las dos en una sala pequeña y vacía. Antes de poder
darse cuenta de que estaban realmente solas, Nadia ya la había rodeado con sus
brazos y la estaba besando. Sarah se abandonó a aquel beso tanto como lo había
hecho a la guía de sus brazos en el baile.

- Nadia... -susurró de nuevo, abrazada a ella. Esta vez logró proseguir.- Al fin. Te
he echado tanto de menos... -entonces recobró el sentido común y dio un vistazo
alrededor. - ¿Cómo se te ha ocurrido hacer eso? - la abofeteó ligeramente en el
hombro, simulando exasperación.- ¿Estás loca? ¡Nos ha visto todo el mundo!

Nadia sonrió con tolerancia.

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Viento Helado de Iggy

- No te preocupes por eso. Ha sido un baile inocente. No será la primera vez que
dos chicas bailan juntas... -su sonrisa se hizo entonces más pícara.

- ¡Estás loca! -insistió ella, sin mucha convicción.- Un baile inocente... A mí no


me lo pareció...

Se interrumpió en cuanto Nadia comenzó a besarle el cuello. La tenía


arrinconada entre la pared y una puerta entreabierta, que al menos evitaba que
las vieran desde el pasillo. Durante unos instantes, apenas pudo hacer más que
lanzar profundos suspiros, hasta que logró reaccionar.

- Nadia... ¡Nadia! -Ella tenía ambas manos sobre sus pechos, y el escote, sin
mangas ni tirantes, corría serio peligro de caer. Logró detenerla apenas con una
mano ante ella.- No me destroces otra vez el vestido. -sonrió con picardía.- No
sabría qué explicar en la embajada si volviera con un mono de soldado raso del
Ejército Rojo otra vez...

- Disculpa. -se separó, si bien todavía la sujetaba por la cintura.- No es fácil


contenerse. Ha sido mucho tiempo, y además estás muy guapa.

- A ti tampoco te sienta mal este uniforme. Jamás imaginé que un general


soviético pudiera resultar tan atractivo... ¿Y estos galones? -preguntó, pasando
una mano por los dorados de su hombro.

- Muy recientes. No hubo ocasión para que te lo contara... Por cierto, debo
pedirte disculpas. Seguro que todo el operativo que monté para estar en contacto
contigo te ocasionó algún problema...

- Oh, yo... no te preocupes. Me gustó mucho poder leer tus cartas, aunque...

- Sí, me habría gustado poder leer las tuyas. Sin embargo, no podía poner en
peligro a nuestros hombres allí.

La espía profesional en el interior de Sarah no pudo pasar por alto aquel plural,

166
Viento Helado de Iggy

"nuestros hombres"... Como había sospechado, había más de uno. Casi al


instante se avergonzó de estar sonsacando a Nadia en aquellas circunstancias.

- Lo comprendo. No tienes que darme explicaciones. -contestó.

- Sí que debo, al menos hasta donde puedo darlas. No me siento orgullosa de


haberte hecho vigilar... pero no podía vivir sin noticias tuyas. Te quiero.
Perdóname.

- No hay... -se detuvo, sonrió.- Yo también te quiero, Nadia. Te perdono.

Un nuevo beso dio paso a otro abrazo que corría el peligro de descontrolarse de
nuevo. Lograron separarse a duras penas.

- No podemos vernos aquí. -Sarah fue muy consciente de a qué se refería Nadia
con aquel eufemismo, "vernos". Sonrió. Al menos volvería a la embajada con el
vestido entero, por lo que parecía.- Mañana enviaré a alguien a la embajada
británica. Ahora... es mejor que nos separemos.

- Está bien. -le dio un ligero beso sobre los labios.- Será mejor que volvamos a la
sala. Separadas. - sonrió, alejándose de ella pese a que una fuerza parecía
retenerla. Pese a todo, lo logró.

* * * * * * * * *

Un enorme automóvil oficial se presentó, en efecto, a la mañana siguiente. Un


empleado de la embajada acudió a la salita donde ella mataba el tiempo,
nerviosa, para avisarla de su llegada. El joven parecía algo fuera de lugar, como
si la situación se saliera de lo común. Sin duda lo hacía, pensó ella mientras
bajaba al patio. Para la ocasión, se había liberado del aparatoso vestido, optando
por una falda hasta la rodilla, jersey azul marino y una, esperaba ella, elegante
boina gris echada de lado sobre su flequillo. Se dejó colocar sobre los hombros el

167
Viento Helado de Iggy

imprescindible abrigo largo y salió. El coche era enorme, negro y de aspecto tan
imponente como oficial. A su lado se hallaba un sargento, que se cuadró, le abrió
la puerta y la saludó como si ella fuera un mariscal. Nada de todo aquello
contribuyó a despejar sus nervios.

El automóvil se fue alejando del centro de Moscú, aparentemente en dirección a


algún lugar de su periferia. El chofer se mantenía imperturbable, hasta que al fin
Sarah rompió el tenso silencio.

- ¿Falta mucho, sargento? -le preguntó en ruso, incorporándose hacia delante.

- Ensiguida llegarriemos, siñorrita. - masculló éste, en un chirriante inglés, al


tiempo que sonreía por vez primera mientras la miraba por el retrovisor. Aquella
sonrisa le hizo pensar a Sarah que el hombre sabía muy bien para qué iba a ver
a Nadia. Ese pensamiento la hizo ruborizarse ligeramente, al tiempo que bajaba
la vista. Decidió no preguntar nada más, mientras pensaba que, tal vez, aquel
hombre había llevado a otras mujeres hacia el mismo destino. El arranque de
celos que provocó aquel pensamiento la alteró aún más. Descartó aquello con un
esfuerzo consciente. Tres años eran mucho tiempo, y nunca se habían prometido
nada. Además, aquellas ideas no la iban a llevar a ninguna parte...

El chirrido de las ruedas al detenerse el automóvil la sacó de su introspección.


Habían llegado al fin.

El coche se había detenido junto a un camino de grava. Este atravesaba un


pequeño prado, rodeado de un denso bosque de abetos. Al final del camino se
alzaba una pequeña casa de un solo piso, lo que los rusos llamaban una dacha.
Tenía un aspecto elegante y discreto, adaptado al entorno. Sarah apenas la había
contemplado cuando se abrió la puerta del coche. El chofer le sostenía la puerta
de nuevo. Ella se apeó, algo confundida por la soledad del lugar. El hombre, muy
serio, le mantuvo la puerta abierta mientras ella se apeaba, y en cuanto estuvo al
frío aire exterior le realizó otro impecable saludo militar, haciendo entrechocar

168
Viento Helado de Iggy

sus botas. El chasquido pareció reverberar en el quieto aire. Sarah lo contempló,


pero el hombre estaba muy serio, sin el menor deje de ironía en su expresión.
Viendo que su mirada interrogadora de nada servía, abrió la boca para
preguntarle. En ese instante, el chofer se dio la vuelta, entró en el coche y se
marchó sin más.

Sarah contempló de nuevo la casa, con más interés al no haber ninguna otra
cosa en qué fijarse. Era una curiosa combinación de estilos rústicos y modernos.
Techo bajo de pizarra, muros de ladrillo, amplios ventanales que iban del techo
al suelo. De una chimenea surgía un débil hilo de humo.

Se encaminó hacia allá, siguiendo el crujiente camino de grava, sintiéndose


visible y expuesta. También nerviosa, y por qué no, excitada. Apretó su bolso
contra su pecho, y ya se encontraba bajo el estrecho porche cuando la puerta
principal se abrió ante ella.

Nadia iba vestida de forma similar a ella misma. Una falda negra, larga justo
hasta debajo de las rodillas, un jersey gris de cuello alto, muy ajustado. Se la
veía hermosísima.

Antes de darse cuenta estaba entre sus brazos. El jersey era de cachemir, cálido
y suave, y Sarah estaba apretando su mejilla contra él, mientras sentía las
caricias y los besos de Nadia sobre su frente y pelo, sus fuertes brazos alrededor
suyo. Ese abrazo la llevó hacia adentro, y entonces se separaron.

La sala era hermosísima, en forma de L con aquellos amplios ventanales en las


dos paredes largas, que daban visión a un paisaje sereno. Bajos sofás rodeaban
una sencilla mesita, a cuyo alrededor había dispuestas varias alfombras de piel
de pelo largo. En el eje de la L había una pequeña chimenea en la que ardía un
pequeño aunque cálido fuego.

- Pasa, cariño, ponte cómoda. -le dijo Nadia, en ruso.

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Viento Helado de Iggy

Sarah se extrañó un poco, pues solían hablar en inglés o alemán, aunque le


respondió en el mismo idioma.

- Gracias, Nadia. Esto es muy acogedor.

- Quería que fuera algo especial. Y compensarte por aquellas inmundas


pensiones de Berlín. -sonrió, como evocando aquellos encuentros furtivos.

- Oh... sabes que no era eso lo que me importaba... -Sarah sintió que se
ruborizaba un poco, a su pesar, también recordando.

- Lo sé. Sin embargo, ahora... -dejó la frase colgando, mientras hacía un amplio
gesto de invitación hacia la sala.

Sarah se sentó sobre el sofá. Nadia, sin embargo, lo hizo a sus pies, usando el
sofá como respaldo. En la mesita frente a ellas había una botella de Dom
Perignon, en un cubo metálico de aspecto incongruentemente militar. Además, lo
que parecía una pequeña cantidad de caviar descansaba en un lecho con más
hielo, junto a una cucharita de plata.

- Esto es excesivo, Nadia. -dijo Sarah, señalando hacia la mesita.- ¿Qué ha sido
del igualitarismo proletario? -le preguntó, con ligera sorna.

- Un día es un día. No siempre tengo la ocasión de estar contigo. -respondió ella,


sin acusar la pulla ideológica. En cambio, había colocado una cucharada de
caviar sobre una minúscula galletita.

Tuvo que inclinarse hacia delante para aceptar su ofrecimiento, para lo cual
Nadia se apoyó en sus rodillas. El intenso y salado aroma invadió el paladar de
Sarah, cuando escuchó con una ligera sorpresa el golpe del tapón del champán.
Le estaba ya ofreciendo una copa, tras lo que se sirvió la suya. Brindaron en
silencio, devorándose con la mirada. Sarah no pudo evitar pensar que iba a ser
la mejor ocasión de su vida.

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Viento Helado de Iggy

Casi sin darse cuenta, se había deslizado hasta el suelo desde el sofá, y Nadia la
estaba abrazando y besando con pasión. Se separaron un instante, dispuestas a
quitarse la ropa de una forma u otra. Sin embargo, Sarah logró reunir el aliento
necesario para detener aquello por un instante.

- Nadia, yo... -quería decirle muchas cosas, preguntas, dudas, todo lo que no
había podido contarle en aquel tiempo. Nadia ya le había alzado a medias el
jersey, al tiempo que recorría su vientre hacia arriba con sus labios. Sin embargo
se detuvo y alzó la vista.

- ¿Sí?

- Olvídalo... -dijo ella, dejándose devorar por el tan aplazado deseo. La atrajo de
nuevo hacia sí.

Se dejó arrastrar hacia abajo, deslizándose del todo del sofá a la mullida
alfombra de pieles. Alzó sus brazos cuando Nadia le hubo levantado el jersey
hasta la barbilla. Tras un breve instante a oscuras, se vio liberada de él. A partir
de entonces, con dedos ansiosos aunque civilizados, se fueron quitando la ropa
la una a la otra. Había una mezcla de urgencia y parsimonia en sus
movimientos, como si hubieran esperado mucho tiempo para aquello pero
tuvieran mucho más por delante.

Sarah se sorprendió un poco al comprobar la calidad de las medias de seda que


Nadia llevaba. El tópico de la propaganda antisoviética de mujeres proletarias
con basta ropa interior de lana saltaba así por los aires. Sarah se demoró en
quitarle aquellas medias, deleitándose en aquella suavidad, que encerraba
piernas firmes y poderosas. Nadia le hacía lo mismo, y pronto hubo adentrado su
cara entre sus muslos. Sarah no tardó en hacer lo propio.

El creciente placer que estaba recibiendo le impedía concentrarse en lo suyo. Sin


embargo, hizo lo que pudo, con labios, lengua y dedos. Al fin su cara quedó
atrapada entre aquellos muslos, sintiendo el roce contra sus orejas. Consiguió

171
Viento Helado de Iggy

hacerla gozar antes, y entonces se montó encima suyo. Se abandonó a sus


expertas caricias, que no tardaron en hacerle arquear la espalda, al tiempo que
gemía y se agarraba con fuerza a las rodillas de su amada.

Tras unos instantes de abandono, se encararon la una con la otra, aferrándose


con fuerza. Se besaron largo rato, hasta que Sarah sintió una mano que le subía
de la rodilla hacia arriba. Recorrió con la suya la magnífica espalda de Nadia,
hasta abajo. Entonces casi la juntó con la otra mano, que había seguido el
mismo camino entre los muslos. Se aferraron así la una a la otra, oscilando,
navegando sobre olas que las recorrían de abajo a arriba. Al fin, Sarah echó la
cabeza hacia atrás. Sintió entonces los labios de Nadia sobre su pecho, urgentes,
ansiosos. Con la mano libre la atrajo hacia sí, y entonces volvió a perderse en el
ansia del placer compartido.

Abrió los ojos al sentir a Nadia separarle los muslos. Ella estaba tumbada,
exhausta, pero Nadia se encontraba erguida de rodillas ante sus pies. Le había
abierto las piernas, y se le acercaba entre ellas.

- Mmmm... ¿otra vez, Nadia? -le preguntó, soñolienta y casi agotada.

- Otra vez... Te he deseado demasiado tiempo, Sarah... Te necesito. Quiero verte,


verte los ojos... -le respondió, seria, sus ojos brillando como nunca, urgentes, en
absoluto saciados.

Colocó entonces una rodilla entre sus muslos, al tiempo que los alzaba un poco,
atrayéndola hacia sí. Alzó una pierna, rodeando con ella una de las suyas. La
atrajo entonces con más firmeza, con fuerza. La sujetó por las caderas y empezó
a mover las suyas adelante y atrás. Sarah se encontró al poco haciendo lo
mismo, casi sin habérselo propuesto. Sintió que se aproximaba de nuevo, poco a
poco, y cerró los ojos arqueando su espalda, en un gesto reflejo.

- ¡Mírame! Quiero ver tus ojos... -escuchó de repente. Nadia seguía igual de seria,
su mirada la taladraba, aunque era evidente que estaba también muy próxima al

172
Viento Helado de Iggy

orgasmo. Sarah la contempló entonces, erguida sobre ella, intercambiando


miradas intensísimas. Se sujetó a sus rodillas cuando sintió que se iba, y sólo
entonces Nadia se derrumbó encima suyo. Se abrazaron, acunándose
mutuamente, derrotadas al fin.

Sarah se levantó tras un largo rato gozando tan sólo de la tibieza de sus cuerpos
sobre las pieles, mirando en torno suyo. Sus ropas se hallaban dispersas todo
alrededor, como si hubiera sido una explosión la que se las hubiera arrancado.
Nadia estaba echada de lado, medio sumergida entre las mullidas pieles. Tenía
apoyado un brazo en ángulo sobre el suelo, cuya mano sujetaba su cabeza. La
contemplaba directamente, con una media sonrisa.

- ¿Tienes un albornoz o algo? -le preguntó Sarah.

- ¿Para qué necesitas un albornoz? -la sonrisa en su cara se ensanchó, su


mirada se hizo intensa y pícara.

- ¡Nadia! -exclamó. Le habría lanzado algo en respuesta, pero lo único que tenía a
mano era un pesado cenicero. Lo descartó, no sin considerarlo por unos
instantes.- ¡Estoy desnuda! -insistió, en cambio.

La obviedad no hizo mella en Nadia, desde luego. En cambio, frunció sus labios,
al tiempo que giraba sus pupilas hacia arriba, en una parodia de concentración.

- Mmm... ahora mismo no se me ocurre ninguna razón por la que prefiera que
estés vestida en vez de desnuda, la verdad...

- ¡Nadia! -repitió ella, riendo sin embargo. Al fin renunció, marchando con toda la
dignidad que pudo reunir a la búsqueda de un cuarto de baño.

* * * * * * * * *

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Viento Helado de Iggy

No había encontrado bata ni albornoz, aunque por un rato una toalla había
hecho su función. Ahora yacía junto al desperdigado conjunto de ropas. Ella
había renunciado a su protección para sustituirla por la de los brazos de Nadia.
Se estaba de maravilla allí, su cabeza reclinada sobre el pecho de ella, sintiendo
su firme brazo en torno a su cuello, atrayéndola, cuidándola.

La tibieza de su cuerpo contra el suyo se complementaba con la suavidad de la


piel de algún animal que formaba la alfombra sobre la que se cobijaban. El fuego
de la chimenea cerca de ellas proporcionaba el resto del calor, aunque el exterior
iba pareciendo cada vez más gélido. El corto día de finales de invierno en
aquellas latitudes iba tocando a su fin, despacio.

Sarah trazó ociosos círculos sobre la piel del firme vientre de Nadia. Aquel
parecía un excelente momento para hablar.

- Seguro que traes aquí a muchas chicas. -Su corta exploración de aquella dacha
le había proporcionado algunas pistas de a qué se dedicaba: una nevera limpia y
vacía, una cocina apenas usada, ausencia total de fotos o recuerdos personales.

- ¿Mmm? - Ahora que había alzado la vista hacia ella, pudo comprobar que
Nadia había tenido los ojos cerrados. Tan sólo había abierto uno, con el que la
miraba extrañada y algo somnolienta.- Oh, no... -ahora le sonrió, apretando su
brazo en torno a su cuello.- No había estado aquí nunca. Es una dacha para
visitantes ocasionales, no mi picadero, cariño.

- ¿Seguro? Aunque no tienes que darme ninguna explicación, ¿eh? Tres años son
muchos para estar sola, y tú no pareces la clase de mujer que hace voto de
castidad...

La repentina risa de Nadia la sacudió también a ella, estando como estaba casi
encima suyo. Cuando el terremoto se calmó, Nadia respondió, todavía entre
accesos de risa.

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Viento Helado de Iggy

- Bien, bien, cualquiera que me conozca mejor que tú habría dicho lo mismo, es
cierto. Sin embargo... no ha habido nadie. Como dices, no tengo por qué decirte
una cosa ni otra, pero así ha sido, lo creas o no. Es difícil estar con alguien
cuando estás siempre pensando en otra persona...

Sarah se sintió extrañamente conmovida. No se había esperado aquello. Tal vez


una negativa menos convincente o profunda, algo menos... que implicara un
compromiso menos fuerte. Por otra parte, se dio cuenta de que Nadia no le había
hecho ninguna pregunta en ese sentido. Sin duda estaba al tanto de su vida,
gracias a su misterioso colaborador.

- Nadia, hay otra cosa... -no tenía muy claro cómo enfocar aquello.- Bien, yo...
Bueno, la verdad es que me han enviado a sonsacarte...

Ella sonrió como si hubiera estado esperando aquello, e interrumpió sus


balbuceos.

- ¿Ah, sí? Muy bien, adelante... sedúceme. Sonsácame todos mis secretos. Estoy
a merced de tus encantos...

Su actitud no era irónica, no del todo, se dijo Sarah. Juguetona, en todo caso.
Así pues, decidió seguirle el juego.

- Mmm, bien... -la besó en el cuello, despacio, al tiempo que murmuraba.- Exijo
que me cuentes todo lo que sepas sobre la sucesión de Stalin... o dejaré de hacer
esto...

Sus caricias no eran como para hacer confesar a un culpable, aunque sintió que
la respiración de la mujer a su lado se agitaba algo.

- Mmmmm... no pares, confesaré... La verdad es que esperaba algo más


misterioso... puestos a hacer que me seduzcan, creía que me sonsacarían algo
más profundo. No todos los días el MI6 envía a mi cama a su agente más

175
Viento Helado de Iggy

hermosa... Todo el mundo lo sabe, amor. Nuestro gran jefazo, Beria, será el
sucesor. No hay vuelta de hoja. Eso lo saben hasta en los servicios secretos
franceses. Puede que nombre a algún testaferro al principio, pero controla la
situación. Te lo aseguro. Si es por eso, ya puedes volver a tu país... aunque no
antes de acabar lo que traes entre manos, mmm...

Sarah la besó entonces en los labios. Sin embargo, al apartarse de ella le habló
de nuevo.

- ¿Estás segura? Hay algunos indicios... nada claro, pero... hay algunos detalles
que me preocupan, Nadia.

- No hay duda, Sarah. Está todo atado. ¿Qué te preocupa?

- No es la sucesión lo que me preocupa, Nadia. Es... bueno, las consecuencias


que la sucesión pueda tener para ti.

Nadia frunció el ceño por toda respuesta. Esta vez sí parecía algo confusa.

- Quiero decir... lo de Beria es seguro, dices. Sin duda, al ser tu jefe máximo, eso
te beneficiaría. Pero, ¿y si no ocurre como esperáis? ¿Y si Beria no...?

Nadia no le permitió terminar la frase. Sonrió de nuevo, con aquella expresión de


seguridad en sí misma que tan atractiva la hacía. Negó con la cabeza, pasando
su cálida mano por su brazo.

- No hay ninguna razón para que te preocupes, Sarah. Todo está bien.

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Viento Helado de Iggy

PARTE 13

El mismo automóvil, con el mismo chofer, tan serio y marcial como siempre, la
dejó de vuelta en la embajada. Ya era noche cerrada, aunque todavía era
temprano. El frío y la ausencia dejada por Nadia la habían preocupado. Aunque
tal vez hubiera algo más.

En su discreta habitación estuvo largo rato reflexionando, incapaz de dormir tras


un día como aquel. Recordó el informe que leyera en el avión, el del agente de la
CIA. Identificó entonces la fuente de su inquietud. Si no se equivocaba, el autor
de aquel heterodoxo informe debía estar destacado en Moscú. Aunque, por
supuesto, no sabía su nombre, sí existían procedimientos gracias a los cuales
podía contactar con él. Salió de su habitación y realizó una serie de discretas
gestiones entre sus compañeros de embajada. Al poco regresó, y esta vez se
obligó a acostarse. Si todo iba bien, al día siguiente recibiría una contestación.
Pensaba en eso, ya acostada, con los ojos muy abiertos en la oscuridad de la
habitación sin ventanas. No creyó que pudiera dormir.

* * * * * * * * *

Lo hizo, sin embargo. Aunque ni mucho ni bien. Nadia le había prometido que se
pondría en contacto con ella de nuevo tan pronto como pudiera. Aquello no era
decir nada, pero no le hizo ningún reproche. Era mejor que se concentrara en
sus obligaciones. Si no se equivocaba en sus inquietudes, Nadia debería estar
bien alerta y dedicada a sus propios asuntos.

En la cafetería de la embajada le esperaba un sobre cerrado junto a la bandeja


con su desayuno. Su corazón se aceleró al instante, pensando que serían
noticias de Nadia. Lo abrió, y en cambio encontró respuesta a sus gestiones de la

177
Viento Helado de Iggy

noche anterior. Junto a un código identificativo –el mismo que había al pie del
informe del avión– un mensaje decía tan sólo: "Gorki Park, entrada, 1200, hoy"

Apenas le quedaban un par de horas para llegar allí. Por fortuna ya estaba lista,
pues había querido estar preparada por si llegaban noticias de Nadia. Se
pertrechó con el habitual abrigo largo, el típico gorro ruso, que esperaba
resultara discreto, y su bolso. Sólo con eso fue al encuentro de un agente de la
CIA cuyo nombre y aspecto desconocía del todo.

El taxi la dejó justo frente a la enorme entrada con columnas del parque Gorki.
Echó un vistazo a un lado y otro. Había caído una ligera llovizna, y el mármol del
suelo brillaba lustroso a la grisácea luz. Pese a que animados grupos de
personas entraban y salían del parque, nadie parecía fijarse en ella. Miró su
reloj; las doce y cinco. Cada vez más inquieta, buscó el refugio de las enormes
columnas del pórtico ante la amenaza de una nueva llovizna y el ya presente
viento.

De entre la sombra de las columnas surgió un hombre que le salió al paso.

- Cosgrave. -no preguntó, afirmó.

- Hola, esto... -pese a las novelas, los espías no tenían la costumbre de llamarse
por ningún número de código.

- No se preocupe. Alan estará bien. -sonrió él, mostrando sus dientes. Era un
hombre delgado y joven, de aspecto anodino. Le hacía quizás un aire a Frank
Sinatra, sobre todo cuando sonreía. Iba vestido con lo que los americanos
entendían por elegancia: un entallado traje gris y sombrero del mismo color.
Llevaba un ejemplar del Pravda doblado en una mano, y un cigarrillo encendido
en la otra.

- Alan, de acuerdo. -a Sarah no le pasó desapercibido el hecho de que él sabía


más de ella que ella de él. La había reconocido, y sabía su apellido. Ella sólo

178
Viento Helado de Iggy

conocía un nombre de pila, que tal vez ni siquiera fuera el suyo auténtico, y un
código que no llevaba a ninguna parte. La relación entre americanos y británicos
ya no era tan equilibrada como había sido.

Carraspeó, descartando estas cuestiones por irrelevantes en aquellos momentos.


Era ella quien quería su información, y tendría por tanto que someterse a sus
condiciones. El hombre parecía consciente de ello; se mantenía a la expectativa,
sonriendo apenas, sin prisas.

- He leído un informe suyo. Me gustarían algunas ampliaciones.

Él asintió, como si se esperara aquello. Por un instante pareció reflexionar,


entonces se puso en marcha de repente.

- Vayamos a un café al aire libre. Parece un día desapacible, pero los moscovitas
lo encuentran primaveral, así que no llamaremos la atención. -la tomó del brazo,
al tiempo que lanzaba el cigarrillo al suelo sin fijarse en él.

La condujo a través de la entrada. En efecto, el parque parecía animado. De


hecho, todos los senderos estaban helados y adultos y niños se divertían
patinando por ellos. A ella, en cambio, la llevó hasta un café situado apenas
junto a la entrada.

El día despejaba, y unos rayos de sol filtrándose a través de las nubes animaron
la escena. Pese a que la había llevado del brazo muy pegado a ella, como
queriendo pasar por una pareja, él no se sentó a su lado, sino enfrente suyo. Ahí
sonrió otra vez y encendió un nuevo cigarrillo.

- Adelante. -dijo tan sólo, con un gesto de invitación.

Ella adoptó su mejor pose de seriedad profesional, con su bolso apoyado sobre
sus rodillas, juntas pero no cruzadas.

- Como le decía, su informe me ha llamado la atención. Sus conclusiones son

179
Viento Helado de Iggy

muy originales. -aquello no era exactamente un elogio, sin embargo le arrancó


otra de sus sonrisas de suficiencia.- Como puede que sepa, tengo un contacto en
el NKVD...

- Yo también tengo algunos contactos, aunque no tan espectaculares como el de


usted... -interrumpió, al tiempo que la señalaba con el cigarrillo. Se había echado
atrás, en una pose muy desenvuelta, las piernas cruzadas con un tobillo
reposando sobre la rodilla contraria. A Sarah no le quedó claro si se había
referido a la belleza o al grado militar de su "contacto", ni siquiera si su sonrisa
era socarrona o de admiración profesional.

- Sí, bien. -trató de no dejarse liar. Era evidente que aquel tipo estaba empleando
alguna de sus técnicas para sacar información, siquiera como costumbre
profesional. Decidió seguir por lo directo.- Como le decía, mi contacto es de alto
nivel, y sus conclusiones son muy distintas de las suyas. ¿Cómo se lo explica?

Aquello no pareció hacerle la menor mella. Adoptó un tono irritantemente


pedagógico.

- Su contacto está demasiado cerca de los acontecimientos como para verlos con
la debida perspectiva. La situación sobrepasa de largo a lo que es el NKVD. De
hecho, es una conclusión muy superficial el suponer que, puesto que goza de
gran poder, el NKVD dispone de gran influencia. Cualquiera que conozca el
régimen soviético por dentro sabrá que eso es sólo apariencia. No se trata de un
régimen militar, sino de un partido único. La autoridad reside en la burocracia,
no en el ejército o los servicios secretos.

Sarah aguantó su parrafada, pese a que no le estaba contando nada nuevo. Ella
también tenía sus tácticas.

- Es fascinante... Creo que puede haber llegado usted a conclusiones muy


acertadas, y todo ello sin que nadie más se diera cuenta de lo obvio, por lo que
he leído en los demás informes de inteligencia. Es por eso que estoy tan

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Viento Helado de Iggy

interesada precisamente en su informe, en los detalles. Respetando las fuentes,


por supuesto, -aquí Sarah hizo un gesto de complicidad, como recordando que
eran camaradas- pero dejándome ver algo de la firmeza de sus conclusiones...

Alan entró al trapo. Se inclinó hacia delante, en gesto de confidencia, y bajó la


voz. Acto seguido le contó la mayor parte de los entresijos de sus investigaciones.
Por lo visto, no le había dado coba gratuitamente. El hombre parecía brillante,
capaz de desentrañar lo fundamental de la habitual maraña de información sin
sentido, el verdadero mérito del espía. Sin embargo, sus conclusiones eran algo
forzadas, y dejaban de lado datos importantes, que él descartaba como sin darles
relevancia. Sarah comprendió por qué el método del halago había funcionado tan
bien; sus conclusiones no habían gozado de mucho éxito, y él se resentía de ello.
En definitiva, su tesis se basaba en un hecho: el poder de Beria, tan enorme y
terrible, había generado en el interior del partido, la verdadera sede del poder, un
efecto de reacción. Desde la guerra y antes, el NKVD, en su sección de policía
política, disponía del poder de detener, juzgar en secreto y ejecutar, también en
secreto, a cualquier miembro del partido. Aquellos poderes no eran teóricos; se
habían ejercido de forma cada vez más amplia y discrecional. En un contexto de
lucha por el poder, aquello era una amenaza. ¿Para quién? Para cualquiera que
tuviera poder. En consecuencia, todo aquel que dispusiera de una migaja de
poder en el seno del partido estaría más que dispuesto a entrar en una gran
coalición anti-Beria. Esa era la coalición que Alan creía haber detectado.
Aunque, todo había que decirlo, le sobraban razonamientos brillantes y le
faltaban pruebas.

Se despidió de él agradeciéndole su información. Él se había mostrado cada vez


más animado en la exposición de sus propias teorías. Ella, en cambio, apenas
podía ocultar su preocupación. La despedida fue, en consecuencia, apagada y
discreta. Quedó en informarle si conocía alguna novedad que le pudiera
interesar, aunque lo dudaba en su fuero interno. Tenía cosas mucho más
importantes en qué pensar.

181
Viento Helado de Iggy

El resto del día lo pasó en la embajada. Se sentía inquieta, y cuanto más


pensaba en lo que el agente de la CIA le había contado, más se acentuaba su
inquietud. Acabó paseando arriba y debajo de su reducida habitación. Lo peor
era que no tenía forma de ponerse en contacto con Nadia. Debía ser ella quien lo
hiciera, y en todo el día no se habían tenido noticias suyas.

* * * * * * * * *

Aquella situación siguió igual a lo largo de varios días. Sarah no podía hacer otra
cosa que esperar, cada vez más nerviosa. Sin duda Nadia tenía importantes
cosas que hacer, y eso no era algo que contribuyera a tranquilizar a Sarah. Todo
aquel tiempo lo pasó en la embajada, pues sería allí adonde la iría a buscar. Y la
espera la hizo seguir reflexionando.

El NKVD, el gigantesco y omnipotente servicio secreto, era el punto de apoyo, el


núcleo del poder de Beria. A lo largo de los años, lo había convertido en una
organización a su exclusivo servicio. Por lo tanto, si Beria caía, el NKVD sería sin
duda reorganizado. Más que reorganizado. El que Beria no alcanzase el poder no
sería algo que se resolviese con deportividad, precisamente. En su ascenso,
Stalin había liquidado físicamente a sus oponentes. Y con ellos habían sido
purgados aquellos que les apoyaban. Los procesos de Moscú en los años 30
habían tenido aquel resultado.

Sarah detuvo uno de sus nerviosos paseos. ¿Por qué no se ponía Nadia en
contacto con ella? ¿Estaba muy ocupada, o se debía a alguna otra razón? ¿No
podía? ¿Había...?

Detuvo sus razonamientos, cada vez más desbocados. Todavía no se había


llegado a una solución. En tres días se produciría una reunión del Comité
Central del Partido, en el curso de la cual se produciría, con toda seguridad, una
decisión. Entretanto, todo eran especulaciones.

182
Viento Helado de Iggy

Lo que preocupaba a Sarah no era ya la solución al conflicto, no en sí mismo.


Aquello que tenía en vilo a las cancillerías de todo el mundo no era más que algo
secundario para ella. Lo importante era qué consecuencias tendría para Nadia.
Ella era un peón en aquella batalla secreta. Y si Beria caía, arrastraría consigo a
todo el NKVD, tanto más cuanto más arriba estuvieran sus miembros. Y Nadia
no parecía muy al tanto de todo, al menos si hacía caso a Alan...

- Alguien pregunta por usted, señorita Cosgrave. -un ujier la sacó bruscamente
de sus pensamientos.

"¿Nadia?", pensó, casi dijo ella. En cambio, respondió con toda la calma que
pudo reunir: - Muy bien, ahora voy.

Estaba preparada, lo había estado permanentemente desde hacía tiempo. Salió


de inmediato al patio de la embajada, para encontrarse con el mismo automóvil y
el mismo chofer que la llevaran hasta la dacha de las afueras. No hizo pregunta
alguna, tan solo asintió al saludo del sargento y pasó al interior del coche
mientras él le sostenía la puerta.

* * * * * * * * *

Esta vez no se habían dirigido hacia las afueras. En cambio, tras un corto
trayecto por Moscú se sumergieron en un aparcamiento subterráneo. Con la
habitual seriedad impersonal, el chofer le sostuvo la puerta para que saliera. Ella
miró a su alrededor, y sólo pudo ver un oscuro y vacío aparcamiento. En cuanto
se volvió para consultar con el chofer, comprobó de nuevo que este ya se había
metido en el coche. Sin ninguna explicación, el chirrido de las ruedas se perdió
en la distancia.

Miró inquieta a su alrededor, y entonces surgió de las sombras una figura alta y
oscura. Un breve sobresalto sacudió el corazón de Sarah, hasta que la figura se
situó bajo una bombilla. Entonces su corazón se aceleró aún más, hasta que se

183
Viento Helado de Iggy

encontró a sí misma en brazos de Nadia.

- Siento no haber podido verte antes. -le dijo ella, estrechándola.

Antes de que pudiera responderle, se separó y la cogió de la mano, guiándola.


Tras una serie de estrechos pasadizos y una larga subida en ascensor, se
detuvieron frente a una puerta. Nadia extrajo una llave y entró.

Para su sorpresa, Sarah se encontró con un piso amueblado. Habría jurado que
estaba en la temible sede del NKVD, la Lubianka, de donde se decía que nadie
que entrase volvía a salir. En su lugar, se encontró en un piso que, esta vez sí,
daba claras muestras de estar permanentemente habitado.

- ¿Qué? ¿Qué te parece? -le preguntó Nadia, con una curiosa sonrisa en su
rostro, una expresión algo infantil que jamás le había visto.

Sarah comprendió entonces que se encontraba en su casa, el lugar donde Nadia


vivía. Echó una nueva mirada a su alrededor y compuso la sonrisa que se
requería para la ocasión.

- Está muy bien, Nadia. Parece mucho más acogedor...

En efecto, lo parecía. Lo que en la dacha había sido frialdad, allí era todo
habitaciones pequeñas y atestadas. Se veían muebles, objetos diversos apilados
sobre librerías y aparadores, alfombras de diverso estilo y estado de
conservación, recuerdos personales...

- Perdona tanto misterio. Esta vez era necesaria una cierta discreción, me temo...
-le estaba diciendo, al tiempo que le quitaba el abrigo y se lo quitaba ella. Lanzó
ambos sobre una silla sin fijarse demasiado, y lo mismo hizo con su gorra de
plato. Venía de uniforme de nuevo, y esta vez no parecía tan impecable como
siempre. De hecho, parecía algo arrugado, como si lo hubiese llevado encima
mucho tiempo.

184
Viento Helado de Iggy

- ¿Has tenido mucho trabajo, Nadia? -le preguntó, preocupada.

- Oh, sí. -respondió, al tiempo que se aflojaba la guerrera, lanzándose agotada


sobre un pequeño diván.- Son días muy ajetreados.

Sarah se recostó a su lado. Cuanto antes dijera lo que había pensado, mejor.

- ¿Quiénes son? -preguntó en cambio, fijándose en una foto enmarcada sobre la


mesilla más cercana. En la foto se veía a una Nadia muy joven, en uniforme de
teniente, rodeada de otros hombre y mujeres también de uniforme. Sin embargo,
sonreían distendidos, evidenciando una intensa camaradería.

- Mis compañeros de promoción. -respondió, sin dudar.

- ¿Y ella? -preguntó a continuación, señalando otra foto, más grande, en que se


veía a una Nadia igual de joven al lado de una chica rubia, las dos de civil y muy
juntas. Al instante se arrepintió de su pregunta. No necesitó ver cómo la
expresión de alegría de Nadia se derrumbaba.- Perdona. -se excusó.

- No importa. -dijo ella, agarrando la foto.- Sí, es Anja...

Sarah contempló al gran amor de Nadia, muerta tiempo atrás en el campo de


concentración de Ravensbrück. Era realmente muy hermosa...

- ¿A que te pareces a ella? -le preguntó Nadia, pasando su mano sobre la foto,
como acariciándola, recuperando poco a poco su sonrisa. Evocando sin duda los
momentos felices mientras relegaba a un forzado olvido los peores.

Algo se parecían, aunque Sarah pensó que Anja parecía una versión más
hermosa y joven de sí misma. Sin embargo, renunció a responder a esa
pregunta, y en cambio acarició los cabellos de su compañera.

Aquello tuvo el deseado efecto de centrar en ella la atención de Nadia,


abandonando la foto. Antes de cometer una nueva torpeza, Sarah decidió

185
Viento Helado de Iggy

afrontar la cuestión que la había estado obsesionando.

- Nadia, creo que puedes estar en graves problemas. Deja que te haga una
pregunta, una pregunta puramente teórica si quieres: ¿qué ocurriría si
finalmente Beria es desplazado del poder?

Pareció extrañada, y por unos instantes no respondió. Al fin lo hizo, con el


argumento que Sarah temía.

- Eso no puede pasar.

- Pero, ¿y si pasase?

- Te repito...

- Nadia, por favor. Dime si es cierto o no: si Beria cayese, arrastraría consigo a
medio NKVD, incluyéndote a ti. ¿No es así?

- No sé de dónde has sacado semejantes ideas...

- Es así, ¿verdad? ¿Estás en peligro?

- ¡No! ¡Lo que dices no tiene sentido! Y aunque así fuera...

Sarah acarició los hombros de Nadia, recostándose sobre ella.

- Nadia... Creo que se prepara la caída de Beria. En el Comité Central se elegirá a


Khruschev para el cargo de Primer Secretario. Puede que os hagan creer que es
un hombre de compromiso, pero no lo es. Es la cabeza visible de una gran
coalición para acabar con Beria. Puede que no de inmediato, pero ocurrirá.

- Sarah, no veo adónde quieres llegar. -le dijo ella, muy seria. En realidad,
parecía querer decir todo lo contrario, que sabía a qué se refería, y sus ojos le
exigían toda la verdad.

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Viento Helado de Iggy

- No pretendo que me creas sin más, Nadia. -argumentó ella, desesperada. De lo


que dijera a continuación podía depender la vida de su amada.- Espera hasta
después de la reunión del Comité Central. Si eligen a Khruschev, aún tendremos
tiempo. Te esperaré a en el avión que sale a la madrugada siguiente con rumbo a
Viena.

- ¿Eso es lo que pretendes? ¿Qué escape a Occidente? ¿No te he dicho ya varias


veces por qué no puedo hacer eso? -su expresión era terca, aburrida incluso.
Sarah se sintió mal.

- Nadia, no queda más remedio. Estás en peligro. Olvídalo todo y vente... Vente
conmigo, por favor.

En respuesta, Nadia agitó la cabeza a un lado y otro, tras lo que la sujetó por los
hombros y la obligó a mirarla de frente.

- Sarah. Voy a hacerte una pregunta, y quiero que me respondas con sinceridad.
¿Abandonarías todo lo que tienes, tu carrera, tu familia, tu país, tu mundo? ¿Lo
dejarías todo por mí? Piénsalo. -le preguntó, taladrándola con su mirada.

- Yo... - desvió la mirada, reflexionó con desesperación. Sí, lo haría. No, no


podría. ¡No!- ¡Nadia! ¡No es esa la cuestión! ¿No has escuchado lo que te he
dicho? ¡Estás en peligro! Además, estoy arriesgando mi misión y los intereses de
mi país al contarte esto, ¿no te das cuenta? No es ningún chantaje, ningún
truco. Sí, quiero tenerte a mi lado, quiero que te vengas conmigo. Pero jamás te
engañaría para conseguirlo. ¡Tienes que creerme!

Vio cómo se alejaba de ella, cómo no la creía. O no quería creerla, que venía a ser
lo mismo. Algo se había interpuesto entre ellas, y sintió cómo el frío llenaba
aquel vacío.

* * * * * * * * *

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Viento Helado de Iggy

Lograron un aplazamiento, una renuncia tácita a tratar el tema de nuevo, al


menos de momento. Nadia había logrado un poco de tiempo para estar junto a
ella, y todavía sentían el suficiente calor de la pasión que compartían como para
no desaprovecharlo. Nadia no tendría que marchar hasta la tarde del día
siguiente, y se había propuesto pasar todo aquel tiempo allí, con Sarah. Esta, por
su parte, se agarró a aquel tiempo juntas con una cierta desesperación, temiendo
a cada instante por su amada.

Vistos en retrospectiva, fueron momentos deliciosos. Nadia preparó su plato


favorito, mientras Sarah intentaba ayudarla, pero ella no le dejó, sino que la
expulsó de la estrecha cocina. Contemplar a la altiva espía trajinando cacerolas,
con delantal y todo, habría sido todo un shock para otros, pero no para Sarah.
De alguna forma, había sabido siempre que aquella dimensión hogareña estaba
en Nadia. El resto del tiempo compartieron recuerdos, anécdotas, alguna
confidencia y no pocos besos. Sarah comprendió que los espacios reducidos,
atestados, de aquella casa, se hacían más habitables, más agradables al
compartirlos. Al final del día se acostaron juntas, pretendiendo estar en medio de
una vida de pareja que las dos sabían efímera.

A la mañana siguiente siguieron con aquel juego, pero el paso de las horas les
recordaba que aquello era sólo eso, un juego, un engaño compartido, y que
pronto iba a acabar. Al fin Nadia comenzó a ponerse su uniforme.

Sarah la ayudó, en un remedo de labor de esposa que no se le hizo extraño, en


absoluto. Habría deseado abotonarle la camisa todos los días, inspeccionando
con ojo tan crítico como satisfecho su aspecto. Al fin se encararon.

- Tengo que marcharme ahora. Tú sólo tienes que bajar al subterráneo dentro de
media hora. Te estarán esperando para llevarte a la embajada. -dijo Nadia,
desviando la mirada.

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Viento Helado de Iggy

- Lo sé. Yo también he de marcharme... de Moscú.

- ¿Tan pronto? -Nadia la miró ahora de frente, dolida.

- No ahora. Pero después de la reunión del Comité Central me marcharé, Nadia. -


este fue el turno de Sarah de desviar la vista; no sabía cómo decirle aquello.-
Habrá terminado mi misión. Y si Khruschev es elegido... te esperaré junto al
avión. Ya sabes cuál es. Podrás venir, lo tendré todo preparado.

- Sarah. -la obligó a mirarla, agarrando su cara entre sus enguantadas manos.-
No puedo irme. Ni aunque tuvieras razón. No puedo, de verdad...

- Nadia, por favor. Prométeme sólo una cosa. Prométeme que si ocurre lo que he
dicho, al menos lo considerarás. Y que si averiguas que estás en peligro, vendrás.
Sólo eso, Nadia. Jamás quise decir algo como esto, pero... hazlo por mí.
Prométemelo.

Pareció que no lo haría, pero al fin dijo:

- Está bien. Te prometo que lo consideraré.

Se besaron, junto a la puerta. Tras el beso se abrazaron, muy fuerte, como si


quisieran fundirse la una en la otra. Luego, sin una palabra, Nadia se dio la
vuelta y se marchó por el pasillo, sin mirar atrás.

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Viento Helado de Iggy

PARTE 14

Era muy de madrugada, el alba apenas se intuía. El mundo se hallaba inmerso


en ese grisor indistinto que lo invade todo, cielo y suelo, como si todo estuviera
aún por ser creado. A través de la desierta pista de aterrizaje soplaba un viento
tremendo, constante, como si toda la fuerza de la naturaleza se empeñase en
derribar cualquier obstáculo que se le opusiera. Sarah se hallaba al pie de la
escalerilla del avión, tratando de evitar ser derribada por aquel viento. Se
sujetaba la gabardina a su alrededor, al tiempo que fijaba la vista en un punto
indeterminado de la lejanía. Una azafata salió por la portezuela del avión,
sujetándose el sombrerito del uniforme de sus líneas aéreas para que no volara
de su cabeza.

- ¡Señorita! -gritó para hacerse oír desde arriba de la escalerilla. En cuanto Sarah
se giró repitió:- ¡Señorita! ¡Ya no podemos esperar más!

La noche anterior, se había anunciado la elección de Nikita Khruschev como


Primer Secretario del PCUS. A aquellas horas, la sorpresa y la confusión todavía
se extendían por todas las cancillerías y servicios de información del mundo. La
elección era interpretada de las más diversas maneras, algunas realmente
disparatadas. La mayoría coincidía en que Khruschev no era más que un hombre
de transición, alguien colocado en el puesto pero privado de verdadero poder.
Alguien que no haría nada, y que respetaría la herencia de Stalin y a todos sus
correligionarios. Sarah temía, lo temía en los más hondo de su ser, que aquello
también fuera un error.

- ¡Debemos esperar un poco más! -respondió, cada vez más desesperada. Ahora
se arrepentía de su jugada, pero... ¿qué otra cosa podía haber hecho? Tenía que
forzar a Nadia a tomar una decisión, y cuanto antes, mejor. Aunque no sabía
cuándo ocurriría todo, podía ser en cualquier momento. Y Nadia tenía que venir.
¡Tenía que hacerlo!

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Viento Helado de Iggy

Miró en la distancia. La aurora ya iba dando una difusa iluminación. El gris del
cielo se diferenció del gris del cemento de la pista, separados por un horizonte al
fin visible. Y en medio de aquella desolación... el vacío.

- ¡Haga el favor, señorita! -ahora era el piloto el que se apretaba fuera de la


portezuela al lado de la azafata y le gritaba.- ¡Voy a despegar! ¡Si no lo hago
ahora voy a perder el plan de vuelo! ¡Si no sube ahora mismo, despegaré sin
usted!

Derrotada, sintiéndose incapaz de mantener viva la esperanza, Sarah subió al fin


los escalones, uno a uno, demorándose tanto como pudo. Echó un último vistazo
a la pista por encima de su hombro, hasta que la portezuela se cerró. Sin ver
nada ni nadie tras de ella.

Durante un tiempo, pareció que, después de todo, se había equivocado.


Khruschev, como se había predicho, no hizo nada, nada visible al menos. Sin
embargo, y pese a sus intentos, Sarah no logró contactar con Nadia. El NKVD, a
diferencia de los servicios secretos británicos y occidentales en general, estaba
formado por los más diversos departamentos, separados entre sí. El NKVD
contaba con secretariados de policía política, información militar, espionaje
exterior (el de Nadia), etcétera. Nada de lo que pasaba en uno se sabía en el
resto. Esta compartimentación era lo que hacía que sólo la cumbre estuviera al
tanto de todo. También hacía que Nadia no estuviera implicada, ni informada
siquiera, de las atrocidades que cometían otros departamentos. Pero tampoco le
permitiría, en esos momentos difíciles, estar al corriente de lo que ocurría justo a
su lado.

Sarah puso en marcha todos sus contactos, todos sus recursos, pero no
consiguió averiguar nada. Después, las noticias empezaron a hacerse

191
Viento Helado de Iggy

preocupantes de veras. Tal y como había temido, Khruschev empezó a dar


muestras del programa político que lo había llevado al poder. Su discurso secreto
ante el Comité Central, el que después se conoció como el primer discurso sobre
la desestalinización, se filtró pronto. Esto, junto a sus proclamas de coexistencia
pacífica, provocaron el entusiasmo en el servicio secreto, el gobierno, y en toda la
opinión pública occidental. Parecía que, después de todo, se abría un camino a la
paz mundial, después de las dudas y los temores de la sucesión. Todo el mundo
estaba entusiasmado... menos Sarah. Sabía que todo aquello significaba que,
tarde o temprano, habría una gran purga. Y el día llegó.

La noticia también se filtró con rapidez. La detención de Beria fue repentina,


inesperada, como correspondía a una jugada que tenía más que ver con un golpe
de Estado que con un cambio ministerial. Según algunos rumores, la orden de
detención no la llevó a la dacha de Beria un motorista, sino un tanque, que entró
directamente por la puerta para realizar la detención. En días, sucesivos, Beria
fue destituido de todos sus cargos, procesado en secreto y, según se dijo,
ejecutado sumariamente. A esto, desde luego, siguió una reestructuración en
profundidad del NKVD, de donde fueron purgados todos aquellos cargos
próximos a Beria. Nadia no tenía una posición excesivamente próxima a éste, ni
era un cargo de su confianza. Pero en situaciones como ésta, lo normal era que,
ante la duda, cayeran juntos culpables e inocentes.

Sarah seguía todos estos acontecimientos con una creciente sensación de


desesperación e impotencia. Hizo todo lo que pudo para seguir los
acontecimientos, para saber algo de Nadia, de quien no le llegaba la menor
noticia. Al fin, logró hacerse con un listado del nuevo organigrama del NKVD. De
hecho, hasta su nombre había cambiado, pasando a denominarse KGB. Ni en el
lugar que le correspondía, ni en ningún otro, figuraba el nombre de Nadia. Había
sido destituida y quién sabía qué más.

* * * * * * * * *

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Viento Helado de Iggy

EPÍLOGO

La perspectiva de las calles se pierde en la distancia. Los edificios, idénticos,


cúbicos, grises, se suceden unos a otros sin el menor rasgo que los distinga. La
red cuadriculada de calles está numerada, sin nombres, y aún así resulta difícil
orientarse. Bajo un cielo azul, totalmente despejado, se mueven figuras
humanas, tan grises e indistintas como el medio en que se mueven. Cada una
un mundo, un universo que se mantiene aparte, moviéndose con decisión, sin
fijarse en nadie más. En medio de ellas, una única figura parece perdida,
dubitativa, mirando a un lado y a otro como si no supiera adónde ir. Lleva un
largo abrigo, lo que no la hace distinguirse del resto, y lleva un papel en la mano
que consulta brevemente de vez en cuando.

Sigue caminando por las rectas calles, hasta que la marea humana que la rodea
se hace menos abundante. Se acerca al extrarradio, donde los edificios acaban
abruptamente, dando paso a un paisaje desolado, como si la ciudad acabase en
la nada. Al ver aquel final se detiene, justo junto al último edificio idéntico.

"No hay quien se aclare", piensa, consultando de nuevo su papel. Es evidente


que no conoce aquella ciudad, Novosibirsk, una de tantas ciudades creadas
totalmente nuevas en la U.R.S.S. para el desarrollo industrial de Siberia. Se
rasca la mejilla, dudando. "Preguntaré", decide, la resolución haciéndose
evidente en su rostro hasta entonces dubitativo. Se acerca a otra figura solitaria,
una mujer más alta. Esta camina dándole la espalda, en su caso con decisión,
como si supiera bien adónde se dirige. Lleva otro largo abrigo gris, con un
pañuelo de colores chillones anudado a su cabeza. Se encorva ligeramente hacia
delante, llevando el peso de dos cubos metálicos, uno en cada mano.

- Disculpe, -le pregunta la mujer más baja en un ruso correcto pero


evidentemente aprendido, al tiempo que le palmea la espalda para llamar su

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Viento Helado de Iggy

atención- tal vez pueda indicarme. Me dirijo al bloque 3-147...

Le muestra el papel, pero se detiene de repente en su pregunta. Abre mucho los


ojos, también la boca. La otra mujer se ha dado la vuelta. Ésta, más que
sorprendida, parece asustada. Deja caer los cubos al suelo, que resuenan con
fuerza. Da un paso hacia atrás, luego otro. Sus ojos, muy azules, se abren más y
más, y parece que va a hablar, pero no lo hace, tal vez balbucea. La mujer que le
ha preguntado da un paso hacia ella, todavía en silencio, extiende una mano en
su dirección. Una repentina ráfaga de viento en el, hasta entonces calmado aire,
le revuelve el dorado cabello.

- Nadia... -dice la mujer rubia, más alegre que sorprendida.- Eres tú. Por fin...

La mujer del pañuelo da un nuevo paso atrás. No sonríe como la otra, sino que
parece a punto de dar la vuelta. Al fin habla.

- Sarah... No... no quiero que me veas así. Déjame, por favor.

Se lleva una mano al pañuelo de su cabeza, a su abrigo, gastado e informe. La


mujer ante ella se le acerca más, y esta vez no hay paso atrás que mantenga la
distancia entre las dos.

- Nadia, -insiste- te he estado buscando todo este tiempo. He venido... he venido


por ti. No tienes que preocuparte. Lo sé todo. Te quiero.

El reflejo del sol en los azules ojos tiembla, oscila. Las lágrimas parecen a punto
de rodar, pero no lo hacen. En cambio, la mujer más alta se lanza de repente
hacia delante, y las dos se funden en un abrazo.

- Sarah, Sarah... es como un sueño...

- Oh Nadia... Ha sido tan difícil. Pero ahora está todo arreglado. No tienes que
preocuparte.

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Viento Helado de Iggy

Se separan un poco, se miran desde muy cerca, aún abrazadas. Las lágrimas ya
ruedan por las mejillas de ambas. Se miran durante unos instantes más, se
besan. Los pocos transeúntes apenas se fijan en ellas, como siempre más
ocupados en sus propios quehaceres.

- ¿Qué ha ocurrido? ¿Cómo es posible...? -pregunta la morena en cuanto se


separan un poco, el pañuelo de su cabeza caído ahora en torno a su cuello a
causa de las caricias recibidas.

- ¿Que esté aquí? -la rubia sonríe.- No lo creerás, pero... Averigüé que te habían
expulsado, y después conseguí saber adónde te habían enviado... y aquí estoy,
contigo. Para siempre.

La morena parecía no comprender. Fruncía el ceño al tiempo que preguntaba:

- ¿Qué dices? ¿No sabes adónde me han destinado? Ya no soy... no soy la mujer
que conociste, Sarah. Me expulsaron, sí. Me enviaron aquí. Ahora trabajo... en
una fábrica. No es un mal destino. Es una fábrica de embutidos. -dice, mirando
de reojo a los cubos, olvidados junto a ella sobre la acera.- Se puede robar
alguna cosa de vez en cuando... pero...

- Oh Nadia, -la rubia se le había abrazado aún más al oír aquello- ya lo sabía. No
importa. Lo único que me importa es estar contigo.

- ¿Qué quieres decir?

- Una vez me hiciste una pregunta, Nadia. La respuesta es sí. Después que
conseguí averiguar dónde estabas, hice algunos arreglos. No es tan difícil como
pueda parecer. Contactos, algún soborno... La cuestión es que he conseguido
hacerme pasar por ciudadana soviética. En consecuencia me han adjudicado un
trabajo y una vivienda provisional compartida. El trabajo es en tu fábrica... La
vivienda es la tuya.

La otra mujer la estaba mirando con unos ojos a punto de salírsele de las

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Viento Helado de Iggy

órbitas.

- No es posible... Estás loca...

La sonrisa que recibe entonces en respuesta muestra que sí, que lo está, por ella.
Se ahorra sin embargo la frase tópica, pues sabe que no es necesaria.

- Lo he hecho. Estoy decidida. Quiero compartir tu vida, ya que no puedo sacarte


de aquí. Si tú quieres, claro...

- Sarah... Por algún último privilegio me adjudicaron un apartamento individual.


Pero es minúsculo, y el trabajo... bueno, es asqueroso. No es nada de lo que tú te
mereces.

- Nadia, Nadia... Lo sé todo. Nada me importa, salvo estar contigo. Lo he


arreglado todo para que en Inglaterra crean que estoy trabajando infiltrada aquí.
No es del todo falso, aunque... la única razón por la que estoy aquí, y por la que
voy a quedarme, eres tú. Sólo si tú crees que podremos compartir ese
apartamento tan pequeño, claro. -sonríe, nerviosa.

- ¡Claro que sí! Es como un sueño, más que un sueño. Jamás me permití a mí
misma soñar que algo así pasaría. ¿Pero cómo has podido dejarlo todo...?

- Por ti. Por ti tan sólo.

Un nuevo abrazo, un nuevo beso. Al separarse, se dan la mano, y a punto están


de marcharse dejando los cubos abandonados tras ellas. Sonríen mirando atrás,
y cada una agarra uno. Se marchan así calle abajo, perdiéndose en dirección a
uno de aquellos bloques grises e idénticos.

FIN

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Viento Helado de Iggy

J7 y XWP
(Traducciones al Español y demás)

https://j7yxwp.wordpress.com

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