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PARTE 1
Nuremberg era una ciudad destruida, casi arrasada. Barrios enteros se veían
reducidos a los esqueletos de lo que habían sido edificios, apenas reconocibles
como tales. Para Sarah, aquella visión no era una novedad; desde el final de la
guerra había visitado varias ciudades alemanas, y Nuremberg no se diferenciaba
mucho de Bremen, Colonia o Maguncia, igualmente afectadas por los
bombardeos aliados.
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Al fin se le franqueó el paso al interior del siniestro edificio. Los largos pasillos
estaban llenos de soldados también, que al menos servían para indicar dónde se
encontraba cada sala. Había llegado algo tarde, y la sala del juicio casi estaba
llena. Los murmullos llenaban aquel cavernoso recinto; algo desorientada, Sarah
dio con un asiento vacío en la tribuna de prensa, tras lo que echó una ojeada al
lugar. En la sala, de alto techo, se habían dispuesto cuatro estrados, formando
una especie de plaza central por la que se movían los abogados y fiscales, en
torno a sus mesas, cuchicheando y mostrándose papeles y documentos. El
estrado a su izquierda, vacío, sería ocupado en breve por los cuatro jueces
designados por los cuatro "grandes": las tres potencias vencedoras de aquella
guerra, más Francia, que había logrado colarse a última hora en aquella selecta
concurrencia gracias a la habilidad del general de Gaulle y al típico oportunismo
francés.
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había estudiado a fondo, pese a que su misión allí no tenía ninguna relación real
con ellos. Aunque dada su auténtica misión, el dossier contenía también
informaciones que no se habían tratado en aquella sala, ni se tratarían.
Sin embargo, no era aquello lo que la había traído hasta allí. Dirigió su mirada
de vuelta al frente, a la tribuna de observadores militares. Su dossier contenía
también una detallada descripción de quienes allí se sentaban, pues su
verdadera misión los concernía a ellos.
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algo más. Seguía con una tremenda intensidad todo lo que se decía, y su mirada
de hielo solía posarse sobre los acusados con una intensidad inusitada.
El dossier le reveló sus datos: teniente Nadia Ivánovich Von Kahlenberg, 31 años,
observadora delegada por el mando militar de Berlín. A las órdenes directas ni
más ni menos que de Zhúkov, comandante de la zona de ocupación soviética y
junto a Koniev héroe oficial de la batalla de Berlín. Lo primero que llamó la
atención de Sarah, aparte de la intensidad de aquella mirada, fue su apellido,
alemán. Y no sólo alemán, sino aparentemente aristocrático. El dossier le dio
una rápida explicación: era de origen estonio, perteneciente a la minoría de
origen germánico que había formado la nobleza de aquel país ahora incorporado
a la U.R.S.S. Sin duda su conocimiento del alemán y de las circunstancias de la
guerra junto a Zhúkov explicaban su presencia allí, aunque su presencia en el
Ejército Rojo no dejaba de resultar extraña, dados sus antecedentes nacionales.
Su historial, sin embargo, era particularmente anodino, con puestos de muy
escasa relevancia durante la preguerra y la mayor parte de la guerra, hasta que
extrañamente había sido destinada al estado mayor del general Zhúkov hacia el
final del conflicto, ya durante la invasión de Alemania.
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Sin apresurarse, Sarah siguió a los grupos de periodistas hasta lo que resultó ser
el comedor, dentro del mismo edificio de los juzgados. La sala poseía todo el
ambiente de los comedores de oficiales, con la larga barra de acero tras la que se
afanaban los cocineros sirviendo platos. Sarah imitó a los periodistas que la
precedían y tomó una bandeja de metal, sumándose a la cola. Apenas optó por
un plato de gulasch y un vino tinto, probablemente horroroso, tras lo que se
plantó en medio de la sala, sosteniendo su bandeja con ambas manos y mirando
a derecha e izquierda. Las diversas mesas se iban ocupando en medio del
bullicio, aunque varias estaban aún vacías. Entonces vio a su objetivo, que se
hallaba extrañamente solitaria, ya dando cuenta de su almuerzo.
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- Hola, ¿puedo sentarme aquí, por favor? - preguntó al fin en ruso, exhibiendo su
mejor sonrisa de chica espontánea y banal.
Su objetivo levantó la vista, con una expresión de evidente fastidio. Sin embargo,
al establecer contacto visual, su cara cambió, y por un instante incluso pareció a
punto de sonreír. Pero ello no ocurrió; su expresión volvió a cerrarse, aunque
hizo un gesto con la mano, al tiempo que se encogía de hombros y decía, también
en ruso: - ¿Por qué no?
- Me han enviado para que haga una serie de reportajes distintos, para que dé
un punto de vista femenino. Y me ha sorprendido verla aquí, teniente...
Calló, invitándola a presentarse de una vez. El truco la hizo dudar, pero el fin
respondió: - Teniente Von Kahlenberg. Su ruso es muy bueno, señorita Cosgrave.
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Señorita, supongo.
- Oh, muchas gracias, y sí, desde luego que señorita, pero llámeme Sarah, por
favor. - rió ella, aprovechando la ocasión para intentar distender el ambiente, tan
tenso. - Me gustaría hacerle algunas preguntas para mi reportaje, sería
interesante conocer su punto de vista sobre este juicio, y de paso dar a conocer
que también hay mujeres por aquí, no sólo esos estirados jueces y fiscales... Algo
de interés humano tal vez...
- No creo que sea una buena idea. Desde luego, no voy a concederle una
entrevista, no es mi función ni mucho menos. - Tras decir esto, se echó hacia
atrás en su asiento. - De todas formas, tengo mucho que hacer. Ahora, si me
disculpa...
Dicho esto, dio media vuelta y se marchó, sin siquiera haberle dicho su nombre
de pila, que Sarah ya sabía que era Nadia gracias a su dossier. Debería recordar
no mencionárselo hasta que ella se lo dijera, para no levantar sospechas.
Bueno, al menos era un primer contacto. Tal vez consiguiera algo después de
todo, pensó. Con este magro éxito se concentró de nuevo en su comida, antes de
que tuviera que volver a la sala de juicio para la sesión de la tarde.
Nadia no apareció por la sala de juicio en toda la tarde, de modo que Sarah se
limitó a reflexionar acerca de su misión. Desde luego, no era que el gobierno
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Hacía ya tiempo que la tarde había declinado, y aunque todavía era temprano,
estaba oscuro como boca de lobo. El alumbrado público seguía casi totalmente
inoperante, de modo que la oscuridad aumentaba la sensación de frío. Sarah se
arrebujó en su largo abrigo, más grueso y cálido que elegante, y echó a andar.
En primer lugar, debía realizar una tarea para la que la discreción resultaba
imprescindible, razón por la que no había llamado a su coche.
Las callejuelas del centro medieval estaban totalmente desiertas, y puesto que
allí tampoco había tráfico, el silencio era abrumador. Aquello tenía múltiples
ventajas, por supuesto: la principal, que nadie podría seguirla sin que ella se
enterase. Su propio taconeo sobre el empedrado suelo ya resonaba de forma
imposible de ocultar.
El centro de Nuremberg se había salvado de las bombas, puesto que allí no había
nada de interés para el mando aliado: ni fábricas, ni unidades militares, ni sedes
del gobierno. Así, salvo por alguna bomba perdida, el centro histórico se había
mantenido incólume. Sarah se dirigía, sin embargo, al lugar de impacto de una
de aquellas bombas perdidas. Revientamanzanas, las llamaban los de la Royal
Air Force, y no sin razón.
Al llegar allí, pudo ver un solar completamente vacío, rodeado de varios edificios
en ruinas. El sitio, oscuro y siniestro a más no poder, escondía en alguna parte
una pequeña caja metálica, en un lugar que sólo Sarah y su contacto conocían.
Revisando entre las pilas de ladrillos derruidos, Sarah la encontró con facilidad.
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No sin antes mirar a uno y otro lado, se inclinó sobre ella. Introdujo el pequeño
papel con el mensaje cifrado, la cerró y volvió a incorporarse. De nuevo miró a su
alrededor, algo nerviosa. El movimiento que había entrevisto por el rabillo del
ojo, y que la había sobresaltado, se debía tan sólo a un gato, flaco y negro como
la noche, que se deslizaba sigiloso por entre las ruinas. Sarah sonrió, aliviada, y
se apresuró a abandonar aquel lugar.
Su segundo destino sería con toda probabilidad mucho más alegre, y se hallaba
también en pleno centro de la ciudad. Ambos estaban relacionados, puesto que
había decidido centrarse, al menos de momento, en la teniente. El mensaje que
acababa de enviar la pondría en contacto indirecto con un infiltrado en el
gobierno militar de la zona de ocupación soviética. No conocía su nombre, puesto
que no le hacía ninguna falta, pero sabía la clase de información que podía
proporcionar. Que era bastante limitada, por cierto. Así, había pedido
información adicional sobre la teniente Von Kahlenberg: cuáles habían sido sus
misiones y su cometido durante su período en el estado mayor de Zhúkov. Debía
conocer al máximo sus antecedentes, si quería desentrañar sus motivaciones.
Para lograr lo que se proponía, iba a necesitar saber qué podría ofrecer a cambio.
En unos días recibiría respuesta.
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Sarah se dirigió hacia ella. Apoyada sobre sus codos, y con una enorme jarra de
cerámica frente a ella, la teniente Von Kahlenberg no la vio hasta que se plantó
delante suyo.
- ¡Hola! - exclamó Sarah, dispuesta a llevar algo de la animación del local hasta
la adusta soviética. - Me alegro de encontrarla. ¿Me permite... teniente...?
- Está bien esto, ¿eh, Nadia? - le comentó nada más sentarse. - Tienen aquí un
pequeño cuartel general ruso. ¿No les molestará que venga alguien de fuera?
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- Oh, no, - respondió Nadia, al tiempo que esbozaba algo parecido a una sonrisa,
- no si es una chica joven y bonita.
Sarah sonrió ante el cumplido, animada al comprobar que tal vez lograría iniciar
una conversación después de todo. Oteó el interior de la jarra de la teniente:
vacía. Se volvió en busca de una camarera, si bien fue Nadia la que, alzando su
mano, hizo acudir a la que la había atendido antes tras la barra.
- No, aunque no tengo demasiada hambre. Pero pida lo que guste, yo invito.
- Esas salchichas tienen buen aspecto. Y tráigame también una cerveza pequeña,
por favor. - se decidió Sarah, consciente de lo que los alemanes entendían por
una cerveza "mediana".
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- No es que quiera hacer un reportaje sobre usted si no lo desea, tan sólo quería
ambientar lo que rodea al proceso, no se preocupe.
- Hay poco que decir. - respondió Nadia, mientras Sarah empuñaba un tenedor y
cazaba del plato entre ellas una de las pequeñas y especiadas salchichas típicas
de la ciudad. - El mando militar de Berlín está muy interesado en el proceso,
como es natural, y me ha enviado como observadora. Eso es todo.
- Sí, pero, ¿una mujer? Además, ¿por qué precisamente usted? ¿Está
especializada en leyes?
Nadia se puso muy seria de repente. Sarah se maldijo; no debía hacer tantas
preguntas si quería ganarse su confianza. Sin embargo, su interlocutora
respondió con precisión.
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- Sí. - fue toda la respuesta que obtuvo. La teniente aprovechó para vaciar su
vasito de vodka de un trago, pidiendo otro a continuación.
Echándose hacia atrás, Sarah dio por concluida su cena. En ese instante, y
rompiendo el silencio que se había hecho entre ellas, Nadia extrajo un arrugado
paquete de tabaco, recorrido por algunas palabras escritas en alfabeto cirílico, y
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Sarah debió dudar por un corto instante, porque Nadia sonrió un poco,
insistiendo.
- Son muy buenos, búlgaros. Nada que envidiar a su tabaco rubio americano, se
lo aseguro. Muchas de las mujeres que acuden aquí lo hacen tan sólo para que
los chicos se los ofrezcan.
hacia ella se hallaba muy lejos del desenfado y las obvias intenciones de aquellos
soldados; más bien parecía que iba del desprecio a la indiferencia, y en aquel
mismo instante se situaba en lo último.
Nadia hizo un desganado gesto con el pulgar hacia una escalera de madera. Sin
más comentarios, Sarah se dirigió hacia allí, aunque mientras lo hacía le pareció
escuchar el chirrido de la silla de Nadia al levantarse esta. Creyendo que tal vez
la iba a acompañar, continuó caminando sin darle mayor importancia. Para
acceder a la escalera se debía entrar en una especie de pequeña habitación,
oscura y oculta a las miradas desde la sala principal, hacia donde se encaminó.
En ese estrecho rellano que daba a la escalera, Sarah se volvió para subir,
cuando sintió un empujón en el hombro que la hizo volverse, dando con su
espalda contra la pared. Nadia la encaró entonces, alta y amenazante. Estaba
muy seria, y notó que sus ojos brillaban con intensidad en la penumbra.
Colocándose muy cerca de ella y cerniéndose por encima suyo, sus brazos la
arrinconaron contra una esquina.
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tiempo que proseguía. - No quiero saber nada de ti, ni de tus estúpidas historias
de interés humano. ¿Está claro?
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Göhring era tal vez la figura más patética de aquel juicio, como Sarah bien sabía.
Sus informes incluían datos que no se tratarían en el juicio, porque no
interesaban a la acusación ni tampoco a la defensa de quien tal vez fuera la
figura más popular del régimen nazi. Su posición siempre había sido ambigua;
para empezar, como héroe de guerra había representado un importante papel en
el ascenso del partido nazi.
Al fin y al cabo, Herman Göhring era el único de entre toda aquella gentuza que
había sido famoso por méritos propios antes del ascenso del nazismo. Había sido
el último superviviente de aquellos legendarios y románticos ases de la aviación
de principios de siglo: integrado en la famosa escuadrilla del Barón Rojo, había
sido de los pocos en sobrevivir a la Primera Guerra Mundial, a diferencia del
propio barón Von Richthofen, finalmente derribado tras innumerables triunfos.
En consecuencia, había sido hábilmente utilizado por la propaganda nazi como
símbolo de su estrategia de revancha, en lo cual él había colaborado
entusiastamente. Tras su ascenso al poder, Hitler lo nombró ministro del Aire,
desde el que Göhring había demostrado su incomparable incompetencia.
Alcohólico, adicto a la morfina, su papel real durante el régimen había sido el de
simple mascarón de proa. Ahora, privado de sus numerosos vicios, languidecía a
la espera de la inevitable condena. Lo más curioso de su trayectoria era un hecho
que no se había mencionado allí, ni se haría: amigo de unas pocas familias
judías, había logrado sacarlas del país a tiempo, de forma discreta, como bien
sabían los servicios secretos. Sin embargo, aquello quedaría fuera del proceso;
por una parte, demostraría que Göhring no era el monstruo que convenía que
pareciera. Por otra, evidenciaría que el acusado sabía bien, desde época
temprana, el terrible destino que esperaba a los judíos bajo el régimen nazi.
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Llevó su bandeja hasta una mesa apartada, de espaldas al resto del comedor.
Mientras consumía su comida sin saborearla - demonios, aquellos cocineros
militares americanos eran pésimos - iba repasando mentalmente de nuevo los
acontecimientos de última noche en que había visto a Nadia.
Por más vueltas que le daba, no se explicaba las razones de la extraña reacción
de Nadia. No la había ofendido, no había replicado ni discutido sus invectivas
revolucionarias... Ahora que lo pensaba, tal vez aquello había sido una
provocación para forzar una discusión que acabase como al final habían
terminado. Sin embargo, aquello, suponiendo que fuese cierto, no aclaraba el
porqué había querido Nadia acabar mal con ella.
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Seria, alta, los finos labios muy apretados, la miraba con una extraña
intensidad. Sólo una mano se salía de su envarada rigidez, para posarse quizás
nerviosa sobre la mesa. El otro brazo se hallaba pegado a su costado, reteniendo
contra su cuerpo la gorra de plato. Tras unos instantes de embarazoso silencio,
fue Nadia quien lo rompió, sin moverse.
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Tras esto quedó quieta, como esperando una respuesta, aunque su expresión no
parecía pedirla. No parecía ansiosa, sino indiferente, a menos que estuviera
intentando ser inexpresiva. Sarah tardó en reaccionar, quizás demasiado. Desde
luego, no había esperado aquello. Aunque tal vez sí, oculto incluso para ella
misma, lo había deseado. Comprendió que podía parecer maleducada, así que
cambió su expresión de sorpresa por lo que deseó que fuera una desenvuelta
sonrisa, y dijo:
La suboficial la miró de reojo. Sarah creyó ver una expresión acobardada en ella,
como si sus casuales palabras la hubieran afectado de alguna manera profunda.
Aquello era cada vez más extraño, se dijo Sarah en silencio. La actitud de Nadia
resultaba errática, incomprensible. Sin embargo, y para sus propósitos, era
también muy interesante. Si lograba desentrañar las extrañas motivaciones de
su objetivo, se hallaría en el camino de alcanzar el éxito en la misión que tenía
encomendada.
Al fin, tras una última mirada de reojo a ninguna parte, Nadia pareció tomar una
decisión.
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- Sí, desde luego. Conozco un lugar más elegante que la Rauchstube. Suelen
acudir oficiales de todos los ejércitos de ocupación, pero no soldados: el
American Steakhouse. No se preocupe; pese a su nombre, tiene una aceptable
carta francesa. Estaré encantada de... acompañarla.
- Muy bien. - fue toda la respuesta que recibió. Por alguna razón, la teniente no
la acompañó, sino que quedó atrás, de pie junto a la mesa tal y como había
quedado. Sarah se alejó sintiendo un cosquilleo entre sus omóplatos, como si la
mirada de la mujer la siguiese fijamente a lo largo de todo el trayecto hasta la
puerta.
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PARTE 3
La sesión de tarde se pasó entre las miradas que se cruzaban las dos, de la
tribuna de observadores a la de periodistas. Nadia acudió a aquella sesión,
dando a Sarah nuevos motivos de reflexión. Sus motivaciones se le hacían cada
vez más misteriosas, casi erráticas. Sin embargo, debía haber alguna causa,
tanto al incidente como a la insospechada reaparición.
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pequeña boina verde, a juego con sus ojos e inclinada hacia un lado en un
ángulo pretendidamente descuidado. Se miró de nuevo mientras se la colocaba,
sonrió, decidió que no iba a lograr mucho más con lo que tenía, y se puso el
largo abrigo.
Por fortuna, la noche aunque fría era seca, y las estrellas relumbraban con un
brillo sorprendente en el gélido firmamento. Sarah no se entretuvo mucho en
contemplarlas, sino que se encaminó con decisión hacia su primer destino.
En el asiento de atrás, Sarah encendió una luz, gracias a la cual pudo echar un
primer vistazo a los papeles que había recibido. No se trataba de originales,
desde luego, sino de un extenso informe en clave, a lo largo de tres páginas. Eso
significaba que su solicitud había sido atendida; sólo faltaba conocer el
contenido.
Dio orden al chofer de dar vueltas sin rumbo, a escasa velocidad, hasta que le
indicase su destino. Entretanto, provista de su pluma y sus conocimientos de las
claves del MI6, se dedicó a la laboriosa tarea de descifrado.
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las fórmulas matemáticas de memoria, cambiando unas letras por otras, sin
fijarse en lo que iba descifrando. Su mente se encargaba automáticamente de
aquello, mientras evocaba recuerdos relacionados con aquella tarea.
Recordó, como no podía ser menos, sus comienzos en el servicio secreto, durante
la guerra. Sus conocimientos de idiomas, particularmente del alemán, la habían
llevado hasta un trabajo al que jamás pensó en dedicarse. Al principio, su tarea
no se distinguía demasiado de la que siempre creyó que sería su destino:
secretaria. Sin embargo, su capacidad innata para la lógica y las matemáticas la
habían impulsado rápidamente hacia arriba, hasta el mismo núcleo del trabajo
de inteligencia de su tiempo: los cuarteles de Bletchey Park y la máquina
Enigma. Allí había trabajado en el descifrado de los mensajes militares alemanes,
gracias a la preciosa máquina robada a la Wehrmacht a costa de varias vidas.
Había sido una época difícil, tensa y febril; sabían que de su trabajo dependían
miles de vidas, y aquello los había llevado a todos a trabajar hasta caer
extenuados, y a seguir pese a ello. Sin embargo, recordaba aquel período con
cariño. Había sido un trabajo fascinante, todo un desafío, útil y hasta decisivo
para el desarrollo de la guerra. Sin embargo, el fin de las hostilidades y la
rendición alemana habían dejado la máquina Enigma obsoleta, y el grupo había
sido dispersado. Sin medallas, como ocurría siempre en el servicio secreto, ella
había sido transferida a Operaciones, y allí estaba, abandonada a sus propios
recursos en una misión para la que no se sentía realmente preparada. Sin
embargo, la labor de descifrado le hizo sentirse de vuelta en su elemento, segura
y capacitada.
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Aquello ya era bastante sorprendente. Según el anodino historial del que Sarah
había dispuesto hasta entonces, Nadia no había estado jamás en Alemania, y
mucho menos podía conocer la zona ni a nadie en ella. Desde luego que no hasta
el punto de haber sido recomendado al mismísimo mariscal Zhúkov que "tuviera
en consideración sus consejos e informaciones, tanto en lo referente a las
operaciones militares como a las tareas de eliminación del régimen nazi." En el
original, el documento llevaba la firma del propio Lavrentii Beria, el temible y
todopoderoso ministro del Interior y jefe del NKVD, lo que daba a las
recomendaciones, aunque fueran dirigidas a Zhúkov, el carácter de órdenes
directas.
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Estaba claro. Sarah despejó con rapidez sus últimas dudas; la teniente Von
Kahlenberg era una agente del NKVD de alto nivel, y su historial conocido,
incluido el relato que ella le había contado acerca de su juventud en Estonia,
pura fachada, como su propio trabajo en la agencia Reuters.
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El lugar era, con mucho, bastante más elegante que la Rauchstube. Su abrigo
fue recogido de inmediato, tras lo cual el mâitre la condujo hasta la mesa, donde
ya la esperaba Nadia. Esta iba de uniforme de nuevo; Sarah había esperado que
se pondría un vestido, algo a tono con el lugar. No era así, aunque se puso en pie
nada más verla, sonriendo. De hecho, la miró de arriba abajo, de manera
apreciativa, antes de volver a sentarse al mismo tiempo que ella. A diferencia de
anteriores ocasiones, la actitud de Nadia resultaba completamente cordial, casi
en exceso. Aquello la hacía sentirse, paradójicamente, más insegura. Con una
sonrisa nerviosa, tras sentarse, Sarah lanzó una mirada a su alrededor.
Aquello parecía sin duda el restaurante con más estilo de la ciudad. Por aquí y
allá se veían uniformes, no en exclusiva aunque predominantemente
norteamericanos. Las graduaciones que mostraban eran muy superiores a las
que se exhibían en la Rauchstube. De hecho, Nadia era la única suboficial
presente. Además, el ambiente era agradable, iluminado con profusión y
aligerado por las suaves notas de un piano de cola. Sin embargo, la convivencia
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entre oficiales de los diversos ejércitos aliados daba una nota de tensión
soterrada. Las miradas que se cruzaban entre las mesas ocupadas por soviéticos
y americanos no eran demasiado amistosas.
- Me alegro de verte, Sarah. - le dijo esta, tuteándola al fin. - Lo único que siento
es que te toque invitar a ti. De hecho, si no tienes inconveniente, seré yo quien...
Nadia asintió, reacia a discutir por aquello. En cambio, la volvió a mirar con
detenimiento.
Sarah decidió pasar página cuanto antes, de modo que respondió con voz
despreocupada, como si no hubiera ocurrido nada de particular.
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Ahora que sabía que aquella mujer era en realidad una agente de alto nivel del
NKVD, apenas podía ya tomársela a la ligera, pese a la conversación. De hecho,
se podía decir que se sentía intimidada. De repente, aquella natural elegancia,
sus movimientos medidos y felinos, resultaban amenazadores. Hasta su sonrisa
tenía un matiz peligroso, y todo en ella recordaba a un leopardo, a una oscura
pantera más exactamente. Sarah, nueva en aquel trabajo de campo, no se sentía
a la altura de su interlocutora. Sin duda – sin la menor duda – Nadia tenía una
extensa experiencia, había estado en situaciones difíciles, y hasta era probable
que fuera físicamente peligrosa. Todo aquello le provocaba intensas dudas. Había
oído historias sobre el NKVD y su implicación en terribles atrocidades en las
purgas interiores antes de la guerra, por no hablar de su actuación durante el
conflicto.
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Sarah sacudió la cabeza. Era extraño que, precisamente ahora que Nadia
actuaba de forma abiertamente amistosa, la hiciera sentirse amenazada. Se dijo
que debía concentrarse en sus objetivos, descartando todo lo que pudiera
distraerla de ellos. Por tanto, debía ganarse su confianza, para lo que parecía
bien situada. Sin embargo, repentinamente, otra duda la asaltó. ¿Formaba toda
aquella actuación parte de un propósito? ¿Pretendía Nadia simplemente
congraciarse con ella, para así poder descartarla de manera amistosa, de modo
que aquella impertinente periodista no volviera a importunarla?
* * * * * * * * *
Al día siguiente, Nadia apareció en la sala del juicio. Tras una desagradable
sesión en que algunos abogados defensores pusieron diversas trabas al
procedimiento, el público desfiló de nuevo en dirección a la cafetería. En esta
ocasión, Sarah optó por aceptar la oferta de un reducido grupo de compatriotas
para compartir su mesa. Sus razones para ello eran puramente tácticas: no
quería propiciar más acercamientos a la teniente, sino por el contrario mantener
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Así, se dejó llevar por el buen humor de sus compañeros. Escuchó chistes,
aportó las últimas novedades y cotilleos de Inglaterra y hasta se permitió un
ligero flirteo con algún colega. Sin embargo, no por ello dejaba de vigilar de reojo
a su objetivo. Esta, curiosamente, también se había sumado a un grupo de sus
propios compatriotas, si bien estos parecían mucho más taciturnos: después de
todo, se trataba de un grupo de oficiales soviéticos.
- Hola, - dijo, tal vez sonriendo - si no tienes otra cosa que hacer, - y en ese
punto lanzó una mirada a las espaldas de los periodistas británicos que se
alejaban - tal vez quieras venir un día de estos a la Rauchstube. La verdad es
que suelo acudir allí casi todas las tardes, así que puedes buscarme cuando
prefieras. Por cierto, ¿cómo va tu artículo?
- Oh... - Sarah apenas se sentía sorprendida por aquello, aunque no sabría decir
por qué. En todo caso, supondría una ayuda para sus planes, de modo que
inmediatamente respondió. - Todavía estoy reuniendo material, así que supongo
que me vendría bien charlar contigo un rato. - Sonrió. - Sí, creo que me pasaré
esta noche.
- Estupendo. Allí estaré, de cualquier modo. - dijo tan sólo Nadia, tras lo que se
apresuró en pos de su grupo de oficiales, dejando a Sarah atrás.
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La información sobre las misiones de Nadia, el plan que había elaborado, todo
aquello se podían poner a prueba aquella misma noche. La sorprendente
receptividad de la teniente le iba a permitir realizar un sondeo previo que
revelaría la capacidad de éxito de su plan, pensó Sarah.
En aquello había más de una incongruencia. Desde luego, el que una experta de
estado mayor fuera transferida a mando de combate era bastante peculiar,
aunque se daba a veces. Sin embargo, era extraño que hubiera dedicado sus
esfuerzos en una dirección distinta a la que indicaba su cualificación, y más
todavía que se hubiera encaminado en una dirección distinta a la de la acción
principal. Tampoco era muy normal que a una simple teniente se le diera el
mando de una compañía. De hecho, al capitán al mando de aquella compañía se
le había dejado claro, en el despacho de órdenes, que el mando real lo ejercería
ella, pese a su inferior graduación. Aquello indicaba algunas cosas: la primera,
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que la graduación real de Nadia debía ser muy superior, probablemente dentro
del NKVD, y su rango de teniente del Ejército Rojo una tapadera. Además,
mostraba que tal vez la misión de Nadia era precisamente aquella liberación. No
se podía olvidar que en el campo de concentración de Sachsenhausen, los nazis
habían acumulado a los prisioneros políticos, y en particular a los comunistas, lo
que explicaría el interés soviético en su rápida liberación.
Todos aquellos datos se unían a una intuición de Sarah. Había visto la expresión
de odio, las miradas envenenadas que Nadia dirigía durante el juicio a los
acusados. Sarah había leído algunos informes sobre lo que se había descubierto
en los campos de concentración nazis. Aquellas lecturas no eran de las que
facilitaban conciliar el sueño, precisamente. Nadia, al liberar uno de aquellos
campos, sin duda había visto de primera mano lo que allí había ocurrido. En
consecuencia, era muy probable que tuviera sus propias razones para odiar a los
nazis, razones más intensas y personales que el puro enfrentamiento ideológico.
Tal vez por allí pudiera Sarah meter una cuña; su misión consistía en averiguar
lo que podía ofrecer a la soviética, algo que la comprometiera, que la obligara de
alguna forma, por las buenas o por las malas, a trabajar para Occidente, y tal
vez dispusiera de ello.
Sin embargo, Sarah no podía lanzarse a poner en práctica el plan que había
concebido sin antes comprobar si su intuición era correcta; de otro modo, su
propia condición de agente camuflada podría quedar comprometida. Así, lo que
debía hacer, lo que planeaba para aquella noche, era averiguar la intensidad de
los sentimientos de Nadia hacia los nazis en general, para saber si sobrepasaban
el simple odio intelectual.
En efecto, el coche ya se había detenido sin que ella se diera cuenta. El cálido
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En esta ocasión, nada más entrar pudo ver de inmediato a Nadia. Seguía sentada
a su mesa, en un rincón alejado, aunque en esta ocasión se había situado frente
a la entrada. Se miraron nada más traspasar Sarah la puerta, y Nadia se puso
en pie para recibirla. Incluso pareció sonreír mientras atravesaba el atestado
local en su dirección.
Justo cuando ya había dejado atrás las últimas mesas, Sarah se volvió,
dispuesta quizás a sorprender alguna mirada posada sobre su persona, cuando
se fijó en dos soldados que cuchicheaban por lo bajo. Con Nadia ya alejada de
ellos, le pareció escuchar que uno mascullaba algo como "la teniente no pierde el
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tiempo", a lo que el otro rió, mirándola a ella descaradamente, sin duda creyendo
que no sabía ruso, diciendo "siempre rubias".
Nadia le dirigió una sonrisa de compromiso y la invitó con un gesto a que tomara
asiento, tras lo que ella hizo lo mismo.
Sarah apenas pudo reprimir su risa, tanto que cortó en seco la frase de Nadia.
Esta la miró frunciendo el ceño, más intrigada por su reacción que molesta por
haber sido interrumpida.
- Jaja, disculpa... - volvió a reír ella, apoyando una mano sobre la mesa al tiempo
que se echaba un poco atrás. - Supongo que eso que has dicho se puede tomar
por un cumplido. No soy una elegante señorita victoriana, sino una chica
trabajadora de origen irlandés. Si mi madre te hubiera oído decir eso de que el
local no está a mi altura... Jaja, no sé si se habría sentido orgullosa o te hubiera
tomado por tonta... Disculpa, no he podido evitar reírme.
- Está bien, irlandesa o no, de todas formas eres muy elegante, además de
atractiva... - dijo, mirándola directamente a los ojos por primera vez en la noche
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Viento Helado de Iggy
Ante aquel cumplido algo más descarado, Sarah recordó el comentario de los
soldados. Parecía que allí había algo más, algo que desbordaba una amistad
casual. Sin embargo, se recordó Sarah, no estaba allí para hacer especulaciones
ni alentar flirteos, por extraños que fueran. Además, no estaba acostumbrada a
aquello, no sabía cómo contestar a aquella clase de cumplidos por parte de una
mujer, si es que se trataba de lo que parecía y no se equivocaba de medio a
medio. Las posibilidades de meter la pata en aquellas circunstancias, fuera por
error o desconocimiento, eran inmensas. Lo que debía hacer era concentrarse en
su objetivo, llevando la conversación por donde a ella le convenía.
- ¿Oh? - Nadia pareció algo confundida por el comentario. - ¿Qué quieres decir?
- Bueno, creo que todo el mundo sabe que apenas era una marioneta del régimen
nazi, no tanto uno de sus miembros reales. Jamás estuvo en las conferencias
importantes, en las que se decidió el exterminio de los judíos, ni en las que se
planearon las provocaciones que llevarían a la guerra, ni...
- ¡En absoluto! - exclamó de repente, tanto que algunos soldados se giraron para
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Viento Helado de Iggy
mirarla de reojo. - Esa gentuza... esa gentuza debe morir. Son todos culpables...
¡Todos!
Pese a que esperaba – deseaba, necesitaba – una reacción así, a Sarah le pilló
algo de improviso la intensidad de Nadia. Su mirada era aquella, la que dirigía en
los juicios al estrado, una mirada de acero capaz de partir en dos a quien la
dirigiera. Pese a ello, Sarah decidió insistir un poco; necesitaba asegurarse de
que los sentimientos de Nadia fueran profundos y reales, no una reacción
obligatoria condicionada por la ideología oficial soviética.
- Oh vamos, Nadia... No te voy a negar que los culpables deben ser castigados,
pero...
- Esa escoria debe ir al paredón. - le cortó de nuevo Nadia, con una voz más
calmada aunque más venenosa. - Bastante favor les hacemos con esta pérdida
de tiempo que es el juicio. - Apretó los dientes, lanzándole al fin una mirada
capaz de cortar hierro. - Habría que matarlos a todos...
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Viento Helado de Iggy
- No te preocupes, yo te acercaré.
- Nadia, no hace falta... - empezó a decirle Sarah en cuanto volvió junto a ella.
- No es molestia, de todas formas tenía que llamarlo. Además, hace bastante frío.
- replicó, sin sonreír ni adoptar la menor pose paternalista.
Sarah indicó la dirección de los Bauer. Durante el corto trayecto, las dos se
mantuvieron en un tenso y extraño silencio. Sarah pensó que Nadia lo rompería
en cualquier momento, e incluso se dedicó a especular sobre qué podría decir la
adusta mujer en aquel caso. Sin embargo, esto no llegó a ocurrir, y el coche se
detuvo al fin frente a la entrada de la casa de los Bauer.
Nadia sonrió, como si alguna ironía hubiera pasado por su mente. Volviéndose
hacia su lado en el estrecho asiento trasero, posó una mano enguantada sobre
su mejilla y se inclinó hacia ella.
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Viento Helado de Iggy
- Buenas noches. - dijo tan sólo, en alemán, inclinándose entonces un poco más
para besarle la mejilla.
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PARTE 4
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- No, nada de eso... -Sarah intentó quitarle importancia al asunto, darle el tono
más inocente que pudiera.- Es un médico, uno que trabajó en un campo de
concentración. -Sarah sabía que Nadia había liberado el campo de
Sachsenhausen; sin embargo, el MI6 no disponía de información acerca de nadie
que hubiera estado allí. Se habían tenido que conformar con uno que estuvo en
un campo cercano a ese.- En el de Ravensbrück. - terminó.
- ¿En el de Ravensbrück?
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Viento Helado de Iggy
golpecito en el hombro.
La miró entonces como si la viera por primera vez, haciendo un visible esfuerzo
por reaccionar. Sacudió entonces la cabeza y se forzó con dificultad a sonreír.
- Sí... sí, gracias. Todo esto es muy interesante. Veo que tienes talento de verdad
para la investigación. Y, ¿quién es ese individuo?
Parecía haber tragado el anzuelo. Aquella era la pregunta que esperaba. Con una
cierta decepción -secretamente, había esperado que fuera más dura de pelar-, se
forzó a responder, no sin desgana.
- Sí, ya veo. Te felicito. Escucha, tengo que marcharme. Iré a Berlín, a dar mi
informe, como siempre. Volveré en unos días, espero que nos veamos entonces.
Ya hablamos, ¿vale?
* * * * * * * * *
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Viento Helado de Iggy
Durante los días que siguieron, Sarah apenas pudo quitarse todo el asunto de la
cabeza. Durante las sesiones del juicio, a la hora de comer y pese a la animada
compañía de sus compatriotas, en sus ratos libres por la tarde, jamás dejaba de
pensar en lo que iba a ocurrir - o estaba ocurriendo ya - en la ciudad de Leipzig.
Había leído una y otra vez el informe del doctor Gneissenau. No cabía la menor
duda; no sólo había sido identificado entre distintas fotos por varias de sus
víctimas supervivientes, sino que, además, se había establecido la falsedad de su
identidad. Al menos por ahí, no había de qué preocuparse. No había lugar a un
trágico error. Aquel individuo se había dedicado a la experimentación, probando
medicamentos y venenos con varias víctimas del campo de concentración de
Ravensbrück. El informe no era agradable de leer, sobre todo el apartado de los
testimonios.
Sin embargo, Sarah seguía preocupada por los diversos aspectos de la cuestión.
Dormía poco y mal, y no lograba concentrarse en nada. Al tercer día de la
ausencia de Nadia, decidió regresar andando a casa de los Bauer desde los
juzgados. Un largo paseo que al menos la agotaría lo bastante como para caer
rendida en la cama, lo que esperaba que le permitiría dormir mejor. El tiempo
permitía al fin algo así, con la primavera perfumando el aire.
Sin embargo, aquel solitario paseo la forzaba a reflexionar, algo de lo que no
podía huir. Una vez establecida la identidad del doctor, quedaba la moralidad de
lo que ella, y en general el MI6, había hecho con su caso. Algunos criminales
como Gneissenau habían sido reservados para utilizarlos de aquella manera.
Deberían haber sido entregados a la justicia, desde luego, pero tampoco iban a
escapar al castigo. En aquel caso concreto, sin duda Nadia se encargaría de ello,
de un modo u otro.
Disponer así de la vida de una persona, por muy criminal que fuese, ya resultaba
como mínimo de una dudosa moralidad. Sin embargo, Sarah tampoco tenía muy
claro que tentar a Nadia con la venganza fuera algo mucho mejor. En eso
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Viento Helado de Iggy
consistía la trampa que la había tendido: si, como preveía, Nadia se dejaba llevar
por la venganza, dispondrían de las pruebas necesarias para poder incriminarla.
Si el espionaje soviético se enteraba de que una agente suya había recibido
información de Occidente, y en lugar de comunicarla a sus superiores había
hecho un uso propio de ella, su situación sería como mínimo delicada. Si además
quedaba implicada en un crimen, la agente en cuestión sería fácilmente
chantajeable, y ante sus propios superiores por añadidura. En aquella trampa
estaba a punto de caer Nadia, si es que no lo había hecho ya.
Sarah sintió un escalofrío. La tarde era agradable, y sin embargo... Tal vez no
estaba hecha para un trabajo como aquel. A falta del resultado final, parecía
haber logrado un éxito completo en su primera misión de campo, y pese a ello se
sentía fatal.
Al llegar a casa de los Bauer, ojeó el correo que la dueña de la casa le había
dejado en su habitación. Allí estaba, un sobre pequeño, sin remite y franqueado
en Leipzig. Lo abrió con lentitud, sabiendo lo que contendría aunque sin querer
leerlo. Según lo previsto, contenía tan sólo un recorte de periódico. La fecha era
del día anterior, del Leipziger Tageszeitung. Incluía una foto de una casa,
pequeña y con jardín. El titular era escueto pero suficiente: Asesinato sin causa
aparente. Heinz-Karl Pappendorff, un ciudadano soltero y solitario, había sido
asesinado en extrañas circunstancias. Los detalles no eran agradables de leer;
no había sido una muerte rápida. La policía se confesaba extrañada, pues no
había móvil aparente. Un desconocido - el texto lo decía así, en masculino -
había irrumpido de noche y había asesinado al señor Pappendorff con notable
ensañamiento, sin robar nada. Desde luego, la policía de Leipzig no conocía la
verdadera identidad de la víctima, por supuesto. Sentada sobre la cama, Sarah
apartó el recorte y lo dejó a un lado. Sintió una ligera pero creciente arcada.
* * * * * * * * *
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Viento Helado de Iggy
Sarah temía reencontrarse con Nadia. Eso suponiendo que volviera a aparecer
por allí, se dijo mientras se apeaba del coche y dedicaba una forzada sonrisa a
su chofer habitual. ¿Sabría Nadia que ella estaba al corriente del crimen que
había cometido? Peor aún, ¿se lo confesaría? Ya resultaba bastante penoso el
haber traicionado su confianza de ese modo como para que ella se abriera
inocentemente a su precaria amistad... Pero no, no era probable. Después de
todo, se trataba de una agente soviética, no de una muchachita necesitada de
consuelo o amistad. Lo más probable era...
Tal vez en el comedor se verían y romperían aquella tensión que se notaba entre
ambas. Para facilitar aquello, Sarah volvió a sentarse a solas, en una muda
aunque evidente invitación. Pese a ello, Nadia, al entrar en la sala rodeada de
parte de la delegación militar soviética, apenas le dedicó una breve aunque
intensa mirada y se marchó hacia otra mesa acompañada por sus compatriotas.
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Viento Helado de Iggy
Otra cuestión que asaltó su mente entonces fue las razones del proceder de
Nadia. Estaba claro que odiaba profundamente a los nazis; su trampa había
dado aquello por supuesto. Sin embargo, su reacción había sido singularmente
visceral e imprudente. ¿Por qué había marchado tan de repente? ¿Y por qué no
había buscado alguna coartada mejor? En cambio, había marchado directamente
a Leipzig a liquidar a su objetivo, sin realizar planes ni elaborar coartadas. La
relación causa-efecto entre su marcha y el asesinato era diáfana... Recordó
entonces su reacción cuando mencionó al doctor. Su mirada se había perdido,
como si de repente hubiera estado muy lejos de su lado. Además, aquella
reacción se había producido en un momento muy concreto, al mencionar algo.
¿El qué? No importa, se dijo Sarah. Lo trascendente era su misión, que parecía
haber terminado. Si su objetivo -Nadia- le hubiera permitido mantener el
contacto, podía haber seguido junto a ella, para mantenerla bajo observación. Si
no era así, su presencia allí resultaba superflua y debería regresar a Londres.
- ¿Sarah?
Levantó la vista, sorprendida, sólo para verla allí de pie, junto a su mesa. No la
miraba a ella sino al grupo con el que había compartido la comida y que parecía
esperarla a poca distancia.
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Viento Helado de Iggy
Una fugaz y azul mirada hacia ella bastó para establecer el contacto, y después
apartarlo de nuevo.
* * * * * * * * *
Tan ansiosa estaba de saber para qué la había citado Nadia, que llegó antes que
ella. Su mesa se hallaba vacía, y tras una ligera vacilación, decidió sentarse a
ella. Todavía era temprano, y apenas había algunos grupitos de soldados rusos,
que se volvieron para comprobar quién tenía la osadía de ocupar la mesa
"propiedad" de la teniente. Sus miradas se tornaron socarronas en cuanto al
vieron; ya debían conocerla.
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Viento Helado de Iggy
ojo tras su última frase, como para darle un todavía más evidente cariz obsceno.
- Perdona, ¿eh? No pasa nada... -Tras ello se alejó, refugiándose entre el grupo
de sus camaradas.
Sarah todavía no había terminado de reflexionar acerca del incidente cuando vio
entrar a Nadia en la sala. Se acercó a recibirla, mientras ésta se desprendía de
su largo abrigo. El saludo que intercambiaron fue cálido aunque breve. La
actitud de Nadia ante ella resultó más temerosa que nunca, observándola con el
ceño fruncido, de lado. Sin embargo, sus palabras parecían desmentir su
actitud. Estuvo alegre, preguntándole cómo habían ido las cosas por allí en su
ausencia. Sarah optó por recuperar su estilo animado e insustancial, que era lo
que parecía pedir la oficial de ella.
Estuvieron así largo rato, charlando, incluso riendo. Nadia pareció querer
compensarla contándole una serie de rumores y pequeños escándalos en torno a
la convivencia en Nuremberg de americanos y soviéticos. Por lo visto, un coronel
soviético algo más que alegre había llamado "gorda" y "horrorosa" a la esposa de
un general americano, en la cara de éste - y de ella -, todo en medio de un jocoso
incidente en pleno American Steakhouse. Sarah rió como se esperaba de ella,
mientras se preguntaba por las razones del comportamiento de Nadia.
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Viento Helado de Iggy
matado con sus propias manos como mínimo a una persona. La contradicción
entre estos sentimientos, y además con la hermosa y aparentemente confiada
mujer que tenía a su lado le hicieron perder el hilo de sus propios pensamientos.
La mentira apenas era tal; debía entrevistarse con el máximo responsable del
espionaje británico en Alemania, que efectivamente residía en el cuartel general
de Bad Öynhausen. Por la mañana temprano debía coger el tren hacia allí.
- ¿Seguro? No es molestia...
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Viento Helado de Iggy
- Mañana mismo, aunque supongo que nos veremos pasado mañana, en la sala,
¿no?
Sarah escapó del lugar, que había acabado por hacérsele asfixiante. El golpe de
frío del exterior la reanimó; suspiró, relajó los tensos hombros y se encaminó
hacia la casa de los Bauer.
* * * * * * * * *
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Viento Helado de Iggy
para controlar todo lo que ocurriera. Haría todo lo posible para que le
concedieran aquello. En su informe no había incluido la atracción que había
percibido en Nadia hacia ella, y que la curiosa actitud de los soldados soviéticos
le había confirmado. Sin embargo, si necesitaba algún argumento para
convencer a sus superiores, siempre podía usar aquel as en la manga.
Reclinó su cabeza contra el frío vidrio de la ventanilla del tren y sonrió. El MI6
siempre había sido extraordinariamente mojigato con el tema del sexo. Sin
embargo, ella podría argumentar que estaba mucho mejor situada para, si
llegaba el caso, hacer un "sacrificio"...
- Hmm... Bien, bien... Sí, claro... Correcto... -El coronel Gordon-Adams mostraba
una indudable tendencia al soliloquio, algo no demasiado propio en un espía, se
dijo Sarah, de buen humor. Sentada frente a un modesto escritorio, en una no
menos modesta y reducida oficina, escuchaba los comentarios que el
responsable de la inteligencia británica en Alemania iba realizando sobre su
informe. Lo sostenía con una mano, mientras señalaba con el dorso de la otra los
puntos que le parecían mejor. Gordon-Adams no parecía un espía, ni mucho
menos. Bajito, regordete, algo que no ocultaba sino que exhibía su uniforme de
fajina, mostraba un canoso mostacho de puntas retorcidas como único rasgo
distintivo. Parecía ciertamente satisfecho con el trabajo que Sarah había
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Viento Helado de Iggy
Al fin levantó la vista del informe y la miró como si reparase por vez primera en
su presencia. Dejó el informe sobre la mesa y exhibió una sonrisa de abuelete
cariñoso.
- ¿Oh? Bueno, adelante... -acabó por decir, con un gesto de la mano que la
invitaba a proseguir.
- Quisiera continuar adelante con esta misión. El objetivo debe seguir bajo
vigilancia, ¿no es así?
- Desde luego, pero de eso puede encargarse algún otro agente. No es una
ocupación completa...
- Bien, sí, es cierto, pero todavía hay muchas incógnitas acerca de esta agente,
como por ejemplo su verdadero rango en el espionaje soviético. No conocemos su
nivel, ni por tanto, el tipo de información que se le puede sacar, eventualmente. -
argumentó ella, tratando de dar a sus palabras un tono profesional y neutro.
- Bien, sí, desde luego. Sin embargo, es poco probable que tenga un rango
demasiado alto...
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- Sí, claro, es poco probable que una mujer tenga un nivel muy alto en el
espionaje soviético, en cualquier espionaje, de hecho, -afirmó, intentando en el
último momento que sus palabras no tuvieran un excesivo tono sarcástico.- pero
nos conviene saber al menos su campo de actuación, para conocer no sólo la
calidad sino el tipo de información que puede llegar a proporcionar el objetivo.
Al coronel parecieron pasársele por alto las segundas intenciones de las palabras
de Sarah, puesto que se limitó a fruncir el ceño y a sumirse en otro de sus
soliloquios.
- Gracias, señor. - respondió ella, pasando por alto el comentario del coronel
acerca de la poca necesidad que tenían de ella en otra parte.
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- ¿Oh? Mmm, sí, desde luego, al menos mientras esté usted en su seguimiento,
claro... -dijo mientras se retorcía una punta de su bigote.- Después el asunto
quedará fuera de su competencia.
* * * * * * * * *
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PARTE 5
El regreso, sin las incertidumbres de la ida, fue todavía más plácido. Sarah se
sentía confiada y segura de sí misma. Todo había salido razonablemente bien, y
ahora se enfrentaba a una misión que se prolongaría varios meses. Era algo
estimulante: desentrañar el misterio que era Nadia suponía todo un desafío.
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* * * * * * * * *
Nada más entrar se encontró con la mirada de Nadia, que había levantado la
vista nada más aparecer ella. Vio su boca formar una sorprendida "o". Había
olvidado su nuevo aspecto, y no se había preguntado cómo reaccionaría la
soviética. Sonrió, algo insegura, mientras Nadia se ponía en pie haciendo lo
mismo.
- Vaya, esto es todo un... cambio. - dijo la mujer, inclinándose hacia ella como si
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Viento Helado de Iggy
fuera a besarla. No lo hizo, sino que quedó a su lado, con una sonrisa algo
sardónica. - Estás muy... diferente. Muy guapa, desde luego.
No tenía sentido aplazarlo, decidió nada más sentarse. Cuanto más franca y
directa fuera, más sincera parecería.
El instante se fue tan repentinamente como había llegado. Una vez pasado,
Sarah apenas se sintió capaz de decidir si todo aquello se había debido a su
imaginación o no. En todo caso, la oficial se acabó de sentar, compuso una
expresión vagamente interesada y dijo tan sólo: - ¿Oh? ¿Sabes cómo ha sido?
Decidió darle a todo el asunto el tono más banal posible. Le molestaba que Nadia
pensase que era idiota, pero sería lo mejor.
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Viento Helado de Iggy
Su respuesta pareció complacer a Nadia, que esbozó una leve sonrisa. Apoyó sus
codos sobre la mesa ante ella, como soporte para su barbilla, y la miró con lo que
sólo se podía interpretar como interés.
El cambio de tema era forzado pero de intención evidente. No podía resultar más
oportuno desde su propio punto de vista, de modo que lo aprovechó de
inmediato. Debería jugar al juego de la chica superficial; aquello tranquilizaría
sin duda a su interlocutora.
* * * * * * * * *
Los meses se fueron uno tras otro, a medida que los días se iban haciendo más
largos y el frío iba desapareciendo. El juicio se aproximaba a su final, a través de
sus farragosas sesiones. A lo largo de todo aquel tiempo, Sarah se vio con Nadia
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Viento Helado de Iggy
casi todos los días, en una rutina establecida: Se saludaban por las mañanas, a
la puerta de la sala, somnolientas y taciturnas aunque sonrientes. Después se
veían para la rápida y espartana comida durante el receso de mediodía. Por las
tardes solían verse en la Rauchstube. Allí acostumbraban a cenar, pasando un
buen rato hasta entrada la noche.
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Viento Helado de Iggy
tensión era menor, desde luego. Su esgrima intelectual con Nadia, con ella
tratando de hacer saltar las defensas de la soviética sin levantar sus sospechas,
no alcanzaba la tensión de aquellos días en que la vida de miles de soldados
dependía de su trabajo. Sin embargo, había algo que no se daba entonces: existía
una fecha límite. El juicio se iba deslizando lenta pero inexorablemente hacia su
final, y ella sabía muy bien que tras las sentencias ambas se separarían. Aquello
pondría punto final a su relación con Nadia, y le impediría redondear su misión
con un éxito total. Eso si no lograba despejar las dos incógnitas principales: el
grado y competencias de la oficial soviética dentro del NKVD.
En consecuencia, a medida que el verano avanzaba, dormía cada vez peor. Sin
embargo, y de forma similar a lo ocurrido durante la guerra, notaba una curiosa
sensación de felicidad que se sobreponía a la tensión y la fatiga. Sentía que había
nacido para esto, y la animaba la excitación de la caza. Sobre todo cuando su
presa era una mujer tan inteligente y complicada como Nadia.
En todo caso, aquello no dependía de ella. Además, ella misma había tomado
sobre sus hombros aquella carga. Lo sentía como su responsabilidad, y estaba
dispuesta a afrontarla. La orden le llegaría por correo, sin previo aviso, de forma
que su tensión fue creciendo a medida que avanzaba el año. Pese a ello, la
alegría no la abandonaba, todo lo contrario. Aquel duro y terrible invierno, el
primero tras el final de la guerra, iba quedando atrás, y los días largos y cálidos
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Viento Helado de Iggy
lo sustituían.
* * * * * * * * *
Obedeciendo la imperiosa orden del ujier, Sarah se puso en pie, como el resto de
la sala. No se trataba, esta vez, del final de la sesión. Con los jueces sentados, el
ujier se adelantó hasta un micrófono y, con voz alta y solemne, proclamó en
inglés:
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Viento Helado de Iggy
En aquel instante, Nadia desvió su mirada del ujier, y las de ambas se cruzaron.
De inmediato, su expresión se suavizó, e incluso esbozó una tenue sonrisa en su
honor. Sarah se la devolvió, aunque pronto la atención de ambas fue reclamada
de nuevo por la voz que llenaba la sala.
* * * * * * * * *
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Viento Helado de Iggy
bandejas repletas de vasitos, muchos más de los que parecían necesarios, pese
al gentío. En cuanto estuvo junto a ella, Nadia le sonrió y pasó un brazo por su
hombro, atrayéndola junto a sí. Entonces se volvió hacia los soldados, de pie en
torno a ella. En medio del griterío alzó la voz, imponiendo un progresivo silencio
mientras exclamaba en ruso:
Tras estas palabras estalló una carcajada general, que Nadia acalló con una
mirada severa. Sin embargo, su sonrisa reapareció de inmediato, y prosiguió con
su discurso, no sin antes poner un vasito de vodka en la mano de Sarah además
del suyo.
Las exclamaciones y risas volvieron a atronar la sala. Los vasitos fueron vaciados
de un trago y estrellados contra el suelo con un terrible estruendo. Sólo Nadia lo
lanzó por encima de su hombro, haciéndolo añicos contra la pared tras ella. El
resto de soldados soviéticos los estamparon contra el suelo a sus pies, pues no
había espacio para lanzarlos como la tradición rusa mandaba. Sarah quedó
paralizada ante aquella exhibición de crueldad, el vasito intacto junto a sus
labios. Nadia se había separado un poco de ella para alcanzar un nuevo vaso
lleno.
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Viento Helado de Iggy
* * * * * * * * *
La sesión del día siguiente serviría para la lectura de las sentencias contra las
organizaciones encausadas en el proceso: el gobierno del Reich, el partido nazi,
etcétera. Los veredictos no tenían el menor misterio: disolución, confiscación...
Nada de particular. Durante la sesión, Sarah no pudo evitar ver cómo Nadia la
miraba una y otra vez. Al finalizar ésta, se sorprendió al verla frente a ella nada
más salir de la sala. Puesto que se hallaba al otro extremo, debía haberse
apresurado mucho, aunque se la veía relajada y sonriente.
- Te eché de menos anoche. - dijo la soviética, con una leve sonrisa en su cara.
- Oh... Bien, no estaba muy animada, así que preferí marcharme. - le respondió,
sin saber realmente qué decir. Se sentía triste. La crueldad que había mostrado
Nadia la noche anterior la decepcionaba, aunque era evidente que había otras
razones para su sentimiento. La misión finalizaba, y no tenía el menor éxito que
mostrar ante sus superiores. No había logrado sacar nada en claro sobre aquella
mujer, y en breve la perdería de vista.
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Viento Helado de Iggy
- Vamos, será toda una oportunidad para una periodista. No todo el mundo la
tendrá, te lo aseguro.
- Bueno... - Sarah trató de pensar con rapidez. Si quería parecer una periodista,
debía tratar de actuar como tal. Además, al menos aquello prolongaría su misión
por algún tiempo más. Se decidió, tratando de sonreír y parecer agradecida. - ¡De
acuerdo! Muchas gracias, Nadia. Cuenta conmigo.
* * * * * * * * *
No supo realmente por qué había aceptado. Lo de las ejecuciones sí, desde luego.
Apenas le quedaba más remedio, si quería cumplir con su tapadera. Pero
aquello... Los soviéticos habían organizado otra especie de celebración la noche
anterior. Durante las dos semanas anteriores, apenas había visto a Nadia. Sin
embargo, ésta había reaparecido el día anterior para mostrarle los pases y para
invitarla a aquella fiesta de despedida. Mientras atravesaba el oscuro callejón,
notó la música que escapaba por las veladas ventanas de la Rauchstube. Por lo
visto, iba a ser una celebración especial. Suspiró, y empujó la puerta.
- ¡Ven, ven aquí! Me alegra que hayas venido por fin. Vamos...
La cogió por la mano, arrastrándola hasta el otro extremo de la sala. Allí, junto a
la pared, estaba su mesa, la que habían compartido durante todos aquellos
meses. Sin embargo, y para dejar sitio para el baile, sus sillas se hallaban ambas
contra la pared, de cara a la sala, no una frente a otra como hasta entonces.
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Viento Helado de Iggy
Temió que repitiera aquellos brindis, pero en cambio Nadia sostuvo su vasito
junto al suyo y dijo tan sólo: - Por nosotras.
Pasaron un rato allí, sentadas y bebiendo. Notó que el alcohol calentaba sus
venas, y que el color volvía a sus mejillas. Apenas hablaron, pues la música no lo
permitía, contentándose con observar a las parejas que bailaban. Sarah se
preguntó, no por primera vez, por la extraña actitud de Nadia hacia ella. ¿Se
sentía atraída hacia ella o no? Era la última noche que iban a pasar juntas, y sin
embargo no parecía dispuesta a hacer el menor avance. ¿Esperaba acaso que
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Viento Helado de Iggy
- Pe... pero...
Todo terminó tan de repente como había empezado. Tras una última y brusca
vuelta, la música cesó de repente y estallaron unos insólitos aplausos. Se sintió
trasportada y depositada de vuelta sobre la silla. Nadia estaba nuevamente a su
lado.
- Estupendo, ¿eh? - Nadia tenía las mejillas encendidas, respiraba con fuerza, y
le brillaban los ojos. Seguro que tanto como a mí misma, se dijo Sarah. No supo
qué responder, de modo que fue la soviética la que prosiguió.
- Esta es una noche muy especial para mí. Dentro de una horas...
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Viento Helado de Iggy
- ¿Por qué, Nadia? ¿Cómo puede alegrarte la muerte de nadie? Aunque sean
esos...
- No puedo comprender que estés así, en una noche como ésta, Nadia. - insistió
ella, sin pensar en lo que decía. Simplemente trataba de comprender su actitud,
que la intrigaba y decepcionaba a la vez.
"Me destinaron en Alemania. Entonces yo era muy joven. Sin embargo, mis
orígenes eran perfectos para aquella misión. Una alemana de Estonia... Era
ideal. Podía pasar por simpatizante nazi. Las cosas estaban muy difíciles
entonces. El Partido estaba casi desarticulado, y sus dirigentes en campos de
concentración. Sin embargo, me asignaron un contacto en el Partido Comunista
de Alemania, en lo que quedaba de él. Su misión era introducirme en Berlín,
vigilar que no metiera la pata por mi desconocimiento de la Alemania nazi. En
consecuencia, pasábamos mucho tiempo juntas; me alojaba en su casa. Era un
cuchitril... Pero bueno... Ella era hermosísima, y valiente, idealista... Nos
enamoramos. Se llamaba Anja. El trabajo era difícil, y cada vez más peligroso.
Contactábamos con miembros del partido nazi, obteníamos información... Fui
muy feliz con ella, más que nunca antes o después en mi vida. Sin embargo, el
peligro era cada vez mayor. Cayeron algunas células, otras fueron retiradas. Yo le
insistí en que abandonáramos y marcháramos a Moscú. Pero ella no quería. Ya
te he dicho que era muy valiente, y era cierto, muy cierto... Además, la
información que obteníamos, sobre todo la militar, era importantísima. Yo estaba
cada vez más nerviosa, y sin embargo ella no perdía el ánimo. Lo pasamos muy
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Viento Helado de Iggy
bien juntas, mucho, pese a todo... Entonces pasó lo que tenía que pasar. Yo
estaba fuera, con un contacto, por la noche. Al volver, de madrugada, lo vi. Se la
llevaban. De alguna forma nos habían descubierto. Apenas pude ponerme a
salvo. Solicité instrucciones a Moscú, y claro, me ordenaron que regresara
cuanto antes. Yo no quería dejarla a su suerte, quería salvarla, rescatarla como
fuera... No eran más que tonterías, desde luego. Estuvieron a punto de
detenerme en varias ocasiones, y no conseguí nada. Además, en Moscú no había
caído nada bien el que me negara a volver. En definitiva, al fin tuve que regresar
sin haber vuelto a saber nada más de ella."
En aquel momento hizo una pausa, como si hubiera quedado sin aliento. Sarah
notó que sus ojos brillaban, y que la miraba con una tremenda intensidad, desde
muy cerca. Uno de sus brazos se apoyaba en la pared tras ella, rodeándola
aunque sin tocarla. Casi la asustó cuando reemprendió su relato; no había
terminado.
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Viento Helado de Iggy
cerca, y allí estaban casi todos los prisioneros políticos, sobre todo los
comunistas. Fui a liberarlo. Pero no la encontré en aquel lugar... Estaba
desesperada. Sin embargo, algunos prisioneros antiguos me contaron que estuvo
hacía tiempo; la recordaban. Logré sacarle información a un oficial del campo...
Por lo visto, había sido transferida a Ravensbrück. ¿Has oído hablar del campo
de concentración de Ravensbrück? Era un campo femenino. Por suerte se
hallaba cerca. Hacia allí me fui, cada vez más desesperada, con la compañía a mi
mando. Allí... Bien, era un campo de experimentación. Hacían cosas horribles a
las mujeres que... No importa. La encontré. Era un saco de huesos y llagas,
había muerto no hacía mucho. Desde entonces... Digamos que los nazis no me
caen bien..."
Sarah no supo qué decir. Las palabras no le salían por la garganta, que parecía
agarrotada. Entonces, Nadia se aproximó aún más a ella, y dijo:
- Y te pareces tanto a ella. El mismo pelo, los mismos ojos. Ella era algo más alta,
pero tenía algo de ti, no sé... La echo tantísimo de menos, Sarah...
Estupefacta, Sarah vio cómo las lágrimas comenzaban a rodar por la mejilla de la
soviética. Un sollozo la atrapó, y giró la cara, como si no quisiera que la viera así.
No pudo hacer otra cosa que abrazarla, atrayéndola hacia sí. Su cabeza se
reclinó contra su hombro, y entonces los sollozos la atraparon en un llanto
continuado.
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Viento Helado de Iggy
bien no dejaba de ser cierto. Entonces notó que Nadia se removía en su abrazo.
Levantó la vista y la miró con sus hermosos ojos enrojecidos.
El hombre parecía incómodo, como si supiera que su llegada era poco oportuna.
Sin embargo, no desvió la vista, sino que quedó allí, firmes.
- Sí, parece que ha logrado suicidarse. - respondió, aunque sin dirigirse a ella. -
Se requiere su presencia para la investigación, teniente.
- Espérame... No, mejor no, estaré ocupada. Toma... - Le tendió una tarjeta. - Es
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Viento Helado de Iggy
Dicho esto, se marchó acompañada de los hombres que habían ido a buscarla.
Sarah no tuvo tiempo ni ánimo para decir palabra.
* * * * * * * * *
- Por lo visto, alguien le pasó una cápsula de cianuro. Está muerto y bien
muerto. No sabemos quién se la pudo pasar, pero seguro que tenía un cómplice.
Estamos en ello.
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Viento Helado de Iggy
Las ejecuciones se fueron sucediendo con rapidez, o tal vez era que el tiempo
parecía transcurrir con mayor velocidad de la normal. Al final fueron nueve
ejecuciones. Robert Ley se había suicidado antes del proceso, mientras que
Martin Bormann había sido condenado en rebeldía. Puesto que Göhring también
se había suicidado, la cosa quedó en nueve. Todo sucedió sin incidentes, salvo
una última insistencia del mariscal Keitel en ser ejecutado por un pelotón de
fusilamiento, que no fue atendida.
Cuando todo hubo pasado, Sarah se volvió hacia Nadia, aunque se encontró sin
saber qué decir. Fue ella la que se inclinó, diciéndole: - Escucha, tengo que
seguir con la investigación, aunque espero acabar pronto.
- Mi... mi tren sale en dos horas, Nadia. - le contestó. Había hecho la reserva
hacía tiempo, puesto que ya sabía que la soviética no se iba a quedar por más
tiempo, si bien ahora tal vez cambiaran los planes.
Se marchó de repente, sin una palabra o gesto más. Sarah sacudió la cabeza,
desconcertada. Había esperado... ¿Qué había esperado? Daba igual. Se había
quedado sola en aquel siniestro lugar, y lo mejor que podía hacer era
abandonarlo.
* * * * * * * * *
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Viento Helado de Iggy
direcciones. Entre toda aquella gente, y a escasos minutos de la partida del tren,
no se distinguía la inconfundible figura de la oficial soviética por parte alguna.
Ya había alzado sus maletas y baúles hasta el vagón, con la ayuda de un mozo.
Ahora se hallaba al pie de la escalerilla, retorciéndose nerviosa las manos. Se
ponía de puntillas para atisbar por encima de la multitud, esperando verla a ella.
Seguía sin aparecer. Sólo entonces la vio. Iba de uniforme, como siempre, con
una gabardina gris y larga, y caminaba con pasos largos, aunque sin correr.
Fue cuando, tras hacerle un gesto con una mano en alto, Nadia la vio y salió
corriendo en su dirección. En cuanto estuvo a pocos pasos, sin embargo, detuvo
su carrera, parándose antes de alcanzarla.
- Oh... - Definitivamente, Sarah no supo qué decir. Fuera como fuera, debían
separarse, así que seguramente la mejor opción era despedirse de aquella forma.
Ella misma se notaba incapaz de decir qué sentía por ella. Los acontecimientos
de la noche anterior, aún más por no haber dormido entretanto, le resultaban
difíciles de interpretar. Por fin tomó una decisión, y continuó. - Supongo que
tienes razón. Sólo me gustaría decirte que... que siento lo que has pasado. Ojalá
hubiera podido serte de ayuda.
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Viento Helado de Iggy
Sarah sintió una extraña calidez, y desde muy cerca le respondió: - Tú también,
Nadia. Ojalá te vaya todo muy bien.
Entonces ésta se inclinó aún más hacia ella y le dio un levísimo beso en los
labios. El tren ya arrancaba, pesado y lento pero a velocidad creciente, de modo
que Nadia la empujó, aupándola con sorprendente fuerza hasta la escalerilla.
Sarah se agarró al pasamanos evitando caer de vuelta al andén, viendo cómo se
alejaba de ella. Se quedó contemplando la alta y elegante figura hasta que
despareció, quieta y sin un gesto, entre el vapor del tren en marcha.
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Viento Helado de Iggy
PARTE 6
El taxi se detuvo frente a una de las casas de ladrillo, todas idénticas entre sí y
apiñadas a lo largo de la calle. Esta se veía casi desierta, pues era tarde. Pocas
farolas alumbraban la oscuridad creciente, aunque todo aquello era normal.
Sarah se apeó del taxi, mientras el conductor dejaba sus maletas sobre la acera.
Pagó y lo contempló alejarse, suspirando al comprobar que todavía le quedaba
un último esfuerzo: subir sus maletas por la corta escalera que daba a la puerta
de su casa.
El viaje había sido largo y fatigoso, y Sarah se sentía muy cansada. Hacía mucho
tiempo que no volvía por allí, y pese a ello no necesitaba encender las luces para
orientarse. Aquella había sido su casa durante mucho tiempo, desde que vivía en
Londres, y sentía la satisfacción de la vuelta al hogar. Un hogar algo vacío y
solitario, pero confortable y ajustado a ella como un viejo guante.
* * * * * * * * *
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Viento Helado de Iggy
No era de extrañar, se dijo sonriendo con ironía. Había crecido en una casa no
mucho más grande que aquella, en Manchester. Sin embargo, la tranquilidad
que se respiraba no la había disfrutado allí en ningún momento. Era la segunda
de nueve hermanos de familia de ascendencia irlandesa, y sus recuerdos de
infancia y adolescencia estaban llenos de bullicio, gritos, lloros de bebés y una
madre atareada y agobiada hasta lo imposible. Desde entonces, valoraba su
tranquilidad por encima de cualquier otra cosa. Hasta entonces, por encima de
la compañía de una pareja.
Al mediodía, aquel barrio del East End de Londres se veía mucho más animado.
Presentaba todo el bullicio de un barrio obrero, con los trabajadores almorzando
y las mujeres haciendo la compra o yendo y viniendo de sus ocupaciones. Sarah
torció el gesto cuando pasó ante un solar derruido. Una bomba volante alemana
había causado aquel destrozo, aunque al fin se veían andamios y trabajadores
dispuestos a reparar aquello.
Era triste, pero todo parecía haber vuelto a su cauce tras el fin de la guerra.
Sarah recordaba cuando, al pasar por allí, había saludado a las cuadrillas de
mujeres que durante la guerra se encargaban de reparar los peores desperfectos
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Viento Helado de Iggy
ocasionados por las bombas. Con casi todos los hombres en el ejército, las
mujeres habían ocupado sus lugares en todo tipo de trabajos, por duros y
"masculinos" que fuesen. Aquellas mujeres, improvisadas aunque eficaces
albañiles, la habían saludado con simpatía cuando, muy temprano, caminaba
hacia el trabajo y pasaba ante su andamio. Vestidas con sus monos y demás
arreos de albañilería, le habían sonreído al tiempo que calentaban sus manos
sobre sus tazas metálicas y sorbían su contenido, poco antes de empezar el
turno de trabajo.
* * * * * * * * *
El traqueteo del tren no le permitía escribir bien, aunque no era más que un
borrador. Lo que importaba no era la letra, desde luego, sino el contenido. Desde
luego, era lo que la preocupaba, impidiéndole concentrarse tanto o más que
aquel suave movimiento.
Se sentía como una miserable mientras detallaba sus conclusiones con el preciso
y algo pomposo lenguaje de los informes de inteligencia. La explosión de
emociones que había sufrido Nadia le había revelado mucho; de hecho, todo lo
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Viento Helado de Iggy
que necesitaba saber para coronar su misión con un éxito completo. Sin
embargo... sentía que aquello no estaba bien. Estaba traicionando una
confianza, una amistad... Quizás algo más que una amistad. Nunca había
pensado que distanciarse del objeto de sus investigaciones fuera a ser tan difícil.
Siempre había imaginado a los agentes enemigos como seres fríos e implacables.
No era que Nadia no pareciera fría e implacable la mayor parte de las veces. Pero
cuando has abrazado a alguien mientras llora sobre tu hombro... Aquello no
congeniaba con sus expectativas, desde luego.
Luego estaba aquella despedida, aquel beso... Sarah sabía que los rusos solían
saludarse de aquella forma. Además, no se podía decir que se hubiera tratado de
un beso apasionado, ni mucho menos. Lo más probable es que no hubiera nada
en ello. Aunque tenía que reconocer que para ella sí había significado algo. Podía
recordar la escena como a cámara lenta, Nadia acercándosele despacio,
sonriente, estrechándola entre sus brazos. Luego inclinando levemente la cara
para acercársele más... Ella se había quedado paralizada, sin saber hasta dónde
llegaría, cuando se encontró con que aquello ya había pasado, y se vio alzada
hasta el vagón, confusa y desorientada. Tanto como se sentía en aquel momento.
Todas aquellas reflexiones no la llevaban a ninguna parte, y con un esfuerzo
consciente decidió descartarlas.
Levantó la vista para ver pasar el paisaje de Alemania central. Con aquellos
prados punteados de vacas, minúsculas en la distancia, era difícil hacerse a la
idea de la destrucción y el horror que aquel país había vivido.
Volvió a bajar la vista, para encontrarse con sus notas garrapateadas en aquella
letra horrorosa. No podía escapar de ello, por más que lo quisiera. Informaría
acerca de todo lo que sabía, y después... ya veríamos.
Las palabras de Nadia le habían revelado que ya era agente, y no una agente
cualquiera, durante la primera mitad de los años 30. Debía ser muy joven por
aquel entonces, pero sin duda, tal y como ella había dicho, su origen nacional
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Viento Helado de Iggy
resultó muy útil para aquellas misiones. En consecuencia, por una pura
cuestión de antigüedad, ya debía tener el grado de coronel. Además, tal y como
sospechaba, se hallaba encuadrada en el servicio de espionaje exterior, como
demostraba aquella trágica misión alemana.
Al recordar este punto, Sarah volvió a levantar la vista de sus notas. Aquella era
una historia realmente triste. Se preguntó cómo se sentiría la soviética. Ella
nunca había estado enamorada hasta ese punto. La indiferencia había sido el
final de todas sus relaciones hasta el momento. Suspiró. Aquellas reflexiones no
la conducían a parte alguna.
Aunque sí que le sugerían otro problema. ¿Debería incluir lo que sabía acerca de
la homosexualidad de Nadia en su informe? En principio, aquello no tenía
trascendencia, era estrictamente personal. Pero Sarah conocía bien el gusto de
los analistas de inteligencia por detalles personales como aquellos, precisamente
aquellos. ¿Sería otra palanca de chantaje? Parecía que su orientación era bien
conocida por los soldados que la conocían. Sin embargo... Ya debía haberle sido
bastante complicada para Nadia su carrera, siendo mujer, para que además
tuviera que sumarle su condición de lesbiana. Sarah no se dejaba engañar por la
retórica progresista soviética. Conocía bien quiénes mandaban en la U.R.S.S. Los
mismos que en el resto del mundo: los hombres. Y la homosexualidad era tan
mal vista a un lado como al otro de la nueva línea que ya se perfilaba a través de
Europa. Sin embargo, también existía la hipocresía oficial en ambos lados, y era
posible que se hiciera la vista gorda en el caso de una agente valiosa como Nadia.
* * * * * * * * *
Sus notas estaban siendo pasadas a limpio. Sin embargo, su inmediato superior
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Viento Helado de Iggy
Sólo sonrió tras la última palabra, que Sarah recibió sin trasparentar el alivio
que sentía. Sin embargo, no por ello dejaba de darse cuenta del matiz que
encerraban sus palabras. No había esperado gran cosa de ella.
Ashcroft se volvió a rascar una patilla grisácea con un dedo largo y nudoso. Al fin
respondió:
- Uhm, bien... De momento quedará en reserva, puesto que, pese a todo, las
relaciones con los soviéticos son buenas y no haremos nada que pueda
estropearlas. Sin embargo... - En ese instante, su superior abandonó su aire
desorientado y le clavó una de sus no menos conocidas miradas suspicaces. -
Ese asunto pasará al departamento de Análisis, y quedará archivado, agente
Cosgrave. Por tanto, quedará fuera de su jurisdicción en Operaciones.
Aquello era una buena noticia. Quería decir que ella seguiría en Operaciones,
después de todo. Su traslado había sido provisional, y si sus logros no hubieran
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Viento Helado de Iggy
estado a la altura de lo esperado, bien podría haber sido transferida a otro lugar,
donde sus funciones sin duda no habrían pasado de ser una secretaria con otro
título. Sin embargo, Sarah deseaba estar al corriente de lo que ocurriera con
Nadia. Por lo tanto, y pese a la suspicacia demostrada por Ashcroft, prefirió
insistir.
- Sí, claro, pero como conocedora y contacto de esa agente, quizás debería estar
al tanto de cualquier novedad que pueda surgir...
- No deja de tener razón. Sin embargo... ¿Hay alguna razón para este interés en
particular?
Sarah sintió un leve rubor, que trató de alejar con un gesto desenvuelto. No
debía olvidar que Ashcroft no había sido siempre un burócrata aburrido. Había
estado en la guerra de España, y trabajado en Palestina y los Balcanes como
agente de campo. No se le podía menospreciar.
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Viento Helado de Iggy
* * * * * * * * *
Puesto que todavía no era la hora de salida de las fábricas, el tren se encontraba
vacío. Sarah regresaba a Londres mucho más animada de lo que había ido. Aquel
vetusto tren era casi tan familiar para ella como su casa. Lo había tomado todos
los días para dirigirse a los cuarteles generales de Bletchey Park, desde que
había ingresado en el espionaje.
La vuelta a casa supuso un anticlímax; no había nadie a quien contar sus éxitos.
Aunque jamás había tenido esa posibilidad, pues su trabajo no permitía las
confidencias. De hecho, sospechaba que a eso se debía el fracaso de todas sus
relaciones anteriores. Nunca había podido contarle a ninguno de sus
compañeros a qué se dedicaba realmente. Gajes del oficio; no debes
compadecerte de ti misma, se dijo. Tú misma has buscado este trabajo, así que
afróntalo.
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Viento Helado de Iggy
concluido de forma poco traumática, con la marcha de cada uno de ellos, sin
grandes dramas. Ahora estaba sola, y tampoco lo lamentaba, aunque a veces
resultara... resultara triste. Pero no se iba a compadecer de sí misma, desde
luego. Era todo lo que había querido ser siempre, así que se iba a animar, darse
una buena cena con un buen vino, y al día siguiente ya vería. Desde luego,
cumpliría la promesa que se había hecho a sí misma tiempo atrás; no permitiría
que nada ni nadie la convirtiera en lo que su madre había sido, una mujer
esclavizada por su familia, sus hijos y su marido, dedicada en cuerpo y alma a
una familia excesiva y absorbente. No. Aquello no era para ella.
* * * * * * * * *
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Viento Helado de Iggy
enlace con ellos. No se trataba de un puesto "caliente", desde luego, pero no todo
el trabajo dentro del espionaje lo era, aunque todo se podía considerar
importante.
Fue por tanto una época agradable e interesante, quizás no demasiado intensa,
pero suponía una consolidación en su trabajo en cualquier caso. Lisboa era una
hermosa ciudad, y podía disfrutar de ella en sus frecuentes visitas, durante las
que se alojaba en la embajada británica. Durante aquel tiempo, además, entabló
una relación con un joven y agradable funcionario del Ministerio de Cultura, al
que conoció durante su trabajo-tapadera. La relación se estiró durante algunos
meses, con los habituales problemas, y acabó como lo habían hecho las demás.
En esta ocasión, sin embargo y para sorpresa suya, fue él quien le puso fin. En
una despedida más triste que penosa, le reprochó a Sarah su falta de atención y
entusiasmo, antes de marcharse. "No piensas en mí, Sarah, no ya cuando
estamos separados, sino ni siquiera mientras estamos juntos", le había dicho, de
forma algo enigmática. En cualquier caso, se marchó como los demás, sin dar un
portazo, sin grandes reproches, sin pasión.
* * * * * * * * *
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Viento Helado de Iggy
influencia en Europa Oriental, y eso precisamente hacía, tal y como señaló ella
misma en cuanto se sintió lo bastante segura como para dar su opinión en medio
de toda aquella concurrencia de jefazos de alto nivel, todos hombres por cierto.
Sin embargo, la sucesión de elecciones fraudulentas y golpes de estado
provocaba fricciones y desconfianzas, lo que hizo que su postura fuera perdiendo
popularidad, no sólo en el MI6 sino entre la opinión pública, como los periódicos
demostraban día a día. Todavía más peligroso fue el estallido de la guerra civil
griega, a partir de 1947, entre monárquicos, apoyados por los angloamericanos,
y comunistas. La reunión que trató aquel asunto fue de las más tormentosas que
Sarah recordaba.
- Además, no nos podemos permitir perder Grecia. Tras ella caería Turquía,
Oriente... - remachó el joven segundo de Estrategia, defendiendo las ideas de su
jefe, que temía por todo.
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Viento Helado de Iggy
Hasta que al fin la crisis amenazó con desatarse. En marzo del 48 los delegados
soviéticos se retiraron de la comisión cuatripartita, en protesta por la decisión de
británicos y americanos de unificar sus respectivas zonas de ocupación, un paso
que según los soviéticos se encaminaba a la creación de una Alemania
Occidental enemiga de la U.R.S.S. El conflicto había estallado, y Sarah sabía que
era imposible mantenerse al margen, con Nadia como el eslabón más débil de
aquella cadena.
* * * * * * * * *
Aquel día prometía ser el colmo del nerviosismo. El día anterior se habían
producido hechos inquietantes. Mientras se dejaba llevar por el tren hacia su
destino, aquel viernes, Sarah leyó en el periódico las últimas noticias. La retirada
soviética de la comisión cuatripartita había desembocado en el enfrentamiento.
El problema se centraba en Berlín, y el día anterior el gobierno militar ruso había
anunciado la suspensión de todas las comunicaciones terrestres con los sectores
occidentales de la ciudad. Puesto que se hallaban rodeados de territorio
soviético, aquello equivalía a un bloqueo. Un desafío en toda regla.
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Viento Helado de Iggy
Ashcroft no convocaba a los agentes a menos que hubiera alguna novedad que
les afectara. Mientras las misiones fueran por el camino previsto, solía dejar un
amplio margen de maniobra. Siempre y cuando los informes fluyeran hacia su
despacho con tranquilizadora regularidad, desde luego.
Sarah sintió que la escueta frase le provocaba un inmediato aumento del ritmo
de su corazón. ¿Tendría el valor de hacer lo que había planeado, en caso de que
todo fuera como suponía? Bien, sea como sea habrá que ver primero, se dijo
poniéndose en pie y dirigiéndose hacia el despacho de Ashcroft.
Era curioso, pensó para sí misma. Sus sensaciones a medida que avanzaba por
el largo pasillo le resultaban familiares... Sí, era como cuando había recorrido un
pasillo similar para consultar la lista de admitidos en el servicio, cuando se
presentó para aquel trabajo, hacía ya tanto tiempo. Sentía las piernas flojas, el
corazón acelerado y una curiosa sensación de desplazamiento, como si las
paredes fluyeran a su lado por sí mismas. Estaba nerviosa, desde luego.
Se detuvo al llegar frente a la puerta en cuyo letrero ponía tan sólo "Ashcroft",
tratando de serenarse. Llamó dos veces y entró, algo demasiado deprisa, pues ya
estaba casi dentro cuando se oyó la voz de "adelante". Se detuvo ante la mesa,
con la expectación a flor de piel. Ashcroft tampoco parecía muy tranquilo.
Normalmente recibía a la gente con algo de esa flema inglesa suya, desviando su
atención hacia papeles u objetos sobre su mesa. En esta ocasión, sin embargo, la
miró fijamente y le indicó un asiento, lacónico a más no poder.
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Viento Helado de Iggy
- Excelente. ¿Eso es todo? - Sarah se puso en pie, lista para empezar a trabajar.
Ashcroft la volvió a mirar con intensidad. Tras unos instantes de silencio, al fin
dijo:
- Sí. Sin embargo... Bien, no todo el mundo estaba de acuerdo en que fuera
usted la más indicada para esta misión. No entraré en detalles, pero... Bueno, su
pasada relación con la agente Von Kahlenberg parece tanto una ventaja como un
posible inconveniente para su misión. Espero que se dé cuenta de la importancia
de esta.
- Desde luego. No les defraudaré. - respondió ella, sintiéndose algo asustada ante
su propio aplomo. Un nuevo gesto de Ashcroft le permitió darse la vuelta,
despidiéndose para salir al pasillo.
Al fin, sola en medio del largo corredor, se sintió mareada y se apoyó en la pared.
La guerra... Aquello podía significar la guerra. De lo que se trataba era de
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Viento Helado de Iggy
presionar a los soviéticos, tensionar la situación aún más. Para ello ella debería
retorcerle el brazo a Nadia, lo que podía ocasionar un nuevo incidente, si todo
salía mal. Y aunque saliera bien, sin duda la información que obtuviera se usaría
como prueba de las intenciones agresivas de los soviéticos. Conocía demasiado
bien el aire que se respiraba por el interior del servicio secreto. La máxima
prioridad era asegurarse el apoyo americano en caso de guerra, para lo que
tratarían de presentar la situación como todavía más complicada de lo que era.
Ella les serviría si duda a aquel propósito, con la involuntaria colaboración de
Nadia.
Una Tercera Guerra Mundial... En el mejor de los casos, la ganarían tras varios
años de lucha sin cuartel. Millones de muertos... Los americanos disponían del
arma atómica, y en una guerra abierta sin duda la usarían de nuevo. Los
soviéticos no la tenían, aunque se sabía que estaban en ello. Un nuevo incidente
podía encender la mecha de todo aquello. Sarah recobró la compostura poco a
poco. Su mirada se endureció, al tiempo que se decidía. Haría todo lo posible por
evitar que eso sucediese, incluso aunque pudiera parecer (qué demonios, aunque
lo fuera) una traición a su país y a su trabajo.
* * * * * * * * *
Todo el mundo se había marchado ya. Las oficinas estaban desiertas, las luces
apagadas. Sarah se movía sin necesitarlas, pues conocía bien los lugares por los
que se andaba. El sigilo era imprescindible, y por tanto caminaba despacio...
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Viento Helado de Iggy
tintineo de las llaves rompió levemente el silencio. Desde dentro era fácil, y no
tuvo más que salir a la calle para sentirse a salvo. Solamente entonces se dio
cuenta de lo asustada que había estado. Sin embargo ya estaba hecho, y no
podía volverse atrás. Se dirigió hacia la estación de tren, para volver a casa, con
una mirada decidida y obstinada en sus ojos. Había hecho lo mejor, se dijo
tratando de convencerse a sí misma.
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Viento Helado de Iggy
PARTE 7
- ¿Qué hace? ¡No se quede ahí, suba! - exclamó de forma estúpida el sujeto, al
tiempo que realizaba un gesto animándola a subir la escalerilla.
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Viento Helado de Iggy
Un banco metálico fue todo lo que obtuvo. El lugar era gélido y deprimente, lo
que no parecía afectar al capitán Gardner. Éste abrió la puerta de la cabina, al
tiempo que lanzaba un animado grito.
Dicho esto, le hizo un gesto con el pulgar en alto, tras lo que desapareció en el
interior de la cabina del piloto. Sarah sacudió la cabeza, asombrada ante la
confianza – o inconsciencia – del americano. Aquel iba a ser uno de los primeros
vuelos organizados por el presidente Truman en su desafío al bloqueo de Berlín.
La reacción de los soviéticos ante este contra-desafío era una incógnita. Podrían
denunciar la violación del espacio aéreo de Alemania oriental y proceder al
derribo de los aviones que llevaban suministros al sitiado Berlín occidental. Si
eso ocurría... Bien, sería la primera en enterarse, se dijo Sarah. Aunque también
sería la primera víctima de la Tercera Guerra Mundial.
Sarah creyó que iban a estrellarse, cuando de repente el ruido y los temblores se
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Viento Helado de Iggy
serenaron algo, sin desaparecer, al tiempo que sentía que el estómago trataba de
escapársele por la garganta. Simplemente, habían despegado.
* * * * * * * * *
En medio de aquel caos planificado, Sarah logró hacerse recoger por un jeep del
ejército americano, que la sacó del aeropuerto y la desembarcó junto al hotel que
tenía reservado. Las formalidades en la recepción se le hicieron tanto más largas
y penosas cuanto que ya era pasada la medianoche. Las tensiones del vuelo le
iban pasando factura mientras una desganada y adormilada recepcionista
tomaba nota de su reserva. Al fin quedó sola en su pequeña habitación,
dejándose caer sobre la cama con una intensa sensación de agotamiento. Pese a
ello, se obligó a descolgar el teléfono, solicitando un número que se había
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Viento Helado de Iggy
aprendido de memoria.
* * * * * * * * *
Berlín, de noche, era lo que parecía: una ciudad sitiada. Las casas, tanto las
intactas como las destruidas, se veían muertas y sin vida. Las farolas estaban
todas apagadas, para economizar el preciado combustible tanto como para no
dar ventajas al "enemigo". Y desde luego, toda la anterior historia de colaboración
con los soviéticos había pasado, dejando en su lugar esa ominosa palabra,
"enemigo". Sarah apenas había hablado con nadie, y sin embargo ya se había
empapado de esa nueva actitud. Los soldados ya no paseaban despreocupados,
sino que patrullaban alerta. Pudo ver a varios de esos pelotones, y tuvo que
identificarse ante ellos puesto que imperaba el toque de queda nocturno. De esta
forma, se aproximó con lentitud y cautela a su destino: Checkpoint Charlie. O
bien punto de control "C", en la terminología militar americana. Aquel lugar se
usaba con tanta frecuencia en los contactos entre la zona americana y la
soviética por una buena razón: era el único paso que salvaba un obstáculo
natural, el del río Spree que atravesaba la antigua capital germánica, lo que
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Viento Helado de Iggy
El río, lento y poco caudaloso, era cruzado por un pontón militar de hierro, con
casetas a ambos lados de la ribera. Sarah se aproximó a la que exhibía una
bandera con barras y estrellas, alegrándose de gozar al menos de algo de
iluminación. Allí, los focos militares atravesaban la lóbrega noche como si
quisieran atacar al oponente. Sin embargo, la luminosidad no era tanta, puesto
que del río surgía una fría niebla que atenuaba las luces, difuminándolas. La
humedad le provocó un escalofrío, tanto quizá como la palpable sensación de
peligro, aún más densa que la niebla.
Había pasado la mayor parte del día durmiendo, tratando de recuperarse del
horroroso viaje de la noche anterior. Por otra parte, no tenía nada que hacer
hasta entonces. Y el momento había llegado. Miró por enésima vez su reloj de
pulsera, extrayéndolo de su cálido refugio bajo la manga de su pesado abrigo, y
suspirando dio un paso adelante, identificándose de inmediato ante el firme y
varonil "quién va" del soldado en la garita.
Sarah apretó contra su pecho el portafolio que llevaba a aquella cita, como si su
contenido pudiera protegerla o al menos darle el valor que tanto necesitaba. De
cualquier forma, lo que contenía sería decisivo aquella noche, para bien o para
mal. Contaba con ello para lograr sus propósitos, aunque si fracasaba, aquello
sería sin duda su fin.
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Viento Helado de Iggy
- Nadia... - Por un instante, había olvidado qué era lo que la había traído hasta
aquel tétrico lugar. Entonces, de repente, fue muy consciente de lo que contenía
su portafolios y de sus objetivos. - Tengo que hablarte. Es muy importante.
Deberíamos ir a un lugar algo más discreto. - respondió apresuradamente en
alemán también.
El frío, tanto como las miradas clavadas a través de la niebla en sus respectivas
espaldas, no eran las mejores circunstancias para tratar aquello. Por su parte,
Nadia dudó, mirando a un lado y a otro, como si buscase un lugar mejor sin
hallarlo.
Sin más palabras, se volvió en redondo, regresando por donde había venido.
Sarah se apresuró tras ella, extrañada tanto por la actitud distante de la mujer
como por su extrema frialdad ante un asunto tan extraño como aquel. Le dio
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Viento Helado de Iggy
tiempo para ver cómo el soldado de la garita bajo la bandera roja se cuadraba
ante sus galones, que observó que ya eran de coronel. Allí, ante la evidente
autoridad de la soviética, las formalidades se esfumaron, y tuvo que apresurarse
a seguirla hacia un lugar que le pareció por completo a oscuras.
Sin embargo, en cuanto sus ojos se acostumbraron, pudo ver que tras la garita
se encontraban, a un lado, una serie de barracones militares, con sus interiores
apagados y negros tras sus pequeñas ventanas. Nadia se dirigió hacia la puerta
de uno de ellos, que traspuso sin detenerse.
Tuvo que esperar a que sus ojos se acostumbraran a la penumbra, tanto como a
que los latidos de su corazón se calmaran. Vio entonces el interior de un largo
barracón, con sendas hileras de camas a los lados de las paredes largas. Parecía
un cuartel abandonado o, de más siniestro significado, un hospital de campaña
todavía no utilizado.
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Viento Helado de Iggy
- Sí. Yo era una agente encargada de investigarte y, a ser posible, captarte para
el MI6.
- Hay una razón por la que te he traído el expediente original; para que te lo
quedes y lo destruyas. Es por eso que quería hablar contigo: para demostrarte
que ese expediente no debe ser un obstáculo. Tengo un plan para detener este
enfrentamiento antes de que llegue a más, y para eso necesito tu colaboración
leal, no obligándote a ello.
- Todo esto es muy extraño. Por una parte, podría decirte que no sé de qué me
hablas, y que todo esto no va conmigo. - Entonces hizo una pausa, como para
darle la oportunidad de meditar al respecto, antes de proseguir. - Sin embargo, lo
mejor será hablar claro. En primer lugar, ya imaginaba que tu ofrecimiento en
Nuremberg era un truco, y por tanto, que tú eras una agente del espionaje
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Viento Helado de Iggy
- Por otra parte, todo esto podría ser otra trampa, una muy rebuscada. Tú
estarías tratando de ganarte mi confianza, mientras en realidad guardas una
copia del expediente. No puedo comprobar que realmente hayas violado las
órdenes de tus superiores para traerme esto, como pareces insinuar.
- Nadia, yo... - Su réplica fue interrumpida con una mirada cortante y una suave
mano enguantada sobre su hombro.
- Espera. Todo eso en el fondo no importa. Lo que realmente importa es por qué
has hecho esto, y qué es lo que pretendes de mí. Cuando me lo digas, podré
hacerme una idea.
Sarah tomó aire, angustiada. Todo dependería de cómo fueran recibidas sus
siguientes palabras. Por eso mismo, le costó decidirse a pronunciarlas, pues
sabía lo que se jugaba, más incluso que su carrera o su vida. Sin embargo, al fin
reunió el coraje suficiente para soltar el aliento que había retenido, en forma de
palabras susurradas.
- Nadia... Necesito que me creas. Sé que esto - dijo señalando la carpeta en las
manos de la soviética - no me hará más creíble para ti, puesto que demuestra
que una vez te traicioné. Sin embargo, he creído que podría ser la mejor manera
de convencerte de mis intenciones. Puedes darte media vuelta y llevarte el
expediente contigo. Si te he sido sincera, quedarás libre de todo chantaje por
parte del MI6. Y si no lo fuera, no estarías ahora peor que antes. Así pues, sólo
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Viento Helado de Iggy
Había estado mirándola a los ojos, tratando de acechar en ellos una reacción,
una respuesta. Sin embargo, aquel azul era de hielo, impávido como una fiera al
acecho. Así, acabó por bajar la vista en el momento decisivo.
- ... a tu confianza para que creas en lo que te voy a decir. Creo que las dos
podemos colaborar para evitar el estallido de una guerra entre la U.R.S.S. y
Occidente. Las dos estamos en la situación ideal para ello, si colaboramos de
buena fe. A grandes rasgos, el plan es este: nos intercambiaremos documentos
falsos que demostrarán a nuestros superiores que la otra parte no quiere ir a la
guerra. Las dos podemos hacerlo, por nuestros conocimientos de inteligencia y
por nuestros contactos. - Sarah había levantado de nuevo la vista, deseando ver
en aquellos ojos una respuesta que no llegaba. Nadia se limitaba a mirarla con
intensidad, y tal vez con una expresión levemente irónica. Sería terrible si se
limitaba a encogerse de hombros y a reírse de su infantil idealismo. Todo, más
que todo, habría terminado.
Sarah frunció el cejo, extrañada. ¿Es que no había escuchado lo que le había
dicho? Iba a repetirle todo el plan, cuando comprendió el sentido de su pregunta.
Le estaba preguntando por sus razones personales para hacer todo aquello. No
sabía qué responder, cuando fue sacudida de nuevo, al tiempo que la soviética
insistía.
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Viento Helado de Iggy
- Dímelo. Quiero oírlo. Dime por qué te has metido en semejante lío.
- Porque... - se atragantó, recuperó la voz - ... porque me sentía mal por haberte
traicionado de aquella forma, y más cuando supe que habías caído en mi trampa
por... por las razones que lo hiciste. No quise perjudicarte y... - aquella mirada
exigía la verdad, no sólo parte de ella - ... y porque te quería. Y te quiero.
Sarah se halló al final de aquel largo beso sentada sobre uno de los camastros de
la fila. Nadia forcejeaba con los botones de su blusa. Estaba intentando...
Quería... Sarah comprendió que apenas podía respirar, su aliento salía pesado
por su boca abierta. Aquello iba muy deprisa... Sus manos subieron hasta su
blusa, donde se encontraron con las de Nadia, que seguía manoteando sobre sus
pechos y aquellos endiablados botones. No sabía muy bien qué pretendía, pero al
fin intentó ayudarla. Pese a ello, la torpeza de ambas aumentó su nerviosismo. Al
fin, los botones saltaron en todas direcciones, mientras se oía el sonido de la tela
al rasgarse. Quedaron paradas por un instante, hasta que sintió aquellas manos
sobre su piel. El contacto la electrizó, y se abandonó a sí misma, dejando que
Nadia terminara de desgarrar sus ropas, sintiendo una boca y lengua húmedas y
ansiosas sobre su piel desnuda.
No supo tampoco muy bien cómo logró Nadia deshacerse de su uniforme y botas,
pero al fin sintió la piel de ella sobre la suya. Sintió cómo le separaban las
piernas, y el peso de aquella mujer sobre su cuerpo. Comprendió entonces que
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Viento Helado de Iggy
había soñado con aquello, y que al fin estaba ocurriendo. Besos, caricias,
delicados mordiscos se sucedieron, hasta que una cálida lengua la recorrió de
arriba abajo, abajo, cuando se sintió ir...
Nadia sabía lo que hacía, y lo hizo varias veces, con tanta ansia como deleite,
hasta que Sarah sintió unas firmes manos sujetándola por la nuca. Éstas la
condujeron hasta unos pechos que besó y mordisqueó, y luego más abajo,
despacio...
* * * * * * * * *
Después de largo rato, las dos se relajaron la una junto a la otra, despiertas
aunque algo adormiladas por el calor compartido bajo la manta militar. Nadia la
había atraído a su lado, y ella se había recostado contra la curva entre su cuello
y pecho. Una voz algo ronca habló entonces desde una boca situada junto a su
sien.
- Sarah... Todo esto ha sido una locura. - dijo Nadia, en tono sin embargo
afectuoso.
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Viento Helado de Iggy
- Te lo prometo.
* * * * * * * * *
- Es del tamaño más pequeño que hay, aunque te quedará holgado. - le dijo,
tendiéndoselo junto a unas botas de goma. La mujer no parecía en absoluto
avergonzada ante lo sucedido, ni tan siquiera ante el destrozo que había
causado. Sarah suspiró, poniéndose el mono de una pieza, que en efecto le
quedaba muy ancho.
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Viento Helado de Iggy
- A partir de aquí ya debes seguir tú. - le dijo, en medio del puente de metal.
Sarah asintió, aliviada. Entonces la soviética dio media vuelta para volver por su
lado.
- ¿Qué ocurre?
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Viento Helado de Iggy
PARTE 8
Berlín era el mejor marco para una existencia vampírica como aquella. Las calles
estaban desiertas por el toque de queda, y lóbregas por la obligada oscuridad.
Además, el mismo espíritu de la ciudad parecía paralizado por el temor. El sitio
soviético era percibido por todos como una amenaza, y las pocas formas
humanas con las que se cruzaba en su camino se movían de manera furtiva, los
hombros hundidos y la cabeza gacha, escondida tras bufandas o alzados cuellos
de gabardina.
Sarah se encaminaba hacia su quinta cita en cinco noches con Nadia. Cada vez
se veían en un lugar distinto, salvo durante las dos primeras noches. Aquello
había sido impuesto por Nadia, que desconfiaba de todo. De alguna forma,
conocía la manera de infiltrarse en Berlín occidental, y aprovechaba aquello para
citar a Sarah en un lugar distinto cada vez. Sarah no le había preguntado; como
espía que era sabía que era mejor no conocer según qué cosas, y en todo caso no
más de lo necesario.
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Viento Helado de Iggy
Sin dudarlo, se metió tras ella. En la negrura aún mayor, sintió unos brazos que
la estrechaban, unos labios que besaban su frente, sus sienes, su boca. Como
siempre, se separaron, conteniéndose a duras penas, como un alambre tenso a
punto de romperse pero aún firme.
Un "click" dio paso a una luz amarilla e intolerable, que la hizo parpadear. La
estancia que reveló aquella luz no merecía tal honor: un lóbrego patio de
vecindad, sucio y abandonado, o eso parecía. Sin embargo, una figura encorvada
se dirigió hacia ellas. Se trataba de una anciana, que las miró apenas y les
susurró en alemán: "síganme".
La estancia en cuestión parecía casi acogedora, aunque sólo fuera por contraste
con el resto del edificio. Parecía llena de una luz cálida y una agradable
temperatura, proporcionada por un rojizo brasero. Sarah entró, mientras Nadia
le susurraba algo breve y conciso a la vieja. Esta asintió, les sonrió de una
manera extraña y les dijo "gute Nacht" con un cierto deje irónico, antes de
desaparecer cerrando de nuevo la puerta.
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Viento Helado de Iggy
- No... Creo que no. - respondió ella, mirándola de reojo. Dejó su propio
portafolios sobre la mesa y se sentó, provocando el chirrido de madera contra
madera producido por silla y suelo.
- Bien.
Como siempre, y sin necesidad de mencionar el tópico "el trabajo antes que el
placer", se enfrentaron las dos, manteniendo la mesa, los maletines y los
documentos entre ellas, como si fueran una necesaria barrera que las
contuviera.
Pese a las circunstancias, el trabajo era concienzudo, y con frecuencia les llevaba
largo rato. Traían informes y documentos preparados, falsificados por ellas
mismas. Los intercambiaban, discutían, descartaban algunos, se encargaban
otros para la próxima sesión. En esa ocasión, el debate las llevó hasta la cuestión
de los límites, la más delicada de todas las que trataban.
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Viento Helado de Iggy
- Está bien, de acuerdo. Por otra parte, en el MI6 tenemos algunos informes de
inteligencia sobre el presidente Truman. Parece que está siendo presionado. Y
mucho. Todo esto no hace más que alimentar el anticomunismo en EE.UU., y
además Truman tiene que hacerse perdonar su pasado en el equipo de Roosevelt.
Aquello pareció demasiado "revolucionario" a los ojos de muchos poderes
fácticos...
- Ajá, - asintió Nadia - así pues, tenemos que tranquilizar a Stalin y darle
coartadas a Truman. - Su mirada se hizo irónica, aunque también cariñosa, y
tendió una mano a través de la mesa, por encima de los desordenados papeles. -
¿No crees que estamos yendo demasiado lejos? Se diría que sólo nosotras
podemos salvar el mundo...
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Viento Helado de Iggy
- Tenemos que hacer algo. Conocemos los riesgos, y estamos en una situación en
la que podemos ayudar a evitar algo terrible. ¿No estás de acuerdo?
- Sí, Sarah. No pretendía negarlo. Pero todo esto parece un tanto megalomaníaco,
por no hablar de los riesgos.
- Lo sé... No podría... hacer nada de esto sin tenerte a mi lado, Nadia... Yo...
Como siempre, era Nadia quien tomaba la iniciativa. Sin soltarle la mano, rodeó
la mesa, y la alzó tirando de ella. Los papeles quedaron olvidados; ya estaba todo
hecho. En cuanto estuvo de pie, la atrajo hacia sí, la abrazó y besó. Sin saber
cómo, Sarah se encontró sentada al lado de Nadia, sobre la cama, mientras era
besada en labios, mejillas, sienes, cuello...
Esta vez sin embargo se revolvió. Dejarse hacer era estupendo, pero ya se sentía
lo bastante segura a su lado como para responder a las caricias, e incluso hacer
alguna cosa imprevista. Nadia se quedó sorprendida un instante, paralizada.
Entonces sonrió, una sonrisa pícara y deliciosa que Sarah sintió el deseo de
besar. Con las manos de ambas entrelazadas, la empujó hacia atrás entonces,
recostándose encima suyo, dominándola mientras ella se dejaba dominar.
Peleó con el rígido uniforme de coronel, los dorados botones que saltaban
rebeldes. La horrorosa y estandarizada ropa interior soviética fue apartada con
rápidos manotazos. Sarah pensó que tal vez debería regalarle a Nadia algo de
lencería, seda tal vez... Sin duda a su cuerpo le iba la seda negra, y no aquellas
prendas de grueso algodón color carne, sin forma ni suavidad. No perdió mucho
el tiempo con aquellos pensamientos, sin embargo. La satisfecha sonrisa de
Nadia exigía algo más de ella, y se concentró en dárselo. Acarició el interior de un
muslo con su propia mejilla, como una gata mimosa. Su lengua surgió como la
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Viento Helado de Iggy
* * * * * * * * *
- Mmmm... ¿despierta? - escuchó con la piel tanto como con los oídos.
- Sí... - entreabrió los ojos, comprobando que todavía era de noche, si bien un
leve resplandor grisáceo anunciaba la madrugada. Lenta y perezosamente, se
incorporaron y vistieron. El brasero estaba frío y apagado, el agua con la que se
salpicaron el cuerpo, helada.
Sintió que los brazos que la rodeaban se tensaban, tal vez tratando de
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Viento Helado de Iggy
transmitirle confianza. La sonrisa que vio ante ella pareció querer ir en la misma
dirección, hasta que se abrió para pronunciar una respuesta.
- Tú también.
Sarah besó levemente aquellos labios y escapó del abrazo, negándose a mirar
atrás. No quería provocar malos presagios con despedidas ni miradas anhelantes
por encima del hombro. Sin embargo, le costó no hacerlo, hasta que dio la vuelta
a la esquina y se internó en una ciudad que apenas se empezaba a desperezar.
* * * * * * * * *
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Viento Helado de Iggy
Dudó junto al teléfono durante un par de timbrazos más, hasta que lo descolgó
de repente, llevándose el auricular al oído.
Suspiró de nuevo, sintiendo las rodillas flojas. Se apoyó en la mesita del teléfono,
tratando de reflexionar. Después de todo, no era de extrañar, ya se lo había
figurado. Como en el caso de Nadia – esperaba que fuera realmente eso en el
caso de la soviética – su torrente de documentos de altísimo nivel habían llamado
la atención de las altas esferas. Se interesaban por todo ello y, lo que podía ser
desastroso, tal vez hubieran enviado a alguien de más alto nivel para hacerse
caso del asunto, supervisándola o, lo que aún sería peor, reemplazándola.
Se vistió con parsimonia, sin ganas. En una hora el tal Rumsfeld se reuniría con
ella de manera discreta en el vestíbulo del hotel. Aquella cita era sumamente
inquietante, y no le apetecía acudir a ella en lo más mínimo. Más que en ningún
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Viento Helado de Iggy
momento antes, echó de menos tener a Nadia a su lado. No para consultarla; ella
se apañaba bien solita en su profesión. Lo que necesitaba de ella era su
presencia, su apoyo, la seguridad que sentía estando a su lado. La misma que
echaba en falta ahora.
* * * * * * * * *
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Viento Helado de Iggy
a la calle, como si así la cosa fuera a parecer más natural. El tipo sonrió por lo
bajo, se volvió a tocar el ala del sombrero con la otra mano y la miró.
- Bien, bien... - Su mirada parecía apreciativa; desde luego iba dirigida cada vez
más hacia abajo. - Me alegro de conocerla, Sarah... De conocer a una leyenda
reciente. Puede llamarme Don, parecerá más natural. ¿Paseamos?
La frase código recibida por teléfono le indicaba que aquel sujeto era su superior
y que debía ponerse a sus órdenes, pero no sabía de cuán arriba venía. No
parecía joven ni viejo; en todo caso debería tratarlo con cuidado, por si acaso.
Sus palabras resultaban extrañas, tan inquietantes como halagadoras, y no
tenía muy claro cómo responder. Tiró por el camino de menor compromiso.
- Muy bien. Pero sonría... - dijo él, mirando a su alrededor con desconfianza y
volviendo a pasear junto a ella. - Como le decía, sus informes han llamado la
atención. Perdone que le sea brutalmente sincero, pero nadie esperaba de usted
resultados tan espectaculares.
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Viento Helado de Iggy
La excusa tenía una cierta base reglamentaria. Una misión abierta permitía
algunos recursos discrecionales para el agente, eludiendo incluso un control que,
caso de caer en malas manos, podía suponer un riesgo para el agente. Sarah
sonrió con cierta satisfacción, sintiendo que el aplomo volvía a ella.
- Bien. - asintió, decidida a no dejarse llevar por el pánico. - Dudo que sea
necesario, pero supongo que ya está decidido.
- Oh, sí. - sonrió él. - Se hará discretamente, desde luego. Bien, eso es todo. Me
pondré en contacto con usted por los métodos habituales si resulta necesario.
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Viento Helado de Iggy
- Hasta pronto, cariño. - le dijo, llevando una mano al ala del sombrero, tras lo
que dio media vuelta y se alejó.
* * * * * * * * *
Eran pasadas las once de la noche. Esta vez no se había puesto sus habituales
faldas ni zapatos de tacón. No iba a salir por la puerta principal, desde luego.
Había tenido tiempo suficiente para investigar la zona del hotel reservada a los
empleados, y había encontrado lo que necesitaba. El montacargas la llevaba,
lento pero discreto a aquellas horas, hasta el sótano. Una vez allí, una trampilla
daba a la parte trasera del hotel, y a la calle.
Conocía los métodos de los agentes que la vigilaban lo suficiente como para
engañarles de manera tan sencilla. Sin embargo, aquella manera furtiva de
moverse, el peligro de ser descubierta, el mirar por encima de hombro y al otro
lado de las esquinas... era estimulante. Pese a la mitología del espía, pocas veces
se sentía la adrenalina en las venas de aquella forma. Y cuando lo hacía, la
sensación era maravillosa. Bueno, tal vez no maravillosa, pero sin duda
estimulante. Sarah sonrió, su dentadura brillando en la oscuridad al tiempo que
se agazapaba tras un cubo de basura. Poco más en ella podía brillar, puesto que
llevaba pantalones y jersey oscuros y zapatos planos de suela de goma. Si
conseguía alejarse del hotel sin que nadie la viera, podría caminar de forma
razonablemente confiada.
Pese a ello, ni se confió ni relajó una vez se hubo internado en la ciudad sin
novedades. La sensación de peligro continuaba, y no sólo eso. También había
otro miedo. Nadia había ido a Moscú, y bien podía... no volver. Ella conocía las
frecuentes purgas que se sucedían en el espionaje soviético, atenazado por el
carácter desconfiado y paranoico de Stalin. Además, si tenían un infiltrado en el
MI6 – lo que no sería de extrañar, se dijo – tal vez supieran que su agente estaba
colaborando con ella después de todo. No se hacía ilusiones sobre la sinceridad
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Viento Helado de Iggy
de Rumsfeld. Bien podría saber más de lo que le dijo, y la vigilancia que ahora
eludía estar relacionada con la desaparición del informe de Nadia. El peligro de
que la soviética no volviera de Moscú era muy real, desde luego. Sin embargo, su
mente rechazó la idea, aunque no así su corazón. Este continuaba acelerado, y
mucho, casi hasta hacerse doloroso en su alocado latir. Además, en contra de
toda lógica, cuanto más se alejaba del hotel, y por tanto más segura debía
sentirse, más atenazada por el miedo estaba.
Una vez hubo llegado al punto de cita, prefirió quedarse algo lejos de la única
farola. Considerando las circunstancias, mejor sería agazaparse en la oscuridad,
no muy lejos, y observar. En cuanto Nadia llegase – si lo hacía, le dijeron sus
miedos – la vería acercarse al amarillo círculo de luminosidad.
Miró el reloj, orientándolo de modo que la poca luz iluminase la esfera. Había
pasado un minuto desde la última vez que lo había observado. Maldición. Debía
controlar su nerviosismo, o cometería errores. Aún quedaban diez minutos para
la hora convenida.
Toda aquella situación la había obligado a reflexionar, algo que se había estado
prohibiendo inconscientemente a sí misma durante todo aquel tiempo. La
pregunta clave, en la que ya había quedado encallada varias veces, era: ¿Qué
futuro tenían ella y Nadia? Aquella crisis acabaría antes o después, más pronto
que tarde sobre todo a causa de sus esfuerzos por resolverla. Las noticias eran
buenas, la tensión se había relajado considerablemente. Aunque el bloqueo
continuaba, se había establecido una especie de equilibrio, y los soviéticos
toleraban el puente aéreo, como si no fuera con ellos la cosa. Así pues, era muy
posible que un día u otro levantasen el inútil bloqueo, una vez que consiguieran
una compensación con la que salvar la cara. Ella misma, en su cartera, llevaba
documentos que podrían servir para llegar a aquel punto. Y entonces... Entonces
tanto Nadia como ella ya no tendrían nada que hacer en Berlín. Cada una
volvería por donde había venido, y todo acabaría entre ellas.
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Viento Helado de Iggy
La sonrisa de Nadia fue lo siguiente que vio, al tiempo que ésta abría sus brazos
para recibirla. Se estrelló contra ella, haciéndola tambalearse un poco en su
ímpetu.
- Eh, ehh... Hola, hola. - dijo la soviética, quizás algo sorprendida por su
efusividad, aunque con la sonrisa pintándose en su voz. Además, Sarah sintió
que la estrechaba con fuerza contra su pecho, y ella se refugió en aquel seno
cálido y acogedor, que alejaba todos los temores.
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Viento Helado de Iggy
Ésta sólo asintió, sus fríos ojos hermosamente cálidos, y pasando un brazo en
torno a sus hombros la condujo en silencio por la oscura calle.
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Viento Helado de Iggy
PARTE 9
Tras un recorrido inusualmente largo, Sarah fue guiada con firmeza aunque sin
explicaciones hasta un edificio de aspecto señorial, barroco y burgués, aunque
tan abandonado y triste como el resto de casas y pensiones sencillas que hasta
entonces habían albergado sus furtivos encuentros.
En aquella ocasión nadie salió a su encuentro, sino que Nadia sacó un manojo
de llaves y abrió el gran portón de madera labrada. Entraron, pudiendo
comprobar que el lugar estaba tan oscuro y abandonado como los demás. La
casa, sin embargo, parecía haber sido lujosa en su tiempo, aunque ahora el
polvo se acumulaba en los escalones de la señorial escalera que subieron. Sarah
se revolvió en el abrazo que la guiaba, notando la tensión en su amante.
- Shh, calla, ahora lo verás. -le cortó la soviética, dejando relumbrar su sonrisa
de blancos dientes en la penumbra.
Abrió entonces una pesada puerta, que dejó pasar una luz oscilante aunque
intensa. En cuanto sus ojos se acostumbraron a ella, Sarah vio una amplia
estancia de sorprendente decoración. Esta vez no se trataba de destartaladas
camas de hierro ni de mesas de madera envejecida. Era un hermoso salón,
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Viento Helado de Iggy
- Lo que te mereces, por una vez y sin que sirva de precedente. -contestó la
morena con la misma sonrisa, dejando caer su abrigo al suelo e inclinándose
hacia ella. Sarah extendió sus brazos hasta su cuello, besando y dejándose
besar. Durante un largo instante, olvidó todos sus temores y tensiones, incluso
dejó de pensar a qué se debería todo aquello, y dejó que el tiempo se paralizara
en torno a la boca de su amante.
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Viento Helado de Iggy
dejarse hacer, abandonarse a las expertas caricias de Nadia con los ojos
entrecerrados y con suaves murmullos provenientes de su garganta como única
respuesta.
Sintió, casi sin ver, que ahora ella se había arrodillado y le estaba bajando los
ajustados pantalones, de nuevo despacio, de nuevo acariciándola donde sabía
que obtendría su respuesta. Sintió desfallecer sus rodillas, y abrió los ojos,
desorientada. El tiempo parecía haberse dilatado de alguna forma, y se encontró
con que Nadia ya se había desnudado sola. Se apoyó en su hombro para no caer,
algo decepcionada por no haber podido desvestirla ella misma. Pero la hermosa
mujer se alzó entonces, sosteniéndola en sus brazos. La miró a los ojos con
intensidad, y así Sarah perdió ya toda noción de sus pensamientos, tanto como
de lugar y de tiempo.
Abrió sus ojos poco a poco, sonriente a la vez que soñolienta. Se encontró, como
esperaba, con aquellos otros, tan azules, fijos en ella a corta distancia. Sin
embargo, le sorprendió ver en ellos una expresión tristísima, que desapareció tan
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Viento Helado de Iggy
- Mmmm, sigue, cariño, sigue... -le susurró su amor con un débil ronroneo, con
sus hermosos ojos muy abiertos. -Me gustas tanto... He querido dártelo todo,
todo lo que deseas, por una vez...
Sus caricias, cada vez más rudas, como sabía que a la soviética le gustaban, la
hicieron callar. En su lugar, los murmullos felinos acariciaron sus oídos. Sarah
se concentró entonces en la apabullante tarea de hacer gozar a la morena. Sus
esfuerzos encontraron la recompensa de varios besos y mordiscos, hasta que
sintió aquel cuerpo derrumbarse lentamente entre sus brazos.
Al fin las dos se relajaron, recostándose ambas una al lado de la otra. Nadia pasó
un brazo en torno a sus hombros, y por un rato quedaron en silencio,
contemplando los fascinantes movimientos de las llamitas de las velas.
- Hay algo que tenemos que hablar. -dijo entonces la morena de repente. Su voz,
con un tono repentinamente serio, inundó el corazón de Sarah con un súbita
inquietud. Incapaz por un instante de articular palabra, fue Nadia la que
prosiguió tras un breve aunque intenso instante de silencio.- Tengo que
reconocer que tu plan no era tan absurdo como parecía en principio. -Nadia
parecía estar escogiendo con cuidado sus palabras. Sarah prefirió dejarla
proseguir, expectante por dónde iría a parar.- De hecho, ha tenido un éxito
impresionante. He averiguado cosas muy interesantes en mi viaje a Moscú.
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Viento Helado de Iggy
- Pues... -la pausa se hizo evidente, tanto como el esfuerzo de la morena por
encontrar las palabras.- ... que todo ha sido un éxito. Había planes... planes para
provocar la guerra antes de que los americanos estuvieran preparados. Sin
embargo, tus documentos han convencido al alto mando, y ya no creen que se
esté preparando una agresión contra la U.R.S.S.
- Sí... lo es. -la mano sobre el hombro de Sarah se tensó, al tiempo que la mirada
de Nadia reflejaba un incongruente dolor.- El éxito ha sido tan completo que he
recibido órdenes de cerrar la operación. Se considera que de continuar podría
descubrirse todo y estallar un incidente...
- Sí, eso es. Mi misión aquí ha terminado. Me han encargado que acabe mis
asuntos y vuelva en dos días.
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Viento Helado de Iggy
- Pero... -sintió un escozor en los ojos. Los apretó para evitar las lágrimas,
consiguiéndolo apenas.- Pero no esperaba que fuese así, tan de repente.
Esperaba pasar más tiempo contigo, esperaba... No sé qué esperaba...
- Ha estado bien, Sarah, pero las dos sabíamos que no duraría. Sé razonable. Lo
hemos pasado bien, y...
Nadia hizo lo mismo, si bien su amante no se dignó mirarla, sino que se mantuvo
sentada y cabizbaja.
- Sarah... -Ésta seguía sin alzar la vista, pese a que le puso una mano sobre el
hombro.- No te lo tomes así, por favor.
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Viento Helado de Iggy
- No. No te he dicho que no haya significado nada para mí. Ha sido maravilloso.
Pero sabía que terminaría, más pronto que tarde, y me he protegido a mí misma.
Sin embargo... jamás te olvidaré.
Sarah sintió que las lágrimas escapaban al fin a su control, desbordando todo
intento de reprimirlas.
Sintió que la abrazaban, la atraían hacia un pecho cubierto por suave seda, y allí
se abandonó y lloró a gusto, al tiempo que Nadia la acariciaba.
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Viento Helado de Iggy
hallaba.
- Cómo se llamaba?
- Sally... Sally O'Connally... Era irlandesa, como yo, y... Su voz se quebró de
nuevo, y sintió que Nadia la llevaba hasta la amplia y lujosa cama dispuesta
cerca. Se sentía muy cansada, y agradecida también en cuanto notó que la
acostaban. Notó también que secaban su cuerpo con enérgicas friegas de una
toalla, y en cuanto un cálido y seco cuerpo se juntó al suyo bajo las sábanas, su
conciencia la abandonó, agradecida por el descanso tras tanta tensión.
* * * * * * * * *
Despertó sintiéndose muy bien, cuando de repente recordó y se sintió muy mal.
Seguía bajo las sábanas, aferrada a Nadia como una lapa, con desesperación. En
consecuencia, su despertar provocó el de su amante, que se revolvió ligeramente
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Viento Helado de Iggy
entre sus brazos. El salón estaba a oscuras, cerrado y con las velas extinguidas.
Un crujido dio paso a una lanza de intolerable luz, que le hizo llevarse sus
manos a los ojos.
- Vaya, gracias. -La sonrisa de Nadia dejaba claro que estaba de broma.
- Ya lo sé, -la interrumpió ella acercándosele.- y yo siento también que tenga que
acabar.
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Viento Helado de Iggy
- Ehh, vamos... Pensé que nunca más le diría esto a nadie, pero te quiero, rubita.
La expresión de Nadia era inescrutable. Fue sólo su voz al hablar lo que denotó
tristeza.
- Claro que no. Pero piensa, cariño... ¿Crees que soy la única lesbiana en la
U.R.S.S.? En todo caso, soy una de las pocas de nosotras que ha alcanzado una
situación destacada. ¿Y qué crees que significaría para todas, si yo desertara? Ya
es bastante difícil ser mujer allí, para encima... En definitiva, nos toleran, pero
poco más. Y las traicionaría a todas ellas, a las que conozco y a las que no, si
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Viento Helado de Iggy
diera ese paso. Ellas pagarían muy caro mi paso. Es imposible, amor.
Sarah bajó la vista de nuevo. Jamás se le había ocurrido pensar en ello. Era
cierto, sin duda. Su última esperanza se desvaneció. Qué tonta había sido.
Normalmente no se le escapaban esa clase de razonamientos. Esta vez, sin
embargo, su corazón había nublado su mente.
Ni ella misma sabía por qué había hecho aquella repentina pregunta. Le había
salido de dentro, de repente, sin pensar, pero quería saber si se parecía tanto a
ella. El dolor en la mirada de la soviética le reveló que sabía a qué se refería. Se
apartó, buscando en su abandonado uniforme del que extrajo una gastada
cartera. La abrió, y de dentro de su más recóndito pliegue le mostró una
fotografía.
La desventurada Anja había sido, sin duda, elegante. La foto era de cuerpo
entero, y no era fácil decidir si se le parecía mucho. En blanco y negro, sólo se
podía decir que era muy rubia, delgada y muy hermosa. Más que ella, se dijo.
Al fin, si por ella hubiera sido, jamás habrían salido de aquella lujosa habitación.
Aquel lugar que, aún antes de abandonarlo, sabía que iba a añorar. Después de
lavarse y vestirse, alargaron la mañana en lo posible, demorándose con un
desayuno frío. Pero el momento llegó, y puesto que ya era de día, concluyeron
que lo mejor era marchar separadas, como acordaron en breves susurros. Así
pues, se encontró junto a la puerta en brazos de su amada. Sarah sería quien
saldría primero, dejando atrás a Nadia. Sabía que debía contarle lo de Rumsfeld
y la vigilancia, pero puesto que ya no se iban a volver a ver, el asunto dejaba de
ser relevante. Prefirió concentrarse en sus ojos, su boca, y en los besos y
susurros incoherentes que compartieron. No se juraron amor eterno, pero
tampoco se dijeron adiós. Incluso reconocieron que, tal vez, ojalá, algún día,
volverían a verse.
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* * * * * * * * *
- Buenos días, señorita Cosgrave. Espero que haya pasado buena noche.
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PARTE 10
El mensaje apenas era más expresivo que su portador, que tras un gesto hacia
su gorra desapareció en la niebla como una visión. Sarah no pudo evitar un
temblor en las manos mientras rasgaba con dedos nerviosos el sobre sin
destinatario ni remite. Con escuetas palabras se le comunicaba que disponía de
una semana de vacaciones, tras las que debía presentarse ante su superior. Ni
una palabra acerca de sus éxitos en Berlín, ni tampoco sobre la vigilancia a la
que la había sometido ese malparido de Rumsfeld. Nada.
Bueno, al menos no la habían arrestado nada más pisar tierra. Iban a dejarla
cocerse en su propia salsa, por lo visto. No se podía descartar que la fueran a
expulsar, por violación del código interno de la casa. Relaciones con agente
enemigo, ese era el artículo, pleno de sobreentendidos, que había infringido. Sin
embargo, ese código no solía aplicarse jamás. No convenía dejar suelta y
cabreada a una agente que conocía tanto del MI6. Lo normal era, o bien echar
tierra sobre el asunto, o... se podían fabricar acusaciones por traición que dieran
con sus huesos en la cárcel. A esa alternativa se enfrentaba. Y la iban a tener
una semana pendiente de ese hilo.
Aunque tal vez estén todavía decidiendo qué hacer con ella, pensó en el interior
del taxi que la conducía a casa. El coche se detuvo con un siniestro crujido, y al
levantar la vista comprendió que había llegado.
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Viento Helado de Iggy
era media tarde, pero se sentía exhausta. No hizo sino desvestirse y acostarse,
tras lo que se halló a sí misma tumbada boca arriba en la oscuridad de su
dormitorio, pero incapaz de cerrar sus ojos. Estaba demasiado nerviosa como
para dormir.
* * * * * * * * *
Para una espía como ella, dar con el paradero de una persona de la que conocía
el nombre no debía presentar el menor problema, se dijo a la mañana siguiente,
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Viento Helado de Iggy
- Sí... Sí... Muy bien, muchas gracias. - dijo tan sólo. Como era de esperar, la
búsqueda había sido sencilla. Sally vivía en Birmingham, con una dirección y un
número de teléfono a su nombre. Ahora, ¿qué hacer? Si cogía el tren, llegaría allí
a media tarde. Sin embargo, no parecía una buena idea presentarse así, por las
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Viento Helado de Iggy
buenas... Qué demonios, se dijo Sarah. Ya era hora de hacer algo impulsivo por
una vez. Había sentido el impulso de saber qué había sido de ella, y lo mejor
sería seguir siendo impulsiva. Había pasado mucho tiempo y sin duda sería un
reencuentro agradable. Las dos eran ya adultas.
* * * * * * * * *
Varias horas de tren después, y mientras caminaba por las calles de un barrio
obrero de Birmingham, tan similar al suyo propio, Sarah sintió que su
determinación flaqueaba. ¿Qué había ido a hacer allí? Sobre todo, ¿qué le iba a
decir a Sally, después de tanto tiempo, de aquella despedida que no fue tal? Sus
pasos se demoraron solos, dubitativos. Tal vez debía analizar qué impulso la
había llevado hasta allí.
Dudó de nuevo ante la puerta, una puerta estrecha que al final de una corta
escalera daba a una casita encajonada entre muchas más, idénticas. Parecía un
hogar modesto aunque arreglado y limpio, con macetas ante las ventanas. Sin
duda la pequeña Sally había crecido, se había casado y hasta criaba un buen
puñado de hermosos hijos. Hijos parecidos a ella... Sarah la recordó entonces, de
cuando habían sido dos adolescentes uniformadas, controladas por las aquellas
monjas severas. Sally había sido una muchacha sonrosada como una manzana,
llena como ellas de jugos y vida, y también de alegría. Pese a ello, o tal vez a
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Viento Helado de Iggy
causa de eso mismo, también una joven soñadora, romántica y con un curioso
deje de tristeza. Había sido esa combinación lo que la había atraído hacia ella.
Parecía necesitar ser abrazada, tan tierna y vulnerable parecía. Y la había
abrazado, y besado y dicho cosas que sólo una adolescente, inconsciente de los
avatares que depara la vida, podía decir. Aquello quedaba ya muy lejos.
Llamaría, saludaría y se marcharía con su conciencia tranquila.
Entonces otra mujer, más baja y vestida con unos pantalones holgados y camisa
blanca con los puños sueltos se acercó por el pasillo. Tampoco le pareció ella,
hasta que vio su sonrisa, todavía la misma, y su rebelde pelo rojo, ahora más
corto.
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Viento Helado de Iggy
vano de la puerta, cerrándole el paso. En ese momento no hacía otra cosa que
mirarla de reojo, con aspecto algo suspicaz. En eso se fijaba cuando, tras
musitar un quedo "sí, soy yo", sintió el impacto de un fuerte y decidido abrazo.
- ¡No me lo puedo creer! ¡Sarah! ¡Después de tanto tiempo! ¿De verdad eres tú?
- Sí, yo soy, Sally... - sonrió, algo tímida todavía. - Ha sido mucho, mucho
tiempo, pero he querido saber qué fue de ti, y ya ves, he tenido la osadía de venir
sin avisar ni nada...
Las tres fueron hasta la cocina, un lugar cálido y acogedor aunque pequeño y
modesto. Se sentaron a una pequeña mesa, salvo la tercera mujer, que sin
preguntar se puso a preparar un té.
- Es Chris. - dijo Sally por toda presentación. La aludida apenas hizo un gesto en
dirección a ambas, como si la cosa no fuera con ella. La expresión de Sarah
debió parecer interrogadora, porque añadió: - Estamos juntas.
Entonces las dos mujeres intercambiaron una significativa sonrisa, que aclaró
todo lo que había que aclarar. Sarah no pudo evitar una cierta sensación de
sorpresa. Así que después de todo Sally, la pequeña y vulnerable Sally, no se
había dejado torcer...
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Viento Helado de Iggy
- Oh bueno, me hice periodista. - Era una lástima no poder ser sincera en eso,
pero no tenía más remedio que usar su tapadera. Su propia familia tampoco
sabía a qué se dedicaba en realidad. - Es un buen trabajo.
- Aquí os dejo esto. - Chris posó con una cierta brusquedad la bandeja con el té,
las tazas y el azúcar entre ellas. Se volvió hacia Sally, dándole la espalda. - Me
voy al Ryan’s. Te espero. No tardes.
- Muy bien, iré enseguida. - contestó Sally sin tanta sequedad. - Hasta ahora,
cariño.
- Oh. - Sin saber qué responder, optó al fin por la cortesía. - No tiene
importancia. Soy yo quien debe disculparse por presentarme aquí sin avisar
antes. Supongo que una ex-novia de tu pareja, apareciendo de repente, puede
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Viento Helado de Iggy
Tampoco logró concluir la frase, sintiéndose cada vez más confusa. ¿A qué había
ido allí?
- Ya veo. No te preocupes. Lo que pasó, pasó, y no hay razón para que te sientas
incómoda. - Sally extendió su mano sobre la mesa, acercándola a la suya, pero
sin tocarla, como en una muda invitación.
- No... Lo cierto es que creo que he venido para ver qué había sido de tu vida, y
compararla con la mía. No hubo nadie... ninguna otra quiero decir, después de
que nos separaran... hasta ahora...
- Yo... - Maldición, apenas iba a poder darle detalles; casi todo era secreto. - Sí,
he conocido a una mujer... Me he enamorado, quiero decir. Por... por razones de
trabajo - eso era del todo cierto - nos hemos tenido que separar. La hecho mucho
de menos, y no sé...
Aquella frase también quedó inconclusa. No tenía muy claro qué quería de Sally
en aquel momento.
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Viento Helado de Iggy
Al fin, ya tarde, decidió que ya había tenido bastante. De alguna forma, había
encontrado lo que fue a buscar. Sally insistió en que las acompañara en el pub,
pero ella rechazó firmemente el ofrecimiento. Ya había abusado bastante de la
confianza y paciencia de Chris.
* * * * * * * * *
Extrañada, abrió la puerta para ver si quien la había echado al buzón estaba aún
por allí. Nada, la calle estaba desierta. Incapaz de superar el suspense, rasgó el
inmaculado sobre asomada a la húmeda mañana. Tras echarle apenas un
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Viento Helado de Iggy
"Cariño, te envío esto por medio de un amigo. Al final te daré algunos detalles,
pese a que me temo que no podré ser demasiado explícita. Aunque al despedirnos
en Berlín supuse que no íbamos a poder seguir en contacto, lo cierto es que, como
ves, he encontrado la forma. Ahora mismo no querría agobiarte, pues conozco algo
de tus actuales dificultades. Más adelante tendrás noticias mías más claras.
Perdóname por no poder expresarme ahora con toda la claridad que mereces.
En segundo lugar debo comentar algo de tus presentes dificultades, de las que
algo sé. Sin duda debes estar pasando por difíciles momentos, y me gustaría estar
a tu lado para darte mi apoyo. Me consta que tu situación profesional y tu carrera
misma se halla ante un difícil momento... Aunque no conozco todos los detalles ni
qué va a ocurrir, confío en que todo salga bien. Pronto sabrás a qué me refiero. Si
es así, en breve tendrás noticias mías. Hasta entonces, no me queda más que
despedirme de ti con un beso,
Nadia".
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Viento Helado de Iggy
* * * * * * * * *
Durante el resto de la semana apenas pudo controlar sus nervios. Cumplió con
lo que Nadia le solicitara, y se abstuvo de vigilar si algún desconocido se
acercaba al buzón de su puerta a depositar una carta sin franqueo. A duras
penas logró ceñirse a ello; sin embargo se lanzaba todas las mañanas, muy
temprano, a abrir su buzón. No recibió más cartas. A todo ello se añadía la
incertidumbre provocada por aquella decisiva entrevista que la esperaba al
reincorporarse al trabajo.
Habría deseado poder dar una respuesta a Nadia, contarle sus inquietudes, su
visita a Sally, sus dudas, sus resoluciones, cuánto la añoraba. Tampoco podía
ceder a aquello.
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Viento Helado de Iggy
mitigar con largos paseos por los parques londinenses. Por su cabeza pasaban
todo tipo de especulaciones: ¿A qué se debía la reserva de Nadia en su carta?
¿Cómo se había puesto en contacto? ¿Se trataría de un empleado de la embajada
soviética? Pero entonces, ¿a qué tanto misterio sobre su identidad?
Su dudas no harían otra cosa que ponerla aún más nerviosa. Debía concentrarse
en lo práctico, y de ello, lo más importante sin duda sería el infame de Rumsfeld.
Esa rata... Sarah sintió que perdía su autocontrol al pensar en él. Sin duda
habría elaborado un informe sobre sus relaciones con Nadia. ¿Qué respondería
ante semejantes acusaciones? Su mejor estrategia era el éxito, sin duda. Había
hecho cosas inadecuadas, de acuerdo, pero había logrado valiosísimos informes.
No sería la primera agente que se acostaba con el enemigo para conseguir sus
propósitos... Sarah no pudo evitar una sonrisa ante aquella imagen suya de
Mata-Hari lésbica. No conseguía componer una imagen suya de taimada
seductora de agentes enemigas, extrayéndoles información gracias a sus
encantos... Aquello le resultaba ridículo incluso a sí misma, o tal vez sobre todo a
sí misma. Difícilmente funcionaria. La idea borró la sonrisa de su rostro. El
informe de Rumsfeld podría ser el final de su carrera, si no de algo peor.
Definitivamente, no sabía qué hacer.
* * * * * * * * *
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Viento Helado de Iggy
muchas explicaciones. Primero, las acusaciones que ese cerdo de Rumsfeld sin
duda habría hecho llegar en su informe. Luego, más complicado aún, la
desaparición del informe de Nadia, que sin duda ya debería haber sido
descubierto. Tenía algunos argumentos que aportar en el primer caso, pero el
segundo era muy grave. El éxito parecía ser ahí su única coartada. Había
cometido un gravísimo delito contra la seguridad, y el resultado había sido un
enorme éxito para el servicio y para el país. ¿Sería suficiente? En todo caso,
sentía un persistente temblor en sus rodillas, que apenas logró controlar.
Se concentró en una, mirándola a ella por encima del papel, como a hurtadillas.
Musitó un "uhmm", como indeciso, hasta que le clavó una dura mirada.
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Viento Helado de Iggy
Mientras decía estas palabras, Sarah no pudo evitar que imágenes de aquellas
"relaciones" pasaran por su mente. Nadia... La necesitaba tanto a su lado, sobre
todo ahora, dándole esa confianza y seguridad que ella siempre le aportaba... Por
otra parte, no quiso recurrir a la línea de defensa de los éxitos logrados. Aquella
última bala la necesitaría en cuanto Ashcroft volviera su atención hacia el
segundo informe. Además, si tenía que caer, al menos caería con dignidad.
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Viento Helado de Iggy
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Viento Helado de Iggy
PARTE 11
"Sarah, mi amor," decía la carta, "espero que cuando leas esto todo haya salido
bien. Debo pedirte disculpas por haberte hecho pasar tan mal rato. Pero no sabía
si mis planes podrían llevarse a cabo o no. De todas formas, si esta carta llega a
tus manos querrá decir que mi amigo ha tenido éxito, y que mi plan ha salido
como esperaba."
"Es él quien me ha ayudado y ha hecho posible todo esto. Por razones que no se
te escaparán, debo pedirte que ni informes sobre él ni trates de desenmascararlo
por tu cuenta. Parece que aquí pueden entrar en conflicto tu conciencia y tu
deber. Sin embargo, estoy segura que harás lo correcto. Nada en sus actividades
te afecta, y teniendo en cuenta cómo has sabido de su existencia, bien puedes
pasarlo por alto."
"Te echo tanto de menos. Tus besos y tus caricias las deseo cada día, mi amor.
Ojalá podamos vernos pronto, y aunque no sea así, seguirás en mis
pensamientos y deseos."
"Te amo,"
"Nadia"
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Viento Helado de Iggy
Volvió adentro, más despacio. Aquella, la del "amigo", era la parte más
inquietante de lo que Nadia le había contado. Un espía soviético infiltrado en el
mismo núcleo de la contrainteligencia británica. Uno con capacidad para
cambiar informes, reemplazarlos y quién sabía qué más. Uno... al menos.
* * * * * * * * *
Las cartas de Nadia no se hicieron menos frecuentes con el tiempo, pese a lo que
Sarah había supuesto. La inquietud que le provocaba aquella extraña situación
aumentó, sin embargo. Sólo ella conocía una infiltración soviética en el núcleo de
los servicios secretos, y nada podía hacer al respecto. La situación le provocaba
dudas e insomnio, aumentados por la espera entre una carta y otra, tan
deseadas.
Todo aquello debería haberla animado a romper aquella turbia relación. Sin
embargo... Las cartas la mantenían con vida. No se observaba en ellas la menor
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Viento Helado de Iggy
En todo ello tuvo parte Sarah, y sus méritos la hicieron ascender de forma
meteórica. Las dudas provocadas por su relación con Nadia quedaron sepultadas
bajo un expediente lleno de éxitos y menciones honoríficas. Tan discretos los
honores como siempre, pero con la solidez del trabajo bien hecho. Y llegado el
momento, su relación con Nadia se convirtió en un insospechado activo para sus
superiores, cuando la mayor crisis de la posguerra llenó de inquietud los pasillos
del servicio secreto.
* * * * * * * * *
El despacho de Ashcroft había mejorado mucho en todo aquel tiempo. Tres años
de mejoras presupuestarias para el espionaje habían sustituido las sillas de
madera por cómodas butacas tapizadas de cuero. Sarah se sentó sobre el
confortable asiento, posando sus manos sobre los apoyabrazos, también en
cuero, apreciado la diferencia como si la disfrutara por vez primera. Todo había
mejorado, incluida su posición en el servicio. Todo, menos las posibilidades de
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Viento Helado de Iggy
volver a ver a Nadia. De forma casi insensible, durante aquellos frenéticos tres
años un telón de acero había caído sobre Europa, tal como denunciara Churchill
en el Parlamento. Un telón de acero que la había separado de Nadia. Ya sólo el
helado viento del este que soplaba aquel gélido invierno las unía ahora. Y sin
embargo, la vida seguía, por no mencionar a su jefe, que le estaba hablando.
Sarah salió de su ensimismamiento para seguir sus palabras.
- ... como sabe, la situación en Moscú es cada vez más inestable. Los informes...
- Sí, eso, Von Kahlenberg... - Ashcroft desvió la mirada, cada vez más incómodo.
- Vamos a enviar a Moscú a todo aquel agente que pueda ser capaz de enterarse
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Viento Helado de Iggy
de algo, lo que sea, y uhm, por el procedimiento que sea. El gobierno quiere estar
informado acerca de la salud de Stalin y los posibles sucesores, su planes,
etcétera.
Sarah sintió que su corazón se aceleraba. Con todos sus circunloquios, Ashcroft
le estaba diciendo que iba a volver a ver a Nadia. Y que su misión sería sacarle
información... Debían estar realmente desesperados en las altas esferas para
enviarla a una misión semejante. Después de todo, una relación tan "especial"
como la que ella tenía con Nadia se consideraba más un peligro para la
seguridad que una ventaja, pensó Sarah, con su cinismo profesional puesto al
máximo. Magnífico si así era, se dijo, mientras Ashcroft le explicaba los detalles.
Sarah apenas podía mantenerse sentada; sus dedos tamborileaban sobre los
apoyabrazos, su sonrisa mostraba sus deseos de partir cuanto antes.
* * * * * * * * *
Todo aquello había saltado por los aires el día anterior. Por fin, los rumores se
habían confirmado, y la muerte de Stalin se había anunciado públicamente en
Moscú. Hacía ya una semana que se le daba por muerto, y sin duda así había
sido, aunque el anuncio se había demorado hasta entonces. Las dudas sobre la
sucesión seguían sin aclararse, sin embargo, y la misión por tanto resultaba aún
más urgente.
Apenas había habido tiempo para buscarle una tapadera, y se había echado
mano de su antigua personalidad como periodista de la agencia Reuters. No era
mala solución, sin embargo. El avión hacia Moscú estaba atestado de periodistas
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Viento Helado de Iggy
acreditados para el gran funeral de Estado. Sarah miró a la gente en torno a ella,
preguntándose cuántos de todos serían verdaderos periodistas.
Tenía sobre su regazo una carpeta, de aspecto inocente, pero cuyo contenido
debía destruir antes de llegar a Moscú, de hecho mejor antes de la escala técnica
en Berlín. Era una dispar colección de informes de inteligencia sobre la posible
sucesión. Sarah ya los había leído, pero les dio un último repaso. Casi todos
apuntaban a lo mismo: el candidato número uno era Lavrenti Beria. El jefe del
espionaje, el jefe último de Nadia por tanto, disponía de todos los triunfos. En un
régimen tan oscurantista como el soviético, sólo él disponía de la información y el
poder necesarios para hacerse con el puesto. Ex-ministro del interior,
vicepresidente del Consejo de Ministros, había acumulado poder a manos llenas.
Las atribuciones de su servicio de inteligencia, el NKVD, le permitían arrestar a
miembros del partido, procesarlos el secreto y ejecutarlos del mismo modo, cosa
que se había hecho en el pasado. Su capacidad de intimidación dentro de las
estructuras del poder soviético eran indudables. Todos los informes coincidían
en ello.
Sin embargo, en aquella carpeta había un informe que, aunque coincidía en todo
ello, discrepaba en lo fundamental. Se trataba de un pequeño análisis de un
agente de la CIA, obtenido gracias a la habitual colaboración con los americanos.
El informe llamaba la atención acerca de una posible conjura de todos los
miembros del partido atemorizados por el enorme poder acumulado por Beria.
Aunque sin mucha convicción, apuntaba a la posibilidad de una gran coalición
contra el todopoderoso jefe de los servicios secretos. Incluso arriesgaba la
hipótesis de que esa coalición cristalizara en torno a un oscuro y desconocido ex-
ministro de agricultura, un tal Nikita Khruschev. El informe había sido
descartado y sus conclusiones dadas por ridículas. Sin duda sólo por un error
debido a la precipitación había sido incluido en aquella carpeta.
* * * * * * * * *
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Viento Helado de Iggy
La llegada a Moscú tuvo algo de festiva para el pasaje del avión. La primavera
parecía haberse adelantado, y el sol brillaba alegre en un cielo despejado,
aunque frío. Sarah parpadeó, embutida en su abrigo largo hasta los tobillos. Se
sentía desorientada, en una misión sin objetivos claros ni plan establecido. Sin
embargo, su corazón latía con fuerza. Volver a ver a Nadia, tras tanto tiempo, era
una perspectiva tan alegre como inquietante. Y sin embargo, no estaba claro
cómo iba a ponerse en contacto con ella.
* * * * * * * * *
De nuevo, el tiempo era excelente, como correspondía para un día tan señalado.
Los rumores más ridículos entre la prensa occidental decían que los soviéticos
podían diseñar el clima según les conviniera para la ocasión. Y el funeral de
Stalin iba a ser un acontecimiento grandioso; por las calles de Moscú se vivía un
inquieto y nervioso ajetreo. La Plaza Roja había sido habilitada para un desfile
imponente, muestra del poderío soviético incluso – o más bien sobre todo – en
aquellos momentos de inquietud. Los periodistas habían sido destinados a una
inmensa gradería levantada en el extremo opuesto al muro del Kremlin. Frente a
ellos, las autoridades más destacadas ocupaban el balcón de honor en la lejanía.
Las especulaciones acerca de sus ocupantes provocaban un animado murmullo
entre la legión de periodistas congregados a su alrededor. Todos coincidían en lo
mismo: la destacada posición de Beria en aquel selecto grupo.
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Viento Helado de Iggy
Sarah se preguntó, no por primera vez, cómo contactar con ella. Allí estaba, tan
cerca y sin embargo tan lejos. De repente, como un solo hombre – pues hombres
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Viento Helado de Iggy
eran todos los que rodeaban a Nadia – la fila de militares que observaba hicieron
el saludo militar. Sarah alzó su vista de los prismáticos y allí, por la Plaza Roja,
sobre un armón de artillería tirado por un tanque, desfilaba el féretro. En medio
de aquella escena histórica, sintiendo una repentina inquietud, sintió que una
época terminaba.
* * * * * * * * *
Tras muchas dudas, Sarah llegó a una conclusión: puesto que había usado una
tapadera bastante vieja, Nadia debía haberse enterado de su llegada. Por tanto,
su única posibilidad de ponerse en contacto con ella consistía en dejarle a ella la
iniciativa. Jugaba en su terreno, y sería ella la que tendría más capacidad de
acción. Lo mejor que podía hacer era ponérselo fácil. En consecuencia, y pese a
lo poco que le apetecía, decidió que lo mejor era dejarse ver en un lugar obvio y
público, en el que su asistencia estuviera anunciada previamente. Por tanto,
había aceptado la invitación a una recepción en la embajada suiza, aquella
misma noche tras el funeral. Era un lugar habitual para encuentros casuales
entre occidentales y soviéticos, dada la condición neutral de Suiza. Eso por no
mencionar que aquellas recepciones eran un interesante acontecimiento social
para el cuerpo diplomático acreditado en Moscú.
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Viento Helado de Iggy
PARTE 12
El coche la dejó ante unas puertas dignas de un palacio más que de una
embajada, y el interior tampoco desmerecía la comparación. Aquellos suizos
rentabilizaban su neutralidad, por lo visto. La gran sala relucía de dorados,
arañas de cristal y candelabros. Por lo visto, una cuidadosamente controlada
relajación del luto oficial había permitido la presencia de una orquesta, situada
sobre una plataforma al fondo de la sala. El lugar se hallaba semiabarrotado de
elegantes hombres en esmoquin, junto a damas vestidas con tanta o mayor
elegancia que la suya colgadas de sus brazos. Las joyas competían con el brillo
de los dorados que enmarcaban enormes cuadros y grandes espejos barrocos. El
luto se manifestaba apenas en el bajo volumen del murmullo de las
conversaciones, lo suave de la música de la orquesta y en las bandas negras
alrededor de los brazos izquierdos de los escasos militares soviéticos presentes.
Por lo demás, el ambiente era relajado, formal y levemente animado junto a la
espectacular mesa del buffet frío.
En ese instante, varios oficiales se abrieron paso a través del gentío junto a las
puertas. El grupo parecía serio, y hasta intimidante, a juzgar por cómo les abrían
paso los civiles. Sarah se volvió, y sí, allí, entre aquel grupo con sus altas gorras
de plato con galones dorados, estaba ella. Miraba hacia los lados, como
buscando a un asistente que al fin se materializó a su lado. Le entregó a éste su
gorra, después se sacó lentamente los guantes y se los tendió, murmurando
alguna orden. Sólo entonces alzó la vista, con la que recorrió la sala de un
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Viento Helado de Iggy
Nadia, sin embargo, seguía seria. Por alguna razón, la orquesta se había
arrancado con un vals, y al menos a Sarah le pareció que ahora tocaban más
alto. Tal vez era la sangre que fluía más deprisa en sus venas. El latir de su
corazón se aceleró aún más cuando Nadia, sin abandonar su expresión
imperturbable, clavó en ella la vista y cruzó, recta como una flecha, la gran sala
en su dirección.
Sarah sentía que el corazón se le iba a salir por la boca, que si Nadia no la
sujetara con tanta fuerza se derrumbaría, se derretiría sobre el pulido suelo.
Pensó, como en una ráfaga, que aquella exhibición era de lo más imprudente,
pero ni aún así se resistió ni impidió que la llevara. Nadia tenía sus ojos clavados
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Viento Helado de Iggy
Después de lo que pareció una eternidad, y cuando los giros y las luces
empezaban a marearla, Nadia la condujo hasta el buffet, donde el mundo se
detuvo de repente. Pudo comprobar entonces que, siguiendo su ejemplo, algunas
otras parejas se habían lanzado a la pista. Para su sorpresa, apenas nadie se
fijaba ya en ellas.
- Nadia... -Habría querido decirle que aquello había sido una locura. Aunque
también lo mucho que la había echado de menos, el buen aspecto que tenía... Al
final, todo se agolpó en su mente, de forma que nada más logró decir.
De alguna forma acabaron las dos en una sala pequeña y vacía. Antes de poder
darse cuenta de que estaban realmente solas, Nadia ya la había rodeado con sus
brazos y la estaba besando. Sarah se abandonó a aquel beso tanto como lo había
hecho a la guía de sus brazos en el baile.
- Nadia... -susurró de nuevo, abrazada a ella. Esta vez logró proseguir.- Al fin. Te
he echado tanto de menos... -entonces recobró el sentido común y dio un vistazo
alrededor. - ¿Cómo se te ha ocurrido hacer eso? - la abofeteó ligeramente en el
hombro, simulando exasperación.- ¿Estás loca? ¡Nos ha visto todo el mundo!
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Viento Helado de Iggy
- No te preocupes por eso. Ha sido un baile inocente. No será la primera vez que
dos chicas bailan juntas... -su sonrisa se hizo entonces más pícara.
- Nadia... ¡Nadia! -Ella tenía ambas manos sobre sus pechos, y el escote, sin
mangas ni tirantes, corría serio peligro de caer. Logró detenerla apenas con una
mano ante ella.- No me destroces otra vez el vestido. -sonrió con picardía.- No
sabría qué explicar en la embajada si volviera con un mono de soldado raso del
Ejército Rojo otra vez...
- Muy recientes. No hubo ocasión para que te lo contara... Por cierto, debo
pedirte disculpas. Seguro que todo el operativo que monté para estar en contacto
contigo te ocasionó algún problema...
- Oh, yo... no te preocupes. Me gustó mucho poder leer tus cartas, aunque...
- Sí, me habría gustado poder leer las tuyas. Sin embargo, no podía poner en
peligro a nuestros hombres allí.
La espía profesional en el interior de Sarah no pudo pasar por alto aquel plural,
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Viento Helado de Iggy
Un nuevo beso dio paso a otro abrazo que corría el peligro de descontrolarse de
nuevo. Lograron separarse a duras penas.
- No podemos vernos aquí. -Sarah fue muy consciente de a qué se refería Nadia
con aquel eufemismo, "vernos". Sonrió. Al menos volvería a la embajada con el
vestido entero, por lo que parecía.- Mañana enviaré a alguien a la embajada
británica. Ahora... es mejor que nos separemos.
- Está bien. -le dio un ligero beso sobre los labios.- Será mejor que volvamos a la
sala. Separadas. - sonrió, alejándose de ella pese a que una fuerza parecía
retenerla. Pese a todo, lo logró.
* * * * * * * * *
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Viento Helado de Iggy
imprescindible abrigo largo y salió. El coche era enorme, negro y de aspecto tan
imponente como oficial. A su lado se hallaba un sargento, que se cuadró, le abrió
la puerta y la saludó como si ella fuera un mariscal. Nada de todo aquello
contribuyó a despejar sus nervios.
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Viento Helado de Iggy
Sarah contempló de nuevo la casa, con más interés al no haber ninguna otra
cosa en qué fijarse. Era una curiosa combinación de estilos rústicos y modernos.
Techo bajo de pizarra, muros de ladrillo, amplios ventanales que iban del techo
al suelo. De una chimenea surgía un débil hilo de humo.
Nadia iba vestida de forma similar a ella misma. Una falda negra, larga justo
hasta debajo de las rodillas, un jersey gris de cuello alto, muy ajustado. Se la
veía hermosísima.
Antes de darse cuenta estaba entre sus brazos. El jersey era de cachemir, cálido
y suave, y Sarah estaba apretando su mejilla contra él, mientras sentía las
caricias y los besos de Nadia sobre su frente y pelo, sus fuertes brazos alrededor
suyo. Ese abrazo la llevó hacia adentro, y entonces se separaron.
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Viento Helado de Iggy
- Oh... sabes que no era eso lo que me importaba... -Sarah sintió que se
ruborizaba un poco, a su pesar, también recordando.
- Lo sé. Sin embargo, ahora... -dejó la frase colgando, mientras hacía un amplio
gesto de invitación hacia la sala.
Sarah se sentó sobre el sofá. Nadia, sin embargo, lo hizo a sus pies, usando el
sofá como respaldo. En la mesita frente a ellas había una botella de Dom
Perignon, en un cubo metálico de aspecto incongruentemente militar. Además, lo
que parecía una pequeña cantidad de caviar descansaba en un lecho con más
hielo, junto a una cucharita de plata.
- Esto es excesivo, Nadia. -dijo Sarah, señalando hacia la mesita.- ¿Qué ha sido
del igualitarismo proletario? -le preguntó, con ligera sorna.
Tuvo que inclinarse hacia delante para aceptar su ofrecimiento, para lo cual
Nadia se apoyó en sus rodillas. El intenso y salado aroma invadió el paladar de
Sarah, cuando escuchó con una ligera sorpresa el golpe del tapón del champán.
Le estaba ya ofreciendo una copa, tras lo que se sirvió la suya. Brindaron en
silencio, devorándose con la mirada. Sarah no pudo evitar pensar que iba a ser
la mejor ocasión de su vida.
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Viento Helado de Iggy
Casi sin darse cuenta, se había deslizado hasta el suelo desde el sofá, y Nadia la
estaba abrazando y besando con pasión. Se separaron un instante, dispuestas a
quitarse la ropa de una forma u otra. Sin embargo, Sarah logró reunir el aliento
necesario para detener aquello por un instante.
- Nadia, yo... -quería decirle muchas cosas, preguntas, dudas, todo lo que no
había podido contarle en aquel tiempo. Nadia ya le había alzado a medias el
jersey, al tiempo que recorría su vientre hacia arriba con sus labios. Sin embargo
se detuvo y alzó la vista.
- ¿Sí?
- Olvídalo... -dijo ella, dejándose devorar por el tan aplazado deseo. La atrajo de
nuevo hacia sí.
Se dejó arrastrar hacia abajo, deslizándose del todo del sofá a la mullida
alfombra de pieles. Alzó sus brazos cuando Nadia le hubo levantado el jersey
hasta la barbilla. Tras un breve instante a oscuras, se vio liberada de él. A partir
de entonces, con dedos ansiosos aunque civilizados, se fueron quitando la ropa
la una a la otra. Había una mezcla de urgencia y parsimonia en sus
movimientos, como si hubieran esperado mucho tiempo para aquello pero
tuvieran mucho más por delante.
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Viento Helado de Iggy
Abrió los ojos al sentir a Nadia separarle los muslos. Ella estaba tumbada,
exhausta, pero Nadia se encontraba erguida de rodillas ante sus pies. Le había
abierto las piernas, y se le acercaba entre ellas.
Colocó entonces una rodilla entre sus muslos, al tiempo que los alzaba un poco,
atrayéndola hacia sí. Alzó una pierna, rodeando con ella una de las suyas. La
atrajo entonces con más firmeza, con fuerza. La sujetó por las caderas y empezó
a mover las suyas adelante y atrás. Sarah se encontró al poco haciendo lo
mismo, casi sin habérselo propuesto. Sintió que se aproximaba de nuevo, poco a
poco, y cerró los ojos arqueando su espalda, en un gesto reflejo.
- ¡Mírame! Quiero ver tus ojos... -escuchó de repente. Nadia seguía igual de seria,
su mirada la taladraba, aunque era evidente que estaba también muy próxima al
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Viento Helado de Iggy
Sarah se levantó tras un largo rato gozando tan sólo de la tibieza de sus cuerpos
sobre las pieles, mirando en torno suyo. Sus ropas se hallaban dispersas todo
alrededor, como si hubiera sido una explosión la que se las hubiera arrancado.
Nadia estaba echada de lado, medio sumergida entre las mullidas pieles. Tenía
apoyado un brazo en ángulo sobre el suelo, cuya mano sujetaba su cabeza. La
contemplaba directamente, con una media sonrisa.
- ¡Nadia! -exclamó. Le habría lanzado algo en respuesta, pero lo único que tenía a
mano era un pesado cenicero. Lo descartó, no sin considerarlo por unos
instantes.- ¡Estoy desnuda! -insistió, en cambio.
La obviedad no hizo mella en Nadia, desde luego. En cambio, frunció sus labios,
al tiempo que giraba sus pupilas hacia arriba, en una parodia de concentración.
- Mmm... ahora mismo no se me ocurre ninguna razón por la que prefiera que
estés vestida en vez de desnuda, la verdad...
- ¡Nadia! -repitió ella, riendo sin embargo. Al fin renunció, marchando con toda la
dignidad que pudo reunir a la búsqueda de un cuarto de baño.
* * * * * * * * *
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Viento Helado de Iggy
No había encontrado bata ni albornoz, aunque por un rato una toalla había
hecho su función. Ahora yacía junto al desperdigado conjunto de ropas. Ella
había renunciado a su protección para sustituirla por la de los brazos de Nadia.
Se estaba de maravilla allí, su cabeza reclinada sobre el pecho de ella, sintiendo
su firme brazo en torno a su cuello, atrayéndola, cuidándola.
Sarah trazó ociosos círculos sobre la piel del firme vientre de Nadia. Aquel
parecía un excelente momento para hablar.
- Seguro que traes aquí a muchas chicas. -Su corta exploración de aquella dacha
le había proporcionado algunas pistas de a qué se dedicaba: una nevera limpia y
vacía, una cocina apenas usada, ausencia total de fotos o recuerdos personales.
- ¿Mmm? - Ahora que había alzado la vista hacia ella, pudo comprobar que
Nadia había tenido los ojos cerrados. Tan sólo había abierto uno, con el que la
miraba extrañada y algo somnolienta.- Oh, no... -ahora le sonrió, apretando su
brazo en torno a su cuello.- No había estado aquí nunca. Es una dacha para
visitantes ocasionales, no mi picadero, cariño.
- ¿Seguro? Aunque no tienes que darme ninguna explicación, ¿eh? Tres años son
muchos para estar sola, y tú no pareces la clase de mujer que hace voto de
castidad...
La repentina risa de Nadia la sacudió también a ella, estando como estaba casi
encima suyo. Cuando el terremoto se calmó, Nadia respondió, todavía entre
accesos de risa.
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Viento Helado de Iggy
- Bien, bien, cualquiera que me conozca mejor que tú habría dicho lo mismo, es
cierto. Sin embargo... no ha habido nadie. Como dices, no tengo por qué decirte
una cosa ni otra, pero así ha sido, lo creas o no. Es difícil estar con alguien
cuando estás siempre pensando en otra persona...
- Nadia, hay otra cosa... -no tenía muy claro cómo enfocar aquello.- Bien, yo...
Bueno, la verdad es que me han enviado a sonsacarte...
- ¿Ah, sí? Muy bien, adelante... sedúceme. Sonsácame todos mis secretos. Estoy
a merced de tus encantos...
Su actitud no era irónica, no del todo, se dijo Sarah. Juguetona, en todo caso.
Así pues, decidió seguirle el juego.
- Mmm, bien... -la besó en el cuello, despacio, al tiempo que murmuraba.- Exijo
que me cuentes todo lo que sepas sobre la sucesión de Stalin... o dejaré de hacer
esto...
Sus caricias no eran como para hacer confesar a un culpable, aunque sintió que
la respiración de la mujer a su lado se agitaba algo.
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Viento Helado de Iggy
hermosa... Todo el mundo lo sabe, amor. Nuestro gran jefazo, Beria, será el
sucesor. No hay vuelta de hoja. Eso lo saben hasta en los servicios secretos
franceses. Puede que nombre a algún testaferro al principio, pero controla la
situación. Te lo aseguro. Si es por eso, ya puedes volver a tu país... aunque no
antes de acabar lo que traes entre manos, mmm...
Sarah la besó entonces en los labios. Sin embargo, al apartarse de ella le habló
de nuevo.
- ¿Estás segura? Hay algunos indicios... nada claro, pero... hay algunos detalles
que me preocupan, Nadia.
Nadia frunció el ceño por toda respuesta. Esta vez sí parecía algo confusa.
- Quiero decir... lo de Beria es seguro, dices. Sin duda, al ser tu jefe máximo, eso
te beneficiaría. Pero, ¿y si no ocurre como esperáis? ¿Y si Beria no...?
- No hay ninguna razón para que te preocupes, Sarah. Todo está bien.
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Viento Helado de Iggy
PARTE 13
El mismo automóvil, con el mismo chofer, tan serio y marcial como siempre, la
dejó de vuelta en la embajada. Ya era noche cerrada, aunque todavía era
temprano. El frío y la ausencia dejada por Nadia la habían preocupado. Aunque
tal vez hubiera algo más.
* * * * * * * * *
Lo hizo, sin embargo. Aunque ni mucho ni bien. Nadia le había prometido que se
pondría en contacto con ella de nuevo tan pronto como pudiera. Aquello no era
decir nada, pero no le hizo ningún reproche. Era mejor que se concentrara en
sus obligaciones. Si no se equivocaba en sus inquietudes, Nadia debería estar
bien alerta y dedicada a sus propios asuntos.
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Viento Helado de Iggy
noche anterior. Junto a un código identificativo –el mismo que había al pie del
informe del avión– un mensaje decía tan sólo: "Gorki Park, entrada, 1200, hoy"
Apenas le quedaban un par de horas para llegar allí. Por fortuna ya estaba lista,
pues había querido estar preparada por si llegaban noticias de Nadia. Se
pertrechó con el habitual abrigo largo, el típico gorro ruso, que esperaba
resultara discreto, y su bolso. Sólo con eso fue al encuentro de un agente de la
CIA cuyo nombre y aspecto desconocía del todo.
El taxi la dejó justo frente a la enorme entrada con columnas del parque Gorki.
Echó un vistazo a un lado y otro. Había caído una ligera llovizna, y el mármol del
suelo brillaba lustroso a la grisácea luz. Pese a que animados grupos de
personas entraban y salían del parque, nadie parecía fijarse en ella. Miró su
reloj; las doce y cinco. Cada vez más inquieta, buscó el refugio de las enormes
columnas del pórtico ante la amenaza de una nueva llovizna y el ya presente
viento.
- Hola, esto... -pese a las novelas, los espías no tenían la costumbre de llamarse
por ningún número de código.
- No se preocupe. Alan estará bien. -sonrió él, mostrando sus dientes. Era un
hombre delgado y joven, de aspecto anodino. Le hacía quizás un aire a Frank
Sinatra, sobre todo cuando sonreía. Iba vestido con lo que los americanos
entendían por elegancia: un entallado traje gris y sombrero del mismo color.
Llevaba un ejemplar del Pravda doblado en una mano, y un cigarrillo encendido
en la otra.
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Viento Helado de Iggy
conocía un nombre de pila, que tal vez ni siquiera fuera el suyo auténtico, y un
código que no llevaba a ninguna parte. La relación entre americanos y británicos
ya no era tan equilibrada como había sido.
- Vayamos a un café al aire libre. Parece un día desapacible, pero los moscovitas
lo encuentran primaveral, así que no llamaremos la atención. -la tomó del brazo,
al tiempo que lanzaba el cigarrillo al suelo sin fijarse en él.
El día despejaba, y unos rayos de sol filtrándose a través de las nubes animaron
la escena. Pese a que la había llevado del brazo muy pegado a ella, como
queriendo pasar por una pareja, él no se sentó a su lado, sino enfrente suyo. Ahí
sonrió otra vez y encendió un nuevo cigarrillo.
Ella adoptó su mejor pose de seriedad profesional, con su bolso apoyado sobre
sus rodillas, juntas pero no cruzadas.
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Viento Helado de Iggy
- Sí, bien. -trató de no dejarse liar. Era evidente que aquel tipo estaba empleando
alguna de sus técnicas para sacar información, siquiera como costumbre
profesional. Decidió seguir por lo directo.- Como le decía, mi contacto es de alto
nivel, y sus conclusiones son muy distintas de las suyas. ¿Cómo se lo explica?
- Su contacto está demasiado cerca de los acontecimientos como para verlos con
la debida perspectiva. La situación sobrepasa de largo a lo que es el NKVD. De
hecho, es una conclusión muy superficial el suponer que, puesto que goza de
gran poder, el NKVD dispone de gran influencia. Cualquiera que conozca el
régimen soviético por dentro sabrá que eso es sólo apariencia. No se trata de un
régimen militar, sino de un partido único. La autoridad reside en la burocracia,
no en el ejército o los servicios secretos.
Sarah aguantó su parrafada, pese a que no le estaba contando nada nuevo. Ella
también tenía sus tácticas.
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Viento Helado de Iggy
* * * * * * * * *
Aquella situación siguió igual a lo largo de varios días. Sarah no podía hacer otra
cosa que esperar, cada vez más nerviosa. Sin duda Nadia tenía importantes
cosas que hacer, y eso no era algo que contribuyera a tranquilizar a Sarah. Todo
aquel tiempo lo pasó en la embajada, pues sería allí adonde la iría a buscar. Y la
espera la hizo seguir reflexionando.
Sarah detuvo uno de sus nerviosos paseos. ¿Por qué no se ponía Nadia en
contacto con ella? ¿Estaba muy ocupada, o se debía a alguna otra razón? ¿No
podía? ¿Había...?
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Viento Helado de Iggy
- Alguien pregunta por usted, señorita Cosgrave. -un ujier la sacó bruscamente
de sus pensamientos.
"¿Nadia?", pensó, casi dijo ella. En cambio, respondió con toda la calma que
pudo reunir: - Muy bien, ahora voy.
* * * * * * * * *
Esta vez no se habían dirigido hacia las afueras. En cambio, tras un corto
trayecto por Moscú se sumergieron en un aparcamiento subterráneo. Con la
habitual seriedad impersonal, el chofer le sostuvo la puerta para que saliera. Ella
miró a su alrededor, y sólo pudo ver un oscuro y vacío aparcamiento. En cuanto
se volvió para consultar con el chofer, comprobó de nuevo que este ya se había
metido en el coche. Sin ninguna explicación, el chirrido de las ruedas se perdió
en la distancia.
Miró inquieta a su alrededor, y entonces surgió de las sombras una figura alta y
oscura. Un breve sobresalto sacudió el corazón de Sarah, hasta que la figura se
situó bajo una bombilla. Entonces su corazón se aceleró aún más, hasta que se
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Viento Helado de Iggy
Para su sorpresa, Sarah se encontró con un piso amueblado. Habría jurado que
estaba en la temible sede del NKVD, la Lubianka, de donde se decía que nadie
que entrase volvía a salir. En su lugar, se encontró en un piso que, esta vez sí,
daba claras muestras de estar permanentemente habitado.
- ¿Qué? ¿Qué te parece? -le preguntó Nadia, con una curiosa sonrisa en su
rostro, una expresión algo infantil que jamás le había visto.
En efecto, lo parecía. Lo que en la dacha había sido frialdad, allí era todo
habitaciones pequeñas y atestadas. Se veían muebles, objetos diversos apilados
sobre librerías y aparadores, alfombras de diverso estilo y estado de
conservación, recuerdos personales...
- Perdona tanto misterio. Esta vez era necesaria una cierta discreción, me temo...
-le estaba diciendo, al tiempo que le quitaba el abrigo y se lo quitaba ella. Lanzó
ambos sobre una silla sin fijarse demasiado, y lo mismo hizo con su gorra de
plato. Venía de uniforme de nuevo, y esta vez no parecía tan impecable como
siempre. De hecho, parecía algo arrugado, como si lo hubiese llevado encima
mucho tiempo.
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Viento Helado de Iggy
Sarah se recostó a su lado. Cuanto antes dijera lo que había pensado, mejor.
- ¿A que te pareces a ella? -le preguntó Nadia, pasando su mano sobre la foto,
como acariciándola, recuperando poco a poco su sonrisa. Evocando sin duda los
momentos felices mientras relegaba a un forzado olvido los peores.
Algo se parecían, aunque Sarah pensó que Anja parecía una versión más
hermosa y joven de sí misma. Sin embargo, renunció a responder a esa
pregunta, y en cambio acarició los cabellos de su compañera.
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Viento Helado de Iggy
- Nadia, creo que puedes estar en graves problemas. Deja que te haga una
pregunta, una pregunta puramente teórica si quieres: ¿qué ocurriría si
finalmente Beria es desplazado del poder?
- Pero, ¿y si pasase?
- Te repito...
- Nadia, por favor. Dime si es cierto o no: si Beria cayese, arrastraría consigo a
medio NKVD, incluyéndote a ti. ¿No es así?
- Sarah, no veo adónde quieres llegar. -le dijo ella, muy seria. En realidad,
parecía querer decir todo lo contrario, que sabía a qué se refería, y sus ojos le
exigían toda la verdad.
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Viento Helado de Iggy
- Nadia, no queda más remedio. Estás en peligro. Olvídalo todo y vente... Vente
conmigo, por favor.
En respuesta, Nadia agitó la cabeza a un lado y otro, tras lo que la sujetó por los
hombros y la obligó a mirarla de frente.
- Sarah. Voy a hacerte una pregunta, y quiero que me respondas con sinceridad.
¿Abandonarías todo lo que tienes, tu carrera, tu familia, tu país, tu mundo? ¿Lo
dejarías todo por mí? Piénsalo. -le preguntó, taladrándola con su mirada.
Vio cómo se alejaba de ella, cómo no la creía. O no quería creerla, que venía a ser
lo mismo. Algo se había interpuesto entre ellas, y sintió cómo el frío llenaba
aquel vacío.
* * * * * * * * *
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Viento Helado de Iggy
A la mañana siguiente siguieron con aquel juego, pero el paso de las horas les
recordaba que aquello era sólo eso, un juego, un engaño compartido, y que
pronto iba a acabar. Al fin Nadia comenzó a ponerse su uniforme.
- Tengo que marcharme ahora. Tú sólo tienes que bajar al subterráneo dentro de
media hora. Te estarán esperando para llevarte a la embajada. -dijo Nadia,
desviando la mirada.
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Viento Helado de Iggy
- Sarah. -la obligó a mirarla, agarrando su cara entre sus enguantadas manos.-
No puedo irme. Ni aunque tuvieras razón. No puedo, de verdad...
- Nadia, por favor. Prométeme sólo una cosa. Prométeme que si ocurre lo que he
dicho, al menos lo considerarás. Y que si averiguas que estás en peligro, vendrás.
Sólo eso, Nadia. Jamás quise decir algo como esto, pero... hazlo por mí.
Prométemelo.
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Viento Helado de Iggy
PARTE 14
- ¡Señorita! -gritó para hacerse oír desde arriba de la escalerilla. En cuanto Sarah
se giró repitió:- ¡Señorita! ¡Ya no podemos esperar más!
- ¡Debemos esperar un poco más! -respondió, cada vez más desesperada. Ahora
se arrepentía de su jugada, pero... ¿qué otra cosa podía haber hecho? Tenía que
forzar a Nadia a tomar una decisión, y cuanto antes, mejor. Aunque no sabía
cuándo ocurriría todo, podía ser en cualquier momento. Y Nadia tenía que venir.
¡Tenía que hacerlo!
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Miró en la distancia. La aurora ya iba dando una difusa iluminación. El gris del
cielo se diferenció del gris del cemento de la pista, separados por un horizonte al
fin visible. Y en medio de aquella desolación... el vacío.
Sarah puso en marcha todos sus contactos, todos sus recursos, pero no
consiguió averiguar nada. Después, las noticias empezaron a hacerse
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* * * * * * * * *
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Viento Helado de Iggy
EPÍLOGO
Sigue caminando por las rectas calles, hasta que la marea humana que la rodea
se hace menos abundante. Se acerca al extrarradio, donde los edificios acaban
abruptamente, dando paso a un paisaje desolado, como si la ciudad acabase en
la nada. Al ver aquel final se detiene, justo junto al último edificio idéntico.
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- Nadia... -dice la mujer rubia, más alegre que sorprendida.- Eres tú. Por fin...
La mujer del pañuelo da un nuevo paso atrás. No sonríe como la otra, sino que
parece a punto de dar la vuelta. Al fin habla.
El reflejo del sol en los azules ojos tiembla, oscila. Las lágrimas parecen a punto
de rodar, pero no lo hacen. En cambio, la mujer más alta se lanza de repente
hacia delante, y las dos se funden en un abrazo.
- Oh Nadia... Ha sido tan difícil. Pero ahora está todo arreglado. No tienes que
preocuparte.
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Viento Helado de Iggy
Se separan un poco, se miran desde muy cerca, aún abrazadas. Las lágrimas ya
ruedan por las mejillas de ambas. Se miran durante unos instantes más, se
besan. Los pocos transeúntes apenas se fijan en ellas, como siempre más
ocupados en sus propios quehaceres.
- ¿Que esté aquí? -la rubia sonríe.- No lo creerás, pero... Averigüé que te habían
expulsado, y después conseguí saber adónde te habían enviado... y aquí estoy,
contigo. Para siempre.
- ¿Qué dices? ¿No sabes adónde me han destinado? Ya no soy... no soy la mujer
que conociste, Sarah. Me expulsaron, sí. Me enviaron aquí. Ahora trabajo... en
una fábrica. No es un mal destino. Es una fábrica de embutidos. -dice, mirando
de reojo a los cubos, olvidados junto a ella sobre la acera.- Se puede robar
alguna cosa de vez en cuando... pero...
- Oh Nadia, -la rubia se le había abrazado aún más al oír aquello- ya lo sabía. No
importa. Lo único que me importa es estar contigo.
- Una vez me hiciste una pregunta, Nadia. La respuesta es sí. Después que
conseguí averiguar dónde estabas, hice algunos arreglos. No es tan difícil como
pueda parecer. Contactos, algún soborno... La cuestión es que he conseguido
hacerme pasar por ciudadana soviética. En consecuencia me han adjudicado un
trabajo y una vivienda provisional compartida. El trabajo es en tu fábrica... La
vivienda es la tuya.
La otra mujer la estaba mirando con unos ojos a punto de salírsele de las
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órbitas.
La sonrisa que recibe entonces en respuesta muestra que sí, que lo está, por ella.
Se ahorra sin embargo la frase tópica, pues sabe que no es necesaria.
- ¡Claro que sí! Es como un sueño, más que un sueño. Jamás me permití a mí
misma soñar que algo así pasaría. ¿Pero cómo has podido dejarlo todo...?
FIN
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J7 y XWP
(Traducciones al Español y demás)
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