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Alan Moore: “La nostalgia es una

enfermedad. No quiero alentar a mis


lectores a caer en eso”
Por Ignacio Reyo | 5 febrero, 2014

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Iconoclasta, contestatario, diferente… Alan Moore, más conocido por su labor como
guionista de cómics, es, por derecho propio, un nombre clave para entender el zeitgeist
del siglo XX. Sólo Watchmen debería situarse al mismo nivel que obras literarias
distópicas del talle de 1984 o Un mundo feliz. Pero acotar a Alan Moore en el noveno
arte sería injusto, y en la nostalgia, más aún. Novelista, incipiente guionista de películas,
y mago del caos desde los años noventa, parece aseverar una sentencia de Jodorowsky:
“Yo no me pongo etiquetas. No soy cineasta, ni escritor…hago las cosas sin quedar
preso en ellas”. En estas que el seguro azar nos ofrece una cita telefónica para hablar del
todo y la nada. Línea directa a su querido Northamptom. Alan Moore, alguien capaz de
salir en programas de la de la entidad de Hard Talk (BBC World News), se muestra
agradable al otro lado del teléfono. Antes, su agente nos especificó que no habláramos
de Watchmen o las adaptaciones cinematográficas de sus obras. Trato hecho.

Empecemos hablando de tu colaboración con Mitch Jenkins. ¿Cómo fue trabajar


en un medio tan diferente como el cine?

Trabajar con Mitch ha sido enriquecedor, y divertido, pero, como dices, es muy
diferente de lo que suelo hacer. No era mi primer guión, porque el primero lo escribí
para ‘Fashion Beast’, con Malcolm Mclaren; aquello no fue concebido como película,
fue una experiencia de tipo teórico, un aprendizaje. A mí me pareció un guión bastante
aceptable, desde mi punto de vista de novato en esos terrenos. Con Mitch ya pude
hacerme una mejor idea de lo que supone realizar una película, escribiendo las dos
primeras partes de ‘Jimmy’s End’ en un par de tardes, sin demasiado tiempo que pensar.
En principio iba a ser un corto de diez minutos, no había planes de ir más allá. Ahora,
después de haber escrito tres partes más, entiendo mejor la mecánica del asunto y las
diferencias entre un guión cinematográfico y un cómic o una novela. La principal
diferencia es que cuando escribo el guión de un cómic, o cuando trabajo en una novela,
sé cómo va a quedar. Obviamente, con una novela tengo clarísimo hacia dónde voy, yo
quien la escribe. Con un cómic, antes de ver los primeros bocetos, puedo hacerme una
idea aproximada del resultado con sólo mirar mis propios apuntes. Siempre hay un
margen para la interpretación del ilustrador, pero el resultado no suele diferir mucho de
lo que imaginé. Si hablamos de cine, la labor del guionista es trazar una especie de plan
de ruta, crear los cimientos de la película. En ese punto es el director quien ‘construirá’
lo demás, habrá aportaciones por parte de los actores, y todo eso alterará sin remisión tu
idea original. Me parece perfecto; no soy ningún maniático del control. En los cómics
creo que es deseable que no haya tanta gente involucrada en el proceso creativa, sólo el
escritor y el ilustrador deben gozar de voz y voto. En las películas que hemos hecho no
me ha importado que cada implicado pusiera su grano de arena, incluidos el montador,
los músicos que componen la banda sonora… Me gusta ver una nueva dimensión a mi
idea original, por eso que no hay forma de prever el resultado final. Ahí radica, la gran
diferencia entre películas y cómics. El enfoque según el que me he acercado al cine es
probablemente muy distinto al del resto de los que empiezan a trabajar en esto. Mi
postura es clara: sólo colaboro en un proyecto si el resultado se ajusta a lo que Mitch y
yo queremos. No siento ningún deseo irrefrenable de hacer cine. Estaré dispuesto para
este tipo de aventuras con la condición de que pueda trabajar como estoy acostumbrado.
Si no, no tiene sentido; no sería más que poner mi nombre en los créditos de la
película dándole un prestigio que quizás no merezca. Por eso insistí en el control
artístico, conservar la propiedad intelectual, y que todos los involucrados naveguemos
en la misma dirección. Es algo que hago por diversión. Si no me lo paso bien, no lo
haré. Con ‘Jimmy’s End’ me lo he pasado realmente bien. Ya hemos completado cuatro
de las cinco películas que pensamos hacer. Probablemente iniciemos una campaña en
Kickstarter para financiar la quinta parte, y después los lanzaremos todos juntos en un
dvd con material extra. Aparte, ahora mismo estoy pendiente de conseguir fondos para
empezar el guión de otra película, ‘The Show’. Lo tenemos muy definido, solo que en
este momento estoy demasiado ocupado para centrarme en un proyecto sin ninguna
garantía de que salga adelante. De todas formas, es posible que en breve consigamos el
dinero y entonces me pondré a ello, porque muy interesante.

Creo que si David Lynch fuera inglés haría algo parecido a tu ‘Act of faith’…

Ni yo ni Mitch negamos nuestra admiración por las primeras películas de David Lynch,
pero no tratamos de hacer cine ‘linchyano’, si quieres llamarlo así. Todo nació a raíz de
una sesión de fotos de estética burlesque que para Dodgem Logic (Su propio fanzine.
N.del.R.). Sacamos a algunos amigos que están metidos en ese mundo. Además a
Mitch le dieron un premio por esas fotos. El propio Mitch me sugirió que escribiera
algo ambientado en esas mismas localizaciones, con los mismos personajes. Me sirvió
el guión en bandeja. Lo que creo que más ha influido a la gente a la hora de describir
‘Act of faith’ como algo ‘lynchiano’ es el plano de las cortinas rojas. Esas cortinas no
aparecían en el guión, pero Mitch quiso usarlas. Me gustaría dejar claro que aunque,
como te he dicho, los dos admiramos a David Lynch, cortinas hay en casi todas las
películas que he visto, excepto quizá en ‘Hace un millón de años’. (Risas) El resto de
los elementos que aparecen en la película no son propios de Lynch, no los ha usado
nunca. Leí a alguien escribir que era “muy David Lynch”, que había “muchas cortinas y
payasos”. A no ser que se me haya escapado ese detalle, creo que no hay payasos en
ninguna película de Lynch…

Déjame pensar…No, ni en sus películas ni en sus clips recuerdo ningún payaso.

Sí. Leí una crítica en la que se decía que era una mezcla entre David Lynch y Dennis
Potter. ¡Lo de Dennis Potter me dejó de piedra! No niego que hagamos películas raras y
que puedan llevar a conectarnos con Lynch. Pero compararnos con Dennis Potter…
Nuestros personajes no se ponen a cantar de buenas a primeras. Era una forma de decir:
bueno, son películas raras, y son inglesas. Lynch es de todo menos inglés, por eso
pensaron en Dennis Potter. Alguien que tuviera su parte bizarra y fuese rematadamente
inglés. Y no me siento incómodo si me relacionan con ellos, hablamos de directores con
muchísimo talento. Lo que preferiría es que la gente esperase a que continuemos, que
viera el resto de las películas preparadas antes de juzgar nada. Espero que una vez
completado refleje nuestra propia personalidad artística.

Tal vez la gente cita esos referentes debido a las atmósferas que creáis, o por el
simbolismo que hay en vuestras películas. Hablan de Lynch como podrían hablar
de Jodorowsky, por ejemplo…

No lo sé… O quizá sean las bandas sonoras. Ni siquiera eso nace de ninguna
influencia de Lynch. Decidimos que en la película no sonaría ninguna música que no
fuera diegética, es decir, nada que el propio personaje no esté oyendo. Puede sonar una
canción en un jukebox o en una radio, excluyendo la música de ambiente. Eso
significaba que si queríamos meter música en la película teníamos que comprar antes
con los derechos de las canciones, que es lo que se hace desde que surgió el fenómeno
Tarantino. Sospecho que hay quien recopila la banda sonora previamente al rodaje de la
película. Buscan unos temas olvidados de los setentas y poco más. No queríamos
enredarnos en el asunto de los derechos, se nos ocurrió contratar a un grupo de músicos,
Tunde de Tv On The Radio, Nona de Dark Dark Dark, para que grabaran imitaciones de
las canciones que queríamos que sonaran. Suenan muy parecidas a las originales sin ser
copias. De hecho, me gustan más las que hemos grabado que las originales. (Risas)
Fuimos muy meticulosos con cada detalle. No sólo la música, hemos inventado los
programas de televisión que los protagonistas ven, tipo los dibujos animados que ya
salieron en ‘Jimmy’s End’, ‘Mr. Hodge’, que creé junto a Yu Sato… creado revistas,
diseñado ropa… Hasta bebidas energéticas. Lo que aparece en la pantalla ha sido
invención nuestra. Volviendo a la banda sonora, sí que es factible que recuerde
lejanamente a David Lynch, o a Angelo Badalamenti, quien ha compuesto la mayoría de
sus scores.

He leído que Brian Eno fue una gran influencia en tus inicios, en tu patrón
creativo.

Brian Eno me ha fascinado desde la primera vez que le vi en directo con Roxy Music, a
principios de los setenta. Dejó Roxy Music y me siguió pareciendo formidable. Sobre
todo me gustaron sus ‘Oblique Strategies’. Eran una especie de barajas de cartas en las
que daba consejos para canalizar la creatividad. Todavía las uso. Me gusta su forma de
pensar, cómo se relaciona con su propia creatividad, con mucho pragmatismo. Solía
decir que un artista no debe atemorizarle analizar sus procesos creativos, y ponía un
ejemplo bastante ilustrativo: si vendes coches y tus coches dejan de funcionar, ¿qué
harás? Lo ideal es que tengas los conocimientos necesarios, en este campo en mecánica,
para saber qué falla. Eso lo aplicaba a la creatividad. Porque la mayoría de los artistas
son supersticiosos con respecto a los procesos de creación de sus obras, lo que les
impide entender qué es lo que falla en un determinado momento. Esa es una de las cosas
que aprendí de Eno, que debes ser objetivo a la hora de analizar los procesos. Y también
que no debes desechar los fallos o los fracasos. En el fondo, puede que parte de esos
fallos fueran tus “intenciones ocultas”. Me identifico absolutamente con algo así. Por
ejemplo, cuando tenía veinte o veintiún años, utilicé las ‘Oblique Strategies’ para tratar
de escribir una historia. No fue gran cosa. Con los años me ha ido de maravilla con
ellas. Lo ideal es escoger una de las cartas al azar y aplicarla a lo que sea que estés
haciendo… Sí, Brian ha sido una enorme influencia. Tuve el honor de conocerle y
charlar con él en un programa de radio. Confirmé que es tan generoso y encantador
como persona como sublime su obra. Uno de esos momentos inolvidables. No todos los
días conoces a uno de tus héroes personales.

Tu escritura es un desarrollo mágico. ¿Cómo describirías la magia en estos


tiempos tan fríos y tecnificados?

Bueno, este mundo parece estar completamente obsesionado con lo material, sobre todo
con la tecnología, los gadgets, Apple, Microsoft… Diría que la magia es hoy más
necesaria que nunca. Esos aparatos, esas nuevas tecnologías, no sirven para nada a no
ser que seas lo suficientemente inteligente como para de verdad utilizarlos de manera
práctica y beneficiosa. Por desgracia, lo que está sucediendo es lo contrario; antes que
ayudarnos a expandir nuestros horizontes, nuestra mente, la tecnología cada vez nos
hace más fácil no pensar o delegar responsabilidades y obligaciones. Ahora filmamos y
fotografiamos cada minuto de nuestras vidas, queremos estar entretenidos. No
soportamos ni treinta segundos de introspección. Por eso nos entregamos con devoción
a estos aparatos y tratamos de convencernos de que esta forma de vivir es la única que
merece la pena. Honestamente, no creo que los móviles o las tablets nos hagan disfrutar
más de la vida. Para mí el arte y la magia van de la mano. Viviendo entregado a la
tecnología dudo que se consiga ser un gran artista. Muchos artistas de hoy en día, hablo
en concreto de los que pertenecen al movimiento de los Young British Artists, Tracey
Emin o Damien Hirst, antes que indagar a fondo un concepto o un mensaje a través de
sus obras, parece que hayan salido de una agencia de publicidad. Plasman ideas a
medias, pequeñas pinceladas, exactamente como en los anuncios de televisión, y, como
espectador, una vez que has captado la idea no necesitas volver a mirar ese anuncio, o
esa obra de arte. No sé si me explico. Si captas el concepto, que normalmente no es muy
difícil de captar en los artistas de los que hablo, no hay nada más. Sin el concepto son
obras vacías. No es mi estilo, ni en el arte ni en la literatura. Una obra de arte debe
perdurar para siempre, encontrar cosas nuevas cada vez que vuelves sobre ella, incluso
prestarse a interpretaciones diferentes. Te cuento esto para ilustrar cuál es, desde mi
punto de vista, la forma que tengo de entender el mundo, la diferencia entre la
tecnología y la magia. La magia no es descriptible, no se cataloga. En cambio, si la
tenemos delante la reconocemos. Cuando oímos música de verdadero calado artístico,
cuando hay magia en ella, lo reconocemos inmediatamente. A la inversa también nos
damos cuenta si carece por completo de magia, que falta algo, que su autor ha ido a lo
fácil, a ese ‘concepto’ del que te hablaba antes. Por lo que a mí respecta, sigo fiel a la
noción mágica del arte. Una visión mágica del mundo beneficiaría muchísimo a la
gente, les haría la vida más fácil, manejable y entendible.

La mayoría de la población niega la magia. Piensa que la mente es mera química.

La razón de eso la tengo bastante clara. Últimamente paso mucho tiempo con científicos
o con humoristas ‘racionalistas’ y les veo preocupados, probablemente con razón, culpa
del ascenso del fundamentalismo cristiano, que amenaza con volver a mandarnos ala
Edad Media, o más atrás. Entonces, como todos estos fundamentalistas cristianos, los
creacionistas, se toman al pie de la letra las historias bíblicas, y los que se oponen a
ellos contraatacan con una actitud que a menudo es dogmática. Entiendo las
motivaciones, sienten que el pensamiento racional está en peligro, y hasta cierto punto
estoy de acuerdo. La base radica en que es un tremendo error luchar contra el
fundamentalismo convirtiéndote tú mismo en otro tipo de fundamentalista. Esa es una
de las razones por la que mucha gente sólo cree en aquello que ve y toca y desprecia lo
intangible. Y es obvio que hay cosas intangibles que son reales… Todo lo que se nos
pasa por la cabeza, sin ir más lejos. En el mundo de la magia estas cuestiones las resume
bastante bien la carta del tarot que representa al Diablo. Se le representa con un
pentágono invertido sobre la cabeza, y junto a él dos seres pequeños, un hombre y una
mujer desnudos y encadenados, a los que controla. Los seres humanos son los esclavos,
el Diablo su amo. Lo que esta carta trata de expresar es la ilusión de la supremacía del
mundo material. El Diablo es, básicamente, quien domina lo material. Enla Biblia se
cuenta que el Diablo ofreció a Jesús todos los reinos dela Tierra a cambio de que le
adorara. No creo en Jesús, no creo que existiera, pero esa historia, fábula, como algo
simbólico, viene a explicarnos que el Diablo le ofrece los reinos del mundo material
porque es eso, lo material, lo único que el Diablo posee: la promesa de un mundo
material o la amenaza de la destrucción de lo material. Esa promesa y esa amenaza, esa
zanahoria y esa fusta, es en definitiva lo que se necesita para mantener al pueblo a raya.
El Diablo les arenga a los humanos: “Adoradme, porque no hay nada más allá del
mundo material. Si creéis o intentáis creer en algo espiritual o intangible, no os
funcionará, seréis destruidos. Os tomarán por locos. Sólo el mundo material es real, no
miréis al hombre que hay tras la cortina”. Lo que se muestra en esa carta es un mensaje
claramente disuasorio, prevenir a la gente de que busque más allá del mundo material.
Miremos a nuestro alrededor, no parece que a ese mundo material esté demasiado
bien…

No, sin duda…

Todo se está viniendo abajo. Nuestro sistema económico es un excelente ejemplo del
funcionamiento del mundo material. La economía es la muestra que tenemos de
representarlo. Y ese sistema se desangra, si es que no está muerto ya. Quién sabe, quizá
toda esa desesperación y miseria que está provocando pueda brindar algunos ‘efectos
colaterales’ interesantes. Todos ven que el sistema materialista les ha fallado y que las
religiones son incapaces de dar respuesta a los problemas de este nuevo siglo tan
extraño, y ante eso creo que una espiritualidad no basada en dogmas ni en la palabra de
un sacerdote o un rabino, sino en la introspección, puede ser una salida seductora.
Habrá que esperar y ver la evolución de los acontecimientos. No creo que la magia haya
muerto. Está ahí. Como el arte, o la cultura. Es más, piénsalo, lo único que nos hace
sentirnos orgullosos tiene que ver con la cultura. Nadie suelta: “¡Oh, aquel fue un buen
siglo para la economía!”, o “¡Que guerra tan magnífica la de aquel año!”. No. Son los
logros de tipo intelectual o cultural los únicos que nos hacen mirar atrás con orgullo. El
año en que se escribió tal libro, en que se pintó tal cuadro… Así medimos nuestros
logros, no mediante el materialismo. El arte o la literatura significan más que mero
entretenimiento. Diría que son una especie de ‘lenguaje secreto’ fundamental que nos
sirve para ‘reprogramarnos’ y analizar nuestras conductas. Esa es la función del arte.
Del arte y de la magia. Y hoy más que nunca es absolutamente necesario algo así, que el
arte nos diga en qué nos estamos equivocando, qué nos estamos haciendo a nosotros
mismos, y que, tal vez, nos sugiera alternativas que nos conduzcan mejor de lo que lo
hemos hecho hasta ahora.

No sé si esto lo relacionas con la magia, pero, ¿cómo creas cada personaje? ¿La
magia te ayuda? Constantine, por ejemplo…

Bueno, ese personaje tiene bastantes años… En mis inicios laborales en ‘Swamp Thing’
me pidieron un personaje que se pareciera físicamente a Sting, y ya encontrarían el
método de introducirlo en la historia. Diez u once números después se me ocurrió que
estaría bien que hubiera un médium en la historia, no el típico médium que había visto
mil veces en los cómics americanos y que en realidad no se parecían en nada a los que
yo había conocido en persona. Imaginé a un tipo del sur de Londres, alguien íntegro,
recto. Lo creé como he creado a todos los demás; partí de la necesidad de tener a un
personaje que cumpliera una función concreta en la historia, y después lo fui
desarrollando. Le tenía mucho cariño a John Constantine. Es curioso, posteriormente
me encontré con un tipo que era exactamente como él en un bar. Pensé: “Este tipo es
parecidísimo a Constantine”. Al cabo de un rato se giró, me saludó con la cabeza, y me
sonrió. Me resultó muy perturbador. Sucedió en la vida real. Supongo que hubo otros
que se toparon con esta réplica de John. Años más tarde, en mitad de una experiencia de
tipo mágico -y digo “de tipo mágico” porque es probable que la mayoría de la gente no
lo considere una experiencia real- me volví a encontrar con Constantine. Fue
interesante. Intercambiamos algunas palabras. La verdad es que pienso que mis
personajes detentan una especie existencia ontológica, es decir, la sola idea de que
existan hace posible su existencia. El personaje de una historia es un tipo de idea, y creo
que la diferencia entre un personaje y figuras esotéricas como los demonios o los dioses,
que al fin y al cabo también son imaginados, es una sucesión de grados, de nivel. Que
sean imaginarios no quiere decir que no sean reales.

Una teoría cercana al platonismo…

¡Exacto! En cierto sentido es así. No me entusiasma Platón, pero hablamos


indudablemente de una construcción platónica de la realidad llevada al extremo. Los
humanos somos como anfibios: tenemos dos tipos de vida. La vida ‘física’, que
transcurre en el mundo material que hemos creado, y que se describe, o mide, a través
del racionalismo y las herramientas que nos da la ciencia. Ese sería uno de los mundos
que habitamos. De la misma causa habitamos en uno inmaterial, nuestros
pensamientos. Es más, por qué no argumentarse si no son nuestros pensamientos el
único mundo que realmente habitamos. Mediante ellos percibimos el mundo material.
Nuestro cerebro no percibe directamente ninguna sensación, es la retina la que le
suministra imágenes, los tímpanos realizan lo propio con los sonidos, la nariz con los
olores… Y se genera una imagen del mundo que llamamos realidad. No es la realidad,
es nuestra percepción de la realidad. Mi teoría es que existimos en dos mundos
distintos. Desgraciadamente la ciencia no está preparada… O más bien… Verás, a
menudo les he sugerido a mis amigos científicos que lleguemos a una especie de
“solución de los dos Estados” (Alan hace referencia a los intentos de acuerdo en el
conflicto entre Israel y Palestina. N.del.R.), es decir, la religión no tiene ningún derecho
a vetar a la ciencia sólo porque sus descubrimientos no casan con las teorías
creacionistas. La religión no tiene porqué opinar sobre el mundo material. Punto. Por su
parte la ciencia tampoco debe inmiscuirse en los asuntos que conciernen al mundo
inmaterial. Muchas veces he discutido esto con mi amigo Robin Ince, un cómico
racionalista y muy brillante: que la ciencia nunca aceptará, ni tolerará, la existencia de
un Dios o un creador. No hace falta que Dios exista ni que la ciencia lo acepte, basta
con que convengan en que lo que sí que es real es la experiencia de creer en un Dios.
Jamás podrá contabilizarse algo así, ni reproducirse en una probeta, estamos frente a
hechos inmateriales. La ciencia sólo nos sirve para lidiar con lo tangible, que es
bastante, y es hermosa, pero estaría mejor al margen de todo lo referente al mundo
interior de las personas porque, repito, nada de eso puede testarse en un laboratorio. Es
algo obvio. Para resumirlo: el mundo material es cosa de la ciencia, el mundo inmaterial
es cosa del arte o, como yo prefiero llamarlo, de la magia”.

¿Y crees en algún tipo de existencia más allá de esta vida? La resurrección, la


reencarnación…

Una cuestión muy interesante. Precisamente estoy escribiendo el capítulo treinta y tres
de mi segunda novela, que se llamará Jerusalén, y será bastante larga. No creo en la
vida después de la muerte, no creo que haya ni un Cielo ni un Infierno. No creo en la
reencarnación. Pongamos que muero y a los seis meses alguien nace en otra parte del
mundo. Esa persona no es de mi mismo sexo, no se parece a mí ni tiene mis recuerdos,
intelecto o emociones. No retiene absolutamente nada en común conmigo, en definitiva.
Esa persona no soy yo, ¿no crees? Es claramente otra persona. Por eso, y en ausencia de
argumentos sólidos sobre el más allá, habiendo cumplido ya los cincuenta, cuando ya no
puedes seguir diciéndote a ti mismo que te queda media vida por delante, empecé a
reflexionar sobre cómo sería esa eternidad que yo estaría dispuesto a aceptar. Pensé que
me gusta la vida que llevo, que quiero a mi mujer, a mis hijos, a mis amigos, a mi
familia… me gusta mi casa, me gustan mis libros… Disfruté de mi niñez, de mi
adolescencia. He disfrutado de mi vida, básicamente. Esa es la eternidad que querría,
que todo siguiera eternamente. Y se me ocurrió que, desde una perspectiva puramente
científica, es lo que habrá. Si Einstein y los físicos ulteriores a de él están en lo cierto,
vivimos en un continuo espacio/tiempo con al menos cuatro dimensiones. Las tres
dimensiones físicas que podemos percibir, y una cuarta que no es exactamente lo que
entendemos por tiempo, sería más correcto decir que el tiempo es la estructura que la
mente humana adecua para percibir esa cuarta dimensión, que es meramente cósmica.
Esa construcción, o interpretación del universo, se conoce, según he estudiado, como
Eternalismo, y según sus postulados nuestro universo es lo que sus defensores llaman
un ‘universo de bloque’, donde el espacio y el tiempo están unidos y son indivisibles.
En ese bloque existen todos los momentos pasados y futuros, todo sucede, o está
sucediendo, al mismo tiempo. Es nuestra mente, al moverse a través de ese bloque, la
que nos procura la ilusión de que las cosas cambian, de que avanzamos. Una buena
analogía sería, por ejemplo, un viejo rollo de celuloide, una película de Chaplin. Los
fotogramas, tomados por separado, no se mueven, son imágenes fijas. Sospecho que es
eso exactamente lo que sucede con los instantes que componen nuestras vidas. Sólo
cuando el proyector hace que los fotogramas se muevan, o cuando nuestra mente se
mueve por esos fragmentos estáticos de nuestras vidas, se crea la ilusión del cambio, del
movimiento. Sólo así podemos ver a Chaplin jugando con su bastón. De nuevo,
supongo que el tiempo y las películas son un procedimiento parecido. Presupongo que
cada uno de nosotros ocupamos un hueco determinado en el espacio/tiempo. Puede ser
de dos metros de alto por uno de ancho y uno y medio de fondo, y está encajado,
inmóvil, inmutable, en el conjunto de la eternidad. En ese estado de cosas, nuestro
nacimiento y nuestra muerte tienen tanta –o tan poca- importancia como la suela de un
zapato o el ala de un sombrero. Nosotros imponemos esos límites, vida y muerte, pero si
el tiempo es una ilusión, como Einstein y el resto de físicos parecen teorizar, eterno e
inmutable, implica que nuestras vidas, junto a aquello que forme parte del tiempo, son
eternas e inmutables. Al expirar, alcanzando el final de la vida, nuestra mente, nuestra
conciencia, no tiene adónde ir. No existe más opción que volver al principio.
Reviviremos nuestra vida miles de millones de veces. Reviviendo sólo los buenos
momentos, sería el paraíso, y el peor de los tormentos justo lo opuesto, revivir los
malos momentos. Habría una especie de cielo e infierno, y serían mucho mejores –o
peores- de lo que cualquier cura agorero imagine sucederían aquí y ahora. Uno de los
beneficios de esta filosofía es que… Verás, a lo largo de mi vida he conocido a
cristianos que son muy buenas personas. El Cristianismo siempre ha sido un gran
consuelo particularmente en los pobres, piensan “llevo una vida miserable, igual que la
que llevaron mis padres, igual que la que llevarán mis hijos. En el Cielo los últimos
serán los primeros y los primeros serán los últimos. El Cielo pondrá a cada uno en su
lugar”. Eso les hace más fácil seguir adelante. Ese Cielo no existe. Es sólo la zanahoria
que se le pone delante del hocico al burro para que no se desvíe del camino marcado.
Evita que los pobres se rebelen y rueden las cabezas de sus opresores. Seguir los
dictados de esa clase de religiones es malgastar tu vida absurdamente, esperando
recompensas en el más allá. Recompensas que probablemente nunca lleguen.
Regresando a lo que te decía, a los ‘pros’ de esta filosofía de la que te hablo, el único
dogma que de verdad se ha de respetar es que jamás debes hacer nada con lo que no
pudieras vivir eternamente. Viviendo de acuerdo a la creencia de que tu vida se va a
repetir eternamente, incluso aunque esta teoría no sea cierta, te labrarás una buena vida.
No creo que la teoría no sea cierta, ninguno de los científicos o los físicos con los que la
he discutido han sido capaces de encontrar ningún fallo en ella. Eso no quiere decir que
no guarde sus lagunas, lagunas que nadie ha encontrado. Es una teoría muy humana,
muy alentadora, de entender nuestro lugar en el espacio/tiempo. No requiere de la
existencia –ni de la no existencia- de un Dios, el más allá que propone es totalmente
laico. Sin ser un ‘más allá’ propiamente dicho. Cada vez que revivimos nuestra vida
sentimos que es la primera vez, excepto por esos pequeños ‘deja vu’ que percibimos
ocasionalmente; sufrimos o disfrutamos la sensación de haber vivido antes una situación
determinada. Los ‘deja vu’ no son más que residuos de memoria que han sobrevivido a
este proceso cíclico. Te tomas la vida mucho más en serio si piensas que cada momento
será eterno. De repente nos convertimos en los dioses de nuestro propio paraíso. Somos
inmortales.

¿Y en esa filosofía cómo encaja la gente que vislumbra el futuro?

¿La gente que cree que ve el futuro? Bueno, supongo que podría ser un infierno. Si ves
el futuro implica que el futuro ya existe, que tanto el pasado como el futuro pasan al
mismo tiempo. Y eso apoya mi teoría. Es aplicable a los videntes, a quienes son
capaces de adivinar todo tipo de cosas.

Pongámonos en la peor posición: Personas cuya vida es una desgracia.


Sé que hay quienes opinan que esta teoría de las vidas recurrentes es terrible, les
horroriza. Lo entiendo. Todos hemos sufrido épocas en nuestras vidas que de ninguna
manera querríamos revivir. Sin embargo, los superamos, ¿no? Sobrevivimos. Seremos
felices, hasta repitiendo los malos tragos, porque significa que también viviremos de
nuevo los mejores momentos. El sólo hecho de estar vivos es un enorme privilegio. Oí a
alguien decir una vez que deberíamos ser conscientes de que estar vivos es nuestro
tesoro más valioso, aunque no hiciéramos otra cosa que estar sentados comiendo patatas
fritas. Creo que hay mucho de cierto en eso. En uno de los capítulos de Jerusalén hablo
de una de mis tías. Es una dramatización. Según me han contado era una niña preciosa.
Murió de difteria con sólo dieciocho meses. De acuerdo a mi teoría, repetir eternamente
esos dieciocho meses de existencia abocados a morir de difteria no parece gran cosa. No
obstante, en términos de eternidad, ¿qué diferencia hay entre dieciocho meses y
dieciocho años? Ninguna. Y, en cualquier caso, ¿no es mejor dieciocho meses de
consciencia, de existencia, que nada en absoluto? La equivalencia de poder vivir sólo
dieciocho meses y que sean maravillosos, o vivir noventa años y ser muy desgraciado.
Es imposible valorar algo así. Te comentaré algo: todas las criaturas que habitanla
Tierra en el fondo se alegran de estar vivas. Hay excepciones, por supuesto, si no no
habría suicidios… La gente que sienten horror con esta teoría sólo piensa en los malos
momentos vividos. Sea como sea, no me parece un mal escenario. No sólo alivia la
angustia de la muerte, es más importante. Recuerdo cuando mis hijos eran pequeños, en
los años ochenta, en pleno auge dela Guerra Fría. Había miedo en el ambiente, un
porcentaje posible de que estallara un conflicto nuclear. Me senté con ellos y les conté
lo que pasaba. Mi mujer y yo no creíamos en eso de ocultarles la realidad a los niños.
Pensé en cómo explicarles que si se desencadenabala Tercera Guerra Mundial
probablemente la raza humana desaparecería de la faz dela Tierra. Que cada acto de
bondad, cada avance, cada sacrificio, habría sido en vano. Todo eso se lo cargaría algún
idiota como Kim Jong-un. La guerra nuclear era sólo una probabilidad; era posible que
no sucediera. Aun así, pensé, ¿qué pasa con el medio ambiente? Seguimos
contaminando el planeta a un ritmo cuyas consecuencias para la vida humana serán las
mismas, la extinción. O frenando la contaminación, dentro de cinco mil millones de
años el sol estallará y desaparecemos. Lo mires como lo mires, es en vano. El universo
no tiene sentido, salvo que se le aplique la teoría eternalista. Con la teoría eternalista en
las manos, nada termina. Nada muere. Nada ha sido en vano. Todo tiene su sitio en el
espacio/tiempo.

El tiempo… Eso entronca con una pregunta que desearía formularte. ¿Qué opinas
de la nostalgia, del auge de la nostalgia? En tu obra es muy patente a través de
unos fans anclados en tus obras clásicas.

No soy un entusiasta de la nostalgia. Es positivo mirar al pasado, analizarlo y aprender


de él. Vivir anclado en el pasado, eso no. En los cómics, mi opinión es que durante los
ochenta no evolucionaron, no maduraron. Exactamente lo que pasó con la generación
que creció en esa década en Occidente. Llegó un punto en que la edad emocional de los
cómics y la de sus lectores se igualaron. Admitámoslo, la mayoría de los fans del cómic
no son chavales de diez o de trece años, son tipos de cuarenta o cincuenta. Un poco
triste. No deja de ser chocante. Es peor que la nostalgia. Es negarse a madurar, negarse a
dejar atrás la seguridad de la infancia y asumir las responsabilidades de la vida adulta.
La verdad, no me parece normal que haya miles de supuestos adultos deseando ir a ver
la película de ‘Los Vengadores’. Esos personajes se confeccionaron para los niños de
hace cincuenta años. Si Me temo que algo va mal, ese es el tipo de entretenimiento que
buscan los adultos de hoy en día. Han decidido detener su crecimiento personal en una
edad, en una época, en la que se sienten más cómodos, y eso se traduce en leer
continuamente cómics de ‘X-Men’. Los cómics son como un talismán que les conecta a
la era en que eran niños, el mundo parecía un lugar seguro y agradable. La nostalgia es
una enfermedad. Yo no quiero alentar a mis lectores a caer en eso. Ese término,
nostalgia, se acuñó para referirse a las gentes de campo que llegaban a la ciudad y
enfermaban de melancolía. Se decía que padecían de nostalgia. Echaban de menos su
pueblo, sus amigos, la vida sencilla. Sólo mejoraban retornando al lugar de origen. En
estos adultos de los que te hablo es una enfermedad autoprovocada. Una enfermedad al
fin y al cabo, que te incapacitará para descubrir multitud de cosas.

Para terminar me gustaría hablar de Bauhaus, que también son de Northamptom,


y de tu relación con David J., su bajista.

Me encontré con David y con su hijo Joe en noviembre, o en octubre. Dieron un


concierto en Northamptom. Desgraciadamente me lo perdí. Le tengo un respeto enorme.
Es una mente brillante, en busca de nuevos retos. No nos vemos muy a menudo, vive en
Los Ángeles. Cuando sacamos el primer número de Dodgem Logic, en el que incluimos
un CD, ‘Nation of Saints, 50 Years of Northamptom Music’, David grabó un tema. No
tuve más que llamarle y a los pocos días me envió una canción que hablaba de lo que
había significado para él crecer en Northamptom. Es un buen amigo, y recuerdo con
cariño los días de gloria de Bauhaus. Otros amigos míos, como Mitch Jenkins, formaron
parte de esa historia. Eran un grupo estupendo. Por cierto, fui el primero que les hizo
una entrevista. Salió al mismo tiempo que otra en una revista japonesa. Creo que la
primera fue la mía. La primera en inglés, eso seguro. Es un orgullo.

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