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ASPECTOS GENERALES
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1. LAS ACUMULACIONES TOBÁCEAS
1. Departamento de Geografı́a, Universidad Autónoma de Madrid, Francisco Tomas y Valiente 1, 28049 Madrid.
juanantonio.gonzalez@uam.es
2. Departamento de Geografı́a, Prehistoria y Arqueologı́a, Universidad del Paı́s Vasco, Tomas y Valiente s/n, 01006
Vitoria-Gasteiz mj.gonzaleza@ehu.es
INTRODUCCIÓN
Los depósitos tobáceos constituyen importantes indicadores paleoambientales y geocronológicos
en las regiones kársticas emplazadas en diversos ámbitos morfoclimáticos. Ofrecen como peculia-
ridades generales: su naturaleza carbonatada, especialmente calcı́tica y a menudo poco litificada;
una mayor o menor porosidad1 y una precisa localización geomorfológica siempre inducida por la
convergencia de factores estructurales, climáticos y ambientales. Estas acumulaciones no suelen de-
parar una gran representación espacial aunque, en ocasiones, pueden mostrar ejemplos con notables
espesores que contrastan con los de otras formaciones superficiales de su entorno.
El interés que, en las últimas décadas, han despertado los dispositivos tobáceos en distintas
disciplinas cientı́ficas radica en diversos hechos. Entre ellos:
- sus afloramientos constituyen auténticos archivos paleoambientales donde pueden estudiarse
las pretéritas fluctuaciones climáticas, especialmente del Pleistoceno y del Holoceno, tanto a través
de su señal isotópica (δ18 O y δ13 C) como de los testigos botánicos, malacológicos, etc. que conservan
en su interior carbonatado;
- además, distintas técnicas de cronologı́a absoluta (U/Th, 14 C, Racemización, Electron Spin
Resonance -E.S.R.-) permiten ubicar la información paleoambiental en un marco evolutivo o en un
contexto cronoestratigráfico;
- la espectacularidad y el elevado valor de algunos de los paisajes asociados a estas formaciones
(sobre todo en el caso de cascadas, lagos, ciertos tramos fluviales, etc.) ha conllevado su catalogación
patrimonial y la necesidad de una adecuada protección dada la vulnerabilidad de las tobas y de las
dinámicas de sus geosistemas;
- su valor arqueológico, histórico y cultural pues en el transcurso del tiempo los sistemas tobáceos
han ofrecido al hombre un enorme atractivo en razón de sus múltiples posibilidades: lugar de refugio,
abundancia de caza y pesca, fuente de acopio de recursos naturales (madera, pastos. . . ), notable
fuerza motriz en los saltos de agua para el movimiento de los ingenios hidráulicos, suelos muy
aptos para la agricultura, etc. Otro aspecto radica en el aprovechamiento que las tobas han tenido
como roca constructiva desde los tiempos protohistóricos hasta los actuales, unas veces en forma
de sillares y sillarejos y otras, para cubrir vanos aprovechando su bajo peso. Idéntica aplicación hay
que hacer constar para los travertinos termales que, en ocasiones, han revestido un valor añadido
como piedra ornamental.
- los problemas de geotecnia ocasionados por los conjuntos tobáceos que sirven de emplazamiento
a edificios o, incluso, a grandes núcleos de población. Se asocian a roturas y colapsos internos debido
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Hace años se consideró que la densidad de una toba esponjosa era aproximadamente de 1,1 g cm-3 ; es decir de
1100 Kg/m3 ; sin embargo la densidad especifica de la calcita, su principal constituyente, es de 2,7 gr cm-3 , lo que
permitió estimar que su seno se halla ocupado por cavidades y poros en un 60 % (Weijermars et al., 1986).
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LAS TOBAS EN ESPAÑA
a su elevada porosidad y alta deformabilidad ante presiones, sobre todo cuando están empapados
de agua. El paradigma urbano coincide con la ciudad de Antalya (Turquı́a), existiendo en España
numerosas localidades apoyadas sobre este tipo de substratos. Tampoco faltan ejemplos de caı́da
gravitatoria de grandes paneles en escarpados cantiles tobáceos, como los acontecidos en Orbaneja
del Castillo (Burgos), Almonacid de Zorita o Brihuega (Guadalajara).
y holandeses (Weijermars, Mulder, Wiegers, 1986), chinos (Lu et al., 2000) y también españoles
(Brusi, 1996; Brusi et al., 1997a y 1997b; Gutiérrez Elorza y Sancho, 1997; Sancho et al., 1997;
Andreo et al., 1999; Durán et al., 1988a, 1988b; Durán, 1996, entre otros) hicieron prevalecer el
empleo del término travertino, desestimando el de toba para aludir a carbonatos de origen kárstico.
A destacar los trabajos que diferenciaron dos tipos de travertinos atendiendo a la procedencia y
temperatura del agua (Pentecost, 1993, 1995b, 2005; Pentecost and Viles 1994; Viles and Pente-
cost, 2007): travertinos meteógenos, en los que el CO2 proviene de la atmósfera o del suelo y la
º
temperatura del agua no excede 20 C y travertinos termógenos donde aquel gas tendrı́a un origen
º
fundamentalmente hidrotermal y sus aguas ofrecerı́an valores superiores a 20 C (Pentecost, 2005)2 .
De modo especial, hay que citar aquı́ a la mayorı́a de los investigadores norteamericanos, salvo al-
guna excepción (Evans, 1999), que hacı́an un uso preferencial, entonces y todavı́a en la actualidad,
del término travertino para referirse a cualquier tipo de carbonato originado por aguas termales o
no (Slack, 1967). Sin embargo, autores de aquella nacionalidad asignaron, a mediados del siglo XX
(Dunn, 1953; Scholl and Taft, 1964), toba (tufa) a formas monolı́ticas desarrolladas por aguas más
o menos meteóricas en las orillas del hiper salino Mono Lake, en California.
Tampoco faltaron investigadores (Gladfelter, 1971; Geurst, 1976a, 1976b y 1976c; Roglic, 1977;
Adolphe, 1981 y 1986; Thorpe et al., 1981; Emeis et al, 1987; Ordoñez et al., 1979a, 1987a y
1990; Pentecost and Lord, 1988; Lecolle, 1989; Bakalowicz, 1990; González Martı́n et al., 1987 y
1989a; González Amuchastegui y González, 1989 y 1993; Goudie et al., 1993; Freytet et Plet, 1996;
Vaudour, 1997; Cámara et al., 1997; Jansen et al., 1997 y 1999; Baker and Simms, 1998; Gurk et al.,
2007; Brusa et al., 2009; Jiménez Perálvarez, 2012) que usaron Toba y/o Travertino dualmente como
sinónimos en muchas de sus publicaciones. Este planteamiento es seguido, con relativa asiduidad,
por autores que trabajan en territorios donde abundan las acumulaciones constituidas a partir
de aguas termales. Suelen aplicar el término travertino de modo genérico, o indistinto, a aquellas
rocas carbonatadas sedimentadas cerca de manantiales, rı́os y humedales (Sanders and Friedman,
1967; Valero Garcés et al., 2001; Luque and Juliá, 2007) -excluidas las formadas en el interior de
cavernas-3 , sin atender a la naturaleza de las aguas constructoras, ni tampoco a la tipologı́a, abiótica
o biótica, de los procesos de desgasificación del CO2 . Por su parte, un importante diccionario
geológico anglosajón considera a las tobas como una variedad de travertino esponjoso (Neuendorf
et al., 2005).
Hace un par de décadas Pedley (1990) discriminó el uso del término toba para aquellos car-
bonatos precipitados a partir de aguas meteóricas (cool water ) de origen kárstico y, por tanto,
especialmente vinculados a las condiciones ambientales. Presentan una fábrica inicialmente porosa
debido a la existencia en su seno de abundantes moldes de restos vegetales no faltando micrófitos,
como diatomeas, velos algáceos, etc. (Pedley, 2009). Los valores tı́picos de su señal isotópica de δ18 O
(PDB) reflejan la relación existente entre sus carbonatos y las aguas meteóricas al encontrarse com-
prendidos generalmente entre -30
-12 (Gandı́n and Capezzuoli, 2008) -12 -4
(Andrews,
2006)4 mientras que los de δ13 C oscilan entre 11 y 5 (Gandı́n and Capezzuoli, 2008) +2
y -12 (Andrews, 2006). Por el contrario, el término travertino se reservó para los carbonatos,
frecuentemente bien estratificados y laminados, cuya génesis se vincula a la actividad de bacterias
y cianobacterias, desarrolladas en los sectores proximales de sistemas hidrotermales (Whitten and
Brooks, 1972; Riding, 1991; Jones and Renaut, 1996; Guo and Riding, 1994 y 1998; Minissale et al.,
2002; Zentmyer et al., 2008; Gandin and Capezzuoli, 2008); ofrecen menor variedad de facies que
los sistemas tobáceos en buena parte debido a que sus aguas impiden el crecimiento de macrofitos
º
al ofrecer temperaturas por encima de 20 C (Pentecost, 2005; Pedley, 2009). Con esta procedencia
2
Dentro de las aguas termales se han establecido (Renaut et al., 2002) diferentes categorı́as térmicas: calientes
(20º-40ºC); mesotermales (40º-75ºC) e hipotermales (>75ºC).
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No obstante, algunos trabajos fueron una excepción ya que asignaron toba y travertino a depósitos carbonáticos
desarrollados en el interior de las cavidades kársticas (Viles and Goudie, 1990).
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En esta sı́ntesis no puede faltar referencias a aportaciones españolas llevadas a cabo en determinados cauces del
Sistema Ibérico y dedicadas al estudio de los factores medioambientales que controlan las variaciones de los valores
de δ18 O y δ13 C en tobas recientes (Vázquez Urbez et al., 2010 y 2011; Osacar et al., 2013...).
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LAS TOBAS EN ESPAÑA
de las aguas y su mayor grado de saturación, su señal isotópica es diferente a las de las tobas: los
valores de δ18 O (PDB) fluctúan entre -4 y -30 mientras que los de δ13 C se incluyen entre -2
y +8 (Gandı́n and Capezzuoli, 2008).
Tras la publicación de aquel trabajo de Pedley (1990) fueron muchos los autores que decidieron
restringir el uso de los vocablos toba y travertino aportando numerosos elementos diferenciales
además del origen de sus aguas, de su CO2 y su temperatura (Tabla 1.1). Sin embargo esta diferen-
ciación no resultó del todo aceptable ya que en numerosos lugares, los travertinos termales pasaban
lateralmente a acumulaciones tobáceas en tramos distales donde la temperatura del agua descien-
de hasta valores coincidentes con los ambientales (Lorah and Herman, 1988). Por su parte, otros
expertos siguieron utilizando la palabra travertino pero a veces acompañada por un calificativo
(freshwater travertine o travertine–limestone) para identificar el origen de las aguas y su carga de
CO2 (Dramis et al, 1999; Hammer et al., 2007, etc.). Para finalizar esta cuestión no faltan quienes
hacen uso del término toba (tufa) para designar aquellos depósitos carbonatados porosos vincula-
º º
dos a fuentes con aguas termales (entre 50 C y 65 C) sobresaturadas en calcita y sulfato (Bonny
and Jones, 2003), o los que identifican con este nombre, o el de hypogean tufa, a acumulaciones,
ahora de escasa macroporosidad, localizadas a la entrada, o en el interior, de las cavernas y que se
asemejan, en lámina delgada, a las tobas estromatolı́ticas (Borsato et al., 2007; Frisia and Borsato,
2010). A destacar también el hecho de que recientemente autores españoles han adoptado el término
anglosajón tufa en trabajos publicados en castellano para los carbonatos tobáceos detectados en
un valle de Sierra Nevada (Torres et al., 2009).
Tabla 1.1: Principales caracterı́sticas distintivas entre toba y travertino (Modificado de Capezzuoli et al., en
prensa).
HCO-3(mmol/l)
δ 13 C (PDB ) >0 -1 a +10
Mineralogı́a calcita Calcita, aragonito
Tasas de precipitación bajas (mm-cm/año) Alta (cm/año)
Fábrica Principalmente poco estratificada Principalmente
estratificada-laminadas
Tamaño de los cristales Dominantemente cristales Macro - micrı́ticos
de calcita micromicrı́ticos a microesparı́ticos
Porosidad primaria Generalmente alta (40 %) Generalmente baja (<30 %)
Contenido biológico Muy alto (micrófitos-macrofitos) Bajo (bacterias y cianofitas)
Morfologı́as Cuerpos asimétricos (cascadas, Cuerpos simétricos (montı́culos,
deposicionales barreras. . . ) crestas y desniveles)
Principales litofacies Fitohermos Recubrimientos y encamisados
Hidrologı́a de los flujos Variable, dependiente de las aguas de Regular, flujos generalmente
lluvia y del aporte de los acuı́feros permanentes de aguas profundas
Control climático Muy dependiente Poco dependiente
Influencia antrópica en Muy alta Escasa
la acumulación
Grado de relación Muy alta o a menudo ausente salvo Siempre controla la ubicación de
tectónica algunas excepciones este tipo de depósitos
2. ANTECEDENTES
En la Antigüedad son numerosos los escritores que mencionan la presencia de tobas cerca de
manantiales y humedales y que también hacen referencia a las canteras abiertas de piedra tiburtina
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1. LAS ACUMULACIONES TOBÁCEAS
(Estrabón)5 , en las proximidades de la ciudad de Roma. Plinio6 y Vitrubio7 fueron los autores que,
más explı́citamente, mencionaron la existencia de aguas capaces de “conformar piedras”.
Hasta tiempos de la Ilustración apenas se tiene constancia de nuevas descripciones de este tipo de
fenómenos. Ası́, algunos expertos franceses sostienen cómo un naturalista de aquel paı́s (De Joubert,
1778) fue uno de los pioneros que hizo uso del vocablo tuff para hacer referencia a una caliza con
multitud de petrificaciones vegetales (Blot, 1983 y 1986). En España son numerosos los topónimos
donde aparece alguna acepción vinculada a la palabra toba8 y que deben tener un origen medieval9 .
Más tarde, pasó a figurar entre los nombres10 de ciertas poblaciones y parajes citados en el Catastro
del Marqués de la Ensenada, realizado a mediados del siglo XVIII. Con anterioridad, Ambrosio
Morales, en el siglo XVI11 constató la existencia de materiales blanquecinos en las proximidades de
Requena (Valencia), precipitados por las aguas de una fuente que corrı́an por un pradillo lleno de
heno y en cuyas varillas sutiles se formaban piedras muy duras. Décadas después, en la Submeseta
Sur, fueron identificadas algunas fuentes de digna admiración porque eran capaces de engendrar
piedra. Fue A. Limón Montero, en 1697, quien hizo alusión a este tipo de manantiales, siguiendo en
muchas ocasiones a Ambrosio Morales y a los médicos de distintas localidades españolas. Ası́, en un
cerro del ámbito madrileño localizó . . . una fuente de agua dulce que engendra piedra de suerte que
los conductos. . . se cierran y tapan en breve tiempo, criándose en ella unas piedras blanquecinas
que adoptaban la forma de un racimo de piedra muy vistoso. . . .el cual se formó sobre las yerbas
delgadas. En otro manantial, ahora cercano a Brihuega, en la Alcarria de Guadalajara, efectuó una
descripción precisa de donde se precipitaban carbonatos: . . . en una fuente, en la falda de un risco,
nacen algunos manantiales divididos aunque todos hacen una inundación que será del caudal como
de medio cuerpo de un hombre. . . . en los golpeaderos engendran alguna tobilla. Del mismo modo,
y casi una centuria después, Guillermo Bowles (1775) describió cómo en el rı́o Gallo, no lejos de
Molina de Aragón . . . ai una tierra blanca tan fina y desleı́da por el agua, que incrusta de materia
caliza las tierras y plantas que toca, y sin embargo, el agua es clara y limpia. Por aquella época
hay que destacar, también, las sagaces observaciones realizadas por Cavanilles (1795-1797) acerca
de la precipitación de carbonatos en diferentes parajes del antiguo Reino de Valencia, ası́ como
las del real arquitecto -Juan de Villanueva- quien, al proyectar ciertas infraestructuras hidráulicas
en Ruidera, constató la existencia de presas naturales que retenı́an cada una de sus lagunas con
bancales de piedra caliza (aunque sin mencionar el vocablo toba), constituida por pastas firmes y
duras, pero a veces porosa y semejante a la escoria y dócil al pico (Durán Valsero et al., 2009).
A finales del siglo XIX, las tobas aparecen mencionadas en las memorias geológicas provinciales,
aunque casi siempre con comentarios muy marginales. Entre ellas, sobresalen las descripciones de
las provincias de Guadalajara (Castel, 1881) y de Soria (Palacios, 1890). En la primera se señala
el carácter de formación muy reciente que tienen, a la vez que se detallan numerosos parajes
5
Al describir las canteras de piedra tiburtina menciona: “A la vista de Roma se encuentran Tibur, Preneste, y
Tusculo. Tibur cuenta con un santuario de Heracles y con la famosa cascada que forma el Anio, un rı́o navegable, al
caer desde una gran altura en un profundo barranco, llenos de árboles, que llega hasta la misma ciudad. Desde allı́,
atraviesa una fértil llanura junto a las canteras de piedra tiburtina y las de Gabios, las de la llamada piedra roja, de
suerte que el traslado de los materiales y su posterior transporte en barco resultan sencillos hasta el punto de que la
mayorı́a de las obras de Roma están construidas con piedra procedente de allı́”. Estrabon V.3.1
6
Plinio, Libro 2º, CVI, (226) (5)
7
Vitrubio, Libro 2º, capı́tulo 7º “Las canteras”.
8
Hay que señalar que en castellano, la palabra toba hace alusión también al Onopordum acanthium; cardo que
puede alcanzar más de 2 m que salpica los secarrales del interior peninsular, por lo que algunos topónimos como
“Villatobas” o “El Toboso” en la Mancha toledana, se vinculan a este elemento vegetal.
9
Existen opiniones que sugieren que el término latino toba fue exportado a diferentes territorios europeos, como
las Islas Británicas, Francia y Alemania posiblemente con anterioridad al siglo XII (Pentecost and Viles, 1994).
10
Buen ejemplo son los pueblos alojados en el valle de la Tobalina, en Burgos, como son Tobalinilla, Lozares de
Tobalina u otros emplazados en la misma provincia como Toba (Thoba), Tobar (Tobhar ), o en Soria Fuentetoba y
Jaén (Tobaruela).También en las Respuestas del Catastro de Ensenada perteneciente a la localidad conquense de
Beteta se mencionan numerosos parajes con el nombre de Toba y diminutivos de esta voz.
11
Aunque Ambrosio Morales vivió entre 1513-1591, su obra Crónica de la Historia de España, dedicada al Rey
Felipe II, se publicó a finales del siglo XVIII.
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LAS TOBAS EN ESPAÑA
Figura 1.1: Cauce del Alto Tajo y cascada del Arroyo del Campillo. Zaorejas.- Guadalajara. Hernández Pacheco,
1929. (En: Fisiografı́a del Solar Hispano, Madrid 1956, 785 pp.).
Pronto aquellas reseñas iniciales dieron paso a observaciones más detenidas (Mallada, 1911),
siendo las Lagunas de Ruidera (Fig. 1.2 y Fig. 1.3) el paradigma tobáceo más referenciado (Hernández
Pacheco, 1929 y 1949; Jessen, 1946; Planchuelo, 1944 y 1954). Pero quizás, una de las aportaciones
que contribuirı́a de modo más decisivo a la eclosión de los posteriores estudios fuera un trabajo
dedicado a los lagos tobáceos (Saénz Garcı́a, 1954). Surgieron más tarde referencias a la existencia
de tobas en otros lugares del paı́s, concretamente, en un dominio insular, como las Islas Balea-
res, donde se advirtieron depósitos en parajes mallorquines (Obrador y Mercadal, 1969). Enorme
difusión tuvieron también dos aportaciones llevadas a cabo en los valles de ciertos tributarios del
Alto Tajo (Virgili et Pérez González; 1970; Pérez González y Virgili, 1975) que pasaron a ser cita
obligada en las bibliografı́as de todas aquellas hojas del Mapa Geológico 1/50.000 en cuyo territorio
se cartografiaron estos depósitos. Desde entonces, varias centenas de trabajos12 han sido dedicados
al estudio directo, o indirecto, de los depósitos tobáceos diseminados por los diversos territorios
españoles.
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1. LAS ACUMULACIONES TOBÁCEAS
Figura 1.2: Laguna Batana y cola de la Laguna Colgada a mediados del siglo XX. Separando sus vasos, vista del
paramento de aguas arriba de la barrera tobácea que represaba, casi hasta su coronación, las aguas del primer
humedal (Lagunas de Ruidera, Valle del Alto Guadiana).
Figura 1.3: Orillas acantiladas asociadas a replanos estromatolı́ticos en una de las Lagunas de Ruidera, a mediados
del siglo XX. Valle del Alto Guadiana.
9
LAS TOBAS EN ESPAÑA
- Sicilia, concretamente en las proximidades del Etna, cuyas tobas holocenas ofrecen un origen
semejante (Romano et al., 1987);
- Algunos valles de Polonia meridional labrados sobre roquedos no calizos; las tobas recientes
emplazadas en su seno han sido formadas por carbonatos procedentes de la decalcificación de
acumulaciones loéssicas (Alexandrowicz et Gerlach, 1981). Asimismo, se ha detectado la existencia
de depósitos tobáceos alimentados desde acuı́feros fracturados compuestos por rocas metamórficas
(Boch et al., 2005).
Ası́ pues, los flujos de aguas constructores de tobas provienen, de modo casi exclusivo, de los
macizos kársticos y se asocian a aguas meteóricas cuyas temperaturas suelen estar próximas a los
º
10 C14 con valores de pH ligeramente básicos (7,5 -8,4) y concentraciones de calcio comprendidas
entre unos 30 mg L-1 y 60 mg L-1 (Merz Preiß and Riding, 1999; Pentecost and Zhaohui, 2002; Pen-
tecost, 2005). Estos flujos kársticos pueden conocer, a su vez, dos situaciones dialécticas extremas
(Kupper, 1979):
- aguas con un importante contenido iónico en bicarbonato cálcico y susceptibles de registrar
procesos de sobresaturación por motivos fı́sico-quı́micos o bioquı́micos;
- aguas de bajo contenido y, por tanto, proclives a un comportamiento agresivo y capaz de
efectuar procesos de disolución en los lechos carbonatados sobre los que circulen.
Esta dicotomı́a esquemática abarca, indudablemente en muchos ámbitos tobáceos, situaciones
intermedias que sólo pueden ser seguidas a través de un estudio continuado de sus contrastadas
condiciones estacionales. Por ello, y salvo algunas magnı́ficas excepciones, se dispone de escasas ob-
servaciones que permitan un conocimiento riguroso de las variaciones temporales de los parámetros
ası́ como de la mineralización de los flujos constructores de toba.
10
1. LAS ACUMULACIONES TOBÁCEAS
años posteriores, la escasez de datos experimentales auspició que muchos autores concediesen una
enorme transcendencia a la precipitación de carbonatos inducida por la simple evaporación (Saénz
Garcı́a, 1954)16 o por factores metabólicos desarrollados por organismos con actividad fotosintéti-
ca. Ası́ aparecieron diversos conceptos como toba bioconstruida, facies biogénicas, biosedimentación
fluvial y lacustre, etc. (Vaudour, 1997); biolitogénesis (Casanova, 1981a; Weisrock, 1986) o biocris-
talogénesis (Adolphe, 1986). Sin embargo, sucesivas aportaciones parecen inclinarse por el peso de
la precipitación inorgánica en el origen y desarrollo de numerosas acumulaciones tobáceas, aunque
advirtiéndose su control por causas muy diversas.
Ası́ en algún trabajo, ya antiguo, se describió la precipitación de carbonatos tobáceos en tramos
fluviales sin ningún tipo de soporte vegetal (Slack, 1967). Posteriormente, nuevos datos advirtieron
cómo la precipitación de carbonatos con un origen fotosintético era mı́nima (6 %-12 %) sobre ciertos
musgos como Palustriella commutata y Eucladium verticillatum, y que la provocada por efectos
de la evaporación también era muy reducida (entre 10 % y 20 %): del resto era responsable la
desgasificación fı́sico-quı́mica (Pentecost, 1996). Aquellas observaciones fueron apoyadas por otras
que establecieron que en flujos rápidos, la desgasificación del CO2 inorgánico era la principal causa
de su supersaturación (Kano et al., 2003; Kawai et al., 2006. . . ..) frente al insignificante papel de
la fotosı́ntesis y de la temperatura (Lorah and Herman, 1988; Merz-Preiß and Riding, 1999; Chen
et al., 2004. . . .). En esta misma dirección se incluyen los recientes datos obtenidos en pequeños
cauces prealpinos (1-2 m de anchura y algunos decı́metros de profundidad) que apenas soportan
vegetación higrófila (Brusa and Cerabolini, 2009) o en los del Sistema Ibérico (Vázquez Urbez et
al., 2004 y 2010; Osácar et al., 2013). No obstante, la actividad biológica parece jugar un papel
más eficaz en la precipitación de la calcita en aquellas aguas que discurren lentamente y, por tanto,
la desgasificación fı́sico-quı́mica del CO2 es baja (Chen et al., 2004). Sin embargo, numerosos
investigadores (Pentecost, 1998; Ford and Pedley, 1996; Pedley et al., 2009; Arp et al., 2001 y
2010. . . ) contemplaron la acción combinada de ambas precipitaciones –abiótica y biótica- en la
conformación de los carbonatos, incluso alguno de ellos observó, en cauces del sur de Italia, cómo
en sus lechos no se producı́a precipitación cuando los biofilms estaban ausentes (Manzo et al., 2012).
11
LAS TOBAS EN ESPAÑA
laboratorio natural del Monasterio de Piedra -Zaragoza- (Arenas et al., 2012a), donde las acumu-
laciones tobáceas ofrecen un desarrollo estacional contrastado ya que las tasas de crecimiento, en
distintas facies carbonáticas (estromatolitos, limos y barros tobáceos no laminados, dispositivos
de musgo. . . .), alcanzan valores (5,26 mm) dobles durante las etapas cálidas -primavera y verano-
que los registrados (2,26 mm) durante las frı́as -otoño e invierno- (Vázquez Urbez et al., 2004
y 2010; Osácar et al., 2013). Tampoco faltan ciertos ensayos que calcularon las apreciaciones en
g/cm2 año-1 o kg/m2 año-1 como los efectuados, también, en el citado Monasterio 0,86 g/cm2 - 0,13
g/cm2- (Vázquez Urbez et al., 2010), o los llevados a cabo experimentalmente en formas domáticas
del australiano Lago Eyre que registraron valores comprendidos entre 0,15-1,6 kg/m2 año-1 (Keppel
et al., 2011). Regionalmente se han considerado precipitaciones de carbonatos tobáceos en tonela-
das/año, bien en el fondo de valles como Plitvice -10.000 T a-1 - (Emeis et al., 1987) o al pie de
manantiales -12,6 T a-1 - del sur de Alemania (Usdowski et al., 1979). En Ruidera, las estimaciones
se han efectuado en m3 /año -15.000 m3 /año- (Ordoñez y Felipe, 1988).
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1. LAS ACUMULACIONES TOBÁCEAS
Tabla 1.3: Tasas de precipitación pretérita (Pleistoceno y/o Holoceno) en diversos ámbitos kársticos.
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LAS TOBAS EN ESPAÑA
tobas constituyen los vestigios pleistocenos más antiguos: unas veces, como auténticos mogotes
en el interior de los valles; otras coronando cerros troncocónicos asimilados a verdaderos relieves
invertidos, como acontece en numerosos valles ibéricos (Agudo et al., 1993; Ordoñez et al., 1987a ...)
y de otras regiones (Durán, 1996; Delannoy et al., 1993; Arana, 2007); tampoco faltan parajes en
los que los materiales tobáceos han protegido en su seno diversos tipos de acumulaciones, de gran
importancia morfogenética y con bajo potencial de preservación –como coluviones o aluviones-, que
habrı́an desaparecido si no hubiera existido una previa fosilización carbonática.
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1. LAS ACUMULACIONES TOBÁCEAS
Coluviones crioclásticos desarrollados bajo ambiente periglaciar en las laderas de ciertos re-
lieves de los Prealpes (Baena Escudero et al., 1997a);
Dispositivos eólicos, como loess, o sus manifestaciones interglaciares (Lecolle, 1989) asociadas
a niveles de turba (cuencas del Somme y del Sena). Conjuntos sedimentarios complejos in-
tegrados por arenas eólicas y/o coluviones, pertenecientes a diversos momentos cuaternarios
(Ambert, 1997).
Depósitos litorales, como el Golfo de Corinto –Cabo Heraion- (Grecia), donde biohermos
lacustres yacen bajo margas y bioclastos marinos del Pleistoceno medio (Kershaw and Guo,
2006; Andrews et al., 2007).
Brechas de origen tectónico vinculadas a una posible reactivación de fallas que podrı́a suponer
un cierto aporte de CO2 de origen profundo (Bakalowicz, 1990).
Sedimentos con niveles arqueológicos como acontece en niveles del Pleistoceno medio-superior
de los bordes del desierto del Neguev (Schwarcz, 1980) o en horizontes de ocupación muste-
riense en el entorno de Bañolas (Bischoff et al., 1988; Allue et al., 1997; ...).
En la Penı́nsula Ibérica, estas sucesiones son también relativamente frecuentes ya que estructu-
ras tobáceas fosilizan, o se entremezclan, con sedimentos de diversa ı́ndole y, en ocasiones, generados
en etapas climáticas bien diferentes a los ambientes que presidieron la formación de aquellos carbo-
natos. Entre ellos sobresalen los depósitos coluvionares, de origen crioclástico, presentes en multitud
de parajes del centro peninsular donde unas veces recubren y otras son recubiertos, por acumu-
laciones de toba. Especial representatividad tienen estas manifestaciones en los valles del Sistema
15
LAS TOBAS EN ESPAÑA
Ibérico: Alto Ebro (González Amuchastegui y Serrano, 2000, 2005, 2007 y 2010), Jalón (Gutiérrez
y Sancho, 1997), Alto Tajo (González Amuchastegui y González, 1989, 1993 y 1997; Guerrero y
González, 2000); Serranı́a de Cuenca (Alonso et al., 1987); Sierra de Albarracı́n (Peña et al., 1994)
y cabecera del rı́o Mijares (Sancho et al., 1997; Peña et al., 2000), ası́ como en ciertas comarcas de
su entorno -Alcarria- (González Martı́n, 1986; González Martin et al., 1989; Pedley et al., 2003).
Tampoco faltan más al sur, en el Campo de Montiel, cabecera del rio Guadiana (González Martı́n
et al., 1987 y 2004); en el valle medio del Júcar (Fernández Fernández et al., 2000) o en las laderas
del Prebético (Garcı́a del Cura et al., 1996; González Martı́n et al., 2000 y Fidalgo, 2011) y en
ciertos valles andaluces (Baena et al., 1993; Dı́az del Olmo et al., 1994; ...).
Sin embargo, el binomio toba/acumulación detrı́tica adquiere su mayor representación en el
ámbito de los acumulaciones fluviales, como se describirá en el capı́tulo siguiente en el apartado
dedicado a los morfotı́pos fluviales. En efecto, multitud de lugares ofrecen secuencias, tanto pleis-
tocenas como holocenas, que incluyen esta dualidad, a veces repetida en la vertical donde diversas
facies tobáceas se interestratifican y/o pasan lateralmente a acumulaciones de gravas, arenas y limos
aluviales.
construcción tobácea al ser aquellas responsables de la localización de las surgencias y, con ello, de
la sedimentación carbonática asociada. Por ello, incontables conjuntos tobáceos se adosan a lı́neas
de fallas donde, además, la actividad tectónica registrada durante diversas fases del Pleistoceno, ha
deformado sus estructuras, modificado el trazado de los flujos de agua, o ha incrementado brusca-
mente las pendientes de los sistemas tobáceos. Ello ha motivado su uso como vehı́culo metodológico
para conocer la evolución sismo-tectónica de numerosos territorios (Julian et Martin, 1981; Arl-
hac et al., 1988 y 1994; Altunel and Hancock, 1993; Chaker et Laouina, 1998; Martı́nez Dı́az y
Hernández Enrile, 2001; Soligo et al., 2002; Comerci et al., 2003; Garcı́a et al., 2003; Dipova and
Doyuran, 2006a), o para establecer las tasas de levantamiento vertical que han conocido determi-
nadas regiones (Delannoy et al., 1989; Guendon et al., 1997b; ...). Buenos ejemplos lo suministra el
sistema de fracturas que afecta a una generación biohérmica de naturaleza lacustre (Kershaw and
Guo, 1996), o a dos (Andrews et al., 2007), emplazada/s en los confines occidentales de la penı́nsula
de Pechora y desarrollada/s en momentos del Pleistoceno medio cuando el Golfo de Corinto era
un lago; su posición alzada a varias decenas de metros sobre el nivel del mar ha permitido evaluar
levantamientos isostáticos próximos a 0,3 mm a-1 (Kershaw and Guo, 1996). Tasas de alzamiento
semejantes, entre 0,3 y 0,7 mm a-1 se han establecido en el corredor alpujárride desde el Pleistoceno
medio a la actualidad (Garcı́a et al., 2003) o incluso superiores (1,4 mm a-1 )(Schulte et al., 2008).
Tampoco faltan ejemplos de cómo la actividad tectónica puede ser responsable de la disfuncionali-
dad de ciertos edificios al desencadenar procesos de incisión (Heimann and Sass, 1989) u otros de
diferente naturaleza –colapsos, hundimientos- (Pareyn et Salimeh, 1990).
En España, la correlación entre la deposición de tobas y los factores neotectónicos ha sido
señalada con cierta asiduidad en numerosos valles pertenecientes a distintos dominios peninsulares.
Entre ellos, los modelados en los roquedos de la Cordillera Ibérica: Jiloca (Gracia y Cuchi, 1993);
Guadalaviar (Sancho et al., 1997) y Mijares donde los movimientos más recientes (Pleistoceno
superior – Holoceno) serı́an responsables de los notables espesores ofrecidas por las tobas en el
fondo de su cañón (Peña et al., 2000). También en distintos dominios béticos: Sierra de Alcaraz
(González Martı́n et al., 2000a y Fidalgo, 2011), cuenca de Cordobilla (Rodrı́guez Pascua et al.,
2008, 2009 y 2012) y otras más o menos próximas –Mula- (Rodrı́guez Estrella y Navarro Hervás,
2001).
Otro aspecto geomorfológico de interés se orienta hacia el conocimiento de los procesos de
agradación o incisión de los cauces y redes hidrográficas, objeto de indudable atracción geomor-
fológica desde hace algún tiempo (Tebbens et al., 1999; Maddy et al., 2000; Van der Ver and Van
Hoft, 2001. . . ) y donde la presencia de dispositivos tobáceos puede contribuir a un conocimiento
más preciso. Sus desarrollos fluviales siempre son controladas por las tendencias tectónicas hacia
el alzamiento o el hundimiento, ası́ como por procesos inducidos por las fluctuaciones climáticas.
Además, la posible datación de las tobas permite abordar, con cierto éxito, el estudio de las tasas
de acumulación o de encajamiento aluvial, protagonizadas por los lechos a lo largo de su historia
cuaternaria. Todavı́a no son muchos los datos disponibles y el contraste de sus valores no deja
de plantear problemas al haber sido obtenidos en ámbitos morfotectónicos muy distintos. Entre
algunos de ellos destacan los siguientes parámetros de encajamiento fluvial, algunos establecidos
en ciertos valles españoles:
Entre 4 y 8,7 mm a-1 en el área de Cañete la Real, en Andalucı́a (Cruz Sanjulián, 1981).
Entre 3 mm a-1 y 7 mm a-1 en el valle del Mijares, en el borde oriental de la Cordillera Ibérica,
y para distintos momentos del Cuaternario (Peña et al., 1997).
17
LAS TOBAS EN ESPAÑA
Otras consideraciones acerca de la incisión fluvial han sido obtenidas a partir del estudio de
las formaciones tobáceas de la cuenca francesa del rı́o Allier (Veldkamp et al., 2004) a lo largo
de una prolongada evolución de unos 200.000 años.
Los datos referidos a las tasas de agradación, con dominancia de materiales tobáceos, no abun-
dan. Como excepción podrı́an señalarse algunos ejemplos europeos -Valle del Alto Korana- cuyo
fondo, en Plitvice, está colmatado por más de 20 m de carbonatos fluvio-lacustres acumulados desde
los “tiempos postglaciares” (Emeis, 1987). Tasas de este parámetro han sido estimadas, también,
en algunos valles de la Penı́nsula Ibérica. Entre ellos sobresale: el entorno de la Laguna de Añavieja,
donde los espesores holocenos se aproximan a los 20 m (Arenas et al., 2010a; Pérez et al., 2010 y
Luzón et al., 2011); o en el ámbito de las Lagunas de Ruidera donde las tobas sobrepasan los 40
m, e incluso superan el medio centenar, en ciertos tramos del Alto Guadiana (Pedley et al., 1996;
González Martı́n et al., 2004; Ordoñez et al., 2005). En tobas pleistocenas se han detectado espeso-
res muy sobresalientes en algunos corredores fluviales del Sistema Ibérico como en el de Añamaza,
70 m (Arenas et al., 2012b). En valles béticos se ha responsabilizado a los factores tectónicos de los
procesos de agradación/incisión de las redes fluviales siendo marginal la influencia de los fenómenos
climáticos en el comportamiento de aquellas tendencias (Garcı́a et al., 2003).
CONSIDERACIONES FINALES
Toba y travertino son términos que han sido aplicados en el último siglo como conceptos ambi-
guos: unas veces como sinónimos y otras de modo restrictivo para aludir a formaciones carbonatadas
de diferente origen –metéorico/termal-, grado de porosidad y litificación, etc.
En este libro, dedicado a las tobas en España y a sintetizar sus principales caracterı́sticas
geomorfológicas, se utilizará mayoritariamente su acepción como depósitos originados por aguas
de origen meteórico. Ası́ pues, en un sentido genérico, estas acumulaciones carbonáticas, ricas en
improntas vegetales, y no exclusivas de sustratos kársticos, se precipitan en manantiales, rı́os y
humedales donde conforman depósitos consistentes en calcita con bajo contenido en magnesio y
generalmente poco estratificados; además, ofrecen una notable anisotropı́a al estar formados por
cuerpos de irregular distribución, escasa continuidad lateral y con distintas facies petrográficas, cuyo
carácter, poco o muy litificado, depende de una evolución diagenética favorecida por factores locales
y/o temporales. No obstante, también en ciertos casos se adoptará una posición que contemple
toba y travertino como análogos, o diferenciados por algunos matices, para respetar las opiniones
particulares de los autores a la hora de abordar las acumulaciones en sus respectivos capı́tulos.
La sedimentación de los carbonatos tobáceos acontece, casi siempre, en flujos de agua liberados
desde acuı́feros kársticos, aunque no faltan excepciones. Tras años donde la precipitación bioquı́mica
–o biomediación- fue invocada por numerosos autores como un proceso decisivo en la génesis de las
tobas, datos obtenidos más recientemente, a través de una más o menos prolongada monitorización,
han pasado a conferir a la precipitación inorgánica un papel trascendental al establecer que la
pérdida de CO2 se vincula, en numerosos parajes y tipos de acumulaciones, a los procesos de
turbulencia sobrevenidos en los flujos de agua. A considerar, de igual modo, las altas tasas de
crecimiento vertical anual que conocen las formaciones tobáceas pues sus valores figuran entre los
más elevados en el ámbito de las rocas sedimentarias: fluctúan entre 1 mm a-1 y 42 mm a-1 en
función de las facies, ası́ como de las caracterı́sticas ambientales de los lugares donde se desarrollan
las tobas; en algunos musgos calcı́colas se han constatado crecimientos de hasta 110 mm a-1 .
A parte de su enorme valor paleoambiental y cronológico, las formaciones tobáceas aportan un
estimable interés geomorfológico que no sólo deriva de su propia inserción en los paisajes kársticos
sino que, además, permiten indagar la evolución regional de los entornos donde se emplazan: unas
veces, conservando en sus secuencias estratigráficas testigos residuales de un cortejo de formaciones
superficiales eliminadas por la erosión, y por tanto, del registro geomorfológico; otras, por los
estrechos vı́nculos que su génesis y desarrollo determinan con respecto a los comportamientos
tectónicos y/o las tendencias hacia la agradación o incisión de las redes fluviales.
18
2. DEPÓSITOS TOBÁCEOS: PRINCIPA-
LES MORFOTIPOS
1. Departamento de Geografı́a, Universidad Autónoma de Madrid, Francisco Tomas y Valiente 1, 28049 Madrid.
juanantonio.gonzalez@uam.es
2. Departamento de Geografı́a, Prehistoria y Arqueologı́a, Universidad del Paı́s Vasco, Tomas y Valiente s/n, 01006
Vitoria-Gasteiz mj.gonzaleza@ehu.es
INTRODUCCIÓN
Las acumulaciones tobáceas han sido objeto de numerosas aproximaciones metodológicas des-
tinadas a su coherente clasificación (Viles and Goudie, 1990; Pentecost and Viles, 1994 ...). Esta
variedad de ópticas enraı́za su razón de ser en tres hechos fundamentales: la notable diversidad
de morfologı́as que ofrecen a distintas escalas; los contrastados ambientes genéticos donde se origi-
nan y desarrollan; una amplı́sima variedad de elementos biológicos constructores de carbonatos y
litofacies incluidas en su seno. Entre aquellas clasificaciones destacan:
Una de las más tradicionales se inició ya hace medio siglo (Stirn, 1964) y se apoyó en criterios
biológicos que consideraron cómo la morfologı́a de los depósitos tobáceos se hallaba muy
condicionada por el tipo de cubierta vegetal incrustada por el carbonato cálcico (Iron and
Müller, 1968; Pentecost and Lord, 1988 . . . ).
Sin embargo, las clasificaciones que alcanzaron mayor difusión propusieron combinar criterios
petro-sedimentológicos, hidrológicos y morfológicos. Ası́, ensayos pioneros (Buccino et al.,
1978; Casanova, 1981a; Ordóñez and Garcı́a del Cura, 1983; Juliá, 1983) matizaron la exis-
tencia de depósitos autóctonos -desarrollados in situ por diversos tipos de cubiertas higrófilas-
y alóctonos -vinculados genéticamente a los procesos de sedimentación detrı́tica y, por tan-
to, constituidos por multitud de fragmentos de origen tobáceo o clástico-. Esta lı́nea fue
completada por la clasificación de Pedley (1990) que incluyó a los fitohermos y a las tobas
estromatolı́ticas dentro de la categorı́a de depósitos autóctonos mientras que la de alóctonos
aglutinarı́a una mayor variedad.
19
LAS TOBAS EN ESPAÑA
ası́ como por hongos, diatomeas, etc. y cementados por tapices calcı́ticos con bajo contenido en
magnesio. En función de la complicación de sus estructuras, casi siempre vinculada al tamaño
de los fitohermos, se ha diferenciado entre complejos y simples; estos últimos sencillos dispositi-
vos hemiesferoidales con una longitud y anchura inferior a 0,5 m (Pedley, 1990). Por su parte, la
toba estromatolı́tica (Phytoherm bounstone) estarı́a compuesta por múltiples láminas (Fig. 2.1-B)
desarrolladas a partir de los microfilms cianobacterianos.
Figura 2.1: A.- Corteza laminada desarrollada sobre tobas de musgo en Brihuega (Valle del Tajuña). B.- Estroma-
tolitos asociados a un antiguo salto de agua en la Laguna de Taravilla (Alto Tajo). C.- Acumulación de oncolitos
en un fondo de valle holoceno del rı́o La Mesta (Albacete). D.- Toba detrı́tica en un relleno holoceno del valle del
Alto Tajo.
Los dispositivos alóctonos están integrados, sobre todo, por depósitos clásticos de naturaleza
tobácea al haber sido sus carbonatos arrastrados por la actividad de flujos de agua. Destaca la toba
fitoclástica, compuesta a partir de múltiples dispositivos vegetales generalmente cementados tras su
sedimentación y la toba oncoidal, a menudo protagonizada por la aglomeración de oncolı́ticos (Fig.
2.1-C) armados por envolturas microconcéntricas de cementos cianobacterianos y con un núcleo
exento donde se alojaba una bola algácea o un diminuto fragmento orgánico; el tamaño de los
oncolitos no suele sobrepasar diámetros superiores a 5 cm y su morfologı́a, esférica u ovalada, es el
resultado de su arrastre por corrientes en lechos bien oxigenados e insolados. Otra variedad de este
grupo es la toba intraclástica formada predominantemente por arenas y limos tobáceos (Fig. 2.1-D)
cuya granulometrı́a se vincula a la eficacia de los procesos de fragmentación, erosión y transporte
acontecidos en acumulaciones tobáceas previas. Suelen depositarse en parajes o geotopos donde la
actividad de las aguas es muy tranquila o se halla remansada. Finalmente, la toba microdetrı́tica se
halla constituida por carbonatos, generalmente de naturaleza micrı́tica, desarrollados en receptácu-
los lacustres o palustres.
De igual modo, la citada clasificación de Pedley (1990) distinguió entre dispositivos de manan-
tial en las laderas, de origen fluvial, lacustre y palustre. Los primeros emplazados en las vertientes
de los relieves y valles y genéticamente asociados a surgencias kársticas. Por su parte, en el ámbito
fluvial sobresalen dos variedades: las barreras, auténticos fitohermos que cierran transversalmente
los cauces y las acumulaciones originadas por flujos braided y dominadas por cianolitos y oncoides,
fitoclastos ası́ como por pequeños fitohermos marginales, donde no están ausentes microdetrı́ticos y
estromatolitos de origen bacteriano. En el seno de humedales, con las aguas remansadas casi siempre
por la existencia de una barrera tobácea, se desarrolları́an las tobas lacustres, matizando la exis-
20
2. DEPÓSITOS TOBÁCEOS: PRINCIPALES MORFOTIPOS
Este morfotipo suele desarrollarse no en el mismo pie de los veneros sino unas centenas de metros
aguas abajo del foco donde manan las aguas subterráneas (Lorah and Herman, 1988), trayecto
necesario para que los flujos acuosos registren una desgasificación del CO2 suficiente (turbulencia,
cambios en la temperatura del agua, disipación a la atmosfera circundante, etc.) para provocar su
sobresaturación. En esta pérdida de CO2 se ha invocado también, desde hace algún tiempo, un
cierto papel a la asimilación clorofı́lica realizada por la vegetación hidrófila (Nicod, 1986a), siendo
una constante biológica en ella la presencia dominante de comunidades de musgos -Cratonerum
commutatum, Eucladium verticillatum y otros- (Durán et al., 2009). Tampoco faltan los biofilms
algáceos y/o bacterianos que dan lugar a facies estromatolı́ticas donde alternan láminas porosas y de
mayor densidad con diferentes tonalidades; tal sucesión fue interpretada pioneramente (Casanova,
21
LAS TOBAS EN ESPAÑA
1981a; Weisrock, 1981 y 1986. . . .) cómo el reflejo de unas condiciones puntuales contrastadas en lo
que respecta a la insolación y a los caudales de los flujos de agua.
Desde el punto de vista geomorfológico, cada uno de los edificios tobáceos que componen esta
variedad suele adoptar un alzado general de tipo cuneiforme. Su techo presenta una plataforma más
o menos articulada1 en terracillas delimitada por un talud más o menos verticalizado (Fig. 2.2)
por él que se derraman flujos de agua describiendo saltos de distintas dimensiones: desde algunos
centı́metros a varios metros, siendo reiterada la presencia de vistosas cascadas. Estos despeñaderos
de agua son siempre puntos de una intensa precipitación debido a las condiciones de turbulencia que
generan (Arenas et al., 2000; 2001; Vázquez Urbez et al., 2010. . . .) y a la biomediación microbiana.
De aquı́ que en ellos se desarrollen abundantes lóbulos y cortinas de musgo que rapidamente son
incrustadas por cementos calcı́ticos a la vez que progradan hacia el valle (Pedley et al., 2003),
incrementando el desnivel altimétrico de su talud terminal y conformando en su avance numerosas
cavidades o abrigos. Además, cada elemento de las cortinas de musgo conserva su orientación de
crecimiento lo que permite, en edificios fósiles, reconstruir la dirección exacta de los flujos y evaluar
con precisión los parámetros de los relictos saltos de agua.
Figura 2.2: Vista de las cascadas asociadas al frente tobáceo del edificio de surgencia sito en el conocido paraje
del Nacimiento del rı́o Cuervo, Serranı́a de Cuenca.
Existen ejemplos ocasionales donde el desarrollo lateral de estos edificios puede llegar, en el
fondo de los valles, a interferir, desviar e, incluso, retener la corriente de los cauces, sobre todo si
por ellos discurren escasos caudales. Un magnı́fico ejemplo de esta tendencia puede advertirse en
el valle del rı́o Velinos, en los alrededores de Alcalá la Real (Garcı́a Garcı́a et al., 2013).
Este morfotipo adopta dos variedades en función de su emplazamiento y desarrollo en vertientes
con mayor o menor grado de inclinación de sus pendientes (Durán et al., 2009):
1
Algunos autores ha advertido una cierta analogı́a en la evolución de los carbonatos tobáceos de este morfotipo y
los desarrollados en las plataformas marinas arrecifales (Martı́n Algarra et al., 2003). Por ello, siguiendo esa afinidad
propusieron un modelo aplicado a ciertos edificios granadinos en donde a partir de la surgencia de agua se sucedı́an
lateralmente varios subambientes: al pie del citado manantial se ubica, a semejanza de las áreas de lagoon, un pequeño
humedal -pool – (back reef ) donde, entre otros, abundan los oncolitos y estromatolitos; a continuación, una pequeña
barrera –dam- (reef crest) delimitada hacia el valle por una cascada (reef-front) y tras ella, un segmento distal de
suave pendiente –slope- (fore reef ) con frecuentes restos vegetales incrustados por carbonatos, pequeños domos de
musgos y parches de vegetación herbácea (Martı́n Algarra et al., 2003).
22
2. DEPÓSITOS TOBÁCEOS: PRINCIPALES MORFOTIPOS
Figura 2.3: Edificios adosados en graderı́a pertenecientes al complejo del Puente de San Pedro (Alto Tajo).
Alcarria (Ordoñez y González, 1979), más o menos coincidentes a los establecidos (Pedley et al.,
2003), en años posteriores (1-2 mm registrados durante tres meses en el tránsito primavera-verano).
No obstante, tasas más elevadas, en condiciones muy favorables, fueron advertidas, como se ha
mencionado en un apartado anterior, en las parameras del Alto Tajo con crecimientos diferenciales
en función del musgo que actuaba como soporte biológico. Ası́, aplicando tasas medias de unos
4,2 cm a-1 se determinó cómo las facies de musgos, en este paraje, habı́an podido conformar un
edificio de 6400 m3 en unos 2000 años aproximadamente (Weijemars et al., 1986). También desde
entonces se conoce que este crecimiento sigue un ritmo estacional ya que las tasas de precipitación
carbonática en los musgos se incrementarı́an a partir de la primavera y empezarı́an a decrecer
con la llegada del otoño, siendo mı́nima durante los meses de invierno (Weijermars et al, 1986),
interpretación que ha sido confirmada con notorio rigor en posteriores trabajos experimentales
(Vázquez Urbez et al., 2004 y 2010; Arenas et al., 2012a. . . .).
Para finalizar este epı́grafe debe hacerse alusión a las singulares morfologı́as originadas por la
descarga de aguas asociada a surgencias kársticas del acuı́fero pirenaico de Areny-Monsec, pero que
fueron inicialmente consideradas como termales (I.G.M.E., 1953). Consisten en una serie de domos
y montı́culos tobáceos de tamaño decamétrico, emplazados en las inmediaciones de los humedales
de Basturs y Mont de Conques y con espesores en algunos casos de unos 40 m. A ellos se asocian
otras manifestaciones carbonáticas (pequeñas barreras, terracillas, microgours. . . ) de morfologı́a
muy similar a otras desarrolladas a partir de manantiales termales (Linares et al., 2010).
unos revisten un carácter relicto al hallarse colgados a diferentes cotas sobre los cauces ac-
tuales. Suelen correlacionarse con las etapas pleistocenas idóneas ambientalmente para la
precipitación de carbonatos, a veces favorecidas por procesos estructurales propensos a la
agradación. De modo general, sus materiales, estructuras y espesores ofrecen una visibilidad
accesible que facilita la toma de muestras y su estudio. Sin embargo, las etapas de enca-
jamiento presentan mayor indefinición genética pues se han invocado multitud de motivos
en la incisión de las acumulaciones tobáceas aluviales en función de su localización regional:
tectónicos, eustáticos (Garcı́a et al., 2003; Schulte et al., 2008. . . ..) pero, sobre todo, climáti-
cos aunque con matices contrastados; con frecuencia se responsabiliza a cambios con frı́o
y/o sequedad proclives de la sedimentación detrı́tica y, a veces, a etapas de mayor humedad
(Glover et al., 1998).
otros se alojan en el mismo fondo de valle y casi siempre coincidentes con dispositivos de
edad finipleistocena-actual; en ellos, la observación se hace más dificultosa, o casi imposible
allı́ donde se han registrado secuencias de agradación. Es entonces cuando las posibilidades de
conocer su estructura interna –distribución y geometrı́a de las litofacies- exigen la introduc-
2
Como se ha comentado en páginas anteriores, la descripción y peculiaridades de los múltiples tipos de facies
tobáceas desarrolladas en cauces fluviales, ası́ como sus caracterı́sticas (texturales, geometrı́a de los depósitos, estruc-
turas sedimentarias, contenido biológico, medios sedimentarios, etc.) pueden seguirse en Arenas et al., 2007 y 2010b;
Vázquez Urbez et al., 2010 y 2011a), etc.
24
2. DEPÓSITOS TOBÁCEOS: PRINCIPALES MORFOTIPOS
ción de técnicas como G.P.R. (Ground Penetrating Radar ) combinadas con posicionamientos
a partir de G.P.S. (Pedley et al., 2000; Pedley, 2009; González Martı́n et al., 2006; Pérez et
al., 2012), o de naturaleza electromagnética (Pedley et al., 1996; Brusi et al., 1997b). Ocasio-
nalmente, se han realizado sondeos de más de 50 m en algunos sistemas fluviolacustres, como
aconteció en Ruidera (Plata y Pérez Zabaleta, 1995) o en las cuencas lacustres de Bañolas
(-67 m) (Höbig et al., 2012) o en la de Añavieja (Luzón et al., 2011).
Dentro de los morfotipos tobáceos aluviales destacan los edificios de barreras y otras construc-
ciones carbonáticas, las terrazas, las rampas y los dispositivos en manto.
Tabla 2.1: Localización y caracterı́sticas de algunos de los sistemas de barreras más conocidos en distintos ámbitos
continentales
26
2. DEPÓSITOS TOBÁCEOS: PRINCIPALES MORFOTIPOS
Además, este morfotipo suele ofrecer un desarrollo bastante rápido en el tiempo que puede ser
evaluado de forma relativa –tamaño de sus paramentos, profundidad del vaso del humedal asociado
(Hammer et al., 2007)- o experimental, constatándose cómo el crecimiento de las barreras es favo-
recido por la turbulencia y velocidad de las aguas (Primc-Habdija et al., 2001, etc.). También se
ha estimado un crecimiento diferencial de las barreras en función de las circunstancias climáticas:
en ámbitos semiáridos, y por la incidencia de las altas temperaturas e intensos procesos de evapo-
ración, el desarrollo de las represas tobáceas es bastante presuroso mientras que es más ralentizado
en las regiones templado húmedas, donde las temperaturas son más frescas y la precipitación de
carbonatos no es tan eficaz (Pedley et al., 1996).
Estos obstáculos carbonáticos conocen una evolución en la que ofrecen, durante su etapa inicial,
una envergadura de algunos milı́metros o de pocos centı́metros (Fig. 2.5). Con frecuencia en esta
fase embrionaria, estos minúsculos fitohermos se alzan sobre lo que algunos autores (González Amu-
chastegui y González, 1993; Fernández Fernández, 1996 y 2000; Guerrero Domı́nguez y González,
2000, etc.) han denominado estructuras de retención parcial, o cuñas tobáceas progradantes, y que
se desarrollan en cauces muy propensos a la turbulencia de sus aguas: consisten en dispositivos de
morfologı́a tabular (Fig. 2.6) cuyas estructuras describen numerosas inflexiones de bajo ángulo, al
adaptarse a las múltiples irregularidades de los lechos propagándose hacia aguas abajo, a veces a lo
largo de varias decenas de metros. Pero conforme las pequeñas represas alcanzan fases de madurez,
sus proporciones se incrementan ensanchándose sus paramentos y adquiriendo una notable altura.
Entonces, su longitud máxima será un parámetro condicionado por la mayor o menor amplitud del
cauce fluvial donde aquellas se inserten, destacando el hecho de que muchas se emplazan en los pa-
rajes más angostos de los valles, como acontece en el Alto Guadiana (González Martı́n et al., 1987),
en el del rı́o Purón (González Amuchastegui y Serrano, 2000), etc. Por el contrario, su anchura y
altura suelen estar determinadas por el factor tiempo ası́ como por el grado de continuidad y/o
discontinuidad de las condiciones ambientales que propician la precipitación de los carbonatos.
Figura 2.5: Barreras embrionarias en lechos del centro peninsular. A y B: Rı́o Pinilla por encima de la Laguna
Blanca (Ruidera); C: Rı́o Cuervo, en la Serranı́a de Cuenca; D: Cañada de las Hazadillas, Campo de Montiel.
27
LAS TOBAS EN ESPAÑA
La morfologı́a de los paramentos de aguas arriba y abajo es, a menudo, muy irregular y hete-
rogénea (Carthew et al., 2003a). Existen represas donde aquellos adoptan dualmente perfiles muy
verticalizados como acontece en las estrechas barreras (3 m de anchura) de Band-e-Amir (Jux and
Kempf, 1971), e incluso, en alguna de Ruidera (Pedley et al., 1996); sin embargo, represas muy
evolucionadas muestran, tanto en ejemplos pleistocenos como holocenos-actuales, un grueso pa-
ramento de aguas abajo de trazado cuneiforme, semejante al denominado espaldón con el que la
ingenierı́a romana dotó a sus presas en los inicios de nuestra Era. Sea cual sea su morfologı́a es-
pecı́fica, siempre ofrecen un inestable balance al convivir procesos de comportamiento antagónico:
por un lado, los saltos de agua, con su tı́pica naturaleza turbulenta, activan la precipitación de
carbonatos y aseguran la estabilidad de las barreras; por otro, sobre todo durante los eventos de
crecida, grandes volúmenes de agua desbordan los paramentos ocasionando procesos hidromecáni-
cos que tienden a erosionar su coronación y a socavar el pie de los saltos de agua. Los perfiles en
planta suelen ser también muy irregulares con trazados sinuosos (Carthew et al., 2003a). Idéntica
calificación podrı́a aplicarse a la de las distintas barreras de Ruidera aunque, con frecuencia, son
las áreas inmediatas a los estribos los lugares donde su anchura suele ser mayor (Fig. 2.7); ello se
debe a la reiterada localización en ellas de numerosos desagües naturales por los que progresan los
procesos de precipitación.
Desde el punto de vista ambiental, las barreras tobáceas son comunes en distintos dominios
morfoclimáticos del planeta: intertropicales (Salomon, 1981; Benoit 1986; Humphreys et al., 1995;
Cartew et al., 2003a y 2003b; Jolly and Tickell, 2011); oceánicos (Clet et al., 1989; Huault, 1989
y 2008, etc.); semi-áridos (Lapparent, 1966; Jux and Kempf, 1971. . . ..Brien et al., 2006; ) e, in-
cluso, en ámbitos de notable altitud (3000 -3600 m) como el Tibet (Lu et al., 2000; Yoshimura et
al., 2004). No obstante, destaca su mayor frecuencia en los ámbitos mediterráneos. En ellos, las
barreras se ubican casi siempre en los tramos fluviales de cabecera alimentados desde importantes
macizos calizos; esta asiduidad es consecuencia de dos hechos trascendentales: por un lado, el aporte
próximo de abundantes carbonatos desde los acuı́feros kársticos; por otro, el papel regulador que
éstos tienen, especialmente, ante la inusitada intensidad que adquieren las precipitaciones en este
dominio climático y cuyas grandes avenidas suponen un importante riesgo de colapso. De aquı́ que
la presencia de grandes barreras ofrezca un excepcional valor paleoambiental cuando se emplazan
en tramos más bajos y alejados.
Es el caso de cierta represa (Fig. 2.8), cuyos vestigios se alzan en el valle medio del Júcar, cerca
de Jorquera (Albacete). Su desarrollo exigió unas activı́simas condiciones de fitoestabilización, ası́
como unos caudales que desconocieron las violentas riadas, asociadas a los efectos de las actuales
gotas de aire frı́o mediterráneas (Fernández Fernández et al., 1996 y 2000).
Mucha mayor importancia parecen desempeñar los factores estructurales en el emplazamiento
de las barreras, siendo este morfotipo uno de los más condicionados a la hora de explicar su
especı́fica posición en el perfil de un valle. En efecto, la exigencia de flujos turbulentos, capaces
de desarrollar una activa precipitación fı́sico-quı́mica de carbonatos, motiva que los puntos de su
28
2. DEPÓSITOS TOBÁCEOS: PRINCIPALES MORFOTIPOS
localización coincidan con rupturas de pendiente determinadas por fracturas tectónicas y/o por el
afloramiento de capas geológicas resistentes, modeladas por la erosión diferencial. Buena prueba
de ello lo constituyen aquellos ejemplos policı́clicos (Band-e Amir, valles del Sistema Ibérico, Alto
Guadiana, etc.) donde testigos de diferentes generaciones –sobre todo en forma de antiguos estribos-
se emplazan repetida y estrictamente en los mismos parajes.
29
LAS TOBAS EN ESPAÑA
No obstante, existen excepciones ya que, a veces, la ruptura del gradiente en el lecho estuvo
motivada por el concurso de otros factores no estructurales. En efecto, la caı́da de grandes masas de
bloques, desde los farallones que flanquean el fondo de valle de algunas hoces y gargantas, constitu-
yeron primero un obstáculo a los flujos fluviales y, después, un tramo de notable agitación para sus
aguas al salvar las notables irregularidades de los escombros gravitatorios. Un ejemplo de este hecho
puede percibirse en el paraje de la Umbrı́a de Valdenarros, en el Alto Tajo (González Amuchastegui
y González, 1993). En otras ocasiones, sobre todo en ambientes semi-áridos, la turbulencia pudo
haber sido provocada por el abandono de materiales detrı́ticos heterométricos puestos en marcha
por corrientes ocasionales de muy alta energı́a. Casos de esta ı́ndole han sido descritos en el área
de Brandfontein, Namibia (Viles et al., 2007) dando lugar a cascadas tobáceas ası́ como en el le-
cho actual del rı́o Júcar (Fernández Fernández et al., 1996 y 2000), donde los clastos estimulan el
crecimiento y progreso de los carbonatos tobáceos (Fig. 2.9).
Figura 2.9: Precipitación de carbonatos y fases de formación de riffles tobáceos estimulada por las irregularidades
del lecho vinculadas a sedimentos detrı́ticos acumulados previamente en evento de alta energı́a. En: Fernández et
al., 2000.
Otro elemento a tener en cuenta en este morfotipo es su enorme fragilidad lo que motiva que
procesos de rotura parcial (Fig. 2.10), o de colapso total de sus paramentos, puedan provocar
graves riesgos como los de avulsión (Pentecost, 1993). De nuevo, las barreras que retienen los lagos
30
2. DEPÓSITOS TOBÁCEOS: PRINCIPALES MORFOTIPOS
Figura 2.10: Rotura de la coronación de una pequeña barrera tobácea en un cauce del Sistema Ibérico. Fotografı́a:
Juan Vázquez Navarro.
Una vez más, las barreras emplazadas en el sistema fluvio-lacustre de Ruidera pueden suminis-
trar nı́tidas evidencias de la vulnerabilidad en las represas tobáceas. Aquı́, el suceso más espectacular
aconteció en la enorme represa que cierra la Laguna del Rey que, en el siglo XVI (1545), ocasionó
el parcial derrumbe de su tramo suroccidental dando aparición a una profunda vaguada -paraje
hoy denominado el Hundimiento- de varios hectómetros de longitud y con dirección paralela a su
coronación (Jiménez Ramı́rez y Chaparro, 1994; González Martı́n et al., 2004; Fidalgo y González,
2013). De igual modo, notables procesos erosivos, en coronaciones y paramentos de aguas abajo
han sufrido sus represas durante las violentas riadas de 1946, 1997 (Grande et al., 1997) y 2011.
Recientemente, se ha considerado y evaluado, aunque con opiniones no convergentes (Albarracı́n
et al., 2012; Navarro et al., 2012), los posibles riesgos de rotura en una de sus barreras tobáceas,
concretamente la que cierra la Laguna de Santos Morcillo. Otros colapsos, ahora con posible origen
en un seı́smo, fueron advertidos en una gran represa pleistocena edificada en una cuenca fluvial
atlántica, con el consiguiente desagüe catastrófico de su lago adyacente (Pareyn et Salimeh, 1989).
31
LAS TOBAS EN ESPAÑA
a) Un moderado espesor que no suele ser superior a 10-15 m aunque se han citado entre otras
potencias de 40 m en el rı́o Matarraña (Martı́nez Tudela et al., 1986), de hasta 50 m en el alto
Jalón (Gutiérrez y Sancho, 1997) y de hasta 90 m en el rı́o Piedra (Vázquez Urbez et al., 2012). Los
conjuntos aterrazados de Antalya escalonados por la actividad fluvial a +300 m, +250 m y +100
m sobre el nivel del mar ofrecen todavı́a mayores espesores (Glover and Robertson, 1998 y 2003).
Figura 2.11: Terraza fluvial pleistocena en la margen derecha del rı́o Tajo, aguas arriba de la confluencia de su
tributario, el rı́o Gallo. Un notable espesor y la existencia de sedimentos tobáceos encima de cantos y gravas es
una de las caracterı́sticas de esta modalidad en el valle del Alto Tajo.
d) Con notable reiteración, los tránsitos verticales desde los niveles detrı́ticos a los de natura-
leza carbonática son netos y sin sedimentos de transición. Esta dicotomı́a –facies detrı́ticas/facies
tobáceas- fue evaluada hace tiempo e interpretada como ocasionada por unas condiciones ambien-
tales contrastadas (Roglic, 1977): las primeras arrastradas posiblemente bajo circunstancias poco
propicias para la fitoestabilización de las vertientes, mientras que la sedimentación de los carbonatos
coincidirı́a con escenarios idóneos para la karstificación y el desarrollo de las cubiertas vegetales.
Casi cuarenta años más tarde, esta dualidad generalista debe ser superada en cada ejemplo de
terraza tobácea con datos de mayor precisión cronológica y ambiental.
e) Una dilatada distribución espacial por innumerables parajes de las cuencas fluviales euro-
peas y sobre todo de la cuenca mediterránea. Entre las españolas destacan las terrazas tobáceas
emplazadas en los valles de los rı́os: Ebro y tributarios (González Amuchastegui et al., 2000 y
González Amuchastegui y Serrano, 2010 y 2013; Vázquez Urbez et al., 2008, 2011a, 2011b y 2012);
Alto Tajo en varios tramos (González Amuchastegui y González, 1993a), ası́ como en diferentes
afluentes (Virgili et Pérez González, 1970; Pérez González y Virgili, 1975; Ordóñez et al., 1987;
González Martı́n et al., 1989; Torres et al., 1994; Pedley et al., 2003; Domı́nguez Villar et al.,
2011a y 2012); los corredores fluviales del Trabaque, Escabas y Guadiela son los que ofrecen una
mayor representación: en alguno de ellos se ha constatado la existencia de siete niveles emplazados
altimétricamente entre +15-20 m y +90 m sobre sus cauces actuales. También, terrazas colgadas
han sido detectadas en el Júcar (Fernández Fernández, 1996 y Fernández Fernández et al., 2000,
etc.) y en ciertos tributarios – rı́o Moscas (Alonso Otero et al., 1986 y 1989). Tampoco faltan en el
valle del Llobregat, con terrazas que se elevan hasta casi los 100 m (Luque and Julia, 2007) o en los
corredores levantinos con cabeceras apoyadas en el Sistema Ibérico, como el del rı́o Mijares (Lozano
et al., 1998 y 1999, Peña et al., 2000), Guadalaviar (Peña et al., 1994; Sancho et al., 1997 y 2010;
Ebrón (Lozano et al., 2012), Alto Palancia, etc. En las cuencas andaluzas, dispositivos fluviales de
esta naturaleza han sido estudiados en muchı́simos de sus valles alimentados por aguas kársticas.
Dentro de este morfotipo se podrı́a incluir una variedad fluvial cuya complejidad no es demasiado
conocida e inicialmente advertida en el valle del Alto Tajo, aguas arriba de Peralejos de las Truchas
(Guerrero Domı́nguez y González, 2000). Consiste en grandes cuerpos progradantes a partir de
distintas represas que pueden alcanzar más de 500 m de desarrollo longitudinal y espesores entre 15
y 20 m (Fig. 2.13). Hacia aguas abajo, su progresión fue controlada por dispositivos de barrera cuyos
fitohermos, y facies asociadas, crecieron, tanto en la horizontal como en la vertical superponiendose,
a veces, unas sobre otras. Este proceso de agradación levantó la altura del cauce en los parajes donde
progresaban este tipo de dispositivos, por lo que en su área distal finalizaban con importantes saltos
y cascadas que enlazaban el techo del conjunto con el muro del edificio adyacente situado aguas
abajo. En esta maraña de estructuras carbonáticas no faltan ni sedimentos detrı́ticos de naturaleza
tobácea (intraclast and phytoclast tufa), ni tampoco masas de aluviones gruesos (cantos y gravas)
33
LAS TOBAS EN ESPAÑA
que, con frecuencia, llegan a adosarse a los paramentos de aguas arriba de las relictas barreras.
A considerar la existencia de numerosas cicatrices erosivas internas asociadas a eventos de alta
energı́a.
Estas acumulaciones se desarrollaron en el seno de un caudaloso lecho y bajo unas condiciones de
acentuadı́sima fitoestabilización de las vertientes. Ası́ lo refleja el emplazamiento de estos cuerpos,
construidos por las pretéritas aguas del Tajo, en la misma desembocadura de importantes barrancos
que, entonces, no arrastraban apenas detrı́ticos; idéntica sugerencia es aportada por la ausencia de
coluviones, de edad coetánea a las estructuras tobáceas, allı́ donde es visible el contacto de éstas
con las acentuadas laderas de este angosto tramo del valle (Fig. 2.14). El deterioro de aquellas
condiciones biostásicas condujo a las aguas del Tajo a desarticular, y posteriormente, a incidir con
profusión aquellos notables edificios generando, en algunas ocasiones, ciertos fitohermos, de menor
tamaño, que se dispusieron de modo empotrado en los anteriores dispositivos (Guerrero Dominguez
y González, 2000).
Figura 2.13: Perfil longitudinal del cauce del Alto Tajo y de las acumulaciones tobáceas ubicadas en su fondo
de valle (margen oriental), aguas arriba de Perajejos de Las Truchas, Guadalajara (Guerrero y González, 2000):
1.- Facies de musgos; 2.- Fitohermos de barrera; 3.- Grandes cicatrices erosivas; 4.-Acumulaciones de calcarenitas
y lutitas tobáceas (intraclast and phytoclast tufa); 5.-Aluviones detrı́ticos (gravas y cantos); 6.- Coluviones; 7.-
Grandes recubrimientos coluvionares; 8.- Edificios pleistocenos escalonados; 9.- Edificios tobáceos empotrados;
10.- Tobas de surgencia en la ladera; 11.- Substrato mesozoico; 12.- Lecho actual del rı́o Tajo.
Por el contrario, en la denominada huella o pisa horizontal de la graderı́a, las aguas transcurren
con mayor lentitud y menor agitación por lo que la precipitación de carbonatos es inducida
por procesos biológicos vinculados a la actividad fotosintética de macrofitos y microfitos.
34
2. DEPÓSITOS TOBÁCEOS: PRINCIPALES MORFOTIPOS
Aunque este tipo de morfotipo no es muy frecuente, hay que destacar su presencia en algunos
rı́os del Sistema Ibérico y especialmente en el Prebético externo donde abundan en los corredores
fluviales tributarios del Guadalimar (cuenca del Guadalquivir) o del rı́o Jardı́n (cuenca del Júcar).
En ellos, sus rampas (Fig. 2.15) ofrecen varias centenas de metros de desarrollo longitudinal y salvan
desniveles de orden decamétrico. Casi todas ellas no son funcionales pues, a pesar de su edad reciente
(Holoceno) se encuentran profusamente incididas, sobre todo a consecuencia del aprovechamiento
secular que ha hecho el hombre de sus entornos (González Martı́n et al., 2000a; Fidalgo, 2011).
Figura 2.15: Rampas tobáceas profusamente incididas por la erosión actual de los cauces que avenan el flanco
septentrional de la Sierra de Alcaraz (Albacete). A) Rampa del rio La Mesta. B) Rampa del rı́o Salobre.
35
LAS TOBAS EN ESPAÑA
3. OTROS MORFOTIPOS
En este epı́grafe se incluyen algunos dispositivos carbonáticos propios de ambientes con aguas
más o menos remansadas. Entre ellas destacan las acumulaciones desarrolladas en áreas lacustres
o pantanosas. Éstas, si bien ofrecen una notable variedad de facies (Ordoñez et al., 1986a; Pedley,
1990 y 2009; Pedley et al., 1996 y 2003; Ford and Pedley, 1996) y pueden alcanzar espesores
superiores a 30 m (Heiman and Sass, 1989; Buccino et al., 1978), no son proclives a engendrar
morfotipos especı́ficos con entidad suficiente para manifestarse en los paisajes kársticos, salvo en el
caso de que evolucionen a terrazas como consecuencia de una posterior incisión fluvial (Pedley et al.,
2003). Quizás, el único representante de esta naturaleza lo constituyan los replanos estromatolı́ticos
(Fig. 2.16) que, como auténticos biohermos algáceos, progresan en las márgenes de algunas cubetas
lacustres, generalmente represadas por barreras tobáceas. Sin embargo, su presencia es bastante
rara. En España, estos dispositivos se han identificado en las Lagunas de Ruidera4 (Ordóñez et
al., 1986a; Pedley et al., 1996; González Martı́n et al., 2004, Ordoñez et al., 2005) y en el Lago
de Bañolas, donde fueron denominadas “plataformas litorales lacustres –pasivas-” (Brusi et al.,
1997a).
Estas repisas nacen en los bordes lacustres más o menos cubiertos por las aguas hasta una cier-
ta profundidad que no suele sobrepasar los 4 m de profundidad. Además de los ámbitos lacustres
arriba mencionados, replanos sumergidos han sido detectados recientemente en otros humedales
tobáceos como la Laguna del Tobar (Cuenca) o la del Arquillo, en Albacete, por buceadores del
Grupo Gemosclera. En su techo abundan estromatolitos laminares que conviven, si la altura de la
lámina de agua permite su desarrollo, con macrofitos higrófilos que se enraı́zan sobre su superficie.
Hacia el centro de la laguna, este techo finaliza en un talud donde, en ocasiones, vuelven a dominar
estromatolitos adosados parietalmente a aquél; a veces, en este avance lateral progresan especial-
mente los estromatolitos ubicados en el segmento alto del talud aprovechando la mejor insolación
3
Ver el Apartado 1 del Capı́tulo 19 sobre Las Tobas de la Rama Castellana y del Sector Levantino del Sistema
Ibérico de Cuenca, Castellón y Valencia.
4
Ver Capı́tulo 17 dedicado a los conjuntos tobáceos en el Parque Natural de las Lagunas de Ruidera.
36
2. DEPÓSITOS TOBÁCEOS: PRINCIPALES MORFOTIPOS
y construyendo una serie de viseras que dan una notoria personalidad morfológica a esta variedad
tobácea. Una descripción más detallada puede proseguirse en Ordóñez et al., (1986a) y Pedley et
al., (1996) ası́ como en el apartado 2.2 del Capı́tulo 17 correspondiente a los conjuntos tobáceos del
Parque Natural de Las Lagunas de Ruidera.
Más enigmáticos, por lo poco que se conocen, son los dispositivos métricos (Fig. 2.17-A) que
jalonan las orillas sumergidas de algunos trechos fluviales bien insolados con aguas ralentizadas y
suficiente profundidad en cauces que discurren por valles muy bien fitoestabilizados. Con semejante
interés, aunque menor entidad y ahora colonizando de modo disperso, los fondos de ciertos cauces,
apuntar la presencia de otros conjuntos menores (Fig. 2.17-B). No han sido estudiados y allı́ donde
han sido advertidos ofrecen envueltas externas construidas por tapices algáceos en vı́as de estudio.
Figura 2.17: Construcciones carbonáticas desarrolladas en las márgenes (A) y en el fondo de cauces (B) en el valle
del Alto Tajo y en uno de sus tributarios.
CONSIDERACIONES FINALES
Las acumulaciones tobáceas incluyen una amplia gama de facies desarrolladas en diferentes
geotopos deposicionales, conformados especı́ficamente por la convergencia de múltiples factores
ambientales como son: el emplazamiento geomorfológico, los tipos de vegetación, el carácter cana-
lizado o difuso de los flujos, sus caudales, el espesor de la lámina de agua, su grado de saturación,
etc. Debido a esta complejidad han surgido clasificaciones muy dispares elaboradas desde distintas
ópticas metodológicas donde, a veces, se constata la existencia de aproximaciones muy focalizadas
a la vez que se echa de menos una perspectiva más integradora.
Desde una óptica geomorfológica, los morfotipos tobáceos ofrecen, inicialmente, una mayor sen-
37
LAS TOBAS EN ESPAÑA
cillez siempre y cuando no se atienda con suficiente sistematización a sus diferentes y complejas
caracterı́sticas sedimentológicas y petrológicas de cada uno de ellos. En este capı́tulo, la exigen-
cia de una breve sı́ntesis, ha obligado a dar preferencia a determinados aspectos morfológicos en
detrimento de los elementos constitutivos que arman las estructuras y facies de sus carbonatos.
Afortunadamente, desde hace algún tiempo, casi todos los estudios aplicados a estos depósitos in-
corporan los análisis macro y micromorfológico con un zoom en el que todavı́a puede apreciarse,
a veces, cómo no se ha logrado una perfecta compenetración de estas dos escalas metodológicas
extremas.
Atendiendo a la morfologı́a se han considerado dos grandes conjuntos. Uno de ellos tiene su
sede en el ámbito fontanar de las vertientes y se emplaza en las proximidades de surgencias con
mayor o menor caudal y regularidad en sus flujos. El otro se desarrolla en el fondo de depresiones
y valles ofreciendo una mayor complejidad que se manifiesta tanto en sus ambientes genéticos
-fluviales, palustres y lacustres- como por la reiterativa y enmarañada presencia de materiales
detrı́ticos (aluviales y coluvionares) y carbonatos tobáceos. Los dispositivos más espectaculares y
frecuentes en los corredores fluviales suelen ser las barreras tobáceas que despliegan todo tipo de
dimensiones. Junto a ellas coexisten otras variedades: pequeños fitohermos de retención de aguas y
con mayor o menor capacidad de progradación hacia aguas abajo; conjuntos vinculados a cascadas
emplazadas en importantes rupturas métricas del perfil longitudinal de los lechos, rampas tobáceas
y dispositivos aterrazados. La última variedad coincide con los conjuntos en manto que bordean,
en ocasiones, con especial magnitud las vertientes de ciertos macizos kársticos.
Las tobas desarrolladas en ambientes palustres y lacustres ofrecen un inusitado interés petrológi-
co y segmentológico aunque no conforman morfologı́as especı́ficas salvo los denominados replanos
estromatoliticos que orlan las orillas de algunos humedales.
38
3. LAS ACUMULACIONES TOBÁCEAS:
EXIGENCIAS GEOAMBIENTALES Y DIS-
TRIBUCIÓN ESPACIO-TEMPORAL
1. Departamento de Geografı́a, Universidad Autónoma de Madrid, Francisco Tomas y Valiente 1, 28049 Madrid.
juanantonio.gonzalez@uam.es concepcion.fidalgo@uam.es
INTRODUCCIÓN
Mientras que en los travertinos termales la procedencia profunda de las aguas, su CO2 ası́ como
unas elevadas cargas hidroquı́micas, permiten el progreso de los carbonatos en entornos adversos,
las acumulaciones tobáceas exigen la concurrencia de una serie de factores de tipo ambiental que,
directa e indirectamente, favorecen su desarrollo y expansión por los dominios kársticos. Ası́ acon-
tece para estos depósitos vinculados a aguas meteóricas que, salvo raras excepciones (localizadas
en regiones con climas frı́os y rigurosos), exigen para su origen y crecimiento un marco fı́sico donde
se verifiquen y combinen una serie de condiciones ambientales.
Esta convergencia fue advertida de un modo reiterado en las acumulaciones tobáceas europeas
estudiadas por numerosı́simos expertos durante el último tercio del siglo XX. Ello motivó que la
mayor parte de los dispositivos fósiles fueran correlacionados con las épocas interglaciares (o inter-
estadiales), al ser contempladas sus condiciones cálidas y húmedas muy propicias para la génesis de
este tipo de formaciones. De modo inverso, su desaparición en los escenarios kársticos se vinculó a
degradaciones ambientales del medio natural, asociadas a empeoramientos climáticos y/o a pertur-
baciones humanas, siendo consideradas el origen de la inhibición de los procesos de precipitación
de carbonatos al conllevar el progresivo avance de la sedimentación detrı́tica. Coetáneamente, la
aplicación generalizada de métodos de cronologı́a absoluta y su integración en el ámbito cronológico
cuaternario y global de los Estadios Isotópicos del Oxı́geno –MIS- (Shackleton and Opdyke, 1973),
confirmó aquella hipótesis hasta entonces sostenida: los depósitos tobáceos prosperaron en aquellas
épocas presididas por unas circunstancias climáticas benignas y que, indirectamente, posibilitaron
el avance de las cubiertas vegetales por extensos territorios. En ese carácter benigno se ha invocado
la existencia de temperaturas templadas o cálidas, sin periodos frı́os y con una cierta humedad
(Cappezzuoli et al., 2008).
En este capı́tulo se abordan brevemente, y en primer lugar, las caracterı́sticas y exigencias am-
bientales que suelen reunir los paisajes que amparan a las formaciones tobáceas, en lo que respecta
a los factores climáticos ası́ como a las cubiertas vegetales que escoltaron su génesis; en segundo
lugar, se analiza tanto su distribución espacial como su ubicación temporal, correlacionándose las
etapas constructivas de sus grandes edificios cuaternarios con los últimos Estadios Isotópicos del
Oxı́geno.
39
LAS TOBAS EN ESPAÑA
40
3. LAS ACUMULACIONES TOBÁCEAS: EXIGENCIAS GEOAMBIENTALES Y
DISTRIBUCIÓN ESPACIO-TEMPORAL
Figura 3.1: Laguna Redondilla (Ruidera) evidenciando, a pesar de la regulación ejercida por el acuı́fero del Campo
de Montiel, grandes contrastes en su vaso. Arriba, totalmente seca tras la pertinaz sequı́a de principios de los años
90 con efectos incrementados por la sobre-explotación del acuı́fero. Abajo, completamente llena durante el evento
de riada de 1997.
Figura 3.2: Surgencia en el fondo de una de las Lagunas de Ruidera. El aporte de sus aguas, durante los meses de
verano, mantiene la altura de su lámina de agua durante esta adversa estación, e incluso durante años con sequı́a.
Fuente: Grupo Gemosclera.
41
LAS TOBAS EN ESPAÑA
Figura 3.3: Fiitoestabilidad en las vertientes (A) y en las orillas del cauce (B) del Alto Tajo donde progresan
acumulaciones tobáceas (aguas arriba del Puente de San Pedro.- Guadalajara).
La cobertera vegetal y los suelos desempeñan un importante papel en el desarrollo de los disposi-
tivos tobáceos. Por un lado, suministran abundante CO2 a las aguas lo que posibilita un incremento
de su carga iónica en carbonatos. Por otro, fitoestabilizan las vertientes y orillas de rı́os y humeda-
les. Con ello paralizan la puesta en marcha de terrı́genos en su superficie y su posterior llegada a
los fondos de valle, donde pueden disminuir las tasas precipitación al enturbiar las aguas (Fig. 3.4)
que disminuyen la eficacia de los procesos fotosintéticos y/o abrasionar los tapices algo-bacterianos
y organismos higrófilos.
Figura 3.4: Organismos acuáticos y precipitación de carbonatos a distintas profundidades bajo láminas de agua
caracterizadas por la ausencia de terrı́genos en suspensión. Lagunas de Ruidera. Fuente: Grupo Gemosclera.
1
Ver subapartado 3.4 al final de este capı́tulo, dedicado a las tobas en el dominio de la montaña.
42
3. LAS ACUMULACIONES TOBÁCEAS: EXIGENCIAS GEOAMBIENTALES Y
DISTRIBUCIÓN ESPACIO-TEMPORAL
Figura 3.5: Improntas de restos foliares en una acumulación tobácea del Alto Tajo.
lacustres y palustres, etc.). Al Pérmico se remontan los carbonatos emplazados en la región polaca
de Silesia (Szulc and Cwizewicz, 1989).
De igual modo, sedimentos tobáceos han sido identificados, junto a otros carbonatos, en los
estratos del Mesozoico pertenecientes al:
Triásico superior, en Polonia (Szulc et al., 2006); en la cuenca de Durham, en Carolina del
Norte (Wheeler and Textoris, 1998);
Tránsito Triásico–Jurásico, en Gran Bretaña (Leslie et al., 1992; Ford and Pedley, 1996).
En España, también han sido advertidos entre los materiales jurásicos de la Cuenca de Cameros
(Meléndez and Gómez, 2002); los que se disponen en la Formación Aguilar (Jurásico-Cretácico),
en el borde septentrional de la Meseta Norte (Hernández et al., 1998; Diéguez et al., 2009); en
el Cretácico inferior en la región valenciana (Monty and Mass, 1979) y, también en el Cretácico
terminal de los flancos meridionales tanto de los Pirineos (Mäcker, 1997) como del Sistema Central
(Portero et al., 1990).
Los testigos tobáceos tampoco están ausentes entre los roquedos del Cenozoico inferior, desta-
cando en el continente americano los detectados en Brasil, junto a travertinos termales en un graben
´
cercano a Rı́o de Janeiro (Sant Anna et al., 2004). Pero sobre todo, en el Eoceno norteamericano
donde diversos morfotipos –barreras, edificios de surgencia y otros convivieron con travertinos ter-
males (Bradley, 1974), ası́ como en el australiano, cuya desaparición del registro geológico coincidió
con un incremento de la aridez (Evans, 1999). En el norte de este mismo continente, dispositivos
tobáceos yacen en los estratos del Oligoceno (Carthew et al., 2003b). Tampoco faltan en alguna
de las cuencas molásicas al pié de los Alpes (Platt, 1992). En España, han sido localizados en la
Cuenca del Ebro (Anadón y Zarrameño, 1981; Zamarreño et al., 1997), en el borde meridional de
los Pirineos (Nickel, 1983) y en la Isla de Mallorca (Arenas et al., 2007).
Mayor es la frecuencia de tobas en los rellenos del Neógeno ubicados en diversos dominios
continentales. Ası́, en Norteamérica, la denominada Formación Barstow, en el desierto californiano
de Mojave, ha atraı́do la atención de numerosos investigadores (Becker et al., 2001; Cole et al., 2004;
Ibarra and Corsetti, 2012). También tobas del Cenozoı́co medio se han abordado en los ámbitos
hiperáridos africanos -Oasis de El Kharga (Ford and Pedley, 1996)- o en el Desierto de Atacama
(Wet et al., 2012). De igual modo, han sido identificadas en el registro neógeno de numerosas
regiones del Próximo Oriente (Glover et al., 1998), Ası́a central (Freytet et Fort, 1980), de Europa
–Croacia (Roglic, 1977), Alemania (Koban and Schweigert, 1993; Kallis et al., 2000), Hungrı́a
(Schweitzer and Scheuer, 1995) y Eslovaquia (Mitter, 1981)-.
En el Neógeno de la Penı́nsula Ibérica, niveles tobáceos se han reconocido en múltiples posiciones
estratigráficas y territoriales2 . Ası́ en el Pirineo oriental, al igual que en el Midi francés, se han
citado tobas de esta edad (Roiron et Ambert, 1990; Roiron, 1997), con especies de flora subtropical
y tropical. También se han detectado en el Mioceno de la Cordillera Bética andaluza, en el entorno
almeriense de Alhama (Garcı́a et al., 2003) y en el Puerto de los Martı́nez (Guendon et al., 1997b).
Mayor es su presencia en la Cuenca del Duero y, especialmente en la de Madrid (Ordóñez and Garcı́a
del Cura, 1983) donde carbonatos biogénicos fluviales (calizas tobáceas, oncolı́ticas, estromatolitos)
se insertan en la Unidad superior miocena en los páramos a una y otra vertiente del valle medio
del Tajo (Ordóñez et al., 1987b); Garcı́a del Cura et al., 1991a; Sanz Montero, 1996). Elementos
tobáceos han sido establecidos también en la Cuenca del Ebro (Arenas et al., 2000; Vázquez Urbez
et al., 2002; Vázquez Urbez, 2008) y en la de Calatayud (Sanz Rubio et al., 1996); de igual modo se
2
La presencia de tobas, o de carbonatos tobáceos, ha sido profusamente señalada en las memorias de las Hojas
1/50.000 del Mapa Geológico de España, sobre todo entre los materiales que colmatan aquellas cuencas sedimentarias
delimitadas por relieves constituidos por roquedos calizos karstificables.
44
3. LAS ACUMULACIONES TOBÁCEAS: EXIGENCIAS GEOAMBIENTALES Y
DISTRIBUCIÓN ESPACIO-TEMPORAL
constataron en algunas pequeñas cuencas del Sistema Ibérico localizadas en sus bordes occidental -
Cuenca de Zaorejas, en el Alto Tajo (González Amuchastegui, 1993a)- y oriental -Cuenca de Teruel-
(Broekman, 1983; Moissenet, 1989; Alonso Zarza et al., 2012).
La etapa plio-cuaternaria fue considerada por diversos autores como la fase principal de karstifi-
cación en el dominio mediterráneo, tanto en sus regiones orientales (Vaumas, 1967; Faugères, 1981)
como occidentales (Lhenaff, 1968; Gutiérrez Elorza y Peña, 1989 y 1994). Esta interpretación parece
ser corroborada por ciertos datos posteriores, obtenidos en sedimentos ubicados en la depresión de
Jorox (Delannoy et al., 1997) y en las acumulaciones tobáceas que conforman el techo de los paisa-
jes tabulares (alrededores de Prados Redondos, Molina de Aragón y Valhermoso. . . ) encajados por
debajo de las parameras mesozoicas del valle del Gallo, en el Alto Tajo (González Amuchastegui,
1993a). Mas al sureste, en Alicante, también se identificó la presencia de tobas y calizas tobáceas
en estratos villafranquienses aunque sin asociarse a etapas presididas por la disolución (Dumas,
1977).
45
LAS TOBAS EN ESPAÑA
et al., 1999; Frank et al., 2000; Horvatincic et al., 2000; Ordoñez et al., 2005...). En el caso del con-
tinente europeo, estos depósitos se expandieron por múltiples regiones desde su extremo caucásico
–Armenia- (Ollivier et al., 2008) hasta sus territorios más occidentales (tanto en su flanco oceánico
como mediterráneo), durante el transcurso de los MIS 9, 7, 5 y 1. En este extenso dominio, el MIS-5
y el MIS-1 han sido considerados los estadios más propicios para la sedimentación tobácea y donde,
con mucha frecuencia, se han invocado escenarios más húmedos que los actuales, sobre todo en la
Penı́nsula Ibérica. Con carácter espacial más restringido, se han apuntado térmicamente ambien-
tes más cálidos sugeridos por la identificación de determinados taxones vegetales –Corylus, Salix,
Buxus, Ficus, etc.- en el seno de las tobas del occidente francés, hoy instalados en regiones más
meridionales como los mediterráneos (Lecolle et al., 1989). Respecto al MIS-3, sus circunstancias
térmicas no parecen haber sido tan propensas como las de los anteriores a la hora de impulsar la
expansión de los depósitos carbonatados (Soligo et al., 2002).
Por su parte, las etapas frı́as (y en ocasiones de acentuada sequedad) fueron limitadoras del
desarrollo vegetal al no cumplir los requerimientos ambientales idóneos y por ello se caracterizaron
por una pobre fitoestabilidad en las vertientes. De aquı́ que fuesen perı́odos poco ventajosos para
que evolucionaran, con cierta continuidad, los procesos deposicionales tobáceos al quedar su génesis
interrumpida dando paso a las acciones erosivas. Buena prueba de ello se constata en Centroeuropa
donde, en el sur de Alemania no existen evidencias de tobas, ni de travertinos termales, en los MIS
pares -2 y 4- o en los impares excesivamente tibios -3 y 5.1- (Frank et al., 2000). Sin embargo, no
faltan excepciones en otros lugares, casi siempre mediterráneos, ya que ciertos depósitos tobáceos
se habrı́an propagado durante fases climáticas con cierto frı́o, atestiguado por la presencia de
determinados pólenes y/o macro-restos vegetales. Es el caso de Millau (Vernet et al., 2008); de Peyre
donde la presencia de Picea sp., Pinus sylvestris, etc. acredita una génesis vinculada a periodos
frı́os (Bazile et al., 1977); o del valle de Huveaune, en las Bocas del Ródano –Provenza-, donde
sus tobas fueron sedimentadas durante el último periodo glaciar conteniendo como flora fósil Pinus
salzmannii, Acer opalus, Fraxinus ornus, Cornus sanguinea, Hedera helix (D Anna et Courtin., ´
1986); otras excepciones se localizan en ciertas regiones de la Penı́nsula Ibérica, como en ciertas
áreas andaluzas o del Sistema Ibérico, donde se ha detectado cierta actividad tobácea durante
Estadios Isotópicos 8, 6 y 2 que han sido considerados globalmente como frı́os3 .
Es escasa la información que se tiene de los paisajes kársticos sucedidos en el transcurso de
algunos milenios de transición desde los rigurosos tiempos glaciares finipleistocenos (MIS-2) a los
benignos de edad holocena. Algunos antecedentes proceden de las Islas Británicas donde se ha
detectado cómo este intervalo postglaciar coincidió con una etapa generalizada de notable incisión
en los lechos fluviales que se paralizarı́a con la llegada de los ambientes holocenos (Pedley et al.,
2000).
El Holoceno (MIS-1) ha sido catalogado, a pesar de su corto desarrollo temporal, como una de las
fases cuaternarias que, merced a unos excepcionales escenarios ambientales, conoció una inusitada
eclosión de las formaciones tobáceas por todas las regiones kársticas del planeta. La responsabilidad
de este hecho ha sido atribuida al notable incremento del CO2 atmosférico, advertido en las burbujas
de aire obtenidas en los sondeos glaciares efectuados en Groenlandia y en la Antártida (Griffits and
Pedley, 1995).
Sea cual sea el origen de esta inusitada expansión lo cierto es que la sedimentación tobácea cono-
ció su inicio en el Preboreal y se continuó en el Boreal en muchos parajes europeos (Vaudour, 1986a;
1986b, 1994; Vaudour et al., 1985; Pedley, 1987. . . .), en un contexto forestal abierto, protagonizado
por especies higrófilas y pioneras de vegetación de ribera: Populus alba, Salix sp., Pragmites com-
munis y algunos Quercus caducifolios. Ası́ aconteció en numerosas cuencas de Francia y Bélgica
(Janssen et al., 1999) y también en ámbitos más septentrionales, como Suecia (Gedda et al., 1999),
Dinamarca (Pentecost, 1995b) y del centro del continente Eslovaquia (Gradzinski, 2010) o Macizo
de Bohemia (Zak et al., 2002)- quizás inducida por ciertas condiciones microclimáticas. Los paisajes
3
Ver capı́tulos 12 y 21 sobre las tobas en el Sector Aragonés de la Cordillera Ibérica y de Andalucı́a, respectiva-
mente.
46
3. LAS ACUMULACIONES TOBÁCEAS: EXIGENCIAS GEOAMBIENTALES Y
DISTRIBUCIÓN ESPACIO-TEMPORAL
meridionales franceses de esta época son bien conocidos y pueden ser bastante representativos de
la evolución de los entornos tobáceos mediterráneos (Guendon et Vaudour, 1981; Vaudour et al.,
1985; Vaudour, 1985, 1988, 1994 y 1997; Guendon et al., 2003; Ali et al., 2003a. . . ).
En el Holoceno medio, desde las postrimerı́as del Boreal y a lo largo del Atlántico (5000-2500
BP), se produjo el mayor desarrollo de las formaciones tobáceas coincidiendo con el avance del
bosque de roble caducifolio, con Acer sp. y Sorbus sp, como especies acompañantes, favorecidas a
consecuencia del incremento de las precipitaciones y de la temperatura acontecido en el transcurso
de este “Óptimo climático”. Esta eclosión afectó a todas las regiones europeas, con ciertas matiza-
ciones biogeográficas, desde sus regiones más occidentalizadas -Gran Bretaña (Pedley, 1993; Goudie
et al., 1993), Bélgica (Geurts, 1976a y 1976b), oeste y sur de Francia (Guendon et Vaudour, 1981;
Lebret et Bignont, 1989; Bakalowicz, 1990; Vaudour, 1986a y 1986b y 1988; Ambert et al., 1992;
André et al., 1997; Ali et al., 2003a; Guendon et al., 2003; Ollivier et al., 2006)- hasta otras más
interiorizadas como Polonia (Alexandrowicz et Gerlach, 1981).
A partir de mediados-finales del Atlántico hasta el Subboreal, el entorno natural pasó de ser
un medio forestal abierto con robledales caducifolios, acompañados de espinosas, a otro aún más
claro donde junto al roble aparece pino (Pinus sp.), enebro (Juniperus sp.) y zarzas (Rubus sp.).
Las causas de esta transformación del paisaje vegetal fueron de origen natural y antrópico. Se
vinculan a un empeoramiento de tipo bioclimático provocado por la llegada de unos ambientes de
menor humedad cuyos efectos fueron incrementados por las secuelas de una inicial deforestación,
realizada por las ocupaciones humanas desde finales del Neolı́tico en los territorios europeos (Geurst,
1976a; Huault, 1989); aquella actividad antrópica dejó como testigo la presencia de gramı́neas -entre
ellas algunas como el Plantago sp.- y de otros taxones indicadores de pastoreo. La convergencia
de ambos factores fue suficiente para ralentizar las tasas de crecimiento tobáceo que decayeron
notablemente hasta hacerse casi nulas a partir de la Edad del Bronce, conforme aquellas teselas
aclaradas aumentaban su presencia, ası́ como su extensión, en el paisaje vegetal de numerosas
regiones kársticas europeas (Weisrock, 1986; Vaudour, 1986b; Goudie et al., 1993). Desde entonces,
los paisajes, ası́ como las acumulaciones tobáceas emplazadas en ellos, evolucionaron bajo dinámicas
capaces de conformar unos entornos que se sucedieron en el territorio con ritmos temporales a veces
muy rápidos e incluidos en un ciclo climático-antrópico (Vaudour 1985, 1986a, 1988) en el que
muchos entornos tobáceos dejaron de ser funcionales y pasaron a ser objeto de intensas acciones
erosivas.
Por su parte, en las regiones áridas, la ubicación cronológica de los depósitos carbonáticos se
correlaciona, con notable asiduidad, con aquellas etapas propensas a la humedad (Nicod, 2000) que,
en estos ámbitos, suele coincidir con los MIS pares, aunque no siempre. Ası́, en Oriente Próximo,
las tobas de algunas regiones secas de Siria (Vaudour et al., 1997) y de Israel -22.000 BP- (Kronfeld
et al., 1988) se desarrollaron durante el MIS-2, en fecha muy próxima al Máximo Glaciar de aquel
momento (18.000 BP). Igual apreciación ofrecen algunos ámbitos brasileños pues sus depósitos
se expandieron durante el MIS-2, MIS-8 y MIS-10 y MIS-12 cuando las precipitaciones fueron
de mayor cuantı́a que las actuales (Auler et al., 2001). Por su parte, en el borde septentrional
sahariano existen diversas singularidades: las fases constructoras de tobas coincidieron, sobre todo,
con el MIS-3 y el MIS-2 pero también se registraron en MIS impares, como el –MIS-11- y en sus
perı́odos de transición -MIS 9-8- (Weisrock et al., 2008).
47
LAS TOBAS EN ESPAÑA
3.1.1. EUROPA
Las manifestaciones carbonáticas más septentrionales consisten en encostramientos generados
º
por cianobacterias localizados en Suecia a 68 N (Ford and Pedley, 1996) y ciertas tobas palustres
vinculadas a las altas temperaturas estivales registradas entre el 9.500 y 8.000 BP (Gedda et
al., 1999). Con edades semejantes han sido identificadas en Dinamarca (Pentecost, 1995b) y en
alguna de las repúblicas bálticas, como Bielorrusia (Makhnach et al., 2000). De igual modo se han
constatado, en Rusia, en los alrededores de San Petersburgo (Vaudour, 1988).
Más al sur, toda la fachada occidental de Europa ofrece numerosas acumulaciones en sus diversas
cuencas fluviales. En las Islas Británicas, las tobas son escasas en Irlanda (Statham, 1977; Preece
and Robinson, 1982; Pentecost, 1995b; Foss, 2007) y mucho más frecuentes en Gran Bretaña. Aquı́,
casi todas sus regiones calizas, especialmente las ubicadas en sus acuı́feros carbonı́feros y jurási-
cos, muestran una notable abundancia de estos depósitos que se expandieron, sobre todo, durante
el Holoceno. Un inventario, efectuado en la década de los noventa (Pentecost, 1993), estableció la
existencia en el paı́s de 160 parajes con tobas, número que fue considerado como una pequeña apro-
ximación del total de lugares con acumulaciones de esta naturaleza (Davies and Robb, 2002). Ası́,
fueron analizadas en Gales (Pedley, 1987; Viles and Pentecost, 1999); Yorkshire (Pentecost, 1981;
Pentecost and Lord, 1988, Pentecost and Spiro, 1990; Pentecost, 1991 y 1992); Derbyshire (Pedley,
1993; Pedley et al., 2000) y otros ámbitos (Andrews et al., 1994; Pentecost, 1998; Taylor et al.,
1994; Garnett et al., 2004b, etc.). Tras finalizar el perı́odo Atlántico, la sedimentación carbonática
cesó y hoy es inactiva o muy débil (Goudie et al., 1993; Andrews et al., 1994), aunque todavı́a
existen algunos dispositivos funcionales, como los de Pentlands Hills, en Escocia (Pentecost, 1978).
Ya en el continente, destacan las acumulaciones carbonáticas alojadas en los valles franceses de
los rı́os Loira, Somme, Sena y tributarios (Huault, 1989; Bahain et al., 2007) aunque casi siempre de
pequeña entidad y dispuestas en secuencias fluviales de cierta complejidad (Lecolle, 1989; Freytet,
1990; Limondin-Lozouet and Preece, 2004; Veldkamp et al., 2004). Esta región atlántica fue una de
48
3. LAS ACUMULACIONES TOBÁCEAS: EXIGENCIAS GEOAMBIENTALES Y
DISTRIBUCIÓN ESPACIO-TEMPORAL
las pioneras al ser sus conjuntos tobáceos objeto de estudio desde finales del siglo XIX (Tournouer,
1877; Brongniart, 1880; Dollfus, 1898; Munier-Chalmas, 1895) continuándose en las primeras déca-
das del siglo XX (Brognard, 1907; Commont, 1910 y 1917). En el valle del Somme abundan aguas
abajo de Amiens, mientras que la cuenca del Sena, a pesar de ser rica en rocas carbonatadas, es
relativamente pobre en este tipo de acumulaciones, todas ellas de reducidas dimensiones (Frey-
tet et Plet, 1996) y casi siempre emplazadas aguas arriba de Paris; curiosamente, ciertos niveles
de toba se incluyen entre los diversos materiales que se han sedimentado en su estuario (Lesuer
et al., 2003). De igual modo, el litoral comprendido entre las desembocaduras de estos dos rı́os
atlánticos –Somme y Sena-, ofrece depósitos puntuales al pie de surgencias que descargan aguas de
acuı́feros costeros (Lecolle, 1989). También, en el valle del Dordoña, afluente del Garona, han sido
identificados diversos conjuntos tobáceos (Preece et al., 1986; Hoffman, 2005).
En Bélgica, se han detectado acumulaciones asociadas a manantiales ası́ como pequeñas ba-
rreras y siempre de edad posterior a la última etapa glaciar (Symoens et al., 1951; Gullentops et
Mullenders, 1971; Geurst, 1976a y 1976b; Pentecost, 1995b; Janssen and Swennen, 1997; Janssen,
1999; Quinif, 2012), no faltando tampoco ni en Luxemburgo (Couteaux, 1969; Geurst 1976c), ni en
Portugal (Choffat, 1895; Carvalho and Romaiz, 1973; Gaida et Radtke, 1983; Soares et al., 1997).
En regiones europeas más interiorizadas, donde los rasgos de continentalidad comienzan a hacer
acto de presencia, las acumulaciones tobáceas, a menudo fósiles, se distribuyen de modo bastante
restringido por sus vastos territorios. En Alemania (Pentecost, 1995b; Ford and Pedley,1996; Braum
et al., 2000), se han inventariado numerosos lugares con tobas y travertinos, desarrollados en los
interglaciares pleistocenos y durante el Holoceno, siendo algunas todavı́a funcionales (Arp, 2001 y
2010); entre aquellas sobresalen por su entidad las halladas en Swabische, Alb (Stirn, 1964; Iron
and Muller, 1968) y en Stuttgard-Bad-Cannstatt, aunque aquı́ dominando los travertinos de origen
termal (Frank et al., 2000); también se han citado en lugares más orientales, como en Rumanı́a
(Pentecost, 1995b), Hungrı́a, donde abundan, de nuevo, junto a travertinos (Scheuer and Schwitzer,
1989; Schweitzer and Scheuzer, 1995) y en ciertas comarcas de Polonia, del este (Pazdur et al., 1988a
y 1988b; Dobrowolski et al., 2002) y del sur donde niveles tobáceos holocenos, de espesor <1 m,
recubren las terrazas detrı́ticas de algunos rı́os que descienden desde los Cárpatos y la Meseta de
Cracovia (Alexandrowicz et Gerlach, 1981; Pazdur and Pazdur, 1986). Los territorios kársticos de
la antigua república de Checoslovaquia ofrecen asimismo conjuntos tobáceos (Lozek, 1957), sobre
todo en Eslovaquia (Gradzinski, 2010), donde las originales morfologı́as del valle de Hincava habı́an
sido analizadas tres décadas antes (Mitter, 1981).
Pero como ya se ha apuntado, los ámbitos mediterráneos, sobre todo aquellos con condiciones
pluviométricas subhúmedas (ciertas regiones de Italia y Francia ası́ como la fachada occidental de la
Penı́nsula Balcánica), parecen más proclives a la génesis de los depósitos tobáceos (Vaudour, 1985,
1986a y 1986b; Freytet et Verrecchia, 1998; Pedley, 2009. . . ). Entre ellas sobresalen los ámbitos
meridionales franceses, un dominio tobáceo paradigmático (sobre todo el área de las Bocas del
Ródano) que ha sido objeto de numerosas e interesantes monografı́as y reuniones cientı́ficas (Vau-
dour, 1985 y 1988) donde se incluyen multitud de aportaciones en las que convergen con éxito plan-
teamientos por un lado, paleoecológicos (Antrocologı́a y Malacologı́a) y por otro, geomorfológicos
´
y sedimentológicos (Adam, Adolphe, Ali, Ambert, Bakalovicz, Casanova, Couderc, D Ana, Delan-
noy, Ek, Durand, Freytet, Guendon, Magnin, Martin, Muxart, Nicod, Ollivier, Roiron, Vaudour,
Vernet, Verrechia. . . ) que resultan imposibles de citar y describir aquı́.
La Penı́nsula Itálica dispone también de innumerables tobas, con gran diversidad de morfotipos
que coexisten junto a numerosos travertinos originados por aguas profundas (Minissale et al., 2002).
Sobresalen los conocidos conjuntos geotermales de la costa septentrional del Lazio (Radke et al.,
1986) ası́ como los de Tivoli (Chafetz and Folk, 1984; Pentecost and Tortora, 1989; Facena et al.,
2008). En la cercana región de Toscana (Cappezzuoli et al., 2008 y 2010) destacan los travertinos
próximos a Rapolano (Guo & Riding, 1994, 1998 y 1999; Brogi, 2004; Brogi et al., 2005). De igual
modo, los localizados en múltiples parajes de Campania, tanto en su propio litoral, alrededores de
´
Paestum (Lippmann et Vernet, 1986; D Argenio et al., 1993), como en otros valles próximos –el
49
LAS TOBAS EN ESPAÑA
del rı́o Tanagro- (Buccino et al., 1978) donde algunos edificios superan, en ocasiones, los 100 m
(Baggioni, 1980); también los del área de Pontecagnano, cerca de la bahı́a de Salerno (Anzalone
et al., 2007). En el centro del paı́s (Umbrı́a) son notables las acumulaciones de la cuenca media
del Velino (Soligo et al., 2002), a veces afectadas por movimientos sı́smicos extensionales (Comerci
et al., 2003) y del Volturno (Golubic et al., 1993; Violante et al., 1994). Carbonatos funcionales
han sido analizados recientemente en la confluencia de los cauces del Parmenta y del Corvino,
en Calabria (Manzo et al., 2012). Por otro lado, tobas han sido estudiadas en algunas islas del
Mediterráneo, como en Malta (Pedley, 1980).
Más al este, en ambientes mediterráneos ciertamente degradados, destacan las manifestaciones
de su dominio Dinárico vinculadas a flujos fluviales de abundante caudal y carga hidroquı́mica
(Gams, 1967; Horvatincic et al., 2003). En ellas despuntan los famosos lagos de Plitvice alojados
en la angosta garganta del rı́o Korana y jalonada por excepcionales barreras (con alturas que,
en algún caso, superan los 30 m) a lo largo de una decena de kilómetros (Stoffers, 1975; Roglic,
1977 y 1981; Kempe and Emeis, 1985; Emeis et al., 1987; Chafet et al., 1994; Pentecost, 1995b;
Horvatincic et al., 2000, 2003 y 2006; Plenkovic-Moraj et al., 2002). Idénticas peculiaridades, e igual
espectacularidad, aunque menos conocidos, ofrecen los humedales del valle del Krka (Lojen et al.,
2004; 2009a y 2009b), donde una de sus barreras fue considerada la mayor del mundo con sus 45
m de altura (Ford and Pedley, 1996). A destacar los dispositivos ubicados en el borde de Croacia
y Norte de Dalmacia –valles del Zrmanja y Krupa- (Paulovic et al., 2002). Más al Sur, en Grecia,
el flanco oriental de los Montes Vermion presenta interesantes depósitos tobáceos (Faugères, 1981).
Estudios más recientes han señalado nuevos conjuntos carbonáticos en el centro del paı́s (Brasier et
al., 2005), ası́ como en las proximidades del Golfo de Corinto –Penı́nsula de Perachora- (Flotte et al.,
2001; Kershaw and Guo, 2006; Andrews et al., 2007). En los alrededores de los Lagos Volvi y Lagada,
no lejos de Tesalónica, conviven algunas tobas con importantes construcciones termales (Gurk et
al., 2007). Idéntica asociación ha sido advertida, también, en territorios rumanos (departamentos
de Hunedoara y Harenita) e, incluso, en regiones mucho más orientales, como en Armenia, donde
las condiciones climáticas no pueden ser ya consideradas como mediterráneas: en ambos casos, las
acumulaciones tobáceas se desarrollaron en ciertas etapas interglaciares estando cronológicamente,
en el caso de las de Armenia, comprendidas desde el Pleistoceno medio hasta el Holoceno (Ollivier
et al., 2008).
En la Penı́nsula Ibérica son innumerables las acumulaciones tobáceas aunque en sı́ntesis regio-
nales, abordadas por investigadores anglosajones (Pentecost, 1995b; Ford and Pedley, 1996), apenas
se han señalado medio centenar de lugares. No obstante, y como se detalla en este volumen, las
tobas están representadas en casi todas sus regiones.
3.1.2. ASIA
Las tobas son también relativamente frecuentes en este gran continente aunque en muchas re-
giones conviven con importantes conjuntos de origen termal. Es el caso de algunas zonas de Turquı́a
central y occidental (Vita-Finzi, 1969; Atabey, 2002; Özkul et al., 2010) siendo muy conocido el
paraje travertı́nico de Pamukkale con sus importantes manantiales (Altunel and Hancock, 1983 y
1993) y, sobre todo, la antigua región de Pampilia, al sur de la Penı́nsula Anatólica, dotada de
enormes formaciones tobáceas (Bousquet et Pechoux, 1981; Vaudour, 1985). Despunta el entorno
de la ciudad de Antalya, al pie del macizo mesozoico del Taurus; en sus aledaños, las acumula-
ciones cubren más de 600 km2 y presentan espesores que exceden los 250 m (Erol, 1990; Burger,
1990; Drogue et al., 1997; Glover and Roberson, 2003; Dipova and Doyuran, 2006b; Kosun, 2012).
Por otra parte, en el valle del rı́o Meandro se ha citado la existencia de ciertas cascadas tobáceas
(Gandı́n and Cappezzuoli, 2008).
50
3. LAS ACUMULACIONES TOBÁCEAS: EXIGENCIAS GEOAMBIENTALES Y
DISTRIBUCIÓN ESPACIO-TEMPORAL
Tabla 3.1: Localización de las acumulaciones tobáceas en los paı́ses y regiones del dominio climático templado y
autores que las han estudiado.
EUROPA
Suecia Ford and Pedley, 1996; Gedda et al., 1999
Dinamarca Pentecost, 1995b
Bielorrusia Makhnach et al., 2000
Rusia Vaudour, 1988
Islas Británicas
Irlanda Foss, 2007; Preece and Robinson, 1982; Pentecost, 1995b; Statham,
1977
Gran Bretaña Davies and Robb, 2002; Pentecost, 1993
Escocia Pentecost, 1978
Gales Pedley, 1987; Pentecost, 1993; Viles and Pentecost, 1999
Yorkshire y Pedley, 1993; Pedley et al., 2000; Pentecost, 1981; Pentecost and Lord,
Derbyshire 1988; Pentecost et al., 1990; Pentecost, 1991 y 1992;
Otros ámbitos Andrews et al., 1994; Garnett et al., 2004b; Goudie et al., 1993;
Pentecost, 1998; Taylor et al., 1994; etc.
Francia
Valles Atlánticos: Bahain et al., 2007; Brognard, 1907; Brongniart, 1880; Commont, 1910
rı́os Loira, Somme, Sena, y 1917; Dollfus, 1898; Freytet, 1990; Freytet et Plet, 1996; Hoffman,
Garona y tributarios 2005; Huault, 1989; Lecolle, 1989 y 1990; Lesuer et al., 2003;
Limondin-Lozouet et al., 2004; Munier-Chalmas, 1895; Preece et al.,
1986; Tournouer, 1877; Veldkamp et al., 2004
Regiones Adam et al., 2003; Adolphe, 1981; Ali, 2002, 2003a; Ambert et al.,
meridionales 1986, 1992 y 1995; Bakalowicz, 1988a y 1990; Bakalowicz, et al., 1988;
Casanova, 1981; Guendon et Vaudour, 1981; Guendon, 1997a; Nicod,
1986a; Ollivier et al., 2006; Roiron, 1990 y 1997; Vaudour, 1985, 1986a,
1986b, 1988, 1994 y 1997; Vernet et al., 2008...
Bélgica Geurst, 1976a y 1976b; Gullentops et Mullenders, 1971; Janssen, 1997
y 1999; Pentecost, 1995b; Quinif, 2012; Symoens et al., 1951
51
LAS TOBAS EN ESPAÑA
52
3. LAS ACUMULACIONES TOBÁCEAS: EXIGENCIAS GEOAMBIENTALES Y
DISTRIBUCIÓN ESPACIO-TEMPORAL
53
LAS TOBAS EN ESPAÑA
(Viles et al., 2007). Por su parte, los carbonatos son muy abundantes en los numerosos lagos del
Rift, pero casi todos coinciden con travertinos (Renaut et al., 2002) debido al ingente predominio
de los manantiales termales en este gran accidente.
En Asia, la mayorı́a de los dispositivos tobáceos emplazados en sus regiones áridas se ubican en
Próximo Oriente. En el Lı́bano (Nahr el Arka) han sido analizadas acumulaciones que sobrepasan
los 50 m de espesor (Vaumas, 1967) y, también, en Siria donde se concentran en la cubeta del oasis
de Palmira, en los confines del Desierto Arábigo y al W de la cuenca del Eufrates: se depositaron
durante breves pulsaciones de humedad (Vaudour et al., 1997) que jalonaron los tiempos del MIS-2;
otros dispositivos han sido observados en Israel, en el valle del Hula (Heismann and Sass, 1989),
en el de Arava (Livnat and Kronfeld, 1985) y Bet Shean (Kronfeld et al., 1988), estos últimos
desarrollándose también en fases más húmedas que las actuales, siendo coetáneos de los niveles
más elevados de la lámina de agua en el Lago Lisan.
AFRICA
Marruecos
Depresiones Ahmamou,et al., 1989; Akdim and Juliá, 2005; Belhilali, 1998; Chaker
intramontañosas y et Laouina, 1998; Martin, 1981; Merzhab et al., 1998; Nafaa, 1998;
piedemonts Rognon 1987; Rousseau et al., 2006
Valle del Dadès, Akdim, 1986; Gauthier et Hindenmeyer, 1953
-Anti-Atlas-
4
En opinión de algunos autores, estos dispositivos, generalmente asociados a morfologı́as acastilladas, deben ser
considerados más bien travertinos, aunque se ha propuesto para ellos la denominación de Saline Tufas (Ford and
Pedley, 1996).
54
3. LAS ACUMULACIONES TOBÁCEAS: EXIGENCIAS GEOAMBIENTALES Y
DISTRIBUCIÓN ESPACIO-TEMPORAL
Piedemont del Alto Atlas Adolphe et al., 1986; Bouchaou et al., 2002; Weisrock, 1981; Weisrock
et al., 1986;
Argelia Ballais et Cohen, 1981; Bellion et Magagnosc, 1981
Desierto del Sahara
Sahara occidental Boudad et al., 2003; Weisrock et al., 2008
Sahara central –Libia- Cremaschi et al., 2010
Sahara oriental: Butzer and Hasen, 1968; Brook et al., 2003; Crombie et al., 1997; Nicoll
humedales egipcios et al., 1999; Osmond and Dabous, 2004; Said, 1990; Smith et al., 2004a
y 2004b
Sudáfrica
Transvaal Marker, 1971 y 1973
Botswana
Desierto del Kalahari Butzer et al., 1978
Namibia
Montañas. Cuenca Tsondab Brook et al., 1999; Viles et al., 2007
ASIA
Lı́bano: Nahr el Arka Vaumas, 1967
Siria Vaudour et al., 1997
Israel Heismann and Sass, 1989; Kronfeld et al., 1988; Livnat and Kronfeld,
1985
AMÉRICA DEL NORTE
Cañón del Colorado y Black, 1955; Ford and Pedley, 1997; Fuller et al., 2011; O´Brien et al.,
valles de su entorno 2006; Szabo, 1990;
Aguas termales y Benson, 1994 y 1996; Goff, 1987; Rieger, 1992; Guo and Chafetz, 2012;
meteóricas: Mono Lake y Rosen et al., 2004; Slack, 1967;
Lago Searles (California);
Big Soda Lake y Pyramid
Lake (Nevada):
Utah: Lago Bonneville Hart et al., 2004; Nelson et al., 2005; Wood, 2003;
AMÉRICA DEL SUR
Ámbito NE. Brasil Auler et al., 2001
AUSTRALIA
Cordillera Napier Wright, 2000
(NW del continente)
Tabla 3.3: Localización de las acumulaciones tobáceas en los dominios intertropicales y monzónicos y autores que
las han estudiado.
ASIA
Borde E. Meseta del Decán Das and Mohanti, 2005
–Orissa- India
India: territorios con mayor Benoit, 1986; Pazdur et al., 2002
humedad
China: dominio continental Florsheim et al., 2013; Ng et al., 2006; Yoshimura et al., 2004; Zhang et
e insular. al., 2001. . . . . . .
Archipiélago japonés Hori et al., 2008; Kano et al., 1998, 2003 y 2007; Naka et al., 1999
Yoshimura et al., 1996a y 1996b
Birmania La Touche, 1906
Laos Neboit, 1980
ÁFRICA
Madagascar Salomon, 1981
AUSTRALIA Y NUEVA GUINEA
Norte del continente Carthew et al., 2002, 2003a, 2003b y 2006; Drysdale and Gillieson,
1997; Drysdale, 1999; Ihlendfeld et al., 2003; Jolly and Tickell, 2011;
Megirian, 1992; Taylor et al., 2004
Papúa, Nueva Guinea Humphreys et al., 1995
AMÉRICA
México (Región NE) Winsboroug et al., 1994
Bahı́a.- Brasil Branner, 1911; Ford and Pedley, 1996
Mato Grosso.- Brasil Sallum et al., 2009
Belice More and Gibson, 2011
56
3. LAS ACUMULACIONES TOBÁCEAS: EXIGENCIAS GEOAMBIENTALES Y
DISTRIBUCIÓN ESPACIO-TEMPORAL
acentuadas pendientes en etapas morfodinámicas de gran inestabilidad. Ası́ y en casi todas las
latitudes, las montañas, con su personalidad azonal, han sido la sede donde se han desarrollado
numerosas acumulaciones en sus diferentes pisos bioclimáticos y, casi siempre, durante las etapas
de bondad climática sucedidas tras la retirada de las lenguas de hielo y la atenuación de los rigores
periglaciares; por ello, en su mayorı́a pertenecen al Holoceno (Herrmann, 1957; Huckriede, 1975;
Jerz and Mangelsdorf, 1989; Krois et al., 1993; Pentecost, 1995b, Andrews et al., 1997; Boch et al.,
2005. . . ).
Dada la edad alpina de numerosas montañas es muy frecuente que acumulaciones tobáceas y
travertı́nicas de origen termal, coexisten en sus vertientes a consecuencia de los numerosos ma-
nantiales que expiden aguas de naturaleza profunda y alto contenido hidroquı́mico. No obstante,
existen algunas excepciones donde los travertinos son relativamente raros (Boch et al., 2005).
Entre las montañas del continente europeo que disponen de acumulaciones tobáceas sobresalen:
- La cordillera Pirenaica tanto en su vertiente septentrional (Dandurand et al., 1982; Ambert
et al., 1995; Lagasquie, 1986) como meridional (Ek, 1973);
- El Jura (Sbai, 1997);
- Los Alpes donde su presencia fue advertida hace muchas décadas (Fliche, 1904; Macfayden,
1928) y con testigos siempre pertenecientes a los tiempos holocenos, sin olvidar los carbonatos que
amalgaman los sedimentos detrı́ticos alojados en las orillas de ciertos lagos alpinos (Schenider et
al., 1983). Su estudio se ha dirigido, esencialmente, en dos direcciones evolutivas: una morfogenética
(Bakalowicz, 1990; Chardon, 1986 y 1992; Spötl et al., 2002; Boch et al., 2005; Ollivier et al., 2006)
y otra biogeográfica (Ali et al., 2002, 2003a, 2003b, 2003c y 2004; Engelhardt et al., 2011). Más
recientemente, se procedió a analizar la señal isotópica de algunas de sus manifestaciones tobáceas
(Andrews, 2006; Sanders et al., 2011). A destacar dentro de esta lı́nea geomorfológica el examen
´
de las pequeñas tobas, situadas a notable altitud (2000-2200 m) en los valles de l Aigue, Aguelle y
Peynin (Adam et al., 2003).
- En los Abruzzos italianos, tobas y travertinos termales abundan en sus vertientes con edades
muy dispares comprendidas entre el Villafranquiense y el Holoceno (Demangeot, 1992).
- En las montañas hercinianas, los Cárpatos Occidentales disponen de más de 500 parajes con
tobas de dimensiones muy variables (>25 m de espesor), sobre todo en el valle de Stare-Hory
(Mitter, 1981). A añadir los depósitos (>15 m) del Macizo de Bohemia que yacen sobre terrazas
fluvioglaciares originándose en los inicios del Holoceno (9.500 BP) (Zak et al., 2002).
- En otros dominios montañosos no europeos, las formaciones tobáceas también se localizan en
posiciones altimétricas muy elevadas como acontece en los grandes relieves centroasiáticas. Es el
caso de la Meseta del Tibet (Sweeting et al., 1991; Zentmyer et al., 2008) donde residen junto a
travertinos y donde su carácter relicto se vincula a etapas de intensidad monzónica, puesto que el
clima seco y frı́o actual sólo es capaz de originar un pobrı́simo recubrimiento vegetal y unos suelos
esqueléticos incapaces de suministrar CO2 a los flujos de agua. En el Himalaya minúsculos depósitos
han sido estudiados (Fort, 1981), a más de 4000 m y en ambientes periglaciares, en el alto valle
de Buri (Samdo), al pie del Macizo de Manaslu (8156 m): muchas de estas tobas recientes recu-
bren coluviones crioclásticos (Waltham, 1996). Mayor importancia tienen los conjuntos -tobáceos y
termales- emplazados ahora en el borde oriental del la Meseta del Tibet, concretamente en Sichuan
(Lu et al., 2000; Yoshimura et al., 2004) o en el borde noroccidental de áquella, donde barreras y
lagunas jalonan el curso del rı́o Huanlong, a una altitud de 3100-3500 m (Liu et al., 1995), no lejos
del lı́mite de las nieves persistentes, aunque semejantes al paradigma de lagos tobáceos de Plitvice
(Ford and Pedley, 1996). Por su atractivo turı́stico citar las denominadas “terrazas blancas” de
las montañas de Shisanjiao, en la región de Yunnan: se disponen a unos 2400 m de altura y tras
una inicial interpretación, vinculada a aguas kársticas, ésta se ha modificado contemplando una
procedencia endógena a causa del abundante CO2 disuelto en sus aguas (Liu et al., 2003).
En los elevados relieves afghanos del Hindu-Kush, a unos 3000 m de altitud, fueron estudiados,
de modo pionero en la década de los años sesenta (Lapparent, 1966) y setenta (Jux and Kempf,
1971; Bouyx et Pias, 1971), los seis lagos de Band-e-Amir, hoy incluidos en el Patrimonio Mundial
57
LAS TOBAS EN ESPAÑA
de la Unesco (Bedunah et al., 2010). Constituyen un magnı́fico ejemplo de humedales con aguas de
deshielo retenidas por barreras tobáceas (Lang and Lucas, 1970; Bourrouilh-Le Jan et al., 2007),
semejantes a las de Plitvice aunque en un marco donde las cubiertas vegetales están muy enrarecidas
a consecuencia de la sequedad ambiental.
Manifestaciones carbonáticas, generalmente recientes (finipleistocenas y holocenas) y de origen
termal o meteórico, se encuentran en las elevadas cuencas lacustres modeladas en las montañas
de América del Sur. Concretamente, en el altiplano de Atacama (Grosjean, 1994; Grosjean et al.,
1995; Valero Garcés et al., 1999) ası́ como en alguna de sus formaciones pleistocenas -Complejo
Tilomonte- (Betancourt et al., 2000). Sedimentos carbonáticos similares han sido estudiados en las
cubetas de Las Peladas, San Francisco y El Peinado en el sector sur del Altiplano andino, en el
noroeste argentino (Valero et al., 2001).
CONSIDERACIONES FINALES
Las acumulaciones tobáceas constituyen magnı́ficos indicadores paleoclimáticos al haberse desa-
rrollado, generalmente, bajo unas precisas condiciones ambientales favorecedoras de la continuidad
de los flujos de agua y de unos paisajes biotásicos. Este hecho motiva por un lado, la extraordinaria
difusión azonal de las tobas por los paisajes kársticos continentales y su emplazamiento en distin-
tos ambientes morfoclimáticos -tropicales, monzónicos, templados, templado-frı́os. . . -, en ocasiones
adversos para la precipitación de sus carbonatos; por otro, su identificación entre los estratos de
diferentes épocas geológicas precuaternarias.
La aplicación de criterios actualistas y las posibilidades de datación que ofrecen las tobas ha
permitido identificar las principales etapas cuaternarias en las que progresaron sus acumulaciones.
Ası́, en el centro del continente europeo, la mayor parte de los conjuntos tobáceos se correlacionan
con los MIS impares o benignos sobresaliendo los que se encuentran incluidos en el lapso de tiempo
cubierto, o en el lı́mite, por el método U/Th: MIS-9, MIS-7, MIS-5 y MIS-1. Entre ellos sobresale la
eficacia que adquirió la precipitación de carbonatos tobáceos durante el MIS-5 o interglaciar Riss-
58
3. LAS ACUMULACIONES TOBÁCEAS: EXIGENCIAS GEOAMBIENTALES Y
DISTRIBUCIÓN ESPACIO-TEMPORAL
Würm y el MIS-1 o Holoceno. Sin embargo, llama la atención la rareza de testigos vinculados al
MIS-3 y que ha sido justificada como una consecuencia de las condiciones bastante frı́as registradas
durante este Estadio. Pero conforme se avanza latitudinalmente hacia el sur, algunos dispositivos
tobáceos se desarrollaron tanto en el MIS-3 como en otros Estadios, ahora pares (MIS-8, MIS-6,
MIS-2), globalmente considerados como frı́os.
Las mismas exigencias bioclimáticas sirven para explicar el desarrollo de los depósitos de tobas
en las regiones áridas e hiperáridas: su progreso habrı́a coincidido con etapas de pretérita humedad,
muy frecuentemente asociadas en estos ámbitos a los Estadios pares.
AGRADECIMIENTOS
Los autores de este capı́tulo queremos agradecer al Grupo Gemosclera, Asociación para la Difusión del Conocimiento
de los Humedales y su Conservación, la cortés cesión de algunas de sus imágenes subacuáticas incluidas en este
capı́tulo.
59
4. PETROLOGÍA, TEXTURAS Y MINE-
RALOGÍA
1,3
M. A. Garcı́a del Cura y S. Ordóñez2,3
INTRODUCCIÓN
Como se ha abordado en el primer capı́tulo de este libro, genéricamente se reconocen como
tobas aquellas calizas que presentan numerosos moldes de plantas, si bien esta denominación no es
universal y algunos autores (Juliá, 1983, Emeis et al., 1987, Freytet et Verrechia, 2002) utilizan el
vocablo travertino, también para este tipo de rocas. Por el contrario, otros investigadores aplican
la palabra toba para referirse a ambos tipos petrológicos (Linares et al., 2010). En ámbitos más
generalistas que la sedimentologı́a de carbonatos continentales ha existido una cierta tendencia a
dar el nombre de travertino a los términos más cristalinos de las calizas tobáceas. Sin embargo, no
todas las tobas o calizas tobáceas tienen la caracterı́stica de su alta porosidad, existiendo rocas de
notable densidad, que han podido ser utilizadas como material de construcción (Pentecost, 2005;
Garcı́a del Cura et al., 2012b y 2012c; Garcı́a del Cura et al., en este volumen)1 .
Dado que las tobas están relacionadas genéticamente con aguas frı́as que permiten la presencia
de plantas superiores, la noción desarrollada por Pentecost y Viles (1994) distinguiendo entre carbo-
natos precipitados por aguas meteóricas (meteogene travertines) y por aguas termales (thermogene
travertines) ha sido ampliamente aceptada, contribuyendo ası́ a lograr una cierto consenso en la
nomenclatura. Siguiendo el esquema conceptual utilizado en los yacimientos minerales, podrı́amos
decir que tobas y travertinos tendrı́an un ámbito de constitución superficial mientras que el ámbito
generador de las tobas serı́a exógeno y el de los travertinos endógeno.
Las tobas o calizas tobáceas, pueden tener variados ámbitos sedimentológicos de constitución
y ası́ encontramos tobas relacionadas con el medio fluvial, con el lacustre, con el palustre, ası́
como vinculadas a fuentes (perched spring). De ahı́ que al estudiar este tipo de materiales exista
una tendencia actual, especialmente en series antiguas, de considerar tres categorı́as: carbonatos
de fuente (spring carbonate), carbonatos de corriente (stream carbonate) y carbonatos lacustres
(lacustrine carbonate) por estimarlos términos menos restrictivos que toba y travertino (Brasier,
2011). Esta complejidad ha motivado que se hayan adoptado términos petrográficos habituales en
las rocas sedimentarias generadas en los ámbitos citados, aumentando la complejidad de este tema.
Con objetivos no sedimentológicos sino de petrologı́a aplicada, como es el caso de las rocas
como material de construcción, se han diseñado clasificaciones sencillas como la de Garcı́a del
Cura et al., (2012c), donde se distinguen dos categorı́as de tobas en función de sus facies: tobas
homogéneas, caracterizadas por uno o dos tipos de texturas predominantes y tobas complejas
con varias texturas, incluyendo frecuentemente algunas de origen diagenético que disminuyen la
porosidad y aumentan su resistencia mecánica, por lo que son las utilizadas como material de
1
Véase capı́tulo 25: Las tobas: un recurso pétreo, en la parte IIIª de este volumen.
61
LAS TOBAS EN ESPAÑA
62
4. PETROLOGÍA, TEXTURAS Y MINERALOGÍA
En la literatura cientı́fica referente a tobas y calizas tobáceas, hay una tendencia a usar térmi-
nos sin que formen parte de una clasificación total estructurada: entre ellos el de estromatolito
en sentido estricto (microbialita laminada) y como costra estromatolitica ha sido utilizado des-
de hace tiempo (Ordóñez et al., 1986a; Manzo et al., 2012). También ha sido empleado el de
“trombolito” correspondiente a una microbialita no laminada (Pedley, 2013). Los trombolitos están
constituidos básicamente por micrita, cuya acumulación está relacionada con morfologı́as colonia-
les de cianofı́ceas, si bien el término microfábrica arborescente ha sido tal vez más repetido en la
nomenclatura en castellano. La calcificación de las cianobacterias, con las que se encuentran rela-
cionadas estas estructuras, se desarrolló en diferentes ambientes continentales y marinos en épocas
geológicas anteriores, encontrándose su presencia en la actualidad confinada prácticamente a los
medios de agua dulce (Golubic, 1973). Estas cianobacterias fueron en un principio estudiadas por
métodos microscópicos, frecuentemente con decalcificación previa (Ordóñez et al., 1981; Freytet et
Plet, 1996 y Freytet and Verrecchia, 2002, entre otros) y posteriormente, están siendo clasifica-
das mediante métodos de replicación genética ası́ como de análisis molecular (Santos et al., 2010;
Beraldi-Campesi et al., 2012).
Otro término de naturaleza similar, pero empleado preferentemente para descripciones textura-
les a la microescala, es el “dendrolı́tico”, que corresponde descriptivamente a morfologı́as arbores-
centes constituidas por masas micrı́ticas desarroladas sobre filamentos de cianobacterias en forma
de arbusto-abanico (bush-like fans) (Manzo et al., 2012).
Las bacterias procariotas están presentes en los biofilms asociados a tobas, pero no es habitual
que lleguen a originar estructuras observables con el microscopio óptico como ocurre en los tra-
vertinos termales (Chafetz & Folk, 1984), al contrario de lo que sucede con las cianobacterias o
bacterias eucariotas, es decir con núcleo propiamente dicho.
63
LAS TOBAS EN ESPAÑA
Las tobas palustres, diferenciadas por Pedley (1990 y 2003), se desarrollan en zonas pobremente
drenadas en las que el medio es muy somero y menos oxigenado que en las lacustres s.s. existiendo un
mayor desarrollo de procesos edáficos. Con mayor contenido en materia orgánica y niveles de limos
carbonáticos, son más abundantes en climas templado-húmedos como los de Centroeuropa (Pedley,
1990). Podrı́a atribuirse a este tipo de tobas ciertos materiales (calizas de charáceas presentes
en las Tablas de Daimiel) ası́ como algunos depósitos del Terciario continental de la Penı́nsula
Ibérica donde aparecen tobas y niveles con materia orgánica asociados (Alonso Zarza and Wright,
2010). Gran parte de las formaciones tobáceas descritas en Reino Unido, tienen las caracterı́sticas
consideradas como especı́ficas de palustres (Pedley et al., 1996). En la Penı́nsula Ibérica, este tipo
de facies han sido advertidas en las acumulaciones tobáceas del valle del Tajuña (Ordóñez et al.,
1981) y en otros afluentes del Tajo (Pedley et al., 2003).
En general, las mesofacies son las que más varı́an según el ámbito sedimentológico en el que se
forman las tobas, las texturas tienen un carácter más universal (Pedley et al., 2003).
4. MICROFACIES TOBÁCEAS
En general, en la formación de tobas, los organismos citados han sido incrustados por car-
µ
bonatos, habitualmente como cristales de esparita (> 2 m), constituyendo un borde o “ribete”
sobre las plantas (sparite fringe) o como micrita (micrite fringe) (Pedley, 1992; Garcı́a del Cura
et al., 2000), pudiendo presentarse solos o en alternancia (Fig. 4.1A); a veces, esta incrustación es
más compleja y aparecen formas estromatolı́ticas y/o trombolı́ticas a la microescala a consecuencia
de la presencia de biofilms, predominantemente cianobacterianos, con sus correspondientes EPS
(exoplisacáridos) sobre los vegetales (Fig. 4.1B-4.1G y Fig. 4.2E). Estas sustancias extracelulares,
presentes en muchos microorganismos, desempeñan un importante papel en la precipitación de
carbonatos2 .
2
Véase el capı́tulo 5: Ecobiologı́a de las acumulaciones tobáceas: los organismos constructores.
64
4. PETROLOGÍA, TEXTURAS Y MINERALOGÍA
Figura 4.1: Fotomicrografı́as realizadas con el microscopio óptico de polarización: A, C, D, E, F y G con nı́coles
cruzados y B con nı́coles paralelos. Ejemplos de texturas de calizas tobáces (fitohermos): A,C,D y E: tobas de
tallos mostrando tallos de diferente grosor con recubrimiento calcı́tico. A: cemento sobre tallos y hojas (sparite and
micrite fringe) ¿Thypha?), Alicún, Almerı́a. C: cemento (micrite fringe) y posterior crecimiento de cianobacterias,
barrera Lagunas de Ruidera, D y E recubrimientos tipo estromatolı́tico, barreras Lagunas de Ruidera. F: Sección
de charácea con encostramiento micrı́tico y posterior desarrollo de estructura estromatolitica. Edificio Rı́o Júcar.
B: Encostramiento de hoja (filidio) de briofita, barrera laguna Tomilla, Ruidera. G: textura trombolı́tica (colonias
de cianobacterias), Ruidera.
65
LAS TOBAS EN ESPAÑA
Figura 4.2: Fotomicrografı́as realizadas con Microscopio Electrónico de Barrido en modo de electrones secunda-
rios. A y B: Toba de larvas (“¿quironómidos?”) Baños de Mula (Murcia). C y D: Estructuras generadas por
encostramiento de filamentos de cianobacterias, Lagunas de Ruidera. E y F: Superficies externas de formaciones
actuales: E biofilm de la superficie de un estromatolito con cristales de calcita, diatomeas y EPS, Ruidera; y F
hoja de musgo parcialmente recubierta por calcita, Baños de Mula.
Las distintas caracterı́sticas de estos cementos que constituyen el encostrado (fringe) de los
vegetales se han explicado como consecuencia del diferente lugar relativo de precipitación de los
carbonatos: dentro o fuera de los EPS. Este hecho parece que guarda relación con la dinámica del
medio y ası́ en aguas con mayor agitación -como en las cascadas- imperan los encostramientos es-
parı́ticos y en aguas menos agitadas, predominan los micrı́ticos (Pedley, 2013). La presencia de estas
morfologı́as, frecuente ya en el Cenozoico, ha sido estudiada experimentalmente comprobándose su
relación con biofilms (Arenas Abad et al., 2010b).
66
4. PETROLOGÍA, TEXTURAS Y MINERALOGÍA
Frecuentemente se forman cristales de esparita sobre los pedúnculos (stalks) de diatomeas (Frey-
tet and Verrecchia, 1998). La asociación de cianobacterias y diatomeas es muy común en medios
actuales con precipitación de tobas, tal y como hemos podido comprobar en la Penı́nsula Ibérica
(Fig. 4.2E) y como ponen de manifiesto Golubić et al., (2008) que hacen especial hincapié en el
papel que representan como epifitas sobre musgos.
6. MINERALOGÍA
En las tobas fluviolacustres predomina la calcita de bajo contenido en magnesio (Low Magne-
sium Calcite - LMC). Además, son habituales contenidos del orden de 5 % de cuarzo procedente
principalmente de frústulas de diatomeas y aportes detrı́ticos y, con carácter muy accesorio y local
(vinculados a la geologı́a del entorno), otros componentes correspondientes a la fracción detrı́tica
como feldespatos, dolomı́as y filosilicatos (González Martı́n et al., 2000a).
La presencia de aragonito se considera más relacionada con aguas calientes (Juliá, 1983); no
obstante, también se ha identificado, ocasionalmente, en algunas tobas fluviales como las del rio
Arquillo en Albacete (Garcı́a del Cura et al., 1997c).
CONSIDERACIONES FINALES
Las tobas carbonáticas son rocas continentales constituidas principalmente por calcita, con
unas caracterı́sticas petrográficas concretas, relacionadas fundamentalmente con el encostramiento
de vegetales que aparecen asociados a facies más especı́ficas de diferentes medios continentales en
función de las circunstancias geomorfológicas y climáticas del lugar donde se han desarrollado.
La existencia o ausencia de biofilms recubriendo el sustrato y las plantas superiores presentes,
ası́ como la tipologı́a de los microorganismos incluidos en dichos biofilms son los factores más
67
LAS TOBAS EN ESPAÑA
68
5. ECOBIOLOGÍA DE LAS ACUMULA-
CIONES TOBÁCEAS: LOS ORGANISMOS
CONSTRUCTORES
Gomphonema, Nitzschia y Navicula (Winsborough and Golubic, 1987; Freytet and Verrecchia,
1998; Janssen et al., 1999; Plenkovic-Moraj et al., 2002). En las zonas sumergidas con mayor nivel
de agua suelen abundar las formaciones de Chara (Cirujano et al., 2002) que también contribuyen
a la precipitación de calcita (Kufel and Kufel, 2002) y con el tiempo debido al cambio en los cursos
de agua pueden quedar totalmente embebidas en los carbonatos.
Figura 5.1: Imagen de microscopı́a electrónica de barrido en modo de electrones retrodispersados (SEM-BSE) de
la estructura de las biopeliculas criptoendoliticas en una formación de toba en Mono Lake (California). Además
de cianobacterias filamentosas (flecha negra) también hay gran cantidad de bacterias (flecha blanca).
70
5. ECOBIOLOGÍA DE LAS ACUMULACIONES TOBÁCEAS: LOS ORGANISMOS
CONSTRUCTORES
a las células y dependen de la composición de los fluidos en los que se forman. En contraste, en
el segundo mecanismo denominado ”biomineralización controlada” la precipitación está completa-
mente regulada por la célula por lo que las concentraciones de iones son controladas por aquella
para alcanzar los estados de saturación independientemente de las condiciones en el exterior. El re-
sultado son minerales que no están en equilibrio termodinámico con las circunstancias ambientales
y que, por tanto, no se precipitarı́an sin la medición celular. Ası́, a diferencia de los organismos que
pasivamente precipitan sı́lice, algunas algas, como las diatomeas, controlan la deposición de sı́lice
en sus estructuras celulares de una forma tan eficaz que llega ser del orden de 106 veces mayor que
la formación abiótica a partir de soluciones supersaturadas (Gordon and Drum, 1994).
Además de producirse la biomineralización inducida que puede provocar la completa incrusta-
ción de las células, éstas pueden quedar mineralizadas debido a la permineralización de las estruc-
turas celulares. En este proceso se produce la infiltración de los cationes en la estructura molecular
de las paredes celulares y, posteriormente, estos atraen a los iones y quedan mineralizadas (Ferris
et al., 1988; Verrecchia et al., 1995). Este proceso por el que los organismos de paredes blandas
pueden quedar preservados en los sedimentos ocurre fundamentalmente mediante cationes de sı́lice
y la formación de sı́lice amorfa. Otros cationes como el Ca2+ y el Mg+ también son atraı́dos por
las matrices extracelulares y su unión con los iones de carbonato producen la infiltración de las
paredes celulares pero debido a su mayor tamaño la preservación de las estructuras celulares no es
tan exacta (Fig. 5.2).
Figura 5.2: Imagen de microscopı́a electrónica de barrido mediante electrones retrodispersados de tobas recogidas
en las Lagunas de Ruidera. A: Las cianobacterias filamentosas aparecen englobadas en los precipitados de carbo-
nato. B. Las paredes celulares aparecen permineralizadas por los carbonatos mostrando relación con la estructura
fibrilar de las vainas (flecha blanca) pero la estructura fina no queda preservada en los sedimentos por la nucleación
continuada de los carbonatos (flecha negra).
carbohidratos y están presentes en casi todos los grupos taxonómicos de organismos procarióticos.
Estas capas-S son más complejas y estructuradas que las vainas pero cumplen funciones similares
de filtrado y protección (Steward and Beveridge, 1980). En el caso de los hongos, la capa interna de
la pared celular que rodea a la membrana plasmática suele ser de quitina y glucanos, mientras que
la capa más externa amorfa es de quitosan y otros componentes menores como proteı́nas, lı́pidos,
polifosfatos, fenol, melanina e iones inorgánicos (Gadd, 1993). En el caso de los hongos su capacidad
de excretar al medio ácido cı́trico y oxálico tiene gran importancia en los ciclos biogeoquimicos ya
que suelen unirse a cationes metálicos presentes en el medio (Gadd, 1999).
La mayorı́a de las algas tienen en la pared celular una capa principal de celulosa y otra amorfa
formada por polisacáridos especı́ficos para los diferentes grupos (Hunt, 1986). Los grupos funcionales
más importantes son los carboxilos asociados al acido urónico de los alginatos que son capaces de
neutralizar un gran número de cationes metálicos (Majidi et al., 1990). En algunos grupos de algas,
la pared celular está especialmente fortalecida por la precipitación de carbonatos o sı́lice debida a
procesos de biomineralización controlada como ocurre en la mayorı́a de las plantas acuáticas y en
las diatomeas.
La principal caracterı́stica de las sustancias extracelulares es que presentan grupos funcionales
expuestos al exterior que son anfotéricos y pueden liberar o adquirir protones dependiendo del pH
de la solución que les rodea. Ası́ en el caso de los grupos hydroxilo, carboxilo, sulfidrilo y fosfato se
forman aniones y se liberan protones a la solución. Mientras que en los grupos amino y amida estos
son neutros cuando están desprotonados y pueden cargarse positivamente al adquirir un protón
de la solución que les rodea. La ionización de los grupos funcionales en la pared celular o de las
sustancias extracelulares produce una carga eléctrica en la superficie de la célula que afecta a la
concentración y distribución espacial de los iones en la interfase célula-agua. Esta carga eléctrica
puede ser modificada en soluciones concentradas por la adsorción de iones a estos grupos funcionales
(Obst et al., 2006). Esta circunstancia permite calcular la capacidad tamponadora de las sustancias
extracelulares, a un determinado pH sabiendo el número de moles de grupos funcionales presentes
en ellas (Fein et al., 1997). Los grupos funcionales implicados en la capacidad tamponadora de los
diferentes organismos son identificados utilizando diferentes técnicas de espectroscopı́a (Benning et
al., 2003, 2004).
Beveridge and Murray (1976) propusieron un mecanismo en dos etapas para explicar el proce-
so de adsorción de metales a las células. Primero se establece una interacción electrostática entre
los cationes metálicos y los grupos funcionales aniónicos de las matrices extracelulares o paredes
celulares. Después esta interacción actúa como un lugar de nucleación para el inicio de la precipi-
tación mineral (Fig. 5.3). En el caso de la tobas de las Lagunas de Ruidera se observó cómo las
sustancias extracelulares que rodeaban a las diatomeas y cianobacterias acumulaban Ca y eran
ricas en P (Fig. 5.4) y, posteriormente, se producı́a la precipitación de carbonatos (Souza-Egipsy
et al., 2006). Otros autores han mostrado este mismo fenómeno indicando que estas sustancias
presentan lugares para la adsorción de cationes pero al principio también actúan como inhibidores
de la precipitación (Kawaguchi and Decho, 2002a). En el medio natural, los cationes presentes en
las aguas pueden variar dando lugar a diferentes tipos de carbonatos, calcita/aragonito (CaCO3 );
dolomita (CaMg)(CO3 )2 , estroncianita (SrCO3 ) y magnesita (MgCO3 ) (Schultze-Lam et al., 1992;
Schultze-Lam and Beveridge, 1994). Además de la capacidad de adsorber cationes, las sustancias
extracelulares pueden presentar diferencias en composición que determinan la precipitación de dis-
tintos cristales (Kawaguchi and Decho, 2002b; Braissant et al., 2003; Bosak and Newman, 2005).
72
5. ECOBIOLOGÍA DE LAS ACUMULACIONES TOBÁCEAS: LOS ORGANISMOS
CONSTRUCTORES
de los microorganismos o a la disolución de la roca. Cuando el agua vuelve a salir a la superficie
el CO2 en exceso pasa a la atmósfera, desplazando el equilibrio del carbonato hacia incrementar
la supersaturación del CaCO3 . Este proceso provoca la precipitación espontánea del CaCO3 y por
tanto para algunos autores la formación de las tobas serı́a un mecanismo fundamentalmente de
biomineralización inducida (Merz-Preiß and Riding, 1999; Merz-Preiß, 2000; Arp et al., 1999). En
consonancia con esta idea los datos de incorporación radioactiva de CO2 (Pentecost, 1978b) y los
registros de isótopos de carbono (Pentecost and Spiro, 1990; Pentecost, 2000; Schidlowski, 2000)
mostraron una mı́nima señal de incorporación biológica en las tobas relacionada con la fotosı́ntesis.
Figura 5.3: Imagen de microscopı́a electrónica de barrido mediante electrones retrodispersados de tobas recogidas
en las Lagunas de Ruidera. A: Las biopeliculas de diatomeas colonizan la superficie de las tobas (flecha blanca)
y generan una precipitación de carbonatos diferente a la encontrada alrededor de las cianobacterias filamentosas
(flecha negra). B: Las sustancias extracelulares alrededor de las diatomeas absorben cationes Ca2+ y son ricas en
P (flecha negra) y posteriormente producen la nucleación de los carbonatos (flecha blanca).
Por otro lado, dependiendo de la fisiologı́a de los organismos se puede observar como en algunos
casos es la precipitación de carbonatos la que favorece la asimilación del bicarbonato en las células
(McConnaughey and Whelan, 1997) y, por tanto, la actividad biológica tendrı́a un papel importante
en la precipitación de carbonatos. Ogawa y Kaplan (1987) observaron una dependencia entre la
expulsión de H+ y la adquisición de HCO3 - por las cianobacterias. Varios estudios han descrito que
existe un ratio estequiométrico 1:1 entre la fotosı́ntesis y la calcificación que se produce asociada con
las cianobacterias y algas presentes en aguas ricas en carbonatos (Merz-Preiß, 1992; McConnaughey
and Falk, 1991) y que estos últimos precipitados por mediación biológica presentan diferencias
isotópicas especı́ficas (González and Lohman, 1985; McConnaughey, 1989a, 1989b). Estudios in
situ utilizando microelectrodos han descrito que en la superficie de una toba rica en cianobacterias
filamentosas se producı́a un incremento del pH bajo condiciones de iluminación, mientras que lo
contrario ocurrı́a en los periodos de oscuridad (Shiraishi et al., 2008b). Sin embargo, el pH no
mostraba cambios cuantitativos en las zonas donde predominaban las comunidades de diatomeas.
Esto sugiere que no todas las biopelı́culas presentes en la toba fomentan la precipitación de CaCO3 .
La descomposición de las matrices extracelulares por bacterias heterotróficas incrementarı́a de
nuevo las concentraciones de Ca2+ y la alcalinización del medio provocando condiciones que pueden
favorecen la precipitación de carbonatos (Arp et al., 1998; López-Garcı́a et al., 2004). Pero el papel
de estas comunidades de bacterias heterotróficas no esta del todo claro, ya que se ha descrito que
pueden promover o inhibir la precipitación y/o causar la disolución de los carbonatos (Visscher et al.,
2000; Dupraz and Visscher, 2005). Durante la respiración los microorganismos producen un bombeo
continuo de protones al exterior y éstos pueden actuar protonando los grupos funcionales de las
matrices extracelulares volviéndolos neutros (Koch, 1986). Este proceso modificarı́a las condiciones
apropiadas para la nucleación de los minerales en contacto con las biopelı́culas. En contraste,
las células muertas no ofrecen este gradiente de protones y por esa razón es más probable que
73
LAS TOBAS EN ESPAÑA
muestren unas caracterı́sticas aniónicas en su superficie (Urrutia et al., 1992) lo que favorecerı́a
la atracción de cationes y la nucleación mineral (Arp et al., 1998). Ası́ en el caso de las bacterias
que presentan diferentes capas extracelulares existirá un complejo microambiente alrededor de las
células dependiendo de las caracterı́sticas de las sustancias extracelulares que las rodean y de su
actividad metabólica.
Figura 5.4: A: Imagen de microscopı́a electrónica de barrido mediante electrones retrodispersados de diatomeas
sobre la superficie de tobas recogidas en las Lagunas de Ruidera. B: Mapa digital de la distribución del Si en la
misma zona mostrada en la figura 4A. Los frustulos de las diatomeas son claramente visibles por su contenido en
sı́lice. C: Mapa digital de la distribución del P. Las sustancias extracelulares alrededor de las diatomeas son ricas
en este elemento. D: Mapa digital de la distribución del Ca. Las sustancias extracelulares acumulan Ca (flecha
blanca) y los carbonatos precipitan alrededor y en el interior de los frustulos (flecha negra).
Varios estudios han descrito que algunas especies de cianobacteria, como el genero Calothrix,
presenta dos zonas con cargas diferentes, siendo la pared celular electronegativa y la vaina electro-
neutra lo que influirı́a en su capacidad de precipitar carbonatos (Phoenix et al., 2002). En el caso
de algunas algas macrofitas como Chara se han descrito zonas alrededor de las células donde el
pH es alcalino mientras que en otras donde es ácido siendo esta diferenciación independiente de la
actividad fotosintética (McConnaughey and Falk, 1991). Esta diferenciación de cargas eléctricas en
función de la actividad biológica o del tipo de estructura celular tendrı́a importantes consecuencias
en la capacidad especifica para nuclear los minerales presentes en el medio y por tanto reguları́a la
precipitación de carbonatos en la naturaleza.
AGRADECIMIENTOS
Las autoras agradecen a Mª Ángeles Garcı́a del Cura y a Juan Antonio González Martı́n que les intro-
dujeran en el mundo de las formaciones tobáceas de Las Lagunas de Ruidera. Este trabajo ha sido posible
gracias a la financiación obtenida a través del programa Ramón y Cajal (V. S.-E. y A. R.) y al proyecto
CGL2006-04658.
74
6. HIDROQUÍMICA ELEMENTAL E
ISOTÓPICA Y GÉNESIS DE TOBAS
INTRODUCCIÓN
Hace años, los autores de este capı́tulo coincidimos con una persona que cuidaba el jardı́n
de una finca durante el transcurso de un reconocimiento de campo en las acumulaciones tobáceas,
vinculadas a surgencias y paleosurgencias, existentes en el valle del alto Tajuña (entre las localidades
de Masegoso y Brihuega). Aquella habı́a desviado los flujos de agua que brotaban de un manantial,
en la ladera, conformando una pequeña cascada artificial donde se depositaban tobas de musgo
y en cuyo pie algunos tablones de madera estaban recubiertos por carbonatos. Curiosamente, su
interpretación genética no estaba muy alejada de la sugerida por los ribereños croatas: “esta piedra
nace del agua”; o de la que siglos antes habı́a realizado A. LimLón (1697)1 en un paraje inmediato
de este valle, “...las aguas engendran alguna tobilla”.
Fue entonces, en este ámbito del valle del Tajuña (Ordóñez y González, 1979; Ordóñez et al.,
1979, Ordóñez et al., 1981) y en otros de la Submeseta Sur -valles del rı́o Dulce (Ordoñez et al., 1980)
y del rı́o Mundo- (Calvo, Ordóñez y Garcı́a del Cura, 1979)- donde se iniciaron los estudios sobre la
hidroquı́mica y las caracterı́sticas isotópicas de las aguas kársticas, ası́ como de las acumulaciones
tobáceas precipitadas en ellas. Estas aportaciones permitirı́an poco después conformar un modelo
(Ordóñez and Garcı́a del Cura, 1983) donde se abordaba el “ciclo hidrológico de las tobas” (Fig.
6.1), y en el que participaban las aguas de origen kárstico, el CO2 atmosférico, su interacción
con la materia orgánica viva (biopolı́meros) y las sustancias húmicas (geopolı́meros) procedentes
de la degradación microbiológica de la materia orgánica presente en los horizontes edáficos y que
incrementa la pCO2 .
Estas aguas vadosas, con pCO2 superiores a la atmosférica, pueden disolver los carbonatos del
entorno por donde circulan mediante los procesos de infiltración relacionados con la cantidad de
agua meteórica disponible, la evapotranspiración y la transmisividad hidráulica del acuı́fero car-
bonático. Cuando las aguas de estos acuı́feros surgen a la superficie, pueden precipitar tobas en
el entorno de manantiales y fuentes, o bien en los lechos fluviales por filtración (seepage). Ası́, los
carbonatos pueden cubrir soportes fijos o móviles y la concomitante desgasificación, producida por
el reequilibrio de la pCO2 de las aguas de los acuı́feros kársticos con la atmosférica, puede estar
inducida por organismos fotosintéticos (bioinducida) y/o por aguas fluyendo en régimen turbulen-
to (desgasificación mecánica). Los conjuntos tobáceos, una vez que se modifican las condiciones
genéticas originales, pueden sufrir procesos de degradación capaces de conllevar, incluso, su total
destrucción dando lugar a acumulaciones carbonatadas, ahora de naturaleza detrı́tica, localizadas
aguas abajo de los parajes donde se dispusieron los edificios tobáceos.
1
Ver capı́tulo 1 sobre Las acumulaciones tobáceas
75
LAS TOBAS EN ESPAÑA
Figura 6.1: Esquema general de la génesis de tobas y de otros carbonatos de aguas dulces, inspirado en Ordóñez
y Garcı́a del Cura (1983), y que sirve de esquema argumental al texto.
Son numerosos los trabajos donde se abordan los complejos mecanismos que intervienen en la
precipitación experimental de tobas. Entre ellos debe destacarse una contribución (Rogerson et al.,
2008) donde se establecen algunas consideraciones sobre la hidroquı́mica de las aguas constructoras
de tobas y que coinciden con las ya apuntadas: el importante papel que juega la sobresaturación de
las aguas en carbonato cálcico y los biofilms bentónicos. La influencia del clima y de la vegetación
en el origen de la tobas es un hecho ya demostrado hace tiempo desde diferentes ópticas. También,
a partir del análisis de su composición isotópica δ13 C y δ18 O, los carbonatos tobáceos han sido
considerados como un magnı́fico registro paleoambiental (Andrews, 2006) en cuyo seno quedan
incluidos otros datos ambientales de gran interés; entre ellos, la cantidad de biomasa, el tipo de
vegetación y las condiciones climáticas dominantes (Brasier et al., 2010).
En este capı́tulo se pretende acometer la evolución de los modelos y de los datos hidroquı́micos,
en las aguas superficiales, subsuperficiales y subterráneas relacionadas con el proceso genético de
las tobas.
76
6. HIDROQUÍMICA ELEMENTAL E
ISOTÓPICA Y GÉNESIS DE TOBAS
parajes. Frecuentemente, las aguas contienen cloruros, nitratos y sulfatos, mientras que fosfatos y
nitritos no suelen estar presentes en ambientes no contaminados (Root et al., 2004). Resulta difı́cil
precisar la composición elemental de las aguas de lluvia, la del vapor atmosférico, ası́ como la de
cada lugar. Concentraciones de cloruros en las aguas meteóricas, se correlacionan, generalmente,
con la proximidad de las aguas marinas.
Los niveles de δ18 O dependen de la localización geográfica, la altitud y latitud de la zona donde
se producen las lluvias (Andrews, 2006), ası́ como de la distancia al océano suministrador del agua
evaporada (Root et al., 2004). La composición isotópica del oxı́geno está determinada por:
la precipitación meteórica debida a un enfriamiento del vapor a medida que los accidentes
orográficos y la latitud intervienen haciendo descender la temperatura del aire provocando
con ello, la condensación del vapor de agua atmosférico aportado por los vientos hacia los
continentes.
Figura 6.2: Distribución de los valores de δ18 O en las aguas de lluvia de la Penı́nsula Ibérica (Plata, 1994).
77
LAS TOBAS EN ESPAÑA
la variación del δ13 C en el carbono de las plantas. Los valores de δ13 C obtenidos en dispositivos
vegetales (Anderson et al., 1983; Sensula et al., 2006), se correlacionan con el tipo de ciclo foto-
sintético seguido por el organismo. Ası́ para las plantas C3 (la mayorı́a de las superiores), los valores
de δ13 C rondan alrededor de -26 mientras que en las plantas C4 (caracterı́sticas de praderas
tropicales) aquellos se aproximan a -13 ; por su parte, las plantas CAM (especies suculentas, con
metabolismo del ácido crasuláceo que se desarrollan en ambientes con déficit hı́drico) presentan
valores isotópicos que cubren toda la gama de δ13 C de las plantas C3 y C4 . De igual modo, no
78
6. HIDROQUÍMICA ELEMENTAL E
ISOTÓPICA Y GÉNESIS DE TOBAS
debe olvidarse que el tipo de vegetación puede afectar a los procesos microbiológicos del suelo al
influir sobre el microambiente y la estructura edáfica y, sobre todo, en la cantidad y calidad de los
detritus suministrados (Raich and Tufekciogul, 2000; Gunn and Trudgill, 1982).
La composición isotópica del carbono en los carbonatos del perfil edáfico (Cerling, 1984), se
relaciona con la proporción del tipo de biomasa C4 presente en el suelo. En estudios realizados en
la Meseta del Tibet (Lu et al., 2004), la variabilidad de δ13 C en suelos se explica en función de la
precipitación y la temperatura medias anuales, factores primordiales que controlan la distribución
de los tipos de vegetación en la composición de isótopos de carbono de los suelos. Por tanto, los
valores del δ13 C obtenidos en los carbonatos tobáceos, pueden ser un indicador paleoclimático y
paleoecológico en los casos donde la alteración diagenética no haya borrado su señal isotópica.
Como se ha dicho anteriormente, el CO2 del suelo es la principal fuente de carbono inorgánico
disuelto en las aguas de los acuı́feros. Algunos autores (Rightmire, 1978) han advertido importantes
variaciones estacionales en los contenidos de CO2 y en el δ13 C de los carbonatos del suelo; ello
implica que, en los estudios sobre la hidroquı́mica de las aguas, se haga necesario conocer la estación
en la que se produce la recarga de los acuı́feros.
En sı́ntesis se conoce que la información paleoclimática está registrada en las tobas generadas
en ambientes fluviales, lacustres o palustres con mediación de aguas provenientes de manantiales
de origen cárstico (Andrews, 2006). Ası́ mismo es conocida la fluctuación de los isótopos estables
en sistemas activos tobáceos. La oscilación de δ18 O obedece, sobre todo, a los cambios ambientales
de la temperatura (latitud y altitud) y está relacionada con la composición isotópica del agua de
recarga. La variación en δ13 C refleja principalmente la contribución relativa del CO2 enriquecido
en isótopos ligeros procedente de la transformación de la materia orgánica del suelo, ası́ como la
contribución de los carbonatos provenientes de la disolución de los roquedos del acuı́fero kárstico,
generalmente enriquecidos en el isótopo pesado, cuando aquellos son de origen marino. Y modulada
en su composición isotópica por el fraccionamiento agua – roca, la conexión y reequilibrio con el
CO2 atmosférico (desgasificación) y con la precipitación de calcita en cualquier parte del sistema.
79
LAS TOBAS EN ESPAÑA
Tabla 6.1: Resumen de la composición hidroquı́mica de las aguas (meteógenas) en las que se generan las forma-
ciones tobáceas. DIC, total de “carbono inorgánico disuelto”. Resumido de Pentecost (2005).
Tabla 6.2: Valores de la aCa2+ , para el sistema calcita – agua, para diferentes temperaturas y presiones de
referencia. Modelo de Thraikill (1968).
Respecto a la temperatura de las aguas fluyentes por los cauces fluviales, la mayorı́a de las
°
corrientes mostraron un incremento térmico de sus aguas evaluado en 0.6-0.8 C aproximadamente
°
por cada 1 C de aumento en la temperatura del aire; ası́ son muy escasos los cauces que muestran una
tendencia con relaciones lineales 1:1 aire/agua (Morrill et al., 2005). La variación de la temperatura
en los flujos fluviales parece estar estrechamente vinculada a los valores térmicos semanales y
mensuales (Ericsson and Stefan, 2000). Sin embargo, la bondad de las correlaciones se ve afectada
80
6. HIDROQUÍMICA ELEMENTAL E
ISOTÓPICA Y GÉNESIS DE TOBAS
por el tiempo de permanencia del agua en el acuı́fero ası́ como por las condiciones de orientación,
el grado de protección del cauce frente al viento y la temperatura ambiental.
La ecuación de Thraikill (1968) ha sido completada para la dolomita (Ordóñez y Felipe, 1988),
proponiendo una ecuación bastante semejante a la de la calcita de Thraikill (1968):
log aCa2+ (dolomita) = p1 +p2 log pCO2 −p3 log T , siendo p1 = 6.71624, p2 = 0.32923 y p3 =3.64469.
Los resultados para valores seleccionados de la pCO2 , pueden observarse en la Tabla 6.3. De
forma análoga, estos autores modelizan la hidroquı́mica de un acuı́fero dolomı́tico-yesı́fero, si bien
en este momento se está revisando la importancia de la presencia de yeso y anhidrita en los acuı́feros,
ası́ como su importancia en la capacidad de generar tobas.
Tabla 6.3: Valores de aCa2+ y HCO3 1- para el sistema calcita-agua, para diferentes diferentes temperaturas y
presiones de referencia. Modelo PHREEQE, Parhurst y otros (1990).
En las Tablas 6.4 y 6.5, se ofrece la resolución de los modelos obtenidos utilizando el modelo
PHREEQE (Parkhurst et al., 1990). Se puede advertir la coincidencia de los valores de las con-
centraciones de equilibrio en ambos casos, lo que permite predecir y analizar los resultados de los
análisis hidroquı́micos en relación con la saturación en calcita de las aguas.
Tabla 6.4: Valores de aCa2+ , para el sistema dolomita-agua, para diferentes temperaturas y presiones de referencia.
Modelo Ordóñez y Felipe (1988).
Tabla 6.5: Valores de aCa2+ , aMg2+ y aHCO3 1- para el sistema calcita-agua, para diferentes temperaturas y
presiones de referencia. Modelo PHREEQE, Parhurst y otros (1990)
En la Tabla 6.6, se presentan los datos hidroquı́micos elaborados, hace algún tiempo, por el
laboratorio del CEDEX (Plata y Pérez Zabaleta, 1995) en diferentes sectores del acuı́fero de las
81
LAS TOBAS EN ESPAÑA
Lagunas de Ruidera. En ella puede apreciarse las sensibles diferencias existentes entre los valores
hidroquı́micos medios obtenidos por un lado, en los manantiales y piezómetros (que representan las
aguas más superficiales del acuı́fero) y por otro, en las aguas de las lagunas; aunque éstas muestran
contenidos en bicarbonatos alejados de los correspondientes al equilibrio con la presión atmosférica
del aire, todavı́a presentan una notable capacidad de “generar tobas”, debido a su elevado contenido
en ión calcio.
Tabla 6.6: Hidroquı́mica de las aguas de las Lagunas de Ruidera y de los manantiales y piezómetros del acuı́fero.
Laguna pH Cond(µS/cm) Ca2+ Mg2+ Na1+ K1+ Cl1- NO3 1- SO4 2- HCO3 1-
Concejo 7.7 620 1.90 0.80 0.93 0.05 1.10 0.76 0.89 2.90
Tomilla 7.8 611 1.60 1.30 1.02 0.06 1.40 0.47 1.03 2.60
San Pedro 7.5 555 1.40 1.00 0.93 0.05 1.10 0.61 1.02 2.10
Lengua 7.8 585 1.45 0.88 1.20 0.06 1.65 0.21 1.09 2.05
Salvadra 7.3 580 1.25 1.03 1.15 0.07 1.21 0.62 1.14 2.00
Santos M. 7.6 543 1.20 1.05 1.13 0.04 1.60 0.28 1.01 1.70
Batana 7.4 635 1.70 1.00 1.13 0.06 1.50 0.47 0.99 2.70
Colgada 7.5 577 1.55 0.95 1.09 0.05 1.80 0.41 0.90 2.30
del Rey 7.7 596 1.85 1.00 0.87 0.06 1.00 0.33 0.95 3.10
C. Morenilla 8.1 630 1.80 1.20 1.00 0.06 1.40 0.24 0.93 3.20
Cenagosa 7.9 628 1.80 1.20 1.05 0.06 1.40 0.25 0.90 3.50
Promedio 7.83 596 1.59 1.04 1.05 0.06 1.38 0.42 0.99 2.56
Des. Estan. 0.31 31 0.24 0.15 0.11 0.01 0.25 0.18 0.08 0.58
2+ 2+ 1+ 1+ 1- 1- 2-
Manantiales pH Cond(µS/cm) Ca Mg Na K Cl NO3 SO4 HCO3 1-
Leng.-Salva. 7.6 543 1.50 1.05 1.07 0.06 1.50 0.06 1.00 2.40
Salva.-Sant. 7.3 670 1.85 0.85 1.26 0.05 1.60 0.64 0.95 2.80
Sant-Bata. 7.3 667 1.85 0.95 1.14 0.05 1.40 0.56 0.95 3.05
Bat.- Colg. 7.6 764 1.70 1.00 1.12 0.04 1.20 0.77 0.96 3.00
Hazad. (α) 7.8 510 1.45 0.90 0.83 0.03 1.30 0.73 0.89 1.80
Hazad. (ω) 7.4 540 1.40 0.90 0.98 0.04 1.30 0.76 1.15 1.40
Promedio 7.5 616 1.62 0.94 1.07 0.04 1.38 0.59 0.98 2.41
Des. Estan. 0.2 100 0.20 0.07 0.15 0.01 0.15 0.27 0.09 0.68
2+ 2+ 1+ 1+ 1- 1- 2-
Piezómetros pH Cond(µS/cm) Ca Mg Na K Cl NO3 SO4 HCO3 1-
Conceja 7.7 995 2.00 1.60 1.52 0.08 2.60 0.99 1.31 2.80
Tom. - Tinaj. 7.3 702 2.00 0.85 1.09 0.07 1.60 0.89 0.95 2.60
San Pedro 7.9 760 3.09 0.65 0.91 0.06 1.21 0.61 0.95 5.00
San Pedro 7.6 912 3.39 1.60 0.96 0.04 1.80 0.05 3.58 2.50
Leng.- Salv. 7.2 684 1.75 0.95 1.30 0.06 1.20 0.61 1.02 2.60
Santos Mor. 7.3 680 1.95 0.90 1.15 0.06 1.50 0.43 0.93 3.30
Sant-Bata. 7.2 1015 1.80 1.40 4.02 0.07 4.79 0.45 1.04 3.10
Bat.- Colg. 7.2 651 2.05 0.90 1.07 0.06 1.40 0.43 0.91 3.40
Colg.-Rey 7.6 732 1.70 1.30 0.74 0.08 1.20 0.02 0.90 3.50
Rey (ω) 8 722 1.70 1.30 1.55 0.07 1.90 0.28 1.10 3.10
Promedio 7.5 785 2.14 1.15 1.43 0.06 1.92 0.47 1.27 3.19
Des. Estan. 0.30 136 0.60 0.34 0.94 0.01
82
6. HIDROQUÍMICA ELEMENTAL E
ISOTÓPICA Y GÉNESIS DE TOBAS
También se han recogido datos hidroquı́micos de las aguas del rı́o Júcar (Tabla 6.7) en un
trecho de más de 50 km, entre la localidad de Valdeganga y la Central Eléctrica del Bosque (aguas
abajo de Alcalá del Júcar) (Fernández Fernández, 1996 y Fernández Fernández et al., 1999). Se
trata de un encajado y sinuoso valle donde, junto a algunas reducidas acumulaciones carbonáticas
actuales, abundan los edificios tobáceos de edad holocena y pleistocena, colgados a diferentes cotas
en sus vertientes, lo que sugiere un pretérito paisaje fluvial con cierto parecido al que hoy ofrece
el sistema fluvio-lacustre de Ruidera. De igual modo, en la citada Tabla 6.7 puede observarse la
fluctuación estacional de los datos hidroquı́micos, de abril a diciembre, probablemente relacionada
con las lluvias de otoño, y coherentemente el incremento de los bicarbonatos procedentes de la
intensa actividad microbiológica del suelo durante el verano – otoño. Por último, resaltar que la
variación de la hidroquı́mica a lo largo del valle es muy débil. Ello se puede justificar de acuerdo con
la interpretación del funcionamiento del Sistema de acuı́feros de la Mancha oriental, cuya principal
zona de descarga es el valle del rı́o Júcar recibiendo los aportes a través del acuı́fero del relleno
de la Cuenca Terciaria del Júcar (Sanz, 2005 y Sanz et al., 2007), lo cual de modo análogo a las
Lagunas de Ruidera, implica que la alimentación por filtración (seepage) se produce a lo largo del
valle.
R (mmol/cm2 s) =
aCa2+ × aHCO31−
10pH−14
= 10−5,86− /T ºK (para T = 25 C)
317
º
El elevado valor de pCO2 , ası́ como el régimen turbulento favorecen la disolución de la calcita,
y dado que las tasas de precipitación a partir de soluciones sobresaturadas son determinadas en
ese tipo de carbonato por los mismos mecanismos que la disolución, se infiere que este modelo
también es válido para predecir las tasas de precipitación en calcita (Liu and Dreybrodt, 1997).
Los datos experimentales de estos autores, permiten señalar que la tasa de crecimiento de calcita,
se aproxima a una ley lineal, R = α × (ceq − c) donde ceq es la concentración de equilibrio para la
calcita, que depende de la temperatura, de la pCO2 , con respecto a la calcita y del régimen hidráulico
(turbulencia) del fluido, que favorece la reacción CO2 -agua. Para controlar la influencia del CO2
en el proceso, el experimento de Liu and Dreybrodt (1997) utilizó la enzima anhidrasa carbónica,
que cataliza el paso de CO2 a bicarbonato y que está presente en cianobacterias y microalgas
(Aizawa and Miyachi, 1986). Mientras que la calcita ofrece una cinética de la cristalización, la
dolomita aporta un ejemplo donde esta cinética hace que, en medios sobresaturados en este mineral,
su presencia a temperaturas ambientales sea escasa, más allá de algunos ámbitos muy concretos
(Arvidson and Mackenzie, 1999 y Garcı́a del Cura et al., 2001).
Se podrı́a hablar para un determinado sistema hı́drico, manantial, cauce fluvial o conjunto
de represas tobáceas (tan comunes en los territorios kársticos peninsulares) de la “capacidad de
generar o precipitar tobas” (P). En este sentido, Ordóñez y Felipe (1988) propusieron un modelo,
que relaciona los parámetros hı́dricos del acuı́fero, la actividad (≈ concentración, para soluciones
diluidas) de Ca2+ (mol/L) para la temperatura evaluada de las aguas del acuı́fero (cacuı́fero ), con
la supuesta para la temperatura del agua donde se forman las tobas (catm ), reequilibrada con la
pCO2 atmosférica. Se incluyen asimismo, el VI , volumen de las aguas (L) aportado por el sistema
subterráneo, y se añaden parámetros que indican el balance de evaporación (El ), en dm, frente a
(Pl ) en dm, en la superficie de la laguna (Sl ) en dm. Los valores E, P y S, pueden ser muy notables
83
Tabla 6.7: Hidroquı́mica de las aguas del Rı́o Júcar y de algunos manantiales que descargan en el mismo. Tramo del
valle comprendido entre las proximidades de Valdeganga y la Central de El Bosque. En él coexisten acumulaciones
tobáceas actuales con edificios holocenos y pleistocenos (R. J. Rı́o Jucar; M y F: Manantiales).
abr-98 pH μS/cm Na1+ K1+ Ca2+ Mg2+ Cl1- SO4 2- HCO3 1- Σsales (g/l) Paraje Dist. (km) Cota (s.n.m.)
J-1 8.2 675 0.80 0.04 2.45 1.90 2.20 8.62 5.22 453 Valdeganga -1 -
J-2 8.3 641 1.11 0.04 2.12 1.77 2.45 7.18 5.23 418 M. Bolinches 0 600
J-3 8.5 537 1.24 0.04 1.45 1.24 3.16 2.01 6.32 350 F. Bolinches 0 600
J-4 8.1 655 0.78 0.03 1.58 2.61 2.20 8.18 6.63 463 R.J. (Valdega.) 5.4 595
J-5 8.3 653 0.87 0.03 2.50 1.90 2.16 8.05 6.22 433 Rio Júcar 15.1 570
J-6 8.2 654 0.97 0.03 2.42 2.04 2.17 8.49 6.49 437 Azud Villa 17.3 560
J-7 8.2 656 0.98 0.08 2.62 2.04 2.01 8.40 7.66 438 La Recueja 33.5 525
J-9 8.3 674 0.96 0.06 2.83 1.98 2.34 9.06 6.63 481 Alcala Júcar 44 510
J-10 8.3 678 1.13 0.07 3.07 1.99 2.34 8.73 7.96 508 C.E.Bosque 52 485
J-11 8.3 908 2.26 0.18 3.17 2.54 3.96 12.11 6.63 645 Carr. Tolosa 49 505
abr-98 pH μS/cm Na1+ K1+ Ca2+ Mg2+ Cl1- SO4 2- HCO3 1- Σsales (g/l) Paraje Dist. (km) Cota (s.n.m.)
J-1 7.7 817 0.9 0.07 3.77 1.73 1.40 8.03 10.2 562 Valdeganga -1
J-2 7.5 824 0.93 0.09 3.81 1.94 2.18 6.96 12.18 520 M. Boliches 0 600
J-3 7.4 724 1.20 0.08 2.85 1.75 2.63 2.39 13.05 507 F. Boliches 0 600
J-4 8.1 824 0.88 0.08 3.68 1.60 1.34 7.83 10.24 558 R.J. (Valdega.) 5.4 595
J-5 8.2 812 0.97 0.09 3.47 1.84 1.50 8.07 9.29 550 Rı́o Júcar 15.10 570
J-6 8.10 817 0.97 0.08 3.73 1.82 1.47 8.07 9.29 554 Azud Villa 17.3 560
LAS TOBAS EN ESPAÑA
J-7 8.2 791 0.89 0.09 3.71 1.69 1.73 7.65 9.29 541 La Recueja 33.5 525
J-8 7.6 886 0.99 0.08 3.71 1.94 2.08 8.72 10.03 600 M. San Loren. 40.5 525
J-9 8.1 852 0.97 0.09 3..48 1.97 1.98 7.83 8.72 575 Alcalá Júcar 44 510
J-10 8.1 856 1.10 0.10 3.66 1.99 1.98 9.13 10.03 596 C.E. Bosque 52 485
J-11 8.3 465 1.45 0.05 1.40 0.80 1.36 1.32 8.70 322 M. Tolosa 49 505
J-11 8.3 1056 2.20 0.20 3.88 2.62 3.63 10.40 13.07 752 Tolosa 49 505
84
6. HIDROQUÍMICA ELEMENTAL E
ISOTÓPICA Y GÉNESIS DE TOBAS
en lagunas bajo climas áridos y deben considerarse no significativos en sistemas fluviales y cauces.
La expresión de P (gramos) propuesta es:
Vl cacuı́f ero
P = − catm × P mCaCo3 × [Vl − Sl (El − Pl )]
Vl − Sl (El − Pl )
El modelo se verificó en las Lagunas de Ruidera (Ordóñez y Felipe, 1988), con los datos hidrológi-
cos de las mismas. En él se detectó una cierta coherencia entre la cantidad de tobas estimada y los
volúmenes de tobas sedimentadas a lo largo del valle del Alto Guadiana; especialmente en sus ba-
rreras y en otras acumulaciones tobáceas detrı́ticas (calcarenitas y lutitas) procedentes de sucesivas
etapas de erosión y degradación por rebose del agua en las represas (Ordóñez et al., 2005).
Tabla 6.8: Composición isotópica δ18 OSMOW del agua de la Laguna Tomilla durante los años 1991-1995. Fuente:
Elaboración propia a partir de Plata et al., 1995.
Desde hace algunos años, el δ18 OPDB de las tobas ha recibido gran atención como dato experi-
mental ya que permite evaluar la evolución del clima. En especial, cuando se aplica a carbonatos
cuya señal isotópica no ha sido afectada por procesos postsedimentarios capaces de desarrollar ce-
mentaciones o disoluciones que pudieran afectar a la composición original; la toma de muestras se
hace separando, en la medida de lo posible, las láminas de sedimentación anual, con el objeto de no
mezclar las señales isotópicas que, como se ha visto, son muy sensibles a escala anual; de otro modo
se obtendrı́an valores medios que poco informarı́an sobre la evolución del clima. Con estas cautelas
se ha propuesto que la temperatura del agua donde se forman las tobas pueda relacionarse con la
diferencia entre la composición isotópica de la calcita y la del agua, ajustándose a esta ecuación
´
(O Brien et al., 2006):
85
LAS TOBAS EN ESPAÑA
º
T C=15.310-4.478 δ 18 OcalciteP DB − δ 18 Oagua−SM OW
2
+0,14 0,277 + 1,0412 δ 18 OcalciteP DB − δ 18 Oagua−SM OW
No obstante esta ecuación es heredera, aunque mejorada, de otras anteriores (Epstein et al.,
1951; Anderson and Arthur, 1983; Hays and Grossman, 1991; entre otros).
En la Tabla 6.9 y 6.10, se han recogido datos propios obtenidos en tobas sedimentadas en las
últimas décadas y emplazadas en una pequeña poza, modelada por rebose y erosión en la prolongada
barrera de la Laguna Tomilla (Ruidera) durante la riada acontecida en 1947. En ella se desarrolló
un microsistema que, al ser objeto de muestreo, permitió comprobar con nitidez cómo los valores
promedios y la desviación de los mismos en δ18 O en las bandas de un estromatolito, son del mismo
rango que los ofrecidos por otras muestras tomadas en el cauce, tanto a su entrada como a la
salida de la citada poza (Garcı́a del Cura et al., 1997d). Ası́ mismo, Osacar et al. (2013) ponen de
manifiesto cómo las tobas en su ambiente sedimentario y climático son buenas indicadoras de las
fluctuaciones estacionales de la temperatura, y de otros cambios ambientales como variaciones en
la composición isotópica de la precipitación.
Tabla 6.9: Valores de δ18 OSMOW obtenidos en un conjunto estromatolı́tico ubicado en la denominada “Plaza de
Toros” (Ruidera), poza circular abierta por la erosión en el paramento de aguas abajo de la represa que cierra la
Laguna Tomilla durante las inundaciones de 1947.
En sı́ntesis, fácilmente resuelto el sub-muestreo de los niveles anuales en sistemas tobáceos acti-
vos, o de etapas anteriores (sub-recientes o incluso holocenas), y establecida la variación isotópica
debida a la recarga meteórica, se puede determinar con bastante precisión las tendencias de cambio
climático, siempre y cuando los procesos de cementación, disolución, y otros procesos postsedimen-
tarios, no eliminen la señal isotópica. Los registros de los depósitos tobáceos, bien datados, deben
considerarse complementarios de los datos paleoclimáticos proporcionados por espeleotemas y, de
modo particular, cuando éstos se hallan vinculados geográficamente a los depósitos tobáceos (An-
drews, 2006). La revisión no quedarı́a completa, sin plantear la influencia que tienen los biofilms
de cianobacterias en la precipitación de las tobas, aspecto ampliamente tratado en la bibliografı́a.
Los experimentos realizados por Pedley et al., (2009) han demostrado que la existencia de un
biofilm microbiano influye nı́tidamente en la precipitación de carbonatos en los sistemas fluviales;
de modo particular en aquellos se muestra cómo las facies micropeloidales y las arborescentes sólo se
desarrollan en presencia de sustancias poliméricas extracelulares microbianas (EPS). El mecanismo
de biomineralización en los biofilms se ha descrito como un proceso de cementación alrededor de
los polisacáridos extracelulares (EPS), que se realiza en dos fases: una inicial donde los cationes
son retenidos en la envuelta de la pared celular; y otra donde se unen a los aniones, proceso en el
86
6. HIDROQUÍMICA ELEMENTAL E
ISOTÓPICA Y GÉNESIS DE TOBAS
que juega un papel importante el fósforo (Souza-Egipsy et al., 2006). Sin embargo, estos autores
no excluyen la precipitación asociada a procesos abióticos, fundamentalmente, relacionados con
el flujo turbulento del agua en cascadas y rápidos de los sistemas fluviales. En el mismo sentido,
el estudio de travertinos actuales en Alicún -Almerı́a- (Garcı́a del Cura et al., 2012a), con facies
tobáceas asociadas, ha permitido observar la relación de facies laminares travertı́nicas (costras)
con biofilms. Mediante óptica y electrónica de barrido sobre muestras fijadas con glutaraldehido
y tetróxido de osmio, se han identificado cianobacterias (principalmente filamentosas), bacterias y
diatomeas formando dichos biofilms.
Tabla 6.10: Valores de δ18 OSMOW pertenecientes a las acumulaciones tobáceas (estromatolitos y tobas de musgo)
en el entorno de la “Plaza de Toros” (Lagunas de Ruidera).
CONSIDERACIONES FINALES
De lo anteriormente expuesto se desprende el avance registrado por los conocimientos desde
hace casi cuarenta años, en el que se concibió el modelo conceptual de la Figura 6.1 y los que se
disponen en la actualidad. En efecto, las numerosı́simas aportaciones sobre hidroquı́mica realizadas
por muchos autores y en múltiples lugares, permiten advertir en la Figura 6.3, cómo las tobas son un
auténtico testigo de surgencias (fuentes, filtraciones, descargas,..) procedentes de sistemas acuı́feros
desarrollados sobre formaciones carbonatadas, a veces incluso sobre los sistemas tobáceos antiguos,
en momentos de fuerte estabilización. Esta estabilización puede romperse episódicamente, degra-
dando y/o eliminando las formaciones tobáceas, dando lugar a depósitos de tobas detrı́ticas. Estos
procesos se han podido observar, no solo en el Cuaternario, vinculado a fluctuaciones climáticas
y a intervenciones antrópicas, sino que también se han podido identificar con nitidez en las series
fluviales neógenas. La hidroquı́mica de isotopos estables, fundamentalmente δ13 C y δ18 O, aporta
a las tobas un importante valor paleoambiental y paleoclimático, sobre todo cuando es posible su
datación y su contraste con datos actuales.
87
LAS TOBAS EN ESPAÑA
Figura 6.3: Diagrama de equilibrio para la calcita en función de la logpCO2 – log Ca2+ . Las lı́neas verticales de
puntos representan respectivamente el log pCO2 =-3,5, a la de una atmosfera rural; y el log pCO2 correspondiente
a suelos con intensos procesos de putrefacción y ricos en materia orgánica. Los procesos en el acuı́fero vienen
definidos por la “Respiración-Putrefacción”, cuando sus aguas surgen en fuentes y manantiales, se reequilibra con
la presión atmosférica y se produce la precipitación, P, la capacidad de precipitar tobas, función de la diferencia
de la presión de pCO2 del acuı́fero y la atmosférica, y la influencia de la Fotosı́ntesis-Turbulencia. El papel de
la evaporación y el efecto de ion común en la capacidad de precipitar tobas, ha sido también representado en la
Figura.
88
7. DATACIÓN DE LAS TOBAS POR EL
MÉTODO DEL URANIO-TORIO
Ramon Julià
Institut de Ciències de la Terra Jaume Almera., CSIC., c/ Lluis Solé i Sabarı́s s/n, 08028 Barcelona.
rjulia@ictja.csic.es
INTRODUCCIÓN
Los mayores avances en el conocimiento de los procesos geológicos se han establecido a partir
del desarrollo de los métodos de datación o geocronologı́a. Actualmente, la edad de la Tierra,
la tectónica de placas, la evolución de las especies son, entre otros muchos procesos geológicos,
cuantificables gracias al establecimiento de escalas temporales, muchas de las cuales ocurren a nivel
de millones de años, y por lo tanto imperceptibles a escala humana.
La datación de tobas ha sido un objetivo clásico en la comprensión de la evolución geomorfológica
regional y en el establecimiento de modelos ambientales. Al estar sus carbonatos relacionados con
surgencias que proporcionan un elemento vital para muchos organismos (entre los cuales cabe
citar a los humanos), su datación constituye uno de los pilares básicos en el establecimiento de
modelos evolutivos. No es de extrañar, pues, la multitud de métodos geocronológicos aplicados
a las tobas. En lı́neas generales, las tobas holocenas se han datado mediante el 14 C corrigiendo
la posible contaminación por carbono fósil, el llamado hard water effect (Pazdur et al., 1988a y
2002). Por su parte, aquellas con edades comprendidas entre el Holoceno medio y el Pleistoceno
superior, o incluso parte del Pleistoceno medio, pueden ser datadas mediante el desequilibrio de
las series del uranio siempre y cuando cumplan un conjunto de requisitos. En tobas con edades
más antiguas cabe la posibilidad de utilizar otros métodos: paleomagnetismo, racemización de
aminoácidos, cosmogénicos, etc.
El espectacular desarrollo de la geocronologı́a en los últimos años permite disponer en la actua-
lidad de un amplio abanico de métodos de datación o mejor dicho de grupos de métodos. Tal es
el caso de los isotópicos, dentro de los cuales se encuentran las diferentes técnicas basadas en las
relaciones entre elementos de desintegración de la serie del uranio (Ivanovich and Harmon, 1982 y
1992).
Este capı́tulo, dedicado a la datación de tobas, se centrará exclusivamente en la aplicación del
método isotópico basado en el desequilibrio entre los radioisótopos 238 U, 234 U y 230 Th, generalmente
designado como el método del uranio-torio. Dado que existen muchas publicaciones que tratan este
método, entre las que se incluyen las obras clásicas editadas por Ivanovich and Harmon (1982) y,
posteriormente reeditadas con una amplia actualización en 1992, el presente texto pretende dar
una visión divulgativa básica para el no especialista de este método, aplicado a las tobas.
89
LAS TOBAS EN ESPAÑA
su vez será el padre de otro radioisótopo (el 226 Ra) tras emitir otra partı́cula alfa. En la naturaleza
existen tres series de desintegración encabezadas por padres no radiogénicos: la serie del 232 Th,
la serie del 238 U y la serie del 235 U que generan un gran número de hijos, también radioactivos,
hasta alcanzar isótopos estables del plomo (208 Pb, 206 Pb y 207 Pb respectivamente). Las series de
desintegración se representan por el sı́mbolo quı́mico, la suma del número de protones (simbolizado
por Z) y de neutrones (simbolizado por N) que constituyen el llamado nucleón del átomo considerado
(en este caso el U). Z+N, se denomina masa atómica (unidad de medida, u) y no corresponde al
peso atómico (adimensional). La masa atómica es proporcional a la masa del átomo de 12 C.
α 230
234 U −
92 →90 Th
En toda desintegración por emisión de una partı́cula alfa, la masa atómica disminuye en cuatro
unidades y el número atómico en dos. En esta transformación, como en cualquier otra forma de
desintegración, la suma de masas de los productos resultantes es siempre inferior a la masa del
átomo padre. La masa perdida equivale a la energı́a de retroceso (recoil ) del átomo hijo, a la
energı́a cinética de las partı́culas y la energı́a de los fotones emitidos en el proceso y se mide en eV
(electronvoltio). Evidentemente las propiedades quı́micas de ambos elementos son muy diferentes.
dN
− = λN (ecuación 4)
dt
Los valores muestran grandes diferencias de magnitud, desde miles de millones de años, como
el 238 U, a milésimas de segundo como el 214 Po, elemento de desintegración de la serie del 238 U y
padre del 210 Pb. A nivel practico, para caracterizar un radioisótopo, se suele utilizar su periodo
de semidesintegración o vida mitad (t1/2 ), que es el tiempo transcurrido para que el número de
átomos de un elemento radioactivo quede reducido a la mitad. En este caso N = N0/2, que al
aplicar la ecuación (3) se obtiene N0 12 = N0 e−λt1/2 y en logaritmos, −λt1/2 = ln 2. Esto indica
que la vida mitad t1/2 = λ1 ln 2 es 0.693 veces la inversa de la constante de desintegración. El
periodo de semidesintegración no corresponde al concepto de vida media de un núcleo, aunque están
relacionados. La vida media (τ) representa el promedio de vida de un núcleo antes de desintegrarse
(es como si fuera su esperanza de vida) y está relacionado con la constante de desintegración τ = λ1 .
Al ser la radioactividad un fenómeno estadı́stico, estas relaciones cinéticas solo son posibles si
existe un número suficientemente grande de átomos radioactivos. El número de Avogadro, que indica
la cantidad de átomos que hay en 1 mol de un elemento, es suficientemente grande (NA = 6,02×1023 )
que hace posible el cumplimiento de esta cinética y utilizar los radioelementos más abundantes de
las rocas como geocronómetros.
Es importante destacar el carácter invariable del semiperiodo de desintegración de un elemento
radioactivo, sean cuales sean las condiciones de temperatura, presión y estado quı́mico. Este hecho
queda perfectamente ilustrado al representar gráficamente la cantidad de núcleos de un elemento
radioactivo con el tiempo transcurrido (Fig. 7.1). En este ejemplo se ha utilizado un radioelemento
con un semiperiodo de desintegración de 8 dı́as (como el 131 I que se utiliza en radioterapia) cuya
0,693
constante de desintegración λ es el exponente de e (ecuación 3) y cuya vida mitad τ = 0,0866 d=
8,00d. Por lo tanto, a un paciente tratado con yodo radioactivo, al cabo de un mes todavı́a tiene
un 6 % de la dosis inicial.
Figura 7.1: Desintegración del yodo-131, de 8 dı́as de vida mitad. A la izquierda, porcentaje de radionúcleos vs
tiempo en dı́as. A la derecha, representación de los porcentajes en escala logarı́tmica.
Figura 7.2: Esquema de la serie de desintegración del 238 U utilizado en la datación U/Th. α y β indican el tipo de
desintegración radioactiva. Se indican las vidas mitad de cada radioelemento, cuyos valores se indican en: a=años,
d=dı́as y h=horas.
Si consideramos que el radioisótopo hijo nace a partir de que su padre precipita (o coprecipita con
la calcita en el caso de la formación de tobas) podemos considerar que N2 = λ2λ−λ
−λ t
1
N e 1 − e−λ2 t
1
1−0
τ1 A1(0) −0,693t/τ −0,693t/τ
o en términos de vidas mitad A2 = τ1 −τ2 e 1 −e 2 , representando el (2) el hijo y el
(1) el padre.
El equilibrio radioactivo entre padre e hijo es una aproximación de e−λ2 t tendiendo a cero. El
equilibrio absoluto no existe, ya que implicarı́a que dN1/dt = dN2/dt = 0, lo cual equivaldrı́a a consi-
derar que el padre no es radioactivo. En aquellos casos en que la vida media de un radioelemento
sea muy superior a la de su hijo (τ1 → ∞), e−λ1 t → 1, tal y como ocurre en la serie entre el 238 U
230 λ1 −λ
al Th, el crecimiento de radionúcleos hijos puede simplificarse en N2 = λ2 N1(0) 1 − e t y en 2
el caso de la serie del 238 U del ejemplo Nτ11 = Nτ22 = Nτ33 = ... = constante.
Ası́, suponiendo que todo el 230 Th de una toba procede de la desintegración de su padre el 234 U,
la edad de su formación viene dada por la relación:
92
7. DATACIÓN DE LAS TOBAS POR EL MÉTODO DEL URANIO-TORIO
230 T h1 − e−λ230 t
1 λ230
234 U
= 234 238 + 1 − 234 U 238 1 − e−(λ230 −λ234 )t (ecuación 4)
U/ U / U λ230 − λ234
La Figura 7.3 muestra la solución grafica de esta ecuación para distintas relaciones entre las
actividades 234 U/238 U y 230 Th/234 U.
Figura 7.3: Resolución grafica de la ecuación 4 que representa las curvas isocronas en kilo-años (miles de años) que
se obtienen a partir de distintas relaciones entre las actividades 234 U/238 U y 230 Th/234 U. Para edades inferiores
a 20 ka, la edad obtenida es independiente de la relación de actividad entre el 234 U/238 U. Gráfico original de
Schwarcz, 1979.
±
244.6 0.7 ka, por espectrometrı́a alfa -que solo cuenta átomos que se desintegran- (de Bievre
et al., 1971);
245.3 ±
0.14 ka, por espectrometrı́a de masas -cuenta todos los átomos de un elemento-
(Ludwig et al., 1992);
93
LAS TOBAS EN ESPAÑA
245.250 ± 0.49 ka, más recientemente, por TIMS -espectrometrı́a de masa por ionización
térmica- (Cheng et al., 2000).
La determinación de la vida mitad del 230 Th resulta más problemática ya que a la uraninita en
equilibrio secular se le añade un trazador (229 Th y 236 U) de actividad conocida por unidad de masa,
por lo tanto con el error de la pesada. Meadows et al. (1980) determinaron la vida mitad del 234 U
por espectrometrı́a alfa en 75.4 ± 0.6 ka, mientras que Cheng et al. (2000) obtuvieron 75.69 ±
0.23 ka por espectrometrı́a de masa. A pesar de estas diferencias en las vidas mitad, las dataciones
obtenidas varı́an de pocos años y, en espectrometrı́a alfa, suelen ser menores que los márgenes de
error.
- El uranio es un elemento poco común en las rocas de la corteza terrestre (2.8 ppm en promedio
(CRC, 2005) que fácilmente forma óxidos con gran propensión a formar uranilo (UO2 )+2 , un ion
complejo que se disuelve en el agua. El uranio puede presentarse en cinco estadios de valencia
diferentes pero, en medio oxidante, pasa a hexavalente y forma sales solubles que suelen precipitar
conjuntamente con otras sales, como los carbonatos durante el proceso de desgasificación del CO2
disuelto en el agua y formación de tobas. El uranio suele formar complejos con la materia orgánica
y los fosfatos.
- El torio es un elemento considerado de 3 a 4 veces más abundante en la corteza terrestre que
el uranio, pero su solubilidad en aguas superficiales es muy baja y se le ha considerado como un
elemento muy insoluble e inmóvil en aguas naturales. La solubilidad de la torianita en agua pura es
de 0.00001 ppb de Th como Th(OH)04 (Langmuir and Herman, 1980). Sin embargo, la solubilidad
aumenta por la formación de complejos con materia orgánica y fósforo. La presencia de arcillas
contribuye a disminuir la movilidad del torio tal como demuestran los estudios de adsorción de Th
en la capa basal (001) de los filosilicatos (Schmidt et al., 2012).
94
7. DATACIÓN DE LAS TOBAS POR EL MÉTODO DEL URANIO-TORIO
de su padre, el 234 U. Por lo tanto hay que evitar las muestras que contengan sedimentos detrı́ticos.
En las tobas, la presencia de torio heredado viene indicado por la presencia de 232 Th y la relación
de actividades 230 Th/232 Th es indicativa del grado de contaminación. En general, se considera que
si la relación 230 Th/232 Th es superior a 17 la edad obtenida es muy próxima a la que obtendrı́amos
sin contaminación (Julià and Bischoff, 1991).
Dado que las calcitas “puras” son extraordinariamente raras, especialmente en las tobas, existe
una abundante bibliografı́a sobre distintas técnicas destinadas a corregir el posible efecto contami-
nante siempre y cuando esta contaminación de detrı́ticos sea inferior al 1 %. El método que aporta
los mejores resultados para eliminar una ligera contaminación de los carbonatos es la “utilización
de isócronas”. Este método considera que la contaminación de la muestra es con una relación ra-
dioisotópica constante (por ejemplo originada a partir de la erosión de un determinado depósito)
aunque no homogénea en toda la muestra (por ejemplo más elevada en una determinada frac-
ción granulométrica). La réplica de varios análisis de la misma muestra permite eliminar el efecto
contaminante y obtener una edad isócrona (Bischoff and Fitzpatrick, 1991; Luo and Ku, 1991).
Figura 7.4: Equipos de espectroscopia alfa de la casa ORTEC. a: Montaje modular de los años 80, con cámaras
de vacı́o dobles equipadas con un detector de silicio vertical, un amplificador y selector del rango de trabajo de
energı́a. Los dos módulos de la drecha son el multicanal y una unidad de memoria. b: Equipo “Octête”, compacto,
de los años 90 con cámaras de vacı́o individuales y detector horizontal. c: Detalle del interior del detector y d:
soporte para planchetas verticales.
95
LAS TOBAS EN ESPAÑA
Como las partı́culas alfa tienen un reducido poder de penetración hay que depositar los ra-
dionúcleos en una cámara al vacı́o y muy cerca de los detectores de barrera de silicio (Figuras
7.4c y 7.4d). Éstos contabilizan los impulsos generados por la emisión de partı́culas alfa que son
proporcionales a su energı́a cinética. Cada impulso es cuantificado y clasificado según su energı́a
mediante un multicanal, lo cual permite diferenciar distintos picos correspondientes a distintas
energı́as. Estas energı́as son caracterı́sticas de cada radionúcleo (Fig. 7.5).
Figura 7.5: Ejemplo de un espectro de los distintos radioisótopos de torio y uranio de una toba en la provincia de
Almerı́a. En este caso puede apreciarse la prácticamente nula contaminación de 232 Th y en este caso la relación
de actividades 230 Th/234 U nos proporciona la edad. El 228 Th y 232 U corresponden al trazador utilizado para
determinar los rendimientos del proceso de separación y purificación del U y Th.
En el caso del método de datación basado en el desequilibrio entre el padre 234 U y su hijo 230 Th,
las energı́as de las partı́culas alfa emitidas por el 234 U (el 72 % a 4.77 MeV y el 28 % a 4.72 MeV)
son muy próximas a las del 230 Th (el 76 % a 4.68 MeV y el 24 % a 4,62 MeV) y es imprescindible,
en espectrometrı́a alfa, separar por métodos quı́micos ambos radioisótopos.
El procedimiento de separación quı́mica del uranio y el torio comporta la disolución total de la
muestra y la incorporación de un radioisótopo trazador de actividad conocida (generalmente 232 U
en equilibrio con su hijo 228 Th), destinado a determinar los rendimientos del proceso de separación
y purificación del uranio y el torio. Este proceso se efectúa mediante columnas de intercambio
iónico. Finalmente, ambos elementos se electrodepositan de modo separado en planchetas de cobre
o plata. Para minimizar los errores en la determinación de la actividad de cada radionúcleo emisor
de partı́culas alfa, la cantidad de impulsos medidos deben alcanzar valores próximos a los 104 cps,
lo que a veces requiere una semana.
La utilización de la espectrometrı́a de masa por ionización térmica (TIMS) desde finales de los
años 1980, ası́ como la utilización de la ablación por láser (Stirling et al., 2000) ha supuesto un
gran avance respecto a la tradicional espectrometrı́a alfa, debido a un menor consumo de muestra,
a una mayor precisión analı́tica y a una reducción de tiempo en el proceso analı́tico.
96
8. DATACIÓN POR RACEMIZACIÓN DE
AMINOÁCIDOS
J. E. Ortiz1 y T. de Torres2
Grupo de Estudios Ambientales. Dpto. de Ingenierı́a Geológica. E.T.S.I. Minas. Universidad Politécnica de Madrid.
C/ Rı́os Rosas, 21. 28003 Madrid
1. joseeugenio.ortiz@upm.es
2. trinidad.torres@upm.es
2. LA TEMPERATURA
La racemización/epimerización es un proceso sensible a los parámetros ambientales, particular-
mente la historia térmica, de tal manera que el lı́mite de aplicación del método varı́a en función
de la localidad geográfica. Por ejemplo, para regiones árticas donde el rango de temperatura varı́a
º
entre -7 y -12 C, el estado racémico se obtiene aproximadamente a los 10 Ma (Wehmiller, 1982),
mientras que en zonas tropicales como Nueva Guinea, el alcance del método no supera los 125 ka
(Hearty y Aharon, 1988). En la Penı́nsula Ibérica, el lı́mite del método se sitúa entorno a 1.3 Ma
(Torres et al., 1997; Ortiz et al., 2004).
3. LOS MATERIALES
Cualquier material biológico es susceptible de ser datado por análisis de la racemización de
aminoácidos, pero algunos son mucho más adecuados que otros. Existe una gran variedad de ma-
teriales datables incluyendo ostrácodos (McCoy, 1988; Ortiz et al., 2004), moluscos (Goodfriend,
1987), foraminı́feros (Hearty et al., 2004), dientes y huesos (Bada y Prost, 1973), cáscaras de huevo
97
LAS TOBAS EN ESPAÑA
(Miller et al., 1991) e, incluso, alguno basado en el empleo de sedimento (Hearty y Kaufman, 2000).
Según nuestra experiencia son los moluscos y, fundamentalmente, los ostrácodos los que mejor se
comportan en la datación de acumulaciones tobáceas, no sólo por su conspicua presencia, sino por
la alta cantidad de aminoácidos presentes en sus valvas.
Sin embargo, la racemización es un proceso que depende del género: la velocidad de racemización
varı́a según el géneros, de tal manera que solamente son comparables las relaciones de racemización
del mismo taxón y sometidas a la misma historia térmica. Asimismo, cada aminoácido (alanina,
valina, prolina, isoleucina, leucina, ácido aspártico, ácido glutámico y fenilalanina, entre otros) tiene
una velocidad de racemización distinta, por lo que los valores D/L de cada aminoácido obtenidos en
una muestra determinada no coinciden (Fig. 8.1), de manera que en cada análisis se tienen varios
estimadores independientes de edad.
Figura 8.1: Algoritmos de cálculo de edad para valores de racemización del ácido aspártico y glutámico de ostráco-
dos de la zona central y sur de la Penı́nsula Ibérica (Ortiz et al., 2004).
4. LA DATACIÓN
Uno de los mayores condicionantes del uso como herramienta geocronológica de la racemización
de aminoácidos es precisamente la determinación de una edad numérica de la muestra ya que
el resultado de un análisis es simplemente una serie de relaciones de racemización (D/L). Para
transformar las relaciones D/L de los diferentes aminoácidos en edad se puede recurrir a ensayos
de cinética en laboratorio (Mitterer and Kriausakul, 1989), aunque el sistema más empleado es un
calibrado con otros métodos de datación, generalmente radiométricos como U-Th, 14 C, ESR y/o
TL.
De esta manera se obtienen algoritmos de cálculo de edad para los valores de racemización de
aminoácido para un determinado taxón y en una zona con una historia térmica determinada. La
edad media se calcula a partir de datos promedio de edades obtenidas para cada aminoácido, lo
que permite una mejor aproximación a una edad numérica más precisa. En Torres et al. (1997)
y Ortiz et al. (2004) se determinan los algoritmos de cálculo de edad de gasterópodos terrestres
y dulceacuı́colas y ostrácodos, respectivamente, para la zona central y sur de la Penı́nsula Ibérica
(Fig. 8.1) y que se han aplicado a la datación de depósitos tobáceos (Torres et al., 2005; Ortiz et
al., 2009).
En cualquier caso, la racemización de aminoácidos se puede emplear para establecer una data-
98
8. DATACIÓN POR RACEMIZACIÓN DE AMINOÁCIDOS
5. LOS ERRORES
Como todo proceso de laboratorio, las dataciones numéricas están sometidas a errores cuya
magnitud se puede acotar. Este proceso permite asignar una edad más o menos aproximada al
material objeto de estudio. El error total de la edad obtenida estará compuesto de los siguientes
errores parciales:
l. Error del instrumento: la variabilidad de las condiciones ambientales, los procesos electrónicos
que afectan a los equipos o la influencia de los operadores impiden que los resultados de un análisis
sean exactamente iguales en momentos distintos. Este error es acotable.
2. Error del análisis: se obtiene fácilmente repitiendo el análisis de una muestra.
3. Error en la preparación de la muestra: de igual forma que en el error de instrumento, las
condiciones en las que se preparan las muestras y la influencia del operario o los reactivos pueden
variar a lo largo del tiempo, determinando los resultados posteriores.
4. Error de la muestra se deriva del muestreo en campo. Para minimizarlo es preciso diseñar
de forma adecuada las campañas de toma de muestras, ası́ como realizar la recogida en condicio-
nes de calidad y cantidad óptimas. Para la adquisición de restos biológicos en el sedimento será
necesario evitar las zonas meteorizadas o alteradas, que pueden haber sufrido contaminación por
organismos actuales o procesos quı́micos. A pesar de ello, la datación de determinados materiales
resulta necesariamente arriesgada, debido a la escasez o a las condiciones en que quedó depositado.
En este sentido se debe tener en cuenta la variación entre ejemplares, la variación entre géneros,
la variación natural dentro del depósito debido a la diagénesis y la variación geográfica (historia
térmica).
6. LA METODOLOGÍA
El material es recogido con medios estériles y guardado en bolsas de plástico de un sólo uso. Hay
que intentar recoger las muestras en zonas alejadas (50 cm-1 m) de la superficie del afloramiento
para evitar la influencia solar directa, desechando aquellos restos que tengan manchas de algas o
lı́quenes y tinciones minerales que pudieran aportar aminoácidos actuales (contaminación). Una
vez en el laboratorio, las muestras se limpian mecánica y quı́micamente.
Tradicionalmente el análisis de la racemización/epimerización de aminoácidos se llevaba a cabo
mediante cromatografı́a de gases (GC) (Wehmiller, 1982; Goodfriend, 1987), necesitándose una
cantidad de muestra que en moluscos oscila entre 40-80 mg. Desde hace relativamente poco tiempo,
la cromatografı́a lı́quida de altas prestaciones (HPLC) permite el análisis casi robotizado de las
muestras (Kaufman and Manley, 1998), que pueden tener un peso de 1-5 mg (moluscos) e, incluso,
0.01mg (una valva de ostrácodo) o inferior (foraminı́feros).
Esto permite analizar un número representativo de muestras de cada nivel objeto de estudio,
obteniendo información suficiente para que, mediante un análisis estadı́stico elemental, se pue-
dan desechar valores anómalos. Además, la concentración elevada de algún aminoácido inhabitual,
serina, permite desechar muestras ya que es un indicador de contaminación (Hearty et al., 2004).
En general, en los afloramientos de tobas lacustres, palustres y fluviales, las litologı́as más
favorables son las de grano fino (limos, margas, lutitas) en las que fácilmente se recuperan ostrácodos
y moluscos. Los niveles cementados, tan tı́picos de las tobas de fuente, son poco favorables ya que
los escasos gasterópodos visibles suelen estar fuertemente meteorizados o sólo permanecen moldes.
Incluso en estos casos, la búsqueda detallada permite encontrar lentı́culas más detrı́ticas que pueden
tener estos caparazones.
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