Está en la página 1de 2

PRUEBAS TRASCENDENTALES KANTIANAS Y ARGUMENTACIÓN

TRASCENDENTAL
Tesis doctoral presentada el 18/12/2001,
defendida el 3/12/2003

CONCLUSION

En las páginas que anteceden he pretendido mostrar que, a desmedro de lo que sostienen
algunos detractores de los argumentos trascendentales, en especial, kantianos, pueden encontrarse
en los textos de la primera Crítica aquellos elementos que demarcan un especial tipo de
argumento o una peculiar estrategia de justificación. Me han interesado los aspectos que conectan
estas pruebas kantianas con versiones contemporáneas del argumento, sea en ésta su posibilidad
de afirmación o en las debilidades por las cuales se los critica y hasta se pide su acta de
defunción. Pero más aun me ha entusiasmado la posibilidad que dan estas investigaciones de leer
las principales pruebas de la KrV bajo lo que podrá estimarse como una cruda estructura
diferente, pero que a mi juicio termina por aportar renovada luz a los oscuros y tortuosos
laberintos de conceptos que se entrecruzan en las deducciones kantianas.

Frente a las imágenes de la derrota me he inclinado, pues, por las de la esperanza. No en la


de revivir parte o toda una concepción de la filosofía por la que tal vez sea bueno a lo sumo sentir
nostalgia. Pero sí en rescatar de ella alguna de sus convicciones, que tal vez no hayamos perdido
y que remontan a un pensamiento aún más atrás de Kant. Ha llamado también mi atención que en
el contexto de discusiones cartesianas acerca de la posibilidad de considerar el cogito como un
argumento, una importante intérprete, Margaret Wilson, encuentre que en ese caso se trataría tal
vez también de uno trascendental1.

1 "Pero, si el cogito no ha de interpretarse como un silogismo, ¿cómo hemos de entender el papel que
desempeña el principio general "cualquier cosa que piensa existe", que Descartes está tan dispuesto a
considerar en relación con él? Creo que la mejor respuesta es que a Descartes le interesaba su papel en el
conocimiento del hipotético "Si pienso, existo", que se hace explícito en las Meditaciones (en varias
versiones) aun cuando queda implícito en las otras obras. Presumiblemente, "Si pienso, existo" es una
instancia de "Cualquier cosa que piensa existe". Pero ¿qué nos dice esto acerca del orden del
conocimiento? ¿Diremos que el conocimiento de los principios es anterior o posterior al conocimiento de
sus instancias?
Los textos cartesianos sugieren varias propuestas diferentes acerca de esta cuestión. El texto de los
Principios, que seguramente es el que más se acerca a presentar el cogito como // un silogismo real,
sugiere que se requiere un conocimiento explícito del principio para la certeza de la conclusión "existo".
La Conversación con Burman presenta a Descartes sosteniendo que se requiere sólo un conocimiento
implícito del principio. Esto parece que concuerda con el pasaje del Discurso en el que Descartes
parece estar razonando trascendentalmente a partir del hecho de que él está cierto del cogito (en la
versión particular) a las condiciones de posibilidad de esta certeza. Estas últimas no se señalan
originalmente de manera explícita, se presentan como presuposiciones". (M. D. Wilson, 1990, pp. 97-98.
El subrayado más enfático es mío.)
217

La posibilidad de considerar al cogito como argumento trascendental grafica, creo, con más
fuerza la convicción o la sospecha que anida en la propuesta de estos argumentos2. Trataré de
explicarme. Admítaseme la siguiente interpretación: que el genio maligno cuestiona la
adecuación de las representaciones al mundo, pero deja intacta su coherencia lógica. La lógica
interna que enlaza las representaciones sólo podría ser minada por la duda que instaura la
posibilidad de un dios engañador, puesto que es dios el creador de las verdades eternas, entre
ellas, las matemáticas (y si se quiere, su lógica deductiva). Sin embargo, si el cogito fuera un
argumento, no sólo está indicando que hay alguna verdad que se sustrae del engaño, sea del
genio, sea del dios, sino que hay una lógica, la que la devela, que también parece —a diferencia
de la lógica matemática— incapaz de ser conmovida. O sea, podemos no saber muy bien cuál es
esa lógica —por nuestra finitud, no la hemos elegido, debemos descubrirla—, pero no hay dios
que logre vulnerarla. Y esto, no porque ella se anteponga a la elección de la voluntad divina, sino
porque el engaño retrocede ante el sí mismo, o sea, pierde su razón cuando ya ha dejado de ser la
posibilidad de engañar a otros. Para decirlo más claramente, puesto a engañar en cuanto a una
lógica: con respecto a un mundo, un dios debiera crearlo sin lógica alguna o con una distinta a la
que implanta en los entendimientos humanos. O, por lo que respecta a esta última y con
independencia del mundo, dios debiera pensarla distinta a aquélla que, por elegirla para su propio
entendimiento, es la que vale. En ambos casos, se trata de un entendimiento divino engañando a
otros menos perfectos o incluso más ingenuos. Pero para engañar, dios debe saber de su obra y
su razón, de tal modo que aún el crear un mundo sin lógica, o un entendimiento con una lógica
divergente a la divina, parece la lógica de la operación de dios. Y de eso se trata con los
argumentos trascendentales: de los actos de constitución o condiciones de posibilidad, si bien no
de un mundo o de un orden de dimensiones divinas (y perversamente ideados para engañar a
otros), sí de mundos y ordenes de contextura más humana (incluso en su perversión): los de la
experiencia, el conocimiento, la moralidad, el lenguaje. Al igual que la propia existencia, podría
ser que esas condiciones, si bien tampoco elegidas por nosotros, no puedan, de ningún modo y
por ningún artificio, sustraerse a nuestra reflexión. Es la sospecha que alentara no sólo las
meditaciones de Descartes, es la que anima los argumentos de Kant.

Beatriz von Bilderling

2 Deseo aclarar que no es mi intención afirmar o defender que el cogito sea, en general, un argumento, y,
específicamente, uno trascendental. Para ello sería necesario introducir consideraciones propias de la
filosofía de Descartes, en especial, su distinción entre intuición y deducción. En el presente trabajo sólo
me interesa situarme y situar a otros en la posibilidad de interpretarlo como argumento trascendental,
pues creo que es un buen instrumento retórico para indicar un rasgo importante e interesante que puede
haber estado a la base de la ya prolongada discusión sobre argumentos trascendentales: la posibilidad de
que los mismos no sólo prueben principios últimos, sino con una lógica de gran fuerza frente a desafíos
escépticos. De todos modos, tampoco me perturba la posibilidad de que efectivamente sea un caso del
argumento en cuestión: alguien en empatía con Kant tiende a dirigir sus positivas pasiones más hacia un
argumento que hacia una intuición intelectual, y alguien que simpatiza con Kant y con Descartes puede
hacerlo tanto hacia lo uno como hacia la otra.

También podría gustarte