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Riqueza Justa-Dario Lopez
Riqueza Justa-Dario Lopez
Pero Zaqueo dijo resueltamente: Mira, Señor: Ahora mismo voy a dar a
los pobres la mitad de mis bienes, y si en algo he defraudado a alguien,
le devolveré cuatro veces la cantidad que sea (Lc. 19:8 NVI).
¿Existe riqueza justa? Datos recientes de la realidad de la pobreza en el mundo indican que
alrededor de mil millones de seres humanos viven con menos de un dólar al día y que un
promedio de dos mil ochocientos millones viven con un promedio de dos dólares al día. Sin
embargo, mas allá de esta información, se tiene que puntualizar que la pobreza real o la
condición de miseria material en la que se encuentran millones de seres humanos en los países
del Sur del mundo, particularmente los que están localizados en África y en América Latina, no
es una simple cuestión de fríos datos estadísticos o una mera información actualizada sobre la
«calidad de vida» de las personas en las distintas regiones del mundo.
¿Por qué los miembros de las distintas iglesias cristianas, especialmente los que viven en los
países ricos del Norte del mundo, tienen que mirar más allá de los datos estadísticos? Entre
otras razones, porque la pobreza real de los pobres del Sur del mundo exige preguntarse, sobre
todo si una persona se presenta a sí misma como un discípulo del Dios de la vida que es justo y
ama la justicia: ¿Qué comerán y dónde dormirán los pobres de la tierra el día de mañana?
¿Tienen todos ellos un trabajo y un salario digno o se les explota impunemente para que los
ricos acumulen más riqueza?
Formular este tipo de preguntas, nacidas de una toma de conciencia sobre la realidad de
lacerante pobreza en la que encuentran millones de seres humanos, conduce a otras preguntas
políticas críticas como la siguiente: ¿Existe en realidad riqueza justa, o buena parte de ella
proviene de la opresión y de la explotación de los sectores sociales indefensos que viven en
condiciones infrahumanas, ante la inoperancia del Estado que debería protegerlos y ante la
escandalosa indiferencia de aquellos que viven con opulencia creyendo –como el rico insensato
de la parábola del evangelio de Lucas– que la vida del hombre consiste en la abundancia de los
bienes que posee (Lc. 12.15)?
El pecado individual
¿Las ingentes ganancias que obtienen los ricos en los países pobres y el dinero que tienen en
sus cuentas bancarias, son producto de relaciones laborales justas, respeto irrestricto de la
dignidad humana de los pobres, y un estricto cumplimiento de las leyes de protección a los
trabajadores? La historia de Zaqueo (Lc. 19:1-10), el rico cobrador de impuestos acostumbrado
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al fraude y a la extorsión, porque el sistema político-económico de su tiempo así se lo permitía ,
puede ilustrar las prácticas corrientes de obtención y de aumento de las riquezas de las que se
valen los ricos, para recuperar y multiplicar sus inversiones en el menor tiempo posible y al
menor costo operativo posible.
Para nuestro caso, la lección mas directa que se puede derivar de la historia del rico cobrador
de impuestos Zaqueo, es que los ricos se valen a menudo de las estructuras injustas que ellos
mismos promueven y defienden acaloradamente, para explotar y oprimir a los indefensos,
justificando sus acciones con afirmaciones hipócritas como: «La legislación laboral actual lo
permite», «no estoy violando ninguna ley», «yo pago a mis trabajadores el salario mínimo que
la ley exige», o «yo respeto irrestrictamente los derechos humanos». Pretendiendo desconocer
así que muchas leyes son «fabricadas» con nombre propio por los operadores políticos que
ellos han ayudado a llegar al epicentro del poder o que son el resultado de la coima y de la
compra de los votos de políticos corruptos a quienes solo les importa engrosar sus cuentas
bancarias, antes que legislar para el bien común.
La pobreza en la que encuentran los pobres del Sur del mundo se debe a que existen seres
humanos egoístas que se valen de las estructuras injustas para seguir enriqueciéndose, y que
compran conciencias y votos para mantener sus privilegios y para seguir acumulando dinero. A
ellos no les importa para nada asuntos críticos para el futuro de toda la raza humana
como el cuidado del medio ambiente, la sobreexplotación de los recursos naturales no
renovables o la muerte lenta de millones de niños desnutridos para quienes no existe un
futuro promisorio, sino un presente de violencia y muerte a la que la carencia de recursos
materiales los ha condenado.
El pecado estructural
Lo señalado en la sección anterior indica que existe una realidad de injusticia institucionalizada
o una situación de violencia estructural que afecta directamente a los pobres. Así que no se
trata simplemente de denunciar el pecado individual de las personas, sino también de denunciar
públicamente pecados sociales como la insensibilidad frente a la realidad de miseria material en
la viven millones de seres humanos o la indiferencia frente a los casos de violación de derechos
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Para Zaqueo fue una ventaja que en el primer siglo existiera una imprecisión con respecto al importe que se tenia
cobrar como impuestos por las mercancías que pasaban por las aduanas. De esa imprecisión se aprovechaban los
cobradores de impuestos como Zaqueo para cometer fraude y extorsión.
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La ley (Lv. 6:1-5; Num. 5:7) exigía que en ciertos casos de restitución se añadiese un quinto del dinero recibido
injustamente y que en otros casos se hiciese una restitución doble (Ex. 22:4, 7, 9).
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humanos. Más aun, se trata de denunciar públicamente pecados estructurales de larga data
como la pobreza, el racismo y la exclusión, que forman parte de la historia común de la mayoría
de los países latinoamericanos y de otros países del Sur del mundo dependientes
económicamente de los centros de poder.
De manera que, cuando se trate el tema de la riqueza y la forma como ésta a menudo se
obtiene y se acumula, pisoteando con frecuencia la dignidad humana de los pobres, no se debe
olvidar que el tema de fondo tiene que ver con la práctica de la justicia y con la transformación
radical de las estructuras injustas que permiten que los ricos se enriquezcan cada día más,
mientras millones de seres humanos de los países pobres mendigan por un pedazo de pan y
claman por un salario justo.
Sin embargo, a pesar de que se conoce que existen millones de seres humanos que carecen de
las condiciones básicas que les permitan vivir dignamente, en las sociedades actuales el
sistema favorece el enriquecimiento injusto. Así, prácticas corrientes como la implementación de
políticas económicas que cosifican3 a los pobres y que favorecen a los empresarios y a las
multinacionales, pueden explicar porque existe una injusta distribución de la riqueza en la
mayoría de los países del Sur del mundo con su correlato de hambre, desocupación, exclusión,
y expectativas sociales y políticas insatisfechas.
Más aun, asuntos como la impagable deuda externa, la «fabricación» de leyes orientadas a la
defensa de los intereses económicos de los ricos, entre otros, son claros indicativos de que no
siempre la riqueza proviene de un respeto irrestricto al derecho y a la justicia. Ya que detrás de
la acumulación de bienes materiales, pueden estar prácticas sistemáticas de explotación y de
opresión de los pobres, respaldadas por políticas de Estado orientadas a proteger las
inversiones de las multinacionales y los intereses de sus agentes operativos en los países
pobres.
El tema de la impagable deuda externa que mantiene a los países pobres como esclavos casi a
perpetuidad de organismos financieros internacionales como el Fondo Monetario Internacional o
el Banco Interamericano de Desarrollo, ya es un enorme problema para el Sur del mundo que
tiene que aceptar las condiciones que se les impone desde el Norte del mundo, condenando así
a la miseria a millones de seres humanos que casi nunca ven los supuestos beneficios de los
préstamos que sus gobiernos hacen en nombre de todos los ciudadanos.
Aquí habría que tener en cuenta que la independencia o la relativa autonomía política de los
países del Sur del mundo, no significa necesariamente que haya quedado atrás la condición
nociva de dependencia, ya que la llave de los mercados mundiales, de las riquezas y de las
fuentes de producción, siguen en manos de los países del Norte del mundo, que continúan
explotando y oprimiendo mediante mecanismos aparentemente inofensivos como la deuda
externa o la imposición de los precios.
El modelo económico imperante, asociado también al tema de la deuda externa, constituye otro
enorme problema para los países del Sur del mundo. La aplicación del modelo económico
neoliberal que exige una reducción o un «achicamiento» del Estado, ha tenido como correlato
un incremento de los índices de desocupación y de subempleo, debido a que muchos
trabajadores estatales fueron despedidos intempestivamente para satisfacer las exigencias de
los organismos financieros internacionales.
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Convertir algo en cosa. Reducir a la condición de cosa aquello que no lo es.
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escandalosamente abandonados por un Estado que supuestamente debería defenderlos,
tendría que preocuparse por el bien común, y debería de posibilitar una igualdad de
oportunidades para todos los ciudadanos.
De todo lo señalado hasta este momento, particularmente de las formas habituales como se
generan y como se incrementan las riquezas de los poderosos de este mundo, se puede
articular una agenda misionera mínima en este campo. Así, parte de la agenda misionera
mínima de las iglesias y de los seguidores de Jesús de Nazaret, es preguntarse si en su
predicación pública y en sus acciones ciudadanas están denunciando el pecado social y el
pecado estructural que sirven para legitimar y para justificar la generación y la acumulación
injusta de bienes materiales.
Particularmente, los cristianos que viven en el Norte del mundo, deberían evaluar críticamente
la propuesta política de sus candidatos presidenciales y de los candidatos al congreso, sobre
todo, si su propuesta niega derechos humanos fundamentales como el derecho a una vida
digna; conocer los mecanismos que utilizan las multinacionales para generar riqueza injusta,
como la instalación de fabricas en lugares en los cuales le pagan una miseria a los trabajadores
y les niegan derechos laborales básicos como la jornada de ocho horas, el periodo de
vacaciones y el seguro social.
Deberían también dejar de comprar aquellos productos que comercializan las multinacionales
que explotan abusivamente a los pobres y que no tienen una política de protección del medio
ambiente. Además, deberían entender que no se trata simplemente de donar una cierta
cantidad de dólares para aliviar la pobreza de los pobres, sino de tomar conciencia de que
mientras no exista igualdad de oportunidades para todos y un comercio justo entre el Sur y el
Norte del mundo, casi nada cambiará para los pobres y para los excluidos.
Dicho de otra manera, los cristianos que viven en los países ricos tienen que reflexionar
críticamente acerca del reparto del pan en el mundo, lo que conlleva a reflexionar sobre la
necesidad de un cambio de las estructuras que generan y permiten situaciones de violencia
institucionalizada y del sistema económico predominante en el mundo que ha convertido a los
pobres en una suerte de «basura social», atentando así contra el derecho a una vida digna.
Pero también, aparte de la denuncia pública de esa realidad y de las acciones de servicio social
que se realizan como gestos de solidaridad con los menesterosos y los oprimidos, se tienen que
efectuar acciones políticas colectivas orientadas a conseguir políticas de Estado más favorables
a los pobres y transformaciones estructurales que terminen con las prácticas de injusticia
institucionalizada o de violencia estructural.
Tiene que ser así, porque los pobres y los oprimidos no son un accidente histórico o simples
cifras estadísticas, sino seres humanos cuya dignidad no depende de las políticas de Estado o
de las migajas que les ofrecen los ricos, sino de su condición de imagen de Dios. Así que, la
pobreza material de los pobres se explica no solo por el pecado individual, sino también
por el pecado social y por las estructuras de pecado que permiten que seres humanos
exploten y opriman a su prójimo.
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Esta situación, contraria al propósito de Dios para la vida humana, tiene que cambiar, Pero no
cambiará drásticamente, mientras los cristianos de los países ricos sean indiferentes e
insensibles frente a esa realidad, o sigan creyendo en la «sinceridad» de la información que
proporcionan los cuadros estadísticos que fabrican aquellos que buscan maquillar, desfigurar o
acomodar la realidad a sus mezquinos intereses políticos y económicos.
La tarea que se tiene por delante no es nada fácil, sin embargo, se puede comenzar mediante
acciones aparentemente poco eficaces y eficientes, como la adopción de un estilo de vida más
sencillo que se distancie del lujo y del derroche con el que acostumbran vivir los que tienen
abundancia de recursos materiales, los viajes a los países pobres para encontrarse cara a cara
con el cuadro real de la pobreza que no es lo mismo que los fríos cuadros estadísticos sobre la
pobreza en el mundo, la vigilancia ciudadana a las acciones públicas de los políticos o la
exigencia de una transparencia en el uso de los fondos públicos.
¿Existe riqueza justa? En un mundo injusto como el nuestro, resulta difícil afirmar que la
riqueza ha sido obtenida legalmente, respetando la dignidad humana del prójimo y sin violentar
el derecho y la justicia. Más aun, cuando se tiene en cuenta que el Norte del mundo tiene el
control de los mercados mundiales y de las fuentes de producción, y que la distribución de los
ingresos en el Sur del mundo se realiza de manera poco equitativa y transparente, favoreciendo
casi siempre a quienes tienen el poder político y económico.
Frente a esta realidad, los cristianos del Norte del mundo tienen que recordar que la oración del
Padrenuestro enseña que el pan material no es el pan «mío», ni el pan «tuyo», sino el pan
nuestro, el pan de la comunión con todos los seres humanos y el pan de la solidaridad
con los que están en una situación de desventaja social y económica. Consecuentemente,
tienen que aprender a partir el pan material con su prójimo, siendo generosos y solidarios con
sus hermanos del Sur del mundo, y comprendiendo que esa generosidad y solidaridad implica
también la búsqueda activa de relaciones de justicia y de respeto de la dignidad humana de los
pobres, así como una transformación de la estructuras y de los sistemas que permiten la
existencia y la perpetuación de formas veladas o visibles de violencia institucionalizada.
Tienen que preguntarse, además, viendo su despensa llena de pan y la comodidad y el lujo
innecesario de sus casas: ¿Habrá comido adecuadamente mi prójimo en este día? ¿Tendrá un
trabajo y un salario justo y digno? ¿Qué futuro les espera a los niños desnutridos, sin acceso a
la salud y a la educación elemental, y que viven en viviendas que carecen de servicios básicos
de agua, desagüe y alumbrado eléctrico? ¿Qué esperanza de vida tienen los pobres que
trabajan más de ocho horas al día, escasamente alimentados, y con la salud destrozada por las
condiciones infrahumanas en las que trabajan?
En otras palabras, no se trata simplemente de ser generosos y solidarios con el prójimo que
vive en el Sur del mundo, sino también, de generar desde la propia realidad en la que se vive,
corriente de opinión y acciones sociales y políticas orientadas a lograr, entre otros asuntos
prioritarios, un comercio justo en el mundo. Y también, políticas económicas que no pisoteen la
dignidad humana de los pobres, una justa distribución de la riqueza, y un acceso en igualdad de
condiciones a las fuentes de producción, porque del Señor es la tierra y su plenitud; el mundo y
los que en él habitan (Sal. 24.1).