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Roma: Mas allá del vaivén de la marea.

Galo Aguirre

La película Roma, del director Alfonso Cuarón, trata sobre la vida de Cleo, una mujer de
etnia indígena, pobre, quien labora como empleada doméstica en Colonia Roma, un
opulento barrio del DF de México. Esta parece ser una curiosa elección de heroína para
un relato. Quizás nos preguntemos, ¿cómo así? ¿Por qué nos deberíamos fijar en la vida
de esta mujer?

A Roma se la puede contar dentro del nuevo cine latinoamericano: uno que no apunta el
lente hacia las crudas realidades de las calles del continente, induciendo en el publico el
mismo morbo con el que se observaría un accidente de tránsito, no. Ni tampoco es obvio
en esta una fuerte crítica social; muestra de forma casi documental los eventos, sin pasión
ni juicio. Persiste entonces la incógnita, del porqué de Roma.

El cálculo del director, con las tomas panorámicas de la cotidianidad de la protagonista,


es de apuntarnos a un detalle importante, diciéndonos, ‘Fijate aquí, hay algo que tienes
que ver.’ No únicamente para solicitar empatía por la situación de Cleo, ni para que el
público le tenga pena. Se ve algo diferente; algo mucho más interesante.

‘Pobrecito mi patrón, piensa que el pobre soy yo...’

Mi tesis es que en Cleo vemos un ejemplo de vida; un modelo al que seguir. Si se fijan,
en pocos momentos ella muestra una fuerte emoción, con excepción del parto, tras la
muerte de su hijo y cuando, al fin, reconoce su verdad sentada sobre la arena: de que ella
por dentro, no añoraba traer a su criatura al mundo. En el transcurso, ella no transmite
inconformidad ni quejas ante la aparente injusticia de sus circunstancias. Da y recibe de
la vida tal como a ella se la presenta.
Como una boya, flotando sobre el oceano, no se conmueve por el oleaje de la tormentosa
vida. Por esta especie de trascendencia, se despreocupa de su integridad física, sin dudar,
el momento de meterse en el mar para rescatar a los dos niños de su ahogo.

O también, como la misma agua, ajustándose sin esfuerzo al recipiente en el que se


encuentra. Esta fluidez de ser le permite permearse entre los estratos sociales. Es
bienvenida, o por lo menos pasa poco percibida, tanto entre los dueños como con los
trabajares de la hacienda.

Y después de que trascurre el conflicto central de la trama, anunciado y despedido por la


marcha de la banda de guerra, encontramos a nuestra pequeña buda regresando a sus
actividades: lavando ropa y trayéndoles golosinas a sus pequeños patrones.

Tal como indica la filosofía Zen:

‘Antes de la iluminación: corta la madera, carga el agua. Después de la


iluminación: corta la madera y carga el agua.’

La palabra iluminación haciendo referencia al estado espiritual de entendimiento al que


aspiran las religiones orientales.
Roma, para mí, no es la historia de una tragedia. Tampoco es la de una heroína triunfando
valerosamente sobre la adversidad. Nuestro respeto y mirada de admiración debe caer
sobre Cleo, porque, aunque haya temblores, incendios y olas huracanadas, ella va a
seguir y persistir, sin grandes ilusiones ni aspiraciones, pero tampoco dejándose someter
bajo lo que la vida traiga. Y esto es suficiente como para meritar asombro de nosotros.

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