Está en la página 1de 10

PARLAMENTO, ESFERA PÚBLICA Y MEDIATIZACIÓN DE LA POLÍTICA

Oscar Landi

Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Tecnológicas


(CONICET). Universidad de Buenos Aires, Argentina. Organizado
por Acción Mundial de Parlamentarios y Patrocinado por el
Programa de la Naciones Unidas para el Desarrollo, PNUD.
Taller Regional Latinoamericano:
Fortaleciendo el Rol de los Parlamentarios en el Proceso Democrático.
Valparaíso, Chile
22-24 de octubre de 1998

Presentación
La paradoja que habita en una amplia franja de la opinión pública latinoamericana tiene
un innegable tono de época. Repitamos los sondeos y el resultado será el mismo: la
democracia ha triunfado como el régimen político preferido por amplias mayorías, sin
embargo, las instituciones que lo encarnan obtienen una débil evaluación o generan una
sensación de lejanía respecto de la vida cotidiana de la gente. La insatisfacción afecta
también - en muchos casos de manera destacada- a los parlamentos, las sedes clásicas de la
representación y deliberación política.
La evaluación de las instituciones y de los políticos ya no está condicionada por la amenaza
de golpes de estado militares a la vista; el clima de entusiasmo de los tramos iniciales de las
transiciones democráticas o de ciertas jornadas electorales se transformó al ritmo de las
dificultades de la economía y las sobrepromesas de tribuna defraudadas. Sin embargo, la
democracia es lo mejor. La paradoja que habita en la opinión pública quizás tenga su
explicación en que en los `90 el régimen político se desplazó fuera del foco de la atención
inmediata, pasó a ser un dato casi natural y de lo que se trata entonces es de poner los ojos
en sus rendimientos.
No tengo la intención de generalizar indebidamente realidades nacionales muy distintas o
desconocer los rendimientos positivos de los parlamentos en la construcción de nuestras
democracias de fin de siglo. Por el contrario, comparto el espíritu parlamentarista de este
foro y por eso mismo me parece importante reflexionar sobre la distancia que hoy existe
entre la función central de los parlamentos y su declive en la percepción de la opinión
pública y en el juego de los tableros de poder que rigen en nuestras sociedades.
Las funciones propias del parlamento están bordeadas por dos fronteras: por lado, por sus
relaciones con las formas del régimen democrático, sus instituciones y las lógicas decisorias
que se establecen en un momento histórico determinado en cada país; por otro lado, por los
procesos de representación política de la sociedad civil. En la primer frontera, se abre el
abanico de problemas ampliamente analizado en este foro: el predominio del
presidencialismo, sus prerrogativas y uno de sus posibles efectos más críticos, el de diluir
sus funciones propias en confrontaciones regulados por el lugar de oficialismo u oposición
que se ocupe en el sistema: la bancada mayoritaria es empujada a ser correa de
transmisión de las iniciativas del poder ejecutivo y la minoría a oponerse a las mismas.
También se presentan como factores perjudiciales los casos de ambigüedad institucional en
la que coexisten reglas del juego constitucionales con lógicas informales de tener poder e
influencia en las decisiones, como el clientelismo y el tráfico de influencias. Esta zona
oscura del poder cuenta con escasos controles ciudadanos y habita estados con pocos o
directamente sin mecanismos de control horizontal entre sus diversas instancias. (O
´Donnell, 1998 ).
No todos los países latinoamericanos presentan por igual estos atributos, pero todos ellos
entran de lleno en una situación que refuerza la sensación de lejanía respecto de la sociedad
civil. Me refiero a una globalización financiera que opera en tiempo real produciendo
efectos dominó en el mundo que se ponen fuera del control de los gobiernos nacionales. Las
formas de representación políticas compiten cada vez más en desventaja con centros
decisorios no surgidos del voto ciudadano.
La segunda frontera, la de la representación política, vincula a los parlamentos con la
esfera pública, esto es, con los foros de las sociedades modernas donde se lleva a cabo la
participación política a través del habla. Los espacios en los que los ciudadanos deliberan
sobre sus problemas comunes, un espacio institucionalizado de interacción discursiva
distinto al del estado y al del mercado. (Habermas, 1987).
Uno de los aspectos más valorables de la representación política, por más débil que ésta sea
en muchos casos, es que hace aparecer ante todos una escena en la que se expresan los
conflictos cuyos intereses afectan a la sociedad en su conjunto. Es precisamente mediante
esta exhibición de los conflictos como la sociedad gana el doble sentimiento de unidad y de
diferencia. La representación tiende a la creación de un espacio público visible tal que
permite la asunción y modificación mutua de los puntos de vista, una función favorable a la
expresión de las opiniones y circulación de la información. El parlamento contribuyen de
forma privilegiada a crear escenas de debates y de acuerdos que amplían el campo visual
que la sociedad necesita para conservar una cierta coherencia y asegurar una relativa
integración de sus miembros. Participar, en este sentido quiere decir tener el "sentimiento
de estar" (Leffort, 1992 ).
En este sentido, y como un tema no menor, encontramos de entrada un factor propio de la
labor parlamentaria que lo descentra del lugar que teóricamente tendría que tener en al
esfera pública. Se trata del desplazamiento hacia las comisiones de la elaboración, debate y
acuerdos entre parlamentarios de distintas orientaciones políticas. En la era de las
imágenes y la mirada, la transformación y tecnificación del proceso de trabajo
parlamentario colapsa su antigua función de ser una sede visual central del espacio público,
en la que incluso tuvieron origen las topologías de la izquierda, el centro y la derecha, según
la distribución de las bancas en el recinto. El parlamento, de tal modo, pierde posiciones en
las batallas por la mirada de la gente que están en el corazón de la política de nuestros
tiempos.
En términos generales, el descentramiento del parlamento en la esfera pública debe ser
leído a contraluz de la creciente separación entre el Estado y la sociedad civil, inaugurada
en el siglo XVIII, y que se ha completado con la diferenciación creciente entre sociedad civil
y lo que, en sentido restrictivo, podemos denominar como el "sistema político", o sea, el
conjunto de las instituciones representativas y de los mecanismos públicos de decisión. La
comunicación política es, precisamente, el conjunto de las instrumentaciones que permiten
pasar de uno de esos órdenes a otro.(Touraine, 1992).
El foco de esta presentación intentará, precisamente, describir algunos trazos del nuevo
mapa de la esfera pública generado por la creciente mediatización de la política.
Mediatización y cambios de la política.
El ciclo de democratización política que protagonizaron diversos países latinoamericanos a
lo largo de la década del '80, fue precedido y acompañado por significativas
transformaciones en los circuitos y lenguajes de la comunicación social. Cuando la
apertura y liberalización comenzaron a conformar nuevos escenarios políticos, la TV de
estos países ya había conquistado públicos masivos con los cuales compartía nuevas claves
de desciframiento de imágenes, indicios, gestos y palabras, el gusto por la mezcla de
géneros estéticos, el hábito del fragmento y los tiempos cortos. La tribuna electoral se las
tuvo que ver entonces con el predominio cultural del espacio audiovisual, que generaba en
la gente nuevas formas de percepción y reconocimiento de los discursos que la poblaban.
La escena política se fue inclinando en el largo plazo desde la teatralidad de la ciudad y las
plazas hacia las pantallas e imágenes a domicilio. Las fronteras que separaban desde la
modernidad la esfera pública y la privada de las personas, se fueron borroneando
ayudadas por la recepción domiciliaria de imágenes y palabras que llevan nuestro cuerpo
fuera de su mundo de vida inmediato. Me desplazo sin moverme, tengo la mirada donde no
está mi cuerpo real, en un movimiento de apropiación individual y privada del espacio
público que, por esta misma razón, se transforma. Para algunos, este cambio de
coordenadas tiene efectos desmovilizantes; para otros, la mediatización tiene un enorme
potencial de movilización de la gente en ciertas coyunturas claves de la vida política, en una
especie de esporádico y discontinuo círculo virtuoso entre la plaza y la electrónica.
Las comunicaciones de masas tienden a imponer sus formatos y géneros a la palabra
política, sobre todo cuando ésta no goza de una sólida credibilidad y confianza en la
ciudadanía. La la estética de la brevedad y la espectacularización de los acontecimientos,
son los costos que muchas veces los políticos tiene que pagar para que los medios les
"presten" sus audiencias.
La recuperación de una consistente y creíble representación de los ciudadanos en el estado,
pondría a los géneros narrativos y las escenas políticas en "su lugar", en sus recintos. Sin
embargo, esta situación implicaría haber sintonizado la política de manera mucha más fina
que hasta ahora con uno de los hechos más duros que generan las nuevas tecnologías: el
desequilibrio entre las temporalidades distintas de la información, por un lado, y las
instituciones, por otro.
Hemos pasado de un tiempo extendido de los siglos y de la cronología de la historia, con su
pasado, presente y futuro, a un tiempo que continuará creciendo siempre más intenso:
infinitamente pequeñas particiones del tiempo contienen el equivalente de lo que solía estar
contenido en la infinita magnitud del tiempo histórico. Toda nuestra historia de ahora está
siendo escrita a velocidad de la luz. Vivimos en la era del tiempo cronoscópico: todo se mide
por el tipo de relación que el hombre tiene con los "vehículos audiovisuales".
Esta situación produce innumerables desacomodamientos. En primer lugar segmentando
los públicos en función de la velocidad de la información a la que están ligados. Están los
"sobreexpuestos": los que utilizan durante todo el día diversos aparatos electrónicos, los
que viajan a tiempo luz sin mover su cuerpo del asiento. También están los "expuestos":
son los que utilizan los nuevos vehículos pero sin sobredosis, los que constituyen el término
medio que posee TV, teléfono, acceso a un banco automático y, a veces, puede mandar o
recibir un fax. Finalmente, existen los "subexpuestos": son los de a pie, los últimos
nómades, con o sin trabajo, que quizás miran un poco de televisión de aire, hacen alguna
llamada por teléfono y mandan una carta simple para las fiestas a su familia.
En segundo lugar, la velocidad de la información produce una profunda alteración de la
narratividad de la política. Permítaseme un ejemplo argentino al respecto. En la gesta
popular del 17 de octubre de 1945, la producción de símbolos no fue cosa de pintores de
próceres que adornan las aulas de la escuela, sino de la plaza y el documentalismo
cinematográfico. Sus imágenes tardaron cierto tiempo para llegar a públicos más amplios
que los que participaron directamente en el acontecimiento. Se necesitó el triunfo electoral
de Juan Domingo Perón en 1946 para habilitarlas, por ello su exhibición ya vino
presentada y recibida por amplios sectores de la población en las claves del género estético
de la gesta popular.
El 29 de mayo último de 1969 se produjo el estallido obrero que lleva desde entonces el
nombre del Cordobazo. El intervalo de tiempo entre esa movilización obrera y las
narraciones que nos llegaron a Buenos Aires de ella fue más breve y distinto. Esta vez
estaba presente el documentalismo televisivo: hubo imágenes en diferido en las pantallas
emitidas por el principal noticioso televisivo de la época. Pero, además, a fines de los '60
había disponible un amplio repertorio de ideologías, que tenían una gran confianza en sí
mismas y esperaban la oportunidad de mostrar sus capacidades interpretativas de todos los
hechos que pasaran por su mira. La movilización, entonces, cayó rápidamente en las redes
de conceptos de las doctrinas políticas, que por aquel entonces gozaban de mucha mejor
salud que ahora. Los diagnósticos florecieron: embrión de revolución social, amenaza
subversiva, manifestación del alma del pueblo, falta de representación política liberal,
efecto del clima de época en el mundo, etcétera.
La revuelta populares que se desataron en varias provincias ya en años recientes gozaron
de otra velocidad de transmisión: las imágenes en tiempo real de la televisión en directo.
Este tipo de relato hace imposible las versiones pictóricas de los impolutos constituyentes
del siglo pasado o la exhibición de las movilizaciones sociales con la garantía de que van a
ser reconocidas por la gente en clave de gesta popular.
Las narraciones de la política hoy funcionan a otra velocidad: en la lógica de la
simultaneidad de la emisión y la recepción. La contundencia de imágenes vistas por todos
obliga a los interpretes a partir de otras premisas para convencer a públicos enterados, que
confían más en su propia experiencia social que en las palabras del político y que "ya
vieron" los hechos en primer plano a kilómetros de distancia de los mismos.
En tercer lugar, la velocidad llama a la velocidad, se produce una particular dinámica en lo
que podríamos llamar la rueda mediática por la que circula la información durante el día
en el mundo. A pesar de la centralidad de la televisión, los otros medios juegan una función
propia en el menú informativo y cultural que compaginan diariamente las personas. La
radio es información inmediata, música de fondo, llamada telefónica del oyente. La prensa
escrita es análisis, ostenta el valor documental y la mayor credibilidad de lo escrito y
firmado, ofrece la posibilidad de la relectura, su diferimiento durante el día, la colección.
La prensa escrita conserva una gran capacidad de fijar la agenda informativa del día.
Pero si de velocidades se trata, desde hace pocos años irrumpió otro protagonista que está
redefiniendo la circulación de la información en el mundo: la red de redes, Internet. En un
principio pareció que sólo ayudaría a aumentar el capital informativo de los sobreexpuestos
al tiempo real. Desde hace poco tiempo, asoma como una pieza central de la difusión de
informaciones y material fotográfico que rápidamente rebotará por los medios de masas.
Cuando el inquisidor fiscal Kenneth Starr hizo poner en la red las 445 páginas de su
apasionada investigación sobre la relación impropia del presidente Bill Clinton por Mónica
Lewisnky, según la Internet Traffic Report se batió el récord de cibernautas en acción en
todo el mundo. Sólo el sitio de la CNN llegó a recibir 334.000 entradas de personas por
minuto. Pero además Internet mostró su potencial para convertirse en pieza central de
estrategias comunicativas que, utilizando el tono aparentemente neutro, subterráneo y
domésticos de los circuitos de los inforricos, apuntan en realidad hacia el público de masas
utilizando la red como boca de salida de informaciones que rebotarán por el resto de
medios de todo el mundo.
La radio tardó 30 años en llegar a 60 millones de hogares en Estados Unidos. La televisión
lo logró en 15. La televisión por cable, en 10. Internet lo ha logrado en sólo tres. Estos
datos, ofrecidos por Irving Wladawsky-Berger, de IBM, en la primera jornada del congreso
Mundo Internet 98, ponen de relieve la fulgurante arrancada del nuevo medio de
comunicación. Internet está creciendo a un ritmo sostenido de entre el 80% y el 100%
anual en todo el mundo, hasta llegar el año pasado a 75 millones de usuarios. La era de
Internet no ha hecho mas que empezar: a finales de año se prevé que 150 millones de
personas estén conectadas a la red en todo el mundo, que pasaran a ser entre 300 y 1 000
millones en el año 2000, según estimaciones citadas por Vinton Cerf, vicepresidente de
MCI. El mismo Cerf auguró que en el 2005 el tráfico de Internet superará al telefónico.
El pasaje de un tiempo extensivo hacia uno intensivo tiene un impacto considerable en
todos los aspectos y condiciones de nuestra sociedad: nos conduce a una reorganización
radical tanto de nuestros hábitos sociales como de nuestra imagen del mundo. No podemos
ingresar en él a remolque del pensamiento del siglo XIX. Nos encontramos en una época en
muchas formas comparables con el Renacimiento. (Virilio, 1989)
Por todos estos fenómenos, la creciente asimilación del discurso en los módulos de
comunicación electrónica, no solo amplifica la audiencia del dirigente o se convierte en el
escenario del conflicto político, sino que, más profundamente, también produce efectos
sobre la misma morfología del sistema institucional. Desde este punto de vista, aparece
claramente la otra faz de la TV: ser un coproductor del proceso político. No solo escenifica
sino también puede operar -con sus propias estrategias como empresas o con las de la
ingeniería electoral que alquila espacios de emisión- en la trama de la acción social. Esta
realidad cuestiona una tradición muy extendida en el sentido común de gran parte de la
dirigencia política y sindical, por la cual los medios son meros instrumentos de difusión de
los mensajes y, por lo tanto, solo es cuestión de obtener mayores espacios de emisión o ser
invitado a algún programa influyente. Esta óptica era más propia en la etapa de la
introducción de la televisión en diversos países latinoamericanos, allá por la década del
cincuenta, cuando desde diversos estados se intentó que tuviera funciones propagandísticas
de las acciones de los gobiernos.
Dispositivos transversales
En el contexto que venimos describiendo, ¿qué sería un país media-céntrico? Voy a tomar
sólo tres de sus rasgos para su definición: sistemas nacionales de televisión que funcionen
como la principal fuente de información y entretenimiento para los ciudadanos; por lo
menos una generación de lectores socializados en la era de la video-política; y, tercero,
elecciones presidenciales en las cuales los candidatos se presentan en redes nacionales de
televisión.
En estos países creo que se está dando, cada vez más, un proceso de suma importancia: la
disociación entre la representación institucional de los ciudadanos a través de los partidos y
la representación simbólica de la política compartida o, directamente, en manos de los
medios.
Quizás se vea más claramente esta disociación haciendo un esquema o forzando la memoria
y mirando hacia atrás, hacia momentos de la política de elites, cuando el medio era el papel
impreso, la linealidad y homogeneidad de la página escrita en medio de la cultura de la
imprenta. Esta forma comunicativa facilitaba que los grupos políticos o las elites letradas
tuvieran un control de la representación simbólica de la política mucho más grande que en
la actualidad.
El trípode de la cultura letrada compuesto por la escuela, las elites políticas y la imprenta,
se desarticula a lo largo del siglo XX en función de la irrupción de la sociedad de masas, la
ampliación del derecho al voto y la aparición dispositivos comunicativos más transversales
y heterogéneos. En ellos los políticos tratan de navegar en medio de esta fractura creciente
entre la representación institucional y la representación simbólica. No desaparece la
política, sí se altera cierto diseño y ciertas formas de la misma. No desaparece la política, se
constituye y reconstituye permanentemente en estos dispositivos político-comunicativos,
que atraviesan transversalmente las industrias de la comunicación, los partidos y la opinión
pública. Esta realidad nos aleja del panorama anterior que expresé de un modo por demás
esquemático y que, si bien no ha existido plenamente, podemos usarla como punto de
referencia, con una especie de pirámide comunicativa con una base que era la frontera
entre la sociedad y el partido, y con una cúpula que decidía y escribía. Esa imagen
piramidal ha caído notablemente, porque entre otras cosas, la base de la pirámide está
viendo la televisión para enterarse de las cosas que pasan en su partido.
Esta escisión cada vez más seria entre representación institucional y representación
política, está sostenida por un cambio importantísimo que no voy a desarrollar pero que no
puedo dejar de señalar. Estoy hablando de una pujante industria de la comunicación
privada. Ya no se trata de dos diarios históricos o algunos periodistas con influencia
política, sino de una revolución industrial tecnológica en expansión permanente. Como
vimos, esta revolución altera velocidades, formatos, lenguajes, circuitos, segmenta públicos
y va adquiriendo una autonomía inédita respecto de estados cada vez más débiles en cuanto
a recursos comunicativos propios.
Outsiders
El curso de la integración entre los medios y la política remite a una suerte de relación de
fuerzas entre ellos: cuanto más débiles son los partidos, mayor será la intervención de la
televisión y el resto de los medios en la construcción de la escena política. En este sentido,
cabe realizar una distinción entre los países cuyo sistema de partidos controla la selección
de los candidatos que se presentan como oferta electoral y aquellos que, con un importante
componente de intervención de la televisión y de las "empresas político electorales",
generan candidaturas exitosas por fuera y/o condicionando fuertemente a los aparatos
partidarios.
¿Cómo puede funcionar esta nueva relación? Aquí el tema comienza a relacionarse con el
de los llamados outsiders o nuevos caudillos. En primer lugar hay que señalar la aparición
de una escena nacional en la cual ciertas personas, con un capital simbólico generado fuera
de la política partidaria, participan mediaticamente de la lucha política sin quedar
contaminado con la posible mala imagen de la clase dirigente central. Para ingresar a esa
escena, este personaje ya no tiene que transitar pasillos, clubes, cenas y trastiendas. El
político sin origen partidario está en la escena bajo la forma de una imagen, no bajo la
forma de cuerpos en los lugares de intercambio o negociaciones políticas percibidas por la
opinión pública con desconfianza.
En segundo lugar, respecto del personal político, se registra un debilitamiento de las
estructuras de intermediación en el interior de los partidos, sobre todo en las elecciones
nacionales, no tanto en las elecciones internas o primarias para definir la oferta partidaria
de candidatos.
Un tercer elemento dentro de este grupo sobre el impacto de esta nueva situación sobre la
clase política es un tanto obvio. La imagen restituye la relación oral y personal del político
con la gente, a través de la televisión. Con ello estos nuevos líderes o caudillos tienen
muchas condiciones para acentuar la posibilidad de personalización de la acción política. Y
todos estos efectos acumulados pueden acorralar a la clase política preexistente.
Los escenarios y agendas.
Ahora bien, la escisión entre la representación institucional y la simbólica de la política de
la que vengo hablando, se asocia a una tensión muy grande entre lo que se suele llamar la
agenda de la opinión pública y la agenda building, es decir, la agenda de los programas o
los proyectos de los funcionarios, de los técnicos, de los políticos. Esta disociación tiende a
establecer un corto circuito, una distancia que efectivamente lleva muchas veces a ser uno
de los factores que produce la crisis de la política como centro de sentido de la sociedad.
Vivimos en el presente una situación de hipermediatización, pero también siguen existiendo
actores llamémosle no escénicos de la política, con capacidad de tomar decisiones
trascendentes por fuera de la televisión, la radio o la prensa escrita. Definiendo con más
precisión el hilo de este relato, creo que hay que reconocer una situación ambigua: avanza
la escisión entre representación institucional y representación simbólica de la política, pero
ésta no desemboca en una situación en la que los medios absorban la realidad. Creo que la
interpretación de la mediatización debe matizarse pensando cómo se toman las decisiones
en espacio extramediáticos, cómo hay formas nuevas de acción sobre el Estado (las
exigencias técnicas de organismos internacionales, el lobbing oculto, los circuitos
comunicativos internos a las elites, etc). La sentencia de que el que no aparece en los medios
no existe, es más ingeniosa que cierta.
No todo es mediático, el proceso decisorio de grandes medidas macroeconómicas y
políticas, no pasa por los medios. La elaboración y difusión en cascada por las naciones de
ciertas agendas building, tienen una gran autonomía y anticipación respecto a lo que
instalan día a día los medios. Baste recordar como ejemplo contundente el llamado
Consenso de Washington.
Cierta zona de la crítica, considera a los medios como una suerte intruso, de cuerpo
extraño y desnautralizante de la política cuya forma exclusiva y correspondiente debe
seguir inscripta en la cultura letrada.
En el otro extremo de la tecnofobia, los ideólogos optimistas de la informática llegan a
plantear que ante las dificultades actuales de la democracia representativa, la red de
computadoras hará surgir en su reemplazo una "democracia presentativa" basada en
consultas permanentes con las personas sobre temas locales. Con un simple "click" se
votará al instante desde el hogar. No hay ningún dato de la realidad social que permita
fantasear al respecto, pero además dejan de costado un problema central: quién decidiría
qué hay que preguntar, cuál sería el procedimiento de formulación de las preguntas, qué
lugar tendría la deliberación entre sí de los consultados. La Internet sería una especie de
estado absoluto, de Leviatán electrónico que formula las preguntas que los hombres
responden haciendo uso de su libertad privada. Por otra parte, ¿cuánto tiempo es
conveniente demorar para pensar la decisión de voto sobre un tema complejo, sin las
presiones de la inmediatez y el tono emocional de la cuestión -por ejemplo, sobre la
legitimidad o no de la pena de muerte al día siguiente de un crimen horroroso?
La nueva demanda de estado.
Las coordenadas culturales y comunicativas de la representción política vienen cambiando
profundamente en las últimas décadas. Sin embargo, ciertos principios básicos de la misma
se mantienen inalterados desde fines del siglo XVIII: los gobernantes son elegidos por los
gobernados; los gobernantes conservan cierto margen de independencia con relación a los
gobernados; la opinión pública sobre temas políticos puede expresarse más allá del control
de los gobiernos; la decisión colectiva tiene como punto de referencia, tarde o temprano, a
la deliberación pública. (Manin, 1992).
La continuidad en el largo plazo de estos principios básicos, se combina con profundas
modificaciones contemporáneas del espacio público y las formas de representación. Los
procesos actuales de diferenciación social, ya sean por la abundancia de la oferta cultural
en las metrópolis del primer mundo o por la fragmentación del tejido social que genera la
crisis y cambios del modelo económico en nuestros países, hacen muy difícil que la
representación partidaria clásica sea el centro de gravedad de la articulación de grandes
conjuntos de personas con los núcleos decisorios del estado.
Los nuevos actores que habitan nuestros espacios públicos son diversos: organizaciones no
gubernamentales, el asocionismo en el cual se reconstituyen ciertos lazos solidarios luego de
los shocks de mercado vividos ultimamente, los movimientos de mujeres, minorías
culturales y étnicas, los organismos de derechos humanos y muchos otros que se me
escapan. Estos actores guardan su independencia respecto a los políticos, son muy sensibles
cuando se trata de no quedar asociados a tendencias partidarias determinadas y exigen de
los políticos formas de aproximación laterales novedosas y de respeto mutuo.
Al mismo tiempo, crecen los porcentajes de los votantes no cautivos de lealtades
partidarias. El concepto de oferta electoral no responde a la metáfora de la oferta y la
demanda del mercado. Parece más adecuada la metáfora del espacio público y de la escena
política, pues expresa una exterioridad y una independencia relativa entre el nivel en el
cual los políticos proponen alternativas electorales y el nivel en el cual estas opciones se
concretan en la voluntad de la gente. La concordancia entre la escena política y los tonos de
la vida cotidiana de la gente no es espontánea ni inmediata, resulta de un proceso de
trabajo.
Si se establece una división absoluta entre la sociedad civil y la escena política estatal se
promueve la formación de públicos débiles, porque su práctica deliberativa consiste
exclusivamente en la formación de opinión y no cubre la toma de decisiones. Precisamente,
el deseable punto de encuentro entre estado y sociedad civil sigue teniendo en el parlamento
un punto de apoyo real o virtual irremplazable, puesto que el parlamento opera como una
esfera pública dentro del estado. Los parlamentarios constituyen públicos fuertes cuyo
discurso incluye tanto la formación de opinión como la toma de decisiones. (Fraser, 1997).
Como lugar de deliberación pública que culmina en decisiones legalmente obligatorias ( las
leyes), el Parlamento es la sede de la autorización discursiva del uso del poder estatal. La
distancia y división entre sociedad civil y estado se desdibujan entonces a favor de la
democracia.
El ciclo político de nuestro presente da muestras cada vez más evidentes de las demandas
de una nueva forma de relación del estado con la sociedad, luego de las oleadas de
privatizaciones, ampliación de la esfera del mercado y globalización financiera. Los
parlamentos, mejor situados en las nuevas coordenadas culturales y comunicativas de la
época, bien podrían entrar al próximo siglo como rearticuladores destacados entre estado y
sociedad, como garantes en suma de la legitimidad popular del "buen gobierno".

Bibliografía
Fraser, Nancy, Iustitia Interrupta. Críticas de la posición postsocialista, cap. 3, "Pensando
de nuevo la esfera pública", Universidad de los Andes, Colombia, 1997.
Habermas, Jürgen, Teoría de la Acción Comunicativa, tomo II, Taurus, 1987.
Landi, Oscar, "La Política en las Culturas de la Imagen", en Devórame otra vez, editorial
Planeta, 1992.
Lefort, Claude, "La representación no agota la democracia", en ¿Qué Queda de la
Representación Política?, CLACSO- Nueva Sociedad, 1992.
Manin, Bernard, "Metamorfosis de la representación", en ¿Qué Queda de la
Representación Política?, CLACSO- Nueva Sociedad, 1992.
Mustapic, Ana María, "El papel del congreso en América Latina", en Contribuciones,
4/1997, CIEDLA, Fundación Konrad Adenauer.
O´Donnell, Guillermo, "Polyarchies and the (UN) Rule of Law in Latin America", en The
Rule of Law and the Underprivileged in Latin America, University of Notre Dame Press,
1998.
Touraine, Alain, "Comunicación política y crisis de representatividad", en El Nuevo
Espacio Público, Jean-Marx Ferry, Dominique Wolton y otros. Editorial Gedisa, 1992.
Virilio, Paul, La Máquina de Visión, editorial Cátedra, 1989.

También podría gustarte