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La tradición fija en el año 509 a. C. el final de la Monarquía romana con la
expulsión del rey etrusco Tarquinio el Soberbio. Con ello Roma se libera del dominio
etrusco.
Posteriormente Roma inicia una política de conquistas que la convierte en
dueña, en primer lugar, del Lacio y, poco a poco, de toda la península de Italia.
Ello puso al latín en contacto directo con los diferentes pueblos y lenguas que
constituían la geografía peninsular.
Hacia finales del siglo III a. C. Roma había alcanzado el dominio de toda la
península y de las grandes islas del Mediterráneo occidental: Sicilia, Cerdeña y
Córcega.
En esta política de expansión la lengua latina se vio sin duda influida y
contaminada en primer lugar con elementos de los otros dialectos del Lacio, es decir,
del falisco o del prenestino.
Es, por otra parte, natural que, como consecuencia de estas conquistas se
produjera una afluencia masiva de latinos y de itálicos hacia Roma, afluencia que es
reconocida por los estudiosos (DEVOTO 1956: 452; GONZÁLEZ ROLÁN 1983: 233-234).
Los estudiosos fijan aproximadamente en un 80% o 90% la proporción de
población extranjera de Roma en torno a finales del siglo IV y comienzos del siglo III a.
C., lo que debió de tener una enorme trascendencia en el aspecto lingüístico.
Una serie de rasgos que luego veremos en latín vulgar parece que hay que
relacionarlos con esa llegada masiva de gentes latinas e itálicas por esas fechas.
La mayoría de estos nuevos habitantes de Roma debió de abandonar su lengua
materna y aprender el latín, pero dejando su huella sobre la lengua latina.
El mosaico de lenguas que constituía la Italia de los primeros tiempos fue poco a
poco desapareciendo ante el avance de la lengua latina que acompañaba a la política de
conquista de Roma.
Puede decirse que a finales de la República el latín se había extendido por todo
el norte de Italia y gran parte de la península y de las islas; en el siglo I d. C. triunfó
definitivamente sobre el osco y en el siglo III sobre el etrusco, manteniendo su lucha
con el griego.
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a) Península Ibérica:
Fue (MONTEVERDI 1952: 11 ss.) la Península Ibérica la primera región de
Europa en la que se establecieron los romanos. Allí desembarcaron en el 218 a. C. bajo
el mando de Escipión, pero la conquista no culminó hasta que en el 19 a.C. Augusto
sometió a los cántabros.
b) Dacia
La Dacia fue conquistada tarde, en el 106 d. C. por Trajano, y fue abandonada
pronto, en el 271, por Aureliano.
3. La romanización lingüística
Podemos decir que la creación del Imperio romano duró más de quinientos años.
Pero puede añadirse que el proceso de la romanización lingüística fue mucho
más lento que la conquista de los territorios, y no en todos prosperó de la misma
manera.
En este proceso (HERMAN 1997: 18 ss.) hubo prácticamente sólo un cambio de
lenguas, no de población:
En la mayoría de los casos la población indígena de los pueblos conquistados era
respetada por los romanos, quienes incluso se esforzaban, una vez terminada la
pacificación, en darles unas condiciones de vida aceptables.
Por eso, en casi todas las provincias, sobre todo en las mediterráneas, la
población autóctona siguió siendo la predominante.
Esta población fue adoptando gradualmente la lengua latina en un proceso
aparentemente espontáneo, aunque motivado por la presión de múltiples necesidades
prácticas y por el propio prestigio cultural de Roma.
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La desaparición de las lenguas indígenas fue precedida de largos períodos de
bilingüismo, sin intervención alguna de la Administración.
Esto explica que la romanización lingüística durara siglos e incluso que no
llegara a producirse en las provincias orientales (Grecia, Egipto, Asia Menor, etc.).
Allí disponían de una lengua, el griego, que satisfacía todas las necesidades
prácticas de la comunicación y tenía un prestigio cultural superior al del latín.
La consecuencia inmediata de una expansión tan extraordinaria de la lengua
latina fue sin duda que el número de extranjeros, es decir, de hablantes de latín no
nativos, en determinados períodos y en determinados territorios superara en número a
los que sí tenían el latín como lengua materna.
De este modo, al igual que en los siglos IV y III a. C., como decíamos
anteriormente, una gran parte de la población de Roma había estado integrada por gente
procedente de territorio latino e itálico, puede también afirmarse que al final del período
clásico, ya en la época de Adriano (s. II d. C.), como consecuencia del desarrollo del
Imperio, el 90% de los hablantes de latín eran inmediatos descendientes de quienes no
lo habían tenido como lengua propia (MARINER 1976, I: 32).
Estas circunstancias mantendrían un largo período de bilingüismo, que pudo
durar varios siglos y que actuaría como un factor a tener en cuenta no sólo en la
evolución de la lengua latina en época imperial, sino en el sentido de dicha evolución,
tal como veremos más adelante.
4. El latín clásico
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Se les planteaba, por tanto, la labor de dar uniformidad a la pronunciación, de
regularizar la morfología, de desarrollar la sintaxis y de enriquecer el léxico; en
definitiva, crear una “gramática” latina, para lo que contaban con el modelo griego.
La base de esta lengua literaria será el latín de Roma, el sermo urbanus. Ello
supondrá la eliminación de las variantes rurales (sermo rusticus) y de las provinciales
(sermo peregrinus) –algo que recomendará Cicerón: neque solum rusticam asperitatem
sed etiam peregrinam insolentiam fugere discamus (De orat. III 12)-, tratando de liberar
la lengua de la serie de rasgos dialectales que caracteriza la etapa anterior.
Se crea una lengua, que será estable, uniforme.
Con ello se va a enmascarar los cambios que seguían produciéndose en la lengua
hablada, en el latín de todos los días.
Actuará, por utilizar el viejo símil de Skutsch, como esa capa de hielo que los
fríos del invierno crean sobre la corriente del río, pero que no impide que el agua debajo
de ella siga fluyendo.
De la misma manera la lengua clásica no dejará aflorar a la superficie las
características de una lengua en constante evolución, como era el latín hablado (DA
SILVA NETO 1977: 16-19; 54; VIDOS 1959 (1973): 177).
La creación del latín literario supone sin duda un alejamiento del latín hablado.
Este alejamiento puede deberse, por un lado, al elemento artificial que entra en
su composición, y, por otro, a su relativa estabilidad frente a la movilidad y libertad del
latín hablado.
Pero se trata de un alejamiento, en modo alguno de una separación.
El latín literario y el latín hablado no vivieron nunca totalmente independientes
el uno del otro; aquél siempre sometido a sus “reglas”, éste arrastrado por la
inexorabilidad de sus “leyes”; pero entre ambos existieron contactos continuos e
influencias recíprocas. (MONTEVERDI 1952: 21-22; GONZÁLEZ ROLÁN 1999: 462).
-Lengua literaria y lengua hablada no eran dos lenguas diferentes, sino distintas
realizaciones de una misma lengua.
-la distancia entre ambas se hará cada vez mayor a lo largo del imperio, hasta
convertirse la lengua hablada en las diferentes lenguas romances.
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-Esta variante de lengua latina menos culta, popular, hablada, se denomina
tradicionalmente Latín vulgar.