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La Reunión

¡Maldita alarma! Pensé. Al igual que todas las mañanas desde que compre esa alarma
ensordecedora.

-Si sufriese de problemas al corazón me habrían encontrado muerto hace meses, ¿Encontrado?,
¿Pero quién habría de encontrarme? – me dije reflexionando unos instantes, olvidando claro, la tan
ansiada respuesta.

- ¡Ella! – grité. Aliviado como un niño que encuentra a su madre en el supermercado.

Recordé al instante que hoy era lunes, y que luego de un solitario fin de semana nos volveríamos a
encontrar. Salte de la cama como una gacela y ordene todo tan rápido como mi edad me lo permite.

-Si ella decidiera acompañarme esta vez no quiero que se encuentre con un desastre - Pensé.

Solo faltaba yo, al igual que todas las mañanas entre a la ducha, lave mi cabello, mi cuerpo, mi cara
y mis dientes, así mismo me preparaba mentalmente para la peor parte de la mañana, vestirme.

No sabía que ponerme, jamás me vestí bien, combinar nunca fue lo mío. Recuerdo que las primeras
veces me ponía lo primero que pillaba, luego me di cuenta de que si quería que un día me tome
enserio debía verme bien y afinar cada detalle, desde entonces paso horas hurgando en mi closet
buscando algo que me haga sentir seguro.

-Azul marino será esta vez – me dije con una rapidez record. Hace meses que no decidía tan rápido.
Algo en mi sentía que esta reunión sería diferente.

Por primera vez en mucho tiempo tuve tiempo para comer, sin embargo no lo hice, si decidíamos ir
a almorzar a algún lado debía tener apetito, saque las monedas más lindas de mi alcancía y me
dispuse a salir. Una vez afuera y en vista del tiempo sobrante decidí caminar.

Las calles se hacían eternas, ¿que llevara puesto hoy?, me pregunte al igual que todas las mañanas,
¿será el abrigo marrón que usa habitualmente u optara por algo más atrevido esta vez?, recordando
que llevábamos más de un año viéndonos todos los días de la semana.

A medida que me acercaba al punto de encuentro las manos me empezaban a sudar y a temblar,
me miraba en cada vidrio, en cada ventanal, en cada espejo que me diera una idea de cómo lucia y
si estaba todo en orden para acercarme a ella. Hasta que la vi. Cualquier pensamiento salió de mi
mente, el abrigo marrón, el pantalón oscuro, el pelo suelto, se veía hermosa, excepcional, destacaba
por sobre el resto. Me acerque decidido y la mire.

-Tiene una moneda que me dé caballero.

-Sí, toma – le dije, mientras buscaba las monedas tan delicadamente escogidas en la mañana.

-Gracias señor.

- De nada – dije, alejándome mientras aguantaba la respiración.

Volví a dormir lo más rápido posible, feliz y aliviado, este encuentro fue aún mejor de lo que
esperaba y lo mejor era que quedaban 4 más esta semana.

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