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La Decimosexta Estación PDF
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diablos escribiría en aquellos papeles? El despojo no entendía
nada. Se ruborizaba ante semejante expectación. El médico de
Samarcanda vino con su traductor y su séquito. La madre del
despojo miraba desde atrás mordiéndose las uñas. Quizá aquel
hombre extraño diese con la cura de la enfermedad de su hijo.
Y de paso podría echarle una mano en el bar o marchar con su
padre a comerciar y servir para algo. De un modo solemne, el
médico de Samarcanda se dirigió a uno de sus ayudantes. Éste
sacó unos cuantos tarros de hierbas y fue depositando diversas
cantidades en un bote vacío. Luego el ayudante se lo ofreció a
la madre del despojo, con ambas manos y tras una reverencia.
Negaba mucho con la cabeza el médico. Pintaba mal la cosa.
Otro ayudante hundió una aguja en uno de los abscesos
perpetuos de las rodillas del despojo. Aquello reventó y
salpicó por todos lados como un volcán desperezándose,
despedazándose. Otro ayudante vomitó allí mismo. ¡Cuántos
ayudantes! Se ve que le saltó pus a la boca. Otros vómitos
vinieron en cadena. Mucha gente salió del bar entonces. Debe
ser algo que hay podrido dentro de su alma, le dijo el padre del
despojo a la mujer del despojo poco después de haberse
marchado el médico de Samarcanda. Y se lo dijo en voz bien
alta para que su hijo pudiese oírlo. Efectivamente le oyó.
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cosas peores, como que cuando salían del retrete, se limpiaban
en él, en su pelo, o en su ropa o en su cara. Cualquier leve
movimiento le hacía ver las estrellas. Por eso el despojo
pasaba los días en una misma postura. Ya se había
acostumbrado a dormir sin moverse. Y durante el día,
permanecía sentado allá al fondo del bar, junto a la puerta de
los retretes. No podía defenderse. Al principio de los tiempos,
alguna vez les miraba mal, pero se cansó de odiar. Si no se
movía no sentía dolor. ¿Qué hubieseis hecho vosotros? Nadie
quiere sentir dolor. Ni el masoquista, pues el masoquista lo
convierte en amor. Por eso no se movía un ápice aquel
despojo. Su corazón latía desde el fondo de su caja torácica
para no perturbarle. Simplemente estaba resignado a observar,
a vivir la vida de los otros. Se hacía pasar por ellos, salía del
bar camuflado en sus cuerpos, se lo imaginaba todo, hasta el
cielo circular, las tormentas de los mares, las pirámides.
Escuchaba con fruición, visualizaba las fechorías que contaban
aunque era consciente de que la mayoría no debían ser más
que embustes. Así, el despojo se convertía en un héroe.
Menudo héroe de mierda. El frugal viaje mental lo devolvía a
la realidad de muy malas maneras, postrándole en su silla del
lado del retrete.
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Debía ser por su enfermedad. Siempre tenía sed. Aunque
prefería pasar sed que cambiar de posición y levantar una
mano para llamar la atención de su madre. Le dolía muchísimo
moverse. Repito. Es importante. Así que sacaba la lengua y
esperaba a que su madre le mirase. O esperaba que algunos de
los habituales se solidarizasen con él y le diesen de beber o le
dijeran a su madre que su hijo estaba sacando la lengua. Era
complicado.
Sobre su mesa un bote con plantas aromáticas. Su
madre las renovaba cada semana. Mitigaban su hedor.
El primer médico que le vio fue el que sentenció:
castración. Así no daría problemas. Les dijo a su madre y a su
padre que podrían dejarlo en un rincón del bar, tranquilamente,
y que no montaría follones, pues el apetito sexual te puede
volver loco, añadió. El apetito sexual lo que te vuelve es
gilipollas, apuntó un viejo que rondaba por allí. El padre del
despojo lo mandó callar. No ves que está hablando el médico,
calla, joder. Su miembro se reducirá como el de un niñito y no
dará problemas, informó el médico. Es mejor no arrancarlo.
Meará. ¿Ese médico pensaba que el despojo no podía oírle?
Hablaba de su paciente como si fuera una cagada verde. Su
madre enviaba a su hijo activas miradas compasivas. Sabía que
lo estaba oyendo todo. En cambio su padre parecía muy
contento. Podría seguir con sus negocios caravaneros.
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posar los brazos sobre la mesa, resultaba más cómodo así.
Desde allí veía todo el bar. Sólo se le escapaba lo que ocurría
dentro de los retretes. Y prefería no verlo, como podréis
imaginar. Su madre entraba y salía de la cocina. No paraba un
momento. Servía aquí, cobraba allá. Trabajaba una barbaridad.
Tenía que aguantar muchas cosas. Su padre comerciaba y
comerciaba. Su madre excusaba a su padre alegando que él
trabajaba aún más que ella. Cuando tu padre trajo aquel
médico, aquel sabio de Samarcanda... continuamente se lo
recordaba a su hijo. Seguía en deuda con aquel médico.
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manosear a su madre. El muy cerdo. Aquello resultó muy
violento para el despojo. Claro que ocurrió años antes de que
Jesús se castrara, se autocastrara, mejor dicho. Luego ya no
padeció ese apetito sexual perturbador. En otro momento y
otro lugar hablaremos de cómo se hizo brujo castrador y otras
aventuras.
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un personaje. Le conocían por el Perro del Infierno, el Mal
Bicho, el Aborto, el Rata, el Pirámides, etc… Sin embargo, a
veces se ponía a hablar y todo el bar se callaba. Su tono de voz
era absolutamente distinto a su disposición de ánimo. Hablaba
muy cálido, muy pero que muy pausado. Parecía un sabio,
pero un sabio que no necesita un séquito como aquel de
Samarcanda. Eso sí, decía cosas rarísimas, como en otro
idioma, con palabras sueltas sin coordinar. Seguramente por
los efectos de sus pócimas.
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Supervivencia. Cero. Mundo. Comadrejas. No hay
pirámides sin ojos. Pero, ¿las pirámides son en realidad ojos?
Pensad en ello, amigos.
Sin embargo, los únicos amigos que podían escucharle
y pensar en ello eran el despojo y su madre. Y de los dos, sólo
el despojo le escuchaba. Alguien entró en el bar. Dos hombres
fuertes, agricultores. Pidieron cerveza y pan y aceite. La madre
les sirvió enseguida. Jesús de Nazaret continuaba hablando
como si nada. Seguía repitiendo lo de que no hay pirámides
sin ojos, pero ¿las pirámides son en realidad ojos? Aquellos
hombres lo conocían bien. Pasaron de él como de la mierda
húmeda. Bebieron y comieron.
Jesús prosiguió:
Cabos sueltos. Brevedad. ¿Has cometido alguna vez
un error? Pero, ¿has estado cometiendo errores continuamente
durante toda tu vida? Disfraz. Conciencia. Alma. Justificación.
Adiós a todos.
Sólo la madre emitió un maquinal y leve adiós. Los
otros dos hombres no levantaron sus cabezas de sus raciones.
El despojo sintió una sed espantosa y comenzó a mover la
lengua. La lengua sí podía moverla sin dolor. Era como si
albergase un desierto perpetuo en la boca. Debía ser por la
enfermedad. Lo único que podía mover sin dolor era la lengua.
Queda claro ya. No tardó en llenarse el bar. Un hombre,
cliente habitual, entró al retrete. Obvió al despojo a su paso.
Pero cuando salió se paró y le susurró al oído: sé que puedes
oírme, te he dejado un regalito ahí adentro, corre, entra y
cómetelo, basura, mierda, asco, polla inútil, no hombre,
cagada, muela negra. Ese hombre era muy trabajador y odiaba
al despojo. Debía pensar que era sordo aparte de mudo y que
se hacía el tonto o algo para no dar un palo al agua.
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Aquel mismo día, después de las comidas, entró Elías
y pidió cerveza. Elías saludaba de vez en cuando al despojo
levantando una mano. Le sonreía. Junto a Isaías, eran los
únicos que lo hacían. Sin embargo el despojo jamás le
devolvía el saludo. Mover levemente la cabeza le hacía sufrir
bastante. Lo siento. Al rato entró Josué. Oh no. Josué era
terrible. Cada vez que lo veía entrar, un sudor frío acechaba en
la nuca del despojo. Un buen día, siempre son buenos, repito,
Josué le quiso cortar la lengua porque pensaba que le estaba
haciendo la burla en lugar de pedirle agua a su madre. Gracias
a Elías que le paró los pies. Déjale, le dijo, ¿no ves que está
enfermo? Qué cojones, enfermo, le replicó Josué. Ese cabrón
es el mal, no tiene alma. ¿No sabes que su padre es el
mismísimo Cerbero?, gritó. Allá en la barra, la madre agachó
la cabeza. Quizá no quería oír, pero Josué continuó
envalentonándose:
Su padre sólo tiene hijos raros, enfermos, perros sin
piel, es la mismísima peste encarnada. El alma negra. Pobre de
quien haga negocios con esa mierda. Mira, tenemos a esta
mierda aquí (refiriéndose al despojo); tienes a Jesús de Nazaret
el hijo de la puta negra, el loco de las hierbas; tienes también a
ese puto enano oriental, el del mono… Cállate, le espetó Elías.
Josué le dio un empujón apartándolo de en medio y se
encaminó hacia la puerta. Se despidió diciendo: un día os
mataré a todos, bastardos, y ese día llegará pronto. Muy
pronto. La madre espiró cuando se cerró la puerta. Sus
pulmones evacuaron ostensiblemente la angustia. Le dirigió
una mirada agradecida a Elías. Éste se acercó al despojo y le
miró fijamente sin suavidad ni firmeza y no dijo nada.
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Yo he visto a hombres mejores armados.
Los romanos no debieron caer en la cuenta de ser los
destinatarios de esa reflexión. ¿Estúpidos? Simplemente
pertenencia a otro mundo. No se alarmaron. De todas maneras
Jesús no se dirigía a nadie en concreto sino que elevaba los
brazos como de costumbre y declamaba hacia la techumbre.
Prosiguió Jesús:
Error Dios es tu verdadero Padre-Madre. El desierto es
la ofrenda. Esos que consideras tus padres, no son más que
piedras. Creación de mundo. Movimiento, simple movimiento.
Movimiento o nada. Elegid. No hay antes. Lo primero fue
algo. Fui yo. Yo, el Movimiento–Nada.
Jesús paró a beber y lanzó una sólida mirada al
despojo. Éste apartó la mirada inquieto. Cuando volvió sus
ojos hacia Jesús, todavía le seguía mirando. Qué extraño. Jesús
dejó al despojo tranquilo, vació la jarra con ímpetu y
prosiguió. Sus manos seguían amputando el cielo del bar.
Dijo:
Sin embargo. Generación. Repetir. Habitar. Vuelta a
las cuevas. Destrucción del sueño. Camellos. El templo se
tambalea. Ojo.
Los romanos comenzaron a fruncir el ceño. Sus armas
refulgían y destellos broncíneos reverberaron por la estancia.
No debió hacerles ni pizca de gracia eso de que el templo se
tambalea. Ese templo que se yergue en su mundo y sodomiza
al mundo inferior.
Con una voz dulce y agradable pero con un gesto
brutal, Jesús pidió otra cerveza. Sus ojos comenzaron a
ensangrentarse.
La madre le sirvió enseguida. Elías salió del bar junto
con otros. Querrían evitar problemas. Dos de los tres romanos
se giraron hacia la barra como dejándole estar y pidieron más
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cerveza y aceite. El otro romano se mantuvo a la escucha, pero
con un gesto más bien sosegado.
Y Jesús prosiguió:
Veamos lo que no podemos ver. Ausencia.
Lapidación. Escombros y ratas. Crucifijos vuelan por el cielo.
Descanso. Ojo. Conversión.
Jesús se sentó solo en una mesa y finiquitó su jarra. No
paraba un momento quieto. Como si le rondase un ejército de
moscas. Debía ser hiperactivo o algo. O era por sus pócimas.
Un hombre entró en el bar y preguntó a voz en grito:
¿Quién es Jesús de Nazaret?
Voy, dijo Jesús amablemente mientras se levantaba y
le saludó con una palmadita en la espalda como si lo conociera
de algo o de mucho y ambos desaparecieron.
Los romanos no tardaron en marcharse.
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interminables rutas comerciales. El mundo no se acaba nunca.
Es nuestro. Tuyo y mío y de nadie más. Pienso en ti debajo de
la enorme luna. Algún día te llevaré conmigo para que puedas
disfrutar conmigo de esos anchos cielos.
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de vuelta. No quiero otra cosa. Bueno, la sed, también está la
sed. No me ve. Tiene mucho trabajo. No me ve.
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Yo estoy cansado ya de ir regalando semen, a partir de
mañana os lo voy a cobrar, sí. Os lo voy a cobrar, cabrones de
mierda. Putas. Lo voy a poner en frascos y lo venderé. ¡Claro
que sí! Seguro que vienen de muy lejos a comprármelo. Hasta
tu esposo vendrá, María, le dijo a la madre del despojo. Ella no
levantó la cabeza, siguió enjuagando las jarras sucias. Eres la
única mujer no puta que hay en todo Jerusalén, ¿lo sabes?,
continuó dirigiéndose a la madre. Se acercó un paso. Josué
había cambiado el tono. Se puso algo así como romántico. La
cosa se estaba poniendo fea.
Prosiguió Josué:
Si me hubieras querido a mí, María, no habrías tenido
esa cagada de allá (señaló al despojo). Podrías tener hijos e
hijas sanos, con alma limpia y pura, ¡muchos!, ¡decenas!,
¡docenas! Pero no, claro, te juntaste con el comerciante, con
ese pájaro carpintero, claro, sólo hay que verle, con esas
túnicas, ¡mentira!, ¡esas túnicas son mentira!, ¡son corruptas!,
¡es mierda!, ¡mierda puta!, ¡no es más que un putero y un
chapero!, ¡que hasta a los críos les hace pajas y se le corren en
la cara! Lo sabías, ¿no? ¡Sí, a los jóvenes les sacude el rabo!
¡Y se deja que le escupan su leche por la cara! Lamevacas.
Lameburras. Y encima les da propina. ¡A saber qué harán los
viejos con su culo! ¡Mierda puta! María. ¡María!, finalizó
gritando de rodillas en una declaración de amor la mar de
suigéneris.
La madre seguía aguantando el chaparrón enjuagando
las jarras.
¡Vale ya!, ¡levántate y vete de aquí!, gritó un hombre.
Era Isaías. Un hombre muy viejo de barbas largas blancas y
frescas como riachuelos de montaña. Vete a casa, Josué, vete a
dormir la borrachera. ¡Basta ya!
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Hombre, Isaías, no te había visto, mira quién anda por
aquí, dijo Josué recuperando su rabia. Pero qué me estás
contando si te vi anoche a ti también haciendo fila en mi
puerta para que te reventara el culo. Sí, sí, tú también estabas,
junto con tus hijas y tu mujer, desnudo, sin túnica, y
refrotándote el culo con la cara de tu hija mayor, pero, lo
siento, no tengo tiempo para todos. Aunque venid esta noche,
esta noche os dejaré pasar a todos los de vuestra familia
primero. Sí, primero vosotros. Todos vosotros. Trae a tus hijas
y a algún bastardo que tienes por ahí también, no te olvides a
nadie, tráete a todos. Ah y tu hija pequeña tráela, que yo la
enderezaré, a esta puta. Y recuerda que a partir de mañana
comienzo a vender mi semen. Esta noche disfrutaréis de la
última cena gratis, ¡trozos de mierda!
Jacob, fiel amigo de Isaías, se acercó sigilosamente
por detrás y estampó una jarra en la cabeza de Josué. Éste cayó
desplomado. Isaías cogió por los pies y Jacob por la cabeza y
lo sacaron del bar. La madre del despojo respiró ampliamente
cuando se cerró la puerta. La concurrencia esperó en vano:
Isaías y Jacob ya no regresaron aquel día. La calma se fue
haciendo en el bar. La madre llevó agua al despojo, sin
habérsela pedido nadie. Gracias, pensó el despojo.
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de los siglos. Abortos bienvenidos. Esclavos del mundo, tenéis
cerca las llaves de vuestras celdas, más cerca de lo que podáis
pensar. La castración os dejo. La castración os doy.
Josué se levantó de su silla visiblemente irritado y
gritó encolerizado:
Cállate, mierda. Joder. Cállate, puta mierda. Asco
puto. Hijo de puta negra enferma. Cierra esa boca o te mato.
Jesús se calló inmediatamente. Bebió un trago, esta
vez muy corto. Quizá se puso algo nervioso. Josué era brutal.
Éste se sentó afectadamente sabiéndose vencedor y
siguió departiendo con sus amigos como si nada. El tenso
silencio se hizo añicos y el bar volvió a la normalidad. Sin
embargo Jesús no tardó en retomar la palabra. Esta vez habló
como una persona normal, no como un profeta o como un
histérico.
Dijo Jesús:
Josué, en cierta ocasión te vi manosear las tetas de una
retrasada mental. No te acordarás porque ibas hasta las trancas.
Yo me largué cuando la cosa se puso fea. Es curioso que a los
nueve meses esa retrasada mental tuvo una hija, clavadita a ti,
por cierto. También es curioso que esa niña desapareciese al
poco tiempo. Dicen que la vendiste a unos caravaneros. ¿Sabes
qué hice yo? La compré. Esa niña ya no es tan niña. ¿Sabes?
Es una de mis predilectas. No te puedes imaginar lo que sabe
hacer. Ha matado ya. Incluso a varios de sus hijos antes de que
le neutralizase la vagina. Está manchada de sangre, más negra
que la noche y, lo que es mejor, no quiere limpiarse. Y a ti
también te matará. No lo dudes ni un momento. Ella, tu hija, se
llama Grieta Gris, y te matará pronto. El Brazo Armado está a
punto. ¡Acción!
¡Te voy a reventar!, gritó Josué y se abalanzó como un
cristo sobre Jesús. Éste le esquivó y Josué se estampó contra la
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barra. La madre del despojo se echó para atrás y se guareció
bajo el quicio de la puerta de la cocina.
Jesús comenzó a silbar y se encaminó hacia la puerta.
Josué no fue a por él. Qué extraño. Lo tenía a huevo por la
espalda. Se incorporó y, al igual que el resto del bar, vio
marchar a Jesús de Nazaret tan pancho. Antes de cruzar la
puerta, Jesús repitió: el Brazo Armado, sí, el Brazo Armado.
Sonreíd, hermanos. Acción. Mi paz os doy.
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Desierto verde. Camello muerto. Buenas noches. Dios
mierda.
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etapa de Nazaret. Adeptos del desierto. Un viejo campesino
explicó en el bar lo que había oído:
Yo fui testigo. Podéis creerme como que el cielo es
arriba. Fue hace unos años, en aquellos inviernos lluviosos,
cuando se presentaron unos hombres del futuro pero vestidos
como nosotros. Supimos que eran hombres del futuro después.
No pongas esa cara de gilipollas, Jonás. Bueno, dejadme
hablar tranquilo, joder. Jesús vivía en una choza de las afueras,
en el lupanar, donde trabajaba su madre la Puta Negra. Yo
estaba con otra puta, una de Oriente, la de Ojos de Tigre. La
visitaba a menudo, no me cuesta reconocerlo. ¿Qué pasa? Te
voy a partir la cara, Jonás. Deja de mirarme así. Como te
vuelvas a reír te mato. Mi mujer lo sabía y lo sabe. Un hombre
es un hombre. Nunca te puedes llegar a hacer una idea de lo
puta que es tu mujer. Jesús siempre andaba de aquí para allá,
por el monte. No paraba un instante quieto. A veces me
parecía que estaba en varios sitios a la vez. Por el lupanar,
luego en una choza, luego en otra, después tumbado más allá.
Todo al mismo tiempo. Ya lo conocéis. Decían de él que en
unas pocas jornadas iba del Mar del Sur al Mar del Norte
andando, sin camello. Solo. Bueno, decían muchas cosas,
¡tantas cosas! Como que había varios Jesús y que ese que
vemos no es uno sino más de uno, pero nos parece siempre el
mismo. El mundo está loco. A la mierda el mundo. Pero lo que
yo vi y oí es lo que yo vi y oí. Podéis creerme, y tú, Jonás, que
te den por el culo. Estos hombres del futuro que os decía antes
preguntaron por Jesús. Esperen aquí, les dijo una puta. Al poco
rato salió su madre, la Puta Negra. Era como la jefa, por lo
menos la más vieja del lugar. Iba desnuda y los hombres del
futuro le dijeron que se vistiera por respeto. Ella les hizo una
señal mostrándoles su vagina peluda. Le caían fluidos verdes
viscosos. Siempre iba así por la vida. Con el culo partido en
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dos, como a punto de derramarse por cada lado. Culo de barro,
le decía alguna puta. Aunque la Puta Negra ya era muy vieja,
se metía pócimas por ahí abajo para no tener más hijos. Decían
que había tenido más de veinte. Igual por eso también dicen
que Jesús no es uno sino varios. Yo qué sé. Lo que sí sé es lo
que vi. Total que la Puta Negra les dijo a los hombres del
futuro que Jesús andaba por el monte bajo, que a la hora de
comer regresaría. Los hombres del futuro se marcharon y
volvieron para entonces. Se encontraron con Jesús y le
pidieron probar algo de lo que hacía. Esas pócimas con las
plantas y vísceras de animales y cagadas suyas mezcladas con
cagadas de animales y dientes triturados de serpiente y yo qué
sé qué mierdas más. Él les dijo: bien, pero antes debéis
contestarme a unas cuestiones. Y comenzó a hacer preguntas.
Se ve que siempre lo hacía. Cuando iba alguien a por una
pócima y no lo conocía de nada le hacía preguntas. Sin ton ni
son. Parece ser que siempre hacía las mismas preguntas. Un
total de siete, creo. Como un ritual. De las siete no me
acuerdo, aunque mi puta de Ojos de Tigre se las sabía todas de
memoria. Pero me quedé con una de ellas, me hizo gracia y se
me quedó no sé por qué, es la siguiente: ¿Algún dios ha nacido
del coño de una puta? Total que al tiempo me enteré de que los
hombres del futuro no venían a por las pócimas sino a
investigar si Jesús estaba formando un ejército. Estuvieron
rondando largo tiempo pero no encontraron nada, o no
debieron encontrar nada, sólo palabrerías insensatas de aquel
loco. Sin embargo, parece ser que sí estaba formando un
ejército, en las tierras más alejadas, en las entrañas del
desierto. Mi puta de Ojos de Tigre me lo confirmó. Hablaba de
él como si fuera su hijo. Me ponía un poco celoso y todo. Hay
que ver. No me cuesta reconocerlo. Soy un hombre. Sí, lo soy,
no como tú, Jonás. Por allí lo quería mucho todo el mundo, eso
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es verdad. De todas maneras no creo yo que Jesús sea capaz de
formar un ejército como se debe. Si acaso reunir a cuatro
vagabundos y formarlos para la lucha. Aun con todo, ¿qué iba
a enseñar sobre lucha ese Jesús que no tiene fuerza ni para
matar a una mosca? Según se ve, cada soldado se mantenía a sí
mismo, se fabricaba sus propias armas, las robaba o lo que
fuera, pero era muy importante que los soldados estuvieran
solos. Mi puta me dijo que les ayudaban los ángeles, que
bajaban del cielo en las noches sin luna y les ofrecían armas y
comida. ¿Pero qué dices?, le dije yo. Y ella me sonrió y me
volvió a manosear el rabo. Bueno, eso ya son intimidades, que
se me mezclan, me las guardo para mí. Se ve que los soldados
estarían solos hasta el día de la Acción. Mi Ojos de Tigre
siempre repetía el día de la Acción, el día de la Acción. Y otras
putas también lo decían. El día de la Acción. Yo no entendía
mucho de lo que hablaban, la verdad. Se ve que el día de la
Acción no era sólo un día sino varios. Porque parece ser que el
día de la Primera Acción había llegado ya y ya se habían
cargado a algún hombre del futuro. Todo esto me lo contó mi
puta Ojos de Tigre. Como que hay cielo.
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¿Pero quién es su padre?, preguntó otro.
Hubo un silencio. Hasta el silencio parecía saber que
el padre del despojo y esposo de la mujer del bar era también
el padre de Jesús. José. Muchas miradas se dirigieron hacia la
madre del despojo (no así hacia el despojo), quien agachó la
cabeza y se puso a enjuagar las jarras nerviosamente.
El viejo campesino obvió la última pregunta y añadió
gravemente:
Quiso matar a su padre porque se había llevado unas
niñitas para venderlas en sus viajes por Oriente. Se ve que esas
niñitas eran hijas de las putas. Alguna sería hermana de Jesús,
seguramente. Igual por eso se enfadó. Pero, ¿por qué no se lo
preguntáis a él? Viene por aquí bastante…
Otro hombre contestó:
Venga, venga… ¿quién puede hablar con ese Jesús?
Dice tantas cosas, y habla como en otro idioma, con palabras
raras. No se le entiende nada. No parece de este mundo. Uno
ya no sabe qué creer. Las gentes están malditas. Las ciudades
corruptas. Sí, parecemos animales.
Es mejor no hablarle, dijo otro, está sucio por dentro.
Otro dijo:
Yo hace mucho tiempo, comerciando en Nazaret, oí
que Jesús le dio una pócima a un hombre del futuro y que
cuando éste se durmió, Jesús le arrancó el corazón y lo puso en
el altar de un templo. Según decían, el corazón seguía latiendo
cuando llegaron los soldados.
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¡José! ¡José! ¡José!
El silencio vino al bar, todo él. El silencio de orejas
ensangrentadas. Inmovilidad vibracional. Todas las miradas
con destino a José. Sentado frente a la barra, en una posición
central, no reaccionaba. Tardaba demasiado en reaccionar, de
hecho. Las miradas pesan mucho. El peso acaba dañando. Una
primera gota de sudor brilló en su frente. Era como si hasta el
sol le estuviese hincando su ojo allende la techumbre. Jesús le
seguía retando con su mirada. Era el turno de José, el padre del
despojo y el padre de Jesús, debía responder.
Su demora denotaba una profunda intranquilidad.
Jesús volvió a gritar a pecho descubierto:
¡José!
Con un espasmo José volvió en sí, se armó de valor y
se acercó con paso firme hacia Jesús. Se le quedó mirando a
un palmo de la cara. Jesús mantuvo su mirada. Ambos de pie,
erguidos como gallos. La tensión era máxima. En ese pequeño
espacio entre sus caras convergían todas las miradas. La
eternidad se expandió en unos segundos y en unos segundos se
contrajo, allí, entre sus caras. Estaba claro que José no iba a
hablar. Como mucho, le soltará un puñetazo, pensó el despojo
desde su rincón. Pero tampoco.
Jesús fue el que tomó la palabra, más bien el alarido:
¡Yo soy tu padre!
Gritó tan fuerte como pudo. Entrañas vibrantes. Como
si José se encontrase a dos ciudades de distancia. Sin embargo
su cara se hallaba a un palmo de Jesús. Viscosas babas blancas
y verdes se impregnaron en el rostro de José. Las famosas
pútridas babas de Jesús de Nazaret. Hemos de apuntar que
alguna colgó de la barba de José de forma muy divertida.
Babas balanceándose en un columpio peludo.
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José, ahora sí, por fin, le soltó un puñetazo en la cara a
Jesús, que cayó al suelo fulminado. José se limpió con su
túnica. Jesús escupió un diente hacia la barra y se levantó
renqueante. Ahora ambos contendientes se encontraban a un
par de metros de distancia. Jesús le dijo a José en un tono
extrañamente reconciliador:
José, tu madre murió al parirte a ti, te habrán contado.
No fue así, yo estuve presente en el parto porque yo era el
padre. Claro, por eso no sabes ni has sabido nunca nada de tu
padre. Es mentira eso de que se ahogó en el mar. Como podrás
observar, no me he ahogado en ningún mar. Estoy aquí.
Repito: yo soy tu padre. Tu madre es la Puta Negra. Igual que
la mía. También somos hermanos. Yo soy tu padre y tu
hermano y tu hijo. Tú eres mi padre y mi hermano y mi hijo. Y
te mataré, padre, hermano e hijo. Te mataré.
Pronunció ese último te mataré como si le fuese a
hacer un favor. Como diciendo: venga, no te preocupes más
que te voy a matar, tranquilo, eso está hecho.
José se abalanzó de nuevo contra Jesús tratando de
golpearle pero éste se zafó y se marchó del bar ágilmente
como un conejo enamorado.
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habitante invisible de los bajos fondos. Jesús se levantó, pidió
dos jarras de cerveza que le fueron servidas en un abrir y
cerrar de ojos y regresó a su mesa con ambas manos ocupadas.
Grieta Gris se volcó encima de su jarra. Literalmente.
Sumergiendo parte de su cara en la cerveza, se la tragó con un
ansia descomunal. Debía estar sedienta. Poco más tardó Jesús
en finiquitar su jarra. Tres tragos y adiós. ¿Es que no va a
hablar hoy Jesús o qué?, se preguntaba más de uno. ¿No va a
soltar sus palabras de loco? ¿Cómo ha dicho que se llama ésa?
Mírala, es todo hueso, no sé cómo se puede mantener en pie.
¿Ha llegado hasta allí andando por ella misma? Sí. Ah, no la
he visto entrar. Pues sí, sí. Grieta Gris. Sí, eso parece que ha
dicho. Sentían mucha curiosidad por la novedad femenina.
Todas las miradas en dirección al despojo. Pero se detenían en
la mesa ocupada por Jesús de Nazaret y Grieta Gris. El
despojo, como fondo de la imagen, seguía pasando
inadvertido. Vertido inadvertido. El despojo suponía algo así
como una segunda línea de horizonte. Pero, ¿es que existe una
segunda línea de horizonte?
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Antes de que estuvieseis muertos no vivisteis lo
suficiente. Mucho antes. Por eso, yo, y no Josué, por eso, yo, y
no Josué, os mataré a todos.
Calló y miró fijamente al despojo. Éste, cómo no,
apartó su mirada al instante.
¿Josué se encontraba entre los presentes? Muchas
miradas le buscaron. Claro, era el padre de Grieta Gris. Sin
embargo pocos conocían o recordaban ese dato. Ese pellejo de
allá le daría muerte, había anunciado Jesús. ¿Quién se creería
semejante tontería? ¿A quién iba a matar Grieta Gris? ¿Con
qué energías? Pero, y Jesús, lo mismo. Era un palo seco.
Aunque, ¿había matado ya? ¿No decían eso? Grieta Gris había
vuelto su cabeza hacia el suelo. Su cara se hallaba a un palmo
de la mesa. Cielo. Techo. Cara. Mesa. Suelo. Todos ellos
paralelos. Como decimos, la mayoría desconocía la historia de
Grieta Gris. Algunos cuchicheos propagaban la anécdota.
Resumida. Es hija de Josué. Parece ser. La vendió a unos
comerciantes pero Jesús la compró y se la quedó. Josué no
sabía nada hasta el otro día que Jesús se lo contó a él en su
cara y a todos los que estábamos aquí. La madre era una
retrasada, una corrupta, cosa que me creo, viendo a su hija. ¿Y
dónde está la madre ahora? ¿La corrupta? ¡Y yo qué sé! No
estaría mal que apareciera Josué por la puerta ahora mismo.
Mira que te gusta el barro. Hay que divertirse, amigo. Qué
vamos a hacer si no. Pues yo tengo mucho que hacer en el
campo. Me voy. Sin embargo Jesús empezó a hablar y este
hombre que tenía tanto que hacer en el campo esperó un poco.
Escuchó la palabra de Jesús:
Decidle a Josué que mañana, al amanecer, en la roca
que señala el camino al lago, le estará esperando su hija, Grieta
Gris. Le estará esperando para matarle. Que no falte.
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Murmullos. Entre los murmullos desaparecieron Jesús
de Nazaret y Grieta Gris. Ramas secas. Otros dos despojos. Y
aquél, allá, el guardián de los retretes, con su gesto inmóvil y
su parpadeo regular, ¿en qué debe estar pensando todo el
tiempo? ¡Y yo qué sé! ¡Qué mierda me importa! No, no
piensa. Además de sordo y mudo es tonto, retrasado, corrupto.
Ah, ya me lo imaginaba yo. Este mundo está lleno de
retrasados. Me voy a trabajar. ¿Alguno tiene que ir a
comerciar? ¿Es que nadie tiene pensado ir mañana al amanecer
a la roca que señala el camino del lago salado? ¿Tú crees que
irá Josué? Seguro que no va. Tiene mucha faena. Aparte de
beber y alborotar. ¿Quién puede hacer caso a ese loco de
Jesús? Yo no me creo nada de lo que dicen. ¿Y ésa? Será
alguna vagabunda que se habrá encontrado por ahí, nada más.
En el lupanar abunda esa gentuza. Me voy.
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principalmente. Su cabeza cubierta por un pañuelo otrora azul.
Siempre el mismo gesto, la misma mirada idiota. Sin embargo
no le caía baba de la boca. Tenía unos cuantos campos y
alimentaba al lupanar. Como pago recibía placer de las putas.
No quería otra cosa: que se la chuparan. Y prefería a la Puta
Negra, la madre de Jesús de Nazaret. Cosa de dientes. De
escasez de dientes, entiéndase. Aunque a veces se cansaba y
probaba aquí y allá. Deseaba la renovación del lupanar.
Nuevas putas. Jóvenes sin dientes. Algunas se quedaban
demasiado tiempo. Y sus dientes aguantaban. Mierda. Cuando
eso ocurría, pensaba muy mucho en matar alguna o reventarle
la boca a pedradas. Pero todavía no se había puesto manos a la
obra. Además, era cuestión de paciencia. O se mueren o se
van, que es lo mismo. En cambio, los dientes, ¡esos pequeños
obstinados! Tras otras pruebas, el volver de su polla a la boca
de la Puta Negra era reconfortante. El Idiota Listo no hablaba.
Trabajaba mucho. Tenía un camello. Siempre iba cargado
hasta los topes. Sus campos marchaban bien. Poseía
excedentes. Incluso en los malos tiempos se las arreglaba. Era
un Idiota Listo, está claro.
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mirar por mirar. ¿Seguro? Los perros eran queridos por las
putas. También había comida para ellos. Y los rebaños de vez
en cuando pasaban por allí a por las sobras vegetales y
animales. Cabras famélicas. Cagando hacían florecer el
terreno. El eterno retorno de andar por casa. Los clientes del
lupanar no se quejaban en absoluto mientras recibiesen el
placer requerido.
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espacios del gran espacio. El camello del Idiota Listo daba
buena cuenta del camino. Cualquier día el espacio se lleva
todo lo que es suyo. El Ser absorberá sus caminos. Cualquier
día os mato a todos, dijo Josué, dijo Jesús y han seguido
diciendo tantos después. Es un momento de lucidez. El
instante burbujeante. Es el gran espacio el que habla por ellos.
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veedores. Sus soldados se desparramaban por el desierto. ¿Qué
clase de soldados? Los veremos.
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No era un soldado de Jesús. Sí su hermano. En efecto.
Otro. Por tanto: hijo de José el esposo de María ambos padres
del despojo del bar.
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pasaba horas sentado en una silla dirigiendo el teatro aunque.
Ahora les toca el turno a los deformes. ¡Callad, todos! Eh,
espera tú, el turno de los animales luego. Etc, etc. El Hombre
Más Oscuro Del Mundo. Eso es. Voz grave. Peso plomo.
Vivía solo. ¿Quién puede convivir con esa mirada cavernosa?
Su madre. Pero su madre ya falleció. ¿Y su padre? Vete tú a
saber. Con un poco de suerte igual él mismo es su propio
padre. Santos dioses.
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Algún día deberías entrar a la ciudad. A dar vuelta. O acabarás
saliendo a pedir limosna como toda esta gentuza.
Anda, ¿y tú qué haces aquí? ¿Por qué no vives
intramuros si tan rico y tan especial te crees?
Yo no me creo nada, no tergiverses. Sólo digo que me
voy a agenciar un lamedor de suelo, nada más.
Pero si no tienes ni mesa para comer, que comes en el
suelo, ¿para qué los quieres?
¿Los? Empezaré comprándome uno. Luego vendrán
más, seguro, si ahorro lo suficiente. ¿Y para qué los voy a
querer? ¿No te lo estoy diciendo? Pues para eso, joder, para
que me limpien el suelo. Encima los estás alimentando. No se
podrán quejar, ¿no?
Es verdad, ahí llevas razón.
¿Y dónde no llevo razón?
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Recibía limosnas. Eso era todo. Todo lo que puedes recibir en
el mundo son limosnas. Hasta el amor es una limosna.
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mantenernos con vida es el amor. El amor no sólo hacia
nuestra familia más próxima sino hacia todos los ciudadanos.
El amor hacia los romanos, también, ¿por qué no? El amor no
deja grietas, con el amor no puede haber problemas. El amor
lo recubre todo. El amor lo es todo. Si yo un día me cruzo con
un ciudadano, al que no conozco de nada, le daré la mano y le
diré: hermano, te quiero, te amo, gracias por pertenecer a este
mundo, a mi mundo. El ciudadano me dará la mano. Así será
siempre. El amor nos unirá. Comerciantes, tenderos, alfareros,
agricultores, pescadores, ganaderos, todos unidos por el amor.
Gracias al amor. El amor es algo que hemos recibido de
nuestros antepasados. El amor se propaga como una plaga.
Una plaga única, una plaga que celebran todos y cada uno de
los dioses. Todos los dioses se reúnen en el amor. El amor es
el dios de los dioses, queridos hermanos. Os quiero a todos y
cada uno de vosotros y vosotras. Os amo.
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Sí, Jesús cada vez lo tenía más claro. Debía matarlo
delante de su público. Empresa difícil, harto difícil. Pero así
debía ser. Y estaba tardando mucho. Los soldados, sus
pseudosoldados, en cierto modo daban sus frutos, ofrecían las
almas de sus víctimas, pero era un trabajo tedioso. Ningún
gran ejército se ha formado por soldados nómadas
vagabundos. Pero los soldados de Jesús no pretendían
conquistar el mundo sino… ¿qué pretendían? ¿Negar la
existencia del alma? Veamos.
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de puta. El mundo está podrido, corrupto. Josué no es un
cobarde. Es un hombre, un hombre de los que ya no quedan.
Sí. Allí es. La roca. Pero, mírala. ¿Pero qué es eso? ¿Una
espiga o una mujer? Si es un montón de huesos. ¿No estará
muerta? Parece muerta. Cuchillo, ve preparándote por si tienes
que entrar en acción. Bien. Esto no pinta bien. Ah, está viva.
Ahora parece que se ha movido un poco. Aunque parece que
está a punto de morirse. ¿O qué coño hay en el suelo? Pero,
¿qué mira todo el rato? Odio a la gente que mira al suelo. Se
mira de frente como un hombre. A la cara. El suelo no tiene
cara. Nadie. No parece haber nadie por aquí, aunque no me
puedo fiar un pelo. Ese puto Jesús. Mierdaseca. Pero, ¿eso es
una mujer? Ah, sí, ¡mi hija! Ja. Este hijo de puta negra, hay
que ver lo que va diciendo por ahí. Me lo tengo que cargar.
Bueno, llegaré allí, me plantaré a un metro y esperaré un poco.
No creo que eso tenga fuerzas para hablar. Pero qué broma es
ésta. No me lo puedo creer, verme yo metido en éstas. Ese
cabrón. De ésta no sale. Lo mato.
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Con la otra estiró fuerte su pene hacia el cielo. Y cortó. Grieta
Gris no iba armada. Probablemente, recalcamos de nuevo,
probablemente le hubiera arrancado el pene a mordiscos si no
hubiese encontrado el cuchillo de Josué. Mejor así, quizá
pensó ella. Horas después entregaba el alma de su padre a
Jesús de Nazaret, como ya sabemos.
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Semanas después, al saberse embarazada, Grieta Gris
fue a buscar a Jesús. Lo encontró en su choza del lupanar. No
le dijo nada, sólo se miró la tripa y negó con la cabeza. Jesús
comprendió enseguida. La tumbó en su hogar, sobre unas
pajas, le abrió las piernas y le dijo: espera un momento.
Fabricó una especie de antorcha, cuyo extremo untó en un
frasco. Se la introdujo una y otra vez, de un modo bastante
brusco. Finalmente Grieta Gris no pudo soportar el dolor y
gritó. Su último grito desgarrador ocultaba la muerte en su
interior.
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hombre que sólo hablaba cuando salía el sol, aunque sabemos
que no cumplió con su acrónimo. Un día nublado, erguido
sobre su púlpito, con larga barba de sabio y una túnica más
blanca que la leche de una virgen negra, levantó las dos manos
para pedir silencio a las masas y seguidamente declamó:
La vida es lo único que poseemos. Quien termina con
su vida, voluntariamente, quien se mata, hace mal. ¡Hace mal!
Nada que ver con el amor. Es una deshonra, una verdadera
deshonra, para él y para todos. Los hombres buenos no se
matan. Lo último que nos quedará siempre es nuestra vida. La
casa de nuestro amor. Nuestra vida es lo más importante,
hemos de dar gracias por el hecho de vivir. ¡De poder vivir!
Debemos amarnos, unos a otros, a nosotros mismos, a todo
hijo de vecino, amor y amor a raudales, amor feliz. ¡Vida!
Debemos amar nuestra vida. Quitaros de la cabeza esas ideas
corruptas. La muerte no existe mientras gobierne el amor. En
Jerusalén amamos, aquí nadie quiere el mal. Amor, amor por
cada rincón de la ciudad. Felicidad. ¡Amor! Así nada puede ir
mal. Ahuyentaremos el mal, entre todos, hermanos, juntos, nos
amaremos tanto que el cielo de Jerusalén vibrará y nuestros
desiertos vecinos beberán de nuestro amor. Nuestro amoR
llegará hasta Roma.
Y así más de una hora. Amor, felicidad y compañía. Y
ninguno de los asistentes se levantó. El discurso terminó con
una contundente ovación. Aunque no fue una de las más
logradas y EHQSHCSES se dijo por la noche antes de
acostarse que no debía aceptar los encargos de los romanos
aunque si no los aceptaba algo malo le ocurriría así que
concluyó que siempre los aceptaría aunque trataría de estar
más fino en la oratoria y luego se hizo una paja y se durmió en
su cama de paja. Soñó que hablaba en lo alto de la mítica torre
de Babel y le aplaudían tanto que la torre se estremecía y se
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derrumbaba y él conseguía escapar entre los escombros y una
vez a salvo, sobre un promontorio, observó el desastre, la
humareda, la muerte y la destrucción, y le pareció algo
absolutamente maravilloso. Se le acercó un hombre negro muy
fuerte y muy alto y le preguntó algo en un idioma extraño que
por supuesto EHQSHCSES no entendió y nuestro
EHQSHCSES le dijo amablemente: no te preocupes, jamás
dejaré de dar discursos y quizá algún día aprendas mi idioma.
Tendrás el privilegio de escucharme en algún lugar, te lo
prometo. El negro pareció entender y se marchó esperanzado.
A los pocos metros, giró la cabeza y miró por última vez a
EHQSHCSES. Sus ojos blancos y negros lloraban. Pura
emoción. EHQSHCSES se marchó y comprendió que todos
los habitantes del mundo le entendían y le entenderían aunque
no hablasen su idioma, por lo que era como un dios, y a partir
de entonces se dijo que él era el dios de la comunicación, sin
lugar a dudas. Y a la mañana siguiente no recordó el sueño
completo sino el epílogo y se dijo: sí, soy el dios de la
comunicación y en mi próximo discurso lloverá el semen, mi
semen omnipresente, desde la tierra hacia del cielo. El mundo
al revés.
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Se suicidó por su hijo, debía darle mucha pena tener
una mierda en lugar de un hijo, juaaaaaaaa.
Pobre, le tenían envidia y lo mataron.
Lo han matado unos ladrones.
Le ha matado su hijo, pero nadie va a sospechar de él,
juaaaaaa.
No, en serio, le han matado unos ladrones.
Esta última versión se convirtió en la oficial,
digámoslo así, la que quiso creer todo el mundo, quizá por no
incomodar a su mujer, la viuda María. No olvidemos que el
despojo sólo podía escuchar en el bar. El bar era su mundo. Lo
que lejos del bar se decía acerca de la muerte de su padre no
existía para él. Ni para él ni para su imaginación.
¿Qué sintió el despojo cuando se enteró de la muerte
de su padre? No mucho, más bien nada, y tras la nada, alivio
confortante. Respiró profundamente y el hincharse de su caja
torácica le provocó sufrimiento físico. Más de lo mismo. Vaya,
su padre ya no volvería. De todos modos apenas lo veía, pero
su ausencia pesaba lo suyo por la simple posibilidad de su
llegada. Es como que la nada se puede convertir en todo, por
tanto, jamás podremos estar tranquilos ni un puto segundo en
nuestra puta vida.
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el tono de voz sino que habló a gusto, borrachamente a gusto),
bien, pues esto es lo que dijo, que creo que he colocado antes
dos puntos para seguir con sus palabras, con las palabras de la
barba de ojos borrachos y ya no tengo la más remota idea de
dónde están esos dichosos dos puntos porque no puedo mirar
hacia atrás sino seguir escribiendo, pues bien, esto es lo que
dijo:
Era un hijo de puta y está muy bien muerto. Dicho
esto, voy a explicar lo que le pasó a ese hijo de puta asqueroso.
Varios clientes le mandaron callar, o bien le sugirieron
bajar el volumen, dada la cercanía de la viuda (ninguno pensó
en el despojo, claro está). La barba de ojos borrachos no hizo
el más mínimo caso y siguió a lo suyo. Continuó fuerte:
Qué alegría me di cuando vi que era él, José el pájaro,
el muerto. Estaba en Jerusalén, intramuros, iba tranquilamente,
me dirigía a ver a un pariente que tengo pachucho. Total que
escuché unos gritos y un altercado. Me paré a verlo, como
otros tantos. Enseguida me fijé que no se trataba de una pelea
sino más bien de un apaleamiento. Me costó reconocerlo, pero
sí, no había duda, era el hijo de puta del pájaro carpintero,
José, el putero. Ya sabéis a quién me refiero. Le atizaban unos
seis o siete. De lo lindo. Eran duros, y grandes, parecían una
banda de guardas de comerciantes, de esos que contratan los
caravaneros ricos para no tener problemas de robos. Le daban
patadas, puñetazos, pedradas, pensé que no tardaría mucho en
quedarse tieso. Pero aún aguantó el hijo de puta, menudo
bastardo. Uno de los que le estaban dando parecía un gigante,
era como una casa. Él lo finiquitó. Sí, ése fue, parece que lo
esté viendo ahora mismo. Era como una casa de dos alturas.
Estaba el carpintero en el suelo, con sangre por todos lados, se
acercó el gigante y le pisó la cabeza. Se la chafó. Saltaron
tripas de su cabeza a varios metros. Unas mujeres se pusieron
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malas y se desmayaron allí mismo. Se armó buena. La banda
se largó tranquilamente, al paso, como si nada. Eran
poderosos, saltaba a la vista. Fue una salvajada, lo más
espectacular que yo haya visto en mi vida. Sí, seguramente no
vuelva a ver nada por el estilo.
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Y así durante varios días. Soltaba la frase y se largaba.
Nadie decía nada. No debían creerle, o bien les importaba una
mierda quién hubiera matado a José.
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por la noche se desangró. Al amanecer las putas se encontraron
con el cadáver. Jesús de Nazaret lo recogió y se lo metió a su
choza para componer sus potingues. Jerusalén es una gran
puta, ¿es que no lo veis?
Escupió, apuró su cerveza y el decrépito exalfarero se
largó del bar.
Adiós, le dijo uno.
A los pocos minutos volvió a entrar, se echó otra
cerveza al coleto y se fue.
Y aún volvió a entrar en otra ocasión, una semana
después. No se despidió.
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mal que me queda el huerto, allí sé dónde se puede sembrar y
dónde no, y sé si un fruto se puede comer o no. En la ciudad,
los gusanos no se distinguen ya, la ciudad es el gusano. A
tomar por el culo, mierdassecas, me largo de aquí.
Espera, me voy contigo.
Pero no me cuentes más milongas. No quiero saber
nada. Si vienes conmigo, calladito.
Está bien, está bien, pero si la puta negra se ha
ahorcado, ¿qué será del lupanar ahora?
También ibas tú, eh, sois todos unos gusanos, unos
gusanos de ciudad.
¡Anda!, ¿ahora quieres hablar? ¿Te interesa si acudía
yo de vez en cuando al lupanar?
No me interesa lo más mínimo.
Pues bien que me lo has preguntado.
No me habré dado cuenta, si es así, lo retiro, retiro mi
pregunta. Me importa una mierda. Tú y todos, sois unos
gusanos.
¿Y tú qué eres?
Yo soy un hombre, un hombre rodeado de gusanos.
Vaya, pues lo tienes mal.
Sí, lo tengo mal. Pero si no necesito mujer, menos
necesito hombres. Y te he dicho que calladito o me largo
corriendo.
Pues menudo hombre, que se larga corriendo. Eso lo
hacen las fieras.
Calladito o te atizo, y ahora va en serio.
Está bien.
¿A dónde vas? ¿A dónde te diriges?
No puedo decírtelo, debo estar calladito.
¡Gusano!
¡Hombre!
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La noticia del ahorcamiento de la madre de Jesús de
Nazaret no desvarió tanto como la de la muerte de José el
padre del despojo y a su vez el padre de Jesús de Nazareth. A
veces escribo Nazaret con h y a veces escribo Nazareth sin
hache.
La puta negra, la Puta Negra, se ahorcó. Sí, fue su hijo
Jesús quien le hizo un nudo con las tetas, rodeándole
firmemente el cuello, sujetando el cuerpo a la rama de un
árbol, y quien la dejó caer al vacío existencial. El cadáver
alimentó a los buitres y demás carroñeros. El lupanar sintió la
pérdida de la que había sido su madre, su pater familiae.
Derramáronse lágrimas. Ratas con la mirada perdida durante
horas. Sin embargo los clientes se iban acercando a
cuentagotas, como siempre. Sus pollas no venían al entierro
sino de fiesta. Aunque llegaban y se marchaban cabizbajas. El
Idiota Listo se enteró por la noche. Una enorme noche de luna
y estrellas, una noche de esas que abre caminos. Llegó con su
camello cargado hasta las trancas. Descargó y amontonó las
mercancías a la entrada de la choza de la Puta Negra, choza
que ya había sido ocupada por otra mujer.
Eh, negra, gritó el Idiota Listo. Dejo todo esto aquí.
¿Duermes?
Nadie contestó.
La polla del Idiota Listo comenzó a pensar en que
podría introducirse en la boca destentada de la Puta Negra
mientras dormía. La erección ansía flaccidez, por eso a la
erección no le convienen montañas ni acantilados sino lenguas
de mar. La polla del Idiota Listo ordenó al Idiota Listo que
penetrase en la choza de la Puta Negra. Estaba muy oscuro.
Una mujer dormía semidesnuda. La polla del Idiota Listo no
tenía tiempo como para ponerse a identificar a la durmiente.
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Incluso podía haberse tratado de un hombre durmiente. Sólo se
sorprendió al toparse con rocas, con dientes. La puta que
ocupaba la choza de la Puta Negra se despertó echando pestes
y escupiendo.
¡Largo de aquí! ¡Hijoputa! ¿No ves que estoy
durmiendo? ¡Espérate al amanecer!
El Idiota Listo tomó el control. Su polla cedió el
mando al cerebro.
¿Qué maneras son esas de hablar?, gritó. ¿No sabes
quién soy yo? ¿Eh? ¿Y quién eres tú? ¿Dónde está mi nena?
Vaya, ese mi nena provenía de los efluvios del
sentimentalismo de su polla.
La que vivía aquí se murió. Ahora aquí vivo yo.
¿Cómo que se murió?
El Idiota Listo corrió hacia la choza de Jesús de
Nazaret. No encontró a nadie. Previsible. Luego se dirigió a la
choza de la Ojos de Tigre. Estaba despierta, salió y se sentó.
Sus ojos seguían húmedos. Ella le contó lo acontecido. Vaya,
concluyó el Idiota Listo. Sin embargo, su polla no aceptó un
adiós y terminó violando a la puta de Ojos de Tigre. La
sacudió tan fuerte que la puta perdió el conocimiento. Su polla
estaba bastante enfadada, incluso después de eyacular,
comenzó a urdir un plan: apedrear la boca de la nueva puta que
había ocupado el lugar de la Puta Negra para hallar un cálido
remanso, una dulce playa de granos de arena diluidos, en una
lejanía intergaláctica enemiga de toda materia sólida y rocosa.
El camello del Idiota Listo ya se había arrodillado por
delante y por detrás como bien hacen los camellos y se había
dormido plácidamente. Podemos saber que soñaba, por los
movimientos espasmódicos de sus miembros, pero soñaba
sueños de camellos, los cuales desconocemos y, por lo tanto,
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podemos traducir del modo que queramos pero no aquí. Ni
allí. Más o menos sería algo como:
Erguido de luna y reptiles noche el peso de la ausencia
no verme ésos la tripa mis ojos
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Por tanto, sólo tenía que introducir en el cuerpo de
EHQSHCSES el contenido de una de esas bayas, un contenido
que aumentaría considerablemente para garantizar la muerte de
ese cabrón.
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relámpagos. Cada uno colocó muy cerca de la nariz de su
víctima una pócima, es decir, una baya abierta con material
somnífero en el interior. Los tres romanos se marearon al
instante y no tardaron en caer desplomados. Anochecía y
varios transeúntes observaron la escena. Se disiparon entre las
sombras. Nadie se quiere ver metido en líos con hombres del
futuro. No tardó en llegar el Idiota Listo montado en su
camello. Paró y recogió los cuerpos durmientes de los romanos
y el camello aprovechó la ocasión para cagar a gusto. Tres
suculentas boñigas. El camello no se sintió más liviano tras la
evacuación, pues los tres hombres del futuro pesaban lo suyo.
Jesús, Grieta Gris y el Mono Oriental (con su mono al hombro,
por supuesto) desaparecieron a toda prisa entre las calles.
Entrada bien la noche se volvieron a encontrar en el lupanar.
El camello dormía. El Idiota Listo había atado los cuerpos de
los romanos, que comenzaban a despertarse lentamente. En lo
que la Puta Negra llamaba el ágora. La plaza central vertedero
que vertebraba el lupanar. Llegaron jadeando Jesús, Grieta
Gris y el Mono Oriental. El mono se subió al camello y se
durmió en un abrir y cerrar de ojos. De postal. Jesús, Grieta
Gris y el Mono Oriental se despojaron de sus ropajes de
comerciantes. Quedáronse desnudos. El Idiota Listo les miró
mal y escupió hacia los romanos. Justo en el momento en que
un romano bostezó, el escupitajo entró. Menuda puntería tiene
el azar. El romano se atragantó y tosió. Siguieron
convulsiones. Las sacudidas despertaron a sus compañeros.
Efecto dominó.
A Jesús de Nazaret se le hacía la boca agua.
Grieta Gris no parecía sentir nada. No obstante les
miraba entre sus greñas sucias como el preso que observa
desde las grietas de una pared de su celda. En realidad no
observa nada sino que imagina.
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El Mono Oriental semisonreía. Echó un vistazo a su
querido mono, daba gusto verlo dormir sobre el camello. Éste
había estirado su cuello sintiendo el cálido fresco del suelo
nocturno. La cabeza del camello no parecía pertenecer al
cuerpo. Yacía como dislocada. El mono usaba la joroba de
almohadón. No cabe duda que de postal.
Las nubes acechaban y Jesús se afanó en encender una
hoguera. Grieta Gris le ayudó, era experta. El Idiota Listo
llevaba una gran piedra en la mano. Ahora, a la luz de la
hoguera, la podemos ver mejor. Le dijo a Jesús:
Bien, yo ya he cumplido con mi parte.
De acuerdo, dijo Jesús.
El Idiota Listo, sin decir una palabra ni cambiar el
gesto, se dirigió severamente hacia la choza que ocupaba la
Puta Negra que en paz descanse. Se oyeron unos ruidos y unos
alaridos y unos golpes secos y agudos. La hoguera crepitó. El
cielo negro absorbió el humo con vehemencia.
Le había reventado la boca a pedradas. La nueva puta,
la sustituta de la Puta Negra, cayó medio muerta y el Idiota
Listo aprovechó el delicioso momento para sacar a relucir su
polla y colársela en la cueva con la cama recién hecha.
Los romanos acabaron de despertarse con los ruidos.
Se preguntaron qué diablos eran esos gritos, de dónde
provenían, dónde estaban ellos. Uno se meó encima. Confió en
que nadie repararía en su debilidad, en su falta de
masculinidad.
Los tres romanos permanecían tumbados. Comenzaron
a serpentear tratando de liberarse de sus ataduras. Sus captores,
de pie, los observaban apaciblemente. No había ningún plan.
Casi nunca había plan. El Mono Oriental y Grieta Gris se
limitarían a obedecer a Jesús. Confiaban en él.
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Jesús, no olvidemos que los tres captores iban
desnudos, se meó encima. No por copiarse del romano, pues
no se había enterado del hecho, se meó porque sí y ya.
Digamos que se dejó mear, dejó que su miembro rociase pis
entre sus piernas raquíticas. El líquido brilló al calor de la
hoguera. Los romanos miraron extrañados. Más que por el
hecho de que se meara, por el minúsculo tamaño de su pene y
la ausencia de huevos tras el matorral. No olvidemos que se
autocastró años ha. Y en aquellas castraciones se
salvaguardaba el pene.
Un grito hizo partir la noche en dos. Su autor, el Idiota
Listo. Había eyaculado. En ese momento, el romano que se
había meado encima, fue más allá y se cagó de miedo. El olor
se propagó rápidamente y pronto el romano cagado se
convirtió en el centro de atención. El camello y el mono,
ambos durmientes, esnifaron ese nuevo olor entre sueños, pero
lo juzgaron inútil y continuaron a lo suyo. El romano cagado
(y meado) se encontraba en el centro. Los otros dos se
apartaron, echándose hacia los lados, como renegando de la
hombría de su compañero. Apareció el Idiota Listo, con un
aspecto más idiota de lo normal, le dio un puntapié al mono, se
subió al camello y se largó. El mono, con cara de muy pocos
amigos, se resignó a dormir en el suelo, entre la basura. Por fin
alguien habló. Uno de los romanos dijo en un perfecto hebreo:
¿Qué queréis de nosotros? Os vais a meter en un buen
lío. Id cavando vuestras fosas.
Nadie replicó. La colita de Jesús dejó de chorrear.
Quedaba claro que ese romano era el Atrevido Orgulloso.
Ve a por un cuchillo, en mi choza, por favor, le dijo
Jesús a Grieta Gris.
En un abrir y cerrar de ojos trajo uno maravilloso.
Jesús no pudo contener una sonrisa. El Mono Oriental dijo: yo
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tengo uno parecido. Jesús volvió a sonreír. En su interior se
dijo: ni de coña, nadie tiene un cuchillo parecido a éste.
A todo esto, nos falta nombrar al otro romano del que
no sabemos nada, aunque sí sabemos de él que no se ha meado
ni cagado ni ha hablado, le llamaremos el No.
Recopilando: el mono del Mono Oriental duerme; las
putas duermen; la puta a la que ha partido la boca el Idiota
Listo está a punto de morir; Grieta Gris, diríamos que
simplemente existe, que no es poco; el Mono Oriental se está
animando a la vista del cuchillo; el Atrevido Orgulloso espera
acontecimientos, el miedo llama a las puertas de su ser pero,
de momento, desoye las llamadas; el No sigue sin ofrecernos
mucha información; Jesús coloca el filo del cuchillo en la base
de la hoguera y el filo absorbe calor y se cree el mismísimo
sol; ah y el Cagado comienza a sentir náuseas, se marea y
pierde el conocimiento.
El cuchillo está listo, se dice Jesús a sí mismo. Se
acerca al romano No y le pregunta:
¿Cómo te llamas?
El romano No dice no con la cabeza porque no
entiende el idioma hebreo. El Atrevido Orgulloso se ofrece
como traductor. Está bien, accede Jesús.
El romano No dice su nombre. Pero Jesús no entiende
y se arrepiente de su pregunta. Se juzga viejo. Yo antes era
más innovador, pensó en su autocrítica. Antes no daba tanta
cancha a las palabras, actuaba, sin más. Antes le hubiera
cortado la mano o un pie sin preguntarle el nombre. Pensó en
que podía hacerlo todavía pero ya no sería lo mismo, ya no
formaría parte de la acción pura sino como producto de un
pensamiento, de un pensamiento viejo y cansado.
Pena.
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Ahora el Cagado vomita y se despierta para no
ahogarse con su vómito. Se sienta. El vómito desciende por su
pecho lentamente. Es un vómito verdaderamente viscoso.
Jesús se encuentra sin fuerzas. La inspiración no llega. Decide:
Vamos a meterlos en una choza. En la que ocupaba mi
madre. Les daremos más somníferos. Mañana será otro día.
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Trabajadora. Pudorosa. Eso de cara al público. Pero su padre
Isaías sabía que escondía algo. Algo oscuro. Por eso la dejó ir
a trabajar al bar con María. Él prefería que sus hijas trabajasen
intramuros, ayudando en tiendas de la ciudad o en granjas,
pero intramuros, en el corazón de Jerusalén. Con la tarea que
tiene María en su bar, no tendrá tiempo para pensar en
tonterías, pensaba Isaías, y así la tengo más cerca de casa. Y la
puedo vigilar mejor. Pero, exactamente, ¿de qué sospechaba
Isaías? ¿Cuáles eran esos aspectos turbios, oscuros, de la
personalidad de su hija pequeña, aparentemente tan buena,
dócil y adaptada a la vida moderna?
El primero en enterarse fue el despojo, obligado
observador empedernido, que casi todo lo veía en el bar, qué
iba a hacer si no. Se fijó en que Isabel miraba fijamente a
algún que otro cliente fijo. Fijo. Al rato, ese cliente marchaba
hacia los retretes. Poco después Isabel se colaba en los retretes
y durante unos minutos ambos permanecían en los retretes.
Retretes. ¿Qué harían allí adentro?
Un día, un buen día, Isabel salió de los retretes, y al
pasar al lado del mueblehijo de María, se limpió la mano en su
cara. Una miscelánea de fluidos y semen y excrementos se
impregnó en la cara del despojo. Isabel se dirigió a la cocina
subrepticiamente y mientras se limpiaba las manos en el
barreño de agua, le dijo a María, con una voz tan dulce como
un cielo rojo de atardecer de un mar lejano horizontal:
Perdona que te diga, María, pero no es la primera vez
que lo veo. Tu hijo se estaba tocando sus partes, y su culo y se
estaba chupando y frotándoselo todo por la cara. Alguna vez le
he limpiado sin decirte nada, pero he de reconocer que me da
un poco de respeto. Perdona que te lo haya dicho, pero creo
que has de saberlo, como buena madre que eres.
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María no daba crédito. ¿Cómo iba a hacer semejante
cosa su hijo? Y, además, ¡si estaba castrado! No debía tener
apetencia sexual. Y luego estaba el dolor, el dichoso dolor. ¡Si
no podía moverse porque el dolor lo atormentaba! ¿Se estaría
curando? ¡Ay si se estuviese curando! ¡Qué alegría! Salió
rápidamente de la cocina. La visión de su cara le detuvo.
Grumos de todos los colores ocres del mundo deslizándose
lentamente como caracoles de tonelada y media en una danza
hipnótica. Asco objetivo. María sintió náuseas. ¿En qué se
había convertido su hijo? ¿En un salvaje? Reanudó la marcha,
cogió un paño de su cinto y limpió el rostro de su hijo con
esmero. El despojo se retorcía de dolor pero no emitió ni un
leve quejido. Sus ojos tristes trataron de explicarse pero su
madre no parecía muy receptiva. Volvió a la cocina a remojar
el paño y regresó a relimpiarle la cara. Más dolor. María se
marchó sin decir nada y su hijo la siguió con la mirada. Asomó
Isabel por la barra y miró al despojo. Cruzaron miradas. Isabel
le sonrió maléficamente. Puta, pensó el despojo.
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pocos que lo hacían. El despojo no devolvió el saludo, como
de costumbre. El dolor le conminaba a faltar a las reglas
básicas de la educación, luego el dolor es más poderoso que la
educación, luego la educación a través del dolor es coercitiva.
La verdad se esconde bajo las tablas de verdad.
En la mente de María la esperanza por la curación de
su hijo luchaba contra el desprecio por su deplorable acción.
No supuesta, pues María no dudaba un ápice de la palabra de
Isabel. Es decir, su hijo, había sentido deseo sexual y lo había
canalizado de ese modo tan asqueroso. Esta misma noche
hablaré con él, se dijo, hablaré lentamente, intentaré que me
entienda, ojalá que todos los dioses se hayan puesto de
acuerdo para curarle, alabados sean. También pensó que la
muerte de su marido había ayudado a la curación de su hijo.
La esperanza fue derrotando al asco de aquel rostro esculpido
por fluidos decadentes y María dejó entrever varias sonrisas
aquella tarde. La esperanza, qué estúpida es. Y qué necesaria.
Ay, Hermano.
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Bueno, pero todo lo que dure, bienvenido será. ¿No
veis lo feliz que estoy? Eso es lo mejor, ser feliz y joven.
Sí, pero se te morirá pronto y no tendrás dinero para
comprarte otro y entonces tendrás mucha pena porque lo
echarás de menos. Por eso digo que igual deberías cuidarlo
mejor.
¿Cómo mejor?
Pues no sé, sacarlo a pasear o algo.
¡Pero si es negro! ¿Es que no lo sabes? La gente se
asusta, no está acostumbrada.
Bah, eso son tonterías, cuando vienen los comerciantes
de Oriente no pasa nada, y allí son de colores raros también.
Además, los hombres del futuro también tienen negros.
¡Lo ves! Claro que tienen negros, pero sobre todo
¡como lamedores de suelo! Ya lo digo yo, si es lo mejor que
hay.
¿Y dónde mean y cagan?
Pues allí mismo, en su jaula. Tampoco hacen mucho.
Están muy bien preparados para no manchar casi nada y para
limpiar mucho. Además, duermen muchísimo. Y reciben por
detrás sin demasiados problemas. Yo lo tengo muy bien
amaestrado. Antes de metérsela por el culo le enseño un
racimo de uva. ¡Uva, nada menos! ¡No cualquier cosa, eh! Y
he de reconocer que la mayoría de las veces se lo doy y le
cierro la jaula. Ha tenido suerte de toparse con un amo tan
bueno como yo. Se lo come bien a gusto, tranquilo en su jaula,
saboreando, ramitas incluidas.
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gigantescos. Vaginas–cíclope. Jesús aceleró el vuelo en
picado. Ya nada le detendría. Las dos membranas de la vagina
se abrían y se cerraban cada vez más aprisa. Va a ser
complicado colarse por ahí, se dijo, pero ya no cabía la marcha
atrás. Velocidad de vértigo. Gravedad exponencial. El
camello–águila había cerrado los ojos, rechazando toda
responsabilidad de aquel vuelo suicida. Tras los párpados de
las vaginas sólo se apreciaba oscuridad, oscuridad absoluta,
diríase tangible. A unos pocos centenares de metros, los pelos
que rodeaban la vagina semejaban árboles gigantescos,
enfurecidos, agitados por una rabiosa energía interna, pues el
valle permanecía en la más absoluta calma verde.
Efectivamente el camello–águila de Jesús de Nazaret se
empotró contra una de las membranas. Era de piedra, piedra
pulimentada, fría piedra pulimentada. La colisión devino
brutal. Jesús se despertó en ese momento. ¡Joder, los
romanos!, se dijo.
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Anda, por favor, trae agua.
Ella obedeció al instante.
Jesús sacó a relucir su cuchillo. Dijo:
Este olor es insoportable. Hay que deshacerse de esa
mierda humana. Quemémoslo.
Huelga decir que se refería al Cagado.
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pedrada en la cabeza lo trastornó. Ocurrió en su infancia.
Varios jóvenes, sumamente envidiosos, se divertían lanzándole
piedras. El tamaño de las piedras aumentaba hasta que esa
última piedra logró su cometido. No lo mataron, pero no
volvieron a verle. O eso se pensaban. Porque Jaspe de Oro, al
acercarse a la ciudad, sintió unas ganas inmensas de violencia,
de venganza. El desierto lo había mecido y adormilado en
demasía. Ahora se iban a enterar. Sin embargo, Jesús lo
utilizaba como mero cebo.
Si matas a EHQSHCSES, te dejaré a Jaspe de Oro
durante una semana. Jaspe de Oro es lo mejor que te puedes
imaginar. Parece creado para ti. Estará en el lupanar, a tu
disposición, le diría a Isabel.
Pero, y siempre hay un pero, como todo día es un buen
día, EHQSHCSES también ostentaba una polla
verdaderamente descomunal. Ni Jesús ni Isabel ni nadie
conocía este dato. Esperemos que, por el bien de Jesús, por el
éxito de sus planes, Isabel no descubra la monumentalidad
fálica de EHQSHCSES.
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saludaba con la mano. El público se calentaba. Mira, por ahí
llega, es como un dios, no, qué digo, es un dios. Un dios
verdadero, un dios hecho hombre. La verdad es que tiene algo
especial. Es un sabio, nos ha traído el bien a esta ciudad,
debemos darle gracias, y enseñar a nuestros hijos sus
lecciones. Es el amor. Menos mal que cada vez se ven más
jóvenes por aquí. Y viejos también. Todos lo queremos.
¿Quién no puede querer a un hombre tan bueno? Sí, es verdad,
es un buen hombre, un gran hombre, es todo amor. Sí, es
verdad, él mismo es el amor. Da gusto oírle. Pssss, calla, que
va a empezar.
En los ajados graderíos de madera estaba sentada
Isabel. Pensaba en Jaspe de Oro. Lo había visto más de una
vez. Y sí, había oído hablar deliciosamente sobre él. Así y así
que transcurrió el discurso.
EHQSHCSES regresaba a casa en un paseo lento y
grave: eso es lo que sabía todo el mundo. Una vez en casa se
masturbaba pensando en sí mismo con forma de mujer: eso ya
era otro cantar. Mostrando su cara más dulce, Isabel solicitaría
a los escoltas acceder a su hogar, con la excusa de entregarle
un regalo. Caso de que le impidiesen el paso, Isabel les
ofrecería algún placer visual. Y es así como, sin necesidad de
enseñarles un pecho o lamerles la oreja, los romanos dejaron
pasar a esa amable y dulce señorita. Eso sí, hubo de revelar el
regalo en cuestión: un ramillete de flores. En él escondía el
veneno proporcionado por Jesús de Nazareth. EHQSHCSES
estaba a punto de quedarse dormido tras la eyaculación, y es
que se estaba haciendo viejo. Sin lugar a dudas. No recibió con
mucho agrado la visita de la jovencita. Ya tenía flores y flores,
todas marchitas, que debía quemar a menudo. Isabel le dijo
muy educadamente, guardando una distancia prudencial:
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Eres un dios y como un dios que eres te amo y te
regalo estas flores en ofrenda a tu divinidad.
Dicho esto, se le abalanzó como una bestia, abrió las
fauces del dios de la comunicación más conocido como
EHQSHCSES y le hizo tragar la baya con la dosis de veneno.
Evitó por todos los medios los gritos que alertasen a los
hombres del futuro metiéndole el puño en la boca. En el
forcejeo EHQSHCSES se quedó desnudo. Su vieja túnica se
deshizo. Isabel reparó en su miembro viril. Portentoso. Éste
también luchaba por la supervivencia de su amo.
EHQSHCSES comenzó a temblequear y a esputar, ya tendido
en el suelo, hasta que un líquido viscoso apareció en su boca y
sus ojos se petrificaron. Un fuerte espasmo final asustó a
Isabel, que ya se disponía a trabajar el miembro de
EHQSHCSES. Sin embargo, nada pudo hacer, jugueteó un
poco con el tubo de carne muerta y se marchó. Se despidió
amablemente de los romanos. A uno de ellos, al que juzgó más
guapo, le dio un beso húmedo en los labios. El romano en
cuestión trató de seguirla pero sus compañeros se lo
impidieron. Alto ahí.
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cabeza. El día del homicidio, digamos mejor magnicidio,
portaba el pelo suelto, unos bellos cabellos rubios, juveniles,
dionisíacos. No la encontrarían. No sintió el más mínimo
remordimiento ni la más mínima preocupación por su futuro.
Una vez se colocó el pañuelo en la cabeza finiquitó el asunto.
El futuro ahora se llamaba Jaspe de Oro. ¿Qué es el presente
sino el futuro ahora? El senado romano se afanó en buscar un
sustituto a EHQSHCSES, un doble.
En su primer discurso dijo:
Buenos días, hermanos, amigos, familia. He estado
varios días fuera de la ciudad, lejos de mi amada Jerusalén. Os
he amado, en la lejanía. Ni un solo momento os he dejado de
amar. He tenido que marchar para visitar a un médico porque
mi voz se estaba deteriorando y no me podía permitir dejaros
de amar. Además, debo vestir estas túnicas y ocultar mi cara,
porque mi piel también se halla enferma. Sin embargo, el amor
todo lo cura, todo lo cura. Así, encontrareis mi voz distinta,
quizá más grave, pero sigo siendo yo, vuestro querido
hermano, vuestro orgulloso amigo y pariente que os ama tal y
como seáis, que os necesita como el comer. Y tras estas
vestiduras, mi amor se os ofrece sin contrapartidas, mis manos
son vuestras y las vuestras son mías, en un perpetuo abrazo
donde el amor todo lo podrá. El amor es poder y el poder es
amor. No hay nada más que hacer que dejarse llevar. Abrazar
al amor. La ciudad, nuestra ciudad, Jerusalén se halla de
enhorabuena, todos sus hijos se aman y se respetan. Cada día
más, cada día son más fuertes esos lazos de amor. Ay, ¡cuánto
os he amado!, hermanos, y ahora que os veo aquí, ¡cuánto os
amo! ¡Más que nunca!
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acostumbrado a la paz del desierto. Fue absorbido por ese
arrebato de lujuria. En algún momento sintió miedo. Pensó que
Isabel le arrancaría un trozo de polla. Mínimo. No entremos en
más detalles y atengámonos ahora a la estampa de los tres
romanos en el ágora del lupanar.
Decíamos que
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pequeño cabrón parece encantarle todo. Los dos romanos que
quedan vivos son, recordemos, el No y el Atrevido Orgulloso.
Ese día, el Atrevido Orgulloso todavía no ha hecho honor a su
mote. En cambio, el No, sí.
Jesús corta un brazo, rápidamente, antes de que se
consuma. Muy sabroso, todos lo juzgan muy pero que muy
sabroso, verdaderamente sabroso, asintiendo con sus cabezas.
Nadie le ha preguntado a los otros dos romanos si
tienen hambre, si quieren un trozo.
Por fin habla alguien. Se trata del Atrevido Orgulloso,
dice en un perfecto hebreo:
Dejadnos marchar, no diremos nada. Si no lo hacéis, si
no dejáis que nos vayamos, pronto vendrán a buscarnos y os
encontrarán.
Jesús replicó con la boca llena. Aunque apenas se le
entendió, dijo lo siguiente:
Una cosa es que vengan a buscaros, a vosotros, y otra
cosa es que nos encuentren, a nosotros.
Al Atrevido Orgulloso se le hizo un nudo en la
garganta.
El No se meó encima. No me jodas, se dijo en sus
adentros. Seguido se miró. No se notaba, pues se encontraban
sentados y mientras no los moviesen de lado no repararían en
su tímida micción. Después miró a los captores: no, no le
habían pillado. Suspiró. Apretó el culo. Se dijo: por todos los
dioses, no, no te cagues.
El Atrevido Orgulloso volvió a la carga:
Te doy mi palabra que nadie se enterará de todo esto.
Si nos dejas marchar ahora, aquí quedará todo. Se acabó.
Habéis ganado.
Jesús tragó ostensiblemente, u ¿ostentosamente?, y
dijo:
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Aquí no hay nada que ganar. Aquí solo se juega por
jugar.
¿Una frase verdaderamente adelantada a su tiempo?
Al Atrevido Orgulloso se le escaparon varias gotas de
pis. ¿También a él? Joder, se dijo. Se miró abajo. Gracias a su
posición sentada. No se notaba nada. Buff, menos mal,
concluyó. Trató de calmarse. Poco podían hacer sino esperar
acontecimientos.
Los captores se relamieron. El cuerpo del Cagado se
iba calcinando y el fuego continuaba su festín. Los buitres
harto enfadados allá arriba. No volaban en círculos sino en
dodecaedros.
El sol parecía contento. Es difícil saber cuándo el sol
está contento, pero cuando lo está, se nota. Digamos pues que
el sol estaba contento. Era un buen día, un gran día.
Los captores bebieron agua. Jesús cogió una pequeña
tinaja y roció a los dos secuestrados. Éstos sacaron sus lenguas
y absorbieron algo. Jesús fue hacia la choza de su madre que
en paz descanse y volvió arrastrando el cuerpo de la puta que
la sustituyó. Un rictus brutal, espantoso, el horror, la
instantánea del horror dibujada en su muerte. Jesús de Nazaret
pensó del Idiota Listo que era una puta mierda de hombre y un
malnacido y se dijo que lo mataría en cuanto lo viera.
El fuego aceptó este nuevo presente encantado. La
nueva puta parecía de piedra, tardó en consumirse. Los buitres
se alejaron dejando tras de sí miradas de odio, aristas de
dodecaedros. Los romanos observaban extrañados. Pero qué
fácil resultaba morir en aquel asqueroso sitio. El romano No
echó un vistazo alrededor. Un grupo de ratas se topó con su
mirada. El mono del Mono Oriental ansiaba probar el nuevo
cuerpo. Gemía y saltaba. Su amo miró a Jesús y éste le
contestó con la cabeza: no. Así que el Mono Oriental cogió a
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su mono, lo bajó al suelo y le arreó una patada en el culo. El
mono, sumiso, marchó por ahí sumido en sus no-reflexiones.
A dar una vuelta. Se fue asomando en las chozas y entró en la
primera en que halló acción. Se masturbó sin ser visto y su
semen llovió en el interior del hogar y entonces fue cuando la
puta y el hombre advirtieron su presencia y el mono escapó a
toda prisa. Luego se subió en un techo a descansar un rato.
Desde allí vio acercarse al Idiota Listo con su camello.
Alguien venía con él, mejor dicho, con ellos.
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defendiéndose. No dijo nada. El camello se llevó alguna que
otra puñalada también. El Hombre Más Oscuro Del Mundo se
tiró a tierra y se separó unos metros. Quedóse tranquilo cuando
vio que con él no iba la cosa. Finalmente el Idiota Listo cayó
al suelo y Jesús lo cosió a puñaladas como un perturbado
absoluto. Miró al camello y le dio pena pero sintió que no
podía parar de apuñalar y le reventó la cara y el cuello.
Finalmente se ensañó con la joroba. Ambos, hombre y
camello, Idiota Listo y camello, murieron pronto. Los buitres
volvieron y esta vez sí aterrizaron. A pequeños saltos se
acercaron a los nuevos fiambres. Sobre todo al camello. Ni por
lo más remoto cabía la posibilidad en sus mentes no
simbólicas de que alguien o algo les arrebatase aquel manjar.
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Me gustaría hablar contigo un momento, es muy
importante, le dijo el Hombre Más Oscuro Del Mundo al
Mono Oriental, mientras pensaba en lo duro que se le haría el
camino de vuelta, sin camello, caminando hasta la ciudad.
Echó un vistazo al cielo. Se estaba poblando de nubes.
Alabados sean los dioses.
El Mono Oriental pidió permiso a Jesús para retirarse a
negociar. Estaba claro que ese cabrón venía a negociar. El
Hombre Más Oscuro Del Mundo no habría ido hasta el lupanar
simplemente para hablar naderías. Algo muy gordo se debía
traer entre manos. Jesús dijo:
Id a esa choza, no hay nadie. Señaló la choza de su
madre, nuevamente desocupada.
Mirando al cielo, se dijo Jesús: El lupanar tiene las
horas contadas. No, no sobreviviría sin los alimentos que
proporcionaba el Idiota Listo. Sin embargo no se arrepintió un
ápice de su homicidio. Debía hacerlo, sin más, y así lo hizo, se
dijo a sí mismo. Quizá esto que se dijo implique alguna pizca
de arrepentimiento. Ese trabajo lo dejamos en manos de los
psicólogos. O de los etólogos.
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Para excusar a su ayudante, añadió la siguiente
mentira:
Me parece que me comentó algo el otro día, pero
tenemos tanto trabajo que se me olvidan las cosas, ya
perdonarás, Isaías. ¿Te sirvo una cerveza?
No, contestó y se marchó.
No había mucha gente en el bar. Al poco rato la madre
del despojo se acercó a su hijo y le dio de beber. Gracias,
pensó el despojo. El bar se llenó enseguida y María poco
tiempo tuvo para pensar en Isabel.
Al día siguiente tampoco acudió.
Algo había ocurrido. Esto no es normal, se dijo María.
Si no aparece pronto, tendré que buscarme a otra, pero ¿a
quién?
A los pocos días, una mañana apareció Isaías en el bar
y la madre del despojo se acercó rápidamente a preguntarle por
su hija pequeña Isabel.
El padre contestó lacónica y gravemente:
No sabemos nada.
Es como si supiese que ese no saber nada se
convertiría en definitivo saber. Como si el no saber nada en
aquel preciso momento diese por zanjada la historia de su hija
pequeña. Su no saber nada era un adiós y no un hasta luego.
Siempre le rondó por la cabeza aquello. Un día se iría, sin más.
Era oscura, demasiado oscura. Y efectivamente lo hizo, se
perdió en la noche del tiempo.
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movimiento de su boca. La madre le acarició suavemente el
pelo hasta que se quedó dormida. El despojo recordó las
palabras de Jesús: sé que un día nos matarás a todos. ¿Cómo
iba a hacer él semejante cosa? Si apenas podía hablar sin sufrir
el horror del dolor. ¿Qué sentirán al matar? Y, sobre todo,
¿para qué matarán? ¿Qué les importará a ellos lo que cada
quien haga? En cambio, volvió su recuerdo hacia su padre.
Debió ser un mal hombre, un hombre muy malo, estoy seguro,
por tanto, mereció un castigo. ¿Por qué no matar a los hombres
malos? Sí, hay que matarlos. ¿Y quién los debe matar?
Cualquier persona. Pero ¿cualquier persona a la que haya
ofendido vilmente? o ¿cualquier cualquier persona? Siguió
haciéndose preguntas hasta que se quedó dormido.
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Grieta Gris se sumergía en la negra charca tanto como
en el negro cielo. Ella conformaba el horizonte. Alguien
observaba. Ella lo sabía, desde que llegó. Cuando saliese de la
charca ese alguien se le acercaría y la penetraría. Después ella
dormiría bajo una palmera y él regresaría a la charca, de la que
sobresaldrían sus ojos de rana. Hábito.
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le hacía mucho bien. Los días que asistía a la plaza de la
oración llegaba con otro talante. Más amable, más dispuesta.
Incluso parecía que trabajase algo más rápido. Bien, pensó
María. Gracias.
La nueva ayudante se llamaba Salomé. La actitud de
Salomé frente el despojo era la generalizada: absoluta
indiferencia. La madre del despojo había sido escueta: aquél
de allá es mi hijo, está enfermo, siempre ha estado enfermo,
desde que nació. Salomé dijo:
Ah.
Los días que regresaba pletórica tras la oración del
profeta, como ella lo llamaba, mostraba la misma y absoluta
indiferencia frente al despojo.
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Ah, dijo el Mono Oriental y acarició a su mono.
¿Y lo conocías de antes?, preguntó el Mono Oriental.
Si conocía ¿a quién?, repreguntó el Hombre Más
Oscuro Del Mundo.
Al comerciante rico, al que compra el mono.
Pues no, no lo conocía.
¿Y cómo ha llegado hasta tu persona? ¿Me vio actuar
alguna vez en el teatro?
Sí, claro, mintió torpemente el Hombre Más Oscuro
Del Mundo.
Ah, dijo el Mono Oriental.
Antes del anochecer tendrás tu dinero, prometió el
Hombre Más Oscuro Del Mundo. No te des mal. Confía en mi
palabra. No he venido hasta aquí por nada. Es mucho dinero.
Está bien, dijo el Mono Oriental con un hilo de voz.
Un arrepentido hilo de voz.
El Hombre Más Oscuro Del Mundo le miró
detenidamente a los ojos y le dijo muy serio:
Ya no hay vuelta atrás.
No obtuvo respuesta. Siguieron caminando. El silencio
molestaba al Hombre Más Oscuro Del Mundo. Aceleró el paso
pese a que se puso a posarse en sus posaderas el cansancio.
Cuanto antes, vamos, cuanto antes, vamos, se decía, o este
cabrón se me va a echar atrás, cuanto antes, vamos, vamos.
No pasaron más de tres o cuatro nubes por el
firmamento cuando el Mono Oriental se abalanzó sobre el
Hombre Más Oscuro Del Mundo. Ambos rodaron por el suelo.
El mono los miró con estupefacción. El Mono Oriental cogió
tierra con ambas manos y se la metió en la boca a su
contrincante. El mono se enfureció, porque su amo era su amo,
y comenzó a arrancar a mordiscos las orejas del Hombre Más
Oscuro Del Mundo. Éste ya se estaba asfixiando. El Mono
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Oriental le hizo tragar varios puñados más de tierra y adiós. La
condición física del Hombre Más Oscuro Del Mundo era
penosa.
Los buitres no tardaron en aparecer. El Mono Oriental
dudó si regresar al lupanar o seguir hacia la ciudad. Optó por
esto último. Curioseó en los bolsillos del Hombre Más Oscuro
Del Mundo. Unas cuantas monedas de poco valor. Mejor que
nada. Camino a Jerusalén el mono canturreaba. No se
detuvieron en la ciudad sino que continuaron hacia el Este.
Buen viaje.
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mano a la choza. Otras putas se recogieron, incluida la Ojos de
Tigre. Las ratas se dispersaron entre los escombros.
El romano No giraba su cuello y observaba a los
buitres. Se habían teñido de rojo. Uno estuvo a punto de
asfixiarse, pues había incrustado su cabeza y su cuello entre
las costillas del camello y no encontraba la salida. Jesús de
Nazaret empuñó su cuchillo. Se acercó a los romanos y les
libró de sus ataduras. El Atrevido Orgulloso sonrió creyéndose
libre. El romano No no.
No dura mucho la alegría en casa del romano recién
liberado de sus ataduras en el ágora de un lupanar venido a
vertedero a las afueras de Jerusalén. Jesús le clavó una
puñalada en la boca al romano Atrevido Orgulloso. Con tal
poderío que le costó recuperar su cuchillo. El Atrevido
Orgulloso perdió el conocimiento. Su corazón todavía latía. El
romano No ahora sí se cagó encima. Las narices de Jesús
aletearon. Ya se ha cagado éste, se dijo. El romano No pensó
en echar a correr. Tenía muy buena forma física. Su captor-
pellejo jamás lo alcanzaría. Así que en unos pocos segundos
había desaparecido de la escena. No eligió la dirección
correcta. Por allí no se va Jerusalén, gilipollas, pensó Jesús.
El romano Atrevido Orgulloso dejó de respirar.
Se sentó Jesús, extremadamente cansado y se durmió
al poco rato. Soñó que se encontraba en un desierto vastísimo
buscando algo pero no sabía el qué. Y continuamente estaba a
punto de encontrarlo justo cuando olvidaba lo que buscaba.
Aquí, en las afueras del sueño de Jesús, podemos
interpretarlo de la siguiente forma: ¿En qué momento olvidaba
lo que buscaba? En el momento en que dejaba de buscar. Por
tanto, ¿qué buscaba? Nada. Simplemente buscaba.
Se sentía solo. De eso no cabe la menor duda.
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Pero al día siguiente se despertó radiante, como de
costumbre. Y las nueces ayudan, vaya que si ayudan. Entre la
bruma el lupanar guardaba secreto de todo lo acontecido la
víspera. Las muertes de la puta sustituta de la Puta Negra, del
romano Cagado, del Idiota Listo y del Atrevido Orgulloso.
Casi nada. Y un poco más abajo, el esqueleto del Hombre Más
Oscuro del Mundo. Un esqueleto de lo más normal, por cierto.
Bebió abundante agua y bajó hacia la ciudad. Paró en
el bar de la madre del despojo. Entró y pidió una cerveza. Sacó
de su faltriquera unas cuantas monedas. Las dejó encima de la
barra, esparcidas para facilitar su cuenta. Dijo:
Con esto será suficiente, ¿estamos en paz?
La madre del despojo le respondió que sí con una
sonrisa amable y enseguida le sirvió.
Jesús bebió uno de sus famosos largos tragos, elevó
sus brazos y declamó:
Se avecina el fin. El día de la Acción. El Brazo
Armado os saluda.
Vació su jarra y se largó.
La nueva ayudante, Salomé, miró extrañada a su jefa
la madre del despojo. Ésta le contestó que no se preocupase
que era así siempre pero que en general era inofensivo. Todo
esto se lo dijo con una mirada. De esas miradas tan henchidas
de contenido moral sólo son capaces las madres.
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Llegaron al lupanar sin hablar una sola palabra.
Bebieron agua de una jarra. Jaspe de Oro meó sobre sus manos
y se frotó la cara y la nuca. Grieta Gris hizo lo propio. El ágora
se encontraba en calma. La ausencia de humanos otorga calma
al mundo. Emergían esporádicos gritos de placer. Como
esporas. Los recién llegados hallaron a Jesús de Nazaret en su
choza. Se encontraba mezclando potingues y llenando con
sumo cuidado montones de cáscaras de bayas y nueces. Y
Jesús dijo:
Pastillas para ser animal. Pastillas para ser romano.
Tengo de todo. Pastillas del sueño. Del placer. Del no sueño.
Pastillas para el cansancio. De todo. Soy un puto dios. Esos
cabrones no se dan cuenta.
Jaspe de Oro se quitó el cinto y su miembro hizo acto
de presencia. Dijo:
No puedo más. Córtamelo ahora mismo. Aquí tienes
todos tus utensilios. Por favor, Jesús. Cuanto antes.
¿Por qué?, preguntó Jesús, que no era mucho de
preguntas.
Porque mi polla mea mucho y eso me da mucha sed.
No puedo soportar tanta sed. Y la culpa es suya, añadió
señalándose ahí abajo.
Está bien. Calentaré agua en el horno. Vas a necesitar
tomarte una de mis nueces. Para el dolor.
De acuerdo, dijo Jaspe de Oro.
Grieta Gris no dijo nada. Miraba al suelo. Se la traía
floja todo. Deberíamos dibujar interrogantes en la frase
anterior.
Esaú, esto sólo lo he hecho un par de veces. Las dos
salió mal. Quiero decir que los dos murieron. ¿Entiendes lo
que te quiero decir?
Claro que lo entiendo.
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¿Entonces?
Entonces adelante.
De acuerdo, adelante.
Jesús le ofreció una nuez. Jaspe de Oro se la vació en
la boca. Sabía muy ácido. Demasiado. No pudo soportar el
amargor y salió de la choza en busca de agua. Volvió
enseguida.
Nos tienes que ayudar, le dijo Jesús de Nazareth a
Grieta Gris.
Ella levantó la cabeza dispuesta.
Tendrás que parar la sangre. Te meterás el trozo que le
quede de la polla en tu boca y te beberás la sangre hasta que
pare de salir. La sangre es muy buena, te hará bien.
Grieta Gris no dijo nada pero parecía no estar en
desacuerdo.
Corta hasta el tope, cuanta menos polla me quede
menos mearé, insistió Jaspe de Oro.
Sí, claro, repuso Jesús de Nazaret y pensó: sí, lo que tú
digas, pero el que controla el asunto aquí soy yo.
Siéntate, le dijo Jesús.
Estira las piernas.
Ahora abre las piernas.
Bien, voy a estirarte el rabo todo lo que pueda para
meter el tajo al ras del cuerpo.
Aguanta aquí, le dijo a Grieta Gris. Se refería a la
punta del pene, para mantenerla tensa.
Estira más, insistió Jesús, tengo miedo de cortar los
huevos con el tajo, de llevarme los huevos por delante.
Tengo los huevos muy pequeños, apuntó Jaspe de Oro.
O la polla muy grande, pensó Jesús.
Está bien. Quieto ahora, voy a proceder. Contaré tres.
Una, dos y
106
Ah, acuérdate, eh, reiteró a Grieta Gris, en que dé el
corte, te amorras. Tengo entendido que el interior de una mujer
es bueno para el exterior de un hombre. Por eso salen las crías.
Seguro que tu boca le hace bien a la herida. Ahora sí. Vuelvo a
contar tres. Una, dos y
Estás seguro, ¿no?, le preguntó a Jaspe de Oro.
Sí, dijo éste indiferente, ya bajo los efectos de la
pócima.
Está bien. Vamos pues con ello. Contaré tres. Una, dos
y
107
23
108
A la salida de la choza le esperaba la puta Ojos de
Tigre. Su mirada exponía una duda sobre el futuro del lupanar.
Jesús dijo:
No te preocupes, no os preocupéis. Yo me encargaré
de todo. Tranquiliza al resto. Ahora tengo que irme.
Y así lo vio desaparecer la Ojos de Tigre, cuchillo en
mano, medio corriendo, medio saltando, a veces andando.
Ojos de Tigre sonrió. Quería a ese hombre, era bueno. Bien
podría ser su hijo. Como si lo fuera.
109
Algún otro cabrón habría sustituido al Hombre Más
Oscuro Del Mundo. Hay demasiada gente, cada vez más. Las
plagas de Egipto crearon las ciudades. Y Jerusalén debía ser de
las pequeñas… Jesús reflexionaba. Suicidios, castraciones y
abortos. Estaba a punto de salir de la ciudad, por el ala Este.
Sumido en sus sumideros mentales. Se detuvo. Sintió su
corazón bajo su costillar con la lengua fuera. Pidió agua en una
plazoleta. Un tendero disponía de varias tinajas.
¿Qué me das a cambio?, dijo el tendero.
Suicidios, castraciones, abortos, dijo Jesús.
Vete de aquí, hijo puta, dijo el tendero.
Jesús se acercó a una tinaja reptilmente y metió la
cabeza. Oh, se dijo.
Se sacudió como un perro e intercambió una larga
mirada con el tendero. Jesús se despidió diciendo:
Luego pasaré por aquí. A darte las eternas buenas
noches. Espero verte porque te voy a matar, cabrón de mierda.
El tendero no dijo nada. Mejor que se largara ese
hombre corrupto. ¡Gusano!, espetó cuando lo perdió de vista.
Llegó a un promontorio de la zona Norte de Jerusalén.
Al famoso promontorio de los crucifijos. Un pedregal. Allí
tenían lugar las crucifixiones. Unas cuantas decenas de palos
erguidos en forma de cruz. Otras cuantas decenas de buitres
presidiendo desde el Olimpo. Sólo tres crucifijos estaban
ocupados por personas. En la mayoría posaban buitres. Poca
gente. Algún viejo paseando bajo la atenta mirada de los
buitres. Romanos tranquilos, hablando de sus cosas. Ya se
sabe, otro mundo.
Vaya, vaya, lo que tenemos aquí, hace mucho que no
paraba por estos lares, se dijo Jesús. El sitio le pareció
fabuloso, digno de una epopeya. En un flash vio el lupanar con
un crucifijo gigantesco presidiendo el ágora. Se acercó a los
110
tres crucificados mirando de soslayo a los romanos. Éstos
pasaron de él. No les debió resultar peligroso, o simplemente,
no les debió resultar. Miró hacia arriba. Los palos eran muy
altos. Sabía que los traían en barco, de la costa Norte, donde
había magníficos bosques. Menudos árboles, se dijo. Los tres
rostros miraban hacia el suelo. El rostro del centro era el único
que tenía los ojos abiertos. De su boca caían hermosas gotas de
sangre dando vida a un charquito sobre una enorme piedra
plana. El goteo salpicaba y en la piedra se formaba arte
abstracto digno de Jackson Pollock. La muerte también
produce acción. Jesús se acordó de Jaspe de Oro. A saber si
estaría muerto. Metió un dedo en el charquito de sangre y se lo
chupó. Buahgh. De repente escuchó un susurro, un grave
susurro. Un crucificado había abierto los ojos. El de la
izquierda. Pedía auxilio. Jesús le mostró las palmas de las
manos. ¿Qué podía hacer desde allí abajo?
Soy yo, consiguió decir el crucificado.
¿Cómo? ¿Te conozco?, contestó Jesús sorprendido.
Soy yo, repitió el crucificado entre un estertor.
Jesús se encogió de hombros y no dijo nada más.
Llegó un buitre y se puso a picotear en su vientre. Pronto
vinieron más. Y más. Cayó un racimo de tripas al suelo. Jesús
se apartó pues no estaba invitado a la mesa. El crucificado no
tardó en cerrar sus ojos para siempre. Las plañideras
descienden de los buitres. Jesús dio un repaso a los rostros. El
rostro central ya no goteaba siquiera. El rostro lateral derecho
seguía igual. Nada que hacer, se dijo y se marchó.
111
dioses, la solución. La solución final. Ese carro ya era suyo.
Fue a coger su cuchillo a su choza. Solamente estaba Jaspe de
Oro, bien dormido, bien muerto. Enseguida se enteraría. Ni
rastro de Grieta Gris. Jesús entró en la choza que señalaba el
carro aparcado.
La puta y el hombre fornicaban amorosamente. Sin
mediar palabra Jesús acuchilló al hombre por la espalda, en la
nuca y probó también en la cabeza pero el cráneo resultó
demasiado duro para el cuchillo. La puta en cuestión era la
Ojos de Tigre. Se echó a un lado. El hombre murió al instante
porque Jesús no paraba de clavar. Arrastró el cadáver fuera de
la choza, lo subió en el carro y lo dejó a las afueras del lupanar
para los buitres. Ese carro ya estaba dando buenos resultados.
Sí, muy buena idea, había sido muy buena idea.
Inconvenientes: pesaba mucho, demasiada madera para él.
Debía buscar un hombre muy fuerte. Repasó mentalmente sus
soldados. Ninguno serviría.
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Bueno, pero de cómo estabas antes a cómo estás ahora,
hay una diferencia, ¿no?, estarás feliz, dijo Jesús.
Sí, no está mal, dijo el despojo.
¿Cómo que no está mal? Si lo sé no te doy la nuez.
Desagradecido. Mi nuez te ha hecho más que cualquier
médico, más que nada en el mundo.
Bueno, sí, en cierto modo.
¿Cómo que en cierto modo?
Pues sí, en cierto modo, porque estás soñando. Sólo
estoy andando en tus sueños. No te pases. A veces también
ando en mis sueños.
Vaya, entiendo, dijo Jesús.
Pero tampoco nos vamos a poner tristes ahora.
Sigamos andando, por favor, me hace ilusión, dijo el despojo.
Está bien. ¿A dónde quieres ir?
Quiero ir a ver los crucifijos.
¿Los de allá arriba? ¿Los del promontorio?
Sí.
¿Andando?, preguntó Jesús.
No, montemos un par de buitres, dijo el despojo.
Pero, montar de pilotar, ¿no?
Claro, joder, no nos los vamos a follar, encima, dos
castrados como tú y yo. ¿Es que alguna vez tienes ganas de
fornicar?, preguntó el despojo.
No, no, dijo Jesús quedamente. ¿Has montado alguna
vez en camellos–águila?, propuso el de Nazaret.
¿Cómo dices?
Camellos–águila, repitió Jesús.
Joder, no, no y no, no he montado nunca más que una
silla, ya lo sabes.
Bueno pero estamos soñando. Tú lo has dicho,
aprovechemos el momento. Podemos hacer lo que queramos.
114
No, perdona, estás soñando tú. Tú elegirás dónde
montaremos al final. O si no montamos. Es cosa tuya. No sé
para qué te contesto. Ah, sí claro, no soy yo quien contesto,
porque es tu sueño, en realidad tú contestas por mí. Deja de
utilizarme por favor. Devuélveme a casa.
No, de eso nada. Sin duda elijo camellos–águila. Mira,
aquí vienen dos. Vamos. Subamos.
No, yo no voy. Ve tú solo.
Nada de eso, tú vienes conmigo.
No, ahora no. Ya no.
¿Por qué?
Porque has de ir solo.
¿A dónde?
Al promontorio de los crucifijos.
¿Por qué?
Pronto lo sabrás.
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los romanos? ¿Cómo? Alguno de la ciudad se habrá chivado,
algún cliente del lupanar, se dijo Jesús.
116
la frase que le sigue. Ruego me disculpen, señores superiores
de la sabiduría literaria). A lo que estamos.
Decíamos que un agricultor le cogió el cuchillo a
Jesús, huelga decir que sin pedirle permiso, y dibujó un
cuadrado en un vientre romano. Introdujo sus poderosos
antebrazos y le sacó las tripas. Las colocó encima de la barra y
se las metió en la boca al otro romano, quien murió asfixiado y
pataleando como un poseso. El agricultor sonreía. Pensaba:
este idiota se cree que está en una carrera pero no encuentra el
suelo. La madre del despojo y su ayudante miraban desde la
cocina aterradas. Abrían sus bocas como si por las bocas
fueran a ver más pero las bocas no son ojos aunque todo esté
conectado. Los presentes se fueron marchando en silencio.
Algunos lloraban. Eran conscientes de encontrarse en peligro.
Tres romanos asesinados. Nada más y nada menos. Los tres.
María madre del despojo pensó que le quemarían el bar con
ella y su hijo adentro. El despojo no daba crédito. Todo había
ocurrido en un par de minutos.
117
Jesús miró a Agricultor Asesino como al Dios de los
dioses. Le dijo:
Yo puedo disponer de unos quince hombres. En un par
de días.
Bien, nosotros juntaremos un centenar para entonces,
dijo Agricultor Asesino.
Ya no quedaba nadie en el bar excepto los tres
agricultores, entre ellos el destacado Agricultor Asesino, Jesús
de Nazaret, el despojo, la madre del despojo y Salomé.
Me parece que éste es demasiado optimista, se dijo
Jesús. ¡Un centenar de hombres! Seguidamente se acordó del
carro. Dijo:
Tengo un carro ahí afuera. Había pensado en Cabeza
de Vaca, nos podría ayudar para transportar armas, y hombres,
y lo que sea, muertos, agua…
Jesús ya había olvidado el lupanar, ahora sólo existía
la batalla contra los romanos. Se encontraba muy excitado,
sobre todo ante el descubrimiento, ante la epifanía de
Agricultor Asesino.
Tenemos que buscar un lugar seguro, dijo Agricultor
Asesino.
Jesús respondió en un flash, ungido por la inspiración,
volviendo a su vida, a su mundo:
Ahora no hay lugar más seguro que el lupanar.
Además es un lugar abierto al desierto. Y el oasis no está muy
lejos. No creo que vuelvan los romanos allá. Y los clientes, sin
putas, menos.
Estamos de acuerdo, dijo Agricultor Asesino. Bien.
Ordenó a sus dos compañeros ir en busca de Cabeza
de Vaca. Andará labrando las tierras.
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Cabeza de Vaca llevará a las dos mujeres y a la mierda
aquella (se refería al despojo) al lupanar, dijo Agricultor
Asesino. ¿Cabrán los tres en el carro?, preguntó a Jesús.
Sí.
Bien, dijo Agricultor Asesino. Esto marcha. Vosotras
os encargaréis de que no nos falte agua y alimento, añadió
dirigiendo hacia ellas su sangriento dedo índice.
Pero, interrumpió Jesús, allí no hay nada. Sólo unas
cuantas tinajas de agua, nueces, materiales para pócimas,
adormideras, veneno, poco más.
De acuerdo, dijo gravemente Agricultor Asesino. Bien,
pues el primer viaje será para llevar a estas tres mierdas
romanas. Vosotras los trocearéis y cocinaréis en el fuego. Con
ellos iremos tirando. Y como pronto mataremos más, pues nos
alimentaremos de romanos, mucho mejor.
Jesús miró a Agricultor Asesino como una adolescente
miraría a una estrella del pop a solas en su cuarto. Válganos el
símil de un modo superficial, porque y sin embargo, en la
realidad, la estrella del pop surge del póster y comienza a
desnudarse. Sonríe. Despacio. Huele bien. Es lo más. Pero
ahondemos en la escena, ya que estamos: cuando la estrella del
pop se baja la bragueta, la adolescente se tira por la ventana.
Un séptimo piso. La estrella del pop se asoma y ve a la
adolescente estampada en la acera. Otra vez será, se dice, y
regresa a su póster. Llegan los inspectores de policía y revisan
los diarios de la adolescente, pero no reparan en la sonrisa
socarrona del cabrón del póster. Distraídamente, dice uno de
los inspectores: mi hija también tiene a ese marica colgado en
la habitación, no sé qué le verán. ¿Ah sí?, piensa la estrella del
pop desde su póster, ahora voy a por tu hija, y espero que
viváis en los últimos pisos de un rascacielos.
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Volvamos al bar. María y Salomé observaban cada vez
más asustadas tras la barra. Madre e hijo despojo
intercambiaron miradas de amor. Madre se acercó a su lado
enseguida, le abrazó casi sin tocarle para evitar el dolor. Trató
de tranquilizarle y, de paso, de tranquilizarse ella.
Horas después todo se ponía en marcha. Llegaron los
dos agricultores junto con Cabeza de Vaca. La verdad es que
era un hombre muy muy fuerte, con un cuello portentoso, algo
jorobado, pero mejor, así se empotraba contra el carro y
empujaba con todo su cuerpo. Carro y hombre formarían un
todo, un uno. Para tirar del carro se necesitan brazos poderosos
y Cabeza de Vaca los tenía. Vaya si los tenía. Podríamos decir
que Cabeza de Vaca no era otra cosa que brazos poderosos y
torso macizo. Buena idea lo de Cabeza de Vaca, a mí no se me
habría ocurrido, pensó Agricultor Asesino. Mejor. Porque todo
el mundo no sirve para matar.
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121
Por supuesto que no olvidamos el viaje del despojo
desde el bar hasta el lupanar. Imagínense lo que sufrió. Su
madre lo abrazaba, sentada en la carreta. Cabeza de Vaca era
una auténtica bestia. Cómo tiraba. En más de una ocasión
estuvieron a punto de volcar. Volaban. Gracias a los dioses
que el despojo perdió el conocimiento. Salomé pensó en más
de una ocasión tirarse en marcha. Tranquila, tranquila, se
decía, encontrarás un momento mejor para escapar. La madre
del despojo lloraba desconsoladamente. Una vez en destino,
Cabeza de Vaca volcó el carro y los dejó tirados en el ágora,
como si fuesen troncos. Aunque el despojo se podría asimilar
con un tronco, dicho sea de paso. Lo que queremos apuntar es
que Cabeza de Vaca no los trataba como humanos. Y la
pregunta que sigue: ¿se trataba él a sí mismo como humano?
Sin descansar un segundo, empotró su cabeza en el carro y de
vuelta a la ciudad. Turno de los tres cadáveres romanos.
Agricultor Asesino, junto con los otros dos agricultores, y
Jesús de Nazaret, cada cual por su lado, se encargaban de
llamar a filas.
Desastre absoluto.
En el oasis no había nadie.
En los campos allende los caravasares se corrió la voz
rápido, pero poco más. En dos días, de los ciento quince
soldados soñados, cien por parte de Agricultor Asesino y
quince por parte de Jesús de Nazaret, se había congregado en
el lupanar la excitante cifra de cuatro, o cinco si incluimos a
Cabeza de Vaca. Sólo ellos.
Nadie había echado de menos a Salomé. Ni mucho
menos la culpaban de nada. Es joven, e idiota, es normal que
se haya fugado. Ser joven y ser idiota suelen ir de la mano,
dicho sea de paso.
122
En el tercer día de vida del lupanar como
acuartelamiento, Agricultor Asesino dijo:
Tengo hambre, nos podíamos comer a la mierda de
allá. Total, no sirve para nada.
En efecto, se refería al despojo. Su madre no lo oyó.
Lo estaba acariciando en la choza. Se encontraba tumbado
sobre unas pajas. Su madre le había susurrado que se mease y
se cagase encima, que no pasaba nada, que ella se lo limpiaría.
Además, con la peste que presidía el lupanar, a nadie
molestaría.
Jesús dijo:
Un momento, ahora vengo.
Regresó con bayas. Las repartió. Dijo:
Esto es muy bueno, quita el hambre y da muchas
energías. Chupadlo bien por dentro.
En el ágora se reunían los cinco hombres.
Jesús se sinceró:
Pensaba que podría disponer de unos cuantos hombres,
pero mis hombres andan por allí por el desierto, medio
muertos, y la verdad es que es mejor dejarlos donde están.
Hace tiempo les prometí una vida nueva, una vida mejor, días
de acción, un subir a los cielos, y en cierto modo, más de uno
cree haberlo conseguido, pero a base de comer bayas y bayas y
perder la cabeza. Poco más puedo decir.
Uno de los agricultores dijo:
Me parece que estamos jodidos.
Otro de los agricultores dijo:
Pienso igual.
Cabeza de Vaca no dijo nada. Estaba de acuerdo con
comerse al despojo. Ahí se quedó, pensando en comérselo, no
siguió la conversación.
Agricultor Asesino dijo:
123
Ya se habrán comido los buitres a las putas. Las
habrán crucificado, casi seguro. Ya no quedará nada de ellas.
Otros pasarán por los crucifijos del promontorio. Se nos están
cargando poco a poco. No hay duda. La ciudad, los campos,
con todo arrasarán esos mierdas.
Ni las bayas nos animan, pensó Jesús.
Pronto vendrán aquí y nos harán trizas, dijo uno de los
agricultores al que ya podemos llamar Agricultor Pesimista.
Sí, pronto vendrán, confirmó el otro agricultor al que
podemos llamar Agricultor Pesimista Reiterativo o Agricultor
Pesimista Pésimo o Agricultor PII, para abreviar.
Hombre, ratas no faltan por aquí, dijo Jesús tratando
de animar el cotarro.
Poco jugo dan las ratas, repuso Agricultor Pesimista.
Asintió gravemente con la cabeza Agricultor PII.
La madre del despojo asomó la cabeza. Allí estaban
los hombres. ¿Qué hablarían? Los contempló con ojos de
fuego. ¡Indeseables!, increpó desde sus adentros, me han
destrozado la vida, mi casa, mi bar, ¡y van a matar a mi hijo en
dos días!, ¡nos moriremos de hambre!, ¡de sed!, ¡de pena!
Jesús la vio. Recordó que guardaba el cráneo de su
marido por ahí. Pero se dijo que no le haría mucha gracia
recibirlo en ese momento. Aunque a saber. Igual sí. Dudó en
dárselo. No, ahora no. Ahora tenemos que salir adelante,
tenemos que pensar algo. Atacar, sí, ¡atacar!, se dijo, animado
por el efecto de su pócima.
Y lo hizo saber:
¡Ataquemos!, matemos a algún otro romano. Y nos los
comeremos aquí. ¡Vamos a por ellos!
Sí, confirmó Agricultor Asesino. ¡Eso es!
Eso es, reconfirmó Agricultor Pesimista bajo los
efectos de la droga.
124
¡Vamos!, insistió Agricultor PII.
Cabeza de Vaca nada dijo y se dirigió hacia el carro.
Os llevo a todos. Vamos, ¡montad!
Apenas había sitio en el carro para los cuatro: los tres
agricultores y Jesús. Sus piernas se enredaban y sus frentes
intercambiaban sudores. Semejaban un amasijo humano.
Cabeza de Vaca hacía saltar chispas de las ruedas de madera
del carro. Parecía que llevase toda la vida tirando de aquel
carro. Definitivo: era una bestia. Un recuerdo para el camello
del Idiota Listo que en paz descanse, verdadero hacedor del
camino que comunicaba el lupanar con la ciudad.
Llegaron al barrio de los caravasares. Poco ambiente
para tanta amplitud de llanura. Hilos de humo ascendían
lentamente hacia el cielo. Un manojo de tenderos, camellos,
chozas. Más de lo mismo. Frutos y baratijas. Más abajo estaba
el bar. Mas ¿vacío? No se acercaron mucho por si acaso.
Nadie tomó el mando del grupo. Simplemente se
sentaron en el suelo allí en el centro de ningún sitio. Sin
formar corro, esparcidos, como el lamentable ejército que
formaban.
Jesús preguntó a Cabeza de Vaca:
Tú no estás castrado, ¿no?
No.
Ya me parecía a mí, se dijo.
De repente Cabeza de Vaca habló:
Yo conozco a un romano. A un importante.
El grupo se agrupó. Blanco de todas las miradas
interrogantes, Cabeza de Vaca prosiguió:
Sí, cuando viene a Jerusalén, vienen a casa unos
romanos antes y me dicen que llegará pronto, el día siguiente,
o dentro de dos, o cuando me digan y cuando me lo dicen esos
romanos se van y llega el día que me dijeron a mí o a quien
125
sea de casa y se presenta el romano importante en casa y me
trae siempre regalos y monedas y oro y si no estoy me espera y
siempre viene con muchos romanos que le cuidan mucho y le
tratan bien.
Pese a que se expresaba igual o peor que una piedra, o
una rata sin dientes, más o menos entendieron todos.
¡Qué me dices!, exclamó Agricultor Asesino.
Cuando comenzaba a repetir otra vez todo, pues no
captó el sentido de la exclamación de sorpresa de Agricultor
Asesino, interrumpió Agricultor Pesimista:
No me jodas, entonces casi eres del enemigo, ¡amigo
de romanos!, anda, vete a casa y no vuelvas.
¡Pero qué dices!, volvió a decir Agricultor Asesino,
esta vez dirigiéndose a Agricultor Pesimista, reprobando sus
palabras.
De nuevo Cabeza de Vaca se preparaba para repetirlo
todo. Aquella conversación se tornaba harto compleja.
Y Jesús dijo, dirigiéndose a Agricultor Asesino:
Ya está. Iremos a casa de Cabeza de Vaca.
Esperaremos allí a que vengan esos cabrones y secuestraremos
al hombre importante.
Me parece bien, asintió Agricultor Asesino.
Los Pesimistas no se pronunciaron.
¿Sabes cómo se llama? Dinos todo lo que sepas de él,
y, sobre todo, ¿qué quiere de ti?, preguntó Jesús a Cabeza de
Vaca.
Éste se rascó la cabeza. Dijo:
Vienen romanos y si no estoy en casa nos dicen que
(en este momento Agricultor Asesino y Jesús de Nazareth
suspiraron pacientemente dejándole continuar) en dos días o
tres vendrá el hombre romano importante y si no estoy yo en
casa dejan el recado y luego cumplen lo que dicen y cuando
126
habían dicho llega el hombre importante y trae regalos y no
sólo para mí también para mi mujer y para todos nosotros y
para los críos también y muchos y le acompañan a veces
muchos romanos porque debe ser importante.
Agricultor Asesino enfureció:
¡Eso ya lo sabemos! ¡Joder! ¿Para qué va a tu casa?
Cabeza de Vaca pareció encogerse de hombros pero
no se encogía de hombros sino que se señalaba ahí abajo.
No me jodas, dijo Agricultor Pesimista.
No, no, no me jodas, dijo Agricultor PII.
A ver, dijo Jesús, bájate los pantalones.
127
Cada dos semanas, pero últimamente cada semana,
contestó tímidamente Cabeza de Vaca.
¿Cuándo estuvo en tu casa por última vez?, preguntó
Jesús.
Hará cuatro o cinco jornadas.
Pues estará al llegar, dijo Agricultor Asesino
frotándose las manos.
A saber, dijo Agricultor Pesimista.
No nos podemos fiar, apuntó Agricultor PII.
Sí, pero primero avisan. Si no estoy yo, dejan recado,
dijo Cabeza de Vaca.
¡Pero otra vez! ¡Me cago en los dioses!, dijo
Agricultor Asesino.
Llévanos a tu casa, rápido, dijo Jesús levantándose.
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129
mujer dejaba un momento el trabajo de la tierra, se erguía y se
secaba el sudor de la frente. Eso era todo.
130
¿Sabes cómo se llama el importante?, preguntó Jesús a
Escarabajo Pelotero.
Creo que le dicen Longinos.
De acuerdo, gracias, muchas gracias.
La mujer se marchó. Nunca podía uno dejar de sacar
piedras y arrancar malas hierbas en aquel terreno infausto. A
trabajar se ha dicho. Que hablen los hombres lo que tengan
que hablar, hablan mucho y luego no hacen nada. O hacen
algo pero para todo lo que dicen que hacen, ese algo es casi
nada. Luego vendrán los romanos y se arrodillarán como
hacen todos. Por lo menos aquí no nos arrodillamos, a no ser
lo que ocurra dentro de la casa con mi hombre, que a saber si
se arrodilla o qué es lo que hace, pero allá él. Yo nada tengo
que ver con la enfermedad que tiene en su cosa monstruosa, a
mí eso no me sirve, ya me he hecho a la idea que me da igual,
aquí hay muchos muchachos, como si fueran hijos míos, no sé
por qué hay que querer a unos más que a otros, yo lo que
quiero es trabajar y que no nos falte comida a los de por aquí.
Y ya vale de decirme cosas a mí misma, que parezco un
hombre, aquí dándole a la cabeza y sin trabajar como hay que
trabajar. Fíjate en todas esas piedras. Las piedras sí que crían.
Si las piedras se comieran, qué tranquilos estaríamos por aquí,
no nos faltaría de nada. Pero seguramente buscaríamos otras
cosas, otras cosas que nos faltan para no poder estar nunca
tranquilos. Siempre andamos metidos en cosas difíciles, somos
todos tontos, y yo la primera, aquí hablando conmigo misma
mientras tengo tanto que hacer. Vale ya, calla, mala mujer.
Basta.
131
hogar. Nadie quiere salir de casa en estas condiciones tan
agradables. Pero tocaba ponerse manos a la obra. Los romanos
no tardarían en llegar.
¿No tienes nueces?, preguntó Jesús a Cabeza de Vaca.
Éste negó con la cabeza.
El plan era simple. Todos se harían pasar por
agricultores, esparcidos por el campo, cerca de la casa. Y
cuando llegasen los romanos, dejarían que Longinos, el
importante, disfrutase con su amante Cabeza de Vaca. Luego
sorprenderían y matarían a los escoltas. Con Longinos faltaba
atar cabos, pero lo fundamental del acuerdo era: utilizarlo. Es
decir, secuestrarlo. ¿Para qué? ¿Qué pedir a cambio? ¿Cómo?
Todo eran incógnitas. Pero eran conscientes de la plusvalía del
romano importante y convinieron no matarlo como a uno más.
Ya se nos ocurrirá algo mañana, había mascullado la
víspera Agricultor Asesino en duermevela. Los demás ya
dormían.
Todos se hicieron con cuchillos. Había de sobra en
casa. Y diversas herramientas en pequeños almacenes de
piedra salpicados por el territorio. Muy buena organización. A
trabajar se ha dicho. Los tres agricultores y Jesús. Pero por lo
menos, ¿harán algo?, ¿trabajarán?, ¿o sólo harán como que
trabajan?, ¿se van a quedar aquí?, ¿contribuirán a hacer esas
tierras más buenas?, se preguntaba Escarabajo Pelotero. Y
desde su lugar de trabajo les miraba a hurtadillas.
Pues sí, por lo menos hacen algo, ése quita piedras, y
ése de allí, pero si da pena verlo, parece todo hueso (claro que
se refería a Jesús de Nazaret), no debe tener fuerzas ni para
sacar una piedra menuda. Y aquél otro tiene fuerza, ya me fijé
nada más verlo, que ese hombre nos vendría muy bien a todos,
a estas tierras (bajo este último pensamiento se escondía una
pizca de pasión, de deseo, que por supuesto ella se negaba –
132
inútilmente– a sí misma). Pasaba el rato y Escarabajo Pelotero
dejó de mirar al resto. Sólo se fijaba en Agricultor Asesino.
Qué bien trabajaba ese hombre. Y qué buen porte tenía.
Menudos brazos, antebrazos, que eso es lo importante, los
antebrazos, para arrearle bien a la tierra con los utensilios, para
extraer buenas piedras. Le diría a su marido que se trajese más
veces a ese hombre, que les podría ayudar mucho, vaya que sí,
vaya si se lo diría, sin dudarlo un momento. Ese agricultor es
bueno, es importante, ya casi imprescindible para esas tierras.
Y da paz, tiene mucha serenidad, fuerza y armonía. Y sus
cabellos también son fuertes, aguerridos, y parece que suda. Su
frente es dura también. Ese hombre nos conviene. Sí, nos
conviene. Se lo diré a los vecinos. Que no parezca que sólo
soy yo la interesada tampoco, porque no tengo ningún interés
personal. Míralo. Trabaja bien, muy bien. Hay que ver cómo
se mueve.
133
27
134
que hagan, bien hecho estará. Conmigo no va eso. Pero algún
grito brutal de excitación sexual emerge de la casa, traspasa el
firmamento y llueve. Se escucha en un amplio radio. Algunas
mujeres escupen del asco. Algunos hombres rabian. Otros se
ríen. Otros se alegran: no tardarán en irse los romanos
cabrones.
135
era capaz. Se encontraba en los cielos azules esponjosos
recibiendo clavos ardientes de pasión perpetua. Sin embargo,
un rincón de su cerebro le decía que se encontraba en peligro,
en serio peligro, pues habían sido presa de una emboscada, que
sus escoltas estaban muertos y que se había quedado más solo
que la una. Bueno, con su amante. Pero su amante se retiró de
su cuerpo cuando vio aparecer a los suyos. Cabeza de Vaca se
subió el calzón y se guardó el miembro, que, ruborizado,
enseguida se arrugó. El culo cueva de Longinos cerró sus
puertas instintivamente.
Cabrón de mierda, gritó Agricultor Asesino y le soltó
una patada en la tripa. Longinos se retorció de dolor en el
suelo.
Calma, dijo Jesús. No nos precipitemos.
Longinos recuperó el habla y suplicó a Cabeza de
Vaca:
Amado, ¿qué está pasando aquí?
Su amado no contestó y salió de la casa.
Afuera la expectación crecía. Los trabajadores vecinos
se acercaban sigilosamente hacia la casa formando grupos.
Vieron a los romanos muertos. Alguien propuso trocearlos y
comérselos por la noche. Cenárselos. Bien. Los desnudaron y
guardaron sus armas y ropajes en la cabaña almacén más
cercana. Perfecta organización. Los caballos pastaban
tranquilos, atados a sus carros, indiferentes a las muertes
romanas. ¿Qué hacer con los caballos? Matarlos y trocearlos.
También. Aquella noche se convertiría en un festín de carne.
Carne para todos. Maravilloso. Y los carros con sus maderas y
los clavos y las telas. Metales. Mucho material. Perfecto para
el invierno. Venga, a trabajar. No, solo las cuadrigas, aquel
carro es de los que hay dentro de la casa, no tocar. Los
chavales jugaban con los cascos de los romanos. Venga, a
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trabajar, enanos. Guardadlo todo. Un romano tenía la cara
repleta de verrugas. Varios críos se las estaban arrancando. Las
probaron. Alguno escupió, otros las mascaron durante horas.
Otros se las tiraron a la cara. Uno muy cabrón cogió una
pequeña piedra y se la ofreció a otro: prueba ésta, mira qué
bien sabe. ¡Cabrón, es una piedra! Jaa, ¡tonto del culo! ¿Qué
llevas en la boca, hijo? Nada. Venga, a trabajar. No dejéis que
se acerquen nuestros animales, los romanos están corruptos y
los animales enferman y se mueren. Mucho cuidado. Para los
pocos que tenemos. Fíjate que listas son las cabras que no se
acercan. Largo de aquí, perros, iros con el viejo camello.
Vamos, vamos.
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El Agricultor PII asintió sabiamente a la anterior y
sabia reflexión de su querido compañero.
Me estoy cagando, dijo Agricultor Asesino y se le
ocurrió una idea. Luego la desechó y salió a cagar afuera.
Jesús pensó en el lupanar. En el despojo y en la madre
del despojo. Esperó a que volviese Agricultor Asesino y dijo:
Deberíamos volver al lupanar. Es donde mejor
podemos estar.
¿Y este hijo de puta? ¿Qué hacemos con él?, preguntó
Agricultor Asesino mientras se olía la mano y se la restregaba
en su calzón.
Lo llevamos con nosotros. Vivo, dijo Jesús.
Buf, no sé, no sé, es demasiado peligroso, dijo
Agricultor Pesimista.
Sí, estamos mejor aquí, dijo Agricultor PII.
¿Y qué hacemos aquí?, replicó Jesús, ¿qué haremos
después? Los romanos vendrán y arrasarán con estas tierras.
En cambio, al lupanar no volverán, porque al lupanar ya
fueron y arrasaron con las putas.
Tienes razón, intervino Agricultor Asesino. ¿Cabemos
todos en el carro?
No, no aguantará el peso de otro hombre más, dijo
Agricultor Pesimista.
Ni de coña, dijo Agricultor PII.
Pues haremos dos viajes, dijo Agricultor Asesino.
¿Quiénes vamos primero?
Vaya, él ya se incluye en el primer traslado, pensó el
resto.
Ve tú con Longinos, dijo Jesús. Pero no lo mates,
sobre todo. Nosotros iremos después.
Agricultor Pesimista y Agricultor PII no se
pronunciaron.
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Agricultor Asesino se asomó a la puerta y gritó:
¡Cabeza de Vaca, ven aquí, corre!
En un santiamén se presentó.
Coge el carro. Iremos primero unos y luego vendrás y
traerás al resto. Cabeza de Vaca se empotró en el carro. Le
daba igual el orden.
Agricultor Asesino sacó a rastras a Longinos.
Previamente le arreó patadas y puñetazos varios. No te pases,
lo vas a matar, insistió Jesús desde la puerta.
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No te preocupes. Agricultor Asesino comenzó a
apedrear a las ratas y a lanzar patadas y aullidos.
Gracias, dijo la madre del despojo.
Esta noche cenaremos carne buena, le dijo AA para
tranquilizarla. Durante el viaje había proyectado cenarse al
romano importante, ¿por qué no? No servía para otra cosa.
¿Para qué mantenerlo vivo?
Longinos se encontraba en el centro del ágora, junto a
la hoguera apagada. Poco a poco volvía en sí. La paliza siguió
durante el camino. Puñetazo aquí, escupitajo allá. La herida
del ojo tenía muy mala pinta. Agricultor Asesino miraba de
vez en cuando en busca de gusanos. No le hacían mucha
gracia.
Cabeza de Vaca esperaba órdenes, sin soltar el carro.
Corre, vamos, ya tenías que estar de vuelta, le dijo
Agricultor Asesino. Pronto anochecerá. Date prisa.
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se echaba encima. Un niño se cansó de mascar verruga y la
escupió. La cena estaba lista.
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Qué bien huele esta mierda romana, dijo Agricultor
Asesino. No sé qué mierdas vamos a hacer, estamos jodidos,
lo sabes, ¿no?
Claro que lo sé, bien jodidos, dijo Jesús y ambos se
carcajearon.
Hasta el momento no se había tocado el tema de la
ausencia de los Pesimistas cuando Agricultor Asesino
preguntó mirando a la hoguera:
Los has matado, ¿no?
Sí, contestó Jesús mirando a su parte de hoguera.
Si no lo hubieras hecho tú, lo hubiera hecho yo,
confesó Agricultor Asesino.
Ya, imagino, dijo Jesús.
Sí, dijo AA.
Despertemos a Cabeza de Vaca, esto está listo, dijo
Jesús.
Pssss, alguien viene, dijo Agricultor Asesino.
No, es el viento, dijo Jesús, aquí produce ruidos raros.
Y los buitres de noche parecen personas, nada más.
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El latir de su corazón le despertó. Cada latido
representaba una bomba a punto de estallar. Tres, dos, uno,
pero el boom no llega. ¿Y el dolor? No le dolía. Se miró el
pecho. Se movía. Su corazón semejaba una bestia del
inframundo, un hecatónquiro clamando libertad. Comenzó a
sudar. A sentirse verdaderamente bien. Todavía no se había
movido un ápice pero se sentía ligero. Ingrávido. Abrió la
boca, el dolor no llegó. Giró el cuello, tampoco. Movió las
piernas, los brazos. Se despegó de su madre. Se sentó en el
suelo. Se puso en pie. Suspiró intensamente. La bestia de su
corazón se había expandido. Ahora la bestia era él,
íntegramente. De cabeza a pies. Dónde estaban los dioses
porque les iba a pedir explicaciones. Les hablaría de tú a tú.
Hijos de puta, les diría. Y a Zeus el primero. ¿Por qué no?
Soltó un puñetazo al aire. Sus callos se agrietaron. Sus
pústulas saltaron por los aires. Salpicó pus. ¡Que llueva! Ni un
atisbo de dolor. Siguió dando puñetazos y patadas. Pus y pus.
Unas gotas se impregnaron en el cabello de su madre. Vaya.
Mejor fuera. Salió de la choza. Pus y pus. Oh. Ahí estaba
Jesús, el loco, sentado, con sus cosas. Y el resto durmiendo.
No, él no dormiría jamás. Ya se había curado. No hay vuelta
atrás. Echó a correr. Le costó, se tropezaba. Torpe como un
cervatillo recién nacido. ¿Hacia dónde ir? Qué más da. Ahora
le interesaba el camino, no el lugar. Al revés que siempre.
Antes soñaba con su cama o con su silla, evitando traslados.
Eso se acabó. Ya no dejaría de trasladarse de un sitio a otro.
Ya corría. La noche le impregnaba. Podía deshacerse en ella.
Era ágil, liviano. Su sudor le impregnaba el rostro. Se
formaron gotas. No, no las chupaba. Las escupía. Ya no
tendría más sed. Jamás. Es más, ya no volvería a beber. Sólo
correría y comería. Lo que le apeteciese, donde y cuando
fuese. Sin más. Volvería a ver a su madre de vez en cuando.
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Eso sí. Ella se alegraría mucho de verle así. Pero lo siento,
mamá, no te puedo ayudar en el bar. Tengo que ir y no parar
de ir. Pero, ¿como su padre? No, no podía ser. Ese
pensamiento le turbó. Tropezó con una enorme piedra y cayó
al suelo. Se levantó enseguida. Su padre estaba muerto. Él
todo lo contrario. Ya no podía estar más vivo. Él no
comerciaría ni nada por el estilo. Nada que ver con su padre.
Él sólo iría de aquí para allá, corriendo. Sin más. No pararía un
momento. Porque durante todo este tiempo de enfermedad
había acaparado una energía inagotable. Y ya estaba curado.
Sí, adiós al bar, a su olor a putrefacción, a su lugar cerca de los
retretes. Que alguien me diga algo, no tendré reparos en
pelearme con quien sea. Me haré con un buen cuchillo. Sí, a
ver quién se burla de mí ahora. De los dioses pocos se burlan,
pues de mí igual.
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todos los que se encuentren como mi hijo. Cúralos a todos. Te
doy las gracias Jesús, te doy las gracias como madre. Las
madres sufren, sufrimos mucho, cada vez más, y no sé hasta
dónde podemos llegar. El sufrimiento no mata, no es justo,
debería matar. Ve y cúrales a todos, por favor, no dejes que
sufran los enfermos, Jesús.
De acuerdo, adiós, dijo Jesús y se retiró a un lado.
María emprendió el camino a la ciudad.
Jesús se reunió con Agricultor Asesino y Cabeza de
Vaca, quienes estaban desayunando restos de la cena junto a la
preciosa hoguera de llamas suaves.
Y Jesús dijo:
Yo pensaba que un día llegaría la acción, la verdadera
acción. Confiaba en formar un buen ejército para esparcir la
rabia por el mundo. Para bajar al hombre a la tierra, para
convertirlo en piedra. Estos campos son fabulosos. No ofrecen
nada a los romanos. Eso es increíble, es genial. Pero la gente
no lo ve, la gente se marcha a las ciudades, se pelean por vivir
intramuros, por comerciar, por distinguirse, se quieren mezclar
con los romanos, no sé qué les pasa.
Qué mierdas estás diciendo, replicó Agricultor
Asesino. Matemos poco a poco. No nos cogerán. Cabeza de
Vaca va muy rápido con su carro. No nos cogerán.
Sí, sí nos cogerán, tienen caballos. Cabeza de Vaca no
va tan rápido como los caballos, repuso Jesús.
Pues yo diría que sí, rebatió Agricultor Asesino. Te
estás pareciendo a aquéllos, a esos dos que mataste hace poco.
No me gusta.
Tienes razón, joder, tienes razón, reconoció Jesús. Voy
a por nueces a mi choza.
Regresó y repartió. Tres. Una para cada uno. En cierto
modo, brindaron.
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Cabeza de Vaca, aguijoneado por la droga, se acercó al
carro y se preparó.
Sí, dijo AA, ¿adónde vamos?
Vamos al promontorio de las crucifixiones, dijo Jesús.
En realidad no sabía muy bien por qué lo decía. Algo
espiritual, ese lugar desprendía un magnetismo especial.
Irracional, por otro lado. O más allá de lo racional, mejor
dicho, metarracional.
¿Te apetece colgar a algún romano de la cruz?,
preguntó Agricultor Asesino sonriendo abiertamente.
Sí, eso es, dijo Jesús ya bastante animado.
Cabeza de Vaca mejoraba sus tiempos. Trazaba las
curvas con la firmeza y suavidad de Miguel Ángel. La belleza
de la bestia.
Adelantaron como una exhalación a la madre del
despojo. Los dos pasajeros levantaron la mano. La madre del
despojo respondió de igual modo. Estaban perdidos, ¿a dónde
se dirigían ahora? ¿No se daban cuenta que no había nada que
hacer?
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sacudió con una patada. Salpicó lodo. Quería pasar al hogar, a
su cocina, soñando que se hallase en mejores condiciones.
Pero cuando el ego se vacía, la realidad y la verdad convergen.
Jamás puede vaciarse el ego. De ahí que realidad y verdad
jamás coincidan.
Salía mucha luz de la puerta de acceso a la cocina,
demasiada, se imaginó lo peor y acertó.
El estado del hogar era verdaderamente deplorable.
Habían derrumbado la pared principal y se habían llevado los
camastros y los cacharros. Todo. El techo se había
desplomado. Aquello semejaba el lupanar. Peor aún. Pensó en
volver allá. No, no, se dijo, tengo que recomponer todo esto.
Aunque me muera en el intento. Mi hijo volverá y tiene que
tener una casa, y una madre que le quiera y le proteja.
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Los dos hombres lo vieron desaparecer. Estaban
sentados en la llanura de los caravasares. Había mucho ajetreo,
llegaban comerciantes de Oriente. La marabunta y la
barahúnda se retroalimentaban. Caóticos rebaños de cabras y
camellos. Gritos en varios idiomas con los mismos
significados.
Vayamos dando un paseo al promontorio de los
crucifijos, propuso Jesús levantándose.
Bien, dijo Agricultor Asesino.
Aquellas dos almas en pena sufrían un bajón
considerable, debido a la violenta hiperactividad de los días
anteriores y, sobre todo, al descenso de las pócimas en los
sombríos valles de la depresión cósmica.
No sé qué pasó, dejaron de venir, dejó de venir gente a
por mis pócimas, dijo Jesús iniciando el paseo. Todo se ha
vuelto en contra. Vete. Déjame solo. Nuestra aventura se ha
acabado aquí y ahora.
Bueno, no tomemos decisiones precipitadas, dijo AA.
Pero, ¡de eso se trata!, o de eso se trataba. De acción,
sin más. Ni menos. Precipitación pura, dijo Jesús.
Ahora no tenemos muchas fuerzas, dijo AA. Para la
acción o la precipitación o como quieras llamarlo hace falta
fuerza.
Un hombre se les acercó. Tenía los ojos rasgados: dos
mínimas ranuras entre descomunales ojeras grises. Ojos de
Hucha. Poca cosa, piel amarillenta oscura, vestido con túnica
gris. Sin abalorios. Precisamente bajaba de visitar el
promontorio de los crucifijos. Llámese turismo. En su ciudad
del ojo por ojo no practicaban aquellas artes oficiales.
Les dijo en perfecto hebreo:
Eh, eh, un momento. Busco hombres, hombres fuertes.
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Nada más pronunciar la frase se arrepintió. Pensaba
que aquellos dos eran hombres fuertes, pero no, uno de ellos
no, Jesús, por supuesto, era un esqueleto. Pero bueno, ya no
podía volver atrás y continuó:
Podéis ganar mucho.
¿Cómo?, preguntó Agricultor Asesino.
No puedo decirlo. Aquí no.
¿Entonces qué mierdas estás hablando? O te explicas o
te largas.
Está bien, me fío de vosotros, no parecéis esbirros.
Cazamos leones allá en las tierras de los negros y se los
vendemos a los romanos. Esta noche partimos para allá.
Buscamos hombres fuertes por eso.
Ojos de Hucha miró de soslayo a Jesús como
exhortándole a no aceptar la oferta. Acertó de pleno.
Enseguida Jesús se desmarcó. Le dijo a AA:
Ve tú si quieres. Eres fuerte.
No sé, dijo Agricultor Asesino rascándose la frente.
El oriental acogió con agrado la duda y añadió:
Estamos allí, en la zona de abajo de los caravasares,
tirando hacia el desierto. Nuestras tiendas son blancas, unas
diez. Casi las últimas que hay.
Adiós.
Los dos deprimidos continuaron andando y accedieron
a unas calles estrechas serpenteantes. Recibieron con agrado el
silencio.
Hay romanos por todos sitios, hasta por aquí, dijo
Agricultor Asesino.
Estaría bien convencer a esa gente de los leones. Traer
aquí unas cuantas fieras y provocar una matanza, dijo Jesús.
Joder, aunque estés reventado, el odio te hierve
adentro, dijo Agricultor Asesino.
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Bueno, no creas, tengo demasiado sueño. Me parece
que paso del promontorio, me retiraré al lupanar, quizá duerma
varios días seguidos. Por cierto, tú no estás castrado, ¿no?
Yo, yo no.
¿Y tienes hijos?, preguntó Jesús.
No, no me van las mujeres, dijo Agricultor Asesino de
soslayo. ¿Y esto a qué fin viene?, preguntó AA. No obtuvo
respuesta.
¿Sabes lo que me apetece realmente? ¿Lo que me pide
el cuerpo?, dijo Jesús deteniéndose.
AA le miró a la cara, consciente de la seriedad del
momento.
Suicidarme.
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Jesús no contestó, preguntó:
¿Pasarás por el bar?
Sí, claro que pasaré.
Por allí nos veremos entonces.
De acuerdo. Descansa.
Lo mismo digo.
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familiar. Así se lo haría saber a María. No debía esforzarse en
vano. Se sentó afuera junto a ella. La intentó despertar. No
había manera. Se la echó al hombro y se la llevó a casa.
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embarcaciones ideales para cada ocasión, pues debían
atravesar un ancho brazo de mar. El jefe volvió a salir de la
tienda al momento. Había olvidado algo. Ojos de Hucha se
estaba recuperando lentamente, el dolor remitía, a duras penas
se puso en pie.
¿Y ése? ¿Ése al que llaman Pirámides? ¿Has
averiguado dónde encontrarlo? ¿Ya tienes las pócimas?,
preguntó el jefe.
No me lo puedo creer, se dijo Ojos de Hucha. Se había
olvidado de ese pequeño detalle.
Sí, mintió Ojos de Hucha.
¿Lejos de aquí?
No, no muy lejos de aquí, contestó Ojos de Hucha.
¿Y las pócimas? ¿Estás listas? ¿Las está preparando?
Ojos de Hucha llevaba los dos sacos vacíos a la
espalda. En esos dos sacos es donde deberían estar las
pócimas. Un saco para los somníferos, otro para los
estimulantes. Volvió a mentir:
Quiere más dinero, no ha habido manera.
El jefe dijo:
De acuerdo, ya me parecía a mí. ¡Negros!
Los negros acompañaron a Ojos de Hucha a otra
tienda, la tienda del tesorero, del encargado de la logística, por
así llamarlo, del relaciones sociales, del que llevaba a cabo la
venta de los leones, de quien contactaba con los romanos, del
cabeza visible de la expedición. Una niña desnuda salió de la
tienda con una bolsa en la mano. Un negro la cogió y se la
pasó a Ojos de Hucha.
Debía buscar al Pirámides y conseguir el material o no
vería un nuevo amanecer.
No le costó mucho obtener la información. En el
mismo barrio de los caravasares. Otra cosa era llegar al
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lupanar de noche. Se perdió en medio de los pedregales y
decidió dormir hasta el amanecer. Su vida corría peligro.
Estaba demorando los planes de toda una expedición. ¿Cómo
se había olvidado de ese Pirámides? Obstinado en encontrar
hombres se le fue de la cabeza. Y se confió, porque incluso
visitó el promontorio de los crucifijos, consciente de que a
pocos hombres hallaría en aquel sitio. Mal, muy mal, se decía.
Mierda. Además, él era muy bueno en su trabajo. Debía salir
de ésta, conseguir las pócimas y volver corriendo. Si regreso
antes del mediodía no tendré problemas. Me esperarán. Las
pócimas son imprescindibles, bien para dormir a los leones
bien para azuzarlos para las luchas.
Amaneció y unos pastores le indicaron el camino. Sí,
había camino, ya no tenía pérdida. Echó a correr. Las monedas
tintineaban, pesaban lo suyo. Divisó el humo de la hoguera.
Nadie. Chozas. Silencio. Gritó:
¡Pirámides! ¡Pirámides!
Jesús no tardó en asomarse por la puerta de su choza.
Se frotó la cara. Conocía a ese hombre. Ah, el oriental de los
leones. ¿Qué diablos le pasaba?
Ojos de Hucha explicó rápida y gráficamente:
Necesito pócimas. Traigo dos sacos. Éste para los
somníferos. Éste para los estimulantes. También traigo mucho
dinero. Tengo mucha prisa. Tenemos que partir cuanto antes.
Jesús se estaba despertando. Una legaña se negaba a
despegarse de su ojo izquierdo. Bostezó. Ojos de Hucha
recibió el bostezo como una amenaza de muerte. Imaginó al
jefe, en la puerta de su tienda, con los ojos en trance sobre su
perpetua cara de asco, esperándole con su brillante cuchillo en
la mano.
Por favor, suplicó, tengo mucha prisa. De esto también
depende mi vida. Por favor. Te ayudaré a llenar los sacos.
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Jesús estiró los brazos y dijo tan campante:
Veamos, primero te voy a formular siete preguntas.
Ojos de Hucha tragó saliva. No podía ser verdad. ¿Qué
significaba aquello? Aunque, significase lo que significase,
significaba que Jesús no se iba a dar la más mínima prisa.
¿Cómo?, dijo Ojos de Hucha.
Siete preguntas, repitió Jesús. Toma asiento. Le daré
brío a la hoguera. Cogió dos palos y comenzó a frotar.
Por favor, señor Pirámides, le repito que tengo mucha
prisa. Necesitamos sus pócimas cuanto antes.
Mire, le dijo, y vació el henchido saco. Decenas de
monedas se desparramaron. Jesús ni siquiera las miró.
La primera pregunta, dijo, es la siguiente:
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El cuchillo incandescente de Jesús se coló entre la
boca a duras penas. Le quemaron parte de los labios y le saltó
algún que otro diente. Jesús cogió orgulloso el trozo de lengua
y le habló:
¿Qué? ¿Qué me vas a decir ahora?
Luego la tiró al suelo. La rata más avispada se hizo
con el botín. El hombre emitió gritos ahogados, como desde
una caverna del Mioceno y pronto se desmayó.
Ojos de Hucha observaba aterrado. María, madre del
despojo, asomaba su cabeza desde su choza, aquella que
ocupara la Puta Negra.
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Gracias, muchas gracias, dijo María llorando. Con eso
será más que suficiente.
Marcharon hacia el lupanar. Allí encontraron a Jesús
sobreexcitado en el ágora.
Hola, saludó. Ayúdame, corre, ven, le dijo a Agricultor
Asesino; y tú, si quieres, le dijo a María, espera un momento
en la choza aquélla, en la que estuviste con tu hijo, cuando
ocurrió el milagro.
Jesús no estaba pensando en nada. No pensó qué
hacían allí de nuevo. No pensó que seguramente el bar de
María estaba destrozado y venían a pedir ayuda y cobijo.
Este hombre habla muy despacio, no sabes lo despacio
que habla, no, no se puede hablar tan despacio, le dijo a
Agricultor Asesino, quien comprendió al momento que Jesús
se había sobrepasado con sus nueces. Acción, se dijo, esto es
lo que entiende por acción.
¿Qué quieres hacer?, le preguntó Agricultor Asesino
siguiéndole el hilo.
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Tengo que ir a buscar a Cabeza de Vaca, le diré que
reconstruya el bar de María. Lo han reventado, le dijo
Agricultor Asesino a Jesús ante la atenta mirada de Ojos de
Hucha y el profundo desmayo de Antigua Lengua Lenta.
¿Cabeza de Vaca? ¿Lo crees vivo? Está bien, dijo
Jesús serenándose algo. Bebió agua.
Le he dicho que se quede aquí mientras tanto, dijo
Agricultor Asesino señalando la choza de María. Está muy
mal. Tiene miedo que vuelva su hijo y no la encuentre.
Ya, dijo Jesús. Su hijo está corriendo. Sigue corriendo.
Puedo verlo.
Un alargado trueno sonó a lo lejos.
¡Anda! ¿Y éste? ¿No es el oriental, el de los leones?
¿Duerme?
Sí, aquí está. Duerme, más o menos. Vino a por
nueces, pero no supo responder las preguntas, dijo Jesús.
¿Qué preguntas?, dijo Agricultor Asesino.
Unas preguntas que formulo a todo aquel que viene a
por pócimas. Ninguna cosa del otro mundo.
Ah, dijo Agricultor Asesino. Le sonaba, algo había
oído al respecto. ¿Lo ves? Te dije que no te preocuparas por
las pócimas, que la gente seguiría viniendo.
Sí, tenías razón, dijo Jesús. Vayamos a por Cabeza de
Vaca. O esa mujer se morirá pronto.
Pero, ¿y qué hacemos con estos dos?, preguntó
Agricultor Asesino mientras pensaba zampárselos para cenar.
Los ataremos y los dejaremos en una choza, dijo Jesús.
Pero… igual se los comen las ratas, objetó Agricultor
Asesino.
Todos tenemos que comer, dijo Jesús.
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En poco más de una semana levantaron unos sólidos
muros y recubrieron formidablemente un techo para el nuevo
hogar de María. Lloraba de agradecimiento. Toda la noche
lloró, al lado del horno, bebiendo una sabrosa sopa caliente,
inaugurando su nueva vida a solas con su esperanza.
No, los romanos no habían vuelto a aquellas tierras
comunales. No habían vengado la muerte de Longinos, todavía
no.
¿Se alegró Cabeza de Vaca de volver a ver a sus
extraños compañeros?
Su comunidad se volcó con el proyecto. Daba gusto
verlos trabajar. Nada recibirían a cambio sino la eterna gratitud
de María. Dar y recibir son uno y son lo mismo, que diría
algún Pseudo Heráclito acomodándose al caso.
Ojo, hubo alguien que se alegró muchísimo de volver
a ver a Agricultor Asesino. Ese alguien no es ni más ni menos
que Escarabajo Pelotero. Eso sí, jamás volvería a verlo.
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En mi aldea había uno así, o hay uno así, y señaló el
cadáver de Antigua Lengua Lenta. Disculpa mi hebreo, aunque
se me dan muy bien los idiomas. Se le atragantan las palabras
en la garganta. Por eso hablaba tan despacio. Es como que
mucha gente quiere entrar en una casa pequeña, a través de
una pequeña puerta. En su boca, adentro, en la garganta, se
arremolinan las palabras y luego no se ponen de acuerdo en
quien sale primero, y a veces, se parten, sale una parte y
vuelve a entrar y a salir otra, y luego sale una que no le tocaba
en el turno.
¿Se puede saber qué mierdas estás diciendo?, preguntó
Agricultor Asesino, que mascaba unas hierbas con los ojos
entornados.
Ojos de Hucha obvió esta interrupción y continuó:
En mi aldea también hay una niña que está a punto de
tener una cría. Eso tampoco es normal. La querían matar,
espero que no la hayan matado, que se esperen a ver qué le
sale de la tripa. Decían que estaba embarazada de un caballo.
Un caballo de los nuestros, nuestros caballos son más
pequeños que los que se ven por aquí. Son muy fuertes. Son
tan fuertes que un hombre se hizo una casa con caballos. Puso
cuatro, como cuatro paredes, atándolos. Y de techo puso otro.
Todos le decíamos que no pusiera techo, o que colocase una
tela. Pero se empecinó en poner un caballo de techo y
enseguida se volvieron locos los caballos y se murieron
enseguida.
Agricultor Asesino echó un vistazo al cadáver,
Antigua Lengua Lenta.
¿Qué le ha pasado? ¿Por qué dices que no se puede
comer?, preguntó.
Le han entrado ratas, contestó rápidamente Ojos de
Hucha. Se han ido haciendo hueco, abriéndole la boca, y han
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ido entrando. Se han debido hacer una madriguera adentro.
Salían rojas como el sol de mi tierra. A veces se mueve, el
cuerpo parece vivo, pero son las ratas escarbando por adentro.
Una ya se ha asomado por la tripa. Han abierto otra salida.
Pero no creo que dure mucho, las ratas se acabarán comiendo
su madriguera.
A Agricultor Asesino no le hacía ni pizca de gracia ver
a las ratas trapiñándose su cena anhelada. Me extraña que no
aparezcan los buitres, pensó. Luego encontró una explicación:
estarán en el promontorio de los crucifijos, tendrán mucho que
comer. Ya lo sabía yo, los romanos están acabando con
nosotros lentamente. Hijos de puta.
Ojos de Hucha se levantó y meó al lado de la hoguera,
sin salpicar. Volvió a su sitio y oyó:
Podríamos hacernos con esos leones que traéis de las
tierras de los negros. En realidad, Agricultor Asesino no
preguntaba, ni enunciaba. Soñaba.
Nada de eso, repuso Ojos de Hucha. Quítate eso de la
cabeza. Imposible. Y, aparte, si me ven, soy hombre muerto.
Yo sólo quiero irme hacia mi tierra. Tengo tres mujeres y dos
vacas a punto de parir. Me gustaría irme cuanto antes. Luego
se lo diré a él, dijo refiriéndose a Jesús el brujo abortivo.
Por él, ningún problema, ya te lo digo yo, vete cuando
quieras, dijo Agricultor Asesino.
Me gustaría llevarme pócimas de ésas para el camino,
apuntó Ojos de Hucha.
Ah, eso ya es otro cantar. Pero bueno, si te ha dado ya
una, no creo que te vuelva a hacer las siete preguntas, si, como
parece ser, ya habéis cogido confianza, dijo Agricultor
Asesino.
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Mira, fíjate, ya tiene tres salidas nuestro amigo, señaló
Ojos de Hucha a Antigua Lengua Lenta. Las ratas ahora
también asomaban por el culo.
Triángulo escaleno.
Agricultor Asesinó escupió abriendo los ojos de par en
par. No tardó en bajar paulatinamente las persianas.
En mi tierra hay mucho palmatogecko, prosiguió Ojos
de Hucha, seguramente no sabrás lo que son, son pequeños
bichos, andan a cuatro patas y tienen una cola alargada, no son
más grandes que la palma de una mano, y son naranjas. Los
ojos los tienen negros, todos negros. Parecen idiotas. Pues
bien, en mi tierra, en la aldea, hay un hombre que es
palmatogecko, y todo el mundo lo llama así y todo, no es algo
que le parezca sólo a alguien, no, él es Palmatogecko, todo el
mundo lo llama así. Anda a cuatro patas, tiene los ojos negros,
una cola enorme, todo igual. Nadie sabe cómo pudo pasar eso,
pero es verdad (Agricultor Asesino se durmió en ese punto)
como que las montañas cuando hace mucho aire se hacen más
pequeñas, es como que se les cae el pelo, menguan. Un
hombre de mi aldea lo comprobó, desde pequeño hasta que se
murió, todos los días medía la montaña, primero con cadáveres
de gatos, pero claro, se iban descomponiendo y no servían
bien, y luego con piedras, hizo una torre exagerada. Pero las
piedras se caían y las tenía que volver a juntar y a subir y así
se pasó la vida. Se murió de hambre. Y las montañas
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menos, no, nunca menos de cinco semanas. Y el sitio donde
los intercambian siempre es el mismo. En Somado.
¿Cómo?
Somado. Era una aldea, al Norte, a tres días de
Jerusalén, pero ha crecido mucho los últimos tiempos.
También te digo, he de decírtelo, que a menos que dispongáis
de un buen ejército, es imposible robar los leones. Los
romanos les vienen escoltando desde más al sur.
Agricultor Asesino negó con la cabeza. Es imposible,
repitió. Olvídate de eso de una vez.
Jesús se rió. Tenéis razón. Parece imposible. Luego
añadió sin venir a cuento: Voy a ir al bar de María, bueno, a su
nuevo hogar que no creo que todavía sea bar, le voy a llevar la
calavera de su marido. Creo que es ella quien debería tenerla.
Al final la voy a confundir. Las otras ya no sabría muy bien
decir a quién pertenecen. Las ratas juguetean y las cambian de
posición.
¿Y en qué posición las dejas? ¿Cómo las colocas?
No, de ninguna manera, las voy dejando allá, contra el
zócalo.
Ah, las nueces, recordó Jesús, fue a su choza y salió
con un zurrón. Ten, (ten) seguro que con esto llegas a tu casa
antes de lo que piensas. Las monedas me las quedo, las
monedas con que intentaste comprarme las nueces.
Ojos de Hucha le miró fijamente. ¡Había olvidado las
monedas! Le vendrían muy bien para el camino. Jesús atisbó
ruego en su mirada y dijo fríamente:
No son tuyas.
Ojos de Hucha obvió las monedas y cogió el zurrón
con las nueces. Dio las gracias y emprendió el camino.
Agricultor Asesino y Jesús lo despidieron con la mirada. A lo
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lejos vieron cómo se descargaba el contenido de una nuez en
la boca y daba un saltito de alegría.
No hay agua que se pueda beber, ¿no?, preguntó
Agricultor Asesino de vuelta a la realidad más cercana. He
estado buscando antes pero está todo corrupto.
No, creo que no, habría que ir al oasis a llenar tinajas.
Pero sin camello y sin carro parece imposible. Yo a veces bebo
algo de mi pis, me sienta mejor que el agua corrupta. De todas
maneras creo que lloverá pronto.
Iré al oasis y llenaré una tinaja, dijo Agricultor
Asesino irguiéndose.
De acuerdo, yo voy a ir a la ciudad, dijo Jesús y tal
como lo dijo se levantó, fue hacia su choza, cogió la calavera
de José y echó a andar a paso ligero.
Agricultor Asesino lo siguió con la mirada. Menuda
energía para ser un esqueleto viviente.
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María todavía no se hallaba en disposición de
contestar.
Jesús la miró severamente, esperando su contestación.
Sí, masculló ella.
Bien, ¿te queda mucho?
Un poco solo. Igual en una semana están los cereales y
los recipientes. Me están ayudando mucho, hay muy buena
gente por ahí.
¿No te has enterado?, preguntó Jesús.
No… ¿de qué?
Han matado a Cabeza de Vaca y los suyos. Les han
quemado las tierras. Como hicieron con tu bar. Tienes suerte
de seguir viva, piénsalo. Otros te ayudarán, hay muy buena
gente por ahí, repitió satírico.
¿No sabes nada de mi hijo?, preguntó finalmente
María.
No, nada.
Los dos se miraron intensamente y sus miradas
formaron un triángulo con la calavera.
No hubo adiós.
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con las monedas de Ojos de Hucha, mejor dicho, de su
expedición, e iría al promontorio a comprar un crucifijo.
Hablaría con alguno de los romanos que vigilan el lugar.
Necesitaba uno para su lupanar. Llevaba demasiado tiempo
necesitándolo. No aceptaría un no. Se lo contaría a Agricultor
Asesino.
Se durmió.
Soñó que, montado en un camello–águila, sobrevolaba
el promontorio de los crucifijos. Una multitud se abarrotaba y
clamaba por la liberación de un hombre. Al parecer era muy
conocido, muy querido. Una legión romana entera impedía el
paso a las hordas enardecidas. La cosa se calmó con las
primeras muertes. Broncíneas lanzas se hundieron en los
pechos de los más valientes apasionados y los cadáveres
quedaron bocarriba con las lanzas implorando al cielo como
escuálidos árboles sedientos. Jesús descendía en picado de vez
en cuando y cogía a un romano con las patas de su camello–
águila y luego ascendía y lo dejaba caer. También cogió a
ciudadanos no romanos. Digamos que no se posicionaba
políticamente, sin atisbos de maniqueísmo en su
comportamiento. Sin embargo, a nadie parecía importarle que
llovieran hombres. Las hordas se fundieron en un grito:
Profeta, Profeta, Profeta. Lloros y lamentos de música de
fondo. Profeta, Profeta, Profeta. ¿Por qué lo ejecutarían? Se
preguntó Jesús desde lo alto. Profeta, poco antes de ser
ascendido a la cruz, saludó con la mano. La gente se volvió
loca. Sí, era Profeta, el más grande, el Amor hecho carne. Los
romanos hubieron de matar a otros cuantos. Profeta ya colgaba
de la cruz, atado de pies y manos. Con su túnica y sus vendas
en la cabeza. Eso se lo respetaban. Por lo menos, dijo alguno,
menos mal que va a morir de la misma manera que hablaba.
Era cuestión de horas, casi todos se morían de sed. La multitud
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no lo abandonaría. Sonríe, decían algunos y se corría la voz.
Sí, sonríe, repetían otros a centenares de metros. Uno dijo:
desde aquí es complicado ver si sonríe. Le dieron un codazo y
le replicaron: sí, sonríe. Y otros más allá también: sonríe,
Profeta sonríe. De nuevo el grito de guerra: Profeta, Profeta,
Profeta. Jesús se encontraba quieto. Los camellos–águila
pueden parar en cualquier sitio del cielo sin necesidad de batir
las alas. De repente se propagó un silencio sepulcral. Va a
hablar, parece que va a hablar, callaros, silencio, haced el
favor, va a hablar, Profeta, sus últimas palabras, oh, alabado
sea, va a hablar.
Los pasos despertaron a Jesús, Agricultor Asesino
llegaba con una tinaja rebosante de agua jovial.
Jesús estaba desnudo pese al fresco que hacía. Y la
hoguera apagada. De un brinco se puso en pie y dijo en un
tono enardecido cuasi exaltado:
Vamos a escuchar a ese que llaman Profeta, que no es
sino un sustituto que le han buscado, pero da igual. Ese que
habla en la vieja plaza del mercado, al que todos admiran y
aman. ¿Sabes de quién hablo?
Sí, claro, dijo Agricultor Asesino, Profeta, uno que va
con la cara tapada porque está enfermo.
Sí va con la cara tapada, pero no es porque… bueno,
déjalo. Sí, ése, Profeta.
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Qué tonto eres, veo que no me conoces sin mis
vendajes, yo soy Profeta, dijo Jesús.
¿Pero qué dices? Y no insultes a la autoridad. Aléjate
si no quieres tener problemas.
Yo soy Profeta. Déjame entrar a mi casa, dijo Jesús
enervando su tono.
Agricultor Asesino acarició subrepticiamente su
cuchillo.
Si Profeta es romano, me parece que eres demasiado
estúpido, dijo el romano.
Jesús replicó:
¿Cómo te atreves?
El romano, cansado de la pantomima, amenazó con su
puñal:
Desapareced.
Jesús dijo:
Traigo un regalo para Profeta.
El romano se mofó:
¡Vaya! ¿Ahora ya no eres tú Profeta? ¿Ahora eres un
fiel? ¡Qué clase de mierda eres!
Descompongamos su última frase en hechos:
En el instante en que salió de la boca del romano la
palabra Qué, Agricultor Asesino abrió su boca y sus ojos de
par en par.
En el instante en que salió de la boca del romano la
palabra clase, la mano derecha de Agricultor Asesino entró en
contacto con el cuchillo.
En el instante en que salió de la boca del romano la
palabra de, el cuchillo de la mano derecha de Agricultor
Asesino cortó el viento.
En el instante en que salió de la boca del romano la
palabra mierda, Agricultor Asesino hundió el cuchillo en el
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cuello del romano que se hallaba más a la izquierda y lo rajó
de izquierda a derecha. La sangre salpicó alegremente.
En el instante en que salió de la boca del romano la
palabra eres, el sediento cuchillo de Agricultor Asesino se coló
en otro cuello, en el cuello del romano que sabía hablar
hebreo. De nuevo tajo de izquierda a derecha. Por tanto, la
palabra eres fue la última que pronunció en su vida ese
romano que sabía hablar hebreo.
Jesús se demoró lo justo para que el otro romano, el
que se encontraba más a la derecha, consiguiera escapar
corriendo. Vaya, se dijo, mientras abría la puerta de la casa.
Agricultor Asesino echó un vistazo en derredor. Mucha gente
observaba, pero nadie se acercaba. No había romanos en la
costa. Todavía. Entró los dos cadáveres a la casa y cerró la
puerta a su paso. Volvió a salir, un puñal romano se había
quedado afuera. De nuevo adentro.
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Será mejor que hablemos luego, interrumpió
Agricultor Asesino. Los romanos no tardarán en llegar.
Vístete, anda, le dijo a Cabeza de Vaca. Su miembro colgaba
como la trompa de un elefante. Era verdaderamente brutal,
exagerado. Aquello, erecto, resultaba casi inimaginable,
allende las leyes físicas.
Quitadles las ropas a ésos, rápido, vestiros de
romanos, los dos, ordenó Jesús mientras se ponía la túnica de
Profeta. Le venía un poco grande, pero le ocultaba la cara por
completo, pues la túnica era de una sola pieza, con una rejilla a
la altura del rostro. En teoría, se debía a la enfermedad de
Profeta. En la práctica, a la necesidad de usurpar la identidad
del difunto EHQSHCSES, ocultando así al títere impostor.
Muy bajo y regordete, Cabeza de Vaca ofrecía un
aspecto completamente ridículo, embutido en romanidad. Hoy
podríamos decir: demasiado bizarro para la época. El traje le
colgaba, las botas le iban grandes. No había quien sujetara su
trompa. Lamentable. Finalmente hubo de enrollarse su
miembro en el cinto.
En cambio, Agricultor Asesino sí daba el pego.
Profeta observaba incrédulo.
Bien, dijo Jesús, ahora soy yo Profeta. A ver, habla,
quiero ver como hablas, le dijo a Profeta.
No pienso hablar, respondió éste en un tono altivo.
Cabeza, dijo Jesús, pídeselo tú.
Cabeza de Vaca, de escasa oratoria, dijo:
Habla.
A Profeta se le humedecieron los ojos y obedeció a su
amante:
Yo soy el amor, quiero que todos os améis porque
todos somos uno y nuestro amor nos hará felices, en
comunidad, con respeto, pero sobre todo con amor, amor
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desde el terroso suelo hasta los más altos y azules cielos.
Amor, mi querido, mi querido amor, el amor nos salvará, sin
amor no hay vida.
Agricultor Asesino dio un paso adelante y preguntó a
Jesús si ya tenía bastante: éste asintió.
Le clavó el cuchillo por sitios que difícilmente antes
habrían sido acuchillados en otro ser humano, en las axilas,
entre los dedos de los pies, en los tobillos, cejas, bajo las
rodillas, en antebrazos, en las ingles, luego también, por
supuesto, ojos, orejas, abdomen, huevos, pene. Una
barbaridad. Absolutamente brutal. Hasta Jesús se sorprendió
ante semejante despliegue de cólera.
Jesús, no olvidemos, bajo la túnica de Profeta, probó a
hablar como él:
Yo soy el amor, hermanos, el amor.
Agricultor Asesino se había manchado de sangre el
traje de romano. Sudaba de lo lindo. Su sobrealiento no le
permitió escuchar las palabras de Jesús, quien dijo tras su
rejilla, alzando la voz:
¿No me has escuchado?
Hablaba en singular pues con Cabeza de Vaca era
complicado entenderse.
Disculpa, repite, anda, se excusó Agricultor Asesino
recobrando el pulso normal de su respiración. Jesús dijo:
Soy el amor. Os amo, queridos hermanos. Mi amor os
doy. Recibidlo y propagadlo. Amados míos, os amo.
Muy bien, mintió Agricultor Asesino y enseguida
pensó qué diablos se propondría Jesús de Nazaret.
Cabeza de Vaca no se movía, esperaba órdenes y éstas
llegaron de la mano de Jesús:
Vayamos hacia la plaza. Voy a hablarles. Vosotros
iréis detrás de mí, como buenos escoltas romanos.
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Agricultor Asesino echó un mirada de arriba abajo a su
compañero de escolta y no pudo contener una risa pero sí
consiguió contenerla lo suficiente para que no fuese más allá,
hacia los terrenos de la mofa.
Salieron por la puerta. En primer lugar Jesús de
Nazaret o Nuevo Profeta, tras él la escolta romana formada por
Agricultor Asesino y Cabeza de Vaca.
Enseguida se formó murmullo. Míralo, es Profeta,
¡qué raro!, ¡si sólo habla por las mañanas!, ¡y encima hoy ya
ha hablado ya!, sí, es verdad, es él, yo he estado esta mañana,
da gusto oírlo, ¡qué raro!, va camino de la plaza, ¡va a hablar
otra vez!, ¡haced correr la voz!, ¡Profeta!, es Profeta, por la
tarde, algo pasa, algo ha pasado, Profeta va a hablar por la
tarde, miradlo, es él, es Profeta, va hacia la plaza, algo
importante tendrá que decir, yo he estado en el discurso de la
mañana y se ha despedido hasta mañana como siempre, algo
raro, algo ha pasado que tiene que hablar otra vez, ¡esto no es
normal!, anda, pero si es Profeta, no, no puede ser él, sólo
habla por las mañanas, no digas tonterías, sí, ¡es él!, levanta la
cabeza del suelo de una vez, ¡míralo! ¡Vaya! ¡Es él! ¡Es
Profeta! Vayamos con todos, sí, vamos, ¡es algo
extraordinario!
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Subieron al escenario los tres. Jesús ocupó una
posición central, más adelantada. Las masas en su sitio, bajo el
púlpito. Agricultor Asesino oteaba en busca de romanos. No
los veía. No tardarán en aparecer, pensó, justo cuando los vio
llegar. Unos veinte soldados. Sin embargo, se quedaron detrás.
¡Otros más!, por el lado opuesto.
Decidieron no intervenir, por el momento. Quizá
juzgaron la situación muy peligrosa.
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encontraban a merced de las palabras de un tarado, de un
asesino. Varios romanos, poco profesionales, señalaban
extrañados al soldado romano rojo y se reían abiertamente del
aspecto de Cabeza de Vaca. Se decían en su idioma:
Pero, no entiendo cómo la gente no se da cuenta, ¿no
ven que no es romano?, ¿que todo es un engaño?, ¿cómo
pueden ser tan gilipollas?
Es verdad, son gilipollas.
Sin embargo algún ciudadano sí se percató. Decían:
Anda, mira ése, un romano rojo.
¡Y ese otro! ¿Qué me dices de ese otro? Yo no había
visto nunca un romano enano. Sí, verdad, mira que son…
¿Qué son? No, digo que son estrictos, que le podían haber
cortado la ropa a medida, que parece que lleve túnica en lugar
de faldón.
Hermanos. Escuchadme, gritó nuestro Jesús de
Nazaret, usurpador de Profeta, éste a su vez usurpador de
EHQSHCSES.
La audiencia se extrañó del volumen de su voz,
afectada, forzada. Se está muriendo, dijo alguno, se va a
despedir, no os dais cuenta de nada, nada más verlo lo he
sabido. El rumor de su inminente muerte se propagó raudo. La
adoración se impregnaba de compasión. Mezcla mortífera.
Claro que Jesús no era consciente de la formidable acústica del
lugar y siguió gritando. Repitió:
Hermanos.
Pensó unos segundos, pues no tenía la menor idea de
qué hablar, echó de menos una nuez. Se vino abajo, quizá
también debido al miedo escénico. Asimismo, Agricultor
Asesino había dejado de sonreír. Huelga decir que Cabeza de
Vaca seguía dándolo todo por parecer un soldado romano serio
como el cielo. Menos mal que su miembro se encontraba bien
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agarrado al cinto. Desconocemos qué hubiera pasado si
hubiese asomado por el calzón, si se hubiese dejado caer.
¡No me lo puedo creer!, se dijo Jesús acordándose que
guardaba las cáscaras de una nuez en su calzón. Pero, ¿cómo
lamerlas? Debería levantarse la túnica, que le llegaba hasta los
tobillos, coger la nuez y ¿luego? ¿Cómo lamerla si su cara se
encontraba tapada por la tupida rejilla? O se quitaba la túnica o
debía olvidarse de la nuez.
Durante estos segundos, compasión y más compasión
expandiéndose sobre el gentío. Sí, se va a morir, va a
despedirse. Qué pena, pobre hombre, ha debido sufrir mucho.
Parece que no tenga fuerzas de hablar. Pobre. Y ahora se va a
despedir. Lo amo. Sí, yo también. Pobre, va a morirse. Aquello
ya casi constituía una verdad.
Jesús optó por olvidar la nuez. No era cuestión de
quitarse el disfraz y revelar su identidad. ¿O sí?
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Desaprovecharon el momento. Ese momento de impás, de
caos, de duda, hubiese sido el óptimo para detener a los
impostores. Sin embargo, Jesús, brazo en alto, comenzó a
hablar. Esta vez más tranquilo, sin forzar la voz, dejándose
llevar.
Sí, hermanos, yo soy el amor y el no amor. Yo no soy
Profeta, soy el Nuevo Profeta. He venido a salvaros del bien y
del mal. Vuelo en camellos–águila y de vez en cuando bajo de
los cielos. Mi palabra es la palabra del conjunto de las palabras
de todos los dioses, mi palabra es la palabra de Dios. Pero no
sólo es la palabra de Dios, también es la mía. Yo solo puedo
hablar por mí cuando Dios está durmiendo. Dios está dentro de
mí. Ahora mismo duerme. Duerme mucho, pues es muy viejo.
Los mares me vienen a saludar y las nubes roban la vida al
desierto. Dios tiene miedo de este nuevo mundo. De un nuevo
mundo sin Él. Y poco antes de morir, surgirá de mí con su
cuchillo maléfico y os dará muerte a todos. Estáis todos
condenados. Debéis saberlo cuanto antes. A Dios no le haría
mucha gracia escucharme, no le agrada que proclame la
verdad. Dios quiere matarme. A mí también me matará. Como
a todos. Por eso yo os voy a salvar. Voy a salvaros a todos, y
no sólo a vosotros, sino a toda la humanidad. A todos, sin
excepción. No voy a permitir que Dios os mate, a ninguno,
pues todos sois mis hermanos. Yo os amo. Pero no en la forma
que decía el falso profeta que os hablaba antes. Yo os amo
demasiado. ¡Demasiado! Por eso me voy a matar yo mismo y
de esa manera también acabaré con Dios. Y de esa manera
Dios no podrá matar a nadie. No podrá salir de mí. Se
acabaron los dioses para siempre. Ahora os quedaréis solos,
vosotros y el mundo que veis. Nada más que eso. Yo, el
Nuevo Profeta, el Salvador, os auguro un mundo cruel, un
mundo salvaje, sin leyes, sin dioses. Un nuevo mundo, un
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mundo justo. Nadie vendrá a deciros dónde estáis y dónde
debéis estar. Dios morirá conmigo. Yo, el Salvador Universal.
Yo, el Asesino de Dios. Yo os doy la vida, la paz salvaje. Yo
os amo como jamás nadie os ha amado. Muchos no
entenderéis mi mensaje ahora, pero cuando tenga lugar mi
crucifixión, os daréis cuenta de todo. Veréis cómo mi muerte
supone la muerte de Dios y veréis cómo se hinchan vuestros
pechos de aires renovados, aires del Nuevo Mundo. Hermanos,
acompañadme ahora hasta el promontorio de los crucifijos.
Comprobaréis que mis palabras son la verdad, la pura verdad.
Antes de que Dios despierte. Debemos darnos prisa.
Jesús bajó del púlpito, sobre una especie de palco, y de
un salto al suelo.
Agricultor Asesino se despojó del traje de romano.
Cabeza de Vaca obró de igual modo. Siguieron a Jesús muy de
cerca, cada uno a un lado. Casi hombro con hombro. No
hablaron. Ni siquiera se miraron. Ahora quien parecía
sumergido en las profundidades de su papel era Jesús de
Nazaret. Era como si realmente se creyese lo que había dicho.
Andaba con paso firme, a pesar de su extrema delgadez.
Desprendía fuerza. Valor.
La muchedumbre tardó algo en reaccionar. La duda se
disipó con los primeros grupos que se arrimaron al Salvador.
Nada tenemos que perder, dijeron otros muchos y se unieron.
Veamos qué pasa. Caminaban deprisa. Los dos grupúsculos de
soldados romanos, estupefactos, no se movieron. La plaza se
despejó enseguida. Una cola de serpiente humana desapareció
entre las calles. Finalmente todo el público acompañó al
Salvador, aunque muchos no lo tomasen por tal. En la plaza se
hizo la calma, una densa calma. Sin embargo, en el
promontorio habría otros romanos, eternos guardianes del
orden y la justicia. Debían unirse a ellos. Eligieron otro
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camino, más largo, y echaron a correr. Aun a sabiendas que
nada podrían hacer ante semejante marea humana.
A causa de los cuellos de botella que se formaban en
las calles más estrechas, Jesús hubo de detenerse quince veces.
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Salvador. Nuevo proyecto de verdad. Pocos dudaban de su
palabra. Se iba a suicidar. Sí, seguro que sí. Se iba a colgar por
amor. Sobre el mundo nuevo, el mundo futuro que les
esperaba, sin dioses, sobre una salvaje tierra de promisión…
nadie pensaba lo más mínimo. No veían más allá de las
palabras. Las palabras que encadenan hechos. Hechos
presentes.
Improvisando un púlpito, Jesús subió unos cuantos
peldaños de una escalera apoyada contra el crucifijo elegido.
Alzó el brazo. Todo se paró excepto los buitres danzantes.
Agricultor Asesino y Cabeza de Vaca se habían fusionado con
la multitud, que formaba un círculo, guardando una distancia
de varios metros alrededor del crucifijo.
Ha llegado el momento, gritó Jesús. Sacó a relucir su
cuchillo. Amenazó al cielo. Me daré muerte delante de todos
vosotros. Recordad que no me mato a mí solo, mato a Dios, al
padre de todos los dioses que llevo adentro. Duerme ahora y
dormirá para siempre. Yo, de este modo, viviré, me conoceréis
como el Salvador, vuestros hijos me conocerán como el
Salvador, y los hijos de vuestros hijos. Jamás podré ser
olvidado. Lo que hago no lo he elegido yo. Lo que hago tiene
que ser hecho. No obedezco a nadie ni a nada, ni siquiera a mí,
obedezco al espíritu cósmico. Camellos–águila ya no
regresarán jamás, marchan allende los mares estelares. Sin
rumbo. No más ofrendas, no más súplicas, ahora, sí, ahora y
sólo ahora, el mundo es vuestro.
Jesús buscó con la mirada a Agricultor Asesino y a
Cabeza de Vaca. Necesitaba que alguien le ayudase a colgarse.
No, será mejor que no, que lo haga yo solo. Así que
nuevamente improvisó. Subió hasta el final de la escalera. El
crucifijo era altísimo. La escalera no sobrepasaba el palo
transversal. Jesús necesitaba tener una mano libre para
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acuchillarse. Se sentó en el palo transversal, que quedó entre
sus piernas. El silencio observaba cada uno de sus
movimientos. Dudó, el Salvador dudó. Pero no dudó si
suicidarse o no, sino cómo llevar a cabo el suicidio. No podría
atarse. Por tanto, sólo podría asestarse una cuchillada, una
única cuchillada, mortal. Sí, eligió el sitio. Sin duda. Se
degollaría, se rajaría la garganta. Miró a su brazo derecho,
como informándole de la capital importancia de su acción.
Clavar y rajar, con todo el amor y con todo el odio, embebido
de toda la energía cósmica. Se colocó bien, se sentó sobre el
palo transversal, con las piernas por delante. Con su brazo
izquierdo se agarró firmemente al palo vertical. Tengo que
abrazarme fuerte al palo, se dijo. Mi último abrazo. De ese
modo tenía libre el brazo derecho. Su cuchillo en su mano
derecha. Sólo le faltaba rajar su garganta.
Miró al horizonte y no lo encontró.
El silencio era tan puro que el universo entero escuchó
el resquebrajarse de su piel.
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