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la decimosexta estación

(por Luis Ángel CM)

 
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Muchos días nadie le miraba. O le miraban como


quien mira a una silla. Aquel despojo humano poco más podía
hacer que ver, oír y callar. Su madre regentaba un bar a las
afueras de Jerusalén. Su padre siempre andaba de aquí para
allá con las caravanas, con sus tejemanejes. Era comerciante.
El despojo tenía una enfermedad para la que no había cura. O
no la encontraban. O no la encontraron. Le visitaron varios
médicos. Incluso su padre hizo venir a uno de Samarcanda. Si
no te cura éste, no te curan ni los dioses, le dijo dándole una
palmada en el cogote. El médico se lo tomó en serio, eso sí.
Era un gran conocedor, el nuevo Asclepio, un sabio, decían.
Mucha gente vino a verlo. Llevaba piedras preciosas en su
toga. Hasta una gran piedra verde muy brillante le colgaba de
la barba. Era muy raro. Tenía los ojos pintados de negro.
Parecían cuevas sin oso. Sin cejas. Y las uñas muy largas y
afiladas. Apuntó muchas cosas en sus papeles, examinó los
dientes al despojo, hasta por debajo del pene le tocó. Se
sorprendió al no encontrarle los huevos. Enseguida le
informaron de que el paciente había sido castrado. Asintió
gravemente, como dando el visto bueno a la castración. ¿Qué

 
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diablos escribiría en aquellos papeles? El despojo no entendía
nada. Se ruborizaba ante semejante expectación. El médico de
Samarcanda vino con su traductor y su séquito. La madre del
despojo miraba desde atrás mordiéndose las uñas. Quizá aquel
hombre extraño diese con la cura de la enfermedad de su hijo.
Y de paso podría echarle una mano en el bar o marchar con su
padre a comerciar y servir para algo. De un modo solemne, el
médico de Samarcanda se dirigió a uno de sus ayudantes. Éste
sacó unos cuantos tarros de hierbas y fue depositando diversas
cantidades en un bote vacío. Luego el ayudante se lo ofreció a
la madre del despojo, con ambas manos y tras una reverencia.
Negaba mucho con la cabeza el médico. Pintaba mal la cosa.
Otro ayudante hundió una aguja en uno de los abscesos
perpetuos de las rodillas del despojo. Aquello reventó y
salpicó por todos lados como un volcán desperezándose,
despedazándose. Otro ayudante vomitó allí mismo. ¡Cuántos
ayudantes! Se ve que le saltó pus a la boca. Otros vómitos
vinieron en cadena. Mucha gente salió del bar entonces. Debe
ser algo que hay podrido dentro de su alma, le dijo el padre del
despojo a la mujer del despojo poco después de haberse
marchado el médico de Samarcanda. Y se lo dijo en voz bien
alta para que su hijo pudiese oírlo. Efectivamente le oyó.

No podía hablar. Sin embargo escuchaba y veía bien.


Eczemas por doquier. Callos esculpidos en sus articulaciones
apenas le permitían moverse. Pero los callos no se
perpetuaban. Callos que no llegaban a viejos. Se renovaban
constantemente. Florecían una y otra vez y comenzaban a
supurar y luego se secaban unos cuantos días y después más
flores y dolor. Verde y negro. El ciclo de la naturaleza.
Apestaba. Muchos clientes se lo hacían saber cuando pasaban
a su lado. A veces le escupían en la espalda o en el pelo. Y

 
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cosas peores, como que cuando salían del retrete, se limpiaban
en él, en su pelo, o en su ropa o en su cara. Cualquier leve
movimiento le hacía ver las estrellas. Por eso el despojo
pasaba los días en una misma postura. Ya se había
acostumbrado a dormir sin moverse. Y durante el día,
permanecía sentado allá al fondo del bar, junto a la puerta de
los retretes. No podía defenderse. Al principio de los tiempos,
alguna vez les miraba mal, pero se cansó de odiar. Si no se
movía no sentía dolor. ¿Qué hubieseis hecho vosotros? Nadie
quiere sentir dolor. Ni el masoquista, pues el masoquista lo
convierte en amor. Por eso no se movía un ápice aquel
despojo. Su corazón latía desde el fondo de su caja torácica
para no perturbarle. Simplemente estaba resignado a observar,
a vivir la vida de los otros. Se hacía pasar por ellos, salía del
bar camuflado en sus cuerpos, se lo imaginaba todo, hasta el
cielo circular, las tormentas de los mares, las pirámides.
Escuchaba con fruición, visualizaba las fechorías que contaban
aunque era consciente de que la mayoría no debían ser más
que embustes. Así, el despojo se convertía en un héroe.
Menudo héroe de mierda. El frugal viaje mental lo devolvía a
la realidad de muy malas maneras, postrándole en su silla del
lado del retrete.

Quieto ahí, despojo.

Su madre siempre andaba muy atareada, por el bar


pasaba mucha gente. Muchos días no podía darle de comer y le
llevaba un puré y le colocaba una pajita en la boca y le
acariciaba en el pelo y volvía rápidamente a sus quehaceres.
Sin embargo, siempre que el trabajo se lo permitía, le daba de
comer con cuchara. Con abrir una ranura de la boca era
suficiente. Mínimo dolor. El despojo solía pasar mucha sed.

 
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Debía ser por su enfermedad. Siempre tenía sed. Aunque
prefería pasar sed que cambiar de posición y levantar una
mano para llamar la atención de su madre. Le dolía muchísimo
moverse. Repito. Es importante. Así que sacaba la lengua y
esperaba a que su madre le mirase. O esperaba que algunos de
los habituales se solidarizasen con él y le diesen de beber o le
dijeran a su madre que su hijo estaba sacando la lengua. Era
complicado.
Sobre su mesa un bote con plantas aromáticas. Su
madre las renovaba cada semana. Mitigaban su hedor.
El primer médico que le vio fue el que sentenció:
castración. Así no daría problemas. Les dijo a su madre y a su
padre que podrían dejarlo en un rincón del bar, tranquilamente,
y que no montaría follones, pues el apetito sexual te puede
volver loco, añadió. El apetito sexual lo que te vuelve es
gilipollas, apuntó un viejo que rondaba por allí. El padre del
despojo lo mandó callar. No ves que está hablando el médico,
calla, joder. Su miembro se reducirá como el de un niñito y no
dará problemas, informó el médico. Es mejor no arrancarlo.
Meará. ¿Ese médico pensaba que el despojo no podía oírle?
Hablaba de su paciente como si fuera una cagada verde. Su
madre enviaba a su hijo activas miradas compasivas. Sabía que
lo estaba oyendo todo. En cambio su padre parecía muy
contento. Podría seguir con sus negocios caravaneros.

 
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El despojo dormía en un camastro junto al camastro de


sus padres que ocupaba su madre ampliamente ante las
sempiternas ausencias de su esposo. Daba gusto verla dormir.
El cansancio acumulado durante la jornada brotaba de los
poros de su piel. La ascensión. Bajo una semisonrisa retozaba
toda ella sobre los prados de los sueños ciegos. Los dos
camastros parecían formar uno. La madre los juntaba
celosamente mediante empujoncitos con las pantorrillas. Antes
de echarse a dormir y tras levantarse. Era como una manía,
pensaba el despojo. Sin embargo, cuando se encontraba el
padre, la madre separaba los camastros un par de metros. Los
camastros se hallaban dentro del bar, en la cocina, en el hogar.

Cuando la madre portaba al despojo a su silla por las


mañanas era lo peor del día. Éste veía las No Fugaces Estrellas
del Dolor. Pesaba mucho para ella. La pobre madre bastante
hacía con arrastrarle hasta allí. El bar todavía estaba cerrado.
Hubiese estado bien que alguien la hubiese ayudado. Hubiese.
Una vez ella le soltaba en la silla, el despojo adoptaba su
postura y ya no se movía lo más mínimo. El despojo solía

 
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posar los brazos sobre la mesa, resultaba más cómodo así.
Desde allí veía todo el bar. Sólo se le escapaba lo que ocurría
dentro de los retretes. Y prefería no verlo, como podréis
imaginar. Su madre entraba y salía de la cocina. No paraba un
momento. Servía aquí, cobraba allá. Trabajaba una barbaridad.
Tenía que aguantar muchas cosas. Su padre comerciaba y
comerciaba. Su madre excusaba a su padre alegando que él
trabajaba aún más que ella. Cuando tu padre trajo aquel
médico, aquel sabio de Samarcanda... continuamente se lo
recordaba a su hijo. Seguía en deuda con aquel médico.

Oía cosas malas de su padre. Muy malas. Y su madre


también las oía pero parecía no hacer caso, aunque alguna vez
se le cambió el gesto revelando una tensión horrible. Su madre
parecía saber en qué andaba pensando el despojo siempre. Era
su hijo al fin y al cabo. Cuando le traía el puré y le colocaba la
pajita en la boca siempre le decía que lo sentía, que tenía
mucho trabajo y le daba un beso muy suave en la mejilla.
Siempre lo hacía. Ni un solo día no se lo había dicho. El
despojo estaba seguro de que siempre se lo diría. Habría que
preguntarle a la seguridad si está segura de sí misma porque el
concepto de seguridad ya lleva implícito su contrario
acechante: el peligro.

En teoría era hijo único. Como salió rana, sus padres


no quisieron tener más. Pero todos sabían que su padre había
tenido unos cuantos vástagos por ahí. Ergo el despojo tenía
hermanos. A uno lo conocía bien, era un cliente habitual.
Además se parecía a él físicamente. Vaya si se le parecía. Su
madre nunca le había dicho nada al respecto. Pero el despojo
estaba seguro de que ella también lo sabía. Este hermanastro
suyo se llamaba Jesús. En más de una ocasión trató de

 
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manosear a su madre. El muy cerdo. Aquello resultó muy
violento para el despojo. Claro que ocurrió años antes de que
Jesús se castrara, se autocastrara, mejor dicho. Luego ya no
padeció ese apetito sexual perturbador. En otro momento y
otro lugar hablaremos de cómo se hizo brujo castrador y otras
aventuras.

Lo que ahora nos concierne es que un buen día,


siempre es un buen día, Jesús estaba muy borracho y le
arrancó la ropa de un tirón a la madre del despojo. La pobre se
quedó desnuda, tiritando, delante de todo el bar. Gracias a
Elías que sacó su cuchillo y se lo clavó a Jesús en una pierna.
Éste se largó maldiciendo como una cucaracha. Jesús era de
Nazaret, pero se mudó a Jerusalén, porque cometió varios
crímenes, delitos de sangre. Mudarse es mucho decir. Huyó.
Eso decían, al menos. Su madre era una puta negra. Ella se
vino con él a Jerusalén. Era bastante famosa. Hablaban de ella
a menudo en el bar, de su enorme culo bífido que cagaba como
una serpiente, de sus tetas de cabra que le llegaban a las
rodillas y que a veces se formaba una especie de collar de
cuentas con ellas, de su boca sin dientes, de que sólo le
quedaban tres dedos en una mano y en la otra dos porque los
había vendido… decían monstruosidades. Jesús era medio
blanco medio negro. Pero tenía la misma nariz que el despojo
y ambos tenían la misma nariz que su padre el comerciante.
Estaba bastante claro. Alargada y afilada. Nariz como de malo,
de hombre malo. Aparte de beber abundante cerveza, Jesús
mezclaba hierbas, y según decía, estaba enamorado de la
adormidera porque no le hacía dormir sino ver. ¡Ver!, ¡VER!,
gritaba. Decía tantas cosas. Venía gente desde muy lejos para
comprarle pócimas. Y su reputación crecía. Desde sus tiempos
de brujo castrador y brujo abortivo se fue convirtiendo en todo

 
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un personaje. Le conocían por el Perro del Infierno, el Mal
Bicho, el Aborto, el Rata, el Pirámides, etc… Sin embargo, a
veces se ponía a hablar y todo el bar se callaba. Su tono de voz
era absolutamente distinto a su disposición de ánimo. Hablaba
muy cálido, muy pero que muy pausado. Parecía un sabio,
pero un sabio que no necesita un séquito como aquel de
Samarcanda. Eso sí, decía cosas rarísimas, como en otro
idioma, con palabras sueltas sin coordinar. Seguramente por
los efectos de sus pócimas.

 
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Una vez Jesús dijo:


Duro, no puede ser de otra manera. Roca. Fuego.
Error. Dios. Buitre. Todavía no ha llegado la noche. No os
preocupéis, ella os encontrará a vosotros. Se dejará ver. Huid.
Jesús bebió un prolongado trago de cerveza. No había
nadie en el bar. Sólo el despojo y su madre. Sin embargo él
declamaba. Pausado. La madre se afanaba en limpiar y en
preparar más comidas porque el bar no tardaría en llenarse. Era
media mañana.
Jesús continuó. Gesticulaba con la suave vehemencia
de la brisa marina, como si le estuviese oyendo todo el mundo
sentado en un anfiteatro.
Y dijo:
Tiempo. Perpetuación del espacio. Mira un templo.
Destrúyelo y adiós. Dios. Ojo. Idiota. Azul.
Se echó otro trago al coleto. Este trago más breve.
Jesús continuó:
Ni Zeus ni Saturno ni rata. Algo. Mirada. El Gran
Buitre. Todo al unísono. Ojo.
Jesús apuró su jarra y prosiguió:

 
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Supervivencia. Cero. Mundo. Comadrejas. No hay
pirámides sin ojos. Pero, ¿las pirámides son en realidad ojos?
Pensad en ello, amigos.
Sin embargo, los únicos amigos que podían escucharle
y pensar en ello eran el despojo y su madre. Y de los dos, sólo
el despojo le escuchaba. Alguien entró en el bar. Dos hombres
fuertes, agricultores. Pidieron cerveza y pan y aceite. La madre
les sirvió enseguida. Jesús de Nazaret continuaba hablando
como si nada. Seguía repitiendo lo de que no hay pirámides
sin ojos, pero ¿las pirámides son en realidad ojos? Aquellos
hombres lo conocían bien. Pasaron de él como de la mierda
húmeda. Bebieron y comieron.
Jesús prosiguió:
Cabos sueltos. Brevedad. ¿Has cometido alguna vez
un error? Pero, ¿has estado cometiendo errores continuamente
durante toda tu vida? Disfraz. Conciencia. Alma. Justificación.
Adiós a todos.
Sólo la madre emitió un maquinal y leve adiós. Los
otros dos hombres no levantaron sus cabezas de sus raciones.
El despojo sintió una sed espantosa y comenzó a mover la
lengua. La lengua sí podía moverla sin dolor. Era como si
albergase un desierto perpetuo en la boca. Debía ser por la
enfermedad. Lo único que podía mover sin dolor era la lengua.
Queda claro ya. No tardó en llenarse el bar. Un hombre,
cliente habitual, entró al retrete. Obvió al despojo a su paso.
Pero cuando salió se paró y le susurró al oído: sé que puedes
oírme, te he dejado un regalito ahí adentro, corre, entra y
cómetelo, basura, mierda, asco, polla inútil, no hombre,
cagada, muela negra. Ese hombre era muy trabajador y odiaba
al despojo. Debía pensar que era sordo aparte de mudo y que
se hacía el tonto o algo para no dar un palo al agua.

 
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Aquel mismo día, después de las comidas, entró Elías
y pidió cerveza. Elías saludaba de vez en cuando al despojo
levantando una mano. Le sonreía. Junto a Isaías, eran los
únicos que lo hacían. Sin embargo el despojo jamás le
devolvía el saludo. Mover levemente la cabeza le hacía sufrir
bastante. Lo siento. Al rato entró Josué. Oh no. Josué era
terrible. Cada vez que lo veía entrar, un sudor frío acechaba en
la nuca del despojo. Un buen día, siempre son buenos, repito,
Josué le quiso cortar la lengua porque pensaba que le estaba
haciendo la burla en lugar de pedirle agua a su madre. Gracias
a Elías que le paró los pies. Déjale, le dijo, ¿no ves que está
enfermo? Qué cojones, enfermo, le replicó Josué. Ese cabrón
es el mal, no tiene alma. ¿No sabes que su padre es el
mismísimo Cerbero?, gritó. Allá en la barra, la madre agachó
la cabeza. Quizá no quería oír, pero Josué continuó
envalentonándose:
Su padre sólo tiene hijos raros, enfermos, perros sin
piel, es la mismísima peste encarnada. El alma negra. Pobre de
quien haga negocios con esa mierda. Mira, tenemos a esta
mierda aquí (refiriéndose al despojo); tienes a Jesús de Nazaret
el hijo de la puta negra, el loco de las hierbas; tienes también a
ese puto enano oriental, el del mono… Cállate, le espetó Elías.
Josué le dio un empujón apartándolo de en medio y se
encaminó hacia la puerta. Se despidió diciendo: un día os
mataré a todos, bastardos, y ese día llegará pronto. Muy
pronto. La madre espiró cuando se cerró la puerta. Sus
pulmones evacuaron ostensiblemente la angustia. Le dirigió
una mirada agradecida a Elías. Éste se acercó al despojo y le
miró fijamente sin suavidad ni firmeza y no dijo nada.

 
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Esa misma tarde entraron romanos. Hombres del


futuro. Tres hombres armados con espadas y puñales y corazas
y vestidos de un modo extraño. En sus caras se vislumbraba la
pertenencia a otro mundo. Pidieron cerveza del mundo inferior
y se sentaron a la barra. El silencio pronto se deshizo y regresó
la calma. Sin embargo, no tardó en entrar Jesús de Nazaret. Se
acercó a ellos sigiloso como un gato gris y se les quedó
mirando largo rato pero los del futuro estaban de espaldas.
Jesús parecía examinarlos como aquel médico de Samarcanda
hizo con el despojo. Ellos no se percataron. Parloteaban
mientras bebían. En su idioma extraño. Balbuceaban, que
dirían los griegos de los persas. Finalmente Jesús pidió
cerveza, bebió un amplio trago y habló. Estaba muy excitado.
A ver si se lo llevan detenido de una puta vez los romanos, se
dijo más de uno. Sin embargo, los del futuro se giraron hacia
él y le escucharon con calma. La misma calma con la que
Jesús hablaba a pesar de su excitación espiritualfísica. El resto
seguía a lo suyo. Ya conocían bien a Jesús de Nazaret.
Mientras sólo hablase, pasarían de él.
Y Jesús dijo:

 
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Yo he visto a hombres mejores armados.
Los romanos no debieron caer en la cuenta de ser los
destinatarios de esa reflexión. ¿Estúpidos? Simplemente
pertenencia a otro mundo. No se alarmaron. De todas maneras
Jesús no se dirigía a nadie en concreto sino que elevaba los
brazos como de costumbre y declamaba hacia la techumbre.
Prosiguió Jesús:
Error Dios es tu verdadero Padre-Madre. El desierto es
la ofrenda. Esos que consideras tus padres, no son más que
piedras. Creación de mundo. Movimiento, simple movimiento.
Movimiento o nada. Elegid. No hay antes. Lo primero fue
algo. Fui yo. Yo, el Movimiento–Nada.
Jesús paró a beber y lanzó una sólida mirada al
despojo. Éste apartó la mirada inquieto. Cuando volvió sus
ojos hacia Jesús, todavía le seguía mirando. Qué extraño. Jesús
dejó al despojo tranquilo, vació la jarra con ímpetu y
prosiguió. Sus manos seguían amputando el cielo del bar.
Dijo:
Sin embargo. Generación. Repetir. Habitar. Vuelta a
las cuevas. Destrucción del sueño. Camellos. El templo se
tambalea. Ojo.
Los romanos comenzaron a fruncir el ceño. Sus armas
refulgían y destellos broncíneos reverberaron por la estancia.
No debió hacerles ni pizca de gracia eso de que el templo se
tambalea. Ese templo que se yergue en su mundo y sodomiza
al mundo inferior.
Con una voz dulce y agradable pero con un gesto
brutal, Jesús pidió otra cerveza. Sus ojos comenzaron a
ensangrentarse.
La madre le sirvió enseguida. Elías salió del bar junto
con otros. Querrían evitar problemas. Dos de los tres romanos
se giraron hacia la barra como dejándole estar y pidieron más

 
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cerveza y aceite. El otro romano se mantuvo a la escucha, pero
con un gesto más bien sosegado.
Y Jesús prosiguió:
Veamos lo que no podemos ver. Ausencia.
Lapidación. Escombros y ratas. Crucifijos vuelan por el cielo.
Descanso. Ojo. Conversión.
Jesús se sentó solo en una mesa y finiquitó su jarra. No
paraba un momento quieto. Como si le rondase un ejército de
moscas. Debía ser hiperactivo o algo. O era por sus pócimas.
Un hombre entró en el bar y preguntó a voz en grito:
¿Quién es Jesús de Nazaret?
Voy, dijo Jesús amablemente mientras se levantaba y
le saludó con una palmadita en la espalda como si lo conociera
de algo o de mucho y ambos desaparecieron.
Los romanos no tardaron en marcharse.

Aquella noche la madre le dio de cenar al despojo.


Con la mano, con cuchara, sin pajita. El despojo mantenía la
boca abierta todo el tiempo y tragaba. La ranura. Así sólo
sufría en el acto de abrir y en el acto de cerrar la boca. Quizá
por eso se le habían caído todos los dientes. No los necesitaba.
O absorbía o tragaba. Había sido un día muy duro para la
madre. Demasiado ajetreo. ¿Dónde andaba su esposo? Hacía
meses que no aparecía. Al parecer debía encontrarse más allá
de la Cólquide. De todas maneras la madre no parecía echarle
de menos. No tenía tiempo para eso. Sólo que alguien debería
ayudarle con el bar. Lo necesitaba, no suponía ningún lujo. De
verdad, no puedo más, se decía. Pero el padre le tenía
prohibido echar mano de una ayudante. Somos autosuficientes,
decía orgulloso. Somos los dos muy trabajadores, podemos
con todo. Gracias a los dioses. Solos, tú y yo. Te quiero,
María, le decía, no sabes cuánto te echo de menos por mis

 
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interminables rutas comerciales. El mundo no se acaba nunca.
Es nuestro. Tuyo y mío y de nadie más. Pienso en ti debajo de
la enorme luna. Algún día te llevaré conmigo para que puedas
disfrutar conmigo de esos anchos cielos.

Si el despojo casi no existía para el mundo del bar, que


era su único mundo, (exceptuando su madre, por supuesto),
mucho menos para el padre. Al regresar de sus viajes no
permanecía en casa más de una semana. Entraba por la puerta
como si fuera un rey. Olía a perfumes exóticos. Vestía largas
túnicas doradas. Sin embargo no se atrevía con el púrpura por
no incomodar a los romanos. La abrazaba a ella y le decía que
le sirviera la mejor de las cervezas y el mejor de los aceites.
Enseguida se ponía a contar sus batallitas a los presentes.
Algunos no lo soportaban y ahuecaban el ala. Le llamaban
José el Payaso, o José el Pájaro Carpintero, o José el Putero, o
José el Mierdahúmeda, entre otros. Muchos de estos motes los
había inventado Josué, claro está. El despojo seguía allá, al
fondo, al lado de los retretes. In(di)visible. Su padre no solía
acercarse a saludarlo. Cuando cerraban el bar, la madre le
decía: anda, ayúdame con el chico. ¡Ah, sí, sí!, ¡claro, mujer!,
¡el chico!, decía él.

Un buen día Jesús fue hacia los retretes y se paró ante


el despojo y le dijo al oído: Sé que nos matarás a todos. Lo sé.
El despojo frunció el ceño instintivamente y sintió un
dolor espantoso.
Cada vez está peor, se dijo. Y es hijo de mi padre,
luego es mi hermano. Y yo soy su hermano. Y él lo sabe. Qué
sed, esta sed. Me quiero dormir ya. Estar en la cama sin tener
que llevarme mi madre adentro. Estar aquí y luego estar allá,
nada más. Sin caminos. Sólo sitios. Ni el camino de ida ni el

 
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de vuelta. No quiero otra cosa. Bueno, la sed, también está la
sed. No me ve. Tiene mucho trabajo. No me ve.

 
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Josué apareció otro buen día envuelto en sangre. Se


había peleado con unos nubios, dijo. Entró al retrete. Se lavó.
Iba muy borracho. Menos mal que no reparó en el despojo,
porque lo tenía enfilado. Pidió una jarra de cerveza y se la
tragó de un modo brutal. Pidió otra más y más de lo mismo.
Comenzó a gritar y a lanzar salivazos y a provocar al personal
diciendo:
Sois todos tontos. Mierdas. Putas mierdas. Trozos de
mierda, mejor dicho, mierdecillas. Dejad de masturbaros,
mierdasecas y mierdahúmedas. Vuestras madres y los padres
de vuestras madres y vuestras hermanas y vuestras hijas
vienen por la noche a mi puerta y se ponen en fila para que les
meta el rabo por el culo. Son peores que las burras cojas. Sois
todos unos hijos de la gran puta reina de las putas. Sois todos
hijos de la puta negra esa, la madre de Jesús de Nazaret. Sí,
¡sí! Todos sois hermanos de Jesús, hijos de puta. ¡Qué
cojones!, ¡Jesús de Nazaret es vuestro padre! Agghhh. Mierda.
Aghhhhhgggh. Puta mierda.
Soltó una carcajada que resonó en el Hades.
Prosiguió Josué:

 
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Yo estoy cansado ya de ir regalando semen, a partir de
mañana os lo voy a cobrar, sí. Os lo voy a cobrar, cabrones de
mierda. Putas. Lo voy a poner en frascos y lo venderé. ¡Claro
que sí! Seguro que vienen de muy lejos a comprármelo. Hasta
tu esposo vendrá, María, le dijo a la madre del despojo. Ella no
levantó la cabeza, siguió enjuagando las jarras sucias. Eres la
única mujer no puta que hay en todo Jerusalén, ¿lo sabes?,
continuó dirigiéndose a la madre. Se acercó un paso. Josué
había cambiado el tono. Se puso algo así como romántico. La
cosa se estaba poniendo fea.
Prosiguió Josué:
Si me hubieras querido a mí, María, no habrías tenido
esa cagada de allá (señaló al despojo). Podrías tener hijos e
hijas sanos, con alma limpia y pura, ¡muchos!, ¡decenas!,
¡docenas! Pero no, claro, te juntaste con el comerciante, con
ese pájaro carpintero, claro, sólo hay que verle, con esas
túnicas, ¡mentira!, ¡esas túnicas son mentira!, ¡son corruptas!,
¡es mierda!, ¡mierda puta!, ¡no es más que un putero y un
chapero!, ¡que hasta a los críos les hace pajas y se le corren en
la cara! Lo sabías, ¿no? ¡Sí, a los jóvenes les sacude el rabo!
¡Y se deja que le escupan su leche por la cara! Lamevacas.
Lameburras. Y encima les da propina. ¡A saber qué harán los
viejos con su culo! ¡Mierda puta! María. ¡María!, finalizó
gritando de rodillas en una declaración de amor la mar de
suigéneris.
La madre seguía aguantando el chaparrón enjuagando
las jarras.
¡Vale ya!, ¡levántate y vete de aquí!, gritó un hombre.
Era Isaías. Un hombre muy viejo de barbas largas blancas y
frescas como riachuelos de montaña. Vete a casa, Josué, vete a
dormir la borrachera. ¡Basta ya!

 
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Hombre, Isaías, no te había visto, mira quién anda por
aquí, dijo Josué recuperando su rabia. Pero qué me estás
contando si te vi anoche a ti también haciendo fila en mi
puerta para que te reventara el culo. Sí, sí, tú también estabas,
junto con tus hijas y tu mujer, desnudo, sin túnica, y
refrotándote el culo con la cara de tu hija mayor, pero, lo
siento, no tengo tiempo para todos. Aunque venid esta noche,
esta noche os dejaré pasar a todos los de vuestra familia
primero. Sí, primero vosotros. Todos vosotros. Trae a tus hijas
y a algún bastardo que tienes por ahí también, no te olvides a
nadie, tráete a todos. Ah y tu hija pequeña tráela, que yo la
enderezaré, a esta puta. Y recuerda que a partir de mañana
comienzo a vender mi semen. Esta noche disfrutaréis de la
última cena gratis, ¡trozos de mierda!
Jacob, fiel amigo de Isaías, se acercó sigilosamente
por detrás y estampó una jarra en la cabeza de Josué. Éste cayó
desplomado. Isaías cogió por los pies y Jacob por la cabeza y
lo sacaron del bar. La madre del despojo respiró ampliamente
cuando se cerró la puerta. La concurrencia esperó en vano:
Isaías y Jacob ya no regresaron aquel día. La calma se fue
haciendo en el bar. La madre llevó agua al despojo, sin
habérsela pedido nadie. Gracias, pensó el despojo.

Claro que Jesús siguió con sus monólogos de palabras


entrecortadas. Un día, un buen día,
dijo:
Distingamos. Ahora. Recordemos para olvidar cuanto
antes. Complicado. Pirámides. Vómitos. Pirámides. Cielo.
Camello. Mar.
Bebió uno de sus tragos y prosiguió:
Veréis. Murallas de Jericó. Sal. Por eso he castrado a
tanta gente y sigo castrando y seguiré castrando por los siglos

 
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de los siglos. Abortos bienvenidos. Esclavos del mundo, tenéis
cerca las llaves de vuestras celdas, más cerca de lo que podáis
pensar. La castración os dejo. La castración os doy.
Josué se levantó de su silla visiblemente irritado y
gritó encolerizado:
Cállate, mierda. Joder. Cállate, puta mierda. Asco
puto. Hijo de puta negra enferma. Cierra esa boca o te mato.
Jesús se calló inmediatamente. Bebió un trago, esta
vez muy corto. Quizá se puso algo nervioso. Josué era brutal.
Éste se sentó afectadamente sabiéndose vencedor y
siguió departiendo con sus amigos como si nada. El tenso
silencio se hizo añicos y el bar volvió a la normalidad. Sin
embargo Jesús no tardó en retomar la palabra. Esta vez habló
como una persona normal, no como un profeta o como un
histérico.
Dijo Jesús:
Josué, en cierta ocasión te vi manosear las tetas de una
retrasada mental. No te acordarás porque ibas hasta las trancas.
Yo me largué cuando la cosa se puso fea. Es curioso que a los
nueve meses esa retrasada mental tuvo una hija, clavadita a ti,
por cierto. También es curioso que esa niña desapareciese al
poco tiempo. Dicen que la vendiste a unos caravaneros. ¿Sabes
qué hice yo? La compré. Esa niña ya no es tan niña. ¿Sabes?
Es una de mis predilectas. No te puedes imaginar lo que sabe
hacer. Ha matado ya. Incluso a varios de sus hijos antes de que
le neutralizase la vagina. Está manchada de sangre, más negra
que la noche y, lo que es mejor, no quiere limpiarse. Y a ti
también te matará. No lo dudes ni un momento. Ella, tu hija, se
llama Grieta Gris, y te matará pronto. El Brazo Armado está a
punto. ¡Acción!
¡Te voy a reventar!, gritó Josué y se abalanzó como un
cristo sobre Jesús. Éste le esquivó y Josué se estampó contra la

 
22  
barra. La madre del despojo se echó para atrás y se guareció
bajo el quicio de la puerta de la cocina.
Jesús comenzó a silbar y se encaminó hacia la puerta.
Josué no fue a por él. Qué extraño. Lo tenía a huevo por la
espalda. Se incorporó y, al igual que el resto del bar, vio
marchar a Jesús de Nazaret tan pancho. Antes de cruzar la
puerta, Jesús repitió: el Brazo Armado, sí, el Brazo Armado.
Sonreíd, hermanos. Acción. Mi paz os doy.

 
23  
6

Un día entró Jesús al bar y gritó con todas sus fuerzas:


¡Demos paso a Dios! ¡El lento amanecer de Dios! ¡Oh,
el Brazo Armado os saluda!
Y se largó a toda prisa.
Cada vez se hicieron más comunes ese tipo de escenas.
Entraba, escupía cuatro frases contra el techo y se marchaba.
Sin atisbo de aquella armonía de antes. Más bien se acercaba
al estilo brutal de Josué, aunque sin insultar. Brutalidad
terrenal. Brutalidad espiritual. Dialéctica. Mayeusis.
Y dijo Jesús:
¡Ya está todo preparado! ¡Desiertos Sedientos afilan
sus cuchillos! Oh, Lluvia Negra Justa. ¡Vientres! ¡Camellos!
¡Camellos! ¡Derrame!
¡Yo, el Viejo Brujo Castrador, doy la bienvenida a los
penes infantiles! ¡Reíd! ¡Reíd mientras meáis cielos! ¡Almas
Sangrientas!
¡Pirámides!¡Oscuros! ¡Dios! ¡Oh, Dios! ¡Hogueras!
Vírgenes no dan flores. Coños secos lloran ratas.
¡Abortos! ¡Flores negras del mundo!
Mayor. Apenas. Duermen. Error. Error. Fin.

 
24  
Desierto verde. Camello muerto. Buenas noches. Dios
mierda.

Controlaba muy bien sus deposiciones. Sólo iba al


baño dos veces al día. De todas maneras no podía ir solo. Por
la mañana, la madre le acercaba al retrete antes de plantarle en
la mesa. Y por la noche igual. Cagar y mear apenas le dolía.
Como tampoco le dolía mover la lengua. Pestañear le
molestaba algo, pero ya estaba acostumbrado a ese ruido de
fondo. Como al latir de su corazón. Tras una ausencia de casi
un año, su padre llegó por fin. Un buen día. Hacía mucho calor
en el bar. Esta vez sí. Saludó con un beso a su hijo y le
acarició el pelo unos instantes. A su mujer le trajo muchos
regalos. No paraba de hablar. Por la noche, en el hogar,
apagaron pronto el fuego y el padre comenzó a tocar a la
madre. La madre no se negó. El padre echó un vistazo hacia
atrás y el despojo anduvo rápido en cerrar los ojos. Sintió más
alivio que dolor al no ser descubierto. Sus camastros no
distaban más de dos metros. José no tardó en montar a la
madre como si fuera una burra. La madre cerraba los ojos en
silencio. El padre jadeaba hasta que vomitó un grito
descomunal y se quedó dormido encima de la madre. Su
respiración se fue viniendo abajo. La madre no se movió.
Durmieron así. El padre pronto comenzó a gemir en sueños. El
despojo vio a su madre abrir los ojos. Ella no dormía. Al rato
se levantó ella y se metió hojas de plantas por la vagina y se
roció unos líquidos y se frotó largo rato. El despojo se durmió
antes que la madre.

Lo del Brazo Armado de Jesús de Nazaret comenzó a


traer cola. Se ve que ya disponía de unos cuantos adeptos en su

 
25  
etapa de Nazaret. Adeptos del desierto. Un viejo campesino
explicó en el bar lo que había oído:
Yo fui testigo. Podéis creerme como que el cielo es
arriba. Fue hace unos años, en aquellos inviernos lluviosos,
cuando se presentaron unos hombres del futuro pero vestidos
como nosotros. Supimos que eran hombres del futuro después.
No pongas esa cara de gilipollas, Jonás. Bueno, dejadme
hablar tranquilo, joder. Jesús vivía en una choza de las afueras,
en el lupanar, donde trabajaba su madre la Puta Negra. Yo
estaba con otra puta, una de Oriente, la de Ojos de Tigre. La
visitaba a menudo, no me cuesta reconocerlo. ¿Qué pasa? Te
voy a partir la cara, Jonás. Deja de mirarme así. Como te
vuelvas a reír te mato. Mi mujer lo sabía y lo sabe. Un hombre
es un hombre. Nunca te puedes llegar a hacer una idea de lo
puta que es tu mujer. Jesús siempre andaba de aquí para allá,
por el monte. No paraba un instante quieto. A veces me
parecía que estaba en varios sitios a la vez. Por el lupanar,
luego en una choza, luego en otra, después tumbado más allá.
Todo al mismo tiempo. Ya lo conocéis. Decían de él que en
unas pocas jornadas iba del Mar del Sur al Mar del Norte
andando, sin camello. Solo. Bueno, decían muchas cosas,
¡tantas cosas! Como que había varios Jesús y que ese que
vemos no es uno sino más de uno, pero nos parece siempre el
mismo. El mundo está loco. A la mierda el mundo. Pero lo que
yo vi y oí es lo que yo vi y oí. Podéis creerme, y tú, Jonás, que
te den por el culo. Estos hombres del futuro que os decía antes
preguntaron por Jesús. Esperen aquí, les dijo una puta. Al poco
rato salió su madre, la Puta Negra. Era como la jefa, por lo
menos la más vieja del lugar. Iba desnuda y los hombres del
futuro le dijeron que se vistiera por respeto. Ella les hizo una
señal mostrándoles su vagina peluda. Le caían fluidos verdes
viscosos. Siempre iba así por la vida. Con el culo partido en

 
26  
dos, como a punto de derramarse por cada lado. Culo de barro,
le decía alguna puta. Aunque la Puta Negra ya era muy vieja,
se metía pócimas por ahí abajo para no tener más hijos. Decían
que había tenido más de veinte. Igual por eso también dicen
que Jesús no es uno sino varios. Yo qué sé. Lo que sí sé es lo
que vi. Total que la Puta Negra les dijo a los hombres del
futuro que Jesús andaba por el monte bajo, que a la hora de
comer regresaría. Los hombres del futuro se marcharon y
volvieron para entonces. Se encontraron con Jesús y le
pidieron probar algo de lo que hacía. Esas pócimas con las
plantas y vísceras de animales y cagadas suyas mezcladas con
cagadas de animales y dientes triturados de serpiente y yo qué
sé qué mierdas más. Él les dijo: bien, pero antes debéis
contestarme a unas cuestiones. Y comenzó a hacer preguntas.
Se ve que siempre lo hacía. Cuando iba alguien a por una
pócima y no lo conocía de nada le hacía preguntas. Sin ton ni
son. Parece ser que siempre hacía las mismas preguntas. Un
total de siete, creo. Como un ritual. De las siete no me
acuerdo, aunque mi puta de Ojos de Tigre se las sabía todas de
memoria. Pero me quedé con una de ellas, me hizo gracia y se
me quedó no sé por qué, es la siguiente: ¿Algún dios ha nacido
del coño de una puta? Total que al tiempo me enteré de que los
hombres del futuro no venían a por las pócimas sino a
investigar si Jesús estaba formando un ejército. Estuvieron
rondando largo tiempo pero no encontraron nada, o no
debieron encontrar nada, sólo palabrerías insensatas de aquel
loco. Sin embargo, parece ser que sí estaba formando un
ejército, en las tierras más alejadas, en las entrañas del
desierto. Mi puta de Ojos de Tigre me lo confirmó. Hablaba de
él como si fuera su hijo. Me ponía un poco celoso y todo. Hay
que ver. No me cuesta reconocerlo. Soy un hombre. Sí, lo soy,
no como tú, Jonás. Por allí lo quería mucho todo el mundo, eso

 
27  
es verdad. De todas maneras no creo yo que Jesús sea capaz de
formar un ejército como se debe. Si acaso reunir a cuatro
vagabundos y formarlos para la lucha. Aun con todo, ¿qué iba
a enseñar sobre lucha ese Jesús que no tiene fuerza ni para
matar a una mosca? Según se ve, cada soldado se mantenía a sí
mismo, se fabricaba sus propias armas, las robaba o lo que
fuera, pero era muy importante que los soldados estuvieran
solos. Mi puta me dijo que les ayudaban los ángeles, que
bajaban del cielo en las noches sin luna y les ofrecían armas y
comida. ¿Pero qué dices?, le dije yo. Y ella me sonrió y me
volvió a manosear el rabo. Bueno, eso ya son intimidades, que
se me mezclan, me las guardo para mí. Se ve que los soldados
estarían solos hasta el día de la Acción. Mi Ojos de Tigre
siempre repetía el día de la Acción, el día de la Acción. Y otras
putas también lo decían. El día de la Acción. Yo no entendía
mucho de lo que hablaban, la verdad. Se ve que el día de la
Acción no era sólo un día sino varios. Porque parece ser que el
día de la Primera Acción había llegado ya y ya se habían
cargado a algún hombre del futuro. Todo esto me lo contó mi
puta Ojos de Tigre. Como que hay cielo.

¿Así que mataron romanos?, preguntó un hombre en el


bar.
¿Los mató Jesús? ¿O quién?, preguntó otro.
El viejo campesino contestó cabizbajo:
No sé. Ya os digo que contaban muchas cosas. Según
la Ojos de Tigre, se ve que Jesús también quiso matar a su
padre, pero se le escapó.
La madre del despojo levantó repentinamente su
cabeza tras la barra. Lo que demostraba que sabía
perfectamente que su esposo era el padre de Jesús de Nazaret.
¿Y por qué quiso matar a su padre?, preguntó otro.

 
28  
¿Pero quién es su padre?, preguntó otro.
Hubo un silencio. Hasta el silencio parecía saber que
el padre del despojo y esposo de la mujer del bar era también
el padre de Jesús. José. Muchas miradas se dirigieron hacia la
madre del despojo (no así hacia el despojo), quien agachó la
cabeza y se puso a enjuagar las jarras nerviosamente.
El viejo campesino obvió la última pregunta y añadió
gravemente:
Quiso matar a su padre porque se había llevado unas
niñitas para venderlas en sus viajes por Oriente. Se ve que esas
niñitas eran hijas de las putas. Alguna sería hermana de Jesús,
seguramente. Igual por eso se enfadó. Pero, ¿por qué no se lo
preguntáis a él? Viene por aquí bastante…
Otro hombre contestó:
Venga, venga… ¿quién puede hablar con ese Jesús?
Dice tantas cosas, y habla como en otro idioma, con palabras
raras. No se le entiende nada. No parece de este mundo. Uno
ya no sabe qué creer. Las gentes están malditas. Las ciudades
corruptas. Sí, parecemos animales.
Es mejor no hablarle, dijo otro, está sucio por dentro.
Otro dijo:
Yo hace mucho tiempo, comerciando en Nazaret, oí
que Jesús le dio una pócima a un hombre del futuro y que
cuando éste se durmió, Jesús le arrancó el corazón y lo puso en
el altar de un templo. Según decían, el corazón seguía latiendo
cuando llegaron los soldados.

 
29  
7

No coincidían mucho. El padre del despojo no


permanecía en casa más de un puñado de días y sus ausencias
duraban meses. Jesús de Nazaret, en cambio, era habitual en el
bar. Jamás se habían hablado. Alguna mirada sí habían
intercambiado. El padre trataba de evitarle. Por fin llegó el día.
Siempre llega el día, el buen día.
Jesús dijo esponjosamente con sus brazos elevando
plegarias:
Arranquemos los ojos a los dioses del cielo. Están muy
lejos y no nos ven. Traigamos sus ojos aquí, bien cerca.
Pisoteémoslos. Yo, Jesús de Nazaret, soy el Vigilante del
Sueño Creciente. Sé flotar y Flotar sabe en mí. He recorrido el
Cielo Cerebral de las Amputaciones Místicas. Bienvenido sea
el Estallido Final. Castraos y castrad a vuestros hijos. Ya no
podemos esperar a que la marea pula la roca. No.
Bebió y dejó la jarra temblando. Después, como en un
arrebato, gritó con todas sus fuerzas:
¡José!
Y aún más fuerte:
¡José!

 
30  
¡José! ¡José! ¡José!
El silencio vino al bar, todo él. El silencio de orejas
ensangrentadas. Inmovilidad vibracional. Todas las miradas
con destino a José. Sentado frente a la barra, en una posición
central, no reaccionaba. Tardaba demasiado en reaccionar, de
hecho. Las miradas pesan mucho. El peso acaba dañando. Una
primera gota de sudor brilló en su frente. Era como si hasta el
sol le estuviese hincando su ojo allende la techumbre. Jesús le
seguía retando con su mirada. Era el turno de José, el padre del
despojo y el padre de Jesús, debía responder.
Su demora denotaba una profunda intranquilidad.
Jesús volvió a gritar a pecho descubierto:
¡José!
Con un espasmo José volvió en sí, se armó de valor y
se acercó con paso firme hacia Jesús. Se le quedó mirando a
un palmo de la cara. Jesús mantuvo su mirada. Ambos de pie,
erguidos como gallos. La tensión era máxima. En ese pequeño
espacio entre sus caras convergían todas las miradas. La
eternidad se expandió en unos segundos y en unos segundos se
contrajo, allí, entre sus caras. Estaba claro que José no iba a
hablar. Como mucho, le soltará un puñetazo, pensó el despojo
desde su rincón. Pero tampoco.
Jesús fue el que tomó la palabra, más bien el alarido:
¡Yo soy tu padre!
Gritó tan fuerte como pudo. Entrañas vibrantes. Como
si José se encontrase a dos ciudades de distancia. Sin embargo
su cara se hallaba a un palmo de Jesús. Viscosas babas blancas
y verdes se impregnaron en el rostro de José. Las famosas
pútridas babas de Jesús de Nazaret. Hemos de apuntar que
alguna colgó de la barba de José de forma muy divertida.
Babas balanceándose en un columpio peludo.

 
31  
José, ahora sí, por fin, le soltó un puñetazo en la cara a
Jesús, que cayó al suelo fulminado. José se limpió con su
túnica. Jesús escupió un diente hacia la barra y se levantó
renqueante. Ahora ambos contendientes se encontraban a un
par de metros de distancia. Jesús le dijo a José en un tono
extrañamente reconciliador:
José, tu madre murió al parirte a ti, te habrán contado.
No fue así, yo estuve presente en el parto porque yo era el
padre. Claro, por eso no sabes ni has sabido nunca nada de tu
padre. Es mentira eso de que se ahogó en el mar. Como podrás
observar, no me he ahogado en ningún mar. Estoy aquí.
Repito: yo soy tu padre. Tu madre es la Puta Negra. Igual que
la mía. También somos hermanos. Yo soy tu padre y tu
hermano y tu hijo. Tú eres mi padre y mi hermano y mi hijo. Y
te mataré, padre, hermano e hijo. Te mataré.
Pronunció ese último te mataré como si le fuese a
hacer un favor. Como diciendo: venga, no te preocupes más
que te voy a matar, tranquilo, eso está hecho.
José se abalanzó de nuevo contra Jesús tratando de
golpearle pero éste se zafó y se marchó del bar ágilmente
como un conejo enamorado.

 
32  
8

He aquí Grieta Gris, saludó Jesús y ambos se sentaron


muy cerca del despojo. No había muchas mesas libres y las
últimas en ocuparse eran las más cercanas a los retretes. Jamás
se había sentado nadie con el despojo. En la misma mesa. De
todas maneras su mesa sólo tenía una silla, la suya. Tendrían
que haber cogido una silla de otra mesa, colocarla en su mesa
y sentarse con él. Y quizá darle algo de conversación.
Complicado. Bueno, el día que Jesús llegó acompañado de
Grieta Gris, el bar estaba hasta los topes. Olía a pan caliente.
Grieta Gris era otra rama de árbol. Un esqueleto viviente.
Sucia y maloliente. Continuamente mirando al suelo. Las
greñas le cubrían la cara. ¿Para qué la habría traído? Aparte de
la madre del despojo, era la única mujer que había en el bar y
acaparó todas las miradas. ¿Cómo ha dicho que se llama?
Grieta noséqué. Creo que Grieta Gris, dijo otro. Emitía unos
tibios gruñidos, como si estuviese hablando en idioma
neandertal con algún habitante de los suelos. ¿Por qué,
instintivamente, nos imaginamos el idioma neandertal hablado
en tono de voz alto? No es cuestión de discutirlo aquí. Grieta
Gris, mirada en el suelo, parecía hablar quedamente con algún

 
33  
habitante invisible de los bajos fondos. Jesús se levantó, pidió
dos jarras de cerveza que le fueron servidas en un abrir y
cerrar de ojos y regresó a su mesa con ambas manos ocupadas.
Grieta Gris se volcó encima de su jarra. Literalmente.
Sumergiendo parte de su cara en la cerveza, se la tragó con un
ansia descomunal. Debía estar sedienta. Poco más tardó Jesús
en finiquitar su jarra. Tres tragos y adiós. ¿Es que no va a
hablar hoy Jesús o qué?, se preguntaba más de uno. ¿No va a
soltar sus palabras de loco? ¿Cómo ha dicho que se llama ésa?
Mírala, es todo hueso, no sé cómo se puede mantener en pie.
¿Ha llegado hasta allí andando por ella misma? Sí. Ah, no la
he visto entrar. Pues sí, sí. Grieta Gris. Sí, eso parece que ha
dicho. Sentían mucha curiosidad por la novedad femenina.
Todas las miradas en dirección al despojo. Pero se detenían en
la mesa ocupada por Jesús de Nazaret y Grieta Gris. El
despojo, como fondo de la imagen, seguía pasando
inadvertido. Vertido inadvertido. El despojo suponía algo así
como una segunda línea de horizonte. Pero, ¿es que existe una
segunda línea de horizonte?

Durante unos segundos Grieta Gris levantó muy


lentamente su cabeza, se apartó las greñas y miró al despojo.
Una mirada escrutadora, casi hiriente. Su mirada formaba
parte de un lenguaje desconocido por el despojo. Quizá se me
quiere comer, pensó el despojo. Jesús se levantó de nuevo y
volvió con otras dos jarras de cerveza. Más de lo mismo.
Grieta Gris empotró su rostro en la jarra y la vació en varios
segundos. Jesús bebió un trago corto y se levantó. Muchos
seguían esperando que hablase y agradecieron el gesto.
Jesús dijo:

 
34  
Antes de que estuvieseis muertos no vivisteis lo
suficiente. Mucho antes. Por eso, yo, y no Josué, por eso, yo, y
no Josué, os mataré a todos.
Calló y miró fijamente al despojo. Éste, cómo no,
apartó su mirada al instante.
¿Josué se encontraba entre los presentes? Muchas
miradas le buscaron. Claro, era el padre de Grieta Gris. Sin
embargo pocos conocían o recordaban ese dato. Ese pellejo de
allá le daría muerte, había anunciado Jesús. ¿Quién se creería
semejante tontería? ¿A quién iba a matar Grieta Gris? ¿Con
qué energías? Pero, y Jesús, lo mismo. Era un palo seco.
Aunque, ¿había matado ya? ¿No decían eso? Grieta Gris había
vuelto su cabeza hacia el suelo. Su cara se hallaba a un palmo
de la mesa. Cielo. Techo. Cara. Mesa. Suelo. Todos ellos
paralelos. Como decimos, la mayoría desconocía la historia de
Grieta Gris. Algunos cuchicheos propagaban la anécdota.
Resumida. Es hija de Josué. Parece ser. La vendió a unos
comerciantes pero Jesús la compró y se la quedó. Josué no
sabía nada hasta el otro día que Jesús se lo contó a él en su
cara y a todos los que estábamos aquí. La madre era una
retrasada, una corrupta, cosa que me creo, viendo a su hija. ¿Y
dónde está la madre ahora? ¿La corrupta? ¡Y yo qué sé! No
estaría mal que apareciera Josué por la puerta ahora mismo.
Mira que te gusta el barro. Hay que divertirse, amigo. Qué
vamos a hacer si no. Pues yo tengo mucho que hacer en el
campo. Me voy. Sin embargo Jesús empezó a hablar y este
hombre que tenía tanto que hacer en el campo esperó un poco.
Escuchó la palabra de Jesús:
Decidle a Josué que mañana, al amanecer, en la roca
que señala el camino al lago, le estará esperando su hija, Grieta
Gris. Le estará esperando para matarle. Que no falte.

 
35  
Murmullos. Entre los murmullos desaparecieron Jesús
de Nazaret y Grieta Gris. Ramas secas. Otros dos despojos. Y
aquél, allá, el guardián de los retretes, con su gesto inmóvil y
su parpadeo regular, ¿en qué debe estar pensando todo el
tiempo? ¡Y yo qué sé! ¡Qué mierda me importa! No, no
piensa. Además de sordo y mudo es tonto, retrasado, corrupto.
Ah, ya me lo imaginaba yo. Este mundo está lleno de
retrasados. Me voy a trabajar. ¿Alguno tiene que ir a
comerciar? ¿Es que nadie tiene pensado ir mañana al amanecer
a la roca que señala el camino del lago salado? ¿Tú crees que
irá Josué? Seguro que no va. Tiene mucha faena. Aparte de
beber y alborotar. ¿Quién puede hacer caso a ese loco de
Jesús? Yo no me creo nada de lo que dicen. ¿Y ésa? Será
alguna vagabunda que se habrá encontrado por ahí, nada más.
En el lupanar abunda esa gentuza. Me voy.

 
36  
9

La puta negra se entrelazaba las tetas y se las ponía de


collar. No creó moda. Apenas disponía de clientes. Algunos
viejos viudos vagabundos, el Idiota Listo y poco más. Le
solicitaban un masaje en los testículos, o un masaje en el ano,
o verla defecar entre sus inmensos glúteos gelatinosos, o
hacerle nudos con sus tetas, o inserciones de pequeñas piedras
en el recto. Yo no me meto piedras, repetía una y otra vez la
Puta Negra. Pero, a mis oídos ha llegado que tú eras experta…
Bueno, pues yo ya no me meto piedras. Vale.
A la Puta Negra no le hacía mucha gracia esta última
praxis porque uno se le quedó tieso. Se atoró por dentro y
reventó. Decían que le salían finísimos pelos de mierda por los
poros de la piel. Su cadáver fue rechazado por los buitres. Sin
embargo, Jesús experimentó con (y en) su putrefacción. Todo
por las pócimas, bayas y nueces.

El Idiota Listo. Lo acabamos de nombrar. ¿Quién es?


Un hombre muy alto y muy delgado con ojos hundidos y cara
de idiota. Medio desnudo. El rabo, tamaño medio para la
época, se le salía a menudo del calzón. Por el lado izquierdo

 
37  
principalmente. Su cabeza cubierta por un pañuelo otrora azul.
Siempre el mismo gesto, la misma mirada idiota. Sin embargo
no le caía baba de la boca. Tenía unos cuantos campos y
alimentaba al lupanar. Como pago recibía placer de las putas.
No quería otra cosa: que se la chuparan. Y prefería a la Puta
Negra, la madre de Jesús de Nazaret. Cosa de dientes. De
escasez de dientes, entiéndase. Aunque a veces se cansaba y
probaba aquí y allá. Deseaba la renovación del lupanar.
Nuevas putas. Jóvenes sin dientes. Algunas se quedaban
demasiado tiempo. Y sus dientes aguantaban. Mierda. Cuando
eso ocurría, pensaba muy mucho en matar alguna o reventarle
la boca a pedradas. Pero todavía no se había puesto manos a la
obra. Además, era cuestión de paciencia. O se mueren o se
van, que es lo mismo. En cambio, los dientes, ¡esos pequeños
obstinados! Tras otras pruebas, el volver de su polla a la boca
de la Puta Negra era reconfortante. El Idiota Listo no hablaba.
Trabajaba mucho. Tenía un camello. Siempre iba cargado
hasta los topes. Sus campos marchaban bien. Poseía
excedentes. Incluso en los malos tiempos se las arreglaba. Era
un Idiota Listo, está claro.

Varios hombres habían intentado controlar el lupanar.


Todo control es económico, dirán. Sí, desde que los hombres
compran cosas. Pero la Puta Negra no distinguía entre
hombres y cosas. Era muy suya. Demasiado vieja quizá. Y
Jesús todo el día pululando. Aquello era un caos ingobernable.
Ni Hesíodo podría hacer brotar dioses de semejante lugar. Y
los animales por doquier. Ratas y ratas y cosas como ratas. No
era extraño ver algún perro arrimarse a alguna puta mientras
ofrecía sus servicios a un ser humano. Y las ratas mirando sin
entender nada. ¿Pero por qué miraban siempre si no
entendían? ¿Mirar por mirar? No, sólo los humanos pueden

 
38  
mirar por mirar. ¿Seguro? Los perros eran queridos por las
putas. También había comida para ellos. Y los rebaños de vez
en cuando pasaban por allí a por las sobras vegetales y
animales. Cabras famélicas. Cagando hacían florecer el
terreno. El eterno retorno de andar por casa. Los clientes del
lupanar no se quejaban en absoluto mientras recibiesen el
placer requerido.

Monte bajo y olivos esporádicos. Mapa y chinchetas.


Nueve cabañas formadas por un zócalo de piedra y cubierta
vegetal. Algunas provistas de horno. Dispuestas alrededor de
la plaza, por llamarla así. El ágora, como decía la Puta Negra.
En la plaza convergía toda la suciedad, los animales, los bebés,
las tinajas de agua, los palos, las piedras. Los cadáveres fuera,
era una de las normas de la comunidad, norma muy romana,
por cierto. Nada de estelas funerarias. Nadie adivinaría dónde
enterraban a sus muertos. Hay que decir que la mayoría de las
veces se los cedían a los buitres. O los quemaban. También se
comieron a más de uno. Los niños de teta son los más jugosos,
dijo Jesús con sólo siete años de edad. Claro que no sabía que
ese trozo de carne que se llevaba a la boca pertenecía a uno de
sus hermanos. Aunque nada hubiese cambiado. El
conocimiento no hace cambiar las cosas sino que te acerca a
ellas, que no es poco. Las cosas pertenecen a sus mundos. Si
quieres cambiar de cosas, busca otros mundos.

La piedra que señala el camino al lago salado se halla


a unos tres kilómetros de distancia del bar. Ahí está. Ahí ha
citado Jesús a Josué con Grieta Gris. Padre e hija. Al
amanecer. El lupanar, a otros tres kilómetros de los arrabales
de Jerusalén. En otra dirección, un poco más al Oeste. Un
camino hollado desde tiempos remotos comunica aquellos

 
39  
espacios del gran espacio. El camello del Idiota Listo daba
buena cuenta del camino. Cualquier día el espacio se lleva
todo lo que es suyo. El Ser absorberá sus caminos. Cualquier
día os mato a todos, dijo Josué, dijo Jesús y han seguido
diciendo tantos después. Es un momento de lucidez. El
instante burbujeante. Es el gran espacio el que habla por ellos.

El sol aparece tímido y Grieta Gris espera apoyada en


la roca. Betilo inmemorable. Generación tras generación han
adorado aquella roca. Ya no queda nada. La roca descansa en
paz, por fin. Nada puedo hacer por vosotros, estúpidos, largo
de aquí, repitió la roca durante miles de años. Sin embargo, los
hombres seguían revoloteando y orando y suplicando lluvias y
fertilidad. No soy más que una roca, estúpidos. Largo. Los
hombres cambian, cambian de estupidez. Sin más.

Jesús de Nazaret dijo una vez que había visto a una


roca escupir. Nadie le creyó, por supuesto.
Jesús acompañó a Grieta Gris hasta la roca y le dijo
antes de marcharse:
¿Crees que tenemos alma?
Grieta Gris, que no hablaba, por supuesto no
respondió. Su mirada fundida con el suelo. Cualquiera diría
que era un insecto palo en lugar de una mujer.
Bien, si crees que tenemos alma, tráeme el alma de tu
padre a mi cabaña, insistió Jesús y se marchó corriendo y
saltando. Grieta Gris no lo despidió con la mirada.

Jesús tenía su hogar en el lupanar. No era puta, pero


era el hijo de la puta más distinguida. Y era bien querido por
todas, como ya sabéis. Vivía entre mujeres, ratas, perros y
gatos y todo lo que no solemos ver que es visible por otros

 
40  
veedores. Sus soldados se desparramaban por el desierto. ¿Qué
clase de soldados? Los veremos.

¿Crees que tenemos alma? Pues tráeme el alma de (…)


a mi cabaña. He ahí una de las praxis iniciáticas que llevaba a
cabo Jesús de Nazaret con sus soldados, por así llamarlos,
reiteramos. Debían llevarle el alma de sus víctimas a la
cabaña. Jesús se las comía, o bien las disecaba, o bien se las
daba de comer a las ratas, perros, gatos, buitres, o bien
jugueteaba con ellas o bien las miraba y las dejaba por ahí
tiradas. ¿Pero qué almas?

También Grieta Gris le llevó el alma de su víctima.


Luego Grieta Gris entendió que su padre tenía alma. ¿Qué le
llevó?
No pretendo escribir una novela de suspense. Le llevó
el pene de su padre, el pene de Josué. Parecía un gusano
decrépito. Jesús le ordenó: échalo al fuego. Grieta Gris
procedió. Las ratas se lo comieron bien tostado. Relamiéronse.

Algún soldado no le había llevado el alma de su


víctima a su cabaña. No pasaba nada. Está bien. Simplemente
el soldado pensaba que su víctima no tenía alma. ¿Qué puedo
hacer para que te creas que he matado a ese comerciante?, le
preguntó un día un soldado a Jesús. Éste respondió: Nada.

 
41  
10

El oriental del mono o el Mono Oriental. Un hombre


enano, poco más alto que el mono que le acompañaba. ¿En
realidad era hijo de José, el padre de despojo y el padre de
Jesús, y por tanto, hermano de estos dos? Llamaba la atención
sobremanera. Menuda pareja. El mono de un hombro a otro
del hombre roto. Pasaba por encima de la cabeza. Se agarraba
al cuello. Electricidad. Aquí y allá. Haciendo burlas. Riéndose.
Gimiendo. Gritando. ¿No dormía nunca ese puto mono? Su
amo enano pasaba desapercibido ante tanta acción. Nuestra
vista es vaga. Necesita alicientes, aferrarse al movimiento, sea
espacial o sensorial. Un enano también llama bastante la
atención. Diríase que igual que un gigante. Dejemos ahora el
mono y centrémonos en su amo enano: el Mono Oriental. Así
lo llamaban, obviando el nombre del mono, que por cierto no
tenía, como el gato de Soseki. Su amo lo llamaba mono o
Mono (desconocemos si usaba el nombre genérico o utilizaba
éste como nombre propio) y el amo era conocido por el Mono
Oriental. Menuda pluralidad.

 
42  
No era un soldado de Jesús. Sí su hermano. En efecto.
Otro. Por tanto: hijo de José el esposo de María ambos padres
del despojo del bar.

El Mono Oriental se convirtió en enfermero de Jesús


en su época de brujo castrador. Seguía haciendo sus pinitos,
claro, pero aquella moda pasó, la moda de la castración. Ya
sólo practicaba esporádicamente, al igual que los abortos. El
Mono Oriental vivía en Jerusalén. Extramuros. En uno de los
arrabales, en el vetusto arrabal de los alfareros, en la plaza del
teatro. Entiéndase una plazoleta donde hacían funciones de lo
más variopinto, sin gradas ni escenario ni nada que se le
pareciese. Un hombre dirigía el cotarro, las funciones.
Organizaba a los que pedían limosna con deformaciones, a los
que pedían limosna haciendo el ganso, a los que pedían
limosna en silencio, a los que pedían limosna quietos como
estatuas… Y, entre toda aquella marabunta, el Mono Oriental,
que pedía limosna mediante las monerías de su mono que
brincaba imbricadamente, pelaba plátanos, emulaba ladridos y
maullidos, lanzaba escupitajos al aire y los recibía de vuelta en
su boca con verdadero agrado, se hacía pajas y se tragaba su
esperma con una sonrisa… Cosas de monos. Este hombre que
dirigía el cotarro, que dirigía aquel teatro, más underground
que el núcleo candente del planeta X94aH, era El Hombre Más
Oscuro Del Mundo. Todas con mayúscula. Eso es. ¿Quién si
no? Ríete de Heráclito el Oscuro. Tenía una mirada capaz de
convertirte al instante en piedra o en estatua de sal o en mierda
de camello o en saben los dioses qué. El miedo residía en él,
diríase el Origen del Miedo, del Mal, del Horror. Amargor.
Parecía tan sombrío que hacía una pizca de gracia y todo.
Poseía una buena joroba y estaba gordo aunque era alto
aunque andaba encorvado aunque apenas andaba porque

 
43  
pasaba horas sentado en una silla dirigiendo el teatro aunque.
Ahora les toca el turno a los deformes. ¡Callad, todos! Eh,
espera tú, el turno de los animales luego. Etc, etc. El Hombre
Más Oscuro Del Mundo. Eso es. Voz grave. Peso plomo.
Vivía solo. ¿Quién puede convivir con esa mirada cavernosa?
Su madre. Pero su madre ya falleció. ¿Y su padre? Vete tú a
saber. Con un poco de suerte igual él mismo es su propio
padre. Santos dioses.

Varios grupos de personas se congregaban para ver


(entrever) las funciones. Sentados en taburetes o en el suelo.
Hablando, comiendo, bebiendo, hartos de la vida pero
amamantándola. De vez en cuando echaban un vistazo a la
función pero ya se las sabían de memoria.
Mientras actuaba el Mono Oriental, un hombre
sentado en el suelo dijo:
Me voy a comprar un lamedor de suelo. Estoy
ahorrando. Llevo una semana sin comer.
¿Cómo dices?
Un lamedor de suelo, digo. Son críos negros que se
comen las sobras de las comidas y se chupan las gotas de las
bebidas derramadas por el suelo. Cuando acabas de comer, se
sueltan y a limpiar.
¿Se sueltan?
Sí, se sueltan. Se tienen enjaulados. Como pájaros.
¿Dónde los vas a tener si no? Si son negros. Lo mancharían
todo.
Vaya. ¿Es verdad que la piel negra mancha?
Sí, y tanto que sí.
¿Y quién tiene de eso?
¿Lamedores de suelo? Pues ¿quién va a tener?, los que
pueden comprarlos, ¿quién si no? Muchos tienen en Jerusalén.

 
44  
Algún día deberías entrar a la ciudad. A dar vuelta. O acabarás
saliendo a pedir limosna como toda esta gentuza.
Anda, ¿y tú qué haces aquí? ¿Por qué no vives
intramuros si tan rico y tan especial te crees?
Yo no me creo nada, no tergiverses. Sólo digo que me
voy a agenciar un lamedor de suelo, nada más.
Pero si no tienes ni mesa para comer, que comes en el
suelo, ¿para qué los quieres?
¿Los? Empezaré comprándome uno. Luego vendrán
más, seguro, si ahorro lo suficiente. ¿Y para qué los voy a
querer? ¿No te lo estoy diciendo? Pues para eso, joder, para
que me limpien el suelo. Encima los estás alimentando. No se
podrán quejar, ¿no?
Es verdad, ahí llevas razón.
¿Y dónde no llevo razón?

 
45  
11

En Jerusalén sobresalía una personalidad. Los romanos


la vigilaban muy de cerca. Hablaba en una plaza, una antigua
plaza de mercado. Llevaba mucho tiempo hablando. Su fama
se acrecentaba a pasos agigantados, como se suele decir por
quien dice eso. ¿A qué hora viene a hablar? En cuanto sale el
sol. Y cuando no sale el sol, ¿no viene? No, no viene. Sólo
viene cuando sale el sol.
Nuestro hombre que hablaba en una antigua plaza de
mercado siempre y cuando saliese el sol era una persona
religiosa y sabia, honesta, limpia, buena, humilde. No pedía
limosna. Simplemente hablaba. ¿Le importaba que la gente le
escuchase? Claro, si no, no hablaría. ¿Estás seguro de ello?
No. Pero cuando la concurrencia lo esperaba como a la
mismísima salida del sol y le aplaudían al llegar, algún
escalofrío sentiría, ¿no? O algunas vibraciones en su pene o en
su corazón o tobillo o en algún sitio. Bueno, vayamos a él.
Vivía extramuros. En el vasto barrio de los caravasares. No
tenía familia. Un alma solitaria, diríase. Parece ser que se
ganaba la vida de intérprete. Acomodando a los comerciantes
y hablándoles del lugar al que habían llegado: Jerusalén.

 
46  
Recibía limosnas. Eso era todo. Todo lo que puedes recibir en
el mundo son limosnas. Hasta el amor es una limosna.

Sus palabras eran abrazadas por el silencioso respirar


de las multitudes. Esas multitudes comenzaban, sin saberlo, a
cansarse de tantos dioses, del del sol, del de las estrellas, del
del agua, del dios de los culos sucios, del del, del dios de la
familia, del del aceite, del dios de las flautas, del dios del vino,
del dios de las pollas fláccidas, del dios del amor, del dios de
los ojos vidriosos, del dios del sueño, del de las putas ancianas,
del dios del sueño de las putas, del dios de las nueces, del de
los caminos, del de los árboles caducos, del dios de las resacas,
del de los muertos hace poco tiempo, del dios de los viejos, del
dios de las mamas… ¿Por qué no reunirlos en uno? Le
dejamos que haga lo que quiera, como si pretende haber
creado él solito todo el mundo, como si pretende apropiarse de
todo, que haga lo quiera, que diga lo que quiera, nos trate bien
o nos trate mal, pero que sea sólo uno. Por todos los dioses,
que sea sólo Uno. Creeremos en él, en Él, con tal de que
simplifique la ecuación.

El Hombre Que Sólo Hablaba Cuando Salía El Sol (a


partir de ahora lo llamaremos EHQSHCSES) departía suave y
enérgicamente, como buen orador de masas. Sus discursos
semejaban sinfonías. Sobre todo hablaba de ética, de códigos
de convivencia, de justicia social. Todo ello bajo la sombra del
Amor.
Ante una verdadera multitud, un día dijo lo siguiente:
Amigos y amigas. Es un verdadero honor hablaros,
dirigirme a vosotros. Os doy las gracias antes de comenzar. He
estado pensando esta noche. He pensado mucho en vosotros.
En nuestra sociedad, en nuestra ciudad. Lo único que puede

 
47  
mantenernos con vida es el amor. El amor no sólo hacia
nuestra familia más próxima sino hacia todos los ciudadanos.
El amor hacia los romanos, también, ¿por qué no? El amor no
deja grietas, con el amor no puede haber problemas. El amor
lo recubre todo. El amor lo es todo. Si yo un día me cruzo con
un ciudadano, al que no conozco de nada, le daré la mano y le
diré: hermano, te quiero, te amo, gracias por pertenecer a este
mundo, a mi mundo. El ciudadano me dará la mano. Así será
siempre. El amor nos unirá. Comerciantes, tenderos, alfareros,
agricultores, pescadores, ganaderos, todos unidos por el amor.
Gracias al amor. El amor es algo que hemos recibido de
nuestros antepasados. El amor se propaga como una plaga.
Una plaga única, una plaga que celebran todos y cada uno de
los dioses. Todos los dioses se reúnen en el amor. El amor es
el dios de los dioses, queridos hermanos. Os quiero a todos y
cada uno de vosotros y vosotras. Os amo.

Jesús de Nazaret escuchaba con fruición entre el


gentío. Se dijo: tengo que matar a este cabrón cuanto antes.

Sin embargo los romanos se adelantaron: ficharon a


EHQSHCSES. Pronto lo escoltaban unos soldados hasta la
plaza. Le colocaron un pequeño púlpito. Después vinieron
unas humildes gradas. Luego repartos de trigo y de vino entre
el público. Sólo los viernes. Más tarde los viernes y los
domingos. Finalmente sólo los domingos. Llegó un invierno
sombrío. Un senador provinciano entró en la cabaña de
EHQSHCSES y le despertó. Le dijo: Da igual que salga el sol
o no, hoy tienes que ir a hablar. La gente ya no se acuerda de
que sólo hablabas cuando salía el sol. Ve y habla. Y así
procedió EHQSHCSES, al que seguiremos llamando
EHQSHCSES a pesar de todo.

 
48  
Sí, Jesús cada vez lo tenía más claro. Debía matarlo
delante de su público. Empresa difícil, harto difícil. Pero así
debía ser. Y estaba tardando mucho. Los soldados, sus
pseudosoldados, en cierto modo daban sus frutos, ofrecían las
almas de sus víctimas, pero era un trabajo tedioso. Ningún
gran ejército se ha formado por soldados nómadas
vagabundos. Pero los soldados de Jesús no pretendían
conquistar el mundo sino… ¿qué pretendían? ¿Negar la
existencia del alma? Veamos.

 
49  
12

¿Qué ocurrió en el encuentro entre Grieta Gris y


Josué? Josué compareció a la salida del sol. ¿Qué dirían de él
si no acudía? Él era todo un hombre. No tenía miedo. Mucho
menos a Jesús de Nazaret y sus gilipolleces. Lo de menos que
fuese su hija o no aquélla de nombre estúpido. Grieta Gris,
menuda gilipollez, sí. Iré allí, ¿y qué?, iré allí como quien da
un paseo, sin miedo. Seguro que estará merodeando Jesús.
Algo querrá ese hijo de puta negra. ¿Cómo va a poder
conmigo ese pellejo humano? Además, para algo llevo mi
cuchillo bajo el cinto si la cosa se pone fea. Soy capaz de
comerme vivo a ese hijo de puta negra. Eso es. Soy capaz de
eso y de más. Nadie me pedirá explicaciones si me lo cargo.
Al revés, más de uno respirará tranquilo. Aunque sólo sea por
el plomazo que da. Parece estar siempre en todos sitios. Ya
queda poco. Debe ser después de aquella curva, al bajar el
monte. Qué calor, joder. Qué rápido está saliendo el sol estos
días. Con las cosas que tengo que hacer y que tenga que estar
aquí perdiendo el tiempo como un vago de mierda. Menuda
vergüenza. Pero es mejor venir, tengo una reputación y si no
hubiera venido algunos me habrían tachado de cobarde. Hijos

 
50  
de puta. El mundo está podrido, corrupto. Josué no es un
cobarde. Es un hombre, un hombre de los que ya no quedan.
Sí. Allí es. La roca. Pero, mírala. ¿Pero qué es eso? ¿Una
espiga o una mujer? Si es un montón de huesos. ¿No estará
muerta? Parece muerta. Cuchillo, ve preparándote por si tienes
que entrar en acción. Bien. Esto no pinta bien. Ah, está viva.
Ahora parece que se ha movido un poco. Aunque parece que
está a punto de morirse. ¿O qué coño hay en el suelo? Pero,
¿qué mira todo el rato? Odio a la gente que mira al suelo. Se
mira de frente como un hombre. A la cara. El suelo no tiene
cara. Nadie. No parece haber nadie por aquí, aunque no me
puedo fiar un pelo. Ese puto Jesús. Mierdaseca. Pero, ¿eso es
una mujer? Ah, sí, ¡mi hija! Ja. Este hijo de puta negra, hay
que ver lo que va diciendo por ahí. Me lo tengo que cargar.
Bueno, llegaré allí, me plantaré a un metro y esperaré un poco.
No creo que eso tenga fuerzas para hablar. Pero qué broma es
ésta. No me lo puedo creer, verme yo metido en éstas. Ese
cabrón. De ésta no sale. Lo mato.

Se fue acercando Josué hasta la piedra donde


aguardaba Grieta Gris, su hija. No se le veía la cara. Sus
greñas le caían como una cascada de cables del vertedero. Les
separan cinco o seis metros. Cuatro. Tres. Dos. Uno.

Con una fuerza asombrosa, diríase sobrenatural,


poseída por las furias de Poseidón, Grieta Gris se abalanzó
contra su padre. Lo tiró al suelo y le mordió en el cuello hasta
hacerle saltar venas, nervios y tendones. Ahora más cables, de
otro tipo, brotando del cuello de Josué. Falleció en pocos
segundos. Quizá le diera un infarto en el ínterin. Grieta Gris,
con el rostro ensangrentado, bajó los pantalones a su víctima.
Allí apareció su cuchillo bajo el cinto. Lo cogió con una mano.

 
51  
Con la otra estiró fuerte su pene hacia el cielo. Y cortó. Grieta
Gris no iba armada. Probablemente, recalcamos de nuevo,
probablemente le hubiera arrancado el pene a mordiscos si no
hubiese encontrado el cuchillo de Josué. Mejor así, quizá
pensó ella. Horas después entregaba el alma de su padre a
Jesús de Nazaret, como ya sabemos.

El atardecer la vio acercarse al desierto. El anochecer


la vio dormir bocarriba con los brazos en cruz y los ojos
abiertos de par en par frente al cielo negro inestrellado.
Portaba bayas y agua en su zurrón. Al amanecer, bebió y
comió y se dirigió hacia el oasis. Lugar de congregación de los
soldados de Jesús. Llegó a mediodía. No encontró a nadie. Se
sumergió en la charca como un animal salvaje y se tumbó bajo
una palmera. Los camellos ni siquiera la miraron. Más allá,
una cabra se debatía entra la vida y la muerte, sin fuerzas para
gritar. Grieta Gris dormía cuando alguien se le acercó. La
observó unos momentos. Sacó su pene a relucir. El pene
enseguida absorbió la energía del sol fortaleciéndose. La
sangre efervescente interna y los haces solares chocaron
violentamente en la epidermis. El hambriento y sediento pene
se hizo hueco entre las sempiternas greñas, esta vez vaginales,
de Grieta Gris. Ella recibió con agrado las sacudidas. Unos
cuantos arañazos se dibujaron en su cara al quedar empotrada
contra la palmera. Un viejo camello observó distraídamente el
acto sexual. Sus grandes ojos idiotas parecían sonreír.
El hombre eyaculó adentro y se metió en la charca.
Entre el leve oleaje, sus ojos vigilantes sobresalían como los
de una rana. ¿Alerta o aburrimiento? Grieta Gris no tardó en
volverse a dormir. Los espermatozoides juguetearon a escalar
las faldas del monte de Venus. Todos murieron menos uno.

 
52  
Semanas después, al saberse embarazada, Grieta Gris
fue a buscar a Jesús. Lo encontró en su choza del lupanar. No
le dijo nada, sólo se miró la tripa y negó con la cabeza. Jesús
comprendió enseguida. La tumbó en su hogar, sobre unas
pajas, le abrió las piernas y le dijo: espera un momento.
Fabricó una especie de antorcha, cuyo extremo untó en un
frasco. Se la introdujo una y otra vez, de un modo bastante
brusco. Finalmente Grieta Gris no pudo soportar el dolor y
gritó. Su último grito desgarrador ocultaba la muerte en su
interior.

 
53  
13

Se levantó un día por la mañana y lo hizo. Era un buen


día. No podía soportarlo más. La primera cuchillada en el
corazón. El filo ya algo romo se coló entre las costillas
llevándose una esquirla. La segunda aún más violenta, más
hacia la derecha, se topó con el esternón. Fallo. Luego se
dirigió hacia el pulmón con denodada rabia y fue bajando por
el vientre hasta que se quedó sin fuerzas y falleció. El cuchillo
quedó adentro, incluido mango. Una fina lluvia caía sobre
Jerusalén. La ciudad pacía bajo el cielo. El murmullo del agua
contra el adobe. Las ofrendas a punto para el mediodía. El
desierto sacando su enorme lengua y cerrando los ojos.

¿Por qué lo hizo? Los suicidios estaban a la orden del


día. Una nueva moda, fruto del hacinamiento en las ciudades.
Los suicidios resultan muy peligrosos para la cohesión de las
comunidades. Jerusalén crece a un ritmo vertiginoso. Las
gentes se sienten más protegidas agrupándose, aunque no se
hablen. Los suicidios no son buenos para nadie. Matan.
Acechan. Ése era el debate en el senado romano. Le
encargaron un discurso anti-suicidios a EHQSHCSES, sí, el

 
54  
hombre que sólo hablaba cuando salía el sol, aunque sabemos
que no cumplió con su acrónimo. Un día nublado, erguido
sobre su púlpito, con larga barba de sabio y una túnica más
blanca que la leche de una virgen negra, levantó las dos manos
para pedir silencio a las masas y seguidamente declamó:
La vida es lo único que poseemos. Quien termina con
su vida, voluntariamente, quien se mata, hace mal. ¡Hace mal!
Nada que ver con el amor. Es una deshonra, una verdadera
deshonra, para él y para todos. Los hombres buenos no se
matan. Lo último que nos quedará siempre es nuestra vida. La
casa de nuestro amor. Nuestra vida es lo más importante,
hemos de dar gracias por el hecho de vivir. ¡De poder vivir!
Debemos amarnos, unos a otros, a nosotros mismos, a todo
hijo de vecino, amor y amor a raudales, amor feliz. ¡Vida!
Debemos amar nuestra vida. Quitaros de la cabeza esas ideas
corruptas. La muerte no existe mientras gobierne el amor. En
Jerusalén amamos, aquí nadie quiere el mal. Amor, amor por
cada rincón de la ciudad. Felicidad. ¡Amor! Así nada puede ir
mal. Ahuyentaremos el mal, entre todos, hermanos, juntos, nos
amaremos tanto que el cielo de Jerusalén vibrará y nuestros
desiertos vecinos beberán de nuestro amor. Nuestro amoR
llegará hasta Roma.
Y así más de una hora. Amor, felicidad y compañía. Y
ninguno de los asistentes se levantó. El discurso terminó con
una contundente ovación. Aunque no fue una de las más
logradas y EHQSHCSES se dijo por la noche antes de
acostarse que no debía aceptar los encargos de los romanos
aunque si no los aceptaba algo malo le ocurriría así que
concluyó que siempre los aceptaría aunque trataría de estar
más fino en la oratoria y luego se hizo una paja y se durmió en
su cama de paja. Soñó que hablaba en lo alto de la mítica torre
de Babel y le aplaudían tanto que la torre se estremecía y se

 
55  
derrumbaba y él conseguía escapar entre los escombros y una
vez a salvo, sobre un promontorio, observó el desastre, la
humareda, la muerte y la destrucción, y le pareció algo
absolutamente maravilloso. Se le acercó un hombre negro muy
fuerte y muy alto y le preguntó algo en un idioma extraño que
por supuesto EHQSHCSES no entendió y nuestro
EHQSHCSES le dijo amablemente: no te preocupes, jamás
dejaré de dar discursos y quizá algún día aprendas mi idioma.
Tendrás el privilegio de escucharme en algún lugar, te lo
prometo. El negro pareció entender y se marchó esperanzado.
A los pocos metros, giró la cabeza y miró por última vez a
EHQSHCSES. Sus ojos blancos y negros lloraban. Pura
emoción. EHQSHCSES se marchó y comprendió que todos
los habitantes del mundo le entendían y le entenderían aunque
no hablasen su idioma, por lo que era como un dios, y a partir
de entonces se dijo que él era el dios de la comunicación, sin
lugar a dudas. Y a la mañana siguiente no recordó el sueño
completo sino el epílogo y se dijo: sí, soy el dios de la
comunicación y en mi próximo discurso lloverá el semen, mi
semen omnipresente, desde la tierra hacia del cielo. El mundo
al revés.

El despojo seguía como siempre. Gracias por


preguntar. Nada cambió en su vida durante años. Su madre
permanentemente atareada. Su padre perennemente ausente.
Su lugar en el bar, en su mesa próxima a los retretes. Su
obligada condición de espectador. Pero un buen día se enteró
de la muerte de su padre. Desde allá, desde su asiento, escuchó
diferentes versiones sobre el acontecimiento.
Se suicidó, ya era hora.
Lo mataron.
Sí, lo mataron, ya era hora.

 
56  
Se suicidó por su hijo, debía darle mucha pena tener
una mierda en lugar de un hijo, juaaaaaaaa.
Pobre, le tenían envidia y lo mataron.
Lo han matado unos ladrones.
Le ha matado su hijo, pero nadie va a sospechar de él,
juaaaaaa.
No, en serio, le han matado unos ladrones.
Esta última versión se convirtió en la oficial,
digámoslo así, la que quiso creer todo el mundo, quizá por no
incomodar a su mujer, la viuda María. No olvidemos que el
despojo sólo podía escuchar en el bar. El bar era su mundo. Lo
que lejos del bar se decía acerca de la muerte de su padre no
existía para él. Ni para él ni para su imaginación.
¿Qué sintió el despojo cuando se enteró de la muerte
de su padre? No mucho, más bien nada, y tras la nada, alivio
confortante. Respiró profundamente y el hincharse de su caja
torácica le provocó sufrimiento físico. Más de lo mismo. Vaya,
su padre ya no volvería. De todos modos apenas lo veía, pero
su ausencia pesaba lo suyo por la simple posibilidad de su
llegada. Es como que la nada se puede convertir en todo, por
tanto, jamás podremos estar tranquilos ni un puto segundo en
nuestra puta vida.

Veamos otras versiones.


Un borracho, muy borracho, ya viejo y barbado, con
pelos que diríase le brotaban de los mismísimos ojos, con una
cara sin orejas, todo barba, diríamos una barba con ojos, una
barba borracha con ojos, o una barba con ojos borrachos dijo
lo siguiente: (huelga decir que le importaba un pimiento lo que
pudiese pensar la viuda, que se encontraba fregando los
cacharros a poco más de un metro; y mucho menos el hijo, la
mierda del fondo), (asimismo huelga decir que tampoco bajó

 
57  
el tono de voz sino que habló a gusto, borrachamente a gusto),
bien, pues esto es lo que dijo, que creo que he colocado antes
dos puntos para seguir con sus palabras, con las palabras de la
barba de ojos borrachos y ya no tengo la más remota idea de
dónde están esos dichosos dos puntos porque no puedo mirar
hacia atrás sino seguir escribiendo, pues bien, esto es lo que
dijo:
Era un hijo de puta y está muy bien muerto. Dicho
esto, voy a explicar lo que le pasó a ese hijo de puta asqueroso.
Varios clientes le mandaron callar, o bien le sugirieron
bajar el volumen, dada la cercanía de la viuda (ninguno pensó
en el despojo, claro está). La barba de ojos borrachos no hizo
el más mínimo caso y siguió a lo suyo. Continuó fuerte:
Qué alegría me di cuando vi que era él, José el pájaro,
el muerto. Estaba en Jerusalén, intramuros, iba tranquilamente,
me dirigía a ver a un pariente que tengo pachucho. Total que
escuché unos gritos y un altercado. Me paré a verlo, como
otros tantos. Enseguida me fijé que no se trataba de una pelea
sino más bien de un apaleamiento. Me costó reconocerlo, pero
sí, no había duda, era el hijo de puta del pájaro carpintero,
José, el putero. Ya sabéis a quién me refiero. Le atizaban unos
seis o siete. De lo lindo. Eran duros, y grandes, parecían una
banda de guardas de comerciantes, de esos que contratan los
caravaneros ricos para no tener problemas de robos. Le daban
patadas, puñetazos, pedradas, pensé que no tardaría mucho en
quedarse tieso. Pero aún aguantó el hijo de puta, menudo
bastardo. Uno de los que le estaban dando parecía un gigante,
era como una casa. Él lo finiquitó. Sí, ése fue, parece que lo
esté viendo ahora mismo. Era como una casa de dos alturas.
Estaba el carpintero en el suelo, con sangre por todos lados, se
acercó el gigante y le pisó la cabeza. Se la chafó. Saltaron
tripas de su cabeza a varios metros. Unas mujeres se pusieron

 
58  
malas y se desmayaron allí mismo. Se armó buena. La banda
se largó tranquilamente, al paso, como si nada. Eran
poderosos, saltaba a la vista. Fue una salvajada, lo más
espectacular que yo haya visto en mi vida. Sí, seguramente no
vuelva a ver nada por el estilo.

Otro día, un buen día, un agricultor, algo afectado, que


al parecer apreciaba a José, del modo que se quiere a un
vecino, a un habitual de tu mundo, preguntó a unos romanos
que estaban en el bar:
Perdonen, señores, disculpen que les moleste, ¿me
podrían aclarar qué le ocurrió a José, el marido de esta señora
que tienen aquí delante? Murió hace unos días y no sabemos
muy bien lo que le pasó. Ya saben ustedes, ¡se dicen tantas
cosas en Jerusalén!
Eran tres romanos, de los cuales dos no entendieron
una palabra y el otro entendió algo pero ni siquiera se volvió
hacia el agricultor. Se afanaban en sus panes y en sus peces y
en sus cervezas sobre la barra. Este romano que entendió algo
se lo quitó de encima con el movimiento de un brazo como
quien espanta a una mosca.
El agricultor aún tuvo arrestos de decir gracias y se
marchó cabizbajo. Le lanzó una mirada a María de: lo siento,
he hecho lo que he podido; pero María no la recibió, pues
estaba fregando los cacharros. El despojo escuchaba. Siempre
escuchaba. Siempre está allí. Casi podéis verlo. No, no podéis.

Jesús de Nazareth dijo al respecto:


Lo maté yo.

Al día siguiente entró en el bar y volvió a repetir:


Lo maté yo.

 
59  
Y así durante varios días. Soltaba la frase y se largaba.
Nadie decía nada. No debían creerle, o bien les importaba una
mierda quién hubiera matado a José.

Otra versión. El tiempo transcurría y las versiones se


recargaban, digámoslo así. Veamos. El autor de esta versión es
un viejo alfarero que no frecuentaba mucho el bar. Su aspecto
era verdaderamente decrépito. De hecho no tardó en morir.
Dijo con un hilo de voz:
Su abuelo y su padre murieron así. De la misma forma.
Se arrancaron el ojo con una cuchara. No podían soportar más
el dolor. En cambio, las mujeres de la familia, que sufrían el
mal de igual manera, aguantaron. Si esa es la mujer de José,
ella sabrá de lo que hablo. (María, la madre del despojo,
parecía no escuchar, servía cervezas a unos comerciantes).
Dicen que cuando el abuelo, el abuelo de José el carpintero
pájaro, se arrancó por fin el ojo (tengo que decir que todos
padecieron del mismo ojo: el derecho), le brotó una cantidad
enorme de moco verde espeso, pegajoso, moco de un verde tan
verde que cegaba, de un verde marítimo, celestial, decían
algunos. Soy viejo pero no pierdo la memoria. Y es que el
abuelo se lo arrancó, se arrancó el ojo en medio de la plaza del
teatro. Sin embargo, su hijo lo hizo en la intimidad. Los dos
murieron por la herida, de semejante herida no se salvan ni los
dioses. Turno del nieto. El nieto, José el carpintero pájaro, el
marido de ésa, también se lo arrancó. El ojo derecho, el mismo
que sus antepasados. Y si ese de allá, aquel que no hace nada
(señaló al despojo), es hijo suyo, también morirá de la misma
manera. José se arrancó el ojo por la noche. Fue al lupanar y se
puso bueno, con todas que pudo se pudo a trincar, se gastó
parte de su comercio. Después, exhausto, cogió una cuchara y
se arrancó el ojo. Estaba tan cansado que se quedó dormido y

 
60  
por la noche se desangró. Al amanecer las putas se encontraron
con el cadáver. Jesús de Nazaret lo recogió y se lo metió a su
choza para componer sus potingues. Jerusalén es una gran
puta, ¿es que no lo veis?
Escupió, apuró su cerveza y el decrépito exalfarero se
largó del bar.
Adiós, le dijo uno.
A los pocos minutos volvió a entrar, se echó otra
cerveza al coleto y se fue.
Y aún volvió a entrar en otra ocasión, una semana
después. No se despidió.

 
61  
14

Le cortaron las piernas, costó lo suyo, con esos


cuchillos tan romos que usan. Y es que comenzaron por el
hueso de arriba. ¿A quién se le ocurre semejante cosa? Es que
son un poco idiotas. Pero creen en lo que hacen. Son los
soldados de Jesús. Poco se sabe de ellos, que viven en el
desierto como nómadas, y que van matando (o eso dicen) y
que traen las almas de sus víctimas a su jefe. ¿Jesús?, ¿el jefe?
Ja, ¿quién se lo cree? Yo me lo creo. Pues allá tú.
La puta negra se ha ahorcado. ¿A que eso no lo sabías?
¿Qué puta negra? Ah, ¿la madre de Jesús? Sí. Pues no, no lo
sabía. Se ha ahorcado con sus propias tetas, se ha colgado de
un árbol. Pero alguien la habrá tenido que ayudar para hacer el
nudo, ¿o qué? Sí, su hijo. Si tiene mil hijos. Su hijo Jesús el
loco, el pirámides. ¿Y tú como sabes tantas cosas? Esto último
no lo sé, pero me lo imagino.
Venga ya, me voy a trabajar. Aquí os gusta hablar
demasiado. Las ciudades van a acabar con el mundo. Están
creciendo tanto que pronto no cabrán. Están corruptas. Y lo
malo es que no se sabe de dónde viene todo lo malo. Parece
que lo malo esté por todas partes, ya no se sabe nada, menos

 
62  
mal que me queda el huerto, allí sé dónde se puede sembrar y
dónde no, y sé si un fruto se puede comer o no. En la ciudad,
los gusanos no se distinguen ya, la ciudad es el gusano. A
tomar por el culo, mierdassecas, me largo de aquí.
Espera, me voy contigo.
Pero no me cuentes más milongas. No quiero saber
nada. Si vienes conmigo, calladito.
Está bien, está bien, pero si la puta negra se ha
ahorcado, ¿qué será del lupanar ahora?
También ibas tú, eh, sois todos unos gusanos, unos
gusanos de ciudad.
¡Anda!, ¿ahora quieres hablar? ¿Te interesa si acudía
yo de vez en cuando al lupanar?
No me interesa lo más mínimo.
Pues bien que me lo has preguntado.
No me habré dado cuenta, si es así, lo retiro, retiro mi
pregunta. Me importa una mierda. Tú y todos, sois unos
gusanos.
¿Y tú qué eres?
Yo soy un hombre, un hombre rodeado de gusanos.
Vaya, pues lo tienes mal.
Sí, lo tengo mal. Pero si no necesito mujer, menos
necesito hombres. Y te he dicho que calladito o me largo
corriendo.
Pues menudo hombre, que se larga corriendo. Eso lo
hacen las fieras.
Calladito o te atizo, y ahora va en serio.
Está bien.
¿A dónde vas? ¿A dónde te diriges?
No puedo decírtelo, debo estar calladito.
¡Gusano!
¡Hombre!

 
63  
La noticia del ahorcamiento de la madre de Jesús de
Nazaret no desvarió tanto como la de la muerte de José el
padre del despojo y a su vez el padre de Jesús de Nazareth. A
veces escribo Nazaret con h y a veces escribo Nazareth sin
hache.
La puta negra, la Puta Negra, se ahorcó. Sí, fue su hijo
Jesús quien le hizo un nudo con las tetas, rodeándole
firmemente el cuello, sujetando el cuerpo a la rama de un
árbol, y quien la dejó caer al vacío existencial. El cadáver
alimentó a los buitres y demás carroñeros. El lupanar sintió la
pérdida de la que había sido su madre, su pater familiae.
Derramáronse lágrimas. Ratas con la mirada perdida durante
horas. Sin embargo los clientes se iban acercando a
cuentagotas, como siempre. Sus pollas no venían al entierro
sino de fiesta. Aunque llegaban y se marchaban cabizbajas. El
Idiota Listo se enteró por la noche. Una enorme noche de luna
y estrellas, una noche de esas que abre caminos. Llegó con su
camello cargado hasta las trancas. Descargó y amontonó las
mercancías a la entrada de la choza de la Puta Negra, choza
que ya había sido ocupada por otra mujer.
Eh, negra, gritó el Idiota Listo. Dejo todo esto aquí.
¿Duermes?
Nadie contestó.
La polla del Idiota Listo comenzó a pensar en que
podría introducirse en la boca destentada de la Puta Negra
mientras dormía. La erección ansía flaccidez, por eso a la
erección no le convienen montañas ni acantilados sino lenguas
de mar. La polla del Idiota Listo ordenó al Idiota Listo que
penetrase en la choza de la Puta Negra. Estaba muy oscuro.
Una mujer dormía semidesnuda. La polla del Idiota Listo no
tenía tiempo como para ponerse a identificar a la durmiente.

 
64  
Incluso podía haberse tratado de un hombre durmiente. Sólo se
sorprendió al toparse con rocas, con dientes. La puta que
ocupaba la choza de la Puta Negra se despertó echando pestes
y escupiendo.
¡Largo de aquí! ¡Hijoputa! ¿No ves que estoy
durmiendo? ¡Espérate al amanecer!
El Idiota Listo tomó el control. Su polla cedió el
mando al cerebro.
¿Qué maneras son esas de hablar?, gritó. ¿No sabes
quién soy yo? ¿Eh? ¿Y quién eres tú? ¿Dónde está mi nena?
Vaya, ese mi nena provenía de los efluvios del
sentimentalismo de su polla.
La que vivía aquí se murió. Ahora aquí vivo yo.
¿Cómo que se murió?
El Idiota Listo corrió hacia la choza de Jesús de
Nazaret. No encontró a nadie. Previsible. Luego se dirigió a la
choza de la Ojos de Tigre. Estaba despierta, salió y se sentó.
Sus ojos seguían húmedos. Ella le contó lo acontecido. Vaya,
concluyó el Idiota Listo. Sin embargo, su polla no aceptó un
adiós y terminó violando a la puta de Ojos de Tigre. La
sacudió tan fuerte que la puta perdió el conocimiento. Su polla
estaba bastante enfadada, incluso después de eyacular,
comenzó a urdir un plan: apedrear la boca de la nueva puta que
había ocupado el lugar de la Puta Negra para hallar un cálido
remanso, una dulce playa de granos de arena diluidos, en una
lejanía intergaláctica enemiga de toda materia sólida y rocosa.
El camello del Idiota Listo ya se había arrodillado por
delante y por detrás como bien hacen los camellos y se había
dormido plácidamente. Podemos saber que soñaba, por los
movimientos espasmódicos de sus miembros, pero soñaba
sueños de camellos, los cuales desconocemos y, por lo tanto,

 
65  
podemos traducir del modo que queramos pero no aquí. Ni
allí. Más o menos sería algo como:
Erguido de luna y reptiles noche el peso de la ausencia
no verme ésos la tripa mis ojos

Jesús de Nazaret fue a buscar al Mono Oriental, a su


hermano enano. Lo necesitaba para matar a EHQSHCSES de
una maldita vez. Por si os pica la curiosidad, os diré: No, Jesús
de Nazaret no lloró la muerte de su madre. Y si no os picaba la
curiosidad, lo siento: estáis condenados a saberlo.
¿El Mono Oriental? Desde siempre le importó una
mierda quien fuese su padre. Pero sí, su padre también había
muerto.
Un mundo con muertes próximas y continuas es un
mundo más honesto y humilde.
Jesús de Nazaret continuaba trabajando mucho en sus
fórmulas. Menudo obstinado. Comenzaba a comprender el
veneno, eso es, acerca de la cantidad de veneno soportable
para los hombres. Usaba el caparazón de una baya o de una
nuez como cápsula y, adentro, la dosis. Miles y miles de
posibilidades de relaciones entre miles y miles de elementos.
Infinitud. Dentro de esa infinitud, infinitas posibilidades de
matar a un hombre. Había matado a siete personas mediante
estas artes. Todos ellos comerciantes, borrachos en los
caravasares. Les vaciaba la baya en sus bebidas o en sus
comidas mientras cantaban o bailaban o se desnudaban. A uno
de ellos, a uno muy gordo, se la metió por el culo mientras
dormía. Éste también murió, por supositorio, por supuesto.
A Jesús no le hacían mucha gracia los hombres
gordos. Pensaba que los gordos escondían la comida en la
tripa, y eran tan egoístas que ni siquiera la querían cagar.

 
66  
Por tanto, sólo tenía que introducir en el cuerpo de
EHQSHCSES el contenido de una de esas bayas, un contenido
que aumentaría considerablemente para garantizar la muerte de
ese cabrón.

 
67  
15

Sin embargo EHQSHCSES se hallaba continuamente


escoltado. No había cambiado de casa. Diríamos hoy que no se
había construido un chalet en una urbanización a las afueras
para salvaguardar su fama. Pero la policía siempre ha estado
en la mente, aunque en la mente no hace daño, no puede
cumplir su papel por lo que no deja de ser un proyecto inútil;
sin embargo, desde que el hombre se agrupó necesitó defensas.
Defensas reales. Desde que el hombre usó la tierra necesitó
que fuese suya. Del uso a la necesidad. Podríamos hablar
mucho, pero aquí no. A lo que estamos: romanos defendiendo
una pobre casa extramuros: harto extraño. Debían considerarlo
muy importante. ¿Cómo acceder a él?
Tenemos que hablar con él. Simple y llanamente.
Aunque sea muy difícil. Ganarnos su confianza. O
proporcionarle algo que le guste mucho. ¿Qué le gusta a ese
cabrón? Siempre he pensado que debemos matarle en su plaza,
durante su discurso, pero está jodido, Jesús dixit.
Sin un plan determinado secuestraron a tres romanos.
Se les acercaron disfrazados de comerciantes. Jesús, Grieta
Gris y el Mono Oriental. Les asaltaron violentamente. Como

 
68  
relámpagos. Cada uno colocó muy cerca de la nariz de su
víctima una pócima, es decir, una baya abierta con material
somnífero en el interior. Los tres romanos se marearon al
instante y no tardaron en caer desplomados. Anochecía y
varios transeúntes observaron la escena. Se disiparon entre las
sombras. Nadie se quiere ver metido en líos con hombres del
futuro. No tardó en llegar el Idiota Listo montado en su
camello. Paró y recogió los cuerpos durmientes de los romanos
y el camello aprovechó la ocasión para cagar a gusto. Tres
suculentas boñigas. El camello no se sintió más liviano tras la
evacuación, pues los tres hombres del futuro pesaban lo suyo.
Jesús, Grieta Gris y el Mono Oriental (con su mono al hombro,
por supuesto) desaparecieron a toda prisa entre las calles.
Entrada bien la noche se volvieron a encontrar en el lupanar.
El camello dormía. El Idiota Listo había atado los cuerpos de
los romanos, que comenzaban a despertarse lentamente. En lo
que la Puta Negra llamaba el ágora. La plaza central vertedero
que vertebraba el lupanar. Llegaron jadeando Jesús, Grieta
Gris y el Mono Oriental. El mono se subió al camello y se
durmió en un abrir y cerrar de ojos. De postal. Jesús, Grieta
Gris y el Mono Oriental se despojaron de sus ropajes de
comerciantes. Quedáronse desnudos. El Idiota Listo les miró
mal y escupió hacia los romanos. Justo en el momento en que
un romano bostezó, el escupitajo entró. Menuda puntería tiene
el azar. El romano se atragantó y tosió. Siguieron
convulsiones. Las sacudidas despertaron a sus compañeros.
Efecto dominó.
A Jesús de Nazaret se le hacía la boca agua.
Grieta Gris no parecía sentir nada. No obstante les
miraba entre sus greñas sucias como el preso que observa
desde las grietas de una pared de su celda. En realidad no
observa nada sino que imagina.

 
69  
El Mono Oriental semisonreía. Echó un vistazo a su
querido mono, daba gusto verlo dormir sobre el camello. Éste
había estirado su cuello sintiendo el cálido fresco del suelo
nocturno. La cabeza del camello no parecía pertenecer al
cuerpo. Yacía como dislocada. El mono usaba la joroba de
almohadón. No cabe duda que de postal.
Las nubes acechaban y Jesús se afanó en encender una
hoguera. Grieta Gris le ayudó, era experta. El Idiota Listo
llevaba una gran piedra en la mano. Ahora, a la luz de la
hoguera, la podemos ver mejor. Le dijo a Jesús:
Bien, yo ya he cumplido con mi parte.
De acuerdo, dijo Jesús.
El Idiota Listo, sin decir una palabra ni cambiar el
gesto, se dirigió severamente hacia la choza que ocupaba la
Puta Negra que en paz descanse. Se oyeron unos ruidos y unos
alaridos y unos golpes secos y agudos. La hoguera crepitó. El
cielo negro absorbió el humo con vehemencia.
Le había reventado la boca a pedradas. La nueva puta,
la sustituta de la Puta Negra, cayó medio muerta y el Idiota
Listo aprovechó el delicioso momento para sacar a relucir su
polla y colársela en la cueva con la cama recién hecha.
Los romanos acabaron de despertarse con los ruidos.
Se preguntaron qué diablos eran esos gritos, de dónde
provenían, dónde estaban ellos. Uno se meó encima. Confió en
que nadie repararía en su debilidad, en su falta de
masculinidad.
Los tres romanos permanecían tumbados. Comenzaron
a serpentear tratando de liberarse de sus ataduras. Sus captores,
de pie, los observaban apaciblemente. No había ningún plan.
Casi nunca había plan. El Mono Oriental y Grieta Gris se
limitarían a obedecer a Jesús. Confiaban en él.

 
70  
Jesús, no olvidemos que los tres captores iban
desnudos, se meó encima. No por copiarse del romano, pues
no se había enterado del hecho, se meó porque sí y ya.
Digamos que se dejó mear, dejó que su miembro rociase pis
entre sus piernas raquíticas. El líquido brilló al calor de la
hoguera. Los romanos miraron extrañados. Más que por el
hecho de que se meara, por el minúsculo tamaño de su pene y
la ausencia de huevos tras el matorral. No olvidemos que se
autocastró años ha. Y en aquellas castraciones se
salvaguardaba el pene.
Un grito hizo partir la noche en dos. Su autor, el Idiota
Listo. Había eyaculado. En ese momento, el romano que se
había meado encima, fue más allá y se cagó de miedo. El olor
se propagó rápidamente y pronto el romano cagado se
convirtió en el centro de atención. El camello y el mono,
ambos durmientes, esnifaron ese nuevo olor entre sueños, pero
lo juzgaron inútil y continuaron a lo suyo. El romano cagado
(y meado) se encontraba en el centro. Los otros dos se
apartaron, echándose hacia los lados, como renegando de la
hombría de su compañero. Apareció el Idiota Listo, con un
aspecto más idiota de lo normal, le dio un puntapié al mono, se
subió al camello y se largó. El mono, con cara de muy pocos
amigos, se resignó a dormir en el suelo, entre la basura. Por fin
alguien habló. Uno de los romanos dijo en un perfecto hebreo:
¿Qué queréis de nosotros? Os vais a meter en un buen
lío. Id cavando vuestras fosas.
Nadie replicó. La colita de Jesús dejó de chorrear.
Quedaba claro que ese romano era el Atrevido Orgulloso.
Ve a por un cuchillo, en mi choza, por favor, le dijo
Jesús a Grieta Gris.
En un abrir y cerrar de ojos trajo uno maravilloso.
Jesús no pudo contener una sonrisa. El Mono Oriental dijo: yo

 
71  
tengo uno parecido. Jesús volvió a sonreír. En su interior se
dijo: ni de coña, nadie tiene un cuchillo parecido a éste.
A todo esto, nos falta nombrar al otro romano del que
no sabemos nada, aunque sí sabemos de él que no se ha meado
ni cagado ni ha hablado, le llamaremos el No.
Recopilando: el mono del Mono Oriental duerme; las
putas duermen; la puta a la que ha partido la boca el Idiota
Listo está a punto de morir; Grieta Gris, diríamos que
simplemente existe, que no es poco; el Mono Oriental se está
animando a la vista del cuchillo; el Atrevido Orgulloso espera
acontecimientos, el miedo llama a las puertas de su ser pero,
de momento, desoye las llamadas; el No sigue sin ofrecernos
mucha información; Jesús coloca el filo del cuchillo en la base
de la hoguera y el filo absorbe calor y se cree el mismísimo
sol; ah y el Cagado comienza a sentir náuseas, se marea y
pierde el conocimiento.
El cuchillo está listo, se dice Jesús a sí mismo. Se
acerca al romano No y le pregunta:
¿Cómo te llamas?
El romano No dice no con la cabeza porque no
entiende el idioma hebreo. El Atrevido Orgulloso se ofrece
como traductor. Está bien, accede Jesús.
El romano No dice su nombre. Pero Jesús no entiende
y se arrepiente de su pregunta. Se juzga viejo. Yo antes era
más innovador, pensó en su autocrítica. Antes no daba tanta
cancha a las palabras, actuaba, sin más. Antes le hubiera
cortado la mano o un pie sin preguntarle el nombre. Pensó en
que podía hacerlo todavía pero ya no sería lo mismo, ya no
formaría parte de la acción pura sino como producto de un
pensamiento, de un pensamiento viejo y cansado.
Pena.

 
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Ahora el Cagado vomita y se despierta para no
ahogarse con su vómito. Se sienta. El vómito desciende por su
pecho lentamente. Es un vómito verdaderamente viscoso.
Jesús se encuentra sin fuerzas. La inspiración no llega. Decide:
Vamos a meterlos en una choza. En la que ocupaba mi
madre. Les daremos más somníferos. Mañana será otro día.

 
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16

Isabel, la hija menor de Isaías comenzó a trabajar en el


bar de María, la viuda de José, aquel pájaro carpintero venido
a muerto. El despojo estaba algo más tranquilo. Sobre todo, la
madre, el cuerpo de la madre, acogía con verdadero
agradecimiento la ayuda de Isabel. Oh sí. Absolutamente
maravillosa. Ya nada ni nadie le impedía contratar (contrato
verbal) a una ayudante. Podemos decir que María había
olvidado a su marido. Podríamos debatir si las ausencias se
olvidan antes que las presencias.
Ya nada ni nadie separaría su camastro del camastro
de su hijo. Percibía una chispa de felicidad en su hijo el
despojo y eso era más valioso que la vida y la muerte de su
marido. Había que ser muy buena madre (¿o simplemente
madre?) para percibir esa chispa de felicidad en el despojo,
quizá un mayor brillo de sus ojos, pero sin duda, sólo ella lo
notaba. El dolor seguía hostigando, acechando al despojo. En
ocasiones, como en la que nos encontramos inmersos, la
muerte de un padre alivia. Y la muerte de un marido también.
Para el resto del mundo todo seguía igual. Y el despojo era tan
mueble como antes. Isabel, la ayudante, era buena moza.

 
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Trabajadora. Pudorosa. Eso de cara al público. Pero su padre
Isaías sabía que escondía algo. Algo oscuro. Por eso la dejó ir
a trabajar al bar con María. Él prefería que sus hijas trabajasen
intramuros, ayudando en tiendas de la ciudad o en granjas,
pero intramuros, en el corazón de Jerusalén. Con la tarea que
tiene María en su bar, no tendrá tiempo para pensar en
tonterías, pensaba Isaías, y así la tengo más cerca de casa. Y la
puedo vigilar mejor. Pero, exactamente, ¿de qué sospechaba
Isaías? ¿Cuáles eran esos aspectos turbios, oscuros, de la
personalidad de su hija pequeña, aparentemente tan buena,
dócil y adaptada a la vida moderna?
El primero en enterarse fue el despojo, obligado
observador empedernido, que casi todo lo veía en el bar, qué
iba a hacer si no. Se fijó en que Isabel miraba fijamente a
algún que otro cliente fijo. Fijo. Al rato, ese cliente marchaba
hacia los retretes. Poco después Isabel se colaba en los retretes
y durante unos minutos ambos permanecían en los retretes.
Retretes. ¿Qué harían allí adentro?
Un día, un buen día, Isabel salió de los retretes, y al
pasar al lado del mueblehijo de María, se limpió la mano en su
cara. Una miscelánea de fluidos y semen y excrementos se
impregnó en la cara del despojo. Isabel se dirigió a la cocina
subrepticiamente y mientras se limpiaba las manos en el
barreño de agua, le dijo a María, con una voz tan dulce como
un cielo rojo de atardecer de un mar lejano horizontal:
Perdona que te diga, María, pero no es la primera vez
que lo veo. Tu hijo se estaba tocando sus partes, y su culo y se
estaba chupando y frotándoselo todo por la cara. Alguna vez le
he limpiado sin decirte nada, pero he de reconocer que me da
un poco de respeto. Perdona que te lo haya dicho, pero creo
que has de saberlo, como buena madre que eres.

 
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María no daba crédito. ¿Cómo iba a hacer semejante
cosa su hijo? Y, además, ¡si estaba castrado! No debía tener
apetencia sexual. Y luego estaba el dolor, el dichoso dolor. ¡Si
no podía moverse porque el dolor lo atormentaba! ¿Se estaría
curando? ¡Ay si se estuviese curando! ¡Qué alegría! Salió
rápidamente de la cocina. La visión de su cara le detuvo.
Grumos de todos los colores ocres del mundo deslizándose
lentamente como caracoles de tonelada y media en una danza
hipnótica. Asco objetivo. María sintió náuseas. ¿En qué se
había convertido su hijo? ¿En un salvaje? Reanudó la marcha,
cogió un paño de su cinto y limpió el rostro de su hijo con
esmero. El despojo se retorcía de dolor pero no emitió ni un
leve quejido. Sus ojos tristes trataron de explicarse pero su
madre no parecía muy receptiva. Volvió a la cocina a remojar
el paño y regresó a relimpiarle la cara. Más dolor. María se
marchó sin decir nada y su hijo la siguió con la mirada. Asomó
Isabel por la barra y miró al despojo. Cruzaron miradas. Isabel
le sonrió maléficamente. Puta, pensó el despojo.

Al poco rato del incidente entró al bar Isaías, padre de


Isabel. Su hija corría literalmente hacia él y lo recibía con un
agradecido abrazo y un beso en la frente. A María le
maravillaban esas escenas de amor. Sin embargo, el amor
esconde otras verdades. El único amor verdadero es el amor
que no se deja ver. El despojo echó un vistazo al hombre que
había pasado un buen rato con Isabel en los retretes. Bebía y
hablaba distendidamente con unos amigos ajeno al mundanal
ruido de los sentimientos encontrados.
Isabel regresó detrás de la barra y le sirvió una jugosa
jarra de cerveza a su padre.
Isaías se sentó en una mesa solo. Saludó con la cabeza
al despojo. Recordemos que, junto con Elías, era uno de los

 
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pocos que lo hacían. El despojo no devolvió el saludo, como
de costumbre. El dolor le conminaba a faltar a las reglas
básicas de la educación, luego el dolor es más poderoso que la
educación, luego la educación a través del dolor es coercitiva.
La verdad se esconde bajo las tablas de verdad.
En la mente de María la esperanza por la curación de
su hijo luchaba contra el desprecio por su deplorable acción.
No supuesta, pues María no dudaba un ápice de la palabra de
Isabel. Es decir, su hijo, había sentido deseo sexual y lo había
canalizado de ese modo tan asqueroso. Esta misma noche
hablaré con él, se dijo, hablaré lentamente, intentaré que me
entienda, ojalá que todos los dioses se hayan puesto de
acuerdo para curarle, alabados sean. También pensó que la
muerte de su marido había ayudado a la curación de su hijo.
La esperanza fue derrotando al asco de aquel rostro esculpido
por fluidos decadentes y María dejó entrever varias sonrisas
aquella tarde. La esperanza, qué estúpida es. Y qué necesaria.
Ay, Hermano.

Unas horas después del incidente, el despojo


observaba aleatoriamente. Escuchó la siguiente conversación:
Lo mejor que hay es un lamedor de suelo. Un lamedor
de suelo te hace feliz. ¿No me veis ahora? Soy feliz.
Desprendo felicidad, de verdad que me creo más joven. No tan
viejo como antes. Después de que me limpia todo el suelo, de
que lo chupa, llevándose piedras por delante y barro y de todo,
le digo que repase las paredes un poco, sólo la base, el zócalo,
no vayáis a pensar que toda la pared entera. Igual le daría una
indigestión. Cuando creo que está todo bien, antes de meterlo a
la jaula, le abro bien el culo y zas. Así va lleno por delante y
por detrás.
Se te morirá pronto.

 
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Bueno, pero todo lo que dure, bienvenido será. ¿No
veis lo feliz que estoy? Eso es lo mejor, ser feliz y joven.
Sí, pero se te morirá pronto y no tendrás dinero para
comprarte otro y entonces tendrás mucha pena porque lo
echarás de menos. Por eso digo que igual deberías cuidarlo
mejor.
¿Cómo mejor?
Pues no sé, sacarlo a pasear o algo.
¡Pero si es negro! ¿Es que no lo sabes? La gente se
asusta, no está acostumbrada.
Bah, eso son tonterías, cuando vienen los comerciantes
de Oriente no pasa nada, y allí son de colores raros también.
Además, los hombres del futuro también tienen negros.
¡Lo ves! Claro que tienen negros, pero sobre todo
¡como lamedores de suelo! Ya lo digo yo, si es lo mejor que
hay.
¿Y dónde mean y cagan?
Pues allí mismo, en su jaula. Tampoco hacen mucho.
Están muy bien preparados para no manchar casi nada y para
limpiar mucho. Además, duermen muchísimo. Y reciben por
detrás sin demasiados problemas. Yo lo tengo muy bien
amaestrado. Antes de metérsela por el culo le enseño un
racimo de uva. ¡Uva, nada menos! ¡No cualquier cosa, eh! Y
he de reconocer que la mayoría de las veces se lo doy y le
cierro la jaula. Ha tenido suerte de toparse con un amo tan
bueno como yo. Se lo come bien a gusto, tranquilo en su jaula,
saboreando, ramitas incluidas.

 
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La puta a la que había reventado los dientes el Idiota


Listo había muerto. Esa noche, Jesús, sonámbulo, se dirigió a
la choza de su madre, a la que creía viva en sus sueños. Se
abrazó a ella (claro que no a su madre sino al ya cadáver de la
puta que la sustituyó) un buen rato. Los tres romanos dormían
apaciblemente sus dosis al fondo, empotrados contra el zócalo.
Ellos no formaban parte del sueño de Jesús, por tanto, pasaron
inadvertidos. Jesús el sonámbulo regresó a su choza y siguió
soñando. A lomos de su camello volador, un camello–águila,
se detuvo en un promontorio escarpado. Divisó el valle. El
valle era verde claro y estaba jalonado por enormes cuevas
peludas que regurgitaban gases tóxicos. Desde allí arriba lo vio
claro: eran las vaginas puercas puertas del inframundo. Su
camello–águila dio una sacudida, como tratando de quitarle
esa idea de la cabeza. Sigamos paseando, amo, quiso decir.
Pero Jesús se hallaba hechizado por las vaginas efervescentes.
Así que aguijonando con un buen taconazo a su camello–
águila descendió a toda velocidad camino de una de esas
puertas. Los pelos se movían como patas de cucaracha
mofándose del cielo y las vaginas parpadeaban como ojos

 
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gigantescos. Vaginas–cíclope. Jesús aceleró el vuelo en
picado. Ya nada le detendría. Las dos membranas de la vagina
se abrían y se cerraban cada vez más aprisa. Va a ser
complicado colarse por ahí, se dijo, pero ya no cabía la marcha
atrás. Velocidad de vértigo. Gravedad exponencial. El
camello–águila había cerrado los ojos, rechazando toda
responsabilidad de aquel vuelo suicida. Tras los párpados de
las vaginas sólo se apreciaba oscuridad, oscuridad absoluta,
diríase tangible. A unos pocos centenares de metros, los pelos
que rodeaban la vagina semejaban árboles gigantescos,
enfurecidos, agitados por una rabiosa energía interna, pues el
valle permanecía en la más absoluta calma verde.
Efectivamente el camello–águila de Jesús de Nazaret se
empotró contra una de las membranas. Era de piedra, piedra
pulimentada, fría piedra pulimentada. La colisión devino
brutal. Jesús se despertó en ese momento. ¡Joder, los
romanos!, se dijo.

En el centro del ágora, al lado de la hoguera


superviviente, esperaban de pie Grieta Gris y el Mono Oriental
con su mono al hombro. El mono no paraba quieto un instante.
Los tres romanos se encontraban sentados, atados de pies y
manos. Se estaban despertando. Pedían agua mostrando sus
blancas lenguas, de forma muy solícita, arrodillando sus almas
ante los captores. Jesús se vistió sus andrajos y compareció en
el ágora. Se escucharon gritos orgiásticos provenientes de una
de las últimas chozas. Algunos ya estaban dándole que te pego
a esas horas. Joder, masculló Jesús.
La puta que estaba en la choza en que vivía tu madre,
se ha muerto, anunció el Mono Oriental. El mono lanzó una
risotada estridente. Jesús miró extrañado al mono. Luego
dirigió su mirada a Grieta Gris. Le dijo:

 
80  
Anda, por favor, trae agua.
Ella obedeció al instante.
Jesús sacó a relucir su cuchillo. Dijo:
Este olor es insoportable. Hay que deshacerse de esa
mierda humana. Quemémoslo.
Huelga decir que se refería al Cagado.

Jesús de Nazaret le había echado el ojo a Isabel, la


ayudante de María. Podría convencerla para que ella matara a
EHQSHCSES. ¿Qué ofrecerle? Lo tenía muy claro. Un
soldado suyo poseía un miembro descomunal. Isabel no
dejaría escapar la ocasión. Así que un buen día se presentó en
el bar acompañado. ¿Quién es ese hombre que va con Jesús?,
se preguntó la concurrencia.
¿Cómo sabía Jesús que a Isabel le iban las pollas
tanto? Porque le había practicado la friolera de trece abortos.
En trece ocasiones le había introducido la antorcha. Y,
sinceramente, Isabel parecía disfrutar de ese ritual. Menuda.
Más de una vez pensó Jesús que Isabel mentía, que no estaba
embarazada, y que acudía allí por mero placer, para que Jesús
de Nazaret le introdujese violentamente la antorcha abortiva.
Una fría mañana, en uno de los primeros abortos practicados a
Isabel, Jesús pudo ver cómo su culo rebosaba piedras. Su ansia
sexual parecía ilimitada. Cuando le presente a Esaú, va a hacer
todo lo posible para conseguir que la penetre. Y es que Esaú,
uno de los primeros soldados de Jesús, poseía un miembro
descomunal. Reiteramos. Quizá una malformación, pero una
malformación poderosa. Aparte, era muy guapo, tenía unos
ojos verdes preciosos, y un cabello fino. Fibra de vidrio. De
pequeño lo llamaban Jaspe de Oro. ¿Cómo acabó en el ejército
de Jesús (por llamarlo de alguna manera)? Dicen que una

 
81  
pedrada en la cabeza lo trastornó. Ocurrió en su infancia.
Varios jóvenes, sumamente envidiosos, se divertían lanzándole
piedras. El tamaño de las piedras aumentaba hasta que esa
última piedra logró su cometido. No lo mataron, pero no
volvieron a verle. O eso se pensaban. Porque Jaspe de Oro, al
acercarse a la ciudad, sintió unas ganas inmensas de violencia,
de venganza. El desierto lo había mecido y adormilado en
demasía. Ahora se iban a enterar. Sin embargo, Jesús lo
utilizaba como mero cebo.
Si matas a EHQSHCSES, te dejaré a Jaspe de Oro
durante una semana. Jaspe de Oro es lo mejor que te puedes
imaginar. Parece creado para ti. Estará en el lupanar, a tu
disposición, le diría a Isabel.
Pero, y siempre hay un pero, como todo día es un buen
día, EHQSHCSES también ostentaba una polla
verdaderamente descomunal. Ni Jesús ni Isabel ni nadie
conocía este dato. Esperemos que, por el bien de Jesús, por el
éxito de sus planes, Isabel no descubra la monumentalidad
fálica de EHQSHCSES.

 
82  
18

El viento escribía en el desierto trazos vagos,


aleatorios, como un niño con el dedo en la playa. O Jaspe de
Oro con lo suyo. El niño mira al horizonte como si lo
entendiera todo. Sin mirar hacia lo que escribe escribe en la
arena lo que entiende. La mañana era fría y EHQSHCSES
salía de su casa. El frescor le animaba. Soy el dios de la
comunicación, se decía. Temía perder el vigor, la fuerza
oratoria. Necesitaba algún aliciente. Necesito un espacio más
amplio, mejor dotado, se decía, como los que debe haber en
Roma. Los tres romanos que aguardaban a la puerta lo siguen.
Paseo marcial. EHQSHCSES implacable camino al púlpito de
la que ya casi era su plaza. El sol asomó un instante entre las
nubes y volvió a arroparse. EHQSHCSES recordó los tiempos
en que sólo hablaba en los amaneceres soleados. Sí, se estaba
haciendo viejo. Y un dios de la comunicación no puede
sentirse así. Debía hablar cuanto antes con el procurador de la
ciudad. Había tantos procuradores que uno ya no sabía a cuál
dirigirse. Un dios debe hablar de tú a tú, ergo buscaría al más
poderoso. El público sentado en las gradas se levantó para
recibirle. Le tiraron alguna flor. EHQSHCSES sonreía y

 
83  
saludaba con la mano. El público se calentaba. Mira, por ahí
llega, es como un dios, no, qué digo, es un dios. Un dios
verdadero, un dios hecho hombre. La verdad es que tiene algo
especial. Es un sabio, nos ha traído el bien a esta ciudad,
debemos darle gracias, y enseñar a nuestros hijos sus
lecciones. Es el amor. Menos mal que cada vez se ven más
jóvenes por aquí. Y viejos también. Todos lo queremos.
¿Quién no puede querer a un hombre tan bueno? Sí, es verdad,
es un buen hombre, un gran hombre, es todo amor. Sí, es
verdad, él mismo es el amor. Da gusto oírle. Pssss, calla, que
va a empezar.
En los ajados graderíos de madera estaba sentada
Isabel. Pensaba en Jaspe de Oro. Lo había visto más de una
vez. Y sí, había oído hablar deliciosamente sobre él. Así y así
que transcurrió el discurso.
EHQSHCSES regresaba a casa en un paseo lento y
grave: eso es lo que sabía todo el mundo. Una vez en casa se
masturbaba pensando en sí mismo con forma de mujer: eso ya
era otro cantar. Mostrando su cara más dulce, Isabel solicitaría
a los escoltas acceder a su hogar, con la excusa de entregarle
un regalo. Caso de que le impidiesen el paso, Isabel les
ofrecería algún placer visual. Y es así como, sin necesidad de
enseñarles un pecho o lamerles la oreja, los romanos dejaron
pasar a esa amable y dulce señorita. Eso sí, hubo de revelar el
regalo en cuestión: un ramillete de flores. En él escondía el
veneno proporcionado por Jesús de Nazareth. EHQSHCSES
estaba a punto de quedarse dormido tras la eyaculación, y es
que se estaba haciendo viejo. Sin lugar a dudas. No recibió con
mucho agrado la visita de la jovencita. Ya tenía flores y flores,
todas marchitas, que debía quemar a menudo. Isabel le dijo
muy educadamente, guardando una distancia prudencial:

 
84  
Eres un dios y como un dios que eres te amo y te
regalo estas flores en ofrenda a tu divinidad.
Dicho esto, se le abalanzó como una bestia, abrió las
fauces del dios de la comunicación más conocido como
EHQSHCSES y le hizo tragar la baya con la dosis de veneno.
Evitó por todos los medios los gritos que alertasen a los
hombres del futuro metiéndole el puño en la boca. En el
forcejeo EHQSHCSES se quedó desnudo. Su vieja túnica se
deshizo. Isabel reparó en su miembro viril. Portentoso. Éste
también luchaba por la supervivencia de su amo.
EHQSHCSES comenzó a temblequear y a esputar, ya tendido
en el suelo, hasta que un líquido viscoso apareció en su boca y
sus ojos se petrificaron. Un fuerte espasmo final asustó a
Isabel, que ya se disponía a trabajar el miembro de
EHQSHCSES. Sin embargo, nada pudo hacer, jugueteó un
poco con el tubo de carne muerta y se marchó. Se despidió
amablemente de los romanos. A uno de ellos, al que juzgó más
guapo, le dio un beso húmedo en los labios. El romano en
cuestión trató de seguirla pero sus compañeros se lo
impidieron. Alto ahí.

Isabel regresó al bar pensando lo fácil que es matar


siendo mujer y ese pensamiento le llevó a pensar lo fácil que
es también ser matada siendo mujer y siguió pensando
tratando de casar ambos pensamientos pero le resultó
demasiado latoso y pronto llegó al bar y se puso a trabajar
como una loca. Se había excusado diciendo que tenía que
visitar a una pariente intramuros. El despojo la miró mal
aunque nadie lo diría.

Obvio que EHQSHCSES no volvió a hablar. Buscaron


inútilmente a la asesina. Isabel se colocó un pañuelo en la

 
85  
cabeza. El día del homicidio, digamos mejor magnicidio,
portaba el pelo suelto, unos bellos cabellos rubios, juveniles,
dionisíacos. No la encontrarían. No sintió el más mínimo
remordimiento ni la más mínima preocupación por su futuro.
Una vez se colocó el pañuelo en la cabeza finiquitó el asunto.
El futuro ahora se llamaba Jaspe de Oro. ¿Qué es el presente
sino el futuro ahora? El senado romano se afanó en buscar un
sustituto a EHQSHCSES, un doble.
En su primer discurso dijo:
Buenos días, hermanos, amigos, familia. He estado
varios días fuera de la ciudad, lejos de mi amada Jerusalén. Os
he amado, en la lejanía. Ni un solo momento os he dejado de
amar. He tenido que marchar para visitar a un médico porque
mi voz se estaba deteriorando y no me podía permitir dejaros
de amar. Además, debo vestir estas túnicas y ocultar mi cara,
porque mi piel también se halla enferma. Sin embargo, el amor
todo lo cura, todo lo cura. Así, encontrareis mi voz distinta,
quizá más grave, pero sigo siendo yo, vuestro querido
hermano, vuestro orgulloso amigo y pariente que os ama tal y
como seáis, que os necesita como el comer. Y tras estas
vestiduras, mi amor se os ofrece sin contrapartidas, mis manos
son vuestras y las vuestras son mías, en un perpetuo abrazo
donde el amor todo lo podrá. El amor es poder y el poder es
amor. No hay nada más que hacer que dejarse llevar. Abrazar
al amor. La ciudad, nuestra ciudad, Jerusalén se halla de
enhorabuena, todos sus hijos se aman y se respetan. Cada día
más, cada día son más fuertes esos lazos de amor. Ay, ¡cuánto
os he amado!, hermanos, y ahora que os veo aquí, ¡cuánto os
amo! ¡Más que nunca!

Isabel obtuvo su recompensa. Casi mata a Jaspe de


Oro. Toda una bestia del sexo. Y es que Jaspe de Oro estaba

 
86  
acostumbrado a la paz del desierto. Fue absorbido por ese
arrebato de lujuria. En algún momento sintió miedo. Pensó que
Isabel le arrancaría un trozo de polla. Mínimo. No entremos en
más detalles y atengámonos ahora a la estampa de los tres
romanos en el ágora del lupanar.

Decíamos que

 
87  
19

El Cagado, también vomitado, quemado vivo, semeja


un gato epiléptico. Las llamas de la hoguera pronto lo calman.
El fuego y la guerra. Cuando los hombres controlaron
el fuego, tembló la paz animal. Y los hombres son también
animales, luego no habrá paz mientras se controle el fuego. La
paz es el disfraz de recambio de una tregua disfrazada de
guerra. Retroceded si podéis.
A lo que estamos. Los otros dos romanos observan
horrorizados. El mono del Mono Oriental salta alegremente
sobre los hombros de su amo. El olor a carne quemada invita a
los buitres y algunas putas de asueto asoman la cabeza desde
sus chozas. Los buitres no aterrizan. Otra vez el fuego. El
fuego es su mayor enemigo, no el hombre. ¿Por qué atacan los
buitres a los hombres que preparan hogueras? Ahora lo
sabemos.
Tengo hambre, dice Jesús de Nazaret y acerca el
cuchillo y corta un buen pedazo de pierna. Aparta la dermis
chamuscada con el filo y le da un bocado. Ofrece a Grieta
Gris, que no rehúsa. Se relame. Ahora todos comen. Al mono
del Mono Oriental parece encantarle aunque realmente a ese

 
88  
pequeño cabrón parece encantarle todo. Los dos romanos que
quedan vivos son, recordemos, el No y el Atrevido Orgulloso.
Ese día, el Atrevido Orgulloso todavía no ha hecho honor a su
mote. En cambio, el No, sí.
Jesús corta un brazo, rápidamente, antes de que se
consuma. Muy sabroso, todos lo juzgan muy pero que muy
sabroso, verdaderamente sabroso, asintiendo con sus cabezas.
Nadie le ha preguntado a los otros dos romanos si
tienen hambre, si quieren un trozo.
Por fin habla alguien. Se trata del Atrevido Orgulloso,
dice en un perfecto hebreo:
Dejadnos marchar, no diremos nada. Si no lo hacéis, si
no dejáis que nos vayamos, pronto vendrán a buscarnos y os
encontrarán.
Jesús replicó con la boca llena. Aunque apenas se le
entendió, dijo lo siguiente:
Una cosa es que vengan a buscaros, a vosotros, y otra
cosa es que nos encuentren, a nosotros.
Al Atrevido Orgulloso se le hizo un nudo en la
garganta.
El No se meó encima. No me jodas, se dijo en sus
adentros. Seguido se miró. No se notaba, pues se encontraban
sentados y mientras no los moviesen de lado no repararían en
su tímida micción. Después miró a los captores: no, no le
habían pillado. Suspiró. Apretó el culo. Se dijo: por todos los
dioses, no, no te cagues.
El Atrevido Orgulloso volvió a la carga:
Te doy mi palabra que nadie se enterará de todo esto.
Si nos dejas marchar ahora, aquí quedará todo. Se acabó.
Habéis ganado.
Jesús tragó ostensiblemente, u ¿ostentosamente?, y
dijo:

 
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Aquí no hay nada que ganar. Aquí solo se juega por
jugar.
¿Una frase verdaderamente adelantada a su tiempo?
Al Atrevido Orgulloso se le escaparon varias gotas de
pis. ¿También a él? Joder, se dijo. Se miró abajo. Gracias a su
posición sentada. No se notaba nada. Buff, menos mal,
concluyó. Trató de calmarse. Poco podían hacer sino esperar
acontecimientos.
Los captores se relamieron. El cuerpo del Cagado se
iba calcinando y el fuego continuaba su festín. Los buitres
harto enfadados allá arriba. No volaban en círculos sino en
dodecaedros.
El sol parecía contento. Es difícil saber cuándo el sol
está contento, pero cuando lo está, se nota. Digamos pues que
el sol estaba contento. Era un buen día, un gran día.
Los captores bebieron agua. Jesús cogió una pequeña
tinaja y roció a los dos secuestrados. Éstos sacaron sus lenguas
y absorbieron algo. Jesús fue hacia la choza de su madre que
en paz descanse y volvió arrastrando el cuerpo de la puta que
la sustituyó. Un rictus brutal, espantoso, el horror, la
instantánea del horror dibujada en su muerte. Jesús de Nazaret
pensó del Idiota Listo que era una puta mierda de hombre y un
malnacido y se dijo que lo mataría en cuanto lo viera.
El fuego aceptó este nuevo presente encantado. La
nueva puta parecía de piedra, tardó en consumirse. Los buitres
se alejaron dejando tras de sí miradas de odio, aristas de
dodecaedros. Los romanos observaban extrañados. Pero qué
fácil resultaba morir en aquel asqueroso sitio. El romano No
echó un vistazo alrededor. Un grupo de ratas se topó con su
mirada. El mono del Mono Oriental ansiaba probar el nuevo
cuerpo. Gemía y saltaba. Su amo miró a Jesús y éste le
contestó con la cabeza: no. Así que el Mono Oriental cogió a

 
90  
su mono, lo bajó al suelo y le arreó una patada en el culo. El
mono, sumiso, marchó por ahí sumido en sus no-reflexiones.
A dar una vuelta. Se fue asomando en las chozas y entró en la
primera en que halló acción. Se masturbó sin ser visto y su
semen llovió en el interior del hogar y entonces fue cuando la
puta y el hombre advirtieron su presencia y el mono escapó a
toda prisa. Luego se subió en un techo a descansar un rato.
Desde allí vio acercarse al Idiota Listo con su camello.
Alguien venía con él, mejor dicho, con ellos.

Tienes que ir a buscar a Jaspe de Oro, cuanto antes, le


dijo Jesús de Nazaret a Grieta Gris. Ésta obedeció, sin más.

El Mono Oriental no perdía de vista a su mono. Ven,


le dijo finalmente. Se arrepentía de la patada. Ven, corre,
repitió, aleteando sus manos. El mono parecía enfadado. Miró
para otro lado. La verdad es que hacían muy buena pareja. No
es de extrañar que actuasen en aquella especie de teatro que
dirigía el Hombre Más Oscuro Del Mundo. Precisamente es
éste quien acompañaba al Idiota Listo en su camello. ¿Para
qué venía? Para hacer negocios. Le habían ofrecido una jugosa
cantidad de dinero por el mono del Mono Oriental. Trataría de
convencerle. Le diría que le cedía la mitad, cuando en realidad
sólo tenía pensado darle una propinilla. Pero así son los
dirigentes de los teatros, unos cabrones interesados. No todos,
me dirán otros. Como todos, me dirán unos.

El caso es que Jesús no se esperaba la visita. Lo vio


aparecer y se dijo a sí mismo que debía obedecer a su
pensamiento de hacía unos minutos. Por tanto, se abalanzó
como una fiera sobre el camello y comenzó a apuñalar las
piernas del Idiota Listo que pataleó desde arriba

 
91  
defendiéndose. No dijo nada. El camello se llevó alguna que
otra puñalada también. El Hombre Más Oscuro Del Mundo se
tiró a tierra y se separó unos metros. Quedóse tranquilo cuando
vio que con él no iba la cosa. Finalmente el Idiota Listo cayó
al suelo y Jesús lo cosió a puñaladas como un perturbado
absoluto. Miró al camello y le dio pena pero sintió que no
podía parar de apuñalar y le reventó la cara y el cuello.
Finalmente se ensañó con la joroba. Ambos, hombre y
camello, Idiota Listo y camello, murieron pronto. Los buitres
volvieron y esta vez sí aterrizaron. A pequeños saltos se
acercaron a los nuevos fiambres. Sobre todo al camello. Ni por
lo más remoto cabía la posibilidad en sus mentes no
simbólicas de que alguien o algo les arrebatase aquel manjar.

El mono bajó del tejado a tocar la realidad más de


cerca. Cuánta acción. Se subió a los hombros de su dueño.
Reconciliación establecida. Caricia por parte del Mono
Oriental. Sonrisa por parte del mono.

Jesús, exhausto, se acercó a la hoguera. Bebió agua.


Ya no quedaba nada de la puta sustituta de la madre de Jesús
de Nazaret, y qué decir del romano Cagado. El Hombre Más
Oscuro Del Mundo aguardó. Debía acercarse prudentemente y
entablar conversación con el Mono Oriental. No apartó la
mirada de Jesús. Sí, se va calmando, se dijo, menudo puto loco
de mierda. Me gustaría matarlo. El Hombre Más Oscuro Del
Mundo se acercó lentamente. Jesús se hallaba de pie junto al
Mono Oriental. Los dos romanos sentados y maniatados a
unos pocos metros de la hoguera. El Hombre Más Oscuro Del
Mundo apenas los miró. Los debió juzgar ya premuertos, con
lo que los estaba sentenciando. De todas maneras, esperemos a
los acontecimientos.

 
92  
Me gustaría hablar contigo un momento, es muy
importante, le dijo el Hombre Más Oscuro Del Mundo al
Mono Oriental, mientras pensaba en lo duro que se le haría el
camino de vuelta, sin camello, caminando hasta la ciudad.
Echó un vistazo al cielo. Se estaba poblando de nubes.
Alabados sean los dioses.
El Mono Oriental pidió permiso a Jesús para retirarse a
negociar. Estaba claro que ese cabrón venía a negociar. El
Hombre Más Oscuro Del Mundo no habría ido hasta el lupanar
simplemente para hablar naderías. Algo muy gordo se debía
traer entre manos. Jesús dijo:
Id a esa choza, no hay nadie. Señaló la choza de su
madre, nuevamente desocupada.
Mirando al cielo, se dijo Jesús: El lupanar tiene las
horas contadas. No, no sobreviviría sin los alimentos que
proporcionaba el Idiota Listo. Sin embargo no se arrepintió un
ápice de su homicidio. Debía hacerlo, sin más, y así lo hizo, se
dijo a sí mismo. Quizá esto que se dijo implique alguna pizca
de arrepentimiento. Ese trabajo lo dejamos en manos de los
psicólogos. O de los etólogos.

 
93  
20

María, madre del despojo, habló con su hijo en


reiteradas ocasiones. Por las noches, mirándole muy de cerca,
entre su cálido aliento, le decía:
¿Te estás curando, hijo mío? Dime que te estás
curando, hijo mío, o si no, ¿por qué hiciste eso? ¿Por qué?
Ninguna respuesta obtuvo del despojo. Sólo sus ojos
tristes o sus tristes ojos.
María no perdió la esperanza. Sin embargo, el
incidente fue quedando en el olvido hasta que ocurrió lo que
ocurrió.
Un buen día, cuándo si no, Isabel no apareció. María,
la madre del despojo, no le dio mucha importancia. Se habrá
puesto mala o habrá tenido que ir a visitar a algún conocido a
la ciudad. En esas que entró Isaías. Preguntó enfurecido:
¿Dónde está?
María, madre del despojo, respondió con una voz
dulce, maternal:
¿Quién? ¿Isabel? Habrá ido a ver a algún conocido
intramuros.

 
94  
Para excusar a su ayudante, añadió la siguiente
mentira:
Me parece que me comentó algo el otro día, pero
tenemos tanto trabajo que se me olvidan las cosas, ya
perdonarás, Isaías. ¿Te sirvo una cerveza?
No, contestó y se marchó.
No había mucha gente en el bar. Al poco rato la madre
del despojo se acercó a su hijo y le dio de beber. Gracias,
pensó el despojo. El bar se llenó enseguida y María poco
tiempo tuvo para pensar en Isabel.
Al día siguiente tampoco acudió.
Algo había ocurrido. Esto no es normal, se dijo María.
Si no aparece pronto, tendré que buscarme a otra, pero ¿a
quién?
A los pocos días, una mañana apareció Isaías en el bar
y la madre del despojo se acercó rápidamente a preguntarle por
su hija pequeña Isabel.
El padre contestó lacónica y gravemente:
No sabemos nada.
Es como si supiese que ese no saber nada se
convertiría en definitivo saber. Como si el no saber nada en
aquel preciso momento diese por zanjada la historia de su hija
pequeña. Su no saber nada era un adiós y no un hasta luego.
Siempre le rondó por la cabeza aquello. Un día se iría, sin más.
Era oscura, demasiado oscura. Y efectivamente lo hizo, se
perdió en la noche del tiempo.

El despojo se armó de valor durante toda aquella tarde


y por la noche habló. Le contó a su madre lo sucedido el día de
autos en que ésta le limpió la cara de fluidos y excrementos.
La madre le creyó. Ahora lo entiendo todo, hijo, dijo. El
despojo sufrió unos terribles dolores toda la noche, a causa del

 
95  
movimiento de su boca. La madre le acarició suavemente el
pelo hasta que se quedó dormida. El despojo recordó las
palabras de Jesús: sé que un día nos matarás a todos. ¿Cómo
iba a hacer él semejante cosa? Si apenas podía hablar sin sufrir
el horror del dolor. ¿Qué sentirán al matar? Y, sobre todo,
¿para qué matarán? ¿Qué les importará a ellos lo que cada
quien haga? En cambio, volvió su recuerdo hacia su padre.
Debió ser un mal hombre, un hombre muy malo, estoy seguro,
por tanto, mereció un castigo. ¿Por qué no matar a los hombres
malos? Sí, hay que matarlos. ¿Y quién los debe matar?
Cualquier persona. Pero ¿cualquier persona a la que haya
ofendido vilmente? o ¿cualquier cualquier persona? Siguió
haciéndose preguntas hasta que se quedó dormido.

Llegó por la noche al oasis. ¿El lugar de congregación


de los soldados de Jesús? Aparente vaciedad humana. Se
sumergió en la charca y flotó como una rama. La calidez de las
aguas la reconfortó. Sintió algunos escalofríos. Miró al cielo
negro con la mente en blanco. Mente de animal. ¿Aquella
mujer era un ser humano? Sin duda. Sin embargo su conducta.
Parecía esperar siempre cumplir una función determinada,
mera respuesta a un instinto. El flotar en la charca es tan
humano como animal. La verdadera diferencia siempre se
encuentra escondida. Los humanos continuamente buscando
nuestra especialidad, nuestra identidad humana. Sí, tenemos
nuestro mundo. Creamos mundos. ¿Y qué?, respondería Grieta
Gris, mejor dicho, no respondería nada. No merece la pena
perder el tiempo cuando no hay tiempo que perder. Cuando no
hay tiempo que perder porque no hay posible pérdida, sólo se
pierde el futuro o el pasado. El presente es acción exterior,
animal. El hecho es la interpretación del hecho.

 
96  
Grieta Gris se sumergía en la negra charca tanto como
en el negro cielo. Ella conformaba el horizonte. Alguien
observaba. Ella lo sabía, desde que llegó. Cuando saliese de la
charca ese alguien se le acercaría y la penetraría. Después ella
dormiría bajo una palmera y él regresaría a la charca, de la que
sobresaldrían sus ojos de rana. Hábito.

La madre del despojo buscó otra ayudante. Vivía en el


barrio de los caravasares. Para variar. Su familia era conocida
de su viudo José. Parecía una buena chica, aunque no era muy
ágil y se fatigaba enseguida. Sin embargo María, madre del
despojo, se mostraba muy paciente. Mejor aquella ayuda que
ninguna. Ya irá aprendiendo.
Señora, me gusta mucho ir a escuchar al profeta, ¿le
importa si voy algún día?, le soltó un buen día.
¿Cómo dices? ¿Qué profeta?, repuso la madre del
despojo.
¿No lo conoces? Ven conmigo un día, acompáñame,
ya verás, te encantará.
Pero tengo el bar, lo tengo que abrir todos los días.
Todos los días viene gente a comer y a beber. No puedo hacer
eso.
Pero, ¿a mí me dejará alguna vez ir a escucharle?
Pues, no sé, ¿cómo voy a decir que no? ¿Quién soy yo
para eso? Eso es cosa de tus padres. ¿Cuándo habla? ¿Y
dónde? ¿Cómo se llama el profeta?

Un día sin otro acudía a la plaza en que sermoneaba el


sustituto, doble de EHQSHCSES, que en paz descanse el
original. Se embebía del amor y regresaba al bar a mediodía,
poco antes de las comidas. La madre del despojo argüía que
aquel hombre seguramente sería un profeta pues a su ayudante

 
97  
le hacía mucho bien. Los días que asistía a la plaza de la
oración llegaba con otro talante. Más amable, más dispuesta.
Incluso parecía que trabajase algo más rápido. Bien, pensó
María. Gracias.
La nueva ayudante se llamaba Salomé. La actitud de
Salomé frente el despojo era la generalizada: absoluta
indiferencia. La madre del despojo había sido escueta: aquél
de allá es mi hijo, está enfermo, siempre ha estado enfermo,
desde que nació. Salomé dijo:
Ah.
Los días que regresaba pletórica tras la oración del
profeta, como ella lo llamaba, mostraba la misma y absoluta
indiferencia frente al despojo.

 
98  
21

El Mono Oriental miró a su mono un par o tres de


veces y dijo: está bien, acepto. Se llevaba una buena cantidad
de monedas de plata. Plata buena, había reiterado el Hombre
Más Oscuro Del Mundo. Éste se hallaba harto contento. Jamás
pensó que el teatro, que un teatro tan ruin como el suyo le
proporcionaría semejantes riquezas. Mono Oriental y Hombre
Más Oscuro Del Mundo regresaron juntos a la ciudad. Adiós,
les dijo Jesús. Ignorante, el mono saltaba de un hombro a otro
de su amo.
¿Quién es el comprador?, preguntó el Mono Oriental.
Un comerciante, un hombre muy rico que vive en un
oasis todo para él.
¿Y para qué quiere al mono?
El Hombre Más Oscuro Del Mundo captó un destello
de arrepentimiento, de compasión para con el animal. Contestó
lo siguiente:
Lo quiere para cuidarle como si fuera su hermano. Se
ve que ese rico comerciante tenía un hermano, pero se murió
hace poco, y a este hermano le gustaban mucho los monos, y
así le recordará a él.

 
99  
Ah, dijo el Mono Oriental y acarició a su mono.
¿Y lo conocías de antes?, preguntó el Mono Oriental.
Si conocía ¿a quién?, repreguntó el Hombre Más
Oscuro Del Mundo.
Al comerciante rico, al que compra el mono.
Pues no, no lo conocía.
¿Y cómo ha llegado hasta tu persona? ¿Me vio actuar
alguna vez en el teatro?
Sí, claro, mintió torpemente el Hombre Más Oscuro
Del Mundo.
Ah, dijo el Mono Oriental.
Antes del anochecer tendrás tu dinero, prometió el
Hombre Más Oscuro Del Mundo. No te des mal. Confía en mi
palabra. No he venido hasta aquí por nada. Es mucho dinero.
Está bien, dijo el Mono Oriental con un hilo de voz.
Un arrepentido hilo de voz.
El Hombre Más Oscuro Del Mundo le miró
detenidamente a los ojos y le dijo muy serio:
Ya no hay vuelta atrás.
No obtuvo respuesta. Siguieron caminando. El silencio
molestaba al Hombre Más Oscuro Del Mundo. Aceleró el paso
pese a que se puso a posarse en sus posaderas el cansancio.
Cuanto antes, vamos, cuanto antes, vamos, se decía, o este
cabrón se me va a echar atrás, cuanto antes, vamos, vamos.
No pasaron más de tres o cuatro nubes por el
firmamento cuando el Mono Oriental se abalanzó sobre el
Hombre Más Oscuro Del Mundo. Ambos rodaron por el suelo.
El mono los miró con estupefacción. El Mono Oriental cogió
tierra con ambas manos y se la metió en la boca a su
contrincante. El mono se enfureció, porque su amo era su amo,
y comenzó a arrancar a mordiscos las orejas del Hombre Más
Oscuro Del Mundo. Éste ya se estaba asfixiando. El Mono

 
100  
Oriental le hizo tragar varios puñados más de tierra y adiós. La
condición física del Hombre Más Oscuro Del Mundo era
penosa.
Los buitres no tardaron en aparecer. El Mono Oriental
dudó si regresar al lupanar o seguir hacia la ciudad. Optó por
esto último. Curioseó en los bolsillos del Hombre Más Oscuro
Del Mundo. Unas cuantas monedas de poco valor. Mejor que
nada. Camino a Jerusalén el mono canturreaba. No se
detuvieron en la ciudad sino que continuaron hacia el Este.
Buen viaje.

De pie y con los brazos en jarra, Jesús de Nazaret


frente a los dos romanos sentados. Las putas y las ratas
observaban el festín de los buitres unos metros más allá. La
Ojos de Tigre llevaba un tiempo pensando en suicidarse.
Sentía muchos dolores en la espalda, aparte del peso de la
tristeza. Aparecieron las costillas del camello. Del Idiota Listo
no quedaba ni la mitad. Menudos eran esos buitres.
El Atrevido Orgulloso habló:
Te puedo conseguir mucho dinero.
Jesús dijo:
Te puedo conseguir un buitre.
El Atrevido Orgulloso calló.

El cielo se nubló. Las nubes eran musculosas. Jesús


miró hacia arriba y soñó sentarse sobre ellas. Seguramente
aguantarían su peso. Esas sí. Eran nubes muy compactas, de
un blanco sobrenatural. Qué bonitas son las nubes, se dijo y
bajó al mundo. La hoguera decaía.
Llegó un hombre de la ciudad, un viejo cliente
habitual. No saludó, apenas miró en derredor. Su puta
preferida lo recibió con un beso en la frente y entraron de la

 
101  
mano a la choza. Otras putas se recogieron, incluida la Ojos de
Tigre. Las ratas se dispersaron entre los escombros.
El romano No giraba su cuello y observaba a los
buitres. Se habían teñido de rojo. Uno estuvo a punto de
asfixiarse, pues había incrustado su cabeza y su cuello entre
las costillas del camello y no encontraba la salida. Jesús de
Nazaret empuñó su cuchillo. Se acercó a los romanos y les
libró de sus ataduras. El Atrevido Orgulloso sonrió creyéndose
libre. El romano No no.
No dura mucho la alegría en casa del romano recién
liberado de sus ataduras en el ágora de un lupanar venido a
vertedero a las afueras de Jerusalén. Jesús le clavó una
puñalada en la boca al romano Atrevido Orgulloso. Con tal
poderío que le costó recuperar su cuchillo. El Atrevido
Orgulloso perdió el conocimiento. Su corazón todavía latía. El
romano No ahora sí se cagó encima. Las narices de Jesús
aletearon. Ya se ha cagado éste, se dijo. El romano No pensó
en echar a correr. Tenía muy buena forma física. Su captor-
pellejo jamás lo alcanzaría. Así que en unos pocos segundos
había desaparecido de la escena. No eligió la dirección
correcta. Por allí no se va Jerusalén, gilipollas, pensó Jesús.
El romano Atrevido Orgulloso dejó de respirar.
Se sentó Jesús, extremadamente cansado y se durmió
al poco rato. Soñó que se encontraba en un desierto vastísimo
buscando algo pero no sabía el qué. Y continuamente estaba a
punto de encontrarlo justo cuando olvidaba lo que buscaba.
Aquí, en las afueras del sueño de Jesús, podemos
interpretarlo de la siguiente forma: ¿En qué momento olvidaba
lo que buscaba? En el momento en que dejaba de buscar. Por
tanto, ¿qué buscaba? Nada. Simplemente buscaba.
Se sentía solo. De eso no cabe la menor duda.

 
102  
Pero al día siguiente se despertó radiante, como de
costumbre. Y las nueces ayudan, vaya que si ayudan. Entre la
bruma el lupanar guardaba secreto de todo lo acontecido la
víspera. Las muertes de la puta sustituta de la Puta Negra, del
romano Cagado, del Idiota Listo y del Atrevido Orgulloso.
Casi nada. Y un poco más abajo, el esqueleto del Hombre Más
Oscuro del Mundo. Un esqueleto de lo más normal, por cierto.
Bebió abundante agua y bajó hacia la ciudad. Paró en
el bar de la madre del despojo. Entró y pidió una cerveza. Sacó
de su faltriquera unas cuantas monedas. Las dejó encima de la
barra, esparcidas para facilitar su cuenta. Dijo:
Con esto será suficiente, ¿estamos en paz?
La madre del despojo le respondió que sí con una
sonrisa amable y enseguida le sirvió.
Jesús bebió uno de sus famosos largos tragos, elevó
sus brazos y declamó:
Se avecina el fin. El día de la Acción. El Brazo
Armado os saluda.
Vació su jarra y se largó.
La nueva ayudante, Salomé, miró extrañada a su jefa
la madre del despojo. Ésta le contestó que no se preocupase
que era así siempre pero que en general era inofensivo. Todo
esto se lo dijo con una mirada. De esas miradas tan henchidas
de contenido moral sólo son capaces las madres.

 
103  
22

Una sed terrible la despertó. Se acercó a la charca y


bebió aun a sabiendas de que aquella agua le descompondría
las tripas. Pero había aguas peores. El oasis se encontraba
vacío. Tal y como le había ordenado Jesús de Nazaret,
esperaría a Jaspe de Oro. No se preguntaba para qué. Sólo
esperaría.
Jaspe de Oro y Grieta Gris jamás habían hablado una
palabra. Habían coincidido unas cuantas ocasiones en el oasis,
sin más. Cada cual vivía su vida ascética en el desierto. Vida
de animal, de animal con instintos extintos. Vida de cosa.
Es precioso vivir como cosas siendo humanos. Y a la
vez es muy complicado. Hay que ser muy buena persona para
llevar vida de cosa. Pero esos hombres, esos soldados de Jesús,
matan. ¿Y?
Jaspe de Oro apareció cuando el sol estaba más alto en
el cielo que el cielo. Varios días después. Diríase que Jaspe de
Oro era el sol hecho hombre. Se acercó a Grieta Gris, que
dormitaba bajo su palmera preferida, y le dijo:
Acompáñame.

 
104  
Llegaron al lupanar sin hablar una sola palabra.
Bebieron agua de una jarra. Jaspe de Oro meó sobre sus manos
y se frotó la cara y la nuca. Grieta Gris hizo lo propio. El ágora
se encontraba en calma. La ausencia de humanos otorga calma
al mundo. Emergían esporádicos gritos de placer. Como
esporas. Los recién llegados hallaron a Jesús de Nazaret en su
choza. Se encontraba mezclando potingues y llenando con
sumo cuidado montones de cáscaras de bayas y nueces. Y
Jesús dijo:
Pastillas para ser animal. Pastillas para ser romano.
Tengo de todo. Pastillas del sueño. Del placer. Del no sueño.
Pastillas para el cansancio. De todo. Soy un puto dios. Esos
cabrones no se dan cuenta.
Jaspe de Oro se quitó el cinto y su miembro hizo acto
de presencia. Dijo:
No puedo más. Córtamelo ahora mismo. Aquí tienes
todos tus utensilios. Por favor, Jesús. Cuanto antes.
¿Por qué?, preguntó Jesús, que no era mucho de
preguntas.
Porque mi polla mea mucho y eso me da mucha sed.
No puedo soportar tanta sed. Y la culpa es suya, añadió
señalándose ahí abajo.
Está bien. Calentaré agua en el horno. Vas a necesitar
tomarte una de mis nueces. Para el dolor.
De acuerdo, dijo Jaspe de Oro.
Grieta Gris no dijo nada. Miraba al suelo. Se la traía
floja todo. Deberíamos dibujar interrogantes en la frase
anterior.
Esaú, esto sólo lo he hecho un par de veces. Las dos
salió mal. Quiero decir que los dos murieron. ¿Entiendes lo
que te quiero decir?
Claro que lo entiendo.

 
105  
¿Entonces?
Entonces adelante.
De acuerdo, adelante.
Jesús le ofreció una nuez. Jaspe de Oro se la vació en
la boca. Sabía muy ácido. Demasiado. No pudo soportar el
amargor y salió de la choza en busca de agua. Volvió
enseguida.
Nos tienes que ayudar, le dijo Jesús de Nazareth a
Grieta Gris.
Ella levantó la cabeza dispuesta.
Tendrás que parar la sangre. Te meterás el trozo que le
quede de la polla en tu boca y te beberás la sangre hasta que
pare de salir. La sangre es muy buena, te hará bien.
Grieta Gris no dijo nada pero parecía no estar en
desacuerdo.
Corta hasta el tope, cuanta menos polla me quede
menos mearé, insistió Jaspe de Oro.
Sí, claro, repuso Jesús de Nazaret y pensó: sí, lo que tú
digas, pero el que controla el asunto aquí soy yo.
Siéntate, le dijo Jesús.
Estira las piernas.
Ahora abre las piernas.
Bien, voy a estirarte el rabo todo lo que pueda para
meter el tajo al ras del cuerpo.
Aguanta aquí, le dijo a Grieta Gris. Se refería a la
punta del pene, para mantenerla tensa.
Estira más, insistió Jesús, tengo miedo de cortar los
huevos con el tajo, de llevarme los huevos por delante.
Tengo los huevos muy pequeños, apuntó Jaspe de Oro.
O la polla muy grande, pensó Jesús.
Está bien. Quieto ahora, voy a proceder. Contaré tres.
Una, dos y

 
106  
Ah, acuérdate, eh, reiteró a Grieta Gris, en que dé el
corte, te amorras. Tengo entendido que el interior de una mujer
es bueno para el exterior de un hombre. Por eso salen las crías.
Seguro que tu boca le hace bien a la herida. Ahora sí. Vuelvo a
contar tres. Una, dos y
Estás seguro, ¿no?, le preguntó a Jaspe de Oro.
Sí, dijo éste indiferente, ya bajo los efectos de la
pócima.
Está bien. Vamos pues con ello. Contaré tres. Una, dos
y

 
107  
23

¿Para qué nos has reunido?, preguntó Jaspe de Oro.


¿Te ha dicho algo ella?, contestó Jesús de Nazaret.
No, pero me ha seguido, me imagino que le habías
dicho que me esperara.
Así es. Saldrás de ésta, Esaú, tranquilo.
Grieta Gris no decía nada porque seguía absorbiendo
la herida. El cuerpo ramificado de Grieta Gris, bocabajo en el
suelo, parecía un nuevo y aún más descomunal miembro de
Jaspe de Oro. Pero ni hablar de eso. Cuando Grieta Gris se
retirase, adiós a aquel monstruoso falo orinante.
¿Por dónde mearé?, preguntó Jaspe de Oro.
Pues por donde siempre. Eso, el final de tu nuevo y
casi anecdótico pene, se te pondrá todo duro y se quedará el
agujero para mear. Tú no te preocupes. Me parece que te voy a
dar otra nuez. Así descansarás un rato. Y también le diremos a
Grieta Gris que descanse. Además, yo me tengo que ir
urgentemente. Temas de crucifixión. Os quedaréis aquí los
dos. No os vayáis hasta que yo vuelva. No tardaré mucho.

 
108  
A la salida de la choza le esperaba la puta Ojos de
Tigre. Su mirada exponía una duda sobre el futuro del lupanar.
Jesús dijo:
No te preocupes, no os preocupéis. Yo me encargaré
de todo. Tranquiliza al resto. Ahora tengo que irme.
Y así lo vio desaparecer la Ojos de Tigre, cuchillo en
mano, medio corriendo, medio saltando, a veces andando.
Ojos de Tigre sonrió. Quería a ese hombre, era bueno. Bien
podría ser su hijo. Como si lo fuera.

Mentía. Jesús no tenía previsto nada. No sabía cómo


se las ingeniaría para abastecer al lupanar. El agua pesaba
mucho. Se necesitaba un carro o un camello. Y qué decir de
los frutos de la tierra. De todos modos, Jesús nunca tenía nada
previsto. De hecho poseía una especie de ejército, de soldados
nómadas del desierto, y no se sabía muy bien para qué.
Aunque algo le rondaba por la cabeza.
Paró en el bar. El despojo se encontraba allá al fondo
como siempre. Jesús fue hacia él. Antes de pedir una cerveza.
Qué raro. La madre del despojo frunció el ceño. Temía qué
podía ocurrírsele al loco de Jesús. En varias ocasiones se había
propasado con algún cliente, y con ella, ciertamente, pero eso
ocurrió antes de que se hubiese castrado. Sin embargo aquel
día, aquel buen día, ofrecía un aspecto más salvaje de la
cuenta, digamos, más feroz. Siempre dentro de las limitaciones
de su físico tísico.
Y, rociándole un aliento reseco y enfermo, Jesús
susurró al despojo en su oreja izquierda:
Llega el día. Llega el día.
Se marchó sin pedir cerveza, sin decir nada, sin más.
Camino a Jerusalén. Pasó por el teatro, echó un vistazo pero
no dio con el Mono Oriental.

 
109  
Algún otro cabrón habría sustituido al Hombre Más
Oscuro Del Mundo. Hay demasiada gente, cada vez más. Las
plagas de Egipto crearon las ciudades. Y Jerusalén debía ser de
las pequeñas… Jesús reflexionaba. Suicidios, castraciones y
abortos. Estaba a punto de salir de la ciudad, por el ala Este.
Sumido en sus sumideros mentales. Se detuvo. Sintió su
corazón bajo su costillar con la lengua fuera. Pidió agua en una
plazoleta. Un tendero disponía de varias tinajas.
¿Qué me das a cambio?, dijo el tendero.
Suicidios, castraciones, abortos, dijo Jesús.
Vete de aquí, hijo puta, dijo el tendero.
Jesús se acercó a una tinaja reptilmente y metió la
cabeza. Oh, se dijo.
Se sacudió como un perro e intercambió una larga
mirada con el tendero. Jesús se despidió diciendo:
Luego pasaré por aquí. A darte las eternas buenas
noches. Espero verte porque te voy a matar, cabrón de mierda.
El tendero no dijo nada. Mejor que se largara ese
hombre corrupto. ¡Gusano!, espetó cuando lo perdió de vista.
Llegó a un promontorio de la zona Norte de Jerusalén.
Al famoso promontorio de los crucifijos. Un pedregal. Allí
tenían lugar las crucifixiones. Unas cuantas decenas de palos
erguidos en forma de cruz. Otras cuantas decenas de buitres
presidiendo desde el Olimpo. Sólo tres crucifijos estaban
ocupados por personas. En la mayoría posaban buitres. Poca
gente. Algún viejo paseando bajo la atenta mirada de los
buitres. Romanos tranquilos, hablando de sus cosas. Ya se
sabe, otro mundo.
Vaya, vaya, lo que tenemos aquí, hace mucho que no
paraba por estos lares, se dijo Jesús. El sitio le pareció
fabuloso, digno de una epopeya. En un flash vio el lupanar con
un crucifijo gigantesco presidiendo el ágora. Se acercó a los

 
110  
tres crucificados mirando de soslayo a los romanos. Éstos
pasaron de él. No les debió resultar peligroso, o simplemente,
no les debió resultar. Miró hacia arriba. Los palos eran muy
altos. Sabía que los traían en barco, de la costa Norte, donde
había magníficos bosques. Menudos árboles, se dijo. Los tres
rostros miraban hacia el suelo. El rostro del centro era el único
que tenía los ojos abiertos. De su boca caían hermosas gotas de
sangre dando vida a un charquito sobre una enorme piedra
plana. El goteo salpicaba y en la piedra se formaba arte
abstracto digno de Jackson Pollock. La muerte también
produce acción. Jesús se acordó de Jaspe de Oro. A saber si
estaría muerto. Metió un dedo en el charquito de sangre y se lo
chupó. Buahgh. De repente escuchó un susurro, un grave
susurro. Un crucificado había abierto los ojos. El de la
izquierda. Pedía auxilio. Jesús le mostró las palmas de las
manos. ¿Qué podía hacer desde allí abajo?
Soy yo, consiguió decir el crucificado.
¿Cómo? ¿Te conozco?, contestó Jesús sorprendido.
Soy yo, repitió el crucificado entre un estertor.
Jesús se encogió de hombros y no dijo nada más.
Llegó un buitre y se puso a picotear en su vientre. Pronto
vinieron más. Y más. Cayó un racimo de tripas al suelo. Jesús
se apartó pues no estaba invitado a la mesa. El crucificado no
tardó en cerrar sus ojos para siempre. Las plañideras
descienden de los buitres. Jesús dio un repaso a los rostros. El
rostro central ya no goteaba siquiera. El rostro lateral derecho
seguía igual. Nada que hacer, se dijo y se marchó.

La noche se le echó encima. Buenas noches, tendero


egoísta. El más absoluto silencio envolvía al lupanar. Una
hilera de ratas se desperdigó entre la ponzoña. El mismo
silencio. Echó un vistazo. Vio un carro aparcado. Por todos los

 
111  
dioses, la solución. La solución final. Ese carro ya era suyo.
Fue a coger su cuchillo a su choza. Solamente estaba Jaspe de
Oro, bien dormido, bien muerto. Enseguida se enteraría. Ni
rastro de Grieta Gris. Jesús entró en la choza que señalaba el
carro aparcado.
La puta y el hombre fornicaban amorosamente. Sin
mediar palabra Jesús acuchilló al hombre por la espalda, en la
nuca y probó también en la cabeza pero el cráneo resultó
demasiado duro para el cuchillo. La puta en cuestión era la
Ojos de Tigre. Se echó a un lado. El hombre murió al instante
porque Jesús no paraba de clavar. Arrastró el cadáver fuera de
la choza, lo subió en el carro y lo dejó a las afueras del lupanar
para los buitres. Ese carro ya estaba dando buenos resultados.
Sí, muy buena idea, había sido muy buena idea.
Inconvenientes: pesaba mucho, demasiada madera para él.
Debía buscar un hombre muy fuerte. Repasó mentalmente sus
soldados. Ninguno serviría.

Jaspe de Oro había muerto. Grieta Gris desaparecido.


Quizá habría vuelto al desierto. Jesús usó el carro, por segunda
vez. Ya casi le resultaba imprescindible. Subió el cadáver de
Jaspe de Oro. Su zona genital estaba superpoblada de gusanos
blancos eléctricos. Se movían más que el mono del Mono
Oriental. Retiró la polla amputada, más bien lo que los
roedores habían dejado de ella. No les hizo mucha gracia, por
lo visto. La polla amputada parecía una lombriz de tierra
gigantesca venida de la guerra. La echó encima, sobre el
vientre de su antiguo amo y vació el carretillo junto al cadáver
del antiguo amo del carretillo. Los amos pasan pero no el
concepto de amo. Jesús ahora se sentía el puto amo. No, él no
pasará. Cenó un par de nueces y se durmió enseguida.

 
112  
24

Esa noche llegaron romanos. Armados, bien limpios,


ungidos con afeites. Repeinados. Polainas relucientes. Se
llevaron a las putas detenidas, maniatadas. Algunas chillaron.
Ningún romano hablaba hebreo. Nada había que hablar.
Latigazos y bofetadas. Silencio. El traquetear de las cuadrigas
de vuelta. La pobre noche mirando con cara de asco.
Solemnidad. Menudos son los romanos. De vuelta al
campamento algunos soldados se besaron apasionadamente.
Entre ellos. Pasaban de las putas. Son poco más que ratas.
Nosotros somos bellos, somos futuro, somos hombres
verdaderos. Acaparamos. Somos sabios. Somos buenos.
Hacemos lo que tenemos que hacer.

Menos mal que Jesús de Nazareth era sonámbulo. Se


libró de la purga. Durante la redada se encontraba paseando
dormido, por los alrededores, hablando con su hermano el
despojo, huelga decir que en sueños, tal que así:

Lo ves, sabía que mi nuez te curaría, dijo Jesús.


Sí, pero todavía me duele un poco, dijo el despojo.

 
113  
Bueno, pero de cómo estabas antes a cómo estás ahora,
hay una diferencia, ¿no?, estarás feliz, dijo Jesús.
Sí, no está mal, dijo el despojo.
¿Cómo que no está mal? Si lo sé no te doy la nuez.
Desagradecido. Mi nuez te ha hecho más que cualquier
médico, más que nada en el mundo.
Bueno, sí, en cierto modo.
¿Cómo que en cierto modo?
Pues sí, en cierto modo, porque estás soñando. Sólo
estoy andando en tus sueños. No te pases. A veces también
ando en mis sueños.
Vaya, entiendo, dijo Jesús.
Pero tampoco nos vamos a poner tristes ahora.
Sigamos andando, por favor, me hace ilusión, dijo el despojo.
Está bien. ¿A dónde quieres ir?
Quiero ir a ver los crucifijos.
¿Los de allá arriba? ¿Los del promontorio?
Sí.
¿Andando?, preguntó Jesús.
No, montemos un par de buitres, dijo el despojo.
Pero, montar de pilotar, ¿no?
Claro, joder, no nos los vamos a follar, encima, dos
castrados como tú y yo. ¿Es que alguna vez tienes ganas de
fornicar?, preguntó el despojo.
No, no, dijo Jesús quedamente. ¿Has montado alguna
vez en camellos–águila?, propuso el de Nazaret.
¿Cómo dices?
Camellos–águila, repitió Jesús.
Joder, no, no y no, no he montado nunca más que una
silla, ya lo sabes.
Bueno pero estamos soñando. Tú lo has dicho,
aprovechemos el momento. Podemos hacer lo que queramos.

 
114  
No, perdona, estás soñando tú. Tú elegirás dónde
montaremos al final. O si no montamos. Es cosa tuya. No sé
para qué te contesto. Ah, sí claro, no soy yo quien contesto,
porque es tu sueño, en realidad tú contestas por mí. Deja de
utilizarme por favor. Devuélveme a casa.
No, de eso nada. Sin duda elijo camellos–águila. Mira,
aquí vienen dos. Vamos. Subamos.
No, yo no voy. Ve tú solo.
Nada de eso, tú vienes conmigo.
No, ahora no. Ya no.
¿Por qué?
Porque has de ir solo.
¿A dónde?
Al promontorio de los crucifijos.
¿Por qué?
Pronto lo sabrás.

Amaneció Jesús de Nazaret. H. Desayunó unas nueces


con agua y se compuso el calzón hecho jirones. Salió de su
choza e inspiró. Allí estaba el carro. Ya no se acordaba.
Genial. ¿Quién podía hacerse cargo? ¿A qué humano usar
como animal de tiro, como mulo de carga? Repasó
mentalmente los barrios, los lugares, los conocidos y los
conocidos de los conocidos. Ya está. Cabeza de Vaca. Se
dirigió a la choza de la puta Ojos de Tigre para comentárselo,
para que se tranquilizase y tranquilizase a las demás. El
lupanar seguirá abastecido, sin problema. Tenemos un carro
magnífico y, pronto, un hombre mulo. Sin embargo no estaba
allí. Qué raro. No había nadie. Salió al ágora. Enseguida
reparó en las huellas. Eso sólo pueden ser cuadrigas romanas.
Hijos de puta. ¿Por qué? ¿Habrían descubierto las muertes de

 
115  
los romanos? ¿Cómo? Alguno de la ciudad se habrá chivado,
algún cliente del lupanar, se dijo Jesús.

Se sentó y metió la cabeza en una tinaja de agua.


Necesitaba estar fresco. Acción, acción, se animaba. Así que
volvió a su choza y se atizó dos bayas. Con dos será más que
suficiente. Pronto sintió un empujón de energía que le hizo
coger el carro y marchar volando hasta la ciudad. Paró en el
bar. Preguntó en voz alta si alguien sabía o había oído algo
sobre la detención de las putas del lupanar. El silencio se hizo
en el bar y tres hombres de espaladas, comiendo y bebiendo en
la barra, giraron sus torsos lentamente. Romanos. Uno de ellos
desenfundó el puñal y se abalanzó sobre Jesús. No pretendía
detenerlo sino matarlo. Jesús se zafó y el romano se estampó
contra una mesa. Los otros dos romanos se pusieron en
guardia, puñales en mano. Se sabían superiores. Le cedían el
trofeo a su compañero. Sin embargo Jesús ya tenía su cuchillo
listo. El romano envalentonado se rehizo y volvió hacia Jesús
enarbolando su puñal pero alguien le hizo la zancadilla y cayó
delante de Jesús como un tonto. El puñal se deslizó por el
suelo. La cabeza del romano quedó junto a los pies de Jesús.
Se vio venir. Jesús comenzó a saltar con todas sus fuerzas y lo
poco que ayudaba la fuerza de la gravedad dado su poco peso
sobre la cabeza del romano. Ésta fue perdiendo volumen y se
desparramó. Quedó como una torta. Varios agricultores se
levantaron de la mesa. Apartaron las armas de los dos
romanos, que se habían petrificado en posición de guardia
junto a la barra y les reventaron. Sí, les reventaron. Puñetazos,
pisotones, pellizcos, puntapiés. Las cuatro pés. Un agricultor le
cogió el cuchillo a Jesús, huelga decir que sin pedirle permiso
(aunque si hubiese usado el verbo birlar me hubiese ahorrado

 
116  
la frase que le sigue. Ruego me disculpen, señores superiores
de la sabiduría literaria). A lo que estamos.
Decíamos que un agricultor le cogió el cuchillo a
Jesús, huelga decir que sin pedirle permiso, y dibujó un
cuadrado en un vientre romano. Introdujo sus poderosos
antebrazos y le sacó las tripas. Las colocó encima de la barra y
se las metió en la boca al otro romano, quien murió asfixiado y
pataleando como un poseso. El agricultor sonreía. Pensaba:
este idiota se cree que está en una carrera pero no encuentra el
suelo. La madre del despojo y su ayudante miraban desde la
cocina aterradas. Abrían sus bocas como si por las bocas
fueran a ver más pero las bocas no son ojos aunque todo esté
conectado. Los presentes se fueron marchando en silencio.
Algunos lloraban. Eran conscientes de encontrarse en peligro.
Tres romanos asesinados. Nada más y nada menos. Los tres.
María madre del despojo pensó que le quemarían el bar con
ella y su hijo adentro. El despojo no daba crédito. Todo había
ocurrido en un par de minutos.

Agricultor Asesino se hizo oír:


No podemos engañarnos, todos soñamos con matar a
estos hijos de puta un día u otro. Bien, pues ese día ha llegado.
No pasa nada. Nadie se enterará. Enterraremos a estas tres
mierdas y adiós muy buenas.
Se dirigió a Jesús:
¿Qué dices que ha pasado en el lupanar? ¿Que se han
llevado a las putas?
Sí, de madrugada. A todas.
Está claro que han pasado a la acción. Cada vez había
más de esos hijos de puta rondando. Ya sabía yo que no venían
solo a controlarnos, venían a matarnos poco a poco. Bueno,
pues que empiece la batalla contra esos hijos de la gran puta.

 
117  
Jesús miró a Agricultor Asesino como al Dios de los
dioses. Le dijo:
Yo puedo disponer de unos quince hombres. En un par
de días.
Bien, nosotros juntaremos un centenar para entonces,
dijo Agricultor Asesino.
Ya no quedaba nadie en el bar excepto los tres
agricultores, entre ellos el destacado Agricultor Asesino, Jesús
de Nazaret, el despojo, la madre del despojo y Salomé.
Me parece que éste es demasiado optimista, se dijo
Jesús. ¡Un centenar de hombres! Seguidamente se acordó del
carro. Dijo:
Tengo un carro ahí afuera. Había pensado en Cabeza
de Vaca, nos podría ayudar para transportar armas, y hombres,
y lo que sea, muertos, agua…
Jesús ya había olvidado el lupanar, ahora sólo existía
la batalla contra los romanos. Se encontraba muy excitado,
sobre todo ante el descubrimiento, ante la epifanía de
Agricultor Asesino.
Tenemos que buscar un lugar seguro, dijo Agricultor
Asesino.
Jesús respondió en un flash, ungido por la inspiración,
volviendo a su vida, a su mundo:
Ahora no hay lugar más seguro que el lupanar.
Además es un lugar abierto al desierto. Y el oasis no está muy
lejos. No creo que vuelvan los romanos allá. Y los clientes, sin
putas, menos.
Estamos de acuerdo, dijo Agricultor Asesino. Bien.
Ordenó a sus dos compañeros ir en busca de Cabeza
de Vaca. Andará labrando las tierras.

 
118  
Cabeza de Vaca llevará a las dos mujeres y a la mierda
aquella (se refería al despojo) al lupanar, dijo Agricultor
Asesino. ¿Cabrán los tres en el carro?, preguntó a Jesús.
Sí.
Bien, dijo Agricultor Asesino. Esto marcha. Vosotras
os encargaréis de que no nos falte agua y alimento, añadió
dirigiendo hacia ellas su sangriento dedo índice.
Pero, interrumpió Jesús, allí no hay nada. Sólo unas
cuantas tinajas de agua, nueces, materiales para pócimas,
adormideras, veneno, poco más.
De acuerdo, dijo gravemente Agricultor Asesino. Bien,
pues el primer viaje será para llevar a estas tres mierdas
romanas. Vosotras los trocearéis y cocinaréis en el fuego. Con
ellos iremos tirando. Y como pronto mataremos más, pues nos
alimentaremos de romanos, mucho mejor.
Jesús miró a Agricultor Asesino como una adolescente
miraría a una estrella del pop a solas en su cuarto. Válganos el
símil de un modo superficial, porque y sin embargo, en la
realidad, la estrella del pop surge del póster y comienza a
desnudarse. Sonríe. Despacio. Huele bien. Es lo más. Pero
ahondemos en la escena, ya que estamos: cuando la estrella del
pop se baja la bragueta, la adolescente se tira por la ventana.
Un séptimo piso. La estrella del pop se asoma y ve a la
adolescente estampada en la acera. Otra vez será, se dice, y
regresa a su póster. Llegan los inspectores de policía y revisan
los diarios de la adolescente, pero no reparan en la sonrisa
socarrona del cabrón del póster. Distraídamente, dice uno de
los inspectores: mi hija también tiene a ese marica colgado en
la habitación, no sé qué le verán. ¿Ah sí?, piensa la estrella del
pop desde su póster, ahora voy a por tu hija, y espero que
viváis en los últimos pisos de un rascacielos.

 
119  
Volvamos al bar. María y Salomé observaban cada vez
más asustadas tras la barra. Madre e hijo despojo
intercambiaron miradas de amor. Madre se acercó a su lado
enseguida, le abrazó casi sin tocarle para evitar el dolor. Trató
de tranquilizarle y, de paso, de tranquilizarse ella.
Horas después todo se ponía en marcha. Llegaron los
dos agricultores junto con Cabeza de Vaca. La verdad es que
era un hombre muy muy fuerte, con un cuello portentoso, algo
jorobado, pero mejor, así se empotraba contra el carro y
empujaba con todo su cuerpo. Carro y hombre formarían un
todo, un uno. Para tirar del carro se necesitan brazos poderosos
y Cabeza de Vaca los tenía. Vaya si los tenía. Podríamos decir
que Cabeza de Vaca no era otra cosa que brazos poderosos y
torso macizo. Buena idea lo de Cabeza de Vaca, a mí no se me
habría ocurrido, pensó Agricultor Asesino. Mejor. Porque todo
el mundo no sirve para matar.

 
120  
25

Los tres romanos asesinados en el bar, al fuego, en la


hoguera del ágora. Las dos mujeres, muertas de hambre, al
anochecer comieron unos bocados de la zona de la pantorrilla.
A ellas no les hacía mucha gracia comer carne humana pero el
hambre odia la moral. El despojo no podía masticar y su madre
le introducía minúsculos trocitos por la ranura de su boca.
Hora de dormir.
Jesús indicó:
Ocupad esta choza.
Era la choza de su madre la puta negra que en paz
descanse. Ahora la ocuparían la madre del despojo junto con
su hijo el despojo y Salomé. Sin embargo Salomé se escapó de
madrugada. No iba a perderse los discursos del falso
EHQSHCSES, entre otras cosas. De los planes de Agricultor
Asesino burbujeaban dudas. En adelante María la madre del
despojo sería la única encargada de abastecer a todo un
ejército. Todo un ejército en potencia, porque ningún soldado
llegó al lupanar hasta la noche del día siguiente.

 
121  
Por supuesto que no olvidamos el viaje del despojo
desde el bar hasta el lupanar. Imagínense lo que sufrió. Su
madre lo abrazaba, sentada en la carreta. Cabeza de Vaca era
una auténtica bestia. Cómo tiraba. En más de una ocasión
estuvieron a punto de volcar. Volaban. Gracias a los dioses
que el despojo perdió el conocimiento. Salomé pensó en más
de una ocasión tirarse en marcha. Tranquila, tranquila, se
decía, encontrarás un momento mejor para escapar. La madre
del despojo lloraba desconsoladamente. Una vez en destino,
Cabeza de Vaca volcó el carro y los dejó tirados en el ágora,
como si fuesen troncos. Aunque el despojo se podría asimilar
con un tronco, dicho sea de paso. Lo que queremos apuntar es
que Cabeza de Vaca no los trataba como humanos. Y la
pregunta que sigue: ¿se trataba él a sí mismo como humano?
Sin descansar un segundo, empotró su cabeza en el carro y de
vuelta a la ciudad. Turno de los tres cadáveres romanos.
Agricultor Asesino, junto con los otros dos agricultores, y
Jesús de Nazaret, cada cual por su lado, se encargaban de
llamar a filas.
Desastre absoluto.
En el oasis no había nadie.
En los campos allende los caravasares se corrió la voz
rápido, pero poco más. En dos días, de los ciento quince
soldados soñados, cien por parte de Agricultor Asesino y
quince por parte de Jesús de Nazaret, se había congregado en
el lupanar la excitante cifra de cuatro, o cinco si incluimos a
Cabeza de Vaca. Sólo ellos.
Nadie había echado de menos a Salomé. Ni mucho
menos la culpaban de nada. Es joven, e idiota, es normal que
se haya fugado. Ser joven y ser idiota suelen ir de la mano,
dicho sea de paso.

 
122  
En el tercer día de vida del lupanar como
acuartelamiento, Agricultor Asesino dijo:
Tengo hambre, nos podíamos comer a la mierda de
allá. Total, no sirve para nada.
En efecto, se refería al despojo. Su madre no lo oyó.
Lo estaba acariciando en la choza. Se encontraba tumbado
sobre unas pajas. Su madre le había susurrado que se mease y
se cagase encima, que no pasaba nada, que ella se lo limpiaría.
Además, con la peste que presidía el lupanar, a nadie
molestaría.
Jesús dijo:
Un momento, ahora vengo.
Regresó con bayas. Las repartió. Dijo:
Esto es muy bueno, quita el hambre y da muchas
energías. Chupadlo bien por dentro.
En el ágora se reunían los cinco hombres.
Jesús se sinceró:
Pensaba que podría disponer de unos cuantos hombres,
pero mis hombres andan por allí por el desierto, medio
muertos, y la verdad es que es mejor dejarlos donde están.
Hace tiempo les prometí una vida nueva, una vida mejor, días
de acción, un subir a los cielos, y en cierto modo, más de uno
cree haberlo conseguido, pero a base de comer bayas y bayas y
perder la cabeza. Poco más puedo decir.
Uno de los agricultores dijo:
Me parece que estamos jodidos.
Otro de los agricultores dijo:
Pienso igual.
Cabeza de Vaca no dijo nada. Estaba de acuerdo con
comerse al despojo. Ahí se quedó, pensando en comérselo, no
siguió la conversación.
Agricultor Asesino dijo:

 
123  
Ya se habrán comido los buitres a las putas. Las
habrán crucificado, casi seguro. Ya no quedará nada de ellas.
Otros pasarán por los crucifijos del promontorio. Se nos están
cargando poco a poco. No hay duda. La ciudad, los campos,
con todo arrasarán esos mierdas.
Ni las bayas nos animan, pensó Jesús.
Pronto vendrán aquí y nos harán trizas, dijo uno de los
agricultores al que ya podemos llamar Agricultor Pesimista.
Sí, pronto vendrán, confirmó el otro agricultor al que
podemos llamar Agricultor Pesimista Reiterativo o Agricultor
Pesimista Pésimo o Agricultor PII, para abreviar.
Hombre, ratas no faltan por aquí, dijo Jesús tratando
de animar el cotarro.
Poco jugo dan las ratas, repuso Agricultor Pesimista.
Asintió gravemente con la cabeza Agricultor PII.
La madre del despojo asomó la cabeza. Allí estaban
los hombres. ¿Qué hablarían? Los contempló con ojos de
fuego. ¡Indeseables!, increpó desde sus adentros, me han
destrozado la vida, mi casa, mi bar, ¡y van a matar a mi hijo en
dos días!, ¡nos moriremos de hambre!, ¡de sed!, ¡de pena!
Jesús la vio. Recordó que guardaba el cráneo de su
marido por ahí. Pero se dijo que no le haría mucha gracia
recibirlo en ese momento. Aunque a saber. Igual sí. Dudó en
dárselo. No, ahora no. Ahora tenemos que salir adelante,
tenemos que pensar algo. Atacar, sí, ¡atacar!, se dijo, animado
por el efecto de su pócima.
Y lo hizo saber:
¡Ataquemos!, matemos a algún otro romano. Y nos los
comeremos aquí. ¡Vamos a por ellos!
Sí, confirmó Agricultor Asesino. ¡Eso es!
Eso es, reconfirmó Agricultor Pesimista bajo los
efectos de la droga.

 
124  
¡Vamos!, insistió Agricultor PII.
Cabeza de Vaca nada dijo y se dirigió hacia el carro.
Os llevo a todos. Vamos, ¡montad!
Apenas había sitio en el carro para los cuatro: los tres
agricultores y Jesús. Sus piernas se enredaban y sus frentes
intercambiaban sudores. Semejaban un amasijo humano.
Cabeza de Vaca hacía saltar chispas de las ruedas de madera
del carro. Parecía que llevase toda la vida tirando de aquel
carro. Definitivo: era una bestia. Un recuerdo para el camello
del Idiota Listo que en paz descanse, verdadero hacedor del
camino que comunicaba el lupanar con la ciudad.
Llegaron al barrio de los caravasares. Poco ambiente
para tanta amplitud de llanura. Hilos de humo ascendían
lentamente hacia el cielo. Un manojo de tenderos, camellos,
chozas. Más de lo mismo. Frutos y baratijas. Más abajo estaba
el bar. Mas ¿vacío? No se acercaron mucho por si acaso.
Nadie tomó el mando del grupo. Simplemente se
sentaron en el suelo allí en el centro de ningún sitio. Sin
formar corro, esparcidos, como el lamentable ejército que
formaban.
Jesús preguntó a Cabeza de Vaca:
Tú no estás castrado, ¿no?
No.
Ya me parecía a mí, se dijo.
De repente Cabeza de Vaca habló:
Yo conozco a un romano. A un importante.
El grupo se agrupó. Blanco de todas las miradas
interrogantes, Cabeza de Vaca prosiguió:
Sí, cuando viene a Jerusalén, vienen a casa unos
romanos antes y me dicen que llegará pronto, el día siguiente,
o dentro de dos, o cuando me digan y cuando me lo dicen esos
romanos se van y llega el día que me dijeron a mí o a quien

 
125  
sea de casa y se presenta el romano importante en casa y me
trae siempre regalos y monedas y oro y si no estoy me espera y
siempre viene con muchos romanos que le cuidan mucho y le
tratan bien.
Pese a que se expresaba igual o peor que una piedra, o
una rata sin dientes, más o menos entendieron todos.
¡Qué me dices!, exclamó Agricultor Asesino.
Cuando comenzaba a repetir otra vez todo, pues no
captó el sentido de la exclamación de sorpresa de Agricultor
Asesino, interrumpió Agricultor Pesimista:
No me jodas, entonces casi eres del enemigo, ¡amigo
de romanos!, anda, vete a casa y no vuelvas.
¡Pero qué dices!, volvió a decir Agricultor Asesino,
esta vez dirigiéndose a Agricultor Pesimista, reprobando sus
palabras.
De nuevo Cabeza de Vaca se preparaba para repetirlo
todo. Aquella conversación se tornaba harto compleja.
Y Jesús dijo, dirigiéndose a Agricultor Asesino:
Ya está. Iremos a casa de Cabeza de Vaca.
Esperaremos allí a que vengan esos cabrones y secuestraremos
al hombre importante.
Me parece bien, asintió Agricultor Asesino.
Los Pesimistas no se pronunciaron.
¿Sabes cómo se llama? Dinos todo lo que sepas de él,
y, sobre todo, ¿qué quiere de ti?, preguntó Jesús a Cabeza de
Vaca.
Éste se rascó la cabeza. Dijo:
Vienen romanos y si no estoy en casa nos dicen que
(en este momento Agricultor Asesino y Jesús de Nazareth
suspiraron pacientemente dejándole continuar) en dos días o
tres vendrá el hombre romano importante y si no estoy yo en
casa dejan el recado y luego cumplen lo que dicen y cuando

 
126  
habían dicho llega el hombre importante y trae regalos y no
sólo para mí también para mi mujer y para todos nosotros y
para los críos también y muchos y le acompañan a veces
muchos romanos porque debe ser importante.
Agricultor Asesino enfureció:
¡Eso ya lo sabemos! ¡Joder! ¿Para qué va a tu casa?
Cabeza de Vaca pareció encogerse de hombros pero
no se encogía de hombros sino que se señalaba ahí abajo.
No me jodas, dijo Agricultor Pesimista.
No, no, no me jodas, dijo Agricultor PII.
A ver, dijo Jesús, bájate los pantalones.

Vaya… se dijeron todos.


Sólo entraremos en el siguiente detalle: tardó en caer,
digamos, aquello tardó en desplegarse.
Bien, ahora todos lo entendemos. Ese romano debe
tener un culo como el sol y sólo unas pocas pollas pueden
provocar eclipses, dijo Agricultor Asesino. He aquí una.
Cabeza de Vaca parecía no entender nada.
Ya, ya, esconde eso, anda, le dijo Agricultor
Pesimista.
Sí, sí, rápido, que voy a vomitar, apuntilló Agricultor
PII.
¿Cada cuánto va el romano importante a tu casa?,
preguntó Jesús.
Pero primero vienen a avisar de que va a venir en dos
días o a veces en…
¡Joder!, ¡ya lo sabemos!, ¡que avisan!, ¡y que cumplen
su palabra!, pero ¿cada cuánto ocurre eso? ¿Cada día? ¿Una
vez a la semana?, ¿dos?, ¿tres?, interrumpió Agricultor
Asesino notablemente alterado.

 
127  
Cada dos semanas, pero últimamente cada semana,
contestó tímidamente Cabeza de Vaca.
¿Cuándo estuvo en tu casa por última vez?, preguntó
Jesús.
Hará cuatro o cinco jornadas.
Pues estará al llegar, dijo Agricultor Asesino
frotándose las manos.
A saber, dijo Agricultor Pesimista.
No nos podemos fiar, apuntó Agricultor PII.
Sí, pero primero avisan. Si no estoy yo, dejan recado,
dijo Cabeza de Vaca.
¡Pero otra vez! ¡Me cago en los dioses!, dijo
Agricultor Asesino.
Llévanos a tu casa, rápido, dijo Jesús levantándose.

 
128  
26

Vivía en un cabaña muy humilde pero muy bien


dispuesta. Único hogar sin compartimentos. Sensación de
amplitud. Aislada entre yermos campos de cultivo. Mucho
esfuerzo para escasa producción, diríamos hoy. Pero mejor no
digamos nada hoy. Su mujer era muy laboriosa, muy bajita,
casi enana. También muy fuerte. Semejaba un escarabajo
pelotero. No habían tenido hijos. El trabuco de Cabeza de
Vaca no entraba en cualquier agujero, quizá esa fuese la
explicación. Tenían mucho trato con otros vecinos, formaban
una gran familia. Solidaridad primigenia. Intercambiaban
todos los productos y así se resguardaban del dinero.
Cooperación. Compartían los regalos del romano importante
con una sonrisa. Buena gente. Pero para sonrisa la que colgaba
de la cara del romano importante cuando salía de la casa de
Cabeza de Vaca tras las embestidas. Diríase que flotaba.
La mujer de Cabeza de Vaca, llamémosla para
abreviar Escarabajo Pelotero, nunca preguntó a su marido nada
aunque es obvio que lo sabía porque de vez en cuando emergía
un grito desgarrador desde la casa que atravesaba el cielo. La

 
129  
mujer dejaba un momento el trabajo de la tierra, se erguía y se
secaba el sudor de la frente. Eso era todo.

Allí llegan con el carro. La mujer no estaba en casa.


Andaba trabajando la tierra. Zócalo de piedra de poco más de
un metro de alto y adobe. Material perecedero en las cubiertas.
Puerta de madera. Atmósfera cálida. Paz. Entraron todos y
comieron y bebieron. Jesús echó de menos sus provisiones de
bayas y nueces.
En uno de esos descansos, Escarabajo Pelotero se fijó
en el carro, aparcado afuera de su casa, frunció el entrecejo y
fue a ver.
Hola… hola a todos, saludó educadamente con un
tanto tinte tonto de timidez.
Hola señora, dijo Agricultor Pesimista afectadamente.
Hola, dijo Agricultor PII.
Hola, dijo Agricultor Asesino.
Hola, dijo Jesús de Nazaret.
Hola, sentenció Cabeza de Vaca y no supo cómo
seguir.
La mujer esperó un segundo y al ver que no
necesitaban nada de ella se dispuso a salir.
Espera, dijo Jesús. Pensó que seguramente se
entendería mucho mejor con ella que con Cabeza de Vaca.
¿Han venido romanos? ¿Cuándo vinieron por última
vez?
Esta mañana, han anunciado que mañana sin falta
vendrá el importante, dijo Escarabajo Pelotero.
Bien, ya los tenemos, clamó Agricultor Asesino
agitando sus brazos. Ahora tenemos que hablar, pensar todo
bien y reventar a esos hijos de puta, cuantos más mejor.
Comience la batalla de una vez. ¡Sí!

 
130  
¿Sabes cómo se llama el importante?, preguntó Jesús a
Escarabajo Pelotero.
Creo que le dicen Longinos.
De acuerdo, gracias, muchas gracias.
La mujer se marchó. Nunca podía uno dejar de sacar
piedras y arrancar malas hierbas en aquel terreno infausto. A
trabajar se ha dicho. Que hablen los hombres lo que tengan
que hablar, hablan mucho y luego no hacen nada. O hacen
algo pero para todo lo que dicen que hacen, ese algo es casi
nada. Luego vendrán los romanos y se arrodillarán como
hacen todos. Por lo menos aquí no nos arrodillamos, a no ser
lo que ocurra dentro de la casa con mi hombre, que a saber si
se arrodilla o qué es lo que hace, pero allá él. Yo nada tengo
que ver con la enfermedad que tiene en su cosa monstruosa, a
mí eso no me sirve, ya me he hecho a la idea que me da igual,
aquí hay muchos muchachos, como si fueran hijos míos, no sé
por qué hay que querer a unos más que a otros, yo lo que
quiero es trabajar y que no nos falte comida a los de por aquí.
Y ya vale de decirme cosas a mí misma, que parezco un
hombre, aquí dándole a la cabeza y sin trabajar como hay que
trabajar. Fíjate en todas esas piedras. Las piedras sí que crían.
Si las piedras se comieran, qué tranquilos estaríamos por aquí,
no nos faltaría de nada. Pero seguramente buscaríamos otras
cosas, otras cosas que nos faltan para no poder estar nunca
tranquilos. Siempre andamos metidos en cosas difíciles, somos
todos tontos, y yo la primera, aquí hablando conmigo misma
mientras tengo tanto que hacer. Vale ya, calla, mala mujer.
Basta.

El día siguiente era un buen día. Los tres agricultores y


Jesús durmieron junto al horno, bien bebidos y comidos.
Descansaron. La luz del amanecer penetraba dulcemente en el

 
131  
hogar. Nadie quiere salir de casa en estas condiciones tan
agradables. Pero tocaba ponerse manos a la obra. Los romanos
no tardarían en llegar.
¿No tienes nueces?, preguntó Jesús a Cabeza de Vaca.
Éste negó con la cabeza.
El plan era simple. Todos se harían pasar por
agricultores, esparcidos por el campo, cerca de la casa. Y
cuando llegasen los romanos, dejarían que Longinos, el
importante, disfrutase con su amante Cabeza de Vaca. Luego
sorprenderían y matarían a los escoltas. Con Longinos faltaba
atar cabos, pero lo fundamental del acuerdo era: utilizarlo. Es
decir, secuestrarlo. ¿Para qué? ¿Qué pedir a cambio? ¿Cómo?
Todo eran incógnitas. Pero eran conscientes de la plusvalía del
romano importante y convinieron no matarlo como a uno más.
Ya se nos ocurrirá algo mañana, había mascullado la
víspera Agricultor Asesino en duermevela. Los demás ya
dormían.
Todos se hicieron con cuchillos. Había de sobra en
casa. Y diversas herramientas en pequeños almacenes de
piedra salpicados por el territorio. Muy buena organización. A
trabajar se ha dicho. Los tres agricultores y Jesús. Pero por lo
menos, ¿harán algo?, ¿trabajarán?, ¿o sólo harán como que
trabajan?, ¿se van a quedar aquí?, ¿contribuirán a hacer esas
tierras más buenas?, se preguntaba Escarabajo Pelotero. Y
desde su lugar de trabajo les miraba a hurtadillas.
Pues sí, por lo menos hacen algo, ése quita piedras, y
ése de allí, pero si da pena verlo, parece todo hueso (claro que
se refería a Jesús de Nazaret), no debe tener fuerzas ni para
sacar una piedra menuda. Y aquél otro tiene fuerza, ya me fijé
nada más verlo, que ese hombre nos vendría muy bien a todos,
a estas tierras (bajo este último pensamiento se escondía una
pizca de pasión, de deseo, que por supuesto ella se negaba –

 
132  
inútilmente– a sí misma). Pasaba el rato y Escarabajo Pelotero
dejó de mirar al resto. Sólo se fijaba en Agricultor Asesino.
Qué bien trabajaba ese hombre. Y qué buen porte tenía.
Menudos brazos, antebrazos, que eso es lo importante, los
antebrazos, para arrearle bien a la tierra con los utensilios, para
extraer buenas piedras. Le diría a su marido que se trajese más
veces a ese hombre, que les podría ayudar mucho, vaya que sí,
vaya si se lo diría, sin dudarlo un momento. Ese agricultor es
bueno, es importante, ya casi imprescindible para esas tierras.
Y da paz, tiene mucha serenidad, fuerza y armonía. Y sus
cabellos también son fuertes, aguerridos, y parece que suda. Su
frente es dura también. Ese hombre nos conviene. Sí, nos
conviene. Se lo diré a los vecinos. Que no parezca que sólo
soy yo la interesada tampoco, porque no tengo ningún interés
personal. Míralo. Trabaja bien, muy bien. Hay que ver cómo
se mueve.

 
133  
27

Llegaron a media mañana. El sol en lo alto.


Demasiado lejos, demasiado cerca. Tres cuadrigas. En la
central se encontraba Longinos. La central era más colorida, se
podía apreciar algún tono púrpura, digno de las más elevadas
celebridades. Nueve hombres en total, es decir, ocho más
Longinos. Los caballos relinchan. Al llegar tocaron una
corneta. En los alrededores, muchos cuerpos se yerguen,
deshaciéndose de las cadenas de la tierra por unos momentos.
Un camello también mira, allá a lo lejos, sobre el horizonte,
inmóvil, semeja un extraterrestre. Inveterados campesinos que
siglos después dibujara Millet, allí estaban ya. Aprovechan
para secarse el sudor. Sólo una persona se acerca. Paso firme,
grave. Casi tiembla la tierra. Ése es Cabeza de Vaca.
Longinos, mejor dicho, el culo de Longinos hace aguas. Baja
de su vehículo. Le ayudan. Se acerca a la puerta y recibe a
Cabeza de Vaca con un beso húmedo en la boca. Los escoltas
apoyan sus cuerpos en la pared de la casa y la pareja entra de
la mano.
Escarabajo Pelotero se afana en trabajar. Se oculta a sí
misma los nervios. Vaya cosa, se dice de vez en cuando. Lo

 
134  
que hagan, bien hecho estará. Conmigo no va eso. Pero algún
grito brutal de excitación sexual emerge de la casa, traspasa el
firmamento y llueve. Se escucha en un amplio radio. Algunas
mujeres escupen del asco. Algunos hombres rabian. Otros se
ríen. Otros se alegran: no tardarán en irse los romanos
cabrones.

¿Cómo descubrió Longinos a Cabeza de Vaca?


Queremos decir: su monumental falo. El azar, simple y
llanamente. Se encontraba un día paseando por el mercado,
entre su comitiva, y un perro mordió los ropajes de Cabeza de
Vaca desnudándole de cintura para abajo. Claro, aquello
emergió. Longinos se maravilló e hizo detener al hombre. Lo
condujeron a su casa y allí comenzó la historia de amor.
Simple.

Más cosas. Los caballos andaban algo nerviosos. Un


romano llamó a una mujer. La mujer acudió servilmente,
mentalmente arrodillada. El romano señaló los caballos e hizo
un gesto: tienen sed y hambre. La mujer asintió y marchó a
buscar forraje y agua a un almacén cercano. Lo depositó y el
romano le dijo por gestos que trajese más. La mujer obedeció.
Y aún le volvió a pedir más. Pero esta vez la mujer ya no se
presentó sola sino con Agricultor Asesino, Agricultor
Pesimista, Agricultor PII y Jesús de Nazaret.
Agricultor Asesino portaba un palo enorme, arrancado
de un arado estropeado. Bateó en la cabeza del romano
pedigüeño que cayó fulminado. Los otros siete romanos fueron
cogidos por sorpresa y cayeron como moscas. Palazos,
mordidas, pedradas, cuchilladas. El griterío alertó a Longinos
que estaba siendo sacudido por detrás por la bestia. No tuvo
fuerzas para hablar. No podía interrumpir semejante placer, no

 
135  
era capaz. Se encontraba en los cielos azules esponjosos
recibiendo clavos ardientes de pasión perpetua. Sin embargo,
un rincón de su cerebro le decía que se encontraba en peligro,
en serio peligro, pues habían sido presa de una emboscada, que
sus escoltas estaban muertos y que se había quedado más solo
que la una. Bueno, con su amante. Pero su amante se retiró de
su cuerpo cuando vio aparecer a los suyos. Cabeza de Vaca se
subió el calzón y se guardó el miembro, que, ruborizado,
enseguida se arrugó. El culo cueva de Longinos cerró sus
puertas instintivamente.
Cabrón de mierda, gritó Agricultor Asesino y le soltó
una patada en la tripa. Longinos se retorció de dolor en el
suelo.
Calma, dijo Jesús. No nos precipitemos.
Longinos recuperó el habla y suplicó a Cabeza de
Vaca:
Amado, ¿qué está pasando aquí?
Su amado no contestó y salió de la casa.
Afuera la expectación crecía. Los trabajadores vecinos
se acercaban sigilosamente hacia la casa formando grupos.
Vieron a los romanos muertos. Alguien propuso trocearlos y
comérselos por la noche. Cenárselos. Bien. Los desnudaron y
guardaron sus armas y ropajes en la cabaña almacén más
cercana. Perfecta organización. Los caballos pastaban
tranquilos, atados a sus carros, indiferentes a las muertes
romanas. ¿Qué hacer con los caballos? Matarlos y trocearlos.
También. Aquella noche se convertiría en un festín de carne.
Carne para todos. Maravilloso. Y los carros con sus maderas y
los clavos y las telas. Metales. Mucho material. Perfecto para
el invierno. Venga, a trabajar. No, solo las cuadrigas, aquel
carro es de los que hay dentro de la casa, no tocar. Los
chavales jugaban con los cascos de los romanos. Venga, a

 
136  
trabajar, enanos. Guardadlo todo. Un romano tenía la cara
repleta de verrugas. Varios críos se las estaban arrancando. Las
probaron. Alguno escupió, otros las mascaron durante horas.
Otros se las tiraron a la cara. Uno muy cabrón cogió una
pequeña piedra y se la ofreció a otro: prueba ésta, mira qué
bien sabe. ¡Cabrón, es una piedra! Jaa, ¡tonto del culo! ¿Qué
llevas en la boca, hijo? Nada. Venga, a trabajar. No dejéis que
se acerquen nuestros animales, los romanos están corruptos y
los animales enferman y se mueren. Mucho cuidado. Para los
pocos que tenemos. Fíjate que listas son las cabras que no se
acercan. Largo de aquí, perros, iros con el viejo camello.
Vamos, vamos.

Dentro de la casa, los tres agricultores y Jesús de


Nazaret, pensando de pie. Longinos, atado de pies y manos,
sentado junto al horno, se encomendaba a los dioses.
Puedo conseguir lo que me pidáis, dijo por fin, dado
que los captores no se decidían a hablar.
Mierdaseca, espetó Agricultor Asesino y le clavó el
dedo índice en su ojo derecho y giró a izquierda y derecha y se
lo reventó. Una enorme lágrima de sangre descendió
lentamente por su cara. Luego le dijo: vuelve a hablar y ya no
verás nada más en tu vida, en la corta vida que te queda.
Menudas artes se gastan estos hebreos salvajes,
pensaba Longinos mientras iba perdiendo el conocimiento
bajo un paisaje níveo centelleante.
Joder, se quejó Jesús, no lo matemos, seguimos sin
plan. Si lo matamos se nos acaban las opciones de poder usar
su relevancia social.
El Agricultor Pesimista dijo:
Las opciones se acabaron hace tiempo, me parece.

 
137  
El Agricultor PII asintió sabiamente a la anterior y
sabia reflexión de su querido compañero.
Me estoy cagando, dijo Agricultor Asesino y se le
ocurrió una idea. Luego la desechó y salió a cagar afuera.
Jesús pensó en el lupanar. En el despojo y en la madre
del despojo. Esperó a que volviese Agricultor Asesino y dijo:
Deberíamos volver al lupanar. Es donde mejor
podemos estar.
¿Y este hijo de puta? ¿Qué hacemos con él?, preguntó
Agricultor Asesino mientras se olía la mano y se la restregaba
en su calzón.
Lo llevamos con nosotros. Vivo, dijo Jesús.
Buf, no sé, no sé, es demasiado peligroso, dijo
Agricultor Pesimista.
Sí, estamos mejor aquí, dijo Agricultor PII.
¿Y qué hacemos aquí?, replicó Jesús, ¿qué haremos
después? Los romanos vendrán y arrasarán con estas tierras.
En cambio, al lupanar no volverán, porque al lupanar ya
fueron y arrasaron con las putas.
Tienes razón, intervino Agricultor Asesino. ¿Cabemos
todos en el carro?
No, no aguantará el peso de otro hombre más, dijo
Agricultor Pesimista.
Ni de coña, dijo Agricultor PII.
Pues haremos dos viajes, dijo Agricultor Asesino.
¿Quiénes vamos primero?
Vaya, él ya se incluye en el primer traslado, pensó el
resto.
Ve tú con Longinos, dijo Jesús. Pero no lo mates,
sobre todo. Nosotros iremos después.
Agricultor Pesimista y Agricultor PII no se
pronunciaron.

 
138  
Agricultor Asesino se asomó a la puerta y gritó:
¡Cabeza de Vaca, ven aquí, corre!
En un santiamén se presentó.
Coge el carro. Iremos primero unos y luego vendrás y
traerás al resto. Cabeza de Vaca se empotró en el carro. Le
daba igual el orden.
Agricultor Asesino sacó a rastras a Longinos.
Previamente le arreó patadas y puñetazos varios. No te pases,
lo vas a matar, insistió Jesús desde la puerta.

 
139  
28

La espera fue de todo menos tranquila. Tanto la espera


de la madre del despojo junto con el despojo como la de Jesús
y los Agricultores Pesimistas. La madre del despojo pasó el
día peleándose con las ratas porque se querían comer a su hijo.
Y para más inri los buitres montaban guardia en la puerta. Les
tiró piedras, les gritó, les escupió. Su hijo gemía, se estaba
deshidratando, y la madre no quería dejarlo solo a merced de
los carroñeros.
Hijo, le decía, ¿puedes defenderte un momento si voy
a por agua?
Pero no recibía respuesta alguna. Sin embargo su
corazón latía. La madre escuchaba atentamente afuera. No, no
venían. ¡Asquerosos! Le habían arruinado la vida. Sería mejor
que la muerte se los llevara. No soportarían mucho tiempo así.
Aquella madre recibió como un salvador al asqueroso
Agricultor Asesino. Ya no le pareció tan asqueroso cuando le
acercó una tinaja de agua.
Por favor, aleja a las ratas de aquí, y a los buitres.
Quieren comerse a mi hijo. ¿Tienes hijos?

 
140  
No te preocupes. Agricultor Asesino comenzó a
apedrear a las ratas y a lanzar patadas y aullidos.
Gracias, dijo la madre del despojo.
Esta noche cenaremos carne buena, le dijo AA para
tranquilizarla. Durante el viaje había proyectado cenarse al
romano importante, ¿por qué no? No servía para otra cosa.
¿Para qué mantenerlo vivo?
Longinos se encontraba en el centro del ágora, junto a
la hoguera apagada. Poco a poco volvía en sí. La paliza siguió
durante el camino. Puñetazo aquí, escupitajo allá. La herida
del ojo tenía muy mala pinta. Agricultor Asesino miraba de
vez en cuando en busca de gusanos. No le hacían mucha
gracia.
Cabeza de Vaca esperaba órdenes, sin soltar el carro.
Corre, vamos, ya tenías que estar de vuelta, le dijo
Agricultor Asesino. Pronto anochecerá. Date prisa.

Cuando llegó a su casa había cambios en el ejército.


Nuevas bajas. Los Pesimistas. Jesús le dijo a Cabeza de Vaca:
Se han marchado. Tenían miedo y se querían ir a casa.
Pero mentía.
Es más, ¿por qué daba explicaciones si con Cabeza de
Vaca casi no se podía hablar? Mucho menos razonar. ¿Qué
diablos le importaba nada a Cabeza de Vaca sino empujar el
carro? Jesús había apuñalado a los Pesimistas y depositado sus
cadáveres en la parte trasera de la casa. Previsible, por otra
parte. Afuera había fiesta. Ardían las hogueras. Preparaban
buena cena.
Escarabajo Pelotero se acercó a saludar a su hombre.
Le interrogó con la mirada. No obtuvo respuesta. Frío adiós.
Jesús montó en el carro y enseguida desaparecieron. La noche

 
141  
se echaba encima. Un niño se cansó de mascar verruga y la
escupió. La cena estaba lista.

Jesús echó una cabezada durante el trayecto. Cabeza


de Vaca se desplomó al llegar. Se tumbó a coger aliento y se
durmió. El Bajón de la Bestia.
¿Lo despertamos para cenar?, le dijo Agricultor
Asesino a Jesús.
No sé.
Había pensado cenar romano, ¿qué te parece?
Pues me parece bien, estoy cansado, tengo pocas ganas
de acción, de pensar en planes y tonterías, dijo Jesús cabizbajo
y bostezó.
Dicho y hecho. Agricultor Asesino cogió un cuchillo y
comenzó a clavarlo en el cuerpo de Longinos.
Cuando llevaba más de cien cuchilladas, Jesús le dijo:
Para ya, no gastes más fuerzas tontamente. El fuego
está cogiendo cuerpo.
Acto seguido se dirigió a la choza habitada por María
la madre del despojo y su hijo. Éste observaba acurrucado.
Había recobrado el sentido. Su madre le abrazaba. Vamos a
cenar enseguida, anunció Jesús.
¿Nos podrás entrar algo aquí, por favor? No puedo
dejarlo solo. Las ratas acechan.
Sí, claro. Luego esparciré unas hierbas que las
ahuyentan. Podrás estar tranquila. Tranquilos.
Fue a su choza y cogió un par de bayas. Se atizó una y
le ofreció la otra a Agricultor Asesino que no dudó en
tragársela.
Escupe la cáscara, hombre, le dijo Jesús, pero ya era
tarde.

 
142  
Qué bien huele esta mierda romana, dijo Agricultor
Asesino. No sé qué mierdas vamos a hacer, estamos jodidos,
lo sabes, ¿no?
Claro que lo sé, bien jodidos, dijo Jesús y ambos se
carcajearon.
Hasta el momento no se había tocado el tema de la
ausencia de los Pesimistas cuando Agricultor Asesino
preguntó mirando a la hoguera:
Los has matado, ¿no?
Sí, contestó Jesús mirando a su parte de hoguera.
Si no lo hubieras hecho tú, lo hubiera hecho yo,
confesó Agricultor Asesino.
Ya, imagino, dijo Jesús.
Sí, dijo AA.
Despertemos a Cabeza de Vaca, esto está listo, dijo
Jesús.
Pssss, alguien viene, dijo Agricultor Asesino.
No, es el viento, dijo Jesús, aquí produce ruidos raros.
Y los buitres de noche parecen personas, nada más.

 
143  
29

Se cenaron al romano Longinos y pronto se quedaron


dormidos todos menos uno. Dormidos: Cabeza de Vaca, junto
a su carro; Agricultor Asesino, junto a la hoguera; María junto
a su hijo el despojo en la choza. Despierto: Jesús, que se había
tomado de postre una nuez. Se hallaba agitado en su choza.
Agitadísimo. Compuso una nuez extra, como para despertar a
un muerto, y se dirigió a la choza del despojo. La madre
roncaba. El hijo dormía con la cara empotrada en la tripa de
mamá. Jesús le abrió despacio la boca, con sumo cuidado. Le
vació la nuez en la garganta y le dio de beber agua. El despojo
se sobresaltó. Jesús le susurró:
Tranquilo, sé que tienes mucha sed. Así dormirás
mejor, y se largó.
El despojo se extrañó pero no tardó en dormirse.

Jesús esperó en su choza, sentado a la puerta,


mezclando potingues, estrujando hierbas, rajando ratas
muertas, formando hilo con su pelo, etc.

Y llegó el momento de la resurrección.

 
144  
El latir de su corazón le despertó. Cada latido
representaba una bomba a punto de estallar. Tres, dos, uno,
pero el boom no llega. ¿Y el dolor? No le dolía. Se miró el
pecho. Se movía. Su corazón semejaba una bestia del
inframundo, un hecatónquiro clamando libertad. Comenzó a
sudar. A sentirse verdaderamente bien. Todavía no se había
movido un ápice pero se sentía ligero. Ingrávido. Abrió la
boca, el dolor no llegó. Giró el cuello, tampoco. Movió las
piernas, los brazos. Se despegó de su madre. Se sentó en el
suelo. Se puso en pie. Suspiró intensamente. La bestia de su
corazón se había expandido. Ahora la bestia era él,
íntegramente. De cabeza a pies. Dónde estaban los dioses
porque les iba a pedir explicaciones. Les hablaría de tú a tú.
Hijos de puta, les diría. Y a Zeus el primero. ¿Por qué no?
Soltó un puñetazo al aire. Sus callos se agrietaron. Sus
pústulas saltaron por los aires. Salpicó pus. ¡Que llueva! Ni un
atisbo de dolor. Siguió dando puñetazos y patadas. Pus y pus.
Unas gotas se impregnaron en el cabello de su madre. Vaya.
Mejor fuera. Salió de la choza. Pus y pus. Oh. Ahí estaba
Jesús, el loco, sentado, con sus cosas. Y el resto durmiendo.
No, él no dormiría jamás. Ya se había curado. No hay vuelta
atrás. Echó a correr. Le costó, se tropezaba. Torpe como un
cervatillo recién nacido. ¿Hacia dónde ir? Qué más da. Ahora
le interesaba el camino, no el lugar. Al revés que siempre.
Antes soñaba con su cama o con su silla, evitando traslados.
Eso se acabó. Ya no dejaría de trasladarse de un sitio a otro.
Ya corría. La noche le impregnaba. Podía deshacerse en ella.
Era ágil, liviano. Su sudor le impregnaba el rostro. Se
formaron gotas. No, no las chupaba. Las escupía. Ya no
tendría más sed. Jamás. Es más, ya no volvería a beber. Sólo
correría y comería. Lo que le apeteciese, donde y cuando
fuese. Sin más. Volvería a ver a su madre de vez en cuando.

 
145  
Eso sí. Ella se alegraría mucho de verle así. Pero lo siento,
mamá, no te puedo ayudar en el bar. Tengo que ir y no parar
de ir. Pero, ¿como su padre? No, no podía ser. Ese
pensamiento le turbó. Tropezó con una enorme piedra y cayó
al suelo. Se levantó enseguida. Su padre estaba muerto. Él
todo lo contrario. Ya no podía estar más vivo. Él no
comerciaría ni nada por el estilo. Nada que ver con su padre.
Él sólo iría de aquí para allá, corriendo. Sin más. No pararía un
momento. Porque durante todo este tiempo de enfermedad
había acaparado una energía inagotable. Y ya estaba curado.
Sí, adiós al bar, a su olor a putrefacción, a su lugar cerca de los
retretes. Que alguien me diga algo, no tendré reparos en
pelearme con quien sea. Me haré con un buen cuchillo. Sí, a
ver quién se burla de mí ahora. De los dioses pocos se burlan,
pues de mí igual.

En todo eso iba pensando el despojo, corriendo a toda


prisa cuando le dio un infarto y murió.

 
146  
30

Soy el salvador de tu hijo, le di una cosa, una cura, y


se largó. Se fue corriendo. Imagina. Es libre, no te preocupes
por él. Déjalo que corra, cuando se canse volverá. Ha estado
mucho tiempo en una silla. Ahora tiene el mundo en sus
manos, en sus piernas, mejor dicho. Necesita correr. Olvidar el
dolor. Dejarlo todo atrás. Quizá llegue hasta al mar del sur, y
luego suba hasta el mar del norte, quizá visite tierras que no
hayamos visto ninguno de los de aquí. Ni su padre. Sí, debes
ser feliz. Tu hijo ya no sufre. Tu hijo vuela.
Aquella madre no daba crédito. No paraba de llorar.
Era un milagro. Mezclaba agradecimiento con desesperación
entre la sorpresa.
¿Y ahora qué hago yo?, sollozaba María.
Pues… no lo sé, dijo honestamente Jesús.
Me voy, aquí no voy a estar ni un momento más. Me
voy a mi hogar. Si ves a mi hijo dile que estoy allí, que venga
cuanto antes, que su madre le va a abrazar como nunca. Me da
igual lo que pase aquí, con vosotros. Lo siento pero tengo que
ir allá, a mi casa. A esperar a mi hijo. Moriré en mi casa.
Nunca más saldré de allí. Y tú tienes que ir por ahí, curando a

 
147  
todos los que se encuentren como mi hijo. Cúralos a todos. Te
doy las gracias Jesús, te doy las gracias como madre. Las
madres sufren, sufrimos mucho, cada vez más, y no sé hasta
dónde podemos llegar. El sufrimiento no mata, no es justo,
debería matar. Ve y cúrales a todos, por favor, no dejes que
sufran los enfermos, Jesús.
De acuerdo, adiós, dijo Jesús y se retiró a un lado.
María emprendió el camino a la ciudad.
Jesús se reunió con Agricultor Asesino y Cabeza de
Vaca, quienes estaban desayunando restos de la cena junto a la
preciosa hoguera de llamas suaves.
Y Jesús dijo:
Yo pensaba que un día llegaría la acción, la verdadera
acción. Confiaba en formar un buen ejército para esparcir la
rabia por el mundo. Para bajar al hombre a la tierra, para
convertirlo en piedra. Estos campos son fabulosos. No ofrecen
nada a los romanos. Eso es increíble, es genial. Pero la gente
no lo ve, la gente se marcha a las ciudades, se pelean por vivir
intramuros, por comerciar, por distinguirse, se quieren mezclar
con los romanos, no sé qué les pasa.
Qué mierdas estás diciendo, replicó Agricultor
Asesino. Matemos poco a poco. No nos cogerán. Cabeza de
Vaca va muy rápido con su carro. No nos cogerán.
Sí, sí nos cogerán, tienen caballos. Cabeza de Vaca no
va tan rápido como los caballos, repuso Jesús.
Pues yo diría que sí, rebatió Agricultor Asesino. Te
estás pareciendo a aquéllos, a esos dos que mataste hace poco.
No me gusta.
Tienes razón, joder, tienes razón, reconoció Jesús. Voy
a por nueces a mi choza.
Regresó y repartió. Tres. Una para cada uno. En cierto
modo, brindaron.

 
148  
Cabeza de Vaca, aguijoneado por la droga, se acercó al
carro y se preparó.
Sí, dijo AA, ¿adónde vamos?
Vamos al promontorio de las crucifixiones, dijo Jesús.
En realidad no sabía muy bien por qué lo decía. Algo
espiritual, ese lugar desprendía un magnetismo especial.
Irracional, por otro lado. O más allá de lo racional, mejor
dicho, metarracional.
¿Te apetece colgar a algún romano de la cruz?,
preguntó Agricultor Asesino sonriendo abiertamente.
Sí, eso es, dijo Jesús ya bastante animado.
Cabeza de Vaca mejoraba sus tiempos. Trazaba las
curvas con la firmeza y suavidad de Miguel Ángel. La belleza
de la bestia.
Adelantaron como una exhalación a la madre del
despojo. Los dos pasajeros levantaron la mano. La madre del
despojo respondió de igual modo. Estaban perdidos, ¿a dónde
se dirigían ahora? ¿No se daban cuenta que no había nada que
hacer?

María encontró su bar hecho un desastre, pasto de los


ladrones –carroñeros humanos– y de los animales carroñeros.
Deposiciones, decenas de ratas, recipientes volcados y
quebrados, cereales, agua, todo por el suelo. Paredes
deshechas. Un lodazal. Sillas y mesas partidas. Barra
desmantelada. Trozos de madera flotando. Las puertas de los
retretes arrancadas. La pena la inmovilizaba. El fango le
llegaba a los tobillos. Sentía el frío subir. Una visión la
inquietó: la mesa y la silla que ocupaba su hijo, junto a los
retretes. Era lo único que permanecía en su lugar. Intacto.
¿Casualidades del destino o fruición del azar? Una enorme rata
la miró desde abajo, como pidiendo limosna. María se la

 
149  
sacudió con una patada. Salpicó lodo. Quería pasar al hogar, a
su cocina, soñando que se hallase en mejores condiciones.
Pero cuando el ego se vacía, la realidad y la verdad convergen.
Jamás puede vaciarse el ego. De ahí que realidad y verdad
jamás coincidan.
Salía mucha luz de la puerta de acceso a la cocina,
demasiada, se imaginó lo peor y acertó.
El estado del hogar era verdaderamente deplorable.
Habían derrumbado la pared principal y se habían llevado los
camastros y los cacharros. Todo. El techo se había
desplomado. Aquello semejaba el lupanar. Peor aún. Pensó en
volver allá. No, no, se dijo, tengo que recomponer todo esto.
Aunque me muera en el intento. Mi hijo volverá y tiene que
tener una casa, y una madre que le quiera y le proteja.

 
150  
31

¿Tú no tienes familia?, preguntó Jesús a Agricultor


Asesino.
Sí, claro, mucha. ¿Y tú?
También, dijo Jesús.
¿Entonces para qué me lo preguntas?, preguntó AA.
No sé, dijo Jesús.
Me parece que te estás viniendo abajo, dijo AA.
Quizá.
¿Quieres volver al lupanar? ¿Quieres que dejemos
esto?, dijo AA. Su pregunta también iba dirigida a sí mismo.
No lo sé. Quedémonos aquí un rato, dijo Jesús.
Bien, dijo AA.
Jesús se dirigió gravemente a Cabeza de Vaca:
Vete, coge el carro y vete. Es tuyo. Para ti, para
siempre. Ya no tienes que volver. Ayuda a tu gente. Vamos,
corre.
Cabeza de Vaca obedeció. Dijo adiós.
Agricultor Asesino no se opuso. Es más, dijo:
Sí, me parece bien. Que se vaya.
Cabeza de Vaca ya se había ido.

 
151  
Los dos hombres lo vieron desaparecer. Estaban
sentados en la llanura de los caravasares. Había mucho ajetreo,
llegaban comerciantes de Oriente. La marabunta y la
barahúnda se retroalimentaban. Caóticos rebaños de cabras y
camellos. Gritos en varios idiomas con los mismos
significados.
Vayamos dando un paseo al promontorio de los
crucifijos, propuso Jesús levantándose.
Bien, dijo Agricultor Asesino.
Aquellas dos almas en pena sufrían un bajón
considerable, debido a la violenta hiperactividad de los días
anteriores y, sobre todo, al descenso de las pócimas en los
sombríos valles de la depresión cósmica.
No sé qué pasó, dejaron de venir, dejó de venir gente a
por mis pócimas, dijo Jesús iniciando el paseo. Todo se ha
vuelto en contra. Vete. Déjame solo. Nuestra aventura se ha
acabado aquí y ahora.
Bueno, no tomemos decisiones precipitadas, dijo AA.
Pero, ¡de eso se trata!, o de eso se trataba. De acción,
sin más. Ni menos. Precipitación pura, dijo Jesús.
Ahora no tenemos muchas fuerzas, dijo AA. Para la
acción o la precipitación o como quieras llamarlo hace falta
fuerza.
Un hombre se les acercó. Tenía los ojos rasgados: dos
mínimas ranuras entre descomunales ojeras grises. Ojos de
Hucha. Poca cosa, piel amarillenta oscura, vestido con túnica
gris. Sin abalorios. Precisamente bajaba de visitar el
promontorio de los crucifijos. Llámese turismo. En su ciudad
del ojo por ojo no practicaban aquellas artes oficiales.
Les dijo en perfecto hebreo:
Eh, eh, un momento. Busco hombres, hombres fuertes.

 
152  
Nada más pronunciar la frase se arrepintió. Pensaba
que aquellos dos eran hombres fuertes, pero no, uno de ellos
no, Jesús, por supuesto, era un esqueleto. Pero bueno, ya no
podía volver atrás y continuó:
Podéis ganar mucho.
¿Cómo?, preguntó Agricultor Asesino.
No puedo decirlo. Aquí no.
¿Entonces qué mierdas estás hablando? O te explicas o
te largas.
Está bien, me fío de vosotros, no parecéis esbirros.
Cazamos leones allá en las tierras de los negros y se los
vendemos a los romanos. Esta noche partimos para allá.
Buscamos hombres fuertes por eso.
Ojos de Hucha miró de soslayo a Jesús como
exhortándole a no aceptar la oferta. Acertó de pleno.
Enseguida Jesús se desmarcó. Le dijo a AA:
Ve tú si quieres. Eres fuerte.
No sé, dijo Agricultor Asesino rascándose la frente.
El oriental acogió con agrado la duda y añadió:
Estamos allí, en la zona de abajo de los caravasares,
tirando hacia el desierto. Nuestras tiendas son blancas, unas
diez. Casi las últimas que hay.
Adiós.
Los dos deprimidos continuaron andando y accedieron
a unas calles estrechas serpenteantes. Recibieron con agrado el
silencio.
Hay romanos por todos sitios, hasta por aquí, dijo
Agricultor Asesino.
Estaría bien convencer a esa gente de los leones. Traer
aquí unas cuantas fieras y provocar una matanza, dijo Jesús.
Joder, aunque estés reventado, el odio te hierve
adentro, dijo Agricultor Asesino.

 
153  
Bueno, no creas, tengo demasiado sueño. Me parece
que paso del promontorio, me retiraré al lupanar, quizá duerma
varios días seguidos. Por cierto, tú no estás castrado, ¿no?
Yo, yo no.
¿Y tienes hijos?, preguntó Jesús.
No, no me van las mujeres, dijo Agricultor Asesino de
soslayo. ¿Y esto a qué fin viene?, preguntó AA. No obtuvo
respuesta.
¿Sabes lo que me apetece realmente? ¿Lo que me pide
el cuerpo?, dijo Jesús deteniéndose.
AA le miró a la cara, consciente de la seriedad del
momento.
Suicidarme.

Sí, igual deberías ir al lupanar, sugirió paternalmente


Agricultor Asesino. Descansar un tiempo. Dormir mucho,
como dices. Seguro que vuelven a pedirte pócimas, por eso no
te des mal.
Sí, susurró Jesús, volveré allí.
Bien, dijo Agricultor Asesino y le dio una palmadita
en la espalda.
¿Y tú qué vas a hacer?, le preguntó Jesús.
Volveré a mi casa. No me gusta trabajar, por todos mis
vecinos es sabido. Me gustan más otras cosas, como beber o
hablar o pelearme. Pero siempre tengo un hueco para ganarme
lo que me corresponde, no me falta el pan ni el aceite. Ayudo
en las tierras de otros, porque mis tierras están ya atrofiadas, y
sé que tengo la culpa, pero es que no me gusta trabajar, ¿qué le
vamos a hacer? Me hubiera hecho ilusión emular alguna
revuelta como esas de las que hablan, donde grupos de
hombres normales les plantan cara a los romanos, y encima
matan a cientos de ellos, y no acaban mal del todo.

 
154  
Jesús no contestó, preguntó:
¿Pasarás por el bar?
Sí, claro que pasaré.
Por allí nos veremos entonces.
De acuerdo. Descansa.
Lo mismo digo.

 
155  
32

Camino a casa, Agricultor Asesino hizo un alto en el


bar de María, madre del difunto despojo. Ella desconocía este
último dato, por supuesto. Agricultor Asesino albergaba
muchas dudas sobre el estado del bar, aunque los
pensamientos emergentes le decían que todo seguiría igual.
Hay muchos romanos, enseguida los reponen, igual no la han
tomado con el bar. Esperemos que no.
Sin embargo se dio de bruces con la realidad. Una
profunda pena le invadió. María se encontraba a un paso del
desfallecimiento. Literalmente. Le temblaban las piernas, entre
el fango, no daría muchos pasos antes de caer. Agricultor
Asesino hubo de cogerla por la fuerza. Ella no escuchaba.
Estaba como ida. La abofeteó y sus ojos escupieron las
lágrimas–tapón. Aquello le alivió. Agricultor Asesino la sacó
afuera al fresco y ella se durmió inmediatamente. Él regresó al
bar y examinó el cuadro. Y eso que María ya había comenzado
a limpiar. Dos enormes montones de basura junto a los retretes
daban buena cuenta de ello. Pero el barro se mantenía joven y
la casa en ruinas. Accedió al hogar. Qué hijos de puta. Será
mejor demoler y construir de nuevo. O marcharse con algún

 
156  
familiar. Así se lo haría saber a María. No debía esforzarse en
vano. Se sentó afuera junto a ella. La intentó despertar. No
había manera. Se la echó al hombro y se la llevó a casa.

Poco más de media hora de camino. La desoladora


visión del bar le proporcionó fuerzas. Ayudaría a aquella pobre
mujer. Quizá diese la voz entre sus vecinos. Aunque la gente
le tiene mucho miedo a esas ratas romanas. No, no me
ayudarán, no se arriesgarán a posibles represalias. Y Jesús, que
es el único que podría echar una mano, no tiene fuerzas ni para
coger una piedra base. Bueno, a no ser que se zampe nueces de
las suyas. ¡Cabeza de Vaca!, con él puedo contar. ¿O los
habrán matado a todos? Esperemos que no. Sí, ese cabrón de
Cabeza de Vaca es bueno, vale por cinco o seis. Pero, ¿y si me
enrolara con esos orientales? Vengo aquí con unos leones y se
lía buena. Igual la gente se anima a rebelarse. Los leones
presidiendo el promontorio de los crucifijos. Buena cosa. Me
muero de sueño. Aunque si me duermo ya no puedo ir a por
leones. Marchan esta misma noche, dijo aquel hombre. Cómo
ronca esa pobre mujer. Por los dioses, que no se hayan
presentado los romanos en las tierras de Cabeza de Vaca.

El oriental Ojos de Hucha regresó a su campamento


con las manos vacías. Pidió audiencia a las puertas de la tienda
del jefe. Dos grandes negros escoltaban. El jefe salió afuera.
Lo debió oír. Encogido de hombros, Ojos de Hucha hizo el
gesto de mostrar sus manos vacías. El jefe le asestó un
puñetazo en la tripa y Ojos de Hucha se dobló y retorció. El
jefe volvió adentro. Los dos negros, impasibles ante el dolor,
miraban al horizonte. Hacia esa dirección se encontraban sus
tierras. Ellos eran imprescindibles en la misión. Sabían dónde
encontrar los leones, conocían los vados y los ríos, las

 
157  
embarcaciones ideales para cada ocasión, pues debían
atravesar un ancho brazo de mar. El jefe volvió a salir de la
tienda al momento. Había olvidado algo. Ojos de Hucha se
estaba recuperando lentamente, el dolor remitía, a duras penas
se puso en pie.
¿Y ése? ¿Ése al que llaman Pirámides? ¿Has
averiguado dónde encontrarlo? ¿Ya tienes las pócimas?,
preguntó el jefe.
No me lo puedo creer, se dijo Ojos de Hucha. Se había
olvidado de ese pequeño detalle.
Sí, mintió Ojos de Hucha.
¿Lejos de aquí?
No, no muy lejos de aquí, contestó Ojos de Hucha.
¿Y las pócimas? ¿Estás listas? ¿Las está preparando?
Ojos de Hucha llevaba los dos sacos vacíos a la
espalda. En esos dos sacos es donde deberían estar las
pócimas. Un saco para los somníferos, otro para los
estimulantes. Volvió a mentir:
Quiere más dinero, no ha habido manera.
El jefe dijo:
De acuerdo, ya me parecía a mí. ¡Negros!
Los negros acompañaron a Ojos de Hucha a otra
tienda, la tienda del tesorero, del encargado de la logística, por
así llamarlo, del relaciones sociales, del que llevaba a cabo la
venta de los leones, de quien contactaba con los romanos, del
cabeza visible de la expedición. Una niña desnuda salió de la
tienda con una bolsa en la mano. Un negro la cogió y se la
pasó a Ojos de Hucha.
Debía buscar al Pirámides y conseguir el material o no
vería un nuevo amanecer.
No le costó mucho obtener la información. En el
mismo barrio de los caravasares. Otra cosa era llegar al

 
158  
lupanar de noche. Se perdió en medio de los pedregales y
decidió dormir hasta el amanecer. Su vida corría peligro.
Estaba demorando los planes de toda una expedición. ¿Cómo
se había olvidado de ese Pirámides? Obstinado en encontrar
hombres se le fue de la cabeza. Y se confió, porque incluso
visitó el promontorio de los crucifijos, consciente de que a
pocos hombres hallaría en aquel sitio. Mal, muy mal, se decía.
Mierda. Además, él era muy bueno en su trabajo. Debía salir
de ésta, conseguir las pócimas y volver corriendo. Si regreso
antes del mediodía no tendré problemas. Me esperarán. Las
pócimas son imprescindibles, bien para dormir a los leones
bien para azuzarlos para las luchas.
Amaneció y unos pastores le indicaron el camino. Sí,
había camino, ya no tenía pérdida. Echó a correr. Las monedas
tintineaban, pesaban lo suyo. Divisó el humo de la hoguera.
Nadie. Chozas. Silencio. Gritó:
¡Pirámides! ¡Pirámides!
Jesús no tardó en asomarse por la puerta de su choza.
Se frotó la cara. Conocía a ese hombre. Ah, el oriental de los
leones. ¿Qué diablos le pasaba?
Ojos de Hucha explicó rápida y gráficamente:
Necesito pócimas. Traigo dos sacos. Éste para los
somníferos. Éste para los estimulantes. También traigo mucho
dinero. Tengo mucha prisa. Tenemos que partir cuanto antes.
Jesús se estaba despertando. Una legaña se negaba a
despegarse de su ojo izquierdo. Bostezó. Ojos de Hucha
recibió el bostezo como una amenaza de muerte. Imaginó al
jefe, en la puerta de su tienda, con los ojos en trance sobre su
perpetua cara de asco, esperándole con su brillante cuchillo en
la mano.
Por favor, suplicó, tengo mucha prisa. De esto también
depende mi vida. Por favor. Te ayudaré a llenar los sacos.

 
159  
Jesús estiró los brazos y dijo tan campante:
Veamos, primero te voy a formular siete preguntas.
Ojos de Hucha tragó saliva. No podía ser verdad. ¿Qué
significaba aquello? Aunque, significase lo que significase,
significaba que Jesús no se iba a dar la más mínima prisa.
¿Cómo?, dijo Ojos de Hucha.
Siete preguntas, repitió Jesús. Toma asiento. Le daré
brío a la hoguera. Cogió dos palos y comenzó a frotar.
Por favor, señor Pirámides, le repito que tengo mucha
prisa. Necesitamos sus pócimas cuanto antes.
Mire, le dijo, y vació el henchido saco. Decenas de
monedas se desparramaron. Jesús ni siquiera las miró.
La primera pregunta, dijo, es la siguiente:

 
160  
33

No hables tan despacio, hijo de puta. ¿Cómo coño


puedes hablar tan despacio? ¿Qué clase de mierda habla tan
despacio? Ni las putas tortugas hablan tan despacio. La puta
vida que vivimos va muy rápido. Por mucho que vuelva,
también vuelve rápido. No se puede hablar tan despacio, no,
no se puede, por eso te vamos a cortar la lengua. Es importante
que lo sepas, por si sobrevives, para que te quede claro para el
resto de tu vida, que te cortamos la lengua por hablar tan
despacio. No, no se puede hablar tan despacio. No,
simplemente no está permitido. Y no es cosa mía, o de unos
que dicen, que establecen, a qué velocidad mínima se puede
hablar, es simplemente que no se puede hablar tan despacio, y
con ese tono tan cansino. Y ya puedes dar gracias que no te
mate de primeras. Te diría que dijeras unas últimas palabras de
despedida, pero estaríamos aquí años escuchándote decir
adiós. Venga, al tajo.
Agricultor Asesino le estiró de la lengua todo lo fuerte
que pudo. Joder, se me va, se resbala, dijo.
Tira otra vez, vamos, aprieta con las uñas, dijo Jesús.
¡Ya!, ¡ahora!, gritó Agricultor Asesino.

 
161  
El cuchillo incandescente de Jesús se coló entre la
boca a duras penas. Le quemaron parte de los labios y le saltó
algún que otro diente. Jesús cogió orgulloso el trozo de lengua
y le habló:
¿Qué? ¿Qué me vas a decir ahora?
Luego la tiró al suelo. La rata más avispada se hizo
con el botín. El hombre emitió gritos ahogados, como desde
una caverna del Mioceno y pronto se desmayó.
Ojos de Hucha observaba aterrado. María, madre del
despojo, asomaba su cabeza desde su choza, aquella que
ocupara la Puta Negra.

Veamos lo que había ocurrido.


Sabíamos que Agricultor Asesino se había llevado a
María a su casa, a descansar. Al día siguiente, a media tarde,
se presentaron ambos en el lupanar. Y es que al amanecer,
Agricultor Asesino había convencido a María:
Es mejor tirarlo todo, construir de nuevo. Tranquila.
Te ayudaremos, no te preocupes.
Cuanto antes, por todos los dioses, mi hijo volverá de
un día a otro, dijo ella temblando.
Sí, no te preocupes. Hablaré con Cabeza de Vaca, nos
echará un mano. Volvió a confiar, suponiendo que estaría
vivo, que los romanos no habrían vengado la muerte de
Longinos. Aunque no tenía muchos motivos para pensarlo,
visto lo que había ocurrido con el bar de María. Bien
podríamos llamarlo ahora Agricultor Optimista o Agricultor
Iluso.
Cuando estén las paredes y el techo y el horno ya te
podrás ir allí y volver a rehacer tu hogar como quieras, añadió
Agricultor Asesino.

 
162  
Gracias, muchas gracias, dijo María llorando. Con eso
será más que suficiente.
Marcharon hacia el lupanar. Allí encontraron a Jesús
sobreexcitado en el ágora.
Hola, saludó. Ayúdame, corre, ven, le dijo a Agricultor
Asesino; y tú, si quieres, le dijo a María, espera un momento
en la choza aquélla, en la que estuviste con tu hijo, cuando
ocurrió el milagro.
Jesús no estaba pensando en nada. No pensó qué
hacían allí de nuevo. No pensó que seguramente el bar de
María estaba destrozado y venían a pedir ayuda y cobijo.
Este hombre habla muy despacio, no sabes lo despacio
que habla, no, no se puede hablar tan despacio, le dijo a
Agricultor Asesino, quien comprendió al momento que Jesús
se había sobrepasado con sus nueces. Acción, se dijo, esto es
lo que entiende por acción.
¿Qué quieres hacer?, le preguntó Agricultor Asesino
siguiéndole el hilo.

Ya conocemos el final. Preguntémonos quién es ese


hombre que, según Jesús, hablaba tan despacio… y que había
perdido la lengua por ello.

La expedición de los leones marchó al mediodía.


Huelga decir que no esperaron a Ojos de Hucha. Maldijeron el
tiempo y el dinero perdido. La rabia les llevó. Se las
ingeniarían para encontrar otro brujo. En nuestras tierras hay
muchos, dijo un negro y el jefe lo quiso creer a pesar de su
perpetua cara de asco. Desconocemos si el jefe va a volver a
aparecer en nuestro relato, en caso afirmativo, lo llamaremos
Perpetua Cara De Asco. PCDA.

 
163  
Tengo que ir a buscar a Cabeza de Vaca, le diré que
reconstruya el bar de María. Lo han reventado, le dijo
Agricultor Asesino a Jesús ante la atenta mirada de Ojos de
Hucha y el profundo desmayo de Antigua Lengua Lenta.
¿Cabeza de Vaca? ¿Lo crees vivo? Está bien, dijo
Jesús serenándose algo. Bebió agua.
Le he dicho que se quede aquí mientras tanto, dijo
Agricultor Asesino señalando la choza de María. Está muy
mal. Tiene miedo que vuelva su hijo y no la encuentre.
Ya, dijo Jesús. Su hijo está corriendo. Sigue corriendo.
Puedo verlo.
Un alargado trueno sonó a lo lejos.
¡Anda! ¿Y éste? ¿No es el oriental, el de los leones?
¿Duerme?
Sí, aquí está. Duerme, más o menos. Vino a por
nueces, pero no supo responder las preguntas, dijo Jesús.
¿Qué preguntas?, dijo Agricultor Asesino.
Unas preguntas que formulo a todo aquel que viene a
por pócimas. Ninguna cosa del otro mundo.
Ah, dijo Agricultor Asesino. Le sonaba, algo había
oído al respecto. ¿Lo ves? Te dije que no te preocuparas por
las pócimas, que la gente seguiría viniendo.
Sí, tenías razón, dijo Jesús. Vayamos a por Cabeza de
Vaca. O esa mujer se morirá pronto.
Pero, ¿y qué hacemos con estos dos?, preguntó
Agricultor Asesino mientras pensaba zampárselos para cenar.
Los ataremos y los dejaremos en una choza, dijo Jesús.
Pero… igual se los comen las ratas, objetó Agricultor
Asesino.
Todos tenemos que comer, dijo Jesús.

 
164  
En poco más de una semana levantaron unos sólidos
muros y recubrieron formidablemente un techo para el nuevo
hogar de María. Lloraba de agradecimiento. Toda la noche
lloró, al lado del horno, bebiendo una sabrosa sopa caliente,
inaugurando su nueva vida a solas con su esperanza.
No, los romanos no habían vuelto a aquellas tierras
comunales. No habían vengado la muerte de Longinos, todavía
no.
¿Se alegró Cabeza de Vaca de volver a ver a sus
extraños compañeros?
Su comunidad se volcó con el proyecto. Daba gusto
verlos trabajar. Nada recibirían a cambio sino la eterna gratitud
de María. Dar y recibir son uno y son lo mismo, que diría
algún Pseudo Heráclito acomodándose al caso.
Ojo, hubo alguien que se alegró muchísimo de volver
a ver a Agricultor Asesino. Ese alguien no es ni más ni menos
que Escarabajo Pelotero. Eso sí, jamás volvería a verlo.

 
165  
34

Estaban solos en el ágora. Agricultor Asesino, Ojos de


Hucha y lo que iba quedando de Antigua Lengua Lenta. Jesús
se encontraba practicando un aborto. Sí, eso es, de nuevo.
Había vuelto: Isabel, la hija pequeña de Isaías, aquella que
ayudara a María en el bar y matara a EHQSHCSES. Quizá
sólo hubiese vuelto para abortar. Pero ahí estaba, abierta de
piernas, y Jesús sudando la gota gorda introduciendo la
antorcha abortiva una y otra vez. Aquella noche regresó Grieta
Gris. Más de lo mismo. Me toco la tripa y digo con la cabeza
no. Otro aborto. Se le acumulaba el trabajo.

Jesús le había regalado una nuez y Ojos de Hucha se


encontraba espléndido, enérgico, romántico, cósmico. Si ya de
por sí poseía un don con los idiomas, el efecto de la pócima lo
magnificaba. Le habían tenido detenido varios días
(suministrándole abundantes somníferos) ante su negativa
(seguramente basada en la ignorancia) de contestar a las siete
preguntas iniciáticas para los nuevos clientes. Pero le habían
cogido cariño. Ojos de Hucha semejaba un koala. Aquel
atardecer, al son de la hoguera, dijo:

 
166  
En mi aldea había uno así, o hay uno así, y señaló el
cadáver de Antigua Lengua Lenta. Disculpa mi hebreo, aunque
se me dan muy bien los idiomas. Se le atragantan las palabras
en la garganta. Por eso hablaba tan despacio. Es como que
mucha gente quiere entrar en una casa pequeña, a través de
una pequeña puerta. En su boca, adentro, en la garganta, se
arremolinan las palabras y luego no se ponen de acuerdo en
quien sale primero, y a veces, se parten, sale una parte y
vuelve a entrar y a salir otra, y luego sale una que no le tocaba
en el turno.
¿Se puede saber qué mierdas estás diciendo?, preguntó
Agricultor Asesino, que mascaba unas hierbas con los ojos
entornados.
Ojos de Hucha obvió esta interrupción y continuó:
En mi aldea también hay una niña que está a punto de
tener una cría. Eso tampoco es normal. La querían matar,
espero que no la hayan matado, que se esperen a ver qué le
sale de la tripa. Decían que estaba embarazada de un caballo.
Un caballo de los nuestros, nuestros caballos son más
pequeños que los que se ven por aquí. Son muy fuertes. Son
tan fuertes que un hombre se hizo una casa con caballos. Puso
cuatro, como cuatro paredes, atándolos. Y de techo puso otro.
Todos le decíamos que no pusiera techo, o que colocase una
tela. Pero se empecinó en poner un caballo de techo y
enseguida se volvieron locos los caballos y se murieron
enseguida.
Agricultor Asesino echó un vistazo al cadáver,
Antigua Lengua Lenta.
¿Qué le ha pasado? ¿Por qué dices que no se puede
comer?, preguntó.
Le han entrado ratas, contestó rápidamente Ojos de
Hucha. Se han ido haciendo hueco, abriéndole la boca, y han

 
167  
ido entrando. Se han debido hacer una madriguera adentro.
Salían rojas como el sol de mi tierra. A veces se mueve, el
cuerpo parece vivo, pero son las ratas escarbando por adentro.
Una ya se ha asomado por la tripa. Han abierto otra salida.
Pero no creo que dure mucho, las ratas se acabarán comiendo
su madriguera.
A Agricultor Asesino no le hacía ni pizca de gracia ver
a las ratas trapiñándose su cena anhelada. Me extraña que no
aparezcan los buitres, pensó. Luego encontró una explicación:
estarán en el promontorio de los crucifijos, tendrán mucho que
comer. Ya lo sabía yo, los romanos están acabando con
nosotros lentamente. Hijos de puta.
Ojos de Hucha se levantó y meó al lado de la hoguera,
sin salpicar. Volvió a su sitio y oyó:
Podríamos hacernos con esos leones que traéis de las
tierras de los negros. En realidad, Agricultor Asesino no
preguntaba, ni enunciaba. Soñaba.
Nada de eso, repuso Ojos de Hucha. Quítate eso de la
cabeza. Imposible. Y, aparte, si me ven, soy hombre muerto.
Yo sólo quiero irme hacia mi tierra. Tengo tres mujeres y dos
vacas a punto de parir. Me gustaría irme cuanto antes. Luego
se lo diré a él, dijo refiriéndose a Jesús el brujo abortivo.
Por él, ningún problema, ya te lo digo yo, vete cuando
quieras, dijo Agricultor Asesino.
Me gustaría llevarme pócimas de ésas para el camino,
apuntó Ojos de Hucha.
Ah, eso ya es otro cantar. Pero bueno, si te ha dado ya
una, no creo que te vuelva a hacer las siete preguntas, si, como
parece ser, ya habéis cogido confianza, dijo Agricultor
Asesino.

 
168  
Mira, fíjate, ya tiene tres salidas nuestro amigo, señaló
Ojos de Hucha a Antigua Lengua Lenta. Las ratas ahora
también asomaban por el culo.
Triángulo escaleno.
Agricultor Asesinó escupió abriendo los ojos de par en
par. No tardó en bajar paulatinamente las persianas.
En mi tierra hay mucho palmatogecko, prosiguió Ojos
de Hucha, seguramente no sabrás lo que son, son pequeños
bichos, andan a cuatro patas y tienen una cola alargada, no son
más grandes que la palma de una mano, y son naranjas. Los
ojos los tienen negros, todos negros. Parecen idiotas. Pues
bien, en mi tierra, en la aldea, hay un hombre que es
palmatogecko, y todo el mundo lo llama así y todo, no es algo
que le parezca sólo a alguien, no, él es Palmatogecko, todo el
mundo lo llama así. Anda a cuatro patas, tiene los ojos negros,
una cola enorme, todo igual. Nadie sabe cómo pudo pasar eso,
pero es verdad (Agricultor Asesino se durmió en ese punto)
como que las montañas cuando hace mucho aire se hacen más
pequeñas, es como que se les cae el pelo, menguan. Un
hombre de mi aldea lo comprobó, desde pequeño hasta que se
murió, todos los días medía la montaña, primero con cadáveres
de gatos, pero claro, se iban descomponiendo y no servían
bien, y luego con piedras, hizo una torre exagerada. Pero las
piedras se caían y las tenía que volver a juntar y a subir y así
se pasó la vida. Se murió de hambre. Y las montañas

 
169  
35

Tras los últimos abortos:


Grieta Gris desapareció, camino al oasis. Isabel ya no
volvió al lupanar. ¿Sentó la cabeza? Queremos decir la suya,
pues en numerosas ocasiones se había sentado sobre la cabeza
de un hombre para mearle y cagarle encima y no entraremos
en más detalles pero es que el placer la tenía presa, es como
que ya casi cualquier cosa le daba placer, desde lo más
rocambolesco hasta la más sutil de las brisas o el contacto con
una piedra o la mirada de una rata o el vuelo de un buitre o la
voz de un niño.

Nublado amanecer en el ágora del lupanar.


Vete cuando quieras, le dijo Jesús a Ojos de Hucha.
Gracias. Me gustaría pedirte algunas nueces para el
camino. Tengo un largo camino hasta casa.
Te las daré, pero antes dinos dónde paran con los
leones, y cuánto tardan en cazarlos.
Ah, pues eso depende de muchas cosas, sobre todo del
paso por el brazo de mar hacia la tierra de los negros, pero no

 
170  
menos, no, nunca menos de cinco semanas. Y el sitio donde
los intercambian siempre es el mismo. En Somado.
¿Cómo?
Somado. Era una aldea, al Norte, a tres días de
Jerusalén, pero ha crecido mucho los últimos tiempos.
También te digo, he de decírtelo, que a menos que dispongáis
de un buen ejército, es imposible robar los leones. Los
romanos les vienen escoltando desde más al sur.
Agricultor Asesino negó con la cabeza. Es imposible,
repitió. Olvídate de eso de una vez.
Jesús se rió. Tenéis razón. Parece imposible. Luego
añadió sin venir a cuento: Voy a ir al bar de María, bueno, a su
nuevo hogar que no creo que todavía sea bar, le voy a llevar la
calavera de su marido. Creo que es ella quien debería tenerla.
Al final la voy a confundir. Las otras ya no sabría muy bien
decir a quién pertenecen. Las ratas juguetean y las cambian de
posición.
¿Y en qué posición las dejas? ¿Cómo las colocas?
No, de ninguna manera, las voy dejando allá, contra el
zócalo.
Ah, las nueces, recordó Jesús, fue a su choza y salió
con un zurrón. Ten, (ten) seguro que con esto llegas a tu casa
antes de lo que piensas. Las monedas me las quedo, las
monedas con que intentaste comprarme las nueces.
Ojos de Hucha le miró fijamente. ¡Había olvidado las
monedas! Le vendrían muy bien para el camino. Jesús atisbó
ruego en su mirada y dijo fríamente:
No son tuyas.
Ojos de Hucha obvió las monedas y cogió el zurrón
con las nueces. Dio las gracias y emprendió el camino.
Agricultor Asesino y Jesús lo despidieron con la mirada. A lo

 
171  
lejos vieron cómo se descargaba el contenido de una nuez en
la boca y daba un saltito de alegría.
No hay agua que se pueda beber, ¿no?, preguntó
Agricultor Asesino de vuelta a la realidad más cercana. He
estado buscando antes pero está todo corrupto.
No, creo que no, habría que ir al oasis a llenar tinajas.
Pero sin camello y sin carro parece imposible. Yo a veces bebo
algo de mi pis, me sienta mejor que el agua corrupta. De todas
maneras creo que lloverá pronto.
Iré al oasis y llenaré una tinaja, dijo Agricultor
Asesino irguiéndose.
De acuerdo, yo voy a ir a la ciudad, dijo Jesús y tal
como lo dijo se levantó, fue hacia su choza, cogió la calavera
de José y echó a andar a paso ligero.
Agricultor Asesino lo siguió con la mirada. Menuda
energía para ser un esqueleto viviente.

María recibió con un afectuoso abrazo a Jesús.


Esperaba obtener noticias de su hijo. Nada de eso. Jesús le
mostró la calavera y dijo:
Quédatela, es tu marido, José.
María comenzó a temblar.
Siéntate, siéntate, tranquila, que no es nada, ya se te
pasará. Así te hará compañía, es mejor que la tengas tú porque
a mí al final se me va a perder.
Jesús dejó la calavera sobre una mesa.
María tragó saliva. La miró. Y volvió a mirarla. Y
decidió no mirarla más.
Jesús dio una vuelta por el hogar.
¿Vas a volver a dar cervezas?, preguntó con la boca
reseca.

 
172  
María todavía no se hallaba en disposición de
contestar.
Jesús la miró severamente, esperando su contestación.
Sí, masculló ella.
Bien, ¿te queda mucho?
Un poco solo. Igual en una semana están los cereales y
los recipientes. Me están ayudando mucho, hay muy buena
gente por ahí.
¿No te has enterado?, preguntó Jesús.
No… ¿de qué?
Han matado a Cabeza de Vaca y los suyos. Les han
quemado las tierras. Como hicieron con tu bar. Tienes suerte
de seguir viva, piénsalo. Otros te ayudarán, hay muy buena
gente por ahí, repitió satírico.
¿No sabes nada de mi hijo?, preguntó finalmente
María.
No, nada.
Los dos se miraron intensamente y sus miradas
formaron un triángulo con la calavera.
No hubo adiós.

Jesús encontró el lupanar vacío. Agricultor Asesino no


había regresado. Ningún cliente. Mascó unas hierbas y se
tumbó en el ágora. Pensó.
Debía conseguirle un crucifijo a su ágora. El oasis.
Con el tronco de la palmera más alta para el palo largo y con el
tronco de una palmera más joven para el palo corto. Proyectó
ese crucifijo en su cerebro y frunció el ceño. Menuda mierda,
comparado con los mayestáticos crucifijos del promontorio.
Resolvió que no, que nada de palmeras, que su lupanar
merecía en crucifijo en condiciones y por eso cogería el saco

 
173  
con las monedas de Ojos de Hucha, mejor dicho, de su
expedición, e iría al promontorio a comprar un crucifijo.
Hablaría con alguno de los romanos que vigilan el lugar.
Necesitaba uno para su lupanar. Llevaba demasiado tiempo
necesitándolo. No aceptaría un no. Se lo contaría a Agricultor
Asesino.
Se durmió.
Soñó que, montado en un camello–águila, sobrevolaba
el promontorio de los crucifijos. Una multitud se abarrotaba y
clamaba por la liberación de un hombre. Al parecer era muy
conocido, muy querido. Una legión romana entera impedía el
paso a las hordas enardecidas. La cosa se calmó con las
primeras muertes. Broncíneas lanzas se hundieron en los
pechos de los más valientes apasionados y los cadáveres
quedaron bocarriba con las lanzas implorando al cielo como
escuálidos árboles sedientos. Jesús descendía en picado de vez
en cuando y cogía a un romano con las patas de su camello–
águila y luego ascendía y lo dejaba caer. También cogió a
ciudadanos no romanos. Digamos que no se posicionaba
políticamente, sin atisbos de maniqueísmo en su
comportamiento. Sin embargo, a nadie parecía importarle que
llovieran hombres. Las hordas se fundieron en un grito:
Profeta, Profeta, Profeta. Lloros y lamentos de música de
fondo. Profeta, Profeta, Profeta. ¿Por qué lo ejecutarían? Se
preguntó Jesús desde lo alto. Profeta, poco antes de ser
ascendido a la cruz, saludó con la mano. La gente se volvió
loca. Sí, era Profeta, el más grande, el Amor hecho carne. Los
romanos hubieron de matar a otros cuantos. Profeta ya colgaba
de la cruz, atado de pies y manos. Con su túnica y sus vendas
en la cabeza. Eso se lo respetaban. Por lo menos, dijo alguno,
menos mal que va a morir de la misma manera que hablaba.
Era cuestión de horas, casi todos se morían de sed. La multitud

 
174  
no lo abandonaría. Sonríe, decían algunos y se corría la voz.
Sí, sonríe, repetían otros a centenares de metros. Uno dijo:
desde aquí es complicado ver si sonríe. Le dieron un codazo y
le replicaron: sí, sonríe. Y otros más allá también: sonríe,
Profeta sonríe. De nuevo el grito de guerra: Profeta, Profeta,
Profeta. Jesús se encontraba quieto. Los camellos–águila
pueden parar en cualquier sitio del cielo sin necesidad de batir
las alas. De repente se propagó un silencio sepulcral. Va a
hablar, parece que va a hablar, callaros, silencio, haced el
favor, va a hablar, Profeta, sus últimas palabras, oh, alabado
sea, va a hablar.
Los pasos despertaron a Jesús, Agricultor Asesino
llegaba con una tinaja rebosante de agua jovial.
Jesús estaba desnudo pese al fresco que hacía. Y la
hoguera apagada. De un brinco se puso en pie y dijo en un
tono enardecido cuasi exaltado:
Vamos a escuchar a ese que llaman Profeta, que no es
sino un sustituto que le han buscado, pero da igual. Ese que
habla en la vieja plaza del mercado, al que todos admiran y
aman. ¿Sabes de quién hablo?
Sí, claro, dijo Agricultor Asesino, Profeta, uno que va
con la cara tapada porque está enfermo.
Sí va con la cara tapada, pero no es porque… bueno,
déjalo. Sí, ése, Profeta.

 
175  
36

Con una cáscara de nuez en su mano que de vez en


cuando lamía, Jesús dijo:
Sé dónde vive. Los romanos guardan su casa.
Agricultor Asesino asintió. Se encontraba en un estado
de ánimo especial. Ese tipo de estado de ánimo que te hace
estar en paz con todo el mundo que quieres matar.
Llegaron. Se quedaron a unos metros. Tres romanos
custodiando la puerta, en efecto. Hablaban alegremente. Eran
muy jóvenes. Bellos. Jesús se palpó. Sí, llevaba el cuchillo. Se
dirigió hacia ellos. Vamos, chicos, se dijo a sí mismo. Sí, no se
trata de una errata, se dirigió a sí mismo en plural. Agricultor
Asesino le siguió. No tenían plan. Nada al respecto habían
hablado entre ellos. Agricultor Asesino desconocía por
completo lo que Jesús les iba a decir. Y dijo:
Hola, ¿alguno de vosotros habla hebreo?
Los romanos se miraron unos a otros.
Sí, contestó uno finalmente.
Venimos a hablar con Profeta, dijo Jesús.
No nos ha dicho que esperase a nadie. No hemos sido
informados. No podéis. Alejaos.

 
176  
Qué tonto eres, veo que no me conoces sin mis
vendajes, yo soy Profeta, dijo Jesús.
¿Pero qué dices? Y no insultes a la autoridad. Aléjate
si no quieres tener problemas.
Yo soy Profeta. Déjame entrar a mi casa, dijo Jesús
enervando su tono.
Agricultor Asesino acarició subrepticiamente su
cuchillo.
Si Profeta es romano, me parece que eres demasiado
estúpido, dijo el romano.
Jesús replicó:
¿Cómo te atreves?
El romano, cansado de la pantomima, amenazó con su
puñal:
Desapareced.
Jesús dijo:
Traigo un regalo para Profeta.
El romano se mofó:
¡Vaya! ¿Ahora ya no eres tú Profeta? ¿Ahora eres un
fiel? ¡Qué clase de mierda eres!
Descompongamos su última frase en hechos:
En el instante en que salió de la boca del romano la
palabra Qué, Agricultor Asesino abrió su boca y sus ojos de
par en par.
En el instante en que salió de la boca del romano la
palabra clase, la mano derecha de Agricultor Asesino entró en
contacto con el cuchillo.
En el instante en que salió de la boca del romano la
palabra de, el cuchillo de la mano derecha de Agricultor
Asesino cortó el viento.
En el instante en que salió de la boca del romano la
palabra mierda, Agricultor Asesino hundió el cuchillo en el

 
177  
cuello del romano que se hallaba más a la izquierda y lo rajó
de izquierda a derecha. La sangre salpicó alegremente.
En el instante en que salió de la boca del romano la
palabra eres, el sediento cuchillo de Agricultor Asesino se coló
en otro cuello, en el cuello del romano que sabía hablar
hebreo. De nuevo tajo de izquierda a derecha. Por tanto, la
palabra eres fue la última que pronunció en su vida ese
romano que sabía hablar hebreo.
Jesús se demoró lo justo para que el otro romano, el
que se encontraba más a la derecha, consiguiera escapar
corriendo. Vaya, se dijo, mientras abría la puerta de la casa.
Agricultor Asesino echó un vistazo en derredor. Mucha gente
observaba, pero nadie se acercaba. No había romanos en la
costa. Todavía. Entró los dos cadáveres a la casa y cerró la
puerta a su paso. Volvió a salir, un puñal romano se había
quedado afuera. De nuevo adentro.

 
178  
37

No tardarán en venir hijos de puta, le dijo Agricultor


Asesino a Jesús de Nazaret.
Para entonces ya tenían enfrente suyo, de pie, a
Profeta. Ante los cuchillos amenazantes de los dos intrusos,
guardó las distancias.
Silencio.
Había alguien más en la cabaña, recostado en el
camastro, de espaldas.
Eh, hijo de puta, tú, levanta, ven aquí, dijo Agricultor
Asesino.
El hombre se levantó.
¡No me jodas!, exclamó Agricultor Asesino.
¡Será cabrón!, exclamó Jesús de Nazaret.
Sí, era Cabeza de Vaca.
¿Pero tú no estabas muerto? Dijeron por ahí que os
habían matado a todos y arrasado vuestras tierras.
Cabeza de Vaca asintió penosamente.
¿Los viste morir? ¿Viste morir a los tuyos?, le
preguntó Jesús de Nazaret.
Cabeza de Vaca asintió penosamente.

 
179  
Será mejor que hablemos luego, interrumpió
Agricultor Asesino. Los romanos no tardarán en llegar.
Vístete, anda, le dijo a Cabeza de Vaca. Su miembro colgaba
como la trompa de un elefante. Era verdaderamente brutal,
exagerado. Aquello, erecto, resultaba casi inimaginable,
allende las leyes físicas.
Quitadles las ropas a ésos, rápido, vestiros de
romanos, los dos, ordenó Jesús mientras se ponía la túnica de
Profeta. Le venía un poco grande, pero le ocultaba la cara por
completo, pues la túnica era de una sola pieza, con una rejilla a
la altura del rostro. En teoría, se debía a la enfermedad de
Profeta. En la práctica, a la necesidad de usurpar la identidad
del difunto EHQSHCSES, ocultando así al títere impostor.
Muy bajo y regordete, Cabeza de Vaca ofrecía un
aspecto completamente ridículo, embutido en romanidad. Hoy
podríamos decir: demasiado bizarro para la época. El traje le
colgaba, las botas le iban grandes. No había quien sujetara su
trompa. Lamentable. Finalmente hubo de enrollarse su
miembro en el cinto.
En cambio, Agricultor Asesino sí daba el pego.
Profeta observaba incrédulo.
Bien, dijo Jesús, ahora soy yo Profeta. A ver, habla,
quiero ver como hablas, le dijo a Profeta.
No pienso hablar, respondió éste en un tono altivo.
Cabeza, dijo Jesús, pídeselo tú.
Cabeza de Vaca, de escasa oratoria, dijo:
Habla.
A Profeta se le humedecieron los ojos y obedeció a su
amante:
Yo soy el amor, quiero que todos os améis porque
todos somos uno y nuestro amor nos hará felices, en
comunidad, con respeto, pero sobre todo con amor, amor

 
180  
desde el terroso suelo hasta los más altos y azules cielos.
Amor, mi querido, mi querido amor, el amor nos salvará, sin
amor no hay vida.
Agricultor Asesino dio un paso adelante y preguntó a
Jesús si ya tenía bastante: éste asintió.
Le clavó el cuchillo por sitios que difícilmente antes
habrían sido acuchillados en otro ser humano, en las axilas,
entre los dedos de los pies, en los tobillos, cejas, bajo las
rodillas, en antebrazos, en las ingles, luego también, por
supuesto, ojos, orejas, abdomen, huevos, pene. Una
barbaridad. Absolutamente brutal. Hasta Jesús se sorprendió
ante semejante despliegue de cólera.
Jesús, no olvidemos, bajo la túnica de Profeta, probó a
hablar como él:
Yo soy el amor, hermanos, el amor.
Agricultor Asesino se había manchado de sangre el
traje de romano. Sudaba de lo lindo. Su sobrealiento no le
permitió escuchar las palabras de Jesús, quien dijo tras su
rejilla, alzando la voz:
¿No me has escuchado?
Hablaba en singular pues con Cabeza de Vaca era
complicado entenderse.
Disculpa, repite, anda, se excusó Agricultor Asesino
recobrando el pulso normal de su respiración. Jesús dijo:
Soy el amor. Os amo, queridos hermanos. Mi amor os
doy. Recibidlo y propagadlo. Amados míos, os amo.
Muy bien, mintió Agricultor Asesino y enseguida
pensó qué diablos se propondría Jesús de Nazaret.
Cabeza de Vaca no se movía, esperaba órdenes y éstas
llegaron de la mano de Jesús:
Vayamos hacia la plaza. Voy a hablarles. Vosotros
iréis detrás de mí, como buenos escoltas romanos.

 
181  
Agricultor Asesino echó un mirada de arriba abajo a su
compañero de escolta y no pudo contener una risa pero sí
consiguió contenerla lo suficiente para que no fuese más allá,
hacia los terrenos de la mofa.
Salieron por la puerta. En primer lugar Jesús de
Nazaret o Nuevo Profeta, tras él la escolta romana formada por
Agricultor Asesino y Cabeza de Vaca.
Enseguida se formó murmullo. Míralo, es Profeta,
¡qué raro!, ¡si sólo habla por las mañanas!, ¡y encima hoy ya
ha hablado ya!, sí, es verdad, es él, yo he estado esta mañana,
da gusto oírlo, ¡qué raro!, va camino de la plaza, ¡va a hablar
otra vez!, ¡haced correr la voz!, ¡Profeta!, es Profeta, por la
tarde, algo pasa, algo ha pasado, Profeta va a hablar por la
tarde, miradlo, es él, es Profeta, va hacia la plaza, algo
importante tendrá que decir, yo he estado en el discurso de la
mañana y se ha despedido hasta mañana como siempre, algo
raro, algo ha pasado que tiene que hablar otra vez, ¡esto no es
normal!, anda, pero si es Profeta, no, no puede ser él, sólo
habla por las mañanas, no digas tonterías, sí, ¡es él!, levanta la
cabeza del suelo de una vez, ¡míralo! ¡Vaya! ¡Es él! ¡Es
Profeta! Vayamos con todos, sí, vamos, ¡es algo
extraordinario!

 
182  
38

Los graderíos absolutamente abarrotadas. Mucha gente


de pie, incluso en las gradas. Menuda expectación. Y
continuaban llegando. Más y más. ¿Qué pasa? ¡Algo pasa!
¡Algo insólito! ¡Profeta va a hablar por la tarde! Nadie se lo
quería perder. El trayecto hacia la plaza se complicó por la
excesiva cercanía de las masas ardientes. La inexperta escolta
romana no hizo guardar la distancia necesaria y en más de una
ocasión el público cortó el paso al mismísimo Profeta. Los
más atrevidos se acercaban a darle un beso, se arrodillaban, lo
reverenciaban, lloraban. Dejad paso, ¡qué hacéis! ¡Respeto!
¡No merecéis a Profeta! ¡Respeto! Dejad que siga su camino.
¡Él es al amor! Alabado sea Profeta. ¡Alabado sea! ¡Oh, sí!
Dentro de su túnica Jesús creía volar.
Agricultor Asesino no pudo mantener la seriedad
romana. Imposible. Acabó por sonreír abiertamente. De todas
formas nadie le miraba a él. Y menos mal, porque parecía un
romano rojo, cuerpo y traje bañados en sangre.
Aun desconociendo por completo el guión, Cabeza de
Vaca sí trataba de cumplir su papel. Trataba, decimos.

 
183  
Subieron al escenario los tres. Jesús ocupó una
posición central, más adelantada. Las masas en su sitio, bajo el
púlpito. Agricultor Asesino oteaba en busca de romanos. No
los veía. No tardarán en aparecer, pensó, justo cuando los vio
llegar. Unos veinte soldados. Sin embargo, se quedaron detrás.
¡Otros más!, por el lado opuesto.
Decidieron no intervenir, por el momento. Quizá
juzgaron la situación muy peligrosa.

Y Jesús, presunto Profeta, levantó un brazo y se hizo


el silencio y dijo a modo de saludo, rompiendo el hielo:
Yo soy el amor.
Los romanos respiraron tranquilos al escuchar esta
primera frase. Si el discurso no difería de los habituales de
Profeta, no intervendrían, evitando por todos los medios
salvaguardar el valor que otorgaban a la figura de Profeta en
pro de la sumisión de las masas.
Muchos se extrañaron. ¡Qué voz más rara tiene! Sí, es
verdad. No, no es él. Qué dices. ¡No digas eso ni en broma!
¡Está enfermo! Callad. Silencio. Será la voz que tiene por las
tardes. Ninguno de nosotros conocía esta voz. Silencio.
Jesús frunció el ceño. Claro que nadie le vio. Decidió
tirarse a la piscina. Dijo:
Hermanos. Prestad atención. No, yo no, repito, no, no,
yo no soy el amor.
Un leve rumor. Interrogantes. Miradas confusas.
Sorpresa general. Bullicio. Sí, aquello era algo insólito. Callad,
dejadle hablar. Los romanos echaron mano de sus puñales y
avanzaron posiciones. La orden de intervenir no llegaba. Los
mandos albergaban muchas dudas. Juzgaban demasiado
arriesgado detener a los impostores ante semejante audiencia.
No les quedaba otra que esperar. Corrían peligro. Se

 
184  
encontraban a merced de las palabras de un tarado, de un
asesino. Varios romanos, poco profesionales, señalaban
extrañados al soldado romano rojo y se reían abiertamente del
aspecto de Cabeza de Vaca. Se decían en su idioma:
Pero, no entiendo cómo la gente no se da cuenta, ¿no
ven que no es romano?, ¿que todo es un engaño?, ¿cómo
pueden ser tan gilipollas?
Es verdad, son gilipollas.
Sin embargo algún ciudadano sí se percató. Decían:
Anda, mira ése, un romano rojo.
¡Y ese otro! ¿Qué me dices de ese otro? Yo no había
visto nunca un romano enano. Sí, verdad, mira que son…
¿Qué son? No, digo que son estrictos, que le podían haber
cortado la ropa a medida, que parece que lleve túnica en lugar
de faldón.
Hermanos. Escuchadme, gritó nuestro Jesús de
Nazaret, usurpador de Profeta, éste a su vez usurpador de
EHQSHCSES.
La audiencia se extrañó del volumen de su voz,
afectada, forzada. Se está muriendo, dijo alguno, se va a
despedir, no os dais cuenta de nada, nada más verlo lo he
sabido. El rumor de su inminente muerte se propagó raudo. La
adoración se impregnaba de compasión. Mezcla mortífera.
Claro que Jesús no era consciente de la formidable acústica del
lugar y siguió gritando. Repitió:
Hermanos.
Pensó unos segundos, pues no tenía la menor idea de
qué hablar, echó de menos una nuez. Se vino abajo, quizá
también debido al miedo escénico. Asimismo, Agricultor
Asesino había dejado de sonreír. Huelga decir que Cabeza de
Vaca seguía dándolo todo por parecer un soldado romano serio
como el cielo. Menos mal que su miembro se encontraba bien

 
185  
agarrado al cinto. Desconocemos qué hubiera pasado si
hubiese asomado por el calzón, si se hubiese dejado caer.
¡No me lo puedo creer!, se dijo Jesús acordándose que
guardaba las cáscaras de una nuez en su calzón. Pero, ¿cómo
lamerlas? Debería levantarse la túnica, que le llegaba hasta los
tobillos, coger la nuez y ¿luego? ¿Cómo lamerla si su cara se
encontraba tapada por la tupida rejilla? O se quitaba la túnica o
debía olvidarse de la nuez.
Durante estos segundos, compasión y más compasión
expandiéndose sobre el gentío. Sí, se va a morir, va a
despedirse. Qué pena, pobre hombre, ha debido sufrir mucho.
Parece que no tenga fuerzas de hablar. Pobre. Y ahora se va a
despedir. Lo amo. Sí, yo también. Pobre, va a morirse. Aquello
ya casi constituía una verdad.
Jesús optó por olvidar la nuez. No era cuestión de
quitarse el disfraz y revelar su identidad. ¿O sí?

 
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39

Sí. Se quitó la túnica. La tiró al suelo. Tras su calzón,


allí estaba la nuez. Había exudado. La lamió intensamente
como si su vida dependiera de ello.
La audiencia no daba crédito. A más de uno le dio un
infarto y quedó tieso. La mayoría no lo conocía pero el rumor
creó otra verdad, esta vez verdadera: Era Jesús de Nazaret, el
hijo de una puta negra, el pirámides, un loco del desierto, un
castrador…
¡Inconcebible! ¿Qué significaba aquello? ¡Menuda
afrenta! ¡Les habían estado engañando mucho tiempo! Y los
romanos lo sabían, y lo cuidaban y lo respetaban. ¡Que hable!
¡Necesitamos una explicación! Sí, que hable. ¿Qué ha pasado?
¿Quién es realmente? Ese no es Profeta, no es su cuerpo. Si es
un esqueleto, un muerto de hambre. Todo esto no es normal.
Cuando Profeta se ausentó por su enfermedad y vino con la
nueva túnica mintió. No es el mismo cuerpo. Claro, tampoco
es la misma voz. ¡Que hable! ¡Que hable!
Un sudor frío recorría el alma de Agricultor Asesino.
No paraba de mirar a los romanos, habían avanzado
posiciones, se encontraban a varias decenas de metros.

 
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Desaprovecharon el momento. Ese momento de impás, de
caos, de duda, hubiese sido el óptimo para detener a los
impostores. Sin embargo, Jesús, brazo en alto, comenzó a
hablar. Esta vez más tranquilo, sin forzar la voz, dejándose
llevar.
Sí, hermanos, yo soy el amor y el no amor. Yo no soy
Profeta, soy el Nuevo Profeta. He venido a salvaros del bien y
del mal. Vuelo en camellos–águila y de vez en cuando bajo de
los cielos. Mi palabra es la palabra del conjunto de las palabras
de todos los dioses, mi palabra es la palabra de Dios. Pero no
sólo es la palabra de Dios, también es la mía. Yo solo puedo
hablar por mí cuando Dios está durmiendo. Dios está dentro de
mí. Ahora mismo duerme. Duerme mucho, pues es muy viejo.
Los mares me vienen a saludar y las nubes roban la vida al
desierto. Dios tiene miedo de este nuevo mundo. De un nuevo
mundo sin Él. Y poco antes de morir, surgirá de mí con su
cuchillo maléfico y os dará muerte a todos. Estáis todos
condenados. Debéis saberlo cuanto antes. A Dios no le haría
mucha gracia escucharme, no le agrada que proclame la
verdad. Dios quiere matarme. A mí también me matará. Como
a todos. Por eso yo os voy a salvar. Voy a salvaros a todos, y
no sólo a vosotros, sino a toda la humanidad. A todos, sin
excepción. No voy a permitir que Dios os mate, a ninguno,
pues todos sois mis hermanos. Yo os amo. Pero no en la forma
que decía el falso profeta que os hablaba antes. Yo os amo
demasiado. ¡Demasiado! Por eso me voy a matar yo mismo y
de esa manera también acabaré con Dios. Y de esa manera
Dios no podrá matar a nadie. No podrá salir de mí. Se
acabaron los dioses para siempre. Ahora os quedaréis solos,
vosotros y el mundo que veis. Nada más que eso. Yo, el
Nuevo Profeta, el Salvador, os auguro un mundo cruel, un
mundo salvaje, sin leyes, sin dioses. Un nuevo mundo, un

 
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mundo justo. Nadie vendrá a deciros dónde estáis y dónde
debéis estar. Dios morirá conmigo. Yo, el Salvador Universal.
Yo, el Asesino de Dios. Yo os doy la vida, la paz salvaje. Yo
os amo como jamás nadie os ha amado. Muchos no
entenderéis mi mensaje ahora, pero cuando tenga lugar mi
crucifixión, os daréis cuenta de todo. Veréis cómo mi muerte
supone la muerte de Dios y veréis cómo se hinchan vuestros
pechos de aires renovados, aires del Nuevo Mundo. Hermanos,
acompañadme ahora hasta el promontorio de los crucifijos.
Comprobaréis que mis palabras son la verdad, la pura verdad.
Antes de que Dios despierte. Debemos darnos prisa.
Jesús bajó del púlpito, sobre una especie de palco, y de
un salto al suelo.
Agricultor Asesino se despojó del traje de romano.
Cabeza de Vaca obró de igual modo. Siguieron a Jesús muy de
cerca, cada uno a un lado. Casi hombro con hombro. No
hablaron. Ni siquiera se miraron. Ahora quien parecía
sumergido en las profundidades de su papel era Jesús de
Nazaret. Era como si realmente se creyese lo que había dicho.
Andaba con paso firme, a pesar de su extrema delgadez.
Desprendía fuerza. Valor.
La muchedumbre tardó algo en reaccionar. La duda se
disipó con los primeros grupos que se arrimaron al Salvador.
Nada tenemos que perder, dijeron otros muchos y se unieron.
Veamos qué pasa. Caminaban deprisa. Los dos grupúsculos de
soldados romanos, estupefactos, no se movieron. La plaza se
despejó enseguida. Una cola de serpiente humana desapareció
entre las calles. Finalmente todo el público acompañó al
Salvador, aunque muchos no lo tomasen por tal. En la plaza se
hizo la calma, una densa calma. Sin embargo, en el
promontorio habría otros romanos, eternos guardianes del
orden y la justicia. Debían unirse a ellos. Eligieron otro

 
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camino, más largo, y echaron a correr. Aun a sabiendas que
nada podrían hacer ante semejante marea humana.
A causa de los cuellos de botella que se formaban en
las calles más estrechas, Jesús hubo de detenerse quince veces.

 
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La decimosexta estación. Allí apareció el promontorio


de los crucifijos. Buitres sobrevolando el cielo dibujando soles
invisibles. Sólo dos crucifijos ocupados por humanos. Mejor
dicho, por restos humanos, en descomposición. Las partes del
cuerpo que seguían atadas a los maderos. De las cabezas
apenas quedaba la bóveda craneal. Antebrazos y piernas
colgaban mirando hacia el suelo. Entre los dos crucifijos había
un hueco. Ahí, se dijo Jesús. Ahí será.
Los romanos se unieron formando un numeroso grupo
compacto, de unas cien unidades. Se pusieron en guardia. En
vano. Nada podían hacer. No paraba de llegar gente. Miles y
miles. Los ignoraban. Ignoraban a la autoridad. Pero, ¡cómo!
¡Qué ultraje! Los romanos se echaron a un lado. No les quedó
otra. Un soldado herido en su orgullo soltó una puñalada y
mató a una mujer. No hubo reacciones. El romano se extrañó.
El cadáver de la mujer fue pisoteado por las masas. Todos los
adjetivos se quedan cortos para describir la expectación
excepto el que acabamos de usar.
Durante el camino, Jesús de Nazaret, el loco, el
pirámides, el hijo de puta negra, se había convertido en el

 
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Salvador. Nuevo proyecto de verdad. Pocos dudaban de su
palabra. Se iba a suicidar. Sí, seguro que sí. Se iba a colgar por
amor. Sobre el mundo nuevo, el mundo futuro que les
esperaba, sin dioses, sobre una salvaje tierra de promisión…
nadie pensaba lo más mínimo. No veían más allá de las
palabras. Las palabras que encadenan hechos. Hechos
presentes.
Improvisando un púlpito, Jesús subió unos cuantos
peldaños de una escalera apoyada contra el crucifijo elegido.
Alzó el brazo. Todo se paró excepto los buitres danzantes.
Agricultor Asesino y Cabeza de Vaca se habían fusionado con
la multitud, que formaba un círculo, guardando una distancia
de varios metros alrededor del crucifijo.
Ha llegado el momento, gritó Jesús. Sacó a relucir su
cuchillo. Amenazó al cielo. Me daré muerte delante de todos
vosotros. Recordad que no me mato a mí solo, mato a Dios, al
padre de todos los dioses que llevo adentro. Duerme ahora y
dormirá para siempre. Yo, de este modo, viviré, me conoceréis
como el Salvador, vuestros hijos me conocerán como el
Salvador, y los hijos de vuestros hijos. Jamás podré ser
olvidado. Lo que hago no lo he elegido yo. Lo que hago tiene
que ser hecho. No obedezco a nadie ni a nada, ni siquiera a mí,
obedezco al espíritu cósmico. Camellos–águila ya no
regresarán jamás, marchan allende los mares estelares. Sin
rumbo. No más ofrendas, no más súplicas, ahora, sí, ahora y
sólo ahora, el mundo es vuestro.
Jesús buscó con la mirada a Agricultor Asesino y a
Cabeza de Vaca. Necesitaba que alguien le ayudase a colgarse.
No, será mejor que no, que lo haga yo solo. Así que
nuevamente improvisó. Subió hasta el final de la escalera. El
crucifijo era altísimo. La escalera no sobrepasaba el palo
transversal. Jesús necesitaba tener una mano libre para

 
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acuchillarse. Se sentó en el palo transversal, que quedó entre
sus piernas. El silencio observaba cada uno de sus
movimientos. Dudó, el Salvador dudó. Pero no dudó si
suicidarse o no, sino cómo llevar a cabo el suicidio. No podría
atarse. Por tanto, sólo podría asestarse una cuchillada, una
única cuchillada, mortal. Sí, eligió el sitio. Sin duda. Se
degollaría, se rajaría la garganta. Miró a su brazo derecho,
como informándole de la capital importancia de su acción.
Clavar y rajar, con todo el amor y con todo el odio, embebido
de toda la energía cósmica. Se colocó bien, se sentó sobre el
palo transversal, con las piernas por delante. Con su brazo
izquierdo se agarró firmemente al palo vertical. Tengo que
abrazarme fuerte al palo, se dijo. Mi último abrazo. De ese
modo tenía libre el brazo derecho. Su cuchillo en su mano
derecha. Sólo le faltaba rajar su garganta.
Miró al horizonte y no lo encontró.
El silencio era tan puro que el universo entero escuchó
el resquebrajarse de su piel.

 
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