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J

Jachaturián, Aram (1903-1978): Compositor georgiano de la célebre Danza del sable,


que se bailaba continuamente en el despacho de Stalin.

Jacquet de La Guerre, Élisabeth (1665-1729): En tiempos de Luis XIV, la alta sociedad


parisina se reunía en su salón para escuchar sus piezas de clavecín. Y para conspirar,
criticar a sus rivales y comer pastelitos.

Jaëll, Marie (1846-1925): Compuso encantadoras piezas de salón. Como los 12 Valses y
Finale para piano a cuatro manos, que quedan muy bien en el salón, entre el sofá y la
mesa de café.

Janáček, Leoš (1854-1928): Eso de que la vejez es la edad de oro, el momento de hacer
grandes cosas y cumplir los sueños, suele ser un cuento chino. Salvo en el caso de
Janáček, que compuso la mayor parte de su obra al final de su vida.

Janequin, Clément (1485-1558): Dado que, en sus canciones corales, los intérpretes a
menudo imitan un amplio catálogo de sonidos (el canto de los pájaros, el estruendo de
una batalla), los musicólogos sospechan que Janequin fue el primer compositor que
estudió un módulo de Imagen y Sonido.

Jansons, Mariss (n. 1943): Director de orquesta, uno de los mejores mahlerianos de su
tiempo. En sus manos, Mahler apenas da dolor de cabeza [véase Mahler, Gustav].

Jenkins, Florence Foster (1868-1944): Cantante famosa por su falta de musicalidad.


Negada para la buena afinación e incapaz de leer correctamente una partitura, carecía
de sentido rítmico y debía ser perseguida constantemente por su pianista acompañante.
En líneas generales, no se diferenciaba mucho de la mayoría de los cantantes. Pero era
rica, de ahí su fama.

Joachim, Joseph (1831-1907): Esbirro de Brahms en la Guerra de los Románticos contra


Wagner y Liszt. Como violinista virtuoso, Joachim era el brazo armado de su bando.

Jolivet, André (1905-1974): Escribió que la música francesa no debía nada a Stravinski.
Desde luego, la música francesa de Jolivet no le debe nada a Stravinski.

Johnson, Tom (n. 1939): En La ópera de cuatro notas hizo más con cuatro notas que
Schoenberg con los doce tonos de la escala cromática.

Joplin, Scott (1868-1917): Ningún pianista tocaba sus ragtimes, pero el público los
escuchaba por todas partes. ¿Brujería? Peor aún: pianolas.
K

Kabalevski, Dmitri (1904-1987): A diferencia de Shostakóvich o Prokófiev, Kabalevski


adaptó sus obras a las exigencias del realismo socialista, por lo que vivió más, pero vivirá
menos.
Kagel, Mauricio (1931-2008): Hacía música con objetos cotidianos. Cada mañana
cobraba entrada al público que quería verlo preparar el desayuno. Era un virtuoso de la
cafetera, la tostadora y la cucharilla del café.

Karajan, Herbert von (1908-1989): Director de orquesta sumamente egocéntrico.


Quería ser la novia en la boda, el niño en el bautizo y, sobre todo, el muerto en la ópera.

Kaufmann, Jonas (n. 1969): Lo puede cantar más claro, pero no más alto.

Kempff, Wilhelm (1895-1991): Grabó dos veces las 32 sonatas de Beethoven. Una para
cumplir; otra para disfrutar.

Köchel, Ludwig von (1800-1877): Botánico aficionado, cuando se cansó de clasificar


especies vegetales se dedicó a una tarea aún más difícil: clasificar las obras de Mozart
en un catálogo.

Kodály, Zoltán (1882-1967): Creador del Método Kodály de lenguaje musical, que se
estudia en todos los conservatorios y no se aplica en ninguno.

Koechlin, Charles (1867-1950): Acuñó la expresión «Torre de marfil» para ilustrar la


independencia de un artista con respecto a su público. El problema de las torres de
marfil es que, aunque el público no entra, el artista tampoco sale.

Kraus, Alfredo (1927-1999): Su carrera meteórica en el mundo de la ópera comenzó


cuando se tragó (por error) una trompeta.

Kraus, Joseph Martin (1756-1792): Conocido como «el Mozart sueco». Aunque no era
sueco y, desde luego, tampoco era Mozart.

Krauss, Clemens (1893-1954): Director de orquesta favorito de Richard Strauss, de cuya


ópera Capriccio escribió el libreto. Por suerte no escribió nada más y se limitó a dirigir.

Kreisler, Fritz (1875-1962): Genial violinista. Durante toda su vida, tocó como un niño.
Por desgracia, también compuso como un niño.

Kubelík, Rafael (1914-1996): Director bohemio. Pero bohemio de los que saben música,
no de esos que viven en una buhardilla y se alimentan del humo del tabaco.

Kubrick, Stanley (1928-1999): Un genio tacaño o un tacaño genial que, para ahorrarse
un pico en sus películas, elegía música clásica en lugar de contratar a un compositor.

Kuhlau, Friedrich (1786-1832): Su Trío para dos flautas y piano es una obra casi perfecta.
Para ser perfecta solo falta que alguien haga una versión para dos violines.
L

Lalo, Édouard (1823-1892): Famoso por su Sinfonía española, que ni es una sinfonía ni
es española.

Landowska, Wanda (1879-1959): Primera virtuosa moderna del clavecín. Con ella el
instrumento casi recupera la grandeza que tuvo en el barroco. Solo faltó un nuevo Bach.

Lang Lang (n. 1982): Pianista circense que aprendió a tocar con los cortometrajes de
Bugs Bunny.

Larrocha, Alicia de (1923-2009): Pianista que, según los críticos, destacó en la


interpretación de compositores españoles (como Ravel, Mozart o Rajmáninov).

Leclair, Jean-Marie (1697-1764): Uno de los compositores franceses más grandes de su


época, hoy es recordado por haber sido asesinado en casa por motivos desconocidos.
Como si hiciesen falta motivos para liquidar a un violinista.

Leoncavallo, Ruggero (1857-1919): Murió amargado por ser incapaz de repetir el gran
éxito de Pagliacci, su primera ópera. No como otros [véase Schubert, Franz], que
murieron encantados de no comerse una rosca en toda su vida.

Léonin (1150-1201): Fuente de la que brota la música occidental moderna. Lo que no


inventó él, lo inventó Pérotin.

Leonís, Tristán de (s. VI): Los caballeros más valientes del rey Arturo se sentaban en
torno a la Mesa Redonda, regalo de bodas del suegro del monarca (todo un acierto, o
imagínese lo ridículo que sería, por un decir, hablar de los Caballeros de la Yogurtera
Redonda o los Caballeros del Resort en Puntacana), y relataban sus hazañas a lo largo
de todo el mundo. De estos relatos surgieron los mitos del llamado Ciclo Artúrico,
también conocido como Materia de Bretaña (Lanzarote del Lago, Tristán, Galahad,
Perceval y su hijo Lohengrin), que evocaban dragones, filtros de amor, caballeros del
cisne e incluso el preciado Grial. Es de suponer que, con el fin de ganarse el favor del
rey, estos caballeros exageraban o incluso inventaban por completo sus historias.
Quizás, en sus orígenes, la Mesa Redonda acogiese a verdaderos caballeros, pero estos,
si en algún momento se sentaron a ella, fueron pronto reemplazados por bardos, mucho
más hábiles en el arte de inventar. Mentirosos comerciantes vendiendo mentirosas
hermosuras, dichos bardos jamás iban más allá de las posadas de Camelot, donde
pasaban meses recluidos componiendo sus canciones. Allí es donde se sucedían sus
aventuras, y no en los lejanos páramos de Escocia, en las llanuras de Francia o en los
bosques de Amberes. El propio Tristán de Leonís, en algunas versiones del mito, es un
bardo que comienza su relato in media res ante los Caballeros de la Mesa Redonda. Allí
cuenta la historia de cómo fue enviado a Irlanda por su rey para conseguirle la mano de
la princesa Isolda, y de cómo, en el trayecto en barco hasta Cornualles, uno y otra beben
por error un filtro de amor que los condena a amarse, dando como resultado el exilio de
Tristán tras ser descubiertos por el rey. Dicho relato gusta tanto a los Caballeros de la
Mesa Redonda que Tristán es inmediatamente aceptado entre sus filas, sin probar
siquiera la veracidad de lo narrado. Tiempo después, Tristán muere de pena en Francia,
traicionado por su esposa, también llamada Isolda, quien le oculta que la otra Isolda
viene en barco a buscarlo. Por cierto, que Tristán, como tantos músicos de hoy, se
ganaba la vida dando clases particulares de arpa y solfeo (eso cuando no estaba
matando dragones). La idea de un país regido por músicos y poetas resulta aterradora y
sirve para explicar la paradoja de Camelot: un país idílico que fue destruido por sus
enemigos (tanto externos como internos) sin dejar rastro físico y que, sin embargo, vivirá
intacto en la memoria colectiva (el verdadero dominio de los poetas) mucho más que
cualquier otro estado de la historia del mundo.

Liádov, Anatoli (1855-1914): Su miniatura para piano La caja de música justifica el


esfuerzo de escuchar su obra durante días buscando alguna perla.

Ligeti, György (1923-2006): Stanley Kubrick incluyó, sin su permiso, varias obras de Ligeti
en la película 2001: Una odisea en el espacio. Ligeti lo demandó (y ganó el juicio) por la
cantidad de 1 dólar, lo que nos da una idea del hambre que suelen pasar los
compositores de música contemporánea.

Lipatti, Dinu (1917-1950): De toda la obra de Chopin, los valses son las piezas más
agradecidas. Dinu Lipatti las grabó y el público se lo agradece.

Liszt, Franz (1811-1886): Hoy, Liszt sería el pariente plomazo que viaja mucho y que, al
volver a casa, enseña a su familia el fotomontaje de sus últimas vacaciones. En aquella
época aún no existía el Power Point, así que Liszt, en lugar de mostrar sus fotos, tocaba
al piano sus Años de peregrinaje.

Locatelli, Pietro (1595-1764): Compuso el famoso Laberinto armónico, concierto para


violín que ilustra a la perfección la situación de un estudiante de violín en un examen de
de armonía.

Locke, Matthew (1621-1677): Compuso la ópera La crueldad de los españoles en Perú


que, en lugar de horrorizar a los ingleses de la época, les sirvió de ejemplo para los siglos
siguientes.

Loewe, Carl (1796-1869): Cometió el error de casarse con una cantante. Al momento de
la boda, el cura los declaró «soprano y pianista-acompañante-esclavo».

López Cobos, Jesús (1940-2018): Einstein dijo: «Hay una fuerza motriz más poderosa
que el vapor, la electricidad y la energía atómica: la voluntad». Pero López Cobos
demostró, mediante su problemática relación profesional con España, que hay una
fuerza motriz aún más poderosa que la voluntad: la burocracia.

Lotti, Antonio (1667-1740): Su Missa brevis no es lo bastante brevis para lo mal que lo
hacen los coros patateros que la cantan.

Lully, Jean-Baptiste (1632-1687): Creador del serio estilo francés, en contraposición al


frívolo estilo italiano. Paradójicamente nació en Florencia, aunque fue más francés que
un francés y más luisista que el rey Luis XIV. Que ya es decir. Murió a causa de las heridas
que le provocó en el pie el pesado bastón de hierro con el que dirigía la orquesta. Su
trágica muerte inspiró la invención de la batuta, mucho más segura y manejable para los
directores.

Lupu, Radu (n. 1945): Este afamado pianista ha cambiado la banqueta del piano por una
silla de oficinista. Así puede ser artista y sentir la seguridad del funcionario al mismo
tiempo.

Lutosławski, Witold (1913-1994): El tercer mejor compositor polaco de la Historia,


después de Chopin y Chopin tocado por niños.

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