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Jaëll, Marie (1846-1925): Compuso encantadoras piezas de salón. Como los 12 Valses y
Finale para piano a cuatro manos, que quedan muy bien en el salón, entre el sofá y la
mesa de café.
Janáček, Leoš (1854-1928): Eso de que la vejez es la edad de oro, el momento de hacer
grandes cosas y cumplir los sueños, suele ser un cuento chino. Salvo en el caso de
Janáček, que compuso la mayor parte de su obra al final de su vida.
Janequin, Clément (1485-1558): Dado que, en sus canciones corales, los intérpretes a
menudo imitan un amplio catálogo de sonidos (el canto de los pájaros, el estruendo de
una batalla), los musicólogos sospechan que Janequin fue el primer compositor que
estudió un módulo de Imagen y Sonido.
Jansons, Mariss (n. 1943): Director de orquesta, uno de los mejores mahlerianos de su
tiempo. En sus manos, Mahler apenas da dolor de cabeza [véase Mahler, Gustav].
Jolivet, André (1905-1974): Escribió que la música francesa no debía nada a Stravinski.
Desde luego, la música francesa de Jolivet no le debe nada a Stravinski.
Johnson, Tom (n. 1939): En La ópera de cuatro notas hizo más con cuatro notas que
Schoenberg con los doce tonos de la escala cromática.
Joplin, Scott (1868-1917): Ningún pianista tocaba sus ragtimes, pero el público los
escuchaba por todas partes. ¿Brujería? Peor aún: pianolas.
K
Kaufmann, Jonas (n. 1969): Lo puede cantar más claro, pero no más alto.
Kempff, Wilhelm (1895-1991): Grabó dos veces las 32 sonatas de Beethoven. Una para
cumplir; otra para disfrutar.
Kodály, Zoltán (1882-1967): Creador del Método Kodály de lenguaje musical, que se
estudia en todos los conservatorios y no se aplica en ninguno.
Kraus, Joseph Martin (1756-1792): Conocido como «el Mozart sueco». Aunque no era
sueco y, desde luego, tampoco era Mozart.
Kreisler, Fritz (1875-1962): Genial violinista. Durante toda su vida, tocó como un niño.
Por desgracia, también compuso como un niño.
Kubelík, Rafael (1914-1996): Director bohemio. Pero bohemio de los que saben música,
no de esos que viven en una buhardilla y se alimentan del humo del tabaco.
Kubrick, Stanley (1928-1999): Un genio tacaño o un tacaño genial que, para ahorrarse
un pico en sus películas, elegía música clásica en lugar de contratar a un compositor.
Kuhlau, Friedrich (1786-1832): Su Trío para dos flautas y piano es una obra casi perfecta.
Para ser perfecta solo falta que alguien haga una versión para dos violines.
L
Lalo, Édouard (1823-1892): Famoso por su Sinfonía española, que ni es una sinfonía ni
es española.
Landowska, Wanda (1879-1959): Primera virtuosa moderna del clavecín. Con ella el
instrumento casi recupera la grandeza que tuvo en el barroco. Solo faltó un nuevo Bach.
Lang Lang (n. 1982): Pianista circense que aprendió a tocar con los cortometrajes de
Bugs Bunny.
Leoncavallo, Ruggero (1857-1919): Murió amargado por ser incapaz de repetir el gran
éxito de Pagliacci, su primera ópera. No como otros [véase Schubert, Franz], que
murieron encantados de no comerse una rosca en toda su vida.
Leonís, Tristán de (s. VI): Los caballeros más valientes del rey Arturo se sentaban en
torno a la Mesa Redonda, regalo de bodas del suegro del monarca (todo un acierto, o
imagínese lo ridículo que sería, por un decir, hablar de los Caballeros de la Yogurtera
Redonda o los Caballeros del Resort en Puntacana), y relataban sus hazañas a lo largo
de todo el mundo. De estos relatos surgieron los mitos del llamado Ciclo Artúrico,
también conocido como Materia de Bretaña (Lanzarote del Lago, Tristán, Galahad,
Perceval y su hijo Lohengrin), que evocaban dragones, filtros de amor, caballeros del
cisne e incluso el preciado Grial. Es de suponer que, con el fin de ganarse el favor del
rey, estos caballeros exageraban o incluso inventaban por completo sus historias.
Quizás, en sus orígenes, la Mesa Redonda acogiese a verdaderos caballeros, pero estos,
si en algún momento se sentaron a ella, fueron pronto reemplazados por bardos, mucho
más hábiles en el arte de inventar. Mentirosos comerciantes vendiendo mentirosas
hermosuras, dichos bardos jamás iban más allá de las posadas de Camelot, donde
pasaban meses recluidos componiendo sus canciones. Allí es donde se sucedían sus
aventuras, y no en los lejanos páramos de Escocia, en las llanuras de Francia o en los
bosques de Amberes. El propio Tristán de Leonís, en algunas versiones del mito, es un
bardo que comienza su relato in media res ante los Caballeros de la Mesa Redonda. Allí
cuenta la historia de cómo fue enviado a Irlanda por su rey para conseguirle la mano de
la princesa Isolda, y de cómo, en el trayecto en barco hasta Cornualles, uno y otra beben
por error un filtro de amor que los condena a amarse, dando como resultado el exilio de
Tristán tras ser descubiertos por el rey. Dicho relato gusta tanto a los Caballeros de la
Mesa Redonda que Tristán es inmediatamente aceptado entre sus filas, sin probar
siquiera la veracidad de lo narrado. Tiempo después, Tristán muere de pena en Francia,
traicionado por su esposa, también llamada Isolda, quien le oculta que la otra Isolda
viene en barco a buscarlo. Por cierto, que Tristán, como tantos músicos de hoy, se
ganaba la vida dando clases particulares de arpa y solfeo (eso cuando no estaba
matando dragones). La idea de un país regido por músicos y poetas resulta aterradora y
sirve para explicar la paradoja de Camelot: un país idílico que fue destruido por sus
enemigos (tanto externos como internos) sin dejar rastro físico y que, sin embargo, vivirá
intacto en la memoria colectiva (el verdadero dominio de los poetas) mucho más que
cualquier otro estado de la historia del mundo.
Ligeti, György (1923-2006): Stanley Kubrick incluyó, sin su permiso, varias obras de Ligeti
en la película 2001: Una odisea en el espacio. Ligeti lo demandó (y ganó el juicio) por la
cantidad de 1 dólar, lo que nos da una idea del hambre que suelen pasar los
compositores de música contemporánea.
Lipatti, Dinu (1917-1950): De toda la obra de Chopin, los valses son las piezas más
agradecidas. Dinu Lipatti las grabó y el público se lo agradece.
Liszt, Franz (1811-1886): Hoy, Liszt sería el pariente plomazo que viaja mucho y que, al
volver a casa, enseña a su familia el fotomontaje de sus últimas vacaciones. En aquella
época aún no existía el Power Point, así que Liszt, en lugar de mostrar sus fotos, tocaba
al piano sus Años de peregrinaje.
Loewe, Carl (1796-1869): Cometió el error de casarse con una cantante. Al momento de
la boda, el cura los declaró «soprano y pianista-acompañante-esclavo».
López Cobos, Jesús (1940-2018): Einstein dijo: «Hay una fuerza motriz más poderosa
que el vapor, la electricidad y la energía atómica: la voluntad». Pero López Cobos
demostró, mediante su problemática relación profesional con España, que hay una
fuerza motriz aún más poderosa que la voluntad: la burocracia.
Lotti, Antonio (1667-1740): Su Missa brevis no es lo bastante brevis para lo mal que lo
hacen los coros patateros que la cantan.
Lupu, Radu (n. 1945): Este afamado pianista ha cambiado la banqueta del piano por una
silla de oficinista. Así puede ser artista y sentir la seguridad del funcionario al mismo
tiempo.