Está en la página 1de 4

S

Saint-Saëns, Camille (1835-1921): Asiduo veraneante en las Islas Canarias, su obra más
conocida, El carnaval de los animales, es un claro homenaje a las drag queens del
carnaval de Las Palmas.

Sainte-Colombe, Jean de (1640-1700): Añadió la última cuerda a la viola da gamba


porque odiaba a los gatos, con cuyas tripas se fabricaban entonces las cuerdas.

Salieri, Antonio (1750-1825): No sabemos si envenenó a Mozart. Lo que sí sabemos es


que no envenenó a Czerny, y eso no tiene perdón.

Sarasate, Pablo (1844-1908): Violinista virtuoso, pudo estudiar en París gracias a una
beca concedida por Isabel II de España, que estaba empeñada en alejar la cultura de su
país.

Satie, Erik (1866-1925): Compuso música para clases de yoga antes de que existiesen las
clases de yoga.

Sauer, Emil von (1862-1942): Alumno aventajado de Liszt porque, una mañana, Liszt le
dio los buenos días.

Sauguet, Henri (1901-1989): Por su tierna Berceuse créole, podemos perdonarle el resto
de su obra.

Sax, Adolphe (1814-1894): Inútil fabricante de instrumentos de viento. Quiso construir


un clarinete y le salió el primer saxofón.

Scarlatti, Alessandro (1660-1725): Operista italiano, hoy olvidado, pionero en la


utilización de la orquesta para acompañar los recitativos. De todas formas, aunque el
recitativo se vista de música, sigue siendo un recitativo.

Scarlatti, Domenico (1685-1757): La tradición musical de la familia Scarlatti era tan


profunda que hasta el gato de Domenico tocaba el clavicémbalo y publicó una fuga.

Schnittke, Alfred (1934-1998): Compositor poliestilista que alternó música serial con
música seria.

Schoenberg, Arnold (1874-1951): Terrorista musical que promovió, junto con sus
esbirros, la música atonal e inspiró la mayoría de las vanguardias del siglo XX. Fue el líder
espiritual de la Segunda Escuela de Viena (Schoenberg, Webern, Berg), secuela de bajo
presupuesto de la Primera Escuela de Viena (Haydn, Mozart, Beethoven) que, por
supuesto, fue un fracaso en taquilla.

Schubert, Franz (1797-1828): Más conocido como «el Brasas». Al no poder estrenar sus
obras (que producía como rosquillas), se inventó las schubertiadas, encerronas en las
que invitaba a merendar a sus amigos para presentarles a traición su nueva música. Sus
sonatas para piano son como el fuego: fundamentales para la vida, pueden ser
destructivas si caen en manos de un mal pianista.

Schumann, Clara (1819-1896): Gran pianista del siglo XIX, se las prometía muy felices
cuando se casó con Robert. Pero el príncipe le salió rana (y bipolar) y la trajo por la senda
de la amargura. Tras quedar viuda, el amigo y discípulo de su difunto, Johannes Brahms,
trató de seducirla, pero ella le dio calabazas. No la iban a engañar dos veces con la misma
música.

Schumann, Robert (1810-1856): Su música es como la playa: muy bonita, pero está sin
terminar.

Scriabin, Aleksandr (1871-1915): Un pelma de los rollos esotéricos, buscaba una música
que trascendiese los sentidos. Al final lo logró: sus últimas obras no tienen ningún
sentido.

Sellars, Peter (n. 1957): Director escénico de ópera y teatro famoso por su estilo
rompedor e iconoclasta. Puede que sea un genio, pero hay que tener cuidado. Si no, un
día de estos alguien le permitirá pintarle un bigote a la Gioconda. A la original.

Shankar, Ravi (1920-2012): Virtuoso del sitar, instrumento tradicional hindú. Disfrutó
de gran éxito también en occidente, pese a que se asoció con violinistas, flautistas y
George Harrison.

Shobutsu (s. XIII): La ceguera lo libró de ser samurái y le permitió ser un músico errante.
Como en el Japón del siglo XIII no existían las prestaciones por minusvalía, Shobutsu se
ganó la vida recopilando la historia de las recientes guerras entre los clanes Taira y
Minamoto. Y en vez de vender cupones, compuso el Heike monogatari, uno de los
clásicos de la literatura japonesa.

Shostakóvich, Dimitri (1906-1975): Una ley universal obliga a mencionar sus problemas
con Stalin en cualquier presentación de su música.

Sibelius, Jean (1865-1957): Como padre del nacionalismo musical finlandés, fue un
auténtico funcionario del Estado: al cumplir 65 años se jubiló y no compuso una nota
más.

Smetana, Bedřich (1824-1884): Buen compositor, su mal gusto como oyente condicionó
su música durante años. Por eso compuso sus obras maestras (El Moldava y el resto de
números de Mi patria) tras quedarse sordo.

Smyth, Ethel (1858-1944): Líder del movimiento sufragista y compositora de éxito. Su


vida fue una lucha incansable contra el machismo y las quintas paralelas.

Sokolov, Grigori (n. 1950): Pianista mítico. Si en uno de sus conciertos caben tantas
personas, no menos del doble asegurarán haber asistido.
Solbas, Carlos (n. 1994): Pianista a nivel de usuario. En sus años de estudiante, soñaba
con tocar música de cámara con alguna chica guapa. La justicia poética lo castigó
mandándole más tarde a ancianas sopranos con las que tuvo que tocar durante años.

Soler, Antonio (1729-1783): Discípulo de Scarlatti, hoy más recordado por sus sonatas
para teclado, compuso óperas genuinamente españolas, por lo que fueron rechazadas
por el público español.

Sor, Fernando (1778-1839): No tuvo bastante con ser el mejor compositor de España.
Por eso fue también el peor compositor de Francia.

Sorabji, Kaikhosru Shapurji (1892-1988): Si lo bueno, si breve, dos veces bueno [véase
Hummel, Johann Nepomuk], lo malo, si dura, dos veces malo. Es el caso de la obra de
Sorabji. Por suerte (para el público), dicha obra es tan difícil para los pianistas que rara
vez se interpreta o se graba.

Sorozábal, Pablo (1897-1988): Sus zarzuelas son tan buenas porque, en realidad, son
operetas.

Spohr, Louis (1784-1859): En su época se lo consideró a la altura de Beethoven. En su


época también se pensaba que el mercurio era una buena medicina.

Stockhausen, Karlheinz (1928-2007): Dijo que un edificio en llamas lleno de gente a


punto de morir era una obra de arte. Por otro lado, escuchando su música es evidente
que Stockhausen no sabía lo que era una obra de arte.

Stokowski, Leopold (1882-1977): Famoso director de orquesta que trabajó con músicos
tan eminentes como Rajmáninov, Glenn Gould, Schoenberg o Mickey Mouse.

Stradella, Alessandro (1639-1682): Otro golfo con patatas [véase Bull, John], se pasó la
vida de una ciudad para otra huyendo de maridos cornudos. Hasta que el sicario
contratado por uno de ellos le dio caza y lo asesinó en la ciudad de Génova. Tiene mucho
mérito que un hombre que pensaba con el cipote inventase (junto a Arcangelo Corelli)
algo tan complejo como el concerto grosso.

Straus, Oscar (1870-1954): Compositor que huyó siempre de la comparación con la


familia Strauss, con la que no estaba emparentado. Se quitó una s del apellido (al nacer
era Strauss) porque eso era más fácil que componer mejor que ellos.

Strauss, Eduard (1835-1916): Director de la Orquesta Strauss, especializada en las obras


de su familia. Cuando Richard (ajeno a la familia) se convirtió en el Strauss más famoso
de Viena, la orquesta se fue a pique. El público salía corriendo al ver los carteles con
aquel nombre.

Strauss, Johann I (1804-1849): Primera versión del compositor de valses perfecto. Los
errores de fábrica fueron subsanados en la siguiente actualización [véase Strauss,
Johann II].
Strauss, Johann II (1825-1899): El compositor de valses definitivo, poseía una expansión
que le permitía componer también graciosas operetas.

Strauss, Josef (1827-1870): Fue ingeniero antes que compositor. Diseñó un camión de
la basura tirado por caballos para limpiar las calles de Viena. Y compuso valses y polkas
intrascendentes para ensuciar sus teatros.

Strauss, Richard (1864-1949): La ópera nació con Monteverdi, creció con Mozart, se
reprodujo con Rossini, alcanzó la gloria con Wagner y Verdi, disfrutó de una vejez dorada
con Puccini y murió con Strauss, que se encargó de enterrarla personalmente.

Stravinski, Ígor (1882-1971): Compositor polifacético parecido a un albañil: da una de


cal y otra de arena, y nadie sabe cuál es la buena.

Sullivan, Arthur (1842-1900): Los villanos reales se parecen cada vez más a los de las
operetas que Sullivan compuso con libretos de W.A. Gilbert.

Süssmayr, Franz Xaver (1766-1803): El hijo menor de Mozart lleva su nombre. A cambio,
la mejor obra de Süssmayr, la versión completa y corregida del Réquiem, lleva el nombre
de Mozart.

Sweelinck, Jan Pieterszoon (1562-1621): Aunque su apellido paterno era


Swybbertszoon, Jan escogió Sweelinck, el apellido materno, para firmar sus obras
porque ningún editor era capaz de escribir bien aquel.

Swieten, Gottfried van (1733-1803): Aristócrata que vivió de las rentas de su padre, un
famoso cazador de vampiros. Aficionado a la composición, su música ha sido olvidada.
Pero en su biblioteca Mozart descubrió los manuscritos de Bach y Händel, que
inspirarían las obras de su último período (en especial el Réquiem), otorgando a Van
Swieten mayor importancia histórica que otros compositores más competentes.

Szymanowska, Maria (1789-1831): Imitó a Chopin antes de que Chopin comenzase a


componer.

También podría gustarte