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René descartes: duda, razón y verdad en sus meditaciones metafísicas

Descripción bibliográfica

Descartes, R. (2009). Meditaciones metafísicas. Meditaciones acerca de la filosofía

primera seguida de las objeciones y respuestas. Madrid: Alfaguara.

Introducción

¿Puede el pensamiento ser racional? ¿Pueden los seres humanos regirse por la racionalidad

y no por las emociones? Y de ser así ¿cómo se llega a la razón? ¿está la razón por encima o

fuera de la influencia de Dios? Estas preguntas son parte del pensamiento de René

Descartes, quien es una de las figuras fundantes de la modernidad occidental y europea y

uno de los referentes tanto del pensamiento racional como de la configuración política de

las democracias actuales en todo el mundo. En sus meditaciones, René Descartes apunta

que los sujetos deben encaminarse a la búsqueda de la verdad absoluta. En otras palabras, la

verdad no puede estar sujeta a una autoridad humana o superior, sino que debe fundarse en

pruebas fácticas que permitan su reconocimiento y, sobre todo, despejar cualquier duda que

exista al respecto sobre otra verdad posible. Así las cosas, el pensamiento cartesiano

inaugura los principios de la ciencia moderna: la búsqueda de la verdad y la necesidad de

probarla desde un método que permita su comprobación y su demostración empírica. Desde

estas premisas iniciales se desarrollan las Meditaciones metafísicas, uno de los libros más

relevantes de la obra cartesiana.


Tesis principal

Descartes plantea tres posturas que dominarán su pensamiento y que son esenciales para

comprender su filosofía: en primer lugar, lo que denomina la necesidad de comprender las

cosas por medio del conocimiento de las cosas mismas (las cosas están en el mundo para

ser conocidas); en segundo lugar, la existencia de Dios puede demostrarse por medio de

pruebas terrenales, razón por la que el problema de Dios pertenece más al campo de la

filosofía que de la teología; y, en tercer lugar, que existe una dualidad en los seres

humanos, compuesta por el alma y el cuerpo, una dualidad que hace que los sujetos no

puedan comprenderse como una totalidad, sino como la unión de dos aspectos que son

diferentes y existentes al mismo tiempo.

Estas tres premisas le permiten formular uno de sus principios más importantes: la

duda. La duda hará parte de todo el pensamiento cartesiano, por lo que se le conocerá como

la duda cartesiana. Dudar, apunta Descartes, es indispensable para conocer, pero, sobre

todo, para reconocer los fundamentos demostrables de las creencias y de las ciencias. Por

eso, para encontrar la verdad es necesario primer dudar sobre las verdades que parecen

incuestionables. La existencia de las cosas debe demostrarse, aunque la existencia misma

del espíritu que busca conocer no puede ser cuestionada. Así, entonces, la duda sobre la

existencia del sujeto carece de fundamento, en la medida en que es quien busca conocer y,

por lo tanto, no podría no existir. Esta premisa es trascendental en su pensamiento, en

cuanto le otorga al espíritu un carácter incuestionable e inmortal, algo que no ocurriría con

el cuerpo.

Descartes argumenta que el espíritu es, por lo tanto, superior al cuerpo. El espíritu

es inmortal, capaz de descubrir verdades y mentiras, mientras que el cuerpo es finito y

carente de autonomía frente a la realidad. A partir de ahí, el pensamiento cartesiano plantea


que el espíritu permite el conocimiento de las cosas, en cuanto percibe su existencia y

determina su propio ser. Por esta razón, que el espíritu reconozca a Dios es una prueba

misma de su existencia. Dios existe en cuanto el espíritu puede conocer y reconocer y, por

lo tanto, demostrar su existencia como un fenómeno sensible. Pero, Dios posee una

importancia más amplia que ser simplemente un ente existente: si el espíritu es inmortal e

infinito, lo es por la misma existencia de Dios y porque el mundo y la existencia se

encuentra sujeto a una sustancia que, en realidad, está dividida en tres partes: el alma

(sustancia pensante), la materia (sustancia extensa) y Dios (sustancia infinita). De esta

manera, si Dios representa a la sustancia infinita y los sujetos reconocen esa sustancia en sí

mismos, Dios está, por lo tanto, presente y se comprueba su existencia. Por eso, Dios

termina siendo la sustancia real y fundamental.

Todo lo anterior abre una premisa importante que es, en realidad, el fundamento del

pensamiento científico moderno: si el espíritu posee cualidades superiores al cuerpo, no es

posible confiar en los instintos que dominan a los sentidos. La razón debe primar sobre la

sensibilidad del cuerpo. Por esta razón, el espíritu que contiene la razón es superior al

cuerpo que posee los sentidos. El pensamiento (racional) no puede separarse, entonces, del

ser. Y el ser lo es en cuanto piensa. De ahí se desprende su conocida sentencia pienso luego

existo. Pero, al mismo tiempo, Descartes termina dudando de la propia fiabilidad del

espíritu: ¿y si el espíritu se equivoca? ¿puede ser engañado por los sentidos? ¿es el espíritu

siempre cercano a la verdad solo por serlo? Por esta razón, Descartes formula que la

realidad proviene de una causa efectiva y no de un efecto. Aquí, nuevamente, la figura de

Dios aparece no solo como dicha causa, sino también como posibilidad misma de

existencia. Si no existiera Dios como causa efectiva ¿cómo podría el sujeto estar seguro de

que su espíritu no lo engaña? La duda, por lo tanto, lleva a Dios.


El conocimiento de las cosas de Dios y de Dios mismo conduce al conocimiento de

las cosas del universo, plantea René Descartes. Esto conduce a que las formas del espíritu y

la razón se encuentran en el infinito, en la sustancia infinita, razón por la que el sujeto no

podrá entenderlas en su profundidad real, pues se encuentra limitado por las formas finitas

que le suponen tener un cuerpo. En otras palabras, solo mediante la razón proveniente del

espíritu es que el sujeto encuentra la verdad, que está unida a Dios como sustancia infinita,

nunca desde las posibilidades cortas que tiene el cuerpo y los sentidos. Esta dualidad

mente/cuerpo se mantendrá a lo largo de toda la modernidad, pero, al mismo tiempo, se

sustentará la idea de que el conocimiento, al ser humano, es limitado. Conocer la verdad de

Dios es no es posible para el humano, en cuanto es humano.

Aquí Descartes se introduce en la geometría. Según sus planteamientos, nada puede

ser conocido sin el conocimiento de Dios. Por eso, el espíritu sin Dios podría cambiar de

opinión, por lo que la verdad siempre proviene de Dios y cuando esa verdad es encontrada,

la duda deja de estar presente. Pero, en el mundo natural, la capacidad de verdad se sujeta a

la verificación de las formas geométricas. Lo es en la geometría, porque esta representa y,

para Descartes, la verdad es representada por los sujetos, en cuanto no pueden llegar a la

verdad primera, a la infinitud. La naturaleza puede engañar al hombre por medio de los

sentidos, por eso la representación de la verdad significa pensar las formas geométricas, no

para hallar la verdad primaria, sino para comprender que la mente y el cuerpo no pueden

estar siempre unidos y que es Dios la forma básica de todas las cosas. ¿Es, por lo tanto, la

geometría un reflejo parcial de Dios como poseedor de la verdad? Esta pregunta queda

abierta.
Conclusión

Así las cosas, para concluir, René Descartes, desde sus meditaciones metafísicas,

fundamenta los principios de la razón, el conocimiento y la ciencia en Occidente, lo cual

será esencial para comprender el racionalismo ilustrado, el positivismo y toda la lógica

filosófica europea y americana durante los siguientes siglos, incluidas las críticas propias de

la posmodernidad y las consecuencias sociales que estos postulados tuvieron sobre la

conquista y colonización de los pueblos no occidentales en todo el mundo.

Postura personal

Las Meditaciones metafísicas exponen de forma extensa y clara los principios básicos que

han dominado el pensamiento occidental, lo cual, al mismo tiempo, ha derivado en el

problema de la posibilidad de existencia del otro. Occidente, desde su posición de garante y

poseedor de la razón, ha jerarquizado la vida misma de los seres humanos, hasta el punto de

determinar quiénes pueden ser considerados humanos y quiénes no. Por lo tanto, entender a

Descartes es entender, al mismo tiempo, los procesos sociales y culturales que Occidente ha

generado consigo mismo y con el mundo. A partir de ahí, una lectura crítica de Descartes

necesita generar una interpretación crítica del sistema occidental mismo.

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