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Felipe Pigna y Darío Sztajnszrajber en Ciudad Cultural Konex

“El discurso escolar se dirige a un pibe que ya no existe más”

En “Preguntas de la Historia y la Filosofía: amor, muerte, religión y poder”, ambos pensadores


ponen en diálogo las dos disciplinas para dar con “la historia de los derrotados”. “Siempre
buscamos la perspectiva del que queda afuera, del derrotado”, dicen.

Prácticamente a cada paso que dan desde el bar donde se hizo la entrevista hasta la
facultad en la que se realizaron las fotos aparece alguien que se les arrima y los saluda. El
recorrido dura apenas una cuadra y concluye en el patio de Puán, sede de Filosofía y Letras de
la Universidad de Buenos aires, donde se produce una conmoción: personal académico se
acerca a abrazarlos y algunos alumnos incluso preguntan emocionados si están ahí porque van
a dar una charla en algún aula. Felipe Pigna y Darío Sztajnszrajber lograron lo que pocos
consiguen, muchos admiran y algunos –para qué negarlo– envidian: sacarle la naftalina de
claustro a contenidos que la pedagogía oficial dejó obsoletos y convertirlos en atractivos y
populares. Moviéndose en una multiplataforma (libros, medios, charlas), ambos hicieron de la
Historia y la Filosofía objetos de consumo masivo pero saludable. Así como Pigna y
Sztajnszrajber leyeron a Alberdi y a Derrida, o a Jauretche y a Heidegger, en un futuro serán
ellos a quienes acudirán los curiosos del mañana para entender este tiempo en el que las
audiencias de repente se sienten cautivadas por aquello que el sistema educativo formal les
presentó como repelente.

Por sus perfiles similares, resulta hasta obvio que hayan llegado a un proyecto común, que
comenzó hace cuatro años y pasó por distintos ejes. Primero fue alrededor de la identidad
argentina, luego “Cinco pensadores en su tiempo” y después “Pensar el Bicentenario”. La
fórmula se fue afinando con el paso del tiempo y, para su nueva puesta, pensaron en “un
espacio universal”. Así surgió “Preguntas de la Historia y la Filosofía”, en donde Pigna y
Sztajnszrajber le ponen la voz pero también el cuerpo a esta diálogo cimentado sobre cuatro
ideas-fuerza: el poder, la religión, la muerte y el amor. Una intertextualidad en la que la
historia argentina se relee a través de sus libros pero también de sus pasiones. De sus
reflexiones y de sus emociones. El espectáculo, que ellos prefieren definir como
“conversatorio”, es un éxito por donde pasa, con salas agotadas en el interior y también en el
Konex (Sarmiento 3131), su fortaleza porteña, adonde volverán el domingo a las 19, después
de un paso por Neuquén y antes de desembarcar en Rosario (estarán en el Teatro El Círculo e l
18 de octubre).

Pigna y Sztajnszrajber entraman la Historia y la Filosofía (dos saberes que lo mismo se nutren
del registro y del pensamiento de cada época para poder entender desde guerras sangrientas
hasta el corte de pelo de moda) con el efecto de reconstruir construcciones de sentido
imperantes y ponerlas en cuestinamiento. Un ejemplo sencillo pero muy claro es el prisma del
amor para explicar de qué manera la emocionalidad íntima influyó y determinó las acciones de
esos próceres que el relato oficial inmaculó al punto de despojarlos de todo tipo de
sentimiento más que el fastuoso “amor a la patria”. “Esos tipos del siglo XIX no eran muy
diferentes a los que de carne y hueso que conocemos hoy. ¿Se piensan que no amaban, no
extrañaban, no querían estar en pareja o tener relaciones sexuales? ¡Hablaría mal de esta
gente si no hubiese sido así!”, sostiene Pigna. Para Sztajnszrajber, en tanto, “la idolatría en la
que se coloca a los ‘héroes nacionales’ creó esta especie de personajes por encima de lo
humano, en un nivel casi religioso. A San Martín se lo define como El Santo de la Espada”.

La figura de San Martín es nodal porque entraña todo un complejo sistema de disputas e
imposiciones simbólicas que siguen generando tensión. “Ahora intenta vinculárselo con la idea
de ‘emprendedor’ –explica Pigna–, aunque en el sentido del ‘entrepreneur’ francés. Es decir,
un emprendedor empresario. Entonces la gesta libertadora se reduce a una empresa, haciendo
una asociación de palabras para nada inocente. Se habla entonces de la ‘empresa del Cruce de
los Andes’ para subrayar la capacidad de iniciativa individual, cuando en realidad fue una de las
acciones más colectivas de la historia argentina”. En esa línea, Sztajnszrajber observa que “se
buscan asociaciones y afinidades conceptuales, porque ese emprendedurismo tiene que ver
con el éxito y entonces la historia, una vez más, es contada en términos de héroes y villanos,
de ganadores y perdedores. Y la empatía siempre es con el ganador, porque lo que se recuerda
de San Martín son sus victorias”, detalla el filósofo. “El fomento de una sociedad exitista deja
debajo de la alfombra aquello que nosotros queremos desempolvar: la historia de los
derrotados. Por eso, en los cuatro temas siempre buscamos la perspectiva del que qu eda
afuera. Si hablamos del amor, salimos de las novelas rosa con final feliz, que es el discurso
oficial, para entenderlo también como una zona donde se hace política, una zona de poder, de
conflicto. Y que la muerte es algo irresoluble. Lo cual no es mal o, salvo para una sociedad
exitista donde algo que no se resuelve es visto como una falencia”.

A propósito de esto último, Pigna agrega que “en la enseñanza de la Historia en primarios y
secundarios se omite el conflicto, porque se sostiene que el niño no esta en condiciones de
comprenderlo, cuando en realidad el niño de 2017 vive viendo videos o leyendo comics donde
conflicto está presente. Además, su capacidad de abstracción y memorización es
impresionante: Pokemón tiene 590 personajes y en japonés. El discurso escolar está dirigido a
un pibe que ya no existe más, que atrasa cincuenta años. Pero, por debajo, el sistema sirve
para reforzar la escolarización de la Historia: parece que su único ámbito autorizado para
‘pensar’ la Historia es la escuela,a tal punto que, cuando llega el 9 de julio, la gente habla más
del acto escolar que del proceso independentista en sí”.

–En el conversatorio dicen que los alumnos son “víctimas de la Historia”, en alusión a los
métodos pedagógicos convencionales. ¿Cómo se podría zanjar este conflicto?
Felipe Pigna: –Los dos estamos orgullosos de nuestra experiencia docente en la secundaria,
porque nos dio un aprendizaje importantísimo en la divulgación y en la necesidad de hacerte
entender. La Historia y la Filosofía son dos disciplinas lo suficientemente hermosas como para
convertirlas en una experiencia sufrida. La clave quizás esté en hacer coparticipar al alumno,
detectar qué podría despertarle más inquietudes y, por ende, mayor curiosidad. De qué
manera se pueden relacionar los contenidos del pasado con su presente, qué consecuencias
generaron en su cotidianidad.

Darío Sztajnszrajber: –El aula tradicional, para decirlo en términos nitzcheanos, ha muerto. Lo
cual no necesariamente signifique algo negativo: en todo caso, debemos repensar por donde
pasan la transferencia y el conocimiento. Creo que enseñar hoy conteni dos en un aula es una
pérdida de tiempo, porque los pibes los tienen disponibles en plataformas que antes no
existían. Usar ochenta minutos de Filosofía en el colegio para dictar los conceptos
fundamentales de Sócrates no tiene sentido. Hay que crear acontecimientos filosóficos. Una
vez, cuando era profesor de secundario, quise llevar a los alumnos caminar, emulando las
caminatas que hacía Aristóteles, pero siempre tenias una autoridad que te decía: “vuelvan al
aula, esto no es joda”.

–Las políticas educativas oficiales tienden a hablar, curiosamente, de la despolitización de las


aulas y de los contenidos. ¿No supone esto una contradicción, en el sentido de que revisar la
historia implica de por sí un hecho político?

F.P.: –Habla de educación gente que no tiene la menor idea, que no pisa un aula desde hace
cuarenta años. Y ahí estamos ante un problema. Existe una gran ignorancia sobre lo que pasa
en la escuela de una gran parte de los formadores pedagógicos, y también de opinión, que no
saben lo que ocurre en un colegio, cómo se enseña, y con qué métodos. Todo lo que se salga
del mitrismo, de ese relato oficial que se sigue reproduciendo, parece urdir intenciones
políticas, pero nadie discute todo lo político que significó imponer esos discursos como
cánones. La lógica actual, que por cierto el sistema avala, hace que los alumnos deban
preocuparse únicamente por aprobar un examen. Se vuelven especuladores y, en ese
contexto, el conocimiento queda completamente al margen.

D.S.: –Etimológicamente, la palabra “escuela” viene de “skholè”, que en griego significa “ocio”.
Es decir: la gente iba a la escuela pasarla bien. Y fíjense qué deserotizada está la institución
escolar actualmente que los pibes la viven como una carga y no como un lugar para realizarse.
Obvio que un aula es un espacio político, porque hay relaciones de poder entre docentes,
alumnos y autoridades, y esto genera conflictos de intereses. El tema es que el poder busca
construir zonas apolíticas. Como el aula, o mismo la casa. ¡Los lugares donde, j ustamente, se
ponen en evidencia las relaciones de poder! El conocimiento sale de ese choque de espadas,
de lo contrario el docente fagocita al alumno hasta convertirlo en otro ladrillo en la pared,
como ya lo explicó Pink Floyd.

La resistencia como pregunta

En tiempos de posverdad, en los que la verdad es dinamitada por la verosimilitud (no importa
qué se dice, sino cómo),emergen desde esas ruinas quienes buscan explicaciones revolviendo
los escombros. “Pensar hoy una resistencia es pensar no sólo prácti cas y narrativas que
rompan las del poder, sino también las de esas resistencias que el propio poder genera para su
funcionalidad”, apunta Sztajnszrajber. Y ejemplifica: “La idea del Panteón de los Próceres
delimita los modelos a seguir y también, por exclusión, los que no. Y produce un efecto
narcotizante, en el sentido de que da placer y tranquilidad consumir y reflejarse en un discurso
cerrado y, por ende, indiscutible. En ese sentido hablaba Marx de la religión como el opio de
los pueblos”.

–¿Michel Foucault y su análisis de los dispositivos de control y poder se volvió una lectura
indispensable para entender todo esto?

D.S.: –Es que se volvió actual, aunque hayan pasado más de cincuenta años de alguna de sus
obras, porque sirven para entender la exclusión y la forma en la que hoy trabaja el capitalismo
en la intervención de los cuerpos. Pero la extemporaneidad no es un rasgo de Foucalt, sino de
la Filosofía entera: podés entender mejor al gobierno de Macri a través de La república que por
muchos pensadores contemporáneos, porque ese libro provee categorías de análisis muy
valiosas. Ya en ese entonces Platón hablaba del hombre justo como una armonía entre sus
dimensiones racionales e instintivas, y por añadidura esto se extendía a la polis, donde la
injusticia residía, entre otras cosas, en la intromisión del mundo de la empresa o del comercio
en las decisiones políticas.

–Rescatan el tango “Desencuentro” para darle visibilidad a expresiones silenciadas durante la


Década Infame. ¿La cultura popular sirve como atajo para reflejar aquello que dejaron afuera
los relatos oficiales?

F.P.: –Es que la cultura popular es prácticamente el primer registro de la otra historia, aquella
que el pueblo cuenta en base a lo que vive. El tango, ni hablar, pero antes la payada, un
elemento que usó el anarquismo entre fines del siglo XIX y principios del XX para divulgar
textos de Kropotkin o Bakunin entre obreros analfabetos. Es increíble como se han ignorado
históricamente estas expresiones. Me viene a la mente una escena extraordinaria de Y la nave
va donde un grupo de gitanos baila sobre la cubierta de un barco y, desde la primera clase, dos
antropólogos los critican, cuestionando la autenticidad de ese baile popular. Una maestría de
Fellini que por otra parte refleja un escenario real.

–Otro interés que comparten es la construcción de la identidad nacional, inquietud irresoluble


que acompaña a historiadores y pensadores argentinos de todos los tiempos. ¿Es posible llegar
a alguna conclusión?

F.P.: –No es esa la intención sino, por el contrario, dejar a la gente con más interrogantes que
certezas. Porque la Argentina es un país aluvional, sostenido por identidades múltiples,
entonces hablar de un único “ser nacional” es casi fascistoide. Muchas veces se alude al
argentino espejándose en el porteño, que nada tiene que ver con el jujeño, por cierto tan
argentino como aquel. En el “inventario” coexisten más de cincuenta naciones indígenas y casi
sesenta colectividades extranjeras. ¡Tan solo en Oberá, una ciudad misionera de 60 mil
habitantes, tenés medio centenar de colectividades! ¿De qué estamos hablando, entonces? O,
mejor dicho: ¿a quién le sirve definir un “ser nacional”? Porque, en otro punto, esta idea de
uniformidad identitaria disuelve también el conflicto de clases.

D.S.: –La identidad es una metáfora que busca un ordenamiento farmacológico, porque trata
de encontrar aquello que es permanente en uno y, por ende, nos da más seguridad. Identidad
surge de “ídem”, lo que se repite a sí mismo. Y eso se ata al concepto de Patria, como un padre
compartido, y al de Nación, que viene de nacer. Todo remite a una misma sangre en el
contexto de estados modernos, no sólo el argentino, que son artificiales, productos de
imposiciones, de un alambrado que definió las fronteras “por que sí”. Entonces, los mitos
sirven para darle sentido a esa artificialidad territorial y cunden en expresiones
fundamentalistas como el reciente avance neonazi en Alemania, entre tantas otras. Pero, al
mismo tiempo, del otro lado se tensa una decostrucción de identidades que no sólo afecta a lo
nacional, sino también a lo sexual y a lo cultural, creo yo que como saldo positivo del
posmodernismo.

–Uno de los mitos de origen de la construcción identitaria argentina es la Independencia de


1816, de la que se cumplieron 200 años. ¿Cuánto de mito y cuánto de independencia hubo en
este relato fundante?

F.P.: –En principio, no fue tal independencia, porque luego hubo ocho años de guerras civiles.
Pero, al mismo tiempo, el llamado Bicentenario de 1816 no generó demasiado interés ni entre
los estamentos oficiales que podrían haberlo impulsado como pretexto para la reflexión
histórica ni tampoco entre la gente. El año pasado, nosotros dos hicimos un ciclo referido al
Bicentenario y sentimos un generalizado clima de apatía, de modo que ese debate siempre
queda abierto.

D.S.: –El problema es plantearse la independencia en términos absolutos, error similar al que
se comete cuando la felicidad o el amor son abordados de la misma manera. Porque absoluto
implica no dejar nada suelto, ya que todo lo contiene, y esos términos no existen en la
independencia. Siempre dependés de algo, en todo caso lo relevante es la gradación. Es decir,
de cuántas dependencias de carácter opresivo lográs liberarte. Porque la independencia no se
decide, sino que se apropia. Es producto de una lucha, no de un consenso: la ganás
provocando una ruptura que inevitablemente genera perturbación.

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