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Mitre Emilio. - Judaismo y Cristianismo PDF
Mitre Emilio. - Judaismo y Cristianismo PDF
y Cristianismo
Raíces de un gran conflicto
histórico
Emilio Mitre
Libro de bolsillo Istmo
Colección Fundamentos
Emilio Mitre
Colección Madrid
Fundamentos, 71 Ediciones Istmo
© Emilio Mitre Fernández
© Ediciones Istmo para España y todos los países de lengua
castellana.
Calle de Colombia, 18; Madrid-16.
I.S.B.N.: 84-7090-101-X
Depósito legal: M. 6.272-1980
Impreso en España por Lito EDER, S.L.
Pol. Ind. «La Albarreja» Fuenlabrada (Madrid)
Printed in Spain
A María Asunción
INDICE
INTRODUCCIÓN 13
1. LA C O N F I G U R A C I Ó N D E L M O N O T E I S M O 23
El m o n o t e í s m o : originalidad o trasfondo
común 25
El precedente egipcio: el m o n o t e í s m o co-
mo aglutinante político y social 26
Evolución del pueblo hebreo de la mo-
nolatria al m o n o t e í s m o : Israel, comuni-
dad político-social y religiosa 29
El entorno social y religioso de los profetas 39
2. J U D A I S M O Y PODERES UNIVERSALES EN EL
ÁMBITO DE LA SOCIEDAD H E L E N Í S T I C A 51
3. DE LA C O N C E P C I Ó N J U D E O - N A C I O N A L Y ES-
C A T O L Ò G I C A A LA DIMENSIÓN UNIVERSAL:
EL PRIMITIVO CRISTIANISMO Y SU E N C U A D R E
SOCIAL 79
4. E L CRISTIANISMO Y L A CRISIS D E L E S T A D O
UNIVERSAL R O M A N O 101
5. J U D A I S M O Y CRISTIANISMO EN EL U M B R A L
DE LA SOCIEDAD M E D I E V A L 119
6. A C T I T U D E S A N T E E L PROCESO HISTÓRICO:
D E L A N T I G U O T E S T A M E N T O A LOS INICIOS
DEL MEDIEVO 147
APÉNDICES 203
1
L. FEBVRE, Combáis pour l'histoire; pág. 20. París, 1965.
debe ser olvidado, aunque tampoco éstas deban ser anali-
zadas de forma aislada: la interconexión de todo tipo de
factores ha de ser considerada como fundamental . 2
* * *
2
Dentro de lo que en el momento presente se conoce por «historia
total» y de la que la escuela francesa de «Annales», fundada por el pro-
pio Lucien Febvre y Marc Bloch hacia 1929 constituye una de ¡as mejo-
res muestras.
3
«La mayoría de los movimientos revolucionarios de los tiempos
modernos han visto en la religión un obstáculo fundamental para la
transformación de la situación imperante, y esto, desde la revolución
francesa hasta las distintas corrientes de actuación del pensamiento
marxista que han inspirado la pluralidad de movimientos revoluciona-
rios en los países del Tercer Mundo. Estamos aquí ante una manifesta-
ción típica de la Edad Moderna. Posiblemente, es la primera vez en la
historia que toda una cultura rompe de tal forma los lazos con el mode-
La reacción frente a estas posturas críticas no procedió
sólo del campo estricto de las religiones establecidas, sino
t a m b i é n de otros á m b i t o s . En este sentido, la obra de al-
gunos sociólogos tuvo una importancia trascendental a la
hora de devolver la religión a un puesto del que estaba
siendo desplazada progresivamente. Los estudios del
inolvidable M a x Weber constituyen sin duda el mejor
ejemplo. Uno de sus m á s conocidos trabajos, La ética
protestante y el espíritu del capitalismo*, sigue siendo una
obra clave para el estudioso de las transformaciones que
la sociedad europea experimentó desde los inicios de la
Modernidad. Aceptadas, rebatidas o matizadas, las tesis
en ella recogidas son aún excelente instrumento de traba-
jo y meditación para historiadores y sociólogos.
¿Se vuelve en el momento presente a considerar que los
fenómenos religiosos son factores importantes en el
acontecer de la historia?
Nos atrevemos a afirmar que su trascendencia nunca
ha sido totalmente rechazada . Todo lo m á s , matizada.
5
1971.
7
Pasamos por alto las menciones a otros meritorios estudios de
autores como Levy-Brul o Durkheim, cuya preocupación se orientó
mas hacia el análisis de las sociedades primitivas.
8
El pensamiento socialista parece haber causado un profundo im-
pacto en la mente de Max Weber a la hora de analizar la evolución de la
moderna sociedad occidental. Albert Salomón dijo que «Max Weber se
hizo sociólogo en un largo y profundo diálogo con el fantasma de Karl
Marx». Sin embargo, rehuyó también el caer en el extremo contrario al
del materialismo histórico, es decir, el dar una interpretación idealista
de la Historia. Vid. G. DUNCAN MITCHELL, Historia de la sociología;
vol. I, pág. 141 y 156. Madrid, 1973.
A Ernst Troeltsch, historiador, sociólogo y t e ó l o g o ,
procedente de los medios del protestantismo liberal, de-
i bemos la fijación de algunos de los conceptos básicos de
la sociología religiosa . Pero t a m b i é n un profundo estu-
9
1 2
K. JASPERS, Origen y meta de la Historia; pág. 20. Madrid, 1965.
1 3
Recogido por K. PRÜMM, «La religión del Helenismo», en Cristo
y las religiones de la Tierra; vol. II, pág. 188. Madrid, 1968.
14
En Las grandes religiones de Oriente y Occidente; vol. I, pág. 195.
Ediciones Istmo, Madrid, 1968.
1 5
F . ALTHEIM, El dios invicto; pág. 64. Buenos Aires, 1966.
turas materiales determinadas: los factores políticos y so-
cioeconómicos constituyen el inevitable telón de fondo.
Los movimientos religiosos, considerados como instru-
mentos dinamizadores de las distintas sociedades son, 16
* * *
1 6
Sobre este punto, E. K. NOTTINGHAM dice que las religiones «no
siempre cumplen una función estabilizadora y conservadora. Especial-
mente, en épocas de catastróficos cambios sociales y económicos, la re-
, ligión desempeñó, a menudo, un papel creativo, innovador y también
revolucionario». Ob. cit.; pág. 48.
17
Confiamos en que esta obra sea el preámbulo para la redacción de
una futura «Historia de la Iglesia en la sociedad medieval».
da su magnitud aquellos fenómenos de la Historia que
han trascendido a la estrechez de unos marcos cronológi-
cos. Sólo así llegará a una mejor comprensión de
aquellos hechos concretos del pasado humano objeto de
su atención preferente. M a l se p o d r í a conocer el peso que
el Cristianismo tuvo en la sociedad medieval y la impor-
tancia de su superestructura institucional, la Iglesia, sin
comprender el papel que religiones y mentalidades reli-
giosas han d e s e m p e ñ a d o en las civilizaciones poco o me-
dianamente desarrolladas. Y, en este caso en concreto, el
peso que la religión tuvo en el Judaismo, tronco de las
grandes religiones m o n o t e í s t a s .
La obra acometida p o d r í a definirse como ensayo de
historia religiosa, con todos los condicionamientos que
este concepto conlleva. De ahí que, para recalcar esta
idea, hayamos querido expresar el valor de la diacronía
en los fenómenos religiosos y el importante papel que las
relaciones sociales d e s e m p e ñ a n en los mismos.
* * *
>
L A CONFIGURACIÓN
D E L MONOTEÍSMO
2
Nos referimos, concretamente, a lo que GORDON CHILDE ha deno-
minado como «revolución neolítica». El caso de Jericó (entre el 8000 y
el 6000) resulta sumamente representativo de lo que se puede considerar
como ejemplo precursor de una civilización urbana.
3
J . BOULOS, Les peuples et les civilisations du Proche Orient. Essai
d'une hisíoire comparée des origines a nos jours; t. 2, pág. 163; París,
1962.
mos en el mundo del P r ó x i m o Oriente con algún prece-
dente? ¿Surgió en un momento determinado o fue pro-
ducto de un largo proceso de evolución?
C a d a uno de estos puntos requieren un tratamiento
aparte.
4
A. LODS, Israel. Des origines au milieu de VIH siècle avant notre
ere; págs. 254-7; París, ¡969, agrupó las ideas de un monoteísmo pre-
mosaico en torno a tres corrientes: la que toma el monoteísmo como un
sentimiento primitivo de toda la humanidad; la que lo toma como un
producto típicamente semítico; y la que piensa se trata de una idea sur-
gida en las culturas del Antiguo Oriente. El mismo autor en Les
prophètes d'Israël et les debuts du judaïsme, pág. 78; París, 1969, no
desecha la idea de que las distintas divinidades egipcias o mesopotámi-
cas respondiesen a «nombres múltiples dados a un ser divino único, se-
gún las actividades diversas por las que éste se manifiesta».
5
O. GIGON, La cultura antigua y el cristianismo; págs. 150-2;
Madrid, 1970.
El precedente egipcio: el monoteísmo
como aglutinante político y social
9
J. BOULOS, Ob. cit., págs. 46 y sigs.
económicas de la expansión imperial, se sintió sumamen-
te relegado por la audaz política reformista de Eknaton y
volcó todas sus fuerzas a su muerte para retornar a la
vieja tradición religiosa. En el exterior, la presión de
otros pueblos se hizo sofocante: hititas, asirios y segun-
dos europeos, puestos en marcha hacia el 1200, forzaron
a Egipto a replegarse sobre sus bases regionales tradi-
cionales, abandonando la mayor parte de sus conquistas.
Las difíciles victorias de algunos faraones, como el men-
cionado Minephtah, no consiguieron m á s que prolongar
la agonía política del país.
La tradición bíblica acostumbra a situar en estos años
la salida del pueblo hebreo de Egipto y los comienzos de
la perfilación de un nuevo intento m o n o t e í s t a que, en es-
ta ocasión, iba a ser a c o m p a ñ a d o por el éxito.
1) Trayectoria histórico-social:
15
Bien compendiado en el pasaje de Ex., 19, 5: «Si escuchareis mi
voz y observareis mi pacto, seréis para mí entre todos los pueblos la
porción escogida, ya que mía es toda la tierra».
" Establecida no sin resistencia, ya que la institución traía a la me-
moria la antigua tiranía de los faraones de la XVIII dinastía sobre el
pueblo hebreo. Recordemos, a este respecto, las reservas del último de
los Jueces: 1 Sam. 8, 8-22, en donde se exponen al pueblo los incon-
venientes que la monarquía podía acarrearles.
17
Los dos libros de los Reyes, a pesar de su farragosa exposición son
un magnífico reflejo de la grandeza y miseria de la monarquía hebrea.
2) La religión j u d í a en el contexto de las religiones:
2 8
L. LEORAND, «La Creación como victoria cósmica de Yahvé», Es-
ludios modernos sobre la Biblia; pág. 88; Santander, 1969.
29
Ibíd., pág. 88.
3 0
BAMBERCER, Ob. cit.; págs. 79-80.
31
Ibid., pág. 28.
3 2
S. W. BARÓN, Histoire d'Israel. Vie sociale et religieuse; vol. I;
pág. 58; París, 1956.
das las sociedades". Las diferencias vienen dadas por el
progresivo engrandecimiento de su dominio; así, las
reglas de la moral se extienden al principio sólo a una co-
munidad, dejando al margen a esclavos y extranjeros,
pero, con el tiempo, adquieren unas miras más amplias,
m á s universales . El experimento m o n o t e í s t a de E k n a -
34
33
Sobre la coincidencia de dimensiones entre las distintas religiones,
vid. J. MATTHES, Introducción a la sociología de la religión; II, «Iglesia
y sociedad»; pág. 168; Madrid, 1971.
3 4
G . BOUTHOUL, Ob. cit.; págs. 38-39.
3 5
C. TRESMONTANT, La doctrina moral de los profetas de Israel;
pág. 103; Madrid, 1962.
Se suele insistir en el hecho del abandono de algunos ritos canane-
os o babilonios (el sacrificio del primogénito a título de ejemplo) como
uno de los primeros y más significativos pasos en este proceso.
E. SCHOPEN, Historia del judaismo en Oriente y Occidente; pág.
3 7
38
E. SCHOPEN, Ob. cit.; pág. 56.
}g
1 Re. 9, 26-28. Sin embargo, es necesario recalcar que la masa de
población hebrea seguía vinculada a la agricultura. Los refinamientos
técnicos en la industria o el comercio siguieron constituyendo un pro-
ducto esencialmente foráneo, resultado de las relaciones cor. las ciuda-
des fenicias o de la política de absorción por conquista de las pobla-
ciones cananeas. A. LODS, Israel...; pág. 389.
4 0
1 Re. 11, 1.
4 1
A. LODS, Israel...; págs. 473-4, sostiene que la nación hebrea en
bloque se fiaba de que Yahvé no le abandonaría jamás, pero, a nivel in-
dividual, se pensaba que el Dios nacional nada tenía que ver a la hora
de resolver los problemas. De ahí, la pervivencia de devociones a ídolos
embargo, cuando estalle la crisis de secesión a la muerte
de S a l o m ó n y se abra un largo p e r í o d o de decadencia que
llevará a la anulación del pueblo j u d í o como entidad
política, t e n d r á lugar, como contrapartida, un paso deci-
sivo en otro terreno: la revolución profética que haga pa-
sar al Judaismo de la m o n o l a t r í a al m o n o t e í s m o .
42
Is., 37, 36-37.
4 3
Nah., 3, 7.
4 4
I. KAUFMANN, «La época bíblica», voi. i de Grandes épocas e ide-
as del pueblo jadío; págs. 125-6; Buenos Aires, 1964.
caban un doble objetivo: cercenar cualquier intento de
rebelión nacional y valerse de la capacidad de estas élites
en sus tareas de gobierno. Resulta, por tanto, muy difícil
hablar de esclavitud o de servidumbre del pueblo j u d í o
en Babilonia. Campesinos y artesanos p e r m a n e c e r í a n en
el hogar palestino sin ser trasladados al destierro . 45
4 5
A . LODS, Les prophètes...; págs. 179 y sigs. Piensa que, desde es-
tos momentos, se perfilarían los tres grandes grupos de judíos: los de
Palestina, los de Babilonia y los de la Diaspora.
4 6
C H . GUIGNEBERT, Le monde juif vers le temps de Jésus; págs. 62-
4; Paris, 1950.
históricos. De hecho, desde fecha muy temprana, Israel
puso fuertes objeciones a atribuir a Dios una forma
física. Q u i z á s , desde muy pronto, se creó una corriente
que « t r a t a b a de trascender todas las categorías humanas
en la concepción de D i o s » . Baste recordar el pasaje del
Exodo « Y o soy el que s o y » . Los profetas rechazaron de
4 8
4 /
Esd., 9, 1-2.
4 8
I. MATTUCK, El pensamiento de los profetas; pág. 57; Méjico,
1971.
49
W. J. H. SPROTT, Introducción a la sociología; pág. 183; Méjico,
1970.
5 0
Punto de vista expuesto por LAGRANGE y recogido por GUIGNE-
BERT, ob. cit., pág. 122.
5 1
Más adelante trataremos estas cuestiones al estudiar la evolución
del pensamiento histórico en el mundo bíblico.
Él es valorado cada h o m b r e » . El conocimiento de Dios
5 2
municar («La ley dice..., pero yo digo») que cnoca con las posiciones
de un sacerdocio sólidamente establecido.
S. GINER. Sociología; pag. 174; Barcelona, 1971.
5 7
58
Deut., 32, 19-20.
rocracia y la oficialidad de la realeza fueron las principa-
les beneficiadas por estos desniveles, que se materializa-
ron en la a n u l a c i ó n de la clase de p e q u e ñ o s propietarios
que dio la pauta en la sociedad hebrea antes del proceso
de sedentarización impulsado por la a d o p c i ó n de formas
de vida cananeas . 59
5 9
KAUFMANN, Ob. cit.; pág. 95; y LODS, Israel...; págs. 397-9. Esta
situación de la injusticia era más flagrante en el reino del norte (Israel)
que en el del sur (Judá). En este último, según se ha deducido de los tes-
timonios arqueológicos de Dabir, se puede pensar que siguió existiendo
una cierta clase media: HEATON, Ob. cit., pág. 48.
6 0
Am., 6, 4-7.
61
Is., 3, 12-13.
6 2
Jer., 22, 13.
«¡Ay de vosotros que no pensáis sino en cosas
vanas y m a q u i n á i s en vuestros lechos perversos
designios, ejecutándolos al llegar la luz de la
m a ñ a n a , porque tienen en sus manos el poder!
Y codiciaron las heredades y las usurparon con
violencia, e invadieron las casas; y calumniaron
a éste para apoderarse de su casa; y a aquel otro
para alzarse con su h a c i e n d a » .6 3
Miq., 2, 1-2.
MATTUCK, Ob. cit., pág. 104.
Ibíd., pág. 33.
4) El mundo de los profetas frente a otras tendencias
religiosas:
Los valores del profetismo resultan indiscutibles. Pe-
ro esta circunstancia no va reñida en absoluto con el
hecho de que, a lo largo del exilio babilónico y durante
los a ñ o s siguientes, hasta el nacimiento de Jesús, los
p r é s t a m o s entre las distintas corrientes espirituales del
P r ó x i m o Oriente hayan sido frecuentes. Así, la an-
gelología y d e m o n o l o g í a de que se nutrirá el mundo
bíblico parece tener una clara influencia de Grecia, Egip-
to y, sobre todo, Persia. Del mundo b a b i l ó n i c o reci-
bieron los j u d í o s ciertas representaciones cósmicas,
astrológicas y g n ó s t i c a s . Pero fue el mundo iranio el
66
4S
De esta política —imbuida en buena parte, según he-
mos expresado, de los sentimientos éticos del
Zoroastrismo— se benefició el pueblo hebreo. Amplios
pasajes del Antiguo Testamento constituyen la mejor
prueba de este espíritu: los libros de Esther, Esdras,
N e h e m í a s y Daniel son una buena muestra de las diferen-
cias que los j u d í o s encontraron entre la actitud de los do-
minadores persas y sus inmediatos antecesores o suceso-
res: asirios y monarcas helenísticos.
Varios de los puntos doctrinales del Zoroastrismo en-
contraron un paralelo en el Judaismo: inmortalidad del
alma, juicio después de la muerte, mundo como lugar de
delicias hasta el primer pecado del hombre, esperanza en
la llegada de un Mesías liberador... Pero donde la seme-
janza se hace mayor es en la cada vez m á s acentuada
contraposición entre los principios del bien y del mal.
El Zoroastrismo radicalizó esta idea hasta el punto de
centrarla en la creencia en dos grandes divinidades:
A h u r a - M a z d a u Ormuz (principio del Bien) y A h r i m a n
(principio del M a l ) , enfrentadas en una larga lucha en la
que el hombre debía colaborar con su piedad, trabajo,
justicia, rectitud, verdad..., para que, a la postre, el Bien
acabe triunfando.
Desde el punto de vista estrictamente sociológico se ha
venido a decir que toda religión tiene un trasfondo de
dualismo: « E n un sentido amplio, toda religión es dualis-
t a » , dice H. M. J o h n s o n . Este convencimiento se re-
69
* * *
nos radical que el del Judaismo y el Islamismo, por cuanto «una califi-
cación dualista limitaba la doctrina monoteísta». WACH, Ob. cit.; pág.
163.
72
A. LOÍSY, Ob. cit.; pág. 195.
\
x 2
:
En lineas generales, como se puede ver, las mismas vías que se
conocían ya desde tiempo anas, y que ahora cobraron una renovada
actividad.
3
Sería esta la tercera gran revolución económica de la Antigüedad.
Las dos anteriores corresponderían, según antes hemos expuesto, al
neolítico y a ia aparición de la moneda.
te) R o m a , en Occidente. El helenismo, aunque en su ori-
gen un f e n ó m e n o greco-oriental, llevó a la larga hasta sus
últimas consecuencias el principio de unidad e c o n ó m i c a
del mundo m e d i t e r r á n e o esbozado tiempo a t r á s por los
fenicios. Y p r o v o c ó , de rechazo, profundas transforma-
ciones sociales: junto a una m i n o r í a enriquecida por la
nueva situación, una masa cada vez mayor de esclavos y
asalariados se constituyen en factor de un clima de ten-
sión casi permanente...
* * *
4
PARKES, Ob. cit.; págs. 23-4.
conciliación dentro de los límites permitidos por la tensa
situación palestina: la lucha contra el bandolerismo, la
fundación de nuevas ciudades (Sebasta, C e s á r e a . . . ) , la
construcción de sólidas fortificaciones fronterizas, el res-
peto hacia las distintas corrientes de o p i n i ó n , la
ampliación del Templo de Jerusalén, e t c . , se pueden
considerar como el saldo positivo de su a c t u a c i ó n . Pero,
de'hecho, ni el Judaismo se presentaba en estos a ñ o s co-
mo algo socialmente coherente, ni la paz en el territorio
se debía a algo m á s que a la supervisión que sobre él
ejercía el procurador romano en nombre del legado de
Siria.
5
Basta remitirse a un ejemplo: la concentración de tierras en fun-
ción de una agricultura de monocultivo, que tuvo lugar en Italia des-
pués de las guerras de conquista que dieron a Roma el dominio del Me-
diterráneo. El latifundismo supuso la ruina de los pequeños campesi-
nos itálicos y, paralelamente, hizo de la esclavitud el instrumento mo-
tor de la economía. Esclavos y ciudadanos romanos proletarizados se
convirtieron, así, en potenciales elementos revolucionarios.
PALATINA
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JESUCRJSIS
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tentos de superarla — s o l u c i ó n agraria de los Gracos, so-
lución « i t a l i a n a » de L i v i o Druso y solución oligárquica
de S i l a — acabaron en fracasos. La vieja estructura
6
r e p u b l i c a n o - a r i s t o c r á t i c a que h a b í a dado c a r á c t e r a R o -
7
6
Dicho con oirás palabras: la reconstrucción de la clase de pequeños
propietarios mediante el reparto de las tierras indebidamente apro-
piadas por la aristocracia; la extensión de ¡a ciudadanía romana a todos
los italianos, a fin de ampliar los cuadros de gobierno y limar el descon-
tento existente por las diferencias de estatutos jurídicos; y el manteni-
miento del poder por ¡a aristocracia, lisa y llanamente, sin concesiones
de ningún tipo. Vid. L. HOMO, Nueva Historia de Roma; págs. 146 y
sigs.; Barcelona, 1955.
7
G. PERRERO, en su Historia de Roma, en las páginas de introduc-
ción, dice que la estructura político-social de ésta fue la de una repúbli-
ca aristocrática, desde ¡os inicios de su Historia hasta Constantino.
Sentimientos sinceramente democráticos no fueron tenidos por ningún
político romano (salvo, quizás, los Gracos). Sobre estos principios, los
antiguos monarcas y, mucho después, ¡os emperadores no serían más
que simples presidentes vitalicios de una república aristocrática, y (en el
intermedio) los cónsules, simples primeros magistrados con sus poderes
sumamente limitados por Senado y Comicios. Estos puntos de vista
podrán ser susceptibles de critica, pero no deben ser en absoluto recha-
zados por principio.
• Tesis de las que se hicieron poitavoccs, respectivamente, César y
Pompeyo, y que con diversas alternativas van a estar en pugna a lo lar-
go de los casi cinco siglos que duró el Imperio Romano. Más adelante
haremos alguna referencia sobre estos extremos.
9
La conquista de Dacia (actúa! Rumania) por Trajano, a comienzos
del siglo II fue acometida, fundamentalmente, más como intento de en-
derezar las finanzas imperiales que por puro prestigio político.
comunidad palestina, de otras múltiples (la D i á s p o r a )
desperdigadas por el M e d i t e r r á n e o . Las cifras de pobla-
ción son, naturalmente, muy poco precisas, tanto para el
conjunto del I m p e r i o como para la propia Palestina.
10
10
J . BELOCH dio, en 1886, la cifra de 54 millones de habitantes para
el conjunto del Imperio Romano en los primeros años de la Era Cris-
tiana. W. D. BORRIE, Historia y estructura de la población mundial;
pág. 78; Ediciones Istmo, Madrid, 1970.
11
J . HUBY, «El cristianismo primitivo en su marco histórico», en
Dios, el Hombre y el Cosmos; pág. 394; Madrid, 1965.
1 2
R. MARCUS, «La época helenística», vol. II de Grandes épocas e
ideas del pueblo judío; pág. 46; Buenos Aires, 1965. S. W. BARÓN, Ob.
cit., pág. 226-31, da las siguientes cifras: ocho millones de judíos para
la totalidad del mundo conocido. De ellos, cuatro millones en el Impe-
rio Romano (excluida Palestina) y millón y pico en Babilonia y zonas
no sometidas a la influencia política de Roma.
1 3
J . ISAAC, Las raíces cristianas del antisemitismo; págs. 41 y sigs.;
Buenos Aires, 1966. Abunda en este punto para echar por tierra la idea
de que la dispersión se iniciara después de la destrucción del Templo en
el 70, como castigo del «pueblo deicida». Criterio éste muy del gusto,
hasta hace algunos años, de las corrientes más conservadoras de la apo-
logética cristiana.
nicia. La segunda habría que localizarla a raíz de la con-
quista de Palestina por los macedones (hacia el 320 a. de
C . ) . Ptolomeo Soter atrajo j u d í o s a A l e j a n d r í a ; otros se
fijaron en la Cirenaica. Un cálculo aproximado da la
cifra de cien m i l personas movilizadas en estos a ñ o s . En
un tercer momento, bajo A n t í o c o el Grande (223-188) fa-
milias j u d í a s se asentaron, animadas por el propio mo-
narca, en Mesopotamia, Frigia y L i d i a . Desde la revuelta
de los macaoeos, la corriente migratoria se fue acentuan-
do: muchos j u d í o s fueron vendidos como esclavos en
A s i a Menor, Egipto y, más tarde, en la misma R o m a .
Las guerras civiles y los ajustes de cuentas que se suce-
dieron sin interrupción hasta la relativa pacificación
lograda en los primeros a ñ o s de dominio romano, empu-
jaron a muchos al exilio Sin embargo, se ha insistido
en que muchos de los j u d í o s asentados en las distintas co-
munidades no lo serían de origen sino conversos.
Resulta difícil hacer una relación de las profesiones
ejercidas por los judíos de la Diáspora. Para Egipto se
han dado algunas referencias a su papel como banqueros
y prestamistas, aunque el hecho de que procedan de testi-
monios duramente críticos obliga a manejarlas con pre-
caución. Igualmente, la figura del j u d í o mercader en
territorio egipcio se nos presenta muy relativizada, si te-
nemos en cuenta que bajo la m o n a r q u í a helenística de los
ptolomeidas, las actividades mercantiles constituían un
monopolio estatal, y bajo la d o m i n a c i ó n de R o m a esta-
ban en manos de corporaciones de mercaderes romanos.
La inclinación m á s general por parte de la investigación
es a considerar que las profesiones de los j u d í o s en Egip-
to serían las de agricultores (peones o arrendatarios), ar-
tesanos y recaudadores de impuestos . 15
14
GUIGNEBERT, Ob. cit., pág. 54.
15
R. MARCUS, Ob. cit., pág. 54.
pieron evolucionar al c o m p á s de las transformaciones
e c o n ó m i c a s , o la nueva burguesía (orden ecuestre), prin-
cipal beneficiaría de la nueva situación. La masa de
p o b l a c i ó n p e r m a n e c i ó en una situación bastante dete-
riorada. En el caso particular de los j u d í o s cabe men-
cionar algunas circunstancias peculiares. S. W. B a r ó n ha
jugado con la posibilidad de un aumento de los precios a
lo largo del siglo i a. de C. paralelo al que se e x p e r i m e n t ó
en la vecina Egipto. A ello se unirían los desequilibrios
regionales entre la «vieja» Judea y las « p r o v i n c i a s » como
Galilea, recientemente incorporadas al Judaismo y con la
conciencia de ser explotadas por aquélla y por los pro-
pietarios absentistas. Esta circunstancia le daría una po-
tencialidad revolucionaria mayor. T a m b i é n se dejaba
sentir la ausencia de una auténtica-burguesía semejante a
la de los países de fuerte tradición helénica que, en cierta
medida, hacía de « a m o r t i g u a n t e » social: la mayor parte
de los miembros de las clases medias de Palestina se con-
centraban en ciudades «griegas» dotadas de una
a u t o n o m í a política y social t o t a l . En última instancia,
16
16
BARÓN, Ob. cit., págs. 371-6.
17
E. FROM'M, El dogma de Cristo; pág. 28; Buenos Aires, 1971.
r,o
por otra parte, h a b í a n hecho importantes p r é s t a m o s . La
civilización griega pervivió sin ser barrida por la conquis-
ta política de R o m a . El griego siguió siendo vehículo de
expresión de buena parte de la población del mundo me-
d i t e r r á n e o , y las clases altas romanas acabaron por bene-
ficiarse de un perfecto b i l i n g ü i s m o .
)8
20
Sobre el concepto de grupo en la sociología religiosa, hicimos una
síntesis de los puntos de vista de distintos autores en nuestro artículo
«Los movimientos heterodoxos como fenómenos histórico y sociológi-
co» en la revista Religión y cultura, 1972, págs. 505 a 507. Trabajo más
tarde publicado como folleto bajo el título El cristianismo como fenó-
meno histórico, Madrid, 1973. Para más detalles resulta una buena
guía la obra ya mencionada de E . K. NOTTINGHAM. ES conveniente des-
tacar que sobre el concepto «herejía» (referido a un grupo religioso) no
existe un pronunciamiento entre los sociólogos e historiadores protes-
tantes. Parece, por el contrario, tratarse de un concepto de manejo casi
exclusivo de los historiadores católicos, e intercambiable con el de «sec-
ta». Vid. para ello H . KÜNG, La Iglesia; págs. 291 y sigs.; Barcelona,
1970.
21
GUIGNEBERT, Ob. cit.; pág. 291.
22
Ibid., pág. 253.
p r o b l e m a , considera como sectas a todas las corrientes
23
hace obligada.
Los saduceos c o n s t i t u í a n , verdaderamente, un grupo
muy reducido en el mundo palestino de tiempos de Jesús.
El t é r m i n o «aristocracia sacerdotal» puede ser perfecta-
mente adecuado para definirlos, siguiendo, en tal caso, lo
que Flavio Josefo dijo de e l l o s . El Templo constituyó
25
23
Una excelente síntesis de esta cuestión la constituye su obra Las
sectas judías en el tiempo de Jesús; Buenos Aires, 1969. De este mismo
autor, en colaboración con A. BENOIT, es la útilísima visión del estado
actual de las investigaciones sobre el Judaismo post-profético y los ini-
cios del Cristianismo, titulada El judaismo y el cristianismo antiguo;
Barcelona, 1972.
2T
FROMM, Ob. cit.; págs. 28-29.
25
Uno de los resultados de la Restauración fue, precisamente, el es-
tablecimiento de la preponderancia del elemento clerical sobre el laico.
Frente a todas las vicisitudes sufridas por el pueblo judío, el Templo
acabó por convertirse en el verdadero centro vital. GUIGNEBERT, Ob.
cit.; pág. 75.
los fariseos . En todos los órdenes de la vida, el
26
26
M. SIMÓN, Los primeros cristianos; pág. 11; Buenos Aires, 1963.
2 7
M. SIMÓN, Las sectas...; pág. 26.
21
PARRES, Ob. cit.; pág. 31.
29
Así, frente a las posiciones rigoristas del rabino Sharnmay, parti-
dario de una estricta guarda de las prescripciones de la Thora, se si-
tuaron las más concillantes y liberales de Hiilel. Ei primero se encontró
ligado a los medios tradicionalistas, conservadores y aristocráticos.
Una postura social, en definitiva, casi saducea. Hillel, por ci contrario,
se hizo el portavoz de la gente común y el defensor de los desheredados.
N . N . GLATZER. Hiilel el sabio; págs. 61-62; Buenos Aires, 1963.
3 0
LAGRANGE, Le Judaisme a^ant Jesus-Chirst; pág. 272; París,
1931.
muy en la línea de lo que Flavio Josefo dijo de ellos:
31
FLAVIO JOSEFO, Guerra de los judíos y destrucción del Templo y
ciudad de Jerusalén; vol. I, págs. 153-4; Barcelona, 1972.
3 2
M. SIMÓN, Las sectas...; pág. 30.
33
La época mosaica para los judíos de la época de Jesús; la helénica
para FRIEDLANDER; y el exilio babilónico para WELI.H ALISEN. Vid.
GUIGNEBERT; Ob. cit., pág. 99.
n á m i c o y menos elitista que la postura adoptada por los
saduceos . Los actos puramente cultuales tuvieron en la
34
miento evangélico.
Si algún defecto cabe achacar a la secta, no sería el de
hipocresía, sino los de p e d a n t e r í a , abuso de la casuística
o desprecio por la masa ignorante . 36
34
La exaltación del estudio por encima de la oración y la figura del
rabí, hombre tanto de fe como de estudio, serán típicas del Judaismo
talmúdico. M. ADLER, El mundo del Talmud; págs. 117-8; Buenos
Aires, 1964.
35
GLATZER, Ob. cit.; pág. 47.
3 6
M. SIMÓN, Los primeros cristianos, pág. 10.
3 7
M. SIMÓN, Las sectas...; pág. 34.
R o m a mantuvo casi siempre una postura de notoria
benevolencia hacia las peculiaridades culturales o reli-
giosas de las comunidades sometidas. A cambio exigió
un m í n i m o de obligaciones hacia el Estado: entre ellas, la
percepción de una serie de cargas e c o n ó m i c a s que, con el
transcurso del tiempo, se fueron haciendo m á s pesadas.
La masa popular palestina dirigió su hostilidad por un
doble camino: el político, contra las autoridades de ocu-
pación y los grupos sociales privilegiados y acomodati-
cios; y el religioso, en la espera de un Mesías redentor que
devolviese su independencia al pueblo j u d í o . Las dos 3 8
M
FROMM, Ob. cit.; pág. 34.
3 9
SIMON-BENOIT, El judaismo...; pág. 14.
sefo, que por su posición social no guarda simpatía algu-
na hacia ellos. La referencia, aunque centrada en los mo-
mentos que precedieron a la destrucción de Jerusalén el
a ñ o 70 y no exenta de parcialidad, puede trasponerse a
momentos anteriores:
40
F. JOSEFO, Ob. cit.; vol. II, pág. 46-7.
4 1
Muy interesante estudio sobre esta cuestión se lo debemos a S.
G. F. BRANDON, Jesús and the Zealots; Manchester, 1967. Se han ale-
gado diversos argumentos a favor de la filiación zelótica de Judas Isca-
riote, sobre la base de que la palabra «sica» (probablemente deformada
en «isca») designa «puñal», arma favorita de los extremistas judíos en
sus operaciones. C. TRESMONTANT, Ob. cit.; pág. 203, sugiere que el
apodo de Pedro, llamado Simón Ban Joña, se puede constituir en otra
pista significativa: Ban Joña —Birjomín—, apelativo con el que los
ocupantes designaban a los terroristas antirromanos.
más adelante recalcaremos—, y participó de todas sus
complejidades. M. Simón dice que los zelotes « m á s que
anarquistas, eran mantenedores de una teocracia que pa-
ra ser instaurada requería que los ocupantes paganos
fueran previamente e l i m i n a d o s » . M i r a r o n , en definiti-
42
42
SIMON-BENOIT, Ob. cit.; pág. 14.
D i o s . . . Tienen una o p i n i ó n por muy verdadera
que los cuerpos son corruptibles, y ia materia de
ellos no es perpetua, pero las almas quedan
siempre inmortales... . 43
43
FLAVIO-JOSEFO, Ob. cit.; vol. I, págs. 147 a 152. I
44
Lo que, unido al reducido número de fariseos y el muy exiguo de
saduceos, da una muestra del carácter minoritario de las sectas en terri-
torio palestino.
45
Muy conocidas, A. DvpONTSoMMEK,Apercuspreliminairessurles
manuscrits de la Mer Mort; París, 1950; J . DANIELOU, LOS manuscritos
del Mar Muerto y los orígenes del cristianismo; Madrid, 1961; y E.
WILSON, Los rollos del Mar Muerto; Méjico, 1966.
de los conventículos pitagóricos de Alejandría proyec-
tada a Palestina. E l l o sobre la base de la rígida equi-
p a r a c i ó n que el propio historiador Josefo hace de
esenismo = pitagorismo. En segundo t é r m i n o , ha sido
t a m b i é n sugerida la influencia del parsismo, dados los
bautismos frecuentes, el uso de vestiduras blancas, la ve-
neración al sol y las prácticas mágicas. Sería una deriva-
ción ó" las influencias espirituales que la d o m i n a c i ó n
persa dejó en suelo palestino . En último t é r m i n o , se ha
46
46
GUIGNEBERT, Ob. cit.; pág. 229.
4 7
R. MARCUS, Ob. cit.; pág. 40. Las relaciones esenios-fariseos se
han estudiado también por la vía de los contactos establecidos entre el
fariseo «progresista» Hillel y el esenio Menajem, a caballo entre las dos
sectas. N . N . GLATZER, Ob. cit.; pág. 26.
*' GUIGNEBERT, Ob. cit.; pág. 230.
tación a la doctrina de los Dos Caminos, tan cara a las
posiciones religiosas del dualismo.
En este mismo contexto cabe colocar la figura del
Maestro de Justicia, probable inspirador de la secta,
enfrentado al Profeta de la Mentira. El primero moriría
a manos del segundo, que, a su vez, e n c o n t r a r í a el justo
castigo. Resulta difícil identificar a ambos, m á s a ú n
cuando no existe una coincidencia de criterios a la hora
de datar los documentos. Para el Maestro de Justicia se
ha dado el nombre de O n í a s , c o n t e m p o r á n e o de los se-
léucidas y muerto violentamente hacia el 170 a. de C. P a -
ra el Profeta de la Mentira se ha pensado en una serie de
personajes casi todos ellos vinculados a la aristocracia sa-
cerdotal o a los ocupantes extranjeros . No se ha descar-
49
49
WILSON, Ob. cit.; págs. 69 a 73.
5 0
M . SIMON, Las sectas...; pág. 47.
m ú n , e t c . , serían otros tantos matices a tener en cuenta
dentro de una tendencia c o m ú n . 5 1
51
GUIGNEBERT, Ob. cit.; pág. 233.
52
Ya en el pasado siglo Renán mantuvo, en una línea semejante, la
idea de que el Cristianismo había sido una especie de esenismo con
amplio éxito. Una buena exposición del estado actual de la cuestión, en
SIMON-BENOIT, Ob. cit.; págs. 179 y sigs.
53
Aunque pueda considerarse superada en algunos aspectos, sigue
siendo sumamente útil la obra de M. GOGUEL, AU seuil de TEvangile:
Jean-Baptiste; París, 1928.
54
Que acabarían también desembocando «en un sistema de prescrip-
ciones, ceremonial y leyes». E. SCHOPEN, Ob. cit.; pág. 104. También
J . DANIELOU, en Ob. cit.; pág. 31, ha defendido el esenismo original del
Bautista, aunque salvaguardando siempre su fuerte vocación personal.
55
WILSON, Ob. cit.; pág. 39.
Juan y en Jesús se a d m i t í a una sola vez, mientras que los
lavatorios rituales esenios eran d i a r i o s . . . . 56
5 9
J. DANIELOU, Ob. cit.; págs. 46-48. Aparte de las diferencias de
proyección social entre el Maestro de Justicia y Jesús, reconoce otra ca-
pital: las prerrogativas divinas que no se dan en el primero y sí en el se-
gundo; págs. 104-5.
6 0
J. R. GEISELMANN, Jesús el Cristo. La cuestión del Jesús histórico;
págs. 196a 199; Alcoy, 1971. DANIELOU, en Ob. cit.; pág. 112, pone en
duda el filoesenismo de los Apóstoles, a quienes considera ligados más
a los medios del zelotismo.
61
La comunidad judía de Alejandría no era una novedad absoluta
en el medio egipcio. En efecto, incluso antes de la dominación del país
por los persas existen precedentes: los faraones de la dinastía saíta fa-
vorecieron la instalación de una colonia hebrea en el puesto fronterizo
de Elefantina. LODS, Les prophètes...; págs. 302-9.
que en un rango inferior, ya que no p o d í a n llamarse «hi-
jos de A b r a h a m » . A su lado, figuraría otro grupo, los se-
miprosélitos, que no seguían tan estrictamente el legalis-
mo j u d í o : son los «temerosos de Dios» que se ligan al
m o n o t e í s m o y a las prescripciones morales de la T h o r a . 6 2
6 2
GUIONEBERT, Le monde...; págs. 303-4.
63
El papel de Filón, como portavoz de una combinación de revela-
ción y razón, proyectada luego hacia el futuro, ha sido estudiado, entre
otros, por H. WOLFSON, Philo;Cambridge, Mass., 1947-8 (2 vols.), y J .
DANIELOU, Ensayo sobre Filón de Alejandría; Madrid, 1962.
64
SIMON-BENOIT, Ob. cit.; pág. 140.
se encuentra el Logos, Idea suprema de la que emanan
todas las ideas. El fin supremo del hombre está en libe-
rarse de la materia para renacer en la fuente pura espiri-
tual...
En Filón y el grupo de j u d í o s alejandrinos se llegó, así,
al establecimiento de estrechos vínculos entre los pensa-
mientos de Grecia e Israel, hasta entonces sólo relaciona-
dos por débiles contactos. En virtud de ello, Filón ha si-
do tomado como un precursor de San P a b l o . Las re- 65
1
En contraste con puntos de vista mantenidos por otros autores que
muestran sus reservas a la hora de calificar de «revolucionarios» a los
grupos político-religiosos más extremistas del panorama social judío
(cf. nota 42, cap. 11), un determinado sector de investigadores no duda
en considerar como revolucionaria la situación del mundo palestino en
tiempos de Jesús. Aparte del mencionado Brandon, G . PUENTE OJEA
dice que «aunque sea evidente la imposibilidad de trazar una semblanza
biográfica pormenorizada del Nazareno, es posible delinear el sentido
social, político y religioso de su acción, en el marco de los movimientos
de protesta antirromana en la Palestina del siglo i de nuestra era». En
Ideología e historia: la formación del Cristianismo como fenómeno
ideológico; pág. 125; Madrid, 1974.
2
E. FROMM, Ob. cit.; pág. 26.
Judaismo y del Cristianismo (al menos, el primitivo) pa-
rece fuera de duda que algunas de sus tendencias consti-
tuyeron algo m á s que un instrumento de consuelo de
oprimidos o de alivio de posibles remordimientos. El ze-
lotismo —ya lo hemos expuesto— tuvo unos perfiles que
en absoluto pueden ser calificados de conservadores. No
conviene, sin embargo, hacer de esta corriente (minorita-
ria, desde luego) el p a t r ó n a través del cual midamos la
capacidad de reacción del mundo j u d í o ante una si-
t u a c i ó n social o política determinada. De forma paralela,
el saduceísmo (corriente situada en el otro extremo e
igualmente minoritaria) tampoco puede ser tomado co-
mo medida del espíritu acomodaticio de toda una comu-
nidad, sino tan sólo del de una parte de sus m i n o r í a s diri-
gentes.
En definitiva, el análisis de la trayectoria histórica del
primitivo Cristianismo constituye el único medio válido
de poder dilucidar algunas de sus implicaciones sociales.
3
M . WEBER, Ancient Judaism; pág. 3; Glencoe, Illinois, 1952.
SI
descontenta, la esperanza en la llegada de un enviado d i -
vino, y la creencia en un p a r a í s o a la vez sagrado y
profano . 4
4
M. I. PEREIRA DE QUEIROZ, Historia y etnología de los movimien-
tos mesiánicos; pág. 22; Méjico, 1969.
5
SIMON-BENOIT, Ob. cit.; pág. 17.
6
N. COHN, En pos del milenio. Revolucionarios. Milenaristas y
anarquistas místicos de la Edad Media; págs. 18-19; Barcelona, 1971.
un enviado de Dios dotado de poderes sobrenaturales . 7
7
GUIGNEBERT, Le monde...; pág. 198.
8
M. ELIADE, El mito del eterno retorno; págs. 116 a 121; Madrid,
1972.
9
GUIGNEBERT, Le monde...; pág. 198.
i 10
GUIGNEBERT, Jesús; págs. 323-5, afirma que si Jesús se presentó
bajo otras cualidades, la predominante fue, sin duda, la de heraldo del
Reino.
Ibid., págs. 336-7.
11
ner en cuenta que también se desenvolvió en el á m b i t o de
otros dos mundos que le condicionaron fuertemente: el
griego y el romano. El primero presentó al Cristianismo
la enorme ventaja de su evolución avanzada ya hacia el
m o n o t e í s m o en los inicios de nuestra E r a y su fuerza es-
1 2
12
Recordemos, a título de ejemplo, las tendencias de la filosofía es-
toica, nacida en el mundo griego y perfectamente aclimatada en Roma.
Muchos de sus puntos de vista resultaban afines a los del Cristianismo.
Hasta fecha muy avanzada se mantuvo la tradición de una supuesta
correspondencia entre el filósofo estoico Séneca y el apóstol Pablo.
13
Buena síntesis de estos puntos de vista, en J. LORTZ, Historia de la
Iglesia; págs. 41 a 47; Madrid, 1962.
14
SIMON-BENOIT, Ob. cit.; pág. 32.
que, a la larga, c o n t r i b u y ó a profundizar el foso entre
Cristianismo y J u d a i s m o . 15
15
En este sentido, puede uno remitirse a la obra mencionada de
GUIGNEBERT, Jesús, quizás uno de los más detallados estudios sobre la
vida del personaje. Más reciente, y sobre cuestiones más concretas, es
de gran interés el trabajo de S. G . E. BRANDON, The Trial of Jesuseo/
Nazareth; Londres, 1971; en línea semejante a otros estudios de este
autor antes mencionados.
16
La historieta-anécdota se encuentra recogida en distintos estudios.
Entre ellos, la síntesis de S. Z . EHLER, Historia de las relaciones entre
Iglesia y Estado; págs. 14-5; Madrid, 1966.
1 7
Recogida por A. LOISY, L'Evangile et l'Eglise; París, 1902.
1 8
GUIGNEBERT, Le Christ; págs. 13 y sigs.
laboriosamente madurado de una experiencia de v i d a » , 1 9
19
Ibíd., pág. 23.
2 0
H. J. SCHOEPS, El Judeocristianismo; pág. 16; Alcoy, 1968.
21
Act. 15, 1-10.
El valor de este pasaje es extraordinario. Refleja per-
fectamente la resistencia de un sector de j u d í o s pasados
al Cristianismo, que veían en la nueva doctrina un pro-
ducto casi exclusivamente nacional.
22
SIMON-BENOIT, Ob. cit.; pág. 42.
2 3
Act. 1, 7-8.
2 4
Act. 5, 34.
Sobre estos objetivos puramente j u d í o s que la primera
predicación apostólica se h a b í a propuesto alcanzar, to-
m a r á cuerpo el Judeocristianismo como « r a m a de la Igle-
sia antigua que pretendía unir la fe en Jesús Mesías con
una observancia rigurosa de la ley j u d í a , y que en lo esen-
cial se desarrolló en Israel, pero no sólo a l l í » . 25
25
SIMON-BENOIT, Ob. cit.; pág. 51.
26
SCHOEPS, Ob. cit.; pág. 19.
27
Ibid., pág. 30.
28
Ibid., pág. 75-6.
feta, pero que difícilmente asimilaron la idea de tomarle
como H i j o de Dios resucitado . 29
29
DANIELOU, Ob. cit.; pág. 153.
3 0
SCHOEPS, Ob. cit.; pág. 153. DIEZ MACHO, El medio ambiente
judío en el que nace el Cristianismo. En La Iglesia primitiva; pág. 92;
Salamanca, 1974.
redera del paulinismo) una idea: el sometimiento jerár-
quico de las comunidades filiales . 31
31
R. MEHL, Traite de sociologie du protestantisme; págs. 127-9;
Neuchatel, 1965. Las diferencias entre los puntos de vista paulinos y los
de los discípulos de Jesús han sido reiteradamente resaltados. Reciente-
mente, por BRANDON, The Trial...; pág. 21, en donde se recalcan las di-
ferencias entre Pablo por un lado y Santiago «hermano del Señor»,
Pedro y Juan por otro.
32
Sobre estos principios generales y abundando en otras ideas ex-
puestas por LOISY, M . GOGUEL, en Jesús de Nazareth. Mythe ou His-
toire; pág. 306; París, 1925; dice que «los cristianos no han predicado
solamente, como Jesús, la proximidad del Reino de Dios, sino, ante to-
do, la doctrina de la salvación por la muerte y la resurrección de
Jesús».
33
GUIGNEBERT, Le Christ; pág. 128; París, 1969.
90
sigue permaneciendo la duda de si Esteban (marginando
las visiones apologéticas ligadas a la figura del personaje
como p r o t o m á r t i r ) p r e t e n d i ó conscientemente romper
con el Judaismo o sólo hacer una crítica de sus posturas
m á s decadentes adscritas a la aristocracia del Templo ' . 3 1
39
J. A. FITZMYER, Teología de San Pablo; págs. 81 a 92; Madrid,
1975.
3 9
En Jesús de Nazareth expresa de forma tajante las diferencias
entre el papel de Jesús, que se limitó a anunciar las promesas hechas
por Dios a Israel, y el Cristianismo, religión nueva; pág. 306.
4 0
M. SIMÓN, Los primeros cristianos; pág. 16.
41
S. SCHOPEN, Ob. cit.; pág. 106.
de todos los creyentes, cualesquiera que fueran sus pro-
cedencias. A título de ejemplo (uno de tantos), un pasaje
de la « E p í s t o l a a los G á l a t a s » , resulta sumamente signifi-
cativo:
* * *
42
Gal., 6, 15-16.
4 3
O . CULLMANN, El Nuevo Testamento; pág. 41; Madrid, 1971.
44
Ibíd., págs. 49 a 58.
nes del siglo i » , cuando Judaismo y Cristianismo h a b í a n
roto definitivamente. Las luchas en torno a la vigencia de
la ley, expresadas en los Sinópticos, se encuentran a q u í
ya ausentes . 45
* * *
4 5
J. R. GEISELMANN, Jesús el Cristo. La cuestión del Jesús histórico;
págs. 167-8; Alcoy, 1971.
4 6
H . FEHNER, «El problema de Cristo», en Dios, el hombre y el Cos-
mos; págs. 374-5.
mo, aunque de una forma sumaria a ú n , hasta los confi-
nes occidentales del I m p e r i o . 47
47
A título de ejemplo: los datos sobre la temprana evangelización de
Esparta a cargo de Santiago han de considerarse como meras leyendas
piadosas, surgidas, por lo demás, avanzada ya la Edad Media.
48
Puntos de vista recogidos por R. MLHL, Ob. cit.; págs. 53 a 55.
4 9
CULLMANN, Ob. cit.; pág. 120. Para M . DL LUBAC —óptica
católica— la idea de comunión de las distintas iglesias con Roma era ya
fuerte desde fines del siglo I. Las iglesias particulares en la Iglesia Uni-
versal pasiva; Salamanca, 1974.
surrección constituye el hecho salvador decisivo: el paso
del viejo al nuevo mundo. Sobre estos principios, la Igle-
sia, aunque en sus comienzos apenas tuviese visos de or-
ganización, iría adquiriendo las características de una
« c o m u n i d a d escatológica de los elegidos, de los santos,
que ya están justificados y que viven porque están en
Cristo» . 50
* * *
56
Por remitirnos a algunos ejemplos: Tit., 2, 9 («Los esclavo:, sean
obedientes a sus dueños, dándoles gusto en todo, no siendo respondo-
nes»); 1 Tim., 6, 1 («Todos los que están bajo la servidumbre han de
considerar a sus señores como dignos de todo respeto»); Col., 3, 22
(«Esclavos, obedeced en todo a vuestros amos según la carne, no con
obediencia externa, como para complacer a los hombres, sino con sen-
cillez de corazón y temor de Dios»). Esta postura de sumisión no es in-
compatible con un trato benévolo que el amo debe dar al siervo. La
Epístola a Filemón, recomendándole acoja a su siervo prófugo, recién
convertido, se ha tomado, tradicionalmente, como muestra de una de
las principales posturas doctrinales de la primitiva Iglesia ante la
problemática de las relaciones sociales.
5 7
GUIGNEBERT, Le Christ; pág 267.
A . LOISY, La naissance du Christiaiüsme; pág. 168; París, 1933.
5 8
59
Ibíd., pág. 169.
La idea de E. TROELTSCH que definió al Cristianismo primitivo co-
6 0
sas críticas. PUENTE OJEA, en ob. cit.; págs. 193-5, lo considera más
bien «comunismo consuntivo» en el que el trabajo desempeñaba una
pobre función.
61
FROMM, Ob. cit.; pág. 64.
6 2
O. GIGON, Ob. cit.; pág. 18. Sostiene incluso la incapacidad en
que se hubiera encontrado el Cristianismo para subsistir en caso de no
haber sabido captarse las simpatías de las minorías rectoras.
E L C R I S T I A N I S M O Y L A CRISIS
DEL ESTADO UNIVERSAL ROMANO
2
Vid., para ello, entre otros trabajos de síntesis: L. MUSSET, Las in-
vasiones: las oleadas germánicas; Barcelona, 1967, y E . MITRE, Los
germanos y las grandes invasiones; Bilbao, 1968.
Eduardo Meyer, en su momento, fijó las líneas ma-
estras sobre las que Principado y M o n a r q u í a h a b í a n de
descansar tal y como Pompeyo y César lo concibieron:
3
6
Puntos de vista sostenidos por G. DE REYNOLD en «El mundo bár-
baro y su fusión con el romano», vol. V de La formación de Europa;
págs. 54-56; Madrid, 1955.
La crisis del siglo ni fue atizada, de forma primordial,
por estos elementos militares que los sucesivos empera-
dores utilizaron para salvaguardar su poder, o, simple-
mente, para conquistarlo. M. Rostovtzeff dice que uno
7
7
Ob. cit.; págs. 371-2.
8
Ibid.; pág. 365.
necesario precisar que se t r a t ó de la c o n s u m a c i ó n de un
proceso que se fraguó desde tiempo a t r á s , resultado de la
necesidad de una «descentralización». Tampoco con-
viene ignorar en ningún momento el hecho de que el
mantenimiento de la personalidad de las distintas re-
giones del Imperio frente al proceso de uniformidad de la
r o m a n i z a c i ó n t e n d r í a un peso decisivo en este f e n ó m e n o .
La progresiva identificación de la cultura helénica con el
Imperio Bizantino es algo que rebasa con mucho los
límites de la pura a n é c d o t a .
Roger Remondon reconoce tres tipos de «descentrali-
z a c i ó n » : la legal (el frustrado intento de Marco Aurelio
en el 168 de confiar parte del imperio a A v i d i o Casio); la
pura u s u r p a c i ó n (caso de M a c r i n o en Oriente a la captu-
ra de Valeriano por los persas) y la t r i a r q u í a (entre el 260
y el 274 hay, de hecho, tres emperadores: uno en P a l m i -
ra, otro en R o m a y un tercero en la G a l i a ) . 9
12
Ob. cit.; passim.
" lbíd.; pág. 397.
J. IMBERT, Historia económica. De los orígenes a 1789; pág. 80;
1 4
Barcelona, 1971.
p á l m e n t e , acabaron cayendo en el vacío: edicto del Máxi-
m u m , del 301, que t r a t ó de regular de forma precisa los
precios de los productos y la r e m u n e r a c i ó n de los artesa-
nos; nuevas medidas de saneamiento monetario (crea-
ción del solidus aureus), e t c . 15
15
Ibíd.; pág. 83.
16
En Orígenes de la economía occidental; págs. 7 y 8; Méjico, 1957.
1 7
LOT, Ob. cit.; pág. 65.
gularmente sus necesidades . P o r otro lado, la endeblez
1S
11
DAUMAS, Les origines de la civilisation technique; pág. 250; París,
1962.
" En El historiador y la Historia Antigua; Méjico, 1955.
dio, fue sujeto a la tierra. Esto, de rechazo, creó una si-
tuación ambigua, ya que el gran propietario a c a b ó con-
virtiéndose en el « p r o t e c t o r » del nombre modesto frente
a las exacciones del fisco. El latifundio se convirtió así en
una potencia cuyo radio de acción r e b a s ó los límites
estrictamente e c o n ó m i c o s .
La clase media de los curiales sufrió t a m b i é n los efec-
tos de estas medidas: los miembros de los consejos muni-
cipales quedaron sujetos a su condición de tales, hacién-
dose responsables, con sus bienes, de la r e c a u d a c i ó n de
impuestos.
Este régimen de castas , aparte del esclerosamiento
20
20
LOT, Ob. cit.; passim.
1 10
taciones el posible cemento de u n i ó n de una sociedad
que se desintegraba de forma galopante.
El Cristianismo h a b r í a de convertirse en el principal
beneficiario de este cambio de actitud.
2 1
K. PRUMM, «Helenismo y Cristianismo», en Cristo y las religiones
de la tierra; págs. 215 a 217.
2 2
Recogido en MITRE, Los germanos...; pág. 52.
ción de una propaganda, rozando a veces en lo burdo, de
algunos apologistas . T a m b i é n , y en primera línea, pesó
23
23
O. GIGON, Ob. cit.; pág. 216.
24
Ibíd.; págs. 131 a 142.
2 5
PRUMM, Ob. cit.; págs. 226-7.
2 6
E. R . DODDS, Paganos y cristianos en una época de angustia;
págs. 177-8; Madrid, 1975.
2 7
C . MORESCHINI, Cristianismo e imperio; pág. 5; Firenze, 1973.
Sin embargo, el t é r m i n o « p e r s e c u c i ó n » , aplicado a los
primeros tiempos del Cristianismo, resulta sumamente
ambiguo. Cabe alegar distintas razones en este sentido:
en primer lugar, el que el Cristianismo no sufrió de for-
ma exclusiva la hostilidad periódica de las autoridades
romanas, sino que m á s bien fue copartícipe de ella, junto
con otras tendencias espirituales; recordemos las disposi-
ciones antijudías del antecedor de N e r ó n , Claudio. En
segundo ' é r m i n o , si tenemos en cuenta la definición más
admitida del concepto «persecución», resultaría muy
difícilmente aplicable a las disposiciones de las autorida-
des romanas con anterioridad al siglo m: «medidas ofi-
ciales, legales y judiciales o administrativas cuyo objeto
era obstruir el desarrollo del Cristianismo e inclusive
destruirle», según expresión d e M . G o g u e l . 28
2 8
Definición que recogemos en Los movimientos heterodoxos...;
pág. 512.
29
En El Dios invicto; passim.
30
Ibíd.; págs. 117 y sigs.
dores del siglo ni hacia el Cristianismo, resulta patente en
determinados p e r í o d o s . Así, Alejandro Severo permitió
a los cristianos la compra de bienes a título de corpora-
ción; Filipo el Á r a b e (bajo cuyo gobierno se celebró el
milenario de la fundación de Roma) ha sido presentado
por algunos apologistas como una especie de cristiano
vergonzante. En definitiva: a lo largo de la primera m i -
tad del siglo m, el Cristianismo conoció períodos m á s
largos de tolerancia oficial que de abierta hostilidad. El
objetivo de los edictos persecutorios dados de forma pe-
riódica se orientó m á s a «limitar la expansión de la Igle-
sia y combatir su influencia» que a destruirla en sus mis-
mas r a í c e s .
31
31
SIMON-BENOIT, Ob. cit.; pág. 75.
32
Ibíd.; pág. 76.
33
MORESCHINI, Ob. cit.; pág. 13.
ciano, llegaron demasiado tarde para actuar como fuerza
moral capaz de aglutinar a las poblaciones del Imperio y
reforzar unas medidas políticas y socio-económicas que,
aparte de severas, se mostraron, a la larga, como total-
mente ineficaces . 34
3 9
PUENTE OJEA, Ob. cit.; págs. 249 y sigs.
4 0
F. ALTHEIM, El Dios invicto; págs. 127 a 138.
4 1
En Ob. cit.; pág. 212.
JUDAÍSMO Y CRISTIANISMO
EN EL U M B R A L DE LA SOCIEDAD
MEDIEVAL
1
En La litterature latine Chretienne; pág. 9; París, 1970.
2
La traducción castellana del primer volumen, que es el que nos in-
teresa en este caso, es de Madrid, 1955.
pasionado del medio ambiente en que las varias tenden-
cias espirituales se desenvolvieron en el p e r í o d o de transi-
ción al Medievo.
7
Tales argumentos se recogen en el volumen correspondiente de la
Historia de la iglesia, dirigida por H . J E D I N , escrito por K . B A U S .
8
J. BURCKHARDT, Ot>. CÍt.¡ pág. 367.
por derecho divino. Sobre la base de los escritos de Lac-
tancio, C o c h r a n e insiste en la idea de que el emperador
9
9
Ob. cit.; pág. 187.
1 0
F. A L T H E I M , Ob. cit.; passim.
11
Ob. cit.; pág. 216.
C H . D A W S O N , LOS orígenes de Europa; pág. 53; Madrid, 1945.
1 2
Cristianismo: la alianza con los poderes políticos. La
multiplicidad de dioses paganos quedaron, desde este
momento, proscritos por la L e y . . .
A la larga, la política de Teodosio se h a b í a de presen-
tar como un error de grandes magnitudes. Para él, las i n -
yecciones de vitalidad para reanimar las decaídas fuerzas
del Imperio, habrían de venir, por un lado, del Cris-
tianismo, como nuevo elemento de unidad moral; y, de
otra parte, de los b á r b a r o s , a los que se pretendía asimi-
lar como «federados» a fin de dar al Imperio el necesario
impulso político y m i l i t a r . 13
"•
Por lo que se refiere al primer extremo, Teodosio,
viene a decir C o c h r a n e , prestó un flaco favor a la Igle-
14
13
Recogido en nuestra síntesis «Los germanos y las grandes inva-
siones», en donde extractamos las ideas de obras ya clásicas: las de
L O T , L A T O U C H E , R I C H E , R E Y N O L D , a las que hay que añadir la más re-
ciente (y anteriormente mencionada) de L . M U S S E T .
" En Ob. cit.; pág. 331.
1 5
F . L O T , Ob. cit.; pág. 46.
permanente . Iglesia y Estado constituirán en Bizancio
16
16
Para el estudio de los inicios de este fenómeno es útil el trabajo de
síntesis de W. U L L M A N N , A History of political Thought: The Middle
Ages; págs. 45 y sigs.; Londres, 1965. El mantenimiento en Bizancio de
los principios jurídicos del mundo romano habría de incidir de forma
decisiva en este proceso.
1 7
T. S C H I E F F E R , «LaChiesanazionaledi osservanza romana», en La
Chiesa nel regni del!'Europa Occidental! e i loro rapporti con Roma si
no all'SOO; pág. 75; Spoleto, 1960.
1 8
Ob. ch.; pág. 28.
hubo de caer para permitir a la Iglesia su difusión, m á s
allá de los límites políticos que aquél t u v o » .
L o s autores cristianos que viven la transición de la A n -
tigüedad al Medievo dan ya su particular visión del Impe-
rium. Para A m b r o s i o no importa m á s que en la medida
que esté representado por emperadores cristianos y éstos
respondan a los deseos de Dios. Para San A g u s t í n , R o m a
nó tiene por q u é constituir, en absoluto, el fin ú l t i m o de
la H i s t o r i a . Para San Isidoro, R o m a es tanto la «Roma
15
19
Vid. más adelante, en el apartado dedicado al pensamiento histó-
rico entre los primeros autores cristianos.
20
Es significativo el hecho de que la familia de Isidoro emigrase a
Sevilla, desde la ciudad de Cartagena, ocupada por los bizantinos,
representantes epigónicos del viejo Imperio Romano. Para Isidoro y su
hermano Leandro, la monarquía visigoda se empezaba a identificar
con España, más que cualquier intento de reconstrucción del pasado
unitario romano. Vid. I. Q U I L E S , San Isidoro de Sevilla; passim;
Buenos Aires, 1945.
21
En Ob. cit., en los capítulos dedicados a la trayectoria literaria del
mundo clásico.
2 2
Puntos de vista sostenidos, entre otros, por K . B A U S , en la obra
mencionada en la nota 7.
mienza «la gran Iglesia»), trataron de ir presentando su
producción literaria como una suerte de pieza de recam-
bio. Los apologetas empezaron a dejar en un segundo
plano el pensamiento paulino (redención sobrenatural a
través del sacrificio del Señor) para presentar el Cris-
tianismo primordialmente como la religión de la moral,
el m o n o t e í s m o , el conocimiento verdadero, la victoria
sobre el mal, e t c . . Se ha hablado, en este sentido, de un
reforzamiento de la «helenización» del Cristianismo y de
unos deseos de conversión en f i l o s o f í a . 23
23
LORTZ, Ob. cit.; pág. 79.
24
COCHRANE, Ob. cit.; pág. 230.
2 5
En Ob. cit.; pág. 40.
De las corrientes platónicas surgieron los principales
ataques que el Cristianismo sufrió a lo largo de su ascen-
so. En líneas generales, existe en todos ellos un mismo
denominador c o m ú n : la creencia en la tremenda infe-
rioridad intelectual del Cristianismo en relación con el
acervo cultural de otros pueblos. Juliano recoge, en este
sentido, la tradición iniciada por Celso en el siglo II y
proseguida por Porfirio en el III.
Para C e b o , los cristianos no eran m á s que meros disi-
dentes del Judaismo que, por su parte, no h a b í a consti-
tuido un pueblo en sí (como egipcios, persas, indios, asi-
rios, e t c . ) , sino una rama desgajada del mundo f a r a ó n i -
co. Para Celso, «la insurrección es un elemento esencial
del C r i s t i a n i s m o » , así como también su división en nu-
26
30
COCHRANE, Ob. cit.; pág. 265.
31
S. KATZ, Ob. cit.; págs. 133-5.
Cristianismo se a p o y ó fue la retórica. F. L o t apunta (si-
guiendo el pasaje de L i b a n i o : «Si perdemos la elocuencia
¿en q u é nos diferenciaríamos de los b á r b a r o s ? » ) que este
género constituía un arma primordial para ganarse a las
clases superiores a través de la controversia . La con- 32
4 0
PRUMM, Ob. cit.; pág. 218-9.
41
KÜNG, Ob. cit.; pág. 232.
4 2
Ion, 16. 12 ss.
Repetidamente se ha advertido el escaso n ú m e r o de ve-
ces que aparece el t é r m i n o «iglesia» en los primeros auto-
res cristianos. Sólo desde el siglo m irá cobrando fuerza
y, a la vez, se irá identificando con el reino de Dios. En
Oriente y, sobre la base de algunos puntos de vista des-
arrollados por teólogos cortesanos como Eusebio de Ce-
sarea, llegó a pensarse en una especie de reino político-
religioso. En Occidente, por el contrario, y al calor de la
desintegración del poder imperial, se llegó a un cierto
perfilamiento de una teocracia episcopal, defendida por
losiobispos de R o m a , que trataron de mantener la idea de
una Iglesia j e r á r q u i c a y un reino de Dios como realidad
terrena, al margen de cualquier tutela p o l í t i c a . 43
43
KÜNG, Ob. cit.; pág. 213.
4 4
Como síntesis de toda esta problemática, puede consultarse E.
M I T R E , Sociedad y herejía en el Occidente Medieval; Madrid, 1972.
características sociológicas, resalta P u e c h , es su pro-45
b) La dualidad Este-Oeste:
La división política del Imperio Romano, de la que an-
tes hemos hecho m e n c i ó n , refleja también una diferen-
ciación cultural y religiosa que se reforzará a lo largo de
los siglos del Medievo. G. P. Bognetti resalta que uno de
los principales peligros con que se enfrentó la Iglesia, una
vez superada la prueba de las persecuciones, fue el del
mantenimiento de su propia unidad interna. Ésta se veía
amenazada por los peligros del cisma (en las relaciones
Roma-Constantinopla), de los movimientos heréticos y
de los distintos particularismos regionales que se acen-
tuaron al ser sustituida la autoridad del Imperio en Occi-
dente por una multiplicidad de reinos g e r m á n i c o s . 46
4 5
En «La religión de Mani», en Cristo y las religiones de la Tierra;
pàgs. 532-4.
4 6
G. P. B O G N E T T I , «La rinascita Cattolica dell'Occidente di fronte
all'Arianismo e alla scisma», en La Chiesa...; pàgs. 17-18 y 38-39.
ve a San A g u s t í n y Pelagio, que va modelando, poco a
poco, la psique o c c i d e n t a l » .
47
n
Una buena síntesis del problema del cambio de rito en la corona
castellano-leonesa, se encuentra en V A L D E A V E L L A N O , Historia de Espa-
ña; I, 2." parte; págs. 346-7; Madrid, 1963.
50
Entre otros estudios recientes sobre el problema priscilianista, ca-
be recordar: A. B A R B E R O , «El priscilianismo ¿herejía o movimiento so-
i cial?», en Cuadernos de Historia de España, 1963; P. S Á I N Z R O D R Í -
G U E Z , «Estado actual de la cuestión priscilianista», en Anuario de Estu-
dios Medievales; 1964, y L Ó P E Z C A N E D A , Prisciliano. Su pensamiento y
su problema histórico; Santiago de Compostela, 1966.
avanzado el siglo v i , pese a las disposiciones políticas y
eclesiásticas encaminadas a su represión.
El segundo ejemplo de particularismo monacal fue da-
do en la p e n í n s u l a por el sistema del «pactum», acuerdo
contractual entre un grupo de monjes y un abad, por el
cuál éste se compromete a un gobierno recto de la
comunidad . 51
5 3
A. CASTRO, Aspectos del vivir hispánico; págs. 83-84; Madrid,
1970.
5 4
Datos de H. A. WOLFSON, recogidos por R. Marcus, Ob. cit.; pág.
68.
5 5
J. Á L V A R E Z , Judíos y cristianos ante la historia; págs. 323 a 325;
Madrid, 1972.
fueron contemplados con sumo recelo . De hecho, ob- 53
56
R. MARCUS, Ob. cit.; pâg. 78.
5 7
A. LOISY, La religion d'Israël; pâg. 303.
58
Ob. cit.; pâg.;. 259-60.
59
i. ALVAREZ, Ob. cit.; pâg. 37.
T0
PUENTE OJEA, Ob. cit.; pûg. 245.
antisemitismo cristiano empezará a abrirse paso, tam-
bién, un anticristianismo j u d í o . 6 1
61
J. ÁLVAREZ, Oh. cit.; pág. 320.
" CHOURAQU;, Ob. cit.; págs. 32 y sigs.
6 3
G. D. C O H É N , «La época talmúdica», en Grandes épocas e ideas
del pueblo judio; vol. II; pág. 101, dice que «es en esta etapa talmúdica
de su desarrollo cuando el pueblo judío sufre una metamorfosis tan
completa y tan penetrante como para verter su carácter en un molde
que permanece prácticamente inalterable hasta la época moderna».
M
P A R K E S , Ob. cit., págs. 72-73.
6 5
H . K Ü N C , Ob. cit.; pág. 162. En virtud de ello, los años finales del
siglo i fueron el momento de emergencia del Cristianismo como reli-
gión completamente independiente del Judaismo. J. P A R K E S , The
con/lid oj the Church and ¡he Synagogue; pág. 91; Filadelfia, 1961.
extraordinaria fuerza en los escritos del heresiarca M a r -
ción, excomulgado a mediados del siglo n. Partiendo de
un profundo estudio de los escritos paulinos, llegó a la
conclusión de la existencia de una profunda oposición
entre la L e y y el Evangelio. E l l o le llevó a caer en las ten-
dencias dualistas que constituyeron una verdadera tenta-
ción para la primitiva Iglesia. Al Dios del Antiguo Testa-
mento, caracterizado por la Justicia y el T a l i ó n , se
o p o n í a el Dios « b u e n o » que, compadecido de la caída
del hombre, envió un Mesías redentor en la persona de
Jesús, que hizo innecesaria la vieja Ley.
El a n t i j u d a í s m o extremo de las tesis de M a r c i ó n le lle-
vó a una sistemática revisión y expurgación de los escri-
tos neotestamentarios, de los que eliminó todos aquellos
elementos que pudieran tener alguna vinculación con el
pasado j u d a i c o . El rigorismo y la simplificación doctri-
66
88
H. KÜNG, Ob. cit.; pág. 162.
89
Ob. cit.; págs. 60 a 62.
7 0
En Las raíces históricas del antisemitismo, págs. 96 y sigs.;
Buenos Aires, 1966.
71
Ibíd.; pág. 113, y J. Á L V A R E Z , pág. 335. La condena de Jesús, ob-
serva este autor, no fue la de un pueblo, sino la de sus dirigentes.
7 2
A. C A S T R O , Ob. cit.; pág. 84. El argumento de los judíos como
«pueblo testigo», elaborado por San Agustín, habría de tener una fuer-
te influencia en el Medievo. Eran, así, testimonio, al mismo tiempo, del
mal y de la verdad cristiana; con su derrota, atestiguaban la victoria de
la Iglesia sobre la Sinagoga. E. H . F L A N N E R Y , Veintitrés siglos de anti-
semitismo. Desde el mundo antiguo hasta la lucha por la emancipa-
ción; pág. 108; Buenos Aires, 1974.
samientos y a convertir en verdadero m o n ó l o g o las po-
73
73
J. Á L V A R E Z , Ob. cit.; passim. El ejemplo de San Juan Crisóstomo
(344-407) es representativo de la más virulenta posición.
74
J. P A R K E S , Historia...; pág. 76.
t e p e n ú l t i m o monarca visigodo, se dieron severas disposi-
ciones privando de todos sus bienes y de la libertad a
la comunidad hebrea en « t o d a s las provincias de
España» . 7 5
* * *
75
Sin rechazar la importancia de las motivaciones socio-económicas
y políticas, puede considerarse «que es la religión, de por sí o en cuanto
que realidad política, el factor que explica toda la cuestión judía en la
antigüedad tardía o época altomedieval». Así se expresa L. G A R C Í A
I G L E S I A S en Los judíos en la España Antigua; págs. 183 a 198; Madrid,
1978. Las disposiciones del siglo vn eran así la conclusión de una tradi-
ción antijudia mantenida en la península a nivel oficial desde hacía lar-
go tiempo.
A C T I T U D E S A N T E E L P R O C E S O HISTÓRICO:
DEL ANTIGUO TESTAMENTO
A L O S INICIOS D E L M E D I E V O
1
CHOURAQUI, Ob. cit.; pág. 25.
cuanto su principal objetivo lo constituye la educación
religiosa de los lectores, no el reflejar la realidad de los
hechos en sí.
Estas circunstancias pueden llevarnos a pensar en una
inferioridad de criterios y actitudes a la hora de elaborar
la historia por parte del pueblo j u d í o . Sin embargo, es
necesario, como contrapartida, tener en cuenta otros
hechos que colocarían a éste en un lugar de privilegio en
relación con las civilizaciones coetáneas. S. W. Barón ha
dicho que «la religión j u d í a ha sido desde sus orígenes, y
con el proceso del tiempo no ha cesado de serlo cada vez
m á s , una religión histórica en contraste permanente con
todas las religiones n a t u r a l e s » . No se trata sólo de que el
2
2
S. W. BARÓN, Ob. cit.; pág. 5.
3
A. B A S A V E , Filosofía del hombre; pág. 187; Méjico, 1963.
4
En El mito del eterno retorno; Madrid. 1973.
5
J . L . G A R C Í A V E N T U R I N I : Filosofía de la Historia; pag. 38; Madrid,
1972.
6
Ibíd.; pág. 44.
7
CHOURAQUI, Ob. cit.; pág. 26.
El tiempo, así, deja de ser cíclico para convertirse en
lineal. De ahí que la historia de Israel fuera la historia de
ia espera de D i o s . En cuanto se produzca la llegada de
8
16
1. Reyes, 15, 29.
17
En Dictionnaire ohilosophique; págs. 221-222; París, 1964.
" Miq. 4, 3.
contra otro, ni se a d i e s t r a r á n m á s en el arte de
la g u e r r a » .
19
19
is. 2, 4.
2U
Rut. 1, 16.
11
Is. 19, 23-24.
El libro de Daniel, cuya redacción tuvo lugar bien bajo
la cautividad de Babilonia o bien bajo la opresión de las
m o n a r q u í a s helenísticas, nos da una interesante visión de
la trayectoria de la Historia universal. Ésta se articula a
través de la aparición sucesiva de cuatro imperios, cuyo
significado ha sido motivo de diversas interpretaciones.
La tradición m á s admitida, correspondiente a la produc-
ción literaria de los primeros Padres de la Iglesia, les ha
identificado con los imperios asirio-babilónico, persa,
helenístico (en su versión lágida y seléucida) y r o m a n o . 22
22
VENTURINI, Ob. cit.; pág. 45.
23
Dan. 2, 44.
24
GIGON, Ob. cit.; pág. 19.
la sociedad occidental no toman como instrumento de re-
ferencia un punto inicial, sino un punto central, hacia el
que convergen todos los acontecimientos anteriores y
desde el que es preciso explicar todos los presentes . 25
27
Gal. 3, 27-28.
2
* COLOMER, Ob. cit.; pág. 144.
advierte con frecuencia a los fieles contra posibles disen-
siones:
» ! Cor. 1, 10.
1 Tim. 1. 3-4.
3 0
2 Tim. 2, 14.
3 1
32
2 Pedro. 2, 1.
1 Ioh. 2. 18.
3 3
La persecución desencadenada por Domiciano contra los
cristianos a fines del siglo i tuvo su réplica histórico-
teológica en la última de las obras del evangelista. Frente
a cualquier poder temporal despótico, Cristo aparece, a
través de su sacrificio y resurrección, como el verdadero
soberano de la Historia. R o m a está condenada a desapa-
recer al igual que las construcciones políticas que le han
precedido. En la misma línea que los profetas, San
J u a n no pretende explicar el presente a través del pasa-
3 4
M
A. F E U I L L E T , «La Era de la Iglesia en San Juan», en Estudios mo-
dernos sobre la Biblia; págs. 150 a 153, y O. C U L I . M A N N , El Nuevo Tes-
tamento; pág. 175. No han faltado, por otra parte, quienes ven en el
Apocalipsis (libro sumamente oscuro por otra parte) una obra cuya cla-
ve no está en «la historia concreta del presente de su autor, ni del futu-
ro, sino en su simbolismo trascendente»...
" M. E L I A D E , Ob. cit.; págs. 124-8. Tratamiento extenso de la cues-
tión de las actitudes ante ia decadencia de Roma; S. M A Z Z A R I N O , El fin
del mundo antiguo; Méjico, 1961.
una línea semejante a la marcada por Celso o Juliano, el
prefecto Simaco exponía que:
37
De civitate Dei, lib. I, cap. I. P . B R O W N , Biografía de Agustín de
Hipona; págs. 379 y sigs.; Madrid, 1970.
Siguiendo la más pura tradición bíblica, San Agustín
rechaza categóricamente la concepción clásica del mundo
y el tiempo. La Historia se presenta, así, como un curso
h o m o g é n e o que «responde al plan salvífico de D i o s » , a 3 8
38
VENTURINI, OD. cit.; pàg. 63.
3 9
K. LOWITH, Elsentido de la Historia; pàgs. 234-5; Madrid, 1968.
40
De civitate..., lib. X V , cap. I.
Aetas sénior: de la cautividad de Babilonia a Cristo,
verdadero punto central del proceso histórico.
Senectus: de Cristo al Juicio Final.
N o s encontramos ante el primer intento de periodiza-
ción del proceso histórico. Cada una de las eras se inicia
con una acción salvadora de Dios y concluye con una
c a t á s t r o f e . No se trata, sin embargo, de ciclos cerra-
41
41
COLOMER, Ob. cit.; pág. 131.
42
De civiiale..., lib. XXII, cap. 30.
A. M A R T Í N E Z , Iglesia y mundo, en la Primera parte de Ideario de
4 3
* * *
4 4
MAURER, Filosofía Medieval; pág. 20; Buenos Aires, 1967.
4 5
H. KAMEN, LOS caminos de la tolerancia; págs. 13-14; Madrid,
1967.
4 4
Sobre ello, dice este autor: «Somos superiores a ellos (a los }
La obra de Paulo Orosio Siete libros de historia contra
los paganos sirve de complemento a La Ciudad de Dios.
La Historia es, como en San A g u s t í n , una historia «de
salvación, por la misma r a z ó n de que es la historia de
una raza pecadora, que usó de su libertad contra su
Creador» . 4 7
* * *
5 0
S. I S I D O R O , Libro de las sentencias,. lib. III, cap. X L V I I I , en ibíd.,
pág. 146.
51
Entre otros autores que han tratado el tema de la historia en sus
dimensiones teológicas: J . D A N I E L O U , El misterio de la historia; San Se-
bastián, 195?. O. C U L L M A N N , Christ et le temps; París, 1947. H . U.
V O N B A L T H A S A R , Teología de la historia; Madrid, 1959. H . I. M A R R O U ,
Theologie de l'histoire; París, 1968.
a las religiones j u d í a y cristiana de las restantes religiones
de la A n t i g ü e d a d . Y «creer en el Nuevo Testamento sig-
nifica integrarse, en virtud de una decisión de la fe, que
es un "nuevo nacimiento", en esta historia particular de
la salvación, cuya cumbre y cuyo sentido es C r i s t o » . 5 2
* * *
53
Puntos de vista sostenidos por autores como Troeltsch y Croce,
Recogido por V E N T U R I N I , Ob. cit.; pág. 62; nota 4.
G . P U E N T E O J E A , Ob. cit.; págs. 291-2.
5 4
Madrid, 1959.
Varios siglos después de la muerte de San A g u s t í n , su
pensamiento h a b í a de constituir la base de toda una
teoría de gobierno. Carlomagno y sus colaboradores
vieron en La Ciudad de Dios el posible fundamento ideo-
lógico para una construcción política: el Imperio Caro-
lingio como transposición de la Ciudad de Dios en la
t i e r r a , bajo la rectoría del monarca y con unas estructu-
56
5 6
El estudio que marcó la pauta en el análisis de esta problemática
fue el de H-X. A R Q U I L L I È R E , L'augustinisme politique; París, 1955. La
opinión más extendida en el momento presente es la de que San Agustín
no escribió La Ciudad de Dios como un tratado político, pero que los
intelectuales que rodeaban a Carlomagno lo utilizaron como tal.
57
La obra de M . P A C A U T , La théocratie. L'Eglise et le pouvoir au
Moyen Age; Paris, 1967, es, posiblemente, una de las mejores síntesis
para el estudio de las relaciones Iglesia-Estado a lo largo del Medievo.
E N T R E L A C O E X I S T E N C I A Y E L POGROM:
JUDÍOS Y CRISTIANOS
EN EL OCCIDENTE MEDIEVAL
* * *
3
J . P A R K E S , Historia...; págs. 53 a 57.
4
«Los judíos dicen: los cristianos no se apoyan en nada. Los cris-
tianos dicen: los judíos no se apoyan en nada; y, sin embargo, unes y
otros leen las Escrituras», el Corán, azora V.
5
G. V A J D A , Introduction a la Pensée Juive du Moyen Age; págs. 38-
9; París, 1947.
tianismo a lo largo del Medievo, con especial referencia a
la E u r o p a Occidental?
En relación con el conjunto de la población, los judíos
constituyen una m i n o r í a cuya situación experimenta una
serie de oscilaciones al calor de los diversos cambios de
coyuntura. Sin embargo —destaca Parkes—, cabe to-
davía hacer una distinción entre la situación del j u d í o y
la de otro marginado del Medievo: el hereje. Los poderes
establecidos m o s t r a r á n una mayor animadversión hacia
este ú l t i m o . Si los j u d í o s p o d í a n tener propiedades, hacer
reuniones y disponer con libertad de sus libros sagrados,
no ocurría lo mismo con el hereje. Al j u d í o , al menos, se
le permitía existir; al hereje, n o . 6
{
J . P A R K E S , The conflict...; pág. 184.
' Juifs el chretiens dans le monde Occidental; págs. 239 a 279; París,
1960.
cristianos en el Occidente europeo, a lo largo del M e -
dievo, se desarrollaron en una serie de etapas con unas
características precisas.
13
E. H. FLANNERY, Ob. cit.; pág. 167.
La existencia de controversias doctrinales entre j u d í o s
y cristianos a lo largo de estos siglos no supuso novedad
alguna. La labor proselitista de los segundos tuvo m á s
éxito, aunque t a m b i é n se registrasen algunas deserciones
hacia el campo judio, como las de los clérigos Bodo (ca-
pellán de la Corte de Luis el Piadoso, que a d o p t ó el
nombre de Eleazar) y Vecelin, a comienzos del x i . Este
último llegaría incluso a redactar un panfleto animando
a otros cristianos a seguir su ejemplo . 14
14
BLUMENKRANZ, Ob. cií.; pág. 76.
15
lbíd.; págs. 32 y 317.
16
lbíd.; pág. 143.
17
lbíd.; pág. 237.
ba a lo largo del período Altomedieval, ello no fue obstá-
culo para que la superestructura político-religiosa de la
Europa Carolingia tomase múltiples préstamos del A n t i -
t guo Testamento. Numerosos elementos j u d í o s se fueron
acoplando a la sociedad cristiana: asimilación del domin-
go al sabbat, obligación legal del diezmo, moral sexual
que tomaba algunas prescripciones del Levítico, asimila-
ción de la Iglesia al «pueblo de Dios» de la Biblia, identi-
ficación de los francos con un nuevo Israel y, en definiti-
va, proyección de los modelos de servicio cultual mo-
k saico sobre el sacerdocio cristiano. C o n los carolingios,
el clero tiende a transformarse en una especie de casta sa-
cerdotal: la Europa Altomedieval, dice Delaruelle, se asi-
mila mucho a una «civilización de la l i t u r g i a » . 18
11
Recogido por A . V A U C H E Z , La spiritualiíé du Moyen Age Occi-
dental. VIII-XII siecles; págs. 11-14; París, 1975.
19
C. S Á N C H E Z A L B O R N O Z , Una ciudad de la España cristiana hace
mil años. Estampas de la vida de León; págs. 34 a 56; Madrid, 1976.
20
«Et si homines de Castro matarent Judeo, tantum pectet pro illo
quo modo pro christiano, et iibores similiter hominem villarum». Reco-
gido por T . M U Ñ O Z Y R O M E R O , Colección de fueros municipales y car-
tas pueblas; pág. 38; Madrid, 1847.
La ruptura del equilibrio: de los inicios
de las Cruzadas a finales del siglo XIII
2 1
C. SÁNCHEZ ALBORNOZ, Esparta, un enigma histórico, vo!. II; pág.
186; Buenos Aires, 1962.
22
L. POLIAKOV, Ob. cit.; pág. 53.
2 3
J. P A R K E S , Historia...; págs. 69-70.
dad y de su unidad. Y ello no sólo a nivel de cuadros de
gobierno espiritual o temporal, sino t a m b i é n de las ma-
sas populares. No hubo, así, una cruzada en el sentido
cualitativo de la expresión, sino varias cruzadas, cuya
naturaleza variaba según la clase social que las
protagonizaba . En el fondo p o d í a n latir unos mismos
24
24
Entre los múltiples estudios dedicados al fenómeno de las Cruza-
das, es, sin duda, el de D U P R O N T y A L P H A N D E R Y quien mejor recoge el
problema de las mentalidades.
2 5
P. S O R L I N , El antisemitismo alemán; págs. 25-6; Barcelona, 1970.
Alberto de A i x muestran su abierto repudio por las ma-
tanzas a las que llega a culpar del posterior fracaso de
algunas expediciones cruzadistas. Otros clérigos, desde
un punto de vista eminentemente conservador, vieron en
las masacres un grave peligro para el mantenimiento del
orden p ú b l i c o . U n a de las mejores síntesis de cruzada
26
26
L. POLIAKOV, Ob. cit.; päg. 52.
2 7
P. L A B A L , Le siede de Saint Louis; päg. 110; Paris, 1972.
28
BLUMENKRANZ, Ob. cit.; päg. 305.
\
combatir al Islam y al Judaismo en el campo in-
telectual . 29
\
L o s coloquios entre j u d í o s y cristianos siguieron te-
niendo en este p e r í o d o una cierta frecuencia. A fines de!
XI, Gilberto Crispín, abad de Westminster, mantuvo una
controversia con un j u d í o de Maguncia. Algunos años
después, A n d r é s de San Víctor intercambió impresiones
con rabinos. Para mediados del siglo x m , Joinville reco-
gió algunos datos de discusiones entre clérigos y j u d í o s
en F r a n c i a . En 1263 se produjo en Barcelona, en pre-
30
2 9
J. Historia...; pág. 91.
PARKES,
3 0
J. La civilización del Occidente Medieval; págs. 424-5;
L E GOFF,
Barcelona, 1969.
C . S Á N C H E Z A L B O R N O Z , España, un enigma histórico; vol. II;
3 1
pág. 175.
32
BLUMENKRANZ, Ob. cit.; pág. 169.
3 3
J. CHELINI, Histoire religieuse de l'Occident Medieval; pág. 327;
París, 1970.
neralizar unas situaciones hasta entonces localizadas o
puramente coyunturales. Unos a ñ o s m á s tarde y tras una
investigación propiciada por Gregorio IX tuvo lugar la
primera quema del T a l m u d . 3 4
3 4
FLANNERY, Ob. cit.; págs. 211-213.
35
P. SORLIN, Ob. cit.; págs. 24 a 27.
36
Cf. en Les propos de Saint Louis; ed. Le Goff y O'Conell; pág.
115; Paris, 1974.
3 7
FLANNERY, Ob. cit.; págs. 236 y sigs.
3 1
C. SÁNCHEZ ALBORNOZ, España...; vol. II; pág. 186.
39
T. MUÑOZ Y ROMERO, Ob. cit.; pág. 537.
40
Ibíd.; pág. 470.
41
Ibíd.; pág. 476.
\
j u d í o s , moros y cristianos disfrutaban de las mismas
garantías penales. En el Fuero de Calatayud de 1131, se
da la misma validez al juramento sobre la cruz hecho por
los cristianos y al que hicieran los j u d í o s sobre la Tora* . 2
Código de las Siete Partidas; vol. III; pág. 670; Madrid, 1972.
46
ra los reinos hispánicos, puede decirse que el j u d í o de la
E u r o p a Occidental iba cayendo en una progresiva e irre-
versible d e g r a d a c i ó n en lo que se refiere a su situación
física y legal. La limitación del campo de sus actividades
y su reducción paulatina a la oscuridad del ghetto son
dos de ios signos m á s representativos.
47
FLANNERY, Ob. cit.; pág. 240.
procedentes de Inglaterra. En los a ñ o s sucesivos, la suer-
te de la comunidad hebrea en Francia atravesó por una
serie de vicisitudes, marcadas por las peripecias que el
país sufrió: dificultades financieras de la C o r o n a , Guerra
de los Cien A ñ o s , peste negra, e t c . . Tras la r e u n i ó n de
los Estados Generales de 1380 se va llegando al punto de
no retorno. P a r í s , Chartres, Nantes, Montereau, Senlis,
Rouen... conocieron violentas explosiones populares
contra sus j u d e r í a s . En 1394, los poderes públicos opta-
ron por una solución semejante a la inglesa de un siglo
a t r á s . Las comunidades j u d í a s de Francia sufrieron un
desplazamiento hacia Italia y la Europa C e n t r a l . 48
5 0
C. ROTH, The History of the jews in Italy; pág. 177; Filadelfia,
1946.
51
Vid. P. L E Ó N T E L L O , «Legislación sobre judíos en las Cortes de
los antiguos reinos de León y Castilla», en el «Fourth World Congress
of Jewish Studies», Papers, vol. II; Jerusalén, 1968.
52
«Cortes de los antiguos reinos de León y Castilla», vol. I; págs.
532-3; Madrid, 1861.
5 3
Una síntesis de este problema la recoge F. C A N T E R A , La usura
judía en Castilla; Salamanca, 1932.
5 4
J. V A L D E Ó N , Los judíos de Castilla y la revolución Trastámara;
pág. 41; Valladolid, 1968.
trono Enrique de T r a s t á m a r a t r a t ó de dar marcha a t r á s ,
el mal era ya irreparable.
En efecto, en la Castilla de la segunda mitad del x i v
hay formado ya lo que algún autor ha llamado el «frente
a n t i s e m i t a » , que tiene en las Cortes su campana de reso-
nancia y en los predicadores populares sus m á s activos
agentes.
El lamentable desenlace se p r o d u c i r á de forma genera-
lizada en 1391. Las predicaciones de un clérigo exaltado,
el arcediano de Ecija Ferrán Martínez, provocaron el
asalto a la j u d e r í a sevillana. El momento elegido para el
atentado era propicio políticamente, ya que Castilla se
encontraba —minoridad de Enrique III— en una si-
tuación de semivacío de poder. Desde Sevilla la ola avan-
zó hacia otras ciudades andaluzas: M o n t o r o , A n d ú j a r ,
C ó r d o b a , Baeza, Ú b e d a . . . R e b a s a n d o Despeñaperros,
las matanzas alcanzaron Villarreal, Toledo, Cuenca y
M a d r i d . Al norte del Sistema Central, la onda llegó algo
amortiguada, aunque algunas j u d e r í a s como las de T o r o ,
Burgos, C a r r i ó n o Palencia experimentaron sus efectos
en mayor o menor grado. Las comunidades j u d í a s de la
C o r o n a de A r a g ó n —particularmente las de Valencia y
Barcelona— sufrieron t a m b i é n graves d a ñ o s .
Tras de las matanzas, la conversión o la huida al reino
m u s u l m á n de Granada fueron las opciones a las que los
j u d í o s de los reinos hispano-cristianos se vieron constre-
ñ i d o s . La situación de quienes prefirieron permanecer en
sus antiguos lugares siguiendo fieles a la ley mosaica iba
a ser desde estos momentos mucho m á s d r a m á t i c a .
En 1405, las Cortes de Valladolid promulgaron severas
disposiciones contra éstos. Se trataba, p r á c t i c a m e n t e , de
una síntesis de medidas tomadas en anteriores ocasiones:
prohibiciones de préstamos usurarios, obligación de lle-
var los j u d í o s una señal redonda de p a ñ o bermejo en las
ropas, y retirada de la protección que éstos h a b í a n goza-
5 5
E. M I T R E , « L O S judíos y la Corona de Castilla en el tránsito al
siglo xv», en Cuadernos de Historia. Anexos de la Revista Hispania,
1969; pág. 350.
do hasta entonces en Castilla por parte de la justicia a
título de privilegio . 56
* * *
la T r i n i d a d y la E n c a r n a c i ó n frente a j u d í o s e islamitas.
A lo largo de 51 sermones llega a la conclusión de que la
negación de ambos dogmas —particularmente repu-
5 6
E. M I T R E , «Notas sobre los ordenamientos antijudíos de las Cor-
tes de 1405», en Actas del «7th World Congress of Jewish Studies».
57
Líber predicationis contra Judeos: ed. Millas; Barcelona, 1957.
diables para los j u d í o s — s u p o n í a una ofensa a la idea de
plenitud de la bondad de Dios y a otras muchas de sus
cualidades. El tratado fue dado a la luz en 1305.
Del lado j u d í o procedieron una serie de contraataques.
En 1375, Moshe Hakohhen de Tordesillas, r e d a c t ó una
obra titulada Sostén de la fe, en base a sus discusiones
con dos judíos convertidos . En la Corona de A r a g ó n ,
58
5 8
M . K R I E G E L , Les juifs a la fin du Moyen Age dans l'Europe Médi-
terranéenne; pág. 193; Paris, 1979.
5 9
D. G O N Z A L O M A E S O , El legado del judaismo español; págs. 93-4;
Madrid, 1972.
60
M. KRIEGEL, Ob. cit.; pág. 219.
61
Caso, según F. C A N T E R A , de los Santa María de Burgos: Alvar
García de Sania Maria. Historia de la judería de Burgos y de sus con-
versos más egregios; págs. 306-9; Madrid, 1952.
62
A lo largo del siglo xv, la literatura antijudía se va haciendo tam-
bién anticonversa, según muestran las copias satíricas del momento.
argumentos religiosos contra sus antiguos hermanos de
religión. Así, la P o l é m i c a de Tortosa de 1413 vio triunfar
los criterios m á s ferozmente hostiles a la comunidad
hebrea esgrimidos por un converso, J e r ó n i m o de Santa
Fe, autor del Hebraeomastix. En los a ñ o s sucesivos serán
otras obras de conversos las que arrojen m á s leña al
fuego: la de Pedro de la Caballería titulada Celo de Cris-
to contra los judíos y la de Fray Alonso de la Espina,
Fortaleza de la fe".
Pero, semejantes actividades no lograron apagar los
recelos de los cristianos viejos. Así, en 1449 se p r o m u l g ó
la «Sentencia Estatuto de Pero S a r m i e n t o » , primera
expresión importante de la obsesión hispánica por la pu-
reza de sangre. Toledo empezaba a dar la pauta por
la que tanto corporaciones como comarcas enteras
p r o c e d í a n a excluir de su seno a los conversos o descen-
dientes de hebreos . Unos a ñ o s m á s tarde, en 1467, es-
64
Barcelona, 1976.
" Ibíd., págs. 135 a 151.
laciones con sus antiguos correligionarios y practicando
en secreto su vieja fe.
El Tribunal de la Inquisición —bajo control de la re-
aleza desde 1478— h a b r í a de encargarse de liquidar el
problema. Fray T o m á s de Torquemada, Inquisidor Ge-
neral desde 1483, desencadenó una terrible ofensiva
contra los judaizantes . 66
70
Ibíd.; pág. 71.
71
Ibíd.; pág. 80.
72
Ob. cit.; pág. 56.
73
Les juifs...; pág. 74.
autores parece u n á n i m e — las consecuencias económicas
que para el futuro a c a r r e a r á la expulsión para la
m o n a r q u í a hispánica serán altamente negativas. La me-
dida p o d r á ser razonada en función de las coordenadas
político-sociales del momento. Sin embargo, constituía
un retroceso si la comparamos con la situación de amplia
coexistencia pacífica bajo la que las distintas comunida-
des étnico-religiosas habían vivido en la Península a lo
largo de casi todo el Medievo.
7 6
Sobre datos de C . CARLE, cf. en E. MITRE, Los judíos...; pág.
365.
7 7
R. D O E H A E R D , Occidente durante la Alta Edad Media. Economías
y sociedades; págs. 168 y 192-3; Barcelona, 1974.
7 8
C . S Á N C H E Z A L B O R N O Z , España...; vol. II; pág. 184.
7 9
M . K R I E G E L , Lesjuifs...; págs. 80 y sigs.
permitieron a los comerciantes y artesanos hebreos un ni-
vel de vida estable y acomodado aunque rara vez opulen-
to, hasta muy entrada la Baja E d a d M e d i a . 8 0
* * *
M.
1 1
KRIEGEL, Les jui/s...; págs. 65-6.
" C. SÁNCHEZ ALBORNOZ, España...; vol. II; pág. 226.
M.
8 3
KRIEGEL, Les jui/s...; págs. 65-6.
cuando acabaron c o n s o l i d á n d o s e las tres m á s importan-
tes corrientes de la cultura hebrea en el Occidente . 84
M
J. C H E L I N I , Ob. cit.; págs. 323 a 328.
J. M . M I L L A S , Selomó ibn Gabirol como poeta y filósofo; págs.
8 5
8 8
C SÁNCHEZ ALBORNOZ, España. .; vol. II; págs. 266-7.
8T
BLUMENKRANZ, Ob. cit.; pág. 248.
88
G. VAJUA, Ob. cit.: pág. 90.
8 9
J. M . M I L L A S , Yehuda Ha-Levi como poeta y apologista; pág.
189; Madrid-Barcelona, 1947.
to de la plenitud cuando musulmanes y cristianos reco-
nozcan los ideales del Judaismo, momento en que entra-
rán con el pueblo escogido en el reino de D i o s . 9 0
* * *
* * *
Antes de Cristo
E r a cristiana
26/29 Ministerio del Bautista.
27 a! 30 Ministerio de Jesús.
Hacia el 30
(783 de la
fundación
de Roma) Muerte de Jesús.
Hacia el 31 Predicación de los helenistas. Muerte de
Esteban.
34/36 Conversión de Saulo.
38-100 Vida de Flavio Josefo.
44 Inicios de la comunidad de Antioquia.
50 Concilio apostólico de Jerusalén.
45/48 Primer viaje de Pablo con Bernabé.
49 Edicto de expulsión de Claudio contra la
comunidad judía de Roma.
50/53 Segundo viaje apostólico de Pablo.
53/59 Tercer viaje apostólico de Pablo.
50 a 67 Epístolas paulinas. Redacción de los
Hechos de los Apóstoles. Redacción de
los Evangelios de Mateo, Marcos y L u -
cas.
Hacia el 57 F u n d a c i ó n de la sede romana por Pedro.
60/61 Viaje de Pablo a Roma con Lucas.
64/65 Pablo en Efeso, Macedonia y Grecia.
65- 67 Persecución de N e r ó n . Muerte de Pedro y
Pablo.
62 Muerte de Santiago, jefe de la comunidad
palestina.
66- 70 Rebelión de los judíos contra el dominio
romano. Destrucción del Templo de Je-
rusalén por Tito.
90-95 Evangelio de Juan.
81-96 Reinado de Domiciano.
96/98 Redacción del Apocalipsis de Juan.
Hacia el 100 Muerte del Evangelista Juan.
112 Carta de Plinio el Joven solicitando de
Trajano instrucciones para la actitud a
seguir con los cristianos.
132-135 Rebelión de Bar Kochba. Destrucción de
Jerusalén por Adriano.
177 Persecución contra la comunidad cristiana
de L y o n .
200 Redacción final de la Mishná.
202 Edicto de Septimio Severo contra el prose-
litismo de cristianos y j u d í o s .
250 Edicto óc persecución general de Decio.
257-8 Edicto de persecución general de Vale-
riano.
260-274 Movimientos «separatistas» en el Imperio:
Palmira, Roma, la Galia.
303-5 Edictos de persecución de Diocleciano.
305 Desintegración de la Tetrarquia diocle-
cianea.
313 «Edicto de M i l á n » . Libertad religiosa para
las distintas confesiones del Imperio.
Entre
303 y 314 Concilio de Iliberis. Disposiciones contra
j u d í o s y paganos.
318 Inicios del arrianismo.
325 Concilio de Nicea. Condena oficial del
arrianismo, pero no erradicación.
330 Constantinopla, centro político del Imperio
Romano.
341 Ulfiias inicia la predicación del arrianismo
entre los godos asentados en la frontera
oriental del Imperio Romano.
344-407 V i d a de San Juan C r i s ó s t o m o . Grado má-
ximo de la apologética antijudía.
360-363 Intento de reacción pagana de Juliano.
378 D e r r o t a del emperador Valente en
A d r i a n ó p o l i s . Irrupción de los visigodos
en los Balcanes.
380 Edicto de Teodosio. Cristianismo, religión
oficial: « T o d o s los pueblos deben unirse
a la doctrina niceana, la de D á m a s o y
Pedro de Alejandría, y reconocer a la
Santa T r i n i d a d » .
381 Concilio de Constantinopla. Reafirmación
de los principios de Nicea. El brazo secu-
lar al servicio de la ortodoxia.
386 Conversión de San Agustín.
391-406 Gran p e r í o d o de traducciones del Antiguo
Testamento por San J e r ó n i m o .
\
395 Muerte de TeodosiQ. División definitiva
del Imperio Romano.
406 Irrupción de suevos, vándalos y alanos a
través del R i n .
410 Saqueo de Roma por Alarico.
411-427 Redacción del De civitate Dei.
416 Inicios de Histeria contra los paganos, de
Paulo Orosio.
430 Los vándalos en el Norte de A f r i c a . Muerte
de San Agustín.
431 Concilio de Éfeso; condena del nestorianis-
mo.
451 Concilio de Calcedonia; condena del mo-
nofisismo.
451-452 Incursiones de A t i l a sobre la Galia e Italia.
455 Saqueo de Roma por los vándalos.
476 Destronamiento de R ó m u l o A u g ú s t u l o ; fin
del Imperio Romano en Occidente.
480-543 Vida de Benito de Nursia.
496 Conversión de los francos.
524 Consolación de la Filosofía, de Boecio.
527-565 Reinado de Justiniano.
568 Irrupción de los lombardos en Italia.
589 III Concilio de Toledo; conversión de los
visigodos al Catolicismo.
590 Elevación de Gregorio Magno al Pontifi-
cado.
597-664 Cristianización de los anglosajones.
636 Muerte de Isidoro de Sevilla.
694 X V I I Concilio de Toledo; disposiciones pa-
ra la persecución de los judíos en todo el
á m b i t o de la Península Ibérica.
711 Irrupción de los musulmanes en el Occi-
dente europeo.
732 Batalla de Poitiers. Los musulmanes frena-
dos en Occidente.
780 (aprox.) Conversión de los jázaros al Judaismo.
800 C o r o n a c i ó n imperial de Carlomagno.
839 Conversión al Judaismo del capellán impe-
rial Bodo. Agobardo de L y o n redacta
Sobre las supersticiones de los judíos.
879 El patriarca Focio de Constantinopla rom-
pe con Roma.
910 Fundación de la a b a d í a de Cluny.
962 C o r o n a c i ó n de O t ó n I.
1026-1060 V i d a de S a l o m ó n ibn Gabirol.
1054 Nueva ruptura entre R o m a y Constanti-
nopla: Cisma de Miguel Cerulario.
1075 «Dictatus P a p a e » : Gregorio VII da un pa-
so capital en el auge de la teocracia ponti-
ficia.
1080 Libro del Alma, atribuido a Bahya ibn P a -
quda.
1080-1161 V i d a de Judah Halevy de Toledo.
1085 T o m a de Toledo por los cristianos.
1095 a 1099 Primera Cruzada. Saqueo de las j u d e r í a s
renanas.
1135-1204 Vida de M a i m ó n i d e s .
1141 Primera acusación de asesinato ritual
contra los judíos en Norwich. Pedro
Abelardo redacta su Diálogo entre un fi-
lósofo, un judío y un cristiano.
1212 Los cristianos vencen a los almohades en
las Navas de Tolosa.
1213 Los cruzados católicos vencen a los albi-
genses en Muret.
1215 IV Concilio de Letrán: medidas discrimina-
torias contra los j u d í o s .
1236 Los judíos «servi camerae nostrae» de Fe-
derico II.
1240 Coloquio de París entre j u d í o s y cristianos.
Quema del Talmud.
1248 L o s cristianos toman Sevilla a los musul-
manes.
1252-1284 Reinado de Alfonso X de Castilla y L e ó n .
1265 Santo T o m á s inicia su Summa Teológica.
1280 Difusión del Sefer hazozar, obra clave del
cabalismo.
\
1290 Medidas de expulsión contra los judíos de
Inglaterra.
1291 Los cristianos pierden San Juan de Acre:
fin del gran ciclo de las Cruzadas.
1298 Acusación contra los j u d í o s de Rottingen
de profanación de la hostia.
1306 Primeras medidas de expulsión contra los
judíos de Francia.
1312 Concilio de Vienne: medidas contra la usu-
ra j u d í a . Dante inicia la redacción de El
infierno.
1340-1410 Vida de Hasdai Crescas.
1348 P r o p a g a c i ó n en Europa de la Peste Negra.
Nuevas explosiones antijudías.
1386 Expulsión de los judíos de Estrasburgo.
1391 Pogroms generalizados en E s p a ñ a .
1394 Nuevas medidas de expulsión en Francia.
1411-2 Predicaciones de San Vicente Ferrer en el
medio hebreo.
1413 D i s p u t a de T o r t o s a . Benedicto X I I I
prohibe el Talmud.
1414-7 Concilio de Constanza: fin del Cisma de
Occidente.
1416 Muerte de Hus en la hoguera.
1422-33 Arragel traduce la Biblia al castellano.
1452-1522 V i d a de Abraham Zacuto.
1453 Los turcos toman Constantinopla.
1483 Torquemada, Inquisidor General en Cas-
tilla.
1492 Expulsión de los judíos de España.
1496 Expulsión de los judíos de Portugal.
ORIENTACIÓN BIBLIOGRÁFICA
(Sofonías, 3, 14-20)
Origen dualista de la moral en Qumran
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Ley II
Ley III
Ley V
Ley VI
Ley VII
Ley IX
Ley X
Ley XI
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