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LA DIMENSIÓN ESOTÉRICA DE LA REALIDAD

Tarragona, 17 de Febrero del 2010

1. Introducción
Quiero empezar agradeciendo a Joan Prat la invitación a participar en este ciclo sobre
“Nuevos Imaginarios Culturales” y felicitándole por la idea de organizar un ciclo de
este estilo, en el que son bien acogidos temas muy a menudo estigmatizados por
extraños y ajenos a la Academia del Saber. Efectivamente, ni Oriente, ni las terapias
alternativas y complementarias, ni mucho menos la astrología y otros saberes esotéricos
suelen tener cabida en estas aulas. Sin embargo, los tiempos están presionando para que
tales enfoques sean estudiados e integrados en un saber a la altura del siglo XXI.
Quizás el tema de hoy sea el menos aceptado en los ambientes culturales
hegemónicos. Y resulta fácil entender porqué, ya que bajo el término “esoterismo” se
han amparado las ideas y las prácticas más diversas, no siempre con el suficiente rigor y
seriedad. No hace mucho que comenzamos a tener estudios académicos sobre el
esoterismo occidental, sobre todo desde que Antoine Faivre se hizo cargo de la cátedra
de “Historia de las corrientes esotéricas y místicas en la Europa moderna y
contemporánea” en l’École pratique des hautes études (en la sección de ciencias
religiosas). Por otra parte, autores como Jacob Needleman, Wouter Hanegraff o Robert
MacDermott están colaborando igualmente en esa tarea. En particular W. Hanegraff
quien, desde 1999 ocupa la cátedra en “Historia de la filosofía hermética desde el
Renacimiento” en la Universidad de Amsterdam
Al borde de lo académico podríamos decir que se hallan buena parte de los
miembros de esa corriente que podemos llamar Esoterismo tradicionista (mejor que
tradicionalista), defensores de la existencia de una Tradición primordial de la cual las
distintas revelaciones religiosas y las metafísicas auténticas serían expresiones parciales.
Pienso, claro está, en la escuela encabezada por René Guénon (1886-1950) y continuada
por autores tan importantes como A.K. Coomaraswamy [1877-1947] (experto en arte
indio), F. Schuon [1907-1998] (tematizador de la idea de una religio perennis o sophia
perennis), Titus Burckhardt [1908-1984] (arabista, experto en esoterismo islámico y en
arte sagrado), Seyyed Hossein Nasr, actual experto en el Islam esotérico, siguiendo las
huellas de Schuon; o los más recientes “guenonianos” estrictos, como Michel Valsan o
Charles-André Gilis.
Ahora bien, aunque ciertamente esta escuela ha ofrecido una rigurosa versión de
lo que sería el “esoterismo”, éste último no se reduce, obviamente, a sus aportaciones.
La riqueza del mundo esotérico es tal que cualquier pretensión de exclusividad o
exhaustividad nos parece hoy trasnochada. Sin olvidar que la búsqueda de criterios de
legitimidad y autenticidad de los nuevos movimientos religiosos es una cuestión de gran
importancia, necesaria y urgente, ninguna intransigencia (como en ocasiones se ha
mostrado en las filas guenonianas) nos parece ya aceptable.
Quizás llame la atención, ya de entrada, que este enfoque tradicionista no podría
decirse que encaje en la acepción de “nuevos imaginarios culturales”, pues ciertamente
no se trataría de algo “nuevo”, sino más bien “antiguo”, no de algo postmoderno, sino
más bien pre-moderno. Efectivamente, así es. Pero hay que decir que este problema lo
hallamos con buena parte de las presentaciones esotéricas, aunque sean modernas o
postmodernas. La mayoría de ellas aceptarían que no se trata más que de la
“actualización” de una “sabiduría antigua” o incluso “sabiduría eterna” o perenne. Lo
que sucede es que, en el último ciclo de la humanidad, dicho saber habría permanecido
“oculto” , se habría “olvidado”, o habría permanecido “velado” y reservado a una
minoría, quizás de “Iniciados” en los Misterios de la vida y la muerte, que han
mantenido viva la llama de dicha Sabiduría.

2. Algunas pinceladas históricas


Ofrezcamos algunas pinceladas históricas para más tarde pasar a presentar unas
cuantas ideas características de la visión esotérica de la realidad que está cautivando la
imaginación de la cultura actual. Dado que se trata de enfatizar los rostros que
actualmente resultan visibles del Esoterismo, seremos muy breves en el recordatorio de
los autores y escuelas de la Antigüedad que suelen considerarse más o menos
relacionados con una concepción esotérica de la realidad.
En lo que respecta a los orígenes de la cultura occidental, hay que decir que ya
en el movimiento órfico-pitagórico y poco después en la corriente platónica y
neoplatónica hallamos elementos importantes de una visión esotérica. No obstante, será
el hermetismo alejandrino el que establezca las bases del esoterismo occidental. Ahora
bien, además del Corpus Hermeticum (traducido al latín por Marsilio Ficino en el siglo
XV), el gnosticismo, el neoplatonismo y la cábala (esoterismo judío), todo ello
eclécticamente entrelazado desde el renacimiento, van a desempeñar un papel central en
la tradición esotérica occidental. Junto a tales “doctrinas” hay que destacar la
importancia de las tres llamadas “ciencias ocultas”: la magia, la alquimia y la astrología.
En el seno del neoplatonismo destaca Proclo, de quien Faivre recuerda que

“bajo la influencia de los Oráculos Caldeos, tanto Proclo como Jámblico


desarrollan una concepción de la magia que corresponde a una rehabilitación de
la materia. Pero sobre todo, la afirmación de que existe una forma no empírica
de corporeidad (oklema, el vehículo, idea tomada del Timeo) anticipa la noción
teosófica de corporeidad espiritual, pues según Proclo toda alma posee una
vestimenta hecha de luz, una mediación entre cuerpo y espíritu, susceptible de
manifestarse y dotada de una sensibilidad inalterable. Es casi la misma idea que
Henry Corbin desarrollará, a propósito del esoterismo shiita, al hablar de ‘cuerpo
sutil’. Proclo aparece verdaderamente como uno de los primeros representantes
del esoterismo occidental en el sentido de que, ante todo, se muestra tan
cuidadoso de transfigurar lo sensible como de purificar el alma” (Faivre,
2000:49).

Es una cuestión delicada el análisis de un posible “esoterismo cristiano”, pero,


en cualquier caso, teniendo en cuenta que la idea de mediación entre lo divino y lo
humano va a constituirse en una de las características centrales del esoterismo (o la
gnosis solar frente el lunar misticismo que trata de evitar toda mediación, todo mediador
y consumar la unión con lo Divino) es preciso destacar toda la angelología, tan
importante en la tradición cristiana. Por ello afirma Faivre: “Después de Filón,
Clemente de Alejandría, Gregorio el Grande y Orígenes, con los Capadocios, Agustín, el
Pseudo-Dionisio es un eslabón esencial en la gran tradición de la angelología
occidental, seguido por Bernardo de Claraval, Hugo y Ricardo de San Victor,
Hildegarda de Bingen, Hadewijch y muchos otros. Angelología inseparable de la
tradición esotérica, que se alimenta de mediaciones y mediadores: sabemos que angelos
significa ‘mensajero’ (o.c. 59).
No entraremos en movimientos medievales como el maniqueísmo, el catarismo
(que comienza a penetrar en Europa occidental a principios del XII, procedente de
Bulgaria y el bogomilismo), los templarios (la Orden del Temple se crea en Jerusalén en
1119), ni en temas como el aspecto iniciático del amor cortés y los “Fieles de Amor”, o
en la mitología caballeresca en torno al Grial (recordemos que el Parzival de Wolfram
von Eschenbach se escribe entre 1200 y 1210).
El Maestro Eckhart, en el siglo XIV, hallamos una fuente de inspiración
constante, si bien suele considerársele –con razón- más como místico que como
esoterista.
Si en el Renacimiento cabe situar el origen de la sistematización hermético-
esotérica occidental, una siguiente etapa sería el Romanticismo y el idealismo alemán.
No tanto por Hegel y Schelling como por esa figura que destaca en la teosofía cristiana,
deudora de Jacob Boehme (1575-1624), el alemán Franz von Baader (1765-1841), a
quien tantas páginas ha dedicado Faivre (Faivre 1996).

En realidad, los términos “esoterismo” y “ocultismo”, como sustantivos, no


aparecen hasta el siglo XIX, derivados de sus correspondientes adjetivos. Ven la luz en
francés, “ésotérisme” en 1828, en la Histoire critique du gnosticismo de Jacques Matter.
En 1835 aparece en inglés « esoterism », en el Oxford English Dictionary y en 1846
“esotericism” en el Christian Observer. Poco después está presente en los diccionarios
de las principales lenguas europeas. En cuanto a “oculto” y “ocultismo”, en inglés los
encontramos ya en 1545, con frecuencia referidos a G. Bruno y en 1533 aparece la
célebre obra de Henry Cornelius Agrippa, De oculta philosophia. El francés “ocultisme”
está recogido en el Dictionnaire del mot nouveaux de Randonviller, en 1842.
El término occultisme lo haría célebre el Abad Louis Constant (1810-1875), más
conocido como Eliphas Levi, nombre usado a partir de su transformación en “mago”,
afirmando “Nos hemos atrevido a ahondar en los antiguos santuarios del ocultismo”, en
Dogma y ritual de la alta magia (Laurent, en Faivre y Needleman, 2000: 371-2). El
teósofo Alfred P. Sinnet usó el término en inglés en Occult World en 1881, localizando
sus santuarios en oriente, principalmente en la India.
El siglo XIX ve también la difusión con fuerza del espiritismo, sobre todo con la
obra de Allan Kardec. Y de entre los muchos nombres que podrían recordarse, basten
los de Alexandre Saint-Yves d’Alveydre (1842-1909), Stanislas de Guaita (1861-1897)
y Papus (Gerárd Encausse 1865-1916).
Sin embargo, a mi entender, lo que podríamos denominar las Enseñanzas
Esotéricas Contemporáneas más influyentes, los pilares del esoterismo del siglo XX, los
hallamos en las obras de H.P. Blavatsky (1831-1891), fundadora de la Sociedad
Teosófica en 1875, especialmente su obra magna, en seis volúmenes, La doctrina
secreta; las obras de Max Heindel, especialmente Concepto rosacruz del cosmos, las
obras de Rudolf Steiner, fundador de la Sociedad Antroposófica, de cuyas obras
podemos destacar Teosofía y especialmente La ciencia oculta, con una obra inmensa,
que tendremos ocasión de volver a encontrar. Un cuarto conjunto de obras iría asociada
a la orden hermética de la Golden Dawn (1888-1896), fundado en Inglaterra por un
grupo de masones, entre los que se hallaban William Wynn Westcott (1848-1925) y
Samuel Liddle MacGregors Mathers (1854-1918), ambos miembros también de la
Sociedad Rosacruz de Anglia. La magia ceremonial desempeñaba un papel importante
en sus prácticas. Si bien aquí podemos ver de manera más clara muchos de los
elementos de la tradición hermética occidental (magia, cábala, hermetismo, astrología,
etc.), hay que decir que tanto Heindel como Steiner se quieren miembros de un
esoterismo cristiano, que bien podríamos llamar rosacruz, mientras que la teosofía de
Blavatsky se ha considerado que era más orientalizante (idea no siempre compartida,
como vemos en Godwin, Hanegraff y otros, quienes prefieren enfatizar las influencias
occidentales).
En este proceso, el esoterismo, a la par que la sociedad en que se desarrolla, va
iniciando también su camino de secularización. Hasta el siglo XIX, las ideas esotéricas
habían pertenecido, generalmente, a una tradición religiosa determinada (judaísmo,
cristianismo, islam, “paganismo”, etc.). A partir de ahora, al mismo tiempo que la
religión institucionalizada comienza a perder fuerza, al menos desde las críticas
lanzadas por algunos ilustrados, el esoterismo se seculariza. Hanegraff identificará el
esoterismo secularizado con el ocultismo, aunque no hay aquí un acuerdo suficiente
respecto a la terminología.
Lo cierto es que ese esoterismo secularizado va creciendo y la filiación religiosa
deja de ser tan estricta y tan obvia. En todo caso, al mismo tiempo que han comenzado a
desarrollarse los estudios comparativos entre religiones y entre místicas, las
presentaciones esotéricas suelen reconocer la validez de las distintas tradiciones
religiosas, a beber de varias de ellas o a interpretarlas desde el núcleo esotérico que
representarían. Es el caso ya de la teosofía de Blavatsky, pero también y muy
especialmente de la otra autora que quisiéramos destacar como quinto pilar del
Esoterismo contemporáneo. Me refiero a Alice Bailey, fundador de la Escuela Arcana y
máxima representante de lo que me gusta llamar “la tradición posteosófica”, porque
asume la tradición teosófica, pero trata de ir más allá de ella, con aportaciones
importantes que le hacen merecer el rango de camino propio. La obra de Bailey, por otra
parte, constituye, a mi entender, el fundamento filosófico-esotérico de lo que en el
“nuevo imaginario cultural” se denomina “New Age/Nueva Era”. Desde 1919 hasta
1950, Bailey está publicando obras que tematizan la llegada de una nueva era, con
títulos que recogen explícitamente la idea como El discipulado en la Nueva Era, o
también Educación en la Nueva Era. Tendremos ocasión de recoger algunas de sus
ideas.

Quizás sea, justamente, el “esoterismo de la nueva era” lo que deba ocuparnos


aquí de un modo especial, ya que se trata de “nuevos imaginarios culturales” y la Nueva
Era se ha convertido en uno de esos imaginarios, tanto a nivel popular como, aunque en
menor medida, también ya a nivel académico (como las obras de Gordon Melton, J.
Heelas y W. Hanegraff, entre otros, muestran).
Podría distinguirse entre el esoterismo tradicional (desde la sabiduría del antiguo
Egipto hasta el hermetismo renacentista), el esoterismo moderno y contemporáneo
(desde el movimiento rosacruz del siglo XVII hasta mediados del siglo XX, incluyendo
a los últimos citados, como Blavatsky, Heindel, Steiner y Bailey) y el esoterismo actual
(aproximadamente desde mediados del siglo XX, o más exactamente, en las fechas en
que suele fijarse el comienzo del movimiento nueva era, esto es mediados de los años
60 hasta nuestros días). Y si quisiéramos matizar un poco más, a mí me gusta hablar de
un último período que comenzaría en 1987 con la Convergencia Armónica proyectada
por José Argüelles y terminaría en el mítico 2012 indicado en el calendario maya y en
otras muchas enseñanzas esotéricas contemporáneas. Estos últimos 25 años, en los que
nos encontramos serían quizás los que más apropiadamente merecen entenderse como
“nuevo imaginario cultural esotérico”.
Si tuviera que elegir un fenómeno característico de esta última etapa, destacaría
aquello que se conoce como channelling, el fenómeno de las “canalizaciones”. Buena
parte de las enseñanzas esotéricas recientes se presentan como “canalizadas”, lo cual
significa que su autoría se atribuye a alguna fuente de información suprahumana:
ángeles, arcángeles, Guías, Grandes Iniciados, Maestros Ascendidos, Inteligencias no-
terrestres, Conciencias luminosas, etc. Los nombres de Seth, Ramtha y Kryon son,
quizás los más conocidos, contándose actualmente por cientos los canalizadores, de los
que quisiera destacar a Ghislaine Gualdi (OMnia) en Suiza y a Rodrigo Bazán en Chile.
No cabe duda que tales pretensiones plantean problemas de autenticidad muy
serios, en los que no podemos entrar directamente, pero que no podemos desdeñar.
Si podemos, pues, centrarnos en la espiritualidad místico-esotérica de la Nueva
Era como nuestro “nuevo imaginario cultural” a analizar, me gustaría recordar la
importancia que tienen lo que he llamado las tres dimensiones de la nueva era: la
dimensión oriental, la dimensión psicoterapéutica y la dimensión esotérica. A mi
entender, el colectivo Nueva Era ha de comprenderse como una síntesis de esos tres
elementos, que se han entrelazado para constituir ese “nuevo paradigma” que habla de
una “nueva conciencia” y una “nueva era” en términos tomados tanto de Oriente (y
especialmente hinduismo y buddhismo, y si se me fuerza, en la medida en que hoy nos
ocupa el esoterismo habría que hablar del Tantra, tanto hindú como buddhista, como
esoterismo oriental) como de las nuevas psicologías, sobre todo en su enfoque
terapéutica, como del esoterismo secularizado que va de Blavatsky a Bailey1.

3. Algunas ideas características de los enfoques esotéricos actuales


Hasta aquí hemos intentado recordar algunos de los nombres que han marcado la
historia del esoterismo, pero apenas hemos visto qué es eso del esoterismo, qué
concepción del mundo puede considerarse esotérica y porqué. Veamos algo de ello a
continuación.
En las divisiones de la filosofía, era tradicional distinguir entre la teoría del
conocimiento (gnoseología o epistemología) y la teoría de la realidad (metafísica u
ontología). Si en la antigüedad se concedía más importancia a las cosas mismas, a la
realidad externa, con la confianza en que el conocimiento no hacía más que reflejar
como un espejo, ‘tal como es’ lo que existía realmente, la Modernidad se caracteriza por
un giro en el planteamiento y una toma de conciencia de los problemas que plantea el
hecho de conocer. Frente al realismo más o menos ingenuo de la antigüedad, surgía el
idealismo más o menos trascendental de la modernidad (de Descartes a Husserl pasando
por Kant). Aquí nos vamos a centrar en “la dimensión esotérica de la realidad”, pero
dado que conocer y ser, el saber y la realidad, van estrechamente unidos, es preciso
plantearnos los problemas epistemológicos inherentes a toda concepción esotérica de la
realidad.
Podríamos comenzar recordando que quizás pueda hablarse de dos grandes
concepciones de la realidad, dos grandes paradigmas o modelos metafísicos: la
concepción naturalista (o materialista) y la concepción espiritualista (o idealista). Según
la primera, el origen y fundamento de lo existente es del orden de lo material, de una
Energía sin conciencia ni inteligencia, algo que sólo aparecería muy posteriormente en
la Evolución. Por el contrario, para la concepción espiritualista, el origen y fundamento
de lo existente es mejor captado como siendo del orden de la Inteligencia, del Amor, del
Espíritu. Podríamos decir que las distintas religiones históricas suelen ser variaciones
particulares del modelo espiritualista, mientras que el cientificismo vigente hoy tiende a
ser una modalidad del paradigma naturalista, reduciendo el conocimiento válido al
conocimiento científico y la noción de realidad a lo experimentable científicamente.
Pues bien, las visiones esotéricas pueden entenderse como modalidades de la
concepción espiritualista de la realidad. Si bien, como hemos visto, históricamente ha
sido frecuente el que los distintos esoterismos se hallasen asociados a una u otra de las
grandes tradiciones religiosas (la cábala al judaísmo, la teosofía clásica y el
1
Véase Vicente Merlo, La llamada (de la) Nueva Era: hacia una espiritualidad mística y esotérica.
Barcelona: Kairós, 2007.
rosacrucismo al cristianismo, el sufismo y el sismo duodecimano al islam, el tantra al
hinduismo y el buddhismo, etc.) hemos insinuado ya que desde mediados del siglo XIX
aparece un “esoterismo secularizado” que es el que más nos interesa en este momento.

3.1. Rasgos de una epistemología esotérica


Si bien es cierto que puede elaborarse una filosofía esotérica, nos interesa
destacar que hay métodos de conocimiento específicamente esotéricos, claramente
diferenciados de los métodos de las ciencias y de las filosofías que, por eso mismo,
podemos denominar “exotéricas”. Tales métodos se valen de ciertas “facultades,
capacidades, poderes o modos de conocimiento esotéricos”, que reciben distintos
nombres según los autores, pero algunas de las cuales destacan de manera especial.
Igual que en la epistemología exotérica se puede distinguir entre la percepción, la
memoria, la imaginación, la razón y el intelecto, en la epistemología esotérica se hallan
facultadas similares, pero en una octava superior, podríamos decir. Así, cabe hablar de
una clarividencia y una clariaudiencia como percepciones sutiles que perciben
dimensiones de la realidad más sutiles que la dimensión física-densa a la que se suele
limitar la ciencia y la filosofía. Eso nos lleva a la cosmología multidimensional (quizás
septenaria, como en muchas tradiciones religiosas y esotéricas), según la cual la realidad
física-material no es sino uno de los varios niveles ontológicos existentes. Cuando
analicemos la antropología esotérica veremos que el clarividente puede “ver” el campo
áurico de las personas, así como los planos ónticos correspondientes, de entre los cuales
podríamos hablar, simplificando, del plano etérico-vital, el plano emocional, el plano
mental y el plano anímico-espiritual. Del mismo modo que en nuestro cuerpo físico
tenemos los cinco sentidos físicos y sus órganos correspondientes, en tanto que seres
multidimensionales tendríamos –al menos en potencia- sentidos similares en cada uno
de los niveles de la realidad, de modo que la clarividencia y la clariaudiencia podría
darse en cada uno de esos niveles (y en otros quizás existentes).
En lo que respecta a la memoria, es necesario hablar de otros niveles de la
memoria. Podría distinguirse entre una “memoria anímica” que conserva recuerdos de
vidas anteriores y sucesos de vidas anteriores (la idea de vidas anteriores es una
constante en el esoterismo contemporáneo, y tendremos que volver a la tesis
reencarnacionista), una “memoria del planeta” y hasta del sistema solar o del cosmos
en su conjunto, que se relaciona con los llamados “registros o anales akáshicos” que
podrían ser “leídos” o de algún modo percibidos por el Iniciado o el esoterista,
ofreciendo así materiales para una reconstrucción de la historia en sus múltiples niveles.
Buena parte de la literatura esotérica contemporánea remite a dichas lecturas de los
anales akáshicos. Edgar Cayce, Vicente Beltrán, Anne y Daniel Meurois-Givaudan y
tantos otros nos han ofrecido abundantes detalles del pasado a partir de ese método.
En cuanto a la imaginación, cabe hablar del poder de la “imaginación
creadora”, de la “visualización creativa”, así como del “mundus imaginalis”
tematizado por Henry Corbin, sobre todo en referencia al esoterismo islámico, a la
teosofía de autores como Ibn Arabi o Sohravardi. También el vajrayana o buddhismo
tibetano-tántrico, concede una importancia especial, en sus meditaciones, a las
visualizaciones-invocaciones (aunque terminen disolviéndose en la Vacuidad luminosa).
La idea que nos interesa destacar es la de una epistemología constructivista, segùn la
cual la imaginación goza de un poder creador, de tal modo que no se limita a ser una
facultad intrapsíquica, sino un poder capaz de construir realidad en los planos sutiles, en
las dimensiones mental y emocional. Cabría relacionar esto con una “ciencia oculta” tan
importante como la “magia”, en su sentido más profundo, ya que el mago estaría
operando con energías sutiles, manejadas por la imaginación. Y además, en relación con
todo ello habría que hacer intervenir ya a otro tipo de entidades de importancia central
en buena parte del esoterismo, los “ángeles” (o “devas” en terminología más
orientalizante), ya que serían ellos los aliados imprescindibles del “mago”. Sin ángeles
no hay magia, como se sabe muy bien en el hermetismo renacentista… y en toda magia
genuina, deberíamos decir. Los ángeles se muestran aquí como un tipo importante de
“mediadores” entre el mundo material y los mundos sutiles. Hay en esto todo un campo
de investigación en el que no podemos detenernos ahora. Sabido es la importancia que
la “angelología” ha tenido en todas las tradiciones religiones, no sólo en su vertiente
esotérica, sino incluso en su faz exotérico-popular, que podríamos considerar, en
algunas ocasiones, como una divulgación y a veces vulgarización de aquello.
En cuanto a la razón, sería el terreno común, imprescindible en todos los
campos: el científico, el filosófico y el esotérico, pero razón entendida en un sentido
amplio, no como razón científica ni como razón filosófica, sino como marco general de
coherencia, no no-contradicción, de sensatez, de sentido común, de capacidad de
ordenar y articular los datos ofrecidos por otras facultades. De modo que la “razón
esotérica” se caracterizaría por tomar datos de la percepción, la memoria y la intuición
intelectual (en un sentido que analizaremos a continuación en tanto que destello del
conocimiento por identidad), datos a los que ni la razón científica ni la razón filosófica
exotérica tendrían acceso.
Lo que llamamos “intelecto” como facultad y su acto la “intuición intelectual”,
entendida como destello particular del “conocimiento por identidad” tiene un abolengo
tan rancio como el platónico (en su distinción entre diánoia –razón discursiva- y nóesis
–intuición intelectual-. En el siglo XX, Guénon ha hecho de hecho el hilo conductor de
la verdadera metafísica (esotérica), que junto a las revelaciones religiosas auténticas
constituirían las dos fuentes de la ortodoxia acorde con la Tradición primordial y las
derivadas tradiciones religiosas y metafísicas. Es importante remitir la intuición
intelectual al conocimiento por identidad (algo ya esbozado en Aristóteles al decir que
al conocer “el alma es, de alguna manera, todas las cosas”. Pero sería en una visión
advaita, no-dualista, donde el conocimiento por identidad cobra todo su sentido, pues
como dijeron ya las Upanishads, “el que conoce a Brahman, se convierte en Brahman”,
a través de ese tipo de conocimiento según el cual saber y ser se identifican, pues es un
conocimiento directo, inmediato, que no depende de una facultad mediadora, sino que
es un conocimiento a través del Atman, por decirlo con la tradición hindú. Por cierto, en
esa tradición, en el siglo XX, destaca la figura de Sri Aurobindo, quien ha tematizado el
conocimiento por identidad al hablar del conocimiento supramental, que sería,
justamente, un conocimiento de ese tipo. En este sentido, cabe mostrar la claridad con
que Guénon tematizó la idea de la intuición intelectual como esencia del conocimiento
metafísico, así como la noción central de “realización metafísica” como meta última de
la búsqueda humana. Según otra terminología, cabe identificarlo con la “realización
espiritual” que en Sri Aurobindo –el más esotérico de los maestros espirituales de la
India del siglo XX- supone no sólo la identificación con Brahman, sino la participación
consciente en el Plan divino de supramentalización y transformación integral.
Una último modo de conocimiento esotérico al que ya nos hemos referido es la
“canalización”, fenómeno en auge en las últimas décadas, si bien, en una de sus
interpretaciones puede erigirse en clave hermenéutica de las distintas “revelaciones
religiosas”, de las más variadas “inspiraciones sagradas” que a lo largo de la historia se
han presentado, desde las instituciones de los oráculos en la antigüedad, o los profetas
judíos hasta las obras de Blavatsky o Bailey, pasando por la escritura del Corán, dictado
por el arcángel Gabriel, por no hablar de las ya mencionadas canalizaciones (Seth,
Ramtha, Kryon, Shuchman, Bazán, etc.) que se presentan con tal denominación. Nos
interesan ahora tan sólo algunos aspectos de este interesante fenómeno que es la
canalización. Por una parte, hemos dicho ya que puede definirse como la transmisión
(de información, en primer lugar, pero también de energía, de símbolos de geometría
sagrada, de mantras sagrados, etc.) a través de un “canal humano” procedente de una
“fuente sobrehumana”. Esto último lo diferenciaría de lo que conocemos como
“espiritismo”, en cuyo caso las informaciones se suelen atribuir a “espíritus
desencarnados”, generalmente personas fallecidas más o menos recientemente y que se
suelen comunicar con sus familiares o seres queridos a través de un “médium”, o
persona psíquica capaz de establecer comunicación con los planos sutiles.
Ante la lluvia impresionante de mensajes canalizados, procedentes
presuntamente de las fuentes más diversas (ángeles, arcángeles, maestros ascendidos,
Guías y Maestros de todo tipo, seres de otros lugares del cosmos –pleyadianos, sirianos,
arcturianos-, etc.) nos gustaría reflexionar sobre la posibilidad de que realmente las
fuentes sean muy diversas, pero no sólo en un sentido horizontal, sino también en un
sentido vertical. Es decir que la altura espiritual y la calidad de lo canalizado dependen
de la altura, calidad y pureza de la fuente y correlativamente del canal. Siguiendo la
tematización llevada a cabo recientemente por R. Bazán, podríamos decir que hay ocho
niveles de iluminación y que puede canalizarse desde cada uno de esos niveles, cuestión
ésta que depende del nivel de iluminación en que se halla el canalizador.
Si recogemos brevemente la clasificación por él propuesta podemos recordar los
ocho niveles de iluminación, que son los siguientes: 1. Iniciación alquímica. 2. Maestría
alquímica. 3. Alquimia sagrada o iniciática. 4. Intelecto o Corazón sagrado. 5.
Metafísico. 6. Magia. 7. Alta Magia. 8. Magia sagrada o Avatárico.
Nos interesa destacar, en este sentido, que además de las canalizaciones más
frecuentes en las que se transmite una preciosa información a través de palabras (sea su
destinatario una persona, para clarificar su proceso kármico; un grupo o la humanidad
en su conjunto - quizás especialmente en cada caso aquellos que se hallan en un nivel de
iluminación próximo al nivel del iluminación desde el que se transmite la información),
a partir del sexto nivel, el nivel de magia, el canalizador podría canalizar símbolos de
alto potencial energético transmutador, y a partir del séptimo nivel, el nivel de alta
magia (en el cual se hallarían muy pocas personas en este momento evolutivo), se
pueden canalizar mantras sagrados, con un poder energético-transmutador igualmente
elevado. Pues bien, queríamos insinuar que el trabajo con símbolos (siempre dentro de
la ciencia de la geometría sagrada) y con mantras canalizados desde esos altos niveles
constituye uno de los aspectos más genuinamente esotéricos, no sólo de las
canalizaciones recientes a las que nos estamos refiriendo, sino también de las distintas
enseñanzas esotéricas de todos los tiempos. No sería, pues, a través de las palabras
como se puede transmitir el significado y las enseñanzas más profundas, ni como se
podría llevar a cabo un profundo trabajo de transformación interior –que como veremos
es parte indispensable de toda concepción esotérica que busca la transmutación
alquímica, la espiritualización, la santificación, la supramentalización, la resurrección,
la ascensión o incluso la deificación-, sino muy especialmente a través de la
contemplación e integración de símbolos sagrados y de la pronunciación, entre plegaria
y cántico, de determinados mantras, sonidos de poder, de un elevado potencial
transformación, iluminador, capaces de alterar y transformar, iluminando, la frecuencia
vibratoria de quien trabaja con ellos y por ellos es trabajado.
Ni que decir tiene que en las más variadas tradiciones se han conocido y
empleado estas dos herramientas de conocimiento y transformación, desde el japa
(repetición de mantras) hindú o la oración del corazón u oración de Jesús en el
hesicasmo cristiano, hasta las letanías y los rosarios católicos, pasando por los mantras y
los mandalas buddhistas o las fórmulas repetitivas del islam. Acaso podría decirse que el
mantra y el símbolo son dos de los utensilios más fundamentales de las iniciaciones
esotéricas.
Y con ello entramos a otro de los campos destacados del esoterismo, como es la
Iniciación (en los Misterios de la Vida y la Muerte). En toda iniciación espiritual-
esotérica hay un candidato a la iniciación (un iniciando) y un hierofante (un iniciador).
Este último transmite no sólo ni fundamentalmente una enseñanza, una doctrina, una
información, sino también y de manera más importante, una energía espiritual capaz de
activar alguno de los “chakras” o centros sutiles del iniciando. Con su cetro de poder
espiritual, el iniciador “despierta”, “activa”, “enciende”, “estimula” algunos de esos
centros y las facultades correspondientes, quizás transmitiendo también algún mantra
personal, que desde entonces le acompañará durante un tiempo, quizás colocando con
delicadeza angélica algún símbolo en el aura del iniciando, sellando una cierta relación
entre el ser humano y el ángel o los ángeles que desde entonces –si no ya antes- le
acompañarán de manera especial, para componer la polaridad humano-angélica
necesaria para la verdadera magia sagrada, transformadora de uno mismo y del mundo,
de la propia alma, el propio cuerpo y la materia circundante. Quizás semejante
“apertura” espiritual permita, a su vez, al iniciado, penetrar de un modo nuevo en el
significado de los símbolos, aprender a leer los símbolos, a contemplar los símbolos,
abriendo su puerta para poder comprender todo lo que representan, todo lo que
simbolizan, pues el símbolo no sólo trae a la conciencia lo simbolizado, sino que lleva
la conciencia a lo simbolizado, sirviendo de “soporte para la contemplación” y
trampolín que permite el ascenso hasta el nivel al cual pertenece el símbolo. Y es que
los símbolos sagrados son, a menudo, la expresión de determinados campos de
conciencia-energía de alto voltaje, de alta iluminación, casi corporificación de elevadas
conciencias, de determinados Maestros luminosos, con los que es posible entrar en
contacto, e incluso integrar en uno mismo, a través, justamente, de una auténtica
“contemplación” por medio de la cual el que contempla y lo contemplado se hacen uno,
como permiten de manera especial los símbolos y los mantras de origen advaita, no-
dual.
En fin, el conocimiento esotérico es el fruto de una serie de facultades
“paranormales” que la parapsicología científica ha estado analizando con intensidad
desde hace mas de medio siglo: la telepatía, la clarividencia, la clariaudiencia, la
precognición, la psicometría, la proyección extracorporal (o viaje astral), son
capacidades que muchas veces han despertado en el esoterista, en el iniciado, y que han
estado presentes en las distintas tradiciones religiosas, entre los santos y los sabios de
todas las culturas, entre los místicos de todos los tiempos. En el hinduismo, los Yoga-
sutra de Patanjali, en el tercer capítulo, Vibhuti-pada, se exponen esos y otros muchos
“poderes psíquicos” ante los que se pone en guardia al buscador, pues su posesión y su
empleo, si la aspiración a la realización final no es muy firme, puede convertirse en un
obstáculo en el camino, a causa de lo fácil que resulta apegarse a ellos e identificarse
con el personaje capaz de desplegar tales poderes. En las tradiciones tántricas, tanto
hindúes como buddhistas, tales poderes son igualmente conocidos y utilizados. En el
buddhismo vajrayana, el ideal del sabio no es ya el ahrat del hinayana, ni siquiera el
bodhisattva del mahayana, sino el siddha, aquel que además de los logros de los
anteriores, se caracteriza por haber dominado tales “poderes” y ser capaz de utilizarlos
cuando resulte conveniente. Entre los místicos y santos cristianos son igualmente
conocidos tales “poderes milagrosos”. El propio Jesús, el Cristo, dio muestra de ellos, si
creemos a los Evangelios.
Pero esto nos ha llevado ya muy lejos. Aproximémonos ahora a algunas de las
ideas características de las concepciones esotéricas.

3.2. Rasgos de una ‘cosmovisión esotérica contemporánea’

a. Existencia de un Plan divino


Justamente la afirmación de la existencia de un Plan divino, a la que antes nos
referíamos, un Plan luminoso, en el que se inserta y cobra sentido la manifestación
cósmica y la historia humana, es una de las tesis centrales de la concepción esotérica de
la realidad. Frente a la concepción materialista-cientificista vigente, que parece apoyar
un universo sin más conciencia, sin más inteligencia que la humana, producto del azar y
defensora de una evolución biológica sin finalidad ni propósito, las concepciones
esotéricas comparten la visión de una Inteligencia supracósmica, de una Conciencia
infinita, de un Amor omnipresente, de un Ser –tanto inmanente como trascendente a
todos los entes- que ha “creado”, “emanado” o “manifestado” el Cosmos con un
propósito, con una intención, con una finalidad, por más que ésta escape en sus detalles
a la razón humana en su estado actual de evolución.
b. Regido por una Inteligencia amorosa infinita: Logos y Arcángeles
Efectivamente, una de las ideas que se está imponiendo con fuerza en lo que
podríamos llamar las más recientes doctrinas esotéricas (especialmente a través de
ciertas canalizaciones –en tanto que revelaciones espirituales genuinas-) es la que
defiende la existencia de un Cosmos impregnado de inteligencia y regido por una
Inteligencia amorosa infinita. Pienso en la idea del Logos planetario, del Logos solar,
del Logos galáctico (el Hunab Ku de los mayas, centro pulsante de nuestra galaxia) y
del Logos cósmico, como una Jerarquía –o si se prefiere “holarquía”- de Inteligencias
suprahumanas que rigen y dirigen (dirección compartida por los seres humanos más
conscientes, aquellos que se hallan en elevados niveles de iluminación e iniciación) los
destinos de los planetas, los sistemas solares, las galaxias y el universo en su totalidad.
Ni que decir tiene que esta idea corre paralela a la idea de la mayoría de las
religiones que afirman la existencia de Dios, Allah, Brahmâ, etc., así como de los
ángeles, arcángeles y demás coros celestiales, presentes en las tres tradiciones
abrahámicas, o sus correspondientes devas y mahadevas de las tradiciones índicas. No
en vano, como se ha insistido desde el esoterismo tradicionista, en cada religión habría
una dimensión exotérica, popular, accesible a todos, y una dimensión esotérica, a la que
sólo los iniciados tendrían acceso.
c. Maestros de sabiduría y compasión: Fraternidad de Iniciados
Este Plan divino, sagrado, incomprensible en su grandeza para la mente humana
actual, se llevaría a cabo a través de una serie de jerarquías espirituales, de Grandes
Seres, algunos de ellos humanos que trascendieron la etapa humana y se convirtieron en
Maestros de sabiduría y compasión, algo revelado de manera explícita a partir de las
enseñanzas esotéricas contemporáneas, desde Blavatsky y Bailey. Efectivamente, la
existencia de una Fraternidad planetaria, de un Colegio iniciático de sabios y santos, de
grandes iniciados, que van por delante de la mayoría de los humanos en el Sendero de
perfección que todos nos hallaríamos recorriendo, es una de las ideas centrales del
esoterismo contemporáneo. Y correspondientemente, tendríamos la posibilidad de
establecer contacto consciente con ellos, algo que sucedería una vez recorrido buena
parte del camino, una vez logrado cierto nivel de iluminación y de despertar. En algunas
presentaciones, esa posibilidad de entrar en contacto consciente con el Maestro o con
los Maestros de la Jerarquía espiritual del planeta, se convierte en una de las
motivaciones más destacadas para el aspirante y el discípulo a convertirse en “discípulo
en el corazón del Maestro”.
d. Ciudades de luz: Shamballa, Erks, etc.
En el imaginario de muchas culturas, ciudades míticas, ciudades de luz, lugares
como Shamballa, El Dorado, el Paititi, Erks, Aurora, Miz Tli Tlan o tantas otras, han
cautivado la atención de muchos buscadores, tratando de descubrirlas, de llegar hasta
ellas, de penetrar en su secreto, de poder atravesar el umbral que separa el mundo de los
mortales de esa especie de “dioses inmortales”, de maestros de luz, que han alcanzado
plena conciencia de su inmortalidad y ya no necesitan utilizar un cuerpo humano para
continuar su proceso evolutivo. Justamente este proceso evolutivo se entiende como
desarrollándose durante largos períodos de tiempo, en una concepción cíclica-espiral,
podríamos decir. Precisamente uno de esos grandes ciclos sería el que está terminando
justamente en estos años. Y parece inevitable, hoy, referirse a la fecha del 2012 como
fin de un ciclo y comienzo de otro. Hasta el arte cinematográfico ha recurrido a dicha
fecha, a partir de la oleada de rumores que apuntan a dicho año.
e. Concepción cíclica de la Historia: el 2012 fin y comienzo de un gran ciclo.
La concepción esotérica de la historia podríamos decir que se caracteriza, entre
otras cosas, por dos ideas centrales. Una de ellas hace remontar la civilización humana a
períodos muy anteriores a los señalados por la historiografía oficial. A través de la
lectura de los registros akáshicos, a través de recuerdos anímicos, muchos Iniciados han
hablado de civilizaciones anteriores a las conocidas. Casi todo el mundo ha oído hablar
de la Atlántida, continente que habría alcanzado un alto nivel tanto espiritual como
científico-tecnológico y que habría quedado sumergido hace quizás unos 12.000 años.
El mismo Platón la menciona en más de una ocasión. Pero ya antes, incluso, de la
Atlántida, se habla de Lemuria, el continente Mu. Y algunos investigadores esotéricos,
como Rudolf Steiner, con el rigor epistemológico que le caracteriza, habla de períodos
muy anteriores, de la formación de la Tierra y de períodos relacionados con Saturno,
con la Luna, con el Sol, etc. La época dorada de la civilización del Antiguo Egipto se
dice que transcurrió desde hace 12.000 años (con la construcción de la gran Esfinge)
hasta hace 5.000 años (con la construcción de la gran pirámide de Keops), es decir,
desde el 10.000 a.C. hasta el 3.000 a.C. aproximadamente (Bazán 2010: 18).
Recordemos que el calendario maya parece marcar el comienzo de este ciclo que
acabará en el 2012, en el 3.113 a.C. dando en total un ciclo de 5.125 años (Argüelles,
1993:115).
Llama la atención que el ciclo de 26.000 años aproximadamente, reciba el
nombre de “año platónico”, cuando algunas enseñanzas actuales hablan justamente de
un ciclo de 25.920 años, que sería el ciclo que termina exactamente el 21 de diciembre
del 2012, tal como parece indicar el calendario maya, según muchos de quienes lo han
investigado en las últimas décadas. Según las recientes canalizaciones de Rodrigo
Bazán, el ciclo que termina, de 25.920 años, equivaldría a la noción hindú de Kali-yuga,
del período oscuro, mientras que el ciclo de 25.920 años que comienza en el año 2012,
llamado Zep Tepi, supondría el amanecer de una nueva época dorada, en una vuelta más
alta de la espiral2. La suma de esa larga noche galáctica de la que salimos y el largo día
galáctico al que entramos daría un gran ciclo de 52.000 años aproximadamente (la suma
2
El universo tiene muchos ciclos, que influyen sobre la vida de los seres que lo habitan. La evolución de
los seres en el universo está diseñada en torno a ciclos. Hay mucho conocimiento sobre los ciclos
cósmicos, como el día y la noche, en que cada ciclo dura doce horas; como la rotación de la tierra en
torno al sol, que determina las estaciones y los equinoccios; como la rotación del sistema solar en torno al
sol central de la galaxia, determinando épocas de luz y oscuridad, en que la época de oscuridad va a
finalizar para el 2012 o final de los tiempos, dando comienzo a la época de 25.920 años de luz (Bazán,
vol. II, 2011: 20).
de esas dos fases da exactamente 51.840 años), que sería justamente lo que el sistema
de las 12 constelaciones zodiacales tarda en girar en torno al Sol central de la galaxia.
Se trataría pues, nada menos que del fin de un ciclo de 52.000 años y el comienzo de
otro ciclo de 52.000 años. Veámoslo en sus propias palabras:

“El ascenso luminoso o cambio de conciencia que va a tener la


humanidad y la creación, en que se va a terminar el período de 25.920 años o la
era de oscuridad llamado Kali-yuga, que es el llamado final de los tiempos
descrito metafóricamente en el libro del Apocalipsis, para dar comienzo a la Era
de Luz o Era del Alma, llamada Zep Tepi o tiempo nuevo –tal como lo
predijeron los mayas y la civilización del Antiguo Egipto-, el llamado amanecer
de la galaxia, en que la luz que emana del corazón de Dios y pasa a través del
centro solar de la galaxia va a llegar a este lado del universo; la información
necesaria de la luz y el fuego divino para liberar al hombre de la oscuridad viene
del octavo nivel iluminativo. Sólo desde esa frecuencia luminosa se puede
producir el cambio de conciencia” (Rodrigo Bazán, Los ocho libros sagrados de
la iluminación, p. 21)

Como decíamos, y puede verse en el texto anterior, es el Tzolkin, el calendario maya, el


que ha activado la idea del fin de un gran ciclo en el 2012. Antes de tales
investigaciones (y cada vez hay más enseñanzas esotéricas que coinciden en la misma
fecha), la filosofía de la historia compartida por buena parte del esoterismo se centraba
en el fin de la era de Piscis y el comienzo de la era de Acuario, lo cual supone un ciclo
menor de unos 2000 años, y al hablar de la Nueva Era, la referencia explícita o implícita
era a la Era de Acuario. Ahora, en la última etapa de las enseñanzas esotéricas, las que
proponemos considerar que se inicia en 1987 con la Convergencia Armónica convocada
por José Argüelles, justamente uno de los investigadores esotéricos iniciales sobre la
cultura maya, el ciclo pasa a ser mucho mayor, y también la importancia del cambio de
conciencia, del cambio de frecuencia vibratoria, del cambio de civilización que está en
juego.
Se trataría efectivamente de una “sincronización galáctica”, de un alineamiento
de nuestro sistema solar con el centro de la galaxia, entendida ésta como un Gran Ser
Divino, cuyo corazón, sus pulsaciones de conciencia, de inteligencia, de amor, de luz,
llegarían con una nueva frecuencia, impulsando a transformar las viejas estructuras,
tanto mentales como institucionales, de manera inexorable. El “renovarse o morir”
puede aplicarse aquí con toda precisión. Se trata de un final de ciclo, en el que cada
“alma” que ha elegido o ha tenido la fortuna (deberíamos decir “merecimiento
kármico”) de “encarnar” en este gozne de la historia, tiene la posibilidad y casi la
necesidad de realizar una síntesis que recapitule sus muchas vidas anteriores, para poder
pasar a una nueva tierra, quizás a un nuevo cielo.
En suma, la concepción esotérica de la historia puede entenderse como una
“astrohistoria”, en la cual la astrología –ciencia oculta tradicional- desempeña un papel
fundamental, pues marca los ciclos con una precisión matemática.
f. Una antropología reencarnacionista
En las últimas ideas ha aparecido la noción de “reencarnación”, idea que
podemos decir atraviesa la inmensa mayoría de doctrinas esotéricas contemporáneas. Lo
que en el Occidente judeo-cristiano llegó a parecer una ocurrencia exótica de las
tradiciones índicas, especialmente asociada al hinduismo, en el imaginario cultural
contemporáneo se ha convertido en una de las ideas más aceptadas, no sólo en los
ambientes orientalistas, sino también en las doctrinas esotéricas, casi sin excepción.
Además de la introducción de las tradiciones hindú y buddhista en Occidente, con
fuerza durante todo el siglo XX y en especial en su segunda mitad, correspondiendo con
la mentalidad nueva era, y de las doctrinas esotéricas, hay que señalar las meticulosas
investigaciones de Ian Stevenson con niños que recuerdan espontáneamente vidas
anteriores, así como los múltiples recuerdos que tienen lugar durante la “terapia de vidas
anteriores”, como han mostrado Hellen Wambach, Patrick Drouot, Brian Weiss, José
Luis Cabouli y muchos otros.
En lo que respecta a las doctrinas esotéricas, la coincidencia abarca a autores tan
centrales como H.P. Blavatsky y toda la corriente teosófica, a M. Heindel y toda la
corriente rosacruz, a Rudolf Steiner y todo el movimiento antroposófico, a A. Bailey y
toda la visión posteosófica, a Omram Michael Ivanov y su Fraternidad Blanca
Universal, etc., así como a la práctica totalidad de las enseñanzas canalizadas ya
aludidas.
Conviene tener presente que ya la tradición órfico-pitagórica-platónica defendió
con toda claridad una antropología reencarnacionista, lo cual significa, ciertamente, una
“dualidad” –siquiera provisional, sin que necesariamente implique un dualismo
ontológico radical- entre psique y soma, entre alma y cuerpo. Y decimos que no implica
necesariamente un dualismo radical a lo Descartes, pues también en este caso hay
“mediaciones” e “intermediarios” entre lo espiritual y lo material, como corresponde a
una concepción en la que las correspondencias entre Cosmos y Psique, entre el cosmos
multidimensional y el ser humano igualmente multidimensional muestran. La tradición
teosófica de Blavastky impuso la noción de “cuerpos sutiles” (cuerpo etérico, cuerpo
astral, cuerpo mental, etc.), en realidad ya presente en la tradición vedántica hindú con
la idea hallada en las Upanishads de las cinco vestiduras (koshas) y los tres cuerpos
(sharira). Los tres cuerpos son el físico-denso, el sutil y el causal; las cinco vestiduras
son la física, la vital, la psíquica (manomayakosha), la hecha de inteligencia
(vijnanamayakosha) y la hecha de felicidad (anandamayakosha).
Recordaremos que lo vimos también en Proclo, al hablar de “una forma no
empírica de corporeidad” y en el Islam estudiado por Corbin. Se trata, en definitiva, de
esos “vestidos de luz” que permiten al “alma” (espíritu, mónada, atman, etc.)
manifestarse en cada uno de las dimensiones de la realidad. En terminología actual
preferiría hablar de “campos de conciencia-energía” subsumidos e integrados los unos
en los otros, abarcando los superiores a los inferiores.
g. Preexistencia, encarnación, desencarnación, reencarnación, resurrección
e inmortalidad.
Todos estos términos podrían caracterizar la antropología reencarnacionista, una
antropología que encontramos en muy diversos autores y corrientes (si prescindimos de
la resurrección, asociada particularmente a la tradición cristiana, aunque sabemos que
no es ésta la única que habla de tal proceso). Efectivamente, la mayor parte de las
concepciones esotéricas admiten que la dimensión espiritual del ser humano,
llamémosle “alma” para abreviar, conscientes de los abusos que el término ha sufrido y
de las connotaciones no siempre positivas que en nuestra cultura tiene, existe con
anterioridad a su encarnación en un cuerpo humano. Además, en lo que respecta a la
actitud ante la muerte, al igual que la mayor parte de las concepciones espirituales y
religiosas, no cabe duda que se acepta la supervivencia del alma, viendo la muerte como
un tránsito a otra dimensión, un rito de paso iniciático que permite asimilar las
experiencias de una vida y prepararse para la siguiente. En ese sentido hablamos de la
muerte como el proceso de desencarnar, para continuar existiendo en otros niveles de la
realidad y –siguiendo leyes kármicas, sabiamente reguladas por inteligencias angélicas
y por guías suprahumanos, como los Señores del Karma- al cabo de un cierto tiempo, no
importa ahora el tiempo exacto pasado entre vida y vida, pues probablemente depende
mucho de cada caso, del tipo de muerte padecido, del nivel de desarrollo espiritual
alcanzado, del momento del ciclo en que uno se halle, de la decisión tomada, etc, al
cabo de un cierto tiempo, decíamos, se iniciaría el proceso de re-encarnación. Tras el
paso por el bardo del morir y el bardo de dharmata –por decirlo en términos del Bardo
Thodol, el Libro de la Liberación a través de la audición, más conocido como “Libro
tibetano de los muertos”- vendría el bardo del devenir y la vuelta a una nueva vida
encarnada.
Muchas son las vidas vividas y generalmente muchas las vidas por vivir, al decir
de la mayoría de las enseñanzas esotéricas. Al principio uno suele pensar en unas
cuantas vidas, pero quizás habría que pensar en términos de cientos de vidas.
h. El sistema de chakras como símbolo y como realidad
Uno de los símbolos que ha hecho fortuna en el esoterismo contemporáneo y que
en este caso sí puede afirmarse que sea de procedencia oriental, es el que representa el
conjunto de ckakras o centros de energía sutil, que sirven de mediadores entre lo
espiritual y lo material. El sistema de chakras constituye una especie de fisiología sutil,
a través de la cual circulan energías que son recibidas, transformadas y emitidas por
esos vórtices o núcleos energéticos que reciben el nombre de “ruedas” (una de las
traducciones de chakras), simbólicamente representados también como flores de loto,
cada una con un número determinado de pétalos. Nos interesa ahora cómo los siete
chakras generalmente mencionados, que van desde la base de la columna hasta la cima
de la coronilla, simbolizan siete niveles de conciencia-energía, siete puertas de entrada a
los correspondientes planos o dimensiones de la realidad, siete etapas en el sendero que
conduce a la Iluminación total. Cada chakra tendría su mantra específico, su color, su
nota musical y su frecuencia vibratoria. Se suele mantener la terminología del sánscrito,
enumerándolos desde la base de la columna hacia arriba y resulta de interés su relación
con las principales glándulas endocrinas que la reciente psiconeuroendocrinología
comienza a tomarse en serio, así:
1. Muladhara: Base de la columna, supervivencia; suprarrenales, Urano, 7ºR
2. Svadhisthana: Bazo, gónadas, sexualidad, vitalidad, Neptuno, 6ºR
3. Manipura: plexo solar, emociones egocentradas, temor, poder personal; páncreas,
Luna, 4ºR.
4. Anahata: el corazón como centro del ser, el amor-compasión; timo, Júpiter, 2ºR.
5. Vishudda: garganta, lenguaje, comunicación; tiroides, Tierra, 3ºR.
6. Ajña: entrecejo, el tercer ojo, pensamiento, intuición, visión, pituitaria, Venus, 5ºR
7. Sahasrara: cima de la coronilla, pineal, unión, iluminación, Plutón, 1ºR.

Parte de la imagen simbólica que da fuerza a esta representación es la existencia de un


potencial espiritual que busca actualizarse y cuyo símbolo es la conciencia-energía
kundalínica.
Kundalini o devi-kundalini, la diosa kundalini, la divinidad inmanente, la semilla
de lo divino en nosotros en su aspecto femenino de la Shakti (energía, poder,
electricidad, fuego, creatividad) viene simbolizada por una serpiente que duerme
enroscada, con tres vueltas, en el chakra de la base de la columna, muladhara, el
primero de los chakras en el orden evolutivo. El proceso de despertar y de la
iluminación quedaría representado por el despertar de kundalini y su “ascenso”,
activando cada uno de los chakras, hasta entonces funcionando sólo a medias, y
despertando las capacidades asociadas a cada uno de ellos, entre ellas esos poderes
psíquicos que nos parecen extraordinarios, a los que nos hemos referido antes.
Podría decirse que los tres primeros son chakras prepersonales, abiertos ya a lo
largo de la evolución del ser humano, funcionando mejor o peor, con el riesgo tanto de
una infrautilización como de un hiperdesarrollo exagerado que provocaría problemas de
extremo egocentrismo o materialismo en esa personalidad. Anahata, el centro del ser,
podría decirse que constituye el centro de la persona y del nivel personal; centro, no
obstante, capaz de comunicar con lo más elevado, no en vano lugar simbólico del amor
y la compasión, también transpersonales. Los tres chakras superiores, especialmente en
sus octavas más elevadas corresponderían a los niveles transpersonales del desarrollo.
Especialmente el ultimo de ellos, sahasrara, cuando el despertar de la energía
consciente kundalínica llega a él, simboliza la unión definitiva con lo Divino, la
recuperación de nuestra naturaleza más profunda, el estado de unión mística, de
samadhi, de comunión con la Realidad suprema, la Realización como ser humano.
Si bien las presentaciones clásicas coinciden en hablar de esos siete chakras, no
faltan recientemente versiones en las que se habla de 12 chakras (Barbara Marciniak) o
de 14 chakras, 7 inmanentes, los ya esbozados, y 7 trascendentes, cuyo despertar
señalaría otros tantos niveles de iluminación (Rodrigo Bazán).

i. Meditación mística y meditación esotérica: el camino y la meta


No quisiera terminar sin hacer un espacio a la importancia de la meditación
como método de conocimiento, tanto de la dimensión esotérica de la realidad (objetiva),
de los objetos (de su estructura sutil, interna; en algunos interpretaciones incluso de su
‘esencia’) como de la dimensión más interna y oculta de esa realidad que nos interesa de
una manera especial, la realidad subjetiva, pues, como vamos a ver, quizás lo más
relevante de la meditación es lo que puede mostrarnos (no demostrar, sino tan sólo
mostrar) del Sujeto transempírico, lo que podemos llamar con Assagioli el Yo
transpersonal, o simplemente “el alma”, o con la tradición hindú el Atman, o con la
tradición buddhista el dharmakaya, la realidad última, de la que quizás quepa decir que
es tanto transobjetiva (más allá de cualquier objeto, tanto físico como sutil) como
transubjetiva (si pensamos en la subjetividad empírico-psicológica).
Ahora bien, lo primero que hay que tener presente es que en la tradición
filosófica occidental, “meditación” se ha asociado generalmente a “meditación
reflexiva, conceptual, discursiva”. Las “Meditaciones metafísicas” de Descartes y las
“Meditaciones cartesianas” de Husserl son dos excelentes ejemplos de ello. Sin
embargo no es a esa “meditación filosófica” a la que queremos referirnos, sino a esos
otros dos tipos de meditación que podemos llamar, provisionalmente, “meditación
mística” y “meditación esotérica u ocultista” (si estos términos no sonaran tan mal a la
mayoría de nuestros oídos). Aunque no pretendo defender que hay una distinción tajante
entre estas dos últimas, sí que parece apropiado distinguir algunos rasgos característicos
de cada una de ellas. Así, por “meditación mística” entiendo el proceso de trascender la
reflexión discursiva, abriéndose a campos de conciencia-energía de los que
generalmente no somos conscientes. Se trata, pues, de una “expansión de la conciencia”,
una ampliación e intensificación de la misma. Quizás la tradición hindú y la tradición
buddhista sean las que más sistemáticamente han practicado y tematizado este tipo de
meditación. Baste con recordar la célebre definición que ofrece Patañjali en los Yoga-
sutras, concretamente en el segundo aforismo de su obra. Dice, justamente, “el yoga es
el aquietamiento de los movimientos psíquicos” (citta vritti nirodha: el detener, el cese
de las modulaciones de la sustancia mental, de la psique). Y cuando eso sucede, lejos de
caer en un estado de somnolencia o de inconsciencia (como el buen Hegel creía que
sucedía, tal como expresa en sus comentarios acerca de la Bhagavad Gîtâ), se produce
el descubrimiento del purusha (equivalente en el yoga a la noción vedántica del atman),
del alma individual en el yoga, del sí-mismo, del sujeto transempírico. Purusha que
puede entenderse, justamente, como “conciencia pura”, o si se prefiere “pura auto-
conciencia”. Es el estado de nirbija samâdhi, de éxtasis, énstasis o contemplación pura.
En ese momento, el sujeto (transempírico, espiritual) se sabe trascendente (estar más
allá de toda la realidad empírica), estando más allá incluso de la serie de sus
encarnaciones y del conjunto de sus cuerpos sutiles. Todo ello pertenece al mundo de
prakriti, la Naturaleza, los campos de energía en sus distintas formaciones. El purusha
se sabe ahora más allá de todos los mundos, más allá de toda realidad cosmológica.
En el vedanta advaita (no-dualista), el samadhi es el desvelamiento de la
realidad última (Atman=Brahman), más allá no sólo de todo el cosmos
multidimensional, sino de toda presunta individualidad (tanto empírica como
transempírica). Todo ello no es sino una especie de ilusión, de espejismo, que constituye
el juego de la manifestación.
En el buddhismo, si tomamos como ejemplo el buddhismo tibetano, el
vajrayana, podemos señalar tres momentos principales: samata, la serenidad o
aquietamiento de la mente; vipassana, la discriminación intuitiva, a partir de la mente
serena, de la verdadera naturaleza de la realidad, descubriendo la insustancialidad de
todo ente, de todo ser, tanto de los objetos como de los sujetos, los cuales se muestran
ahora, tras la lúcida deconstrucción de los mismos, como carentes de toda entidad
propia, consistentes en una compleja inter-relacionalidad o inter-dependencia, no
hallando ni esencia sustancial ni sujeto sustancial alguno, pues todos ellos se muestran
“vacíos” de sustancialidad propia, originados de manera dependiente, contingente.
Especialmente, la fase de vipassana tiende a mostrar la ausencia de yo (ni empírico ni
transempírico), confirmando así la doctrina de la carencia de yo (anatmavada) que en
algunos textos del canon pali parece afirmarse.
En un tercer momento, el más característico de alguna de los linajes del
vajrayana, el dzgochén, puede entenderse como la apertura radical a nuestra naturaleza
búddhica, la instalación en el Dharmakaya, la realidad última, entendida de forma
paradójica como Vacuidad luminosa.
Valga esto como aproximación a lo que llamábamos “meditación mística”, de la
que nos interesaba destacar esa trascendencia de la mente discursiva (hasta des-cubrir la
“mente de Buddha” o la “no-mente”), de la razón conceptual (hasta des-velar el atman,
la conciencia pura), diferenciándose en ella, con toda claridad de lo que hemos llamado
la “meditación filosófica” (racional, conceptual, discursiva). En mi opinión, esa
“dimensión mística” de la meditación, que nos descubre la “dimensión mística de la
realidad”, la realidad mística, resulta irrenunciable para toda comprensión esotérica de
la realidad. Nos gustaría decir que más bien constituye el horizonte de sentido de la
“meditación esotérica” que a continuación nos gustaría caracterizar.
Justamente, si la meditación mística nos revela la dimensión última de la
realidad mediante una contemplación, unión o identidad suprema con Ella, la
meditación esotérica, que asume la importancia de las “mediaciones” y los
“mediadores” tiene algo que “ver” y algo que “hacer” (no sólo algo que “ser”) con esos
planos sutiles, con esas energías sutiles, con esas realidades sutiles, que se hallan entre
el plano físico y la Realidad última.
La meditación esotérica puede verse como un trabajo de alquimia (por retomar
el lenguaje y el sentido de esta ciencia oculta tradicional). En esta concepción, la
realidad es un conjunto de campos de conciencia-energía sobre los que se puede
intervenir mediante el poder de la voluntad y el poder del pensamiento. La imaginación
creadora y el poder del mantra sagrado son herramientas fundamentales en esta
concepción de la meditación como proceso de transformación, de transmutación
mediante la aceleración de la frecuencia vibratoria de las energías que componen dichos
campos de conciencia-energía. La meditación esotérica como alquimia supone pues la
posibilidad de una “espiritualización de la materia”, y esto afecta tanto al mundo
exterior como al mundo interior, al cosmos como a la psique. Efectivamente, en esta
visión de la alquimia espiritual, el cuerpo, las emociones, la mente y hasta la propia
alma estarían sujetas a un proceso evolutivo cuyo sentido sería la progresiva
espiritualización o iluminación. Como si la frecuencia vibratoria de cada uno de esos
factores del ser humano pudiera transformarse y “elevarse”. En esta ocasión el medio
para conseguir eso serían los símbolos de la geometría sagrada y los mantras como
sonidos luminosos. Son dos campos inmensos en los que no podemos profundizar
ahora, tan sólo insinuar que se abre de ese modo un horizonte en el que el conocimiento,
la transformación y la realización se dan la mano. Como tan sólo insinuar queríamos
también la repercusión en los “planos objetivos”, en el triple mundo de la manifestación
–como decían los Vedas- de este tipo de meditación esotérica: el mundo físico y los
mundos sutiles, el “mundus imaginalis” tematizado por Corbin, al que ya nos hemos
referido, o en terminología teosófica, el mundo astral o emocional y el mundo mental.
Si bien esto puede parecer extraño a algunos, no se halla muy lejos de la vieja
idea de que “el sacrifico védico es lo que mantiene el orden del mundo”, o de que “los
sabios y santos que rezan son los que logran producir un equilibrio en la sociedad”.
Efectivamente, puede hacerse una interpretación esotérica de la oración y ver el rezo
como un procedimiento alquímico, mágico (en el mejor sentido de estas palabras), una
comunicación con conciencias suprahumanas, o simplemente no-humanas, como las
conciencias angélicas, que como ya dijimos, constituyen contraparte indispensable en
todo trabajo mágico. Una vez más, los ángeles como intermediarios imprescindibles, en
este caso en la meditación esotérica, alquímica, transfiguradora, comprometida no sólo
con la transformación personal, sino igualmente con la transformación colectiva, pues
en última instancia, el esoterista se sabe célula del gran cuerpo planetario, holograma
consciente del Gran Holograma cósmico y sabe que “como arriba así es abajo y como
abajo así es arriba”, a lo cual podríamos añadir: “como adentro, así es afuera, como
afuera así es adentro”.
Meditación mística y meditación esotérica serían, pues, dos aspectos de ese
camino de transfiguración, de la psique y del cosmos, de ese sendero de realización
integral que no deja ya fuera de su campo de intereses ninguno de los aspectos de la
realidad: ni lo material ni lo espiritual, ni lo social ni lo cultural.

j. Conclusión
Ya que hemos hablado en varias ocasiones de las canalizaciones, terminemos
con algunas palabras canalizadas, concretamente por Rodrigo Bazán el 14 de enero del
2009:
“En este momento en la Tierra hay un gran movimiento luminoso, es
como un terremoto luminoso. Esto no implica sufrir, no se trata de que vaya a
producirse una devastación. Hay mucha muerte y resurrección, eso sí, mucho
renacimiento. Digamos que muchas conciencias se están abriendo, están
muriendo y están renaciendo. Muchas almas iluminativas están abriendo sus
corazones, en un proceso inconsciente, pero sincronizado desde el Alma de la
Tierra; y, por supuesto, incluye a todos los seres; el Viento y el Mar están
sufriendo una gran transmutación, jerárquica, luminosa, que implica que son
capaces de transmutar a miles de seres de la Tierra. Cuantas más almas se van
abriendo a la canalización, más se van moviendo los hilos y haciendo que más
personas se abran; cuantas más almas hacen mantras, más se va movilizando la
energía luminosa de la Tierra. En este momento el proceso es muy fuerte, los
ángeles están trabajando al mil por ciento, en una sincronía perfecta, una
apertura de corazones muy grande. Los ángeles-regentes de cada país están,
digamos con sus trompetas, dirigiendo la sinfonía luminosa de ángeles que
rodean la Tierra”.

Con este fascinante texto, que no vamos a analizar ahora, pero recoge varias de las
cuestiones tratadas, queremos terminar esta exposición, no sin antes recapitular nuestro
recorrido:
Hemos comenzado con un breve recorrido histórico por algunos de los
representantes de las tradiciones esotéricas occidentales, para terminar distinguiendo un
esoterismo tradicional (generalmente como rostro oculto de las distintas tradiciones
religiosas), un esoterismo moderno (desde el XVII hasta mediados del XX), y un
esoterismo actual con dos fases, 1950-1987 la primera, y 1987-2012 la segunda. Desde
mediados del XIX, también el esoterismo se seculariza y hablamos de un “esoterismo
secularizado”, independiente de cualquier religión.
Tras esas pinceladas históricas, para que nuestra caracterización no pareciese
surgir de la nada, nos hemos centrado en algunas de las principales ideas del esoterismo
contemporáneo. Distinguiendo entre su teoría del conocimiento y su teoría de la
realidad, su epistemología y su cosmovisión, hemos repasado algunos de los principales
modos de conocimiento esotéricos, y estableciendo un paralelismo con las facultades
“normales” (empleadas por la ciencia y la filosofía exotéricas), hemos distinguido las
siguientes facultades “paranormales” (o esotéricas): la clarividencia y la clariaudiencia
(como contrapartes sutiles, esotéricas, de la percepción), la memoria anímica y la
lectura de los registros akáshicos, y el papel de la imaginación creativa (recordando que
magia, imaginatio proceden de la misma raíz) y del mundus imaginalis, relacionándolo
con la existencia de los ángeles, como transmisores-conductores de la magia, y
finalmente de una razón esotérica o supramental, que parte del conocimiento por
identidad y de sus destellos intuitivos, recogiendo la distinción clásica entre razón
discursiva e inteligencia intuitiva. Todo ello ha desembocado en dos temas centrales en
el esoterismo: el fenómeno de las “canalizaciones”, en pleno auge en el imaginario
cultural de la llamada Nueva Era, y la cuestión de la Iniciación. Relacionándolo con
ambos temas hemos destacado la función de los símbolos y los mantras tanto en uno
como en otro caso.
En un último apartado entre hemos querido presentar algunas de las ideas
destacadas en la cosmovisión esotérica actual, y hemos elegido las siguientes:
- La existencia de un Plan divino
- Regido por una Inteligencia amorosa infinita, que se despliega a través de una
serie de funciones, como la de los Logoi y los Arcángeles.
- Concretado y facilitado por la existencia de unos Maestros de sabiduría y
compasión que constituyen una Fraternidad de Iniciados.
- Habitantes de ciudades de luz, míticas, como Shamballa o Miz Tli Tlan.
- Una concepción cíclica de la historia, enfatizando los ciclos de 52.000 años, de
26.000 años, y la idea de un fin de ciclo en el 2012.
- Una antropología reencarnacionista con nociones claves como: pre-existencia,
encarnación, re-nacimiento, resurrección e inmortalidad atemporal.
- El sistema de chakras como símbolo del proceso evolutivo hacia la Iluminación.
- El papel de la meditación, distinguiendo entre una meditación mística y una
meditación esotérica u ocultista que pueden concebirse como dos aspectos de un
trabajo integral y como prefiguración del camino a recorrer y de la meta a lograr.

Con la meditación, no como técnica, sino como estado que permite hacernos
transparentes a la dimensión esotérica de nuestra realidad, podemos concluir estas
palabras, invitando a una profundización y una reflexión crítica en cuanto hemos
esbozado.

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