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Las Virtudes de Lo Inexplicable
Las Virtudes de Lo Inexplicable
Deja de ser, por lo tanto, una demanda que exige ser satisfecha. Son dos
mundos que se oponen. Pero esta oposición de mundos amplía la brecha
entre lo que se pide y la lógica misma del movimiento. Lo negociable se
vuelve no negociable. Para negociar se envían representantes. Ahora
bien, los “chalecos amarillos”, surgidos de esa Francia profunda que,
según se nos dice, es receptiva y sensible a las sirenas autoritarias del
“populismo”, han retomado esta reivindicación de horizontalidad radical
que creíamos propia de los jóvenes anarquistas románticos de los
movimientos Occupy o la ZAD. No hay negociación entre los iguales
reunidos y los gestores del poder oligárquico. Esto significa que la
reivindicación triunfa por el mero temor de los segundos, pero también
que su triunfo la muestra insignificante al lado de aquello que la revuelta
“quiere” por su desarrollo inmanente: el fin del poder de los
“representantes”, de aquellos que piensan y actúan por los demás.
Es cierto que esta “voluntad” puede ella misma adoptar la forma de una
reivindicación: el famoso referéndum de iniciativa ciudadana. Pero la
fórmula de la reivindicación razonable oculta de hecho la oposición
radical entre dos ideas de democracia. De un lado, la concepción
oligárquica reinante, es decir, el recuento de voces a favor y en contra en
respuesta a una determinada pregunta que se plantea; y del otro, la
concepción propiamente democrática: la acción colectiva que declara y
verifica la capacidad de cualquiera a la hora de formular las preguntas
mismas. Porque la democracia no es la elección mayoritaria de los
individuos. Es la acción que pone en práctica la capacidad de cualquiera,
la capacidad de aquellos que no poseen ninguna “competencia” para
legislar y gobernar.