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GUTIÉRREZ
En 1871 el presidente José Balta estaba dejando el poder en medio de una crisis política. La
campaña electoral de 1871-1872 estuvo marcada por los desbordes de la prensa, la
efervescencia de las reuniones públicas y la conmoción en el país entero. El gobierno de Balta
cerró los diarios que apoyaban al candidato Manuel Pardo: El Comercio y El Nacional.
Ese año, hubo varios cambios de gabinete que también generaron inestabilidad política. El 7 de
diciembre, Balta nombró al coronel Tomás Gutiérrez como Ministro de Guerra, un
militar que era visto con temor por la población y cuyo
nombramiento alarmó a la oposición, liderada por Manuel Pardo.
Una de las causas por las cuales el régimen de Balta gozó de estabilidad durante estos días
conflictivos, provino justamente del apoyo que le dieron cuatro hermanos coroneles: Tomás,
Silvestre, Marceliano y Marcelino Gutiérrez, a las órdenes de ellos estaba un ejército de
siete mil hombres bien armados.
Los hermanos Gutiérrez eran considerados militares violentos, que no habían tenido reparos
para arrestar y flagelar con doscientos azotes al coronel Juan Manuel Garrido y al celador Luis
Montejo y de amenazar la vida de periodistas de oposición como el escritor del diario El
Nacional, Andrés Avelino Aramburú.
Tomás era corpulento y tenía fama de brusco, impetuoso, altivo, ignorante y resuelto.
Marcelino se distinguía por ser todavía más atleta, más brusco y más ignorante, con un
defecto en el ojo derecho, por el cual se le llamaba "el Tuerto" y con una voz poderosísima y
una presencia imponente, que atraían al público en los días de maniobras de tropas. Silvestre,
más delgado y blanco, de cabello crespo, poseía más inteligencia e ilustración, pero se le
consideraba duro y siniestro. Marcelino, en cambio, se distinguía por un carácter apacible.
Los cuatro eran arequipeños, oriundos de Majes. Tomás, había participado en revueltas
encabezadas por Castilla, en 1854; fue diputado por la provincia de Castilla en 1858 y jefe del
batallón Ancash durante los gobiernos de San Román y Pezet, estuvo en la campaña en el
Ecuador. También participó en la defensa del Callao en 1866. Todo esto le dio algún renombre
como hombre sagaz, valiente y buen soldado.
A las dos de la tarde del 22 de julio de 1872, Silvestre entró en el Palacio de Gobierno, al
frente de dos compañías de su batallón a relevar las guardias y de pronto se dirigió a las
habitaciones del Presidente. Ante su esposa y su hija Daría, cuyo matrimonio debía realizarse
aquella misma noche, le intimó prisión, y se produjo una escena violenta entre las dos damas y
el siniestro Silvestre.
Entre tanto, Marcelino al frente de su batallón, proclamaba en la Plaza de Armas jefe supremo
de la República a su hermano Tomás Gutiérrez, a quien dio el grado de general. Tomás
aceptó el mando supremo a través de un decreto.
Mientras tanto, José Balta fue llevado preso al cuartel de San Francisco.
Sin embargo, al encarcelar al presidente Balta, la rebelión tomaba un sesgo no esperado. Los
Gutiérrez se estaban sublevando contra el mandatario legal, contra su propio jefe y protector.
Algunos, que acaso hubieran simpatizado con un movimiento de Balta y los Gutiérrez unidos
contra Pardo, se sintieron defraudados, escandalizados, o aturdidos. Balta, sin quererlo,
resultaba así, a última hora, un aliado de Pardo.
Aquella tarde, el Congreso se reunió y condenó el levantamiento militar, haciendo un llamado al
Ejército y a la civilidad para retomar el orden constitucional. Sin embargo, cuando se estaba
terminando de firmar la declaración, un comandante y 80 celadores se presentaron al Congreso
y a culatazos desalojaron a los representantes. Muchos de los cuales, huyeron por los techos.
El presidente electo, Manuel Pardo, fue avisado del golpe y huyó de Lima embarcándose en el
famoso monitor Huáscar, que ya estaba al mando de Miguel Grau y que trasladó a Pardo
hacia el sur del país. Nuestro héroe, Miguel Grau también tuvo parte activa en la resistencia
contra los Gutiérrez.
El populacho se lanzó contra Silvestre, le arrancó las ropas, dejándole casi desnudo y robando
el dinero y los nombramientos de ascensos. Los restos de Silvestre fueron trasladados a la
iglesia de Los Huérfanos. Mientras tanto, la turba sublevada fue en dirección de Palacio de
Gobierno.
EL ASESINATO DE BALTA
Tomás Gutiérrez dejó palacio de gobierno y se trasladó al cuartel de Santa Catalina. Más
tarde, en la noche, en medio del fuego de fusiles y cañones, Tomás y Marcelino abandonaron
el cuartel. Marcelino, el más tranquilo de los hermanos, se refugió en una casa amiga y logró
salvarse de la furia del pueblo limeño.
Tomás, con el rostro cubierto y con sombrero de paisano, huyó por las calles de Lima gritando
"Viva Pardo" con el objetivo de pasar desapercibido. Sin embargo, tropezó con un grupo de
oficiales y civiles capitaneados por el coronel Domingo Ayarza quien lo reconoció
inmediatamente.
Al ser apresado, Tomás Gutiérrez dijo que fue azuzado por sus jefes para sublevarse, los
cuales luego lo abandonaron y aseguró no saber nada del asesinato del presidente Balta.
Avanzaron unas cuadras, mientras eran seguidos por una turba que crecía y crecía a los gritos,
profiriendo amenazas. Al llegar a la plazuela de La Merced, los militares que lo apresaron, no
pudieron protegerlo más e ingresaron a Tomás en una botica y cerraron las puertas. El
populacho las rompió, buscó a su víctima y lo mató de un disparo, para luego llevarlo a la calle.
Allí, el cadáver abaleado fue desvestido y alguien le cortó el pecho desnudo con un sable
mientras decía: "¿Quieres banda? Toma banda". Enseguida fue arrastrado a la plaza y colgado
de un farol frente al Portal de Escribanos. Horas más tarde le hizo compañía, colgado de un
farol cercano, el cadáver de Silvestre llevado desde la iglesia de los Huérfanos. Aquella noche
todo el ejército se dispersó y los cuarteles quedaron vacíos.
Para algunos, el populacho de los días 26 y 27 de julio de 1872 fue una muchedumbre épica
que con castigos ejemplares defendió la inviolabilidad del sufragio, el respeto a la opinión
pública y la soberanía popular frente al despotismo cuartelario, traidor de su protector Balta,
presidente legal del Perú. Es para otros, en cambio, una masa delincuente, azuzada por el
dinero y por el alcohol hasta los más horrendos extravíos, para satisfacer pasiones e intereses
ajenos.