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El vicio del poder

Por Ánderson Villalba

Era curioso: en el principio de la campaña interminable del 27O, que pareció ser más
insufrible de lo que pensamos, un Fredy Anaya afable y cordial se presentaba en los
medios, en las calles, en las reuniones de contratistas de la CDMB —por supuesto—,
consciente de que así debía proceder, de que así debía crear cercanías, limpiar su nombre
tan cuestionado y asegurarse una Alcaldía que siempre se le había escapado de las manos.
Sonriente, con las manos siempre adelante, como explicando una ecuación inentendible, era
capaz, en una sola frase, de hablar de sí mismo en tercera persona y, más adelante, invocar
a “papito Dios” para que orientara una campaña que, a pesar de los miles de millones que
costó, trastabilló al final entre suspensiones, medidas cautelares y una derrota descomunal.
Era curioso, pues, porque ese Fredy Anaya complaciente, ese Fredy Anaya que buscaba
afinidades y apoyos, pronto se diluyó tras los resultados electorales. Es, ahora, otro Anaya:
rabioso, airado, sin menciones a sí mismo, sino con acusaciones, señalamientos y hasta
insultos. Es la figura, en suma, de un hombre derrotado —por lo menos electoralmente—
que, como sucedió con Vargas Lleras en las elecciones del año pasado, se creyó el heredero
natural del poder, el que debía ser, el que llegaría sin problemas. Todo eso fue, claro, antes
de su descalabro en las urnas. Antes de dejar ver su verdadera fiereza.

Fiereza de lugares comunes, de ligerezas y de agravios. Luego de saberse derrotado, usó las
redes sociales para defenderse, responder cuestionamientos y agredir a la prensa y a quien
lo controvierta. Al recién electo concejal Carlos Parra, por ejemplo, le dijo que “Su boca
está llena de basura al igual que su corazón. Ya logró organizar su sustento de vida a punta
de mentiras y a costa de la honra de la gente. En dónde están sus propuestas? Ya veremos,
solo bla bla bla! Ud es una mentira. Es muy fácil denunciar, pero demuestre lo que dice!
(Sic)”. A Vanguardia la acusó de “campeona pero de la calumnia, bueno, siempre lo ha
sido. (Sic) Parece un diario de chisme en lugar de un periódico serio”. Al debate por la
protección e intervención de los cerros orientales aportó la siguiente joya de la
argumentación: “Los cerros orientales de Bucaramanga no pueden ser intervenidos ni con
licencia ambiental. Pretenden hacerlo para generar un “marihuanódromo” (Sic) como ya le
dicen, un sitio donde se oficialice el consumo de drogas y el atraco formal. Ah y para
valorizar unos predios particulares”. Al margen del rigor inexistente de sus ideas, al margen
de su experiencia contaminada —tan contaminada que fue congresista del extinto PIN—,
de su tendencia a barnizar como logros personales tareas que no eran otra cosa que su
obligación, como lo subraya cada vez que menciona su paso al frente de la CDMB —una
entidad que organizó de tal manera que fuera funcional a sus aspiraciones—, al margen de
su campaña millonaria y de muchas caras (desde promesas que excedían las funciones hasta
compra de avales), Fredy Anaya encarna —ha encarnado, y parece que quiere seguir
encarnando— una idea de poder ególatra, vacua en sus formas pero muy sólida en sus
intereses: en la búsqueda de alianzas, así sean cuestionadas, en el desconocimiento de las
normas, incluso las más elementales.

Es la silueta vívida de eso que Álvaro Gómez llamaba el régimen: un sistema de


componendas ocultas, de intereses mínimos que ignoran el sentido verdadero de la función
pública, en donde, como escribió el ex constituyente, “Se pretende tener a la gente
comprometida por interés. La consideración del provecho individual se impone sobre el
bien público. Los propósitos colectivos se vuelven singulares, porque así es como producen
beneficio”. Y Fredy Anaya, se ha comprobado una y otra vez, se ha mantenido en el poder
arropado por esos beneficios, por esos dividendos. Los nombres de sus empresas y las de
sus hijos son especialmente recurrentes en la contratación de la EMPAS, por ejemplo, y es
bien sabido que en la CDMB se planeó buena parte de su campaña, como lo demostró La
Silla. El poder por el poder: un comodín y un trofeo.

En 1993, tres años después de perder las elecciones contra Alberto Fujimori, Mario Vargas
Llosa publicó El pez en el agua, sus memorias, y allí dejó en claro su desencanto con la
política y sus vicios: “Al político profesional, sea de centro, de izquierda o de derecha, lo
que en verdad lo moviliza, excita y mantiene en actividad es el poder: llegar a él, quedarse
en él o volver a ocuparlo cuanto antes”. Y Fredy Anaya, como el político profesional que
es, como el político tradicional que es, con todos los matices del caso, entiende esa
fascinación, ese encantamiento. Y por eso sigue cabalgando el tigre.

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