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El OPTIMISTA

Hace ya mucho tiempo, cuando las ranas hablaban, cuéntase que dos de ellas, unidas por entrañable amistad,
decidieron salir a recorrer el mundo.

En la mejor tradición de la aventura, se prepararon instruyéndose y leyendo cuanta narración pudieron


conseguir sobre países lejanos y gentes exóticas. Cuando partieron, iban equipadas de conocimiento
innumerables y mucho afán de aventura.

De los dos viajeros, uno era un pesimista permanente. De todo sacaba negros presagios. Cualquier futuro le era
esquivo. El otro, en cambio, optimista nato, se las arreglaba para ver el buen lado de las cosas.

Tal diferencia de caracteres se manifestaba en cada detalle del viaje. Cuando Franz, pesimista, anunciaba
horribles peripecias, Ottmar, optimista, se deleitaba anticipando aventuras. Si el clima se tornaba inclemente,
Franz caía en un mutismo perturbador y Ottmar saltaba de contentamiento. En fin, que los batraciales amigos
se complementaban a la perfección. Podría decirse que sus atributos se neutralizaban y que juntos constituían
la perfecta naturaleza, que humana se hubiera llamado si fueran hombre, mas eran ranas.

Un día, tras largo deambular por bosques ignotos y cuando ya caía la tarde cerrada, ocurrió el accidente. Los
amigos cayeron en un cubo repleto de un líquido algo mucilaginoso, de no mal sabor pero penetrante olor, que,
por lo que había leído, determinaron era leche. Lo trágico de la situación es que ninguno de los dos era capaz
de saltar fuera del recipiente. Nadaban y nadaban sin conseguir afirmar sus manecitas en alguno de los bordes.
Probaron toda suerte de estratagemas. Hicieron rogativas de toda índole. Gritaron en forma sostenida. Pero
nada.

Las horas de la noche fueron una tortura permanente. No se vislumbraba auxilio por parte alguna. Nadie venía.
No había posibilidades de salvación. El cansancio hacia presa de los miembros. La desesperación asomaba a
cada instante.

Entre chapoteos y chapoteos, con ser los dos amigos experimentados nadadores, no conseguían salir del balde
y cada vez con mayor dificultad podían mantenerse a flote. Con el paso de las horas, la situación empeoró. Y se
vio entonces lo importante de las diferencias de carácter en las ranas viajeras. Franz, el batracio pesimista,
agotado por el esfuerzo, desesperado por la húmeda oscuridad, dijo: "Adiós, Ottmar, amigo, yo creo que no
tenemos escapatoria". Y diciéndole, dejó de nadar y de intentar salir del balde con leche. Se hundió. Se ahogó.
Desapareció en una nube de ominosas burbujas.

Apesadumbrado, Ottmar continuó nadando, bregando, luchando. Ya no tenía conciencia de su cuerpo


entumecido. Ya no veía ni sentía. Pero, optimista como era, seguía intentando, pataleando, esforzándose.

Y ocurrió el milagro. Con la llegada del día, de tanto patalear y moverse, descubrió Ottmar que la leche se había
vuelto quesillo. Y como el quesillo es sólido, nuestro batracio optimista, tomando impulso, saltó fuera del balde.
Abajo, muy, abajo, quedaba el cadáver de Franz.

Moraleja: aunque cuento de ranas, sirve para otras especies. Nunca abandonar la esperanza. Luchar hasta que
no quede fuerza. Lo inesperado premia al constante. La Providencia, que es azar pero metódica, vela por todo
aquellos que no solo ruegan, sino también se esfuerzan. Por los que tienen esperanza. Por los que tendrán, al
fin de cuentas, aquello que esperan .
Nuestra constancia en mantener presente y concentración en los 15 segundos futuro en nuestra vida cotidiana y
laboral nos llevará a alcanzar nuestra meta QUE CERO ACCIDENTES EN EL TRABAJO.

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