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COLEGIO DE ESCRIBANOS DE LA CIUDAD

DE BUENOS AIRES

INSTITUTO DE FILOSOFÍA

“LA TEORÍA DE LA ARGUMENTACIÓN.

PRIMERA PARTE: IV

PRESUPUESTOS SOCIO-POLÍTICOS: EL TEMA DE LA SOCIEDAD.

“La política debería ser el arte o la ciencia de organizar la sociedad para el


bienestar de los hombres. Se ha convertido en el medio más eficaz para
envenenar, desorganizar, enloquecer, volver la vida totalmente imposible”.

Eugène Ionesco, La Nación, 24/9/78.

I.-¿Qué es la sociedad?

Así como en su excelente exposición la escribana María Josefina Bilbao se


preguntó¿Qué es el hombre?, señalando entre sus notas las de socialidad y
politicidad, tomando como punto de partida la naturaleza social del ser humano,
hoy nos preguntaremos por segunda vez, para completar la primera exposición del
tema, ¿Qué es la sociedad?

Desde que nace el hombre depende de los demás; la misma procreación es un


acto social (hasta si es hecha en probeta[1] aunque al así nacido, ya en el Colegio
primario y en el marco de una pelea le puedan gritar ¡Hijo de probeta!).

Como el hombre necesita muchos bienes y servicios para lograr la suficiencia


vital es natural la división del trabajo en la sociedad para responder con la
abundancia propia a la insuficiencia ajena.

Paro además, existe una interdependencia cultural: permanente damos y


recibimos; y una dependencia recíproca en el aspecto moral en el cual las virtudes
sociales facilitan los actos buenos.

Repetimos la pregunta de hoy: ¿Qué es la sociedad? Trataremos de dar la


respuesta desde dos perspectivas, la primera metafísica, la segunda sociológica.

Ese buen filósofo y jurista que fue Luis Recasens Siches, destaca la importancia
de dar una respuesta adecuada a la pregunta, y afirma: “Este tema de definir
esencialmente a la sociedad determinando a que zona del ser pertenece y qué
clase de ser tiene, no sólo constituye una importante especulación teórica, sino
que además posee una enorme y decidida importancia práctica. Probablemente
gran número de las tragedias que ha sufrido la humanidad y, sobre todo las que
padece en el presente (escribe apenas terminada la 2ª. Guerra Mundial), sean
consecuencia de una falta de claridad mental respecto de lo que es la sociedad, y
de lo que son los diversos entes colectivos, sobre todo el Estado”[2].

José Ortega y Gasset comparte la preocupación de Recasens Siches por la


cuestión y escribe: “Si como se ha creído, con consecuencias prácticamente más
graves desde el siglo XVIII, la sociedad es sólo una creación de los individuos, que
en virtud de una voluntad deliberada se reúnen en sociedad, por lo tanto, si la
sociedad no es más que una asociación, la sociedad no tiene propia y auténtica
realidad y no hace falta estudiarla; bastará con estudiar al individuo”[3].

La cuestión es sencilla en su planteo ¿qué es la sociedad? ¿Es un ente de razón o


un ente artificial inventado por el hombre o es una realidad? Y si es una realidad
que surge de la naturaleza y de la inteligencia humana, ¿Qué tipo de realidad es?
¿Es sustancia o accidente? Si es accidente ¿a qué tipo de accidente pertenece?
Sencilla en su planteo, pero ardua y difícil en su solución, pues definir es
esclarecer el contenido esencial de algo, dar razón de la cosa como es en sí. Es a
lo que intentaremos hacer más adelante.

II.- Etimología de lo social.

Como en otros temas, comenzaremos con una referencia a la etimología del


término y de otros conexos. Es verdad que la etimología no es un camino seguro
para encontrar una definición filosófica, pero ayuda e ilustra.

La palabra tiene una raíz sánscrita sac y viene del latín sequor, sequi, que
significa acto de seguir o acompañar, marchar en la dirección de; de allí viene
sequax, sectus, secta ysociare, que significa unirse, encontrarse, ir
juntos. Sociare expresa el proceso social como algo activado por los hombres, en
el que ellos son sujeto y objeto a un mismo tiempo.

Socius viene a significar partícipe, el que está en conexión, asociado, compañero,


colega, camarada, participante. En el ámbito del derecho público significa
aliado. No es aquél que sigue, sino aquél que va con.

Societas: sociedad, compañía, asociación, alianza, coalición.

Socialis: sociable, significa aquello que posee los atributos de lo social.

Otros términos vinculados son interesantes: consocio, en


Cicerón, conciliatio,comunitas, y otros opuestos también: dissocio, insociabilis.

III.-Notas negativas para una definición.

Son interesantes las que señala José Todolí O.P.,: “1) No consiste en algo
sustantivo, sino relativo; 2) No es algo estático, sino dinámico; 3) No es una
cualidad de la sustancia en sí, sino en su relación con otros; 4) No es una relación
inter-individual (psicológica), sino de varios individuos o grupos en orden a un fin
exterior a todos ellos; 5) No se da en la suma de acciones particulares, sino en la
integración de muchas fuerzas para la consecución de un fin común; 6) Por eso no
está constituida por una unidad sustancial, sino por una unidad moral, que supone
las diferencias de personalidad, coordinadas libre y deliberadamente al fin común
de la sociedad”[4].

En reuniones anteriores hemos afirmado, siguiendo a Aristóteles, que el hombre es


algo sustantivo, más precisamente un todo sustantivo integrado por el cuerpo
material informado por el alma espiritual. Ahora bien, la sociedad también es un
todo, pero accidental, desde la perspectiva metafísica. Es un caso paradigmático
del accidente de relación; por eso se denomina todo relacional, o todo de orden.

Es por dicha razón que los hombres pueden ser partes, que en su faz práctica
actúan en relación con los demás. En este sentido, afirma Louis Lachance O.P.
que “las partes no pueden ser definidas más que por referencia al todo. Así no se
sabría definir una mano sin apelar a la noción de hombre. Paralelamente es
imposible elaborar una definición práctica de hombre sin referirse a la noción de
sociedad. Él se relaciona a la sociedad. Esto es lo que está contenido en las
fórmulas usuales: el hombre es animal social, animal civil, animal político. Él se
relaciona a la sociedad como al detentador de su perfección, como a un mundo
connatural de vida y de acción… la inclinación que lo mueve al buen vivir, lo
orienta en forma implícita a aquello que es la causa natural”[5].

IV.- Experiencia de lo social.

Comenzamos por la experiencia, ese acto vital consciente por medio del cual nos
encontramos con la realidad. El conocimiento vulgar, ya nos advierte de algunas
características de lo social: en primer lugar que excede al individuo, que concierne
a una pluralidad y que la ordena.

Así se habla de que una persona tiene “sentido social”, cuando se preocupa por
los demás y los ayuda; de “asistencia social”, cuando se habla del cuidado de
muchos; de “inclusión social”, hablan nuestros políticos, aunque haya cada vez
más excluidos, de “cuestión social”, la cual, según Utz “es entendida como
problema que afecta a la comunidad y que debe resolverse creando el equilibrio
dentro de la comunidad”[6].

Aquí entendemos pertinentes un par de aclaraciones. En primer lugar, que la


“cuestión social” siempre existió, existe y existirá sobre la tierra y consiste en una
perturbación del orden social; lo que van cambiando son sus aristas, sus aspectos
más salientes. Así, a fines del siglo XIX, la cuestión social fue considerada de
modo preponderante como una “cuestión obrera”; una respuesta de la Iglesia
Católica fue la encíclica Rerum Novarumdel Papa León XIII.

Pero pasaron los años y se fueron agregando temas como la cuestión agraria, la
de los sectores medios, la de la familia, la de la mujer, la de la sociedad de masas.
En su gran obra acerca del tema Johannes Messner, señala que la crisis de la
cultura “puso al descubierto con plena claridad las raíces espirituales y culturales
de la cuestión social moderna que trascendió el ámbito económico social
apuntando cada vez más a la esfera de lo espiritual y cultural”[7].

Hoy es evidente que las aristas más salientes de la cuestión social no pasan por el
ámbito obrero, porque ganan mucho más con menos gastos, un camionero
principiante o un portero, perdón, un encargado de edificio, que un sufrido
escribano artesanal.

Un ejemplo de esta nueva temática es la Carta Apostólica del Papa Pablo VI al


Cardenal Mauricio Roy en el Octogésimo Aniversario de la Rerum Novarum. Allí
aparecen como temas la urbanización, que en realidad en su ausencia, que se
destaca en las megalópolis y en “los tristes amontonamientos de los suburbios”,
cuyo crecimiento desordenado genera nuevos proletarios; el consumismo, pues
“mientras amplios estratos de la población no pueden satisfacer sus necesidades
primarias se intenta crear necesidades de lo superfluo”; la soledad urbana, pues “el
hombre prueba una nueva soledad en medio de una muchedumbre anónima que
le rodea y donde él se siente como extraño”; las víctimas de los cambios,
los empobrecidos, los minusválidos, los inadaptados, los ancianos, los
marginados, que el documento llama “nuevos pobres”, las víctimas de injustas
discriminaciones, los trabajadores inmigrantes. También aparecen dentro de la
nueva temática las cuestiones del desarraigo y del medio ambiente.

La segunda aclaración que queremos hacer del texto es el tema del equilibrio que
según Utz se debe tratar de lograr al ir superando los desafíos que presenta la
cuestión social. Nosotros preferimos hablar de armonía de acuerdo a una frase de
Víctor Hugo: “Por encima del equilibrio está la armonía; por encima de la balanza
está la lira”.

El fiel de la balanza indica el equilibrio. El equilibrio es igualdad. Como escribía


Saint-Exupéry la realidad de la balanza es un peso muerto. Si el peso aumenta en
uno de los platillos se rompe el equilibrio.

Gustave Thibon propone un ejemplo que será inmediatamente entendido por Silvia
Casco y María Josefina Bilbao integrantes de dos magníficos coros: “La armonía
exige la desigualdad. Cada cuerda de la lira emite un sonido diferente y la
adecuada proporción entre esos sonidos constituye la belleza de la música. Ya no
se trata de fuerzas opuestas que se anulan recíprocamente, sino de una
concordancia interna, de una convergencia entre elementos que escapan a la
gravedad… En el equilibrio las cantidades se contrapesan; en la armonía las
cualidades se complementan”.

“En el orden social, el equilibrio no basta nunca para producir la armonía. Pero, por
el contrario, la armonía basta para establecer el equilibrio, pues entonces los
individuos y los grupos en lugar de enfrentarse en un antagonismo estéril,
conjugan sus fuerzas en la búsqueda y en el servicio del bien común”[8].
V.- Hacia un concepto.

A partir de la experiencia, mediante abstracción e inducción, la inteligencia obtiene


las definiciones.

Y aparecen las ciencias sociales que se ocupan del hombre en convivencia y de


las actividades que comparte con otros hombres, ciencias cuyo objeto es “algo
típicamente supraindividual, aun cuando esto no exista sin los individuos”[9]. Y así
surgen la psicología social, que estudia la conciencia del hombre en relación con
sus semejantes, no a Robinson Crusoe, la higiene social, que estudia la sanidad
de un conjunto; la sociología, la ética social, la etnografía, la demografía, etc.

La sociedad requiere una pluralidad de hombres, pero la mera pluralidad no basta,


requiere la unión, cuyo ser es una “unidad de orden”, de relaciones entre varios o
muchos hombres en orden a un fin común; a su vez en toda sociedad existen
jerarquías y diferencias, lo que se plasma en la necesidad de la autoridad o de las
autoridades.

Como señala José Todolí, “la sociedad tiene un modo de ser real y auténtico,
distinto de los individuos en particular y de la suma de todos ellos, pero a su
vez no es algo sustantivo, sino una unidad de orden, y, por lo tanto, tiene el ser
más débil entre las realidades humanas”[10].

Y ahora, recurriremos a la sociología que nos habla de grupo social y lo distingue


del agregado social.

En el segundo caso, las personas se vinculan por una proximidad solamente física.
Es el hacinamiento de gente apelotonada en el subterráneo, ya considerado en
tiempos estivales y hace años por el P. Leonardo Castellani, como “un
entubamiento del sudor humano”, al cual se suman en nuestro tiempo, el uso y
abuso de los teléfonos celulares, que tornan públicos, desde negocios hasta
intimidades. Estamos en el ámbito de lo colectivo.

En cambio, lo social en sentido estricto se da en el grupo, donde se reúne una


pluralidad de personas individuales, existe una intención común, un mutuo
orientarse hacia el mismo fin y una acción recíproca. Como señala Utz “lo social
tiene que fusionar de alguna manera a los individuos para obtener así una nueva
unidad”[11].

La unidad de relación es constitutiva del grupo cuya esencia es supraindividual y


abarca a los miembros.

Podemos aplicar esto a nosotros, a este Instituto, que en el Colegio se conoce


como algo peculiar. Muchos, cuando llegamos, no nos conocíamos. Ahora, por lo
menos, somos compañeros y no en el sentido de colegas, que ya lo éramos, sino
en otro sentido, más hondo, pues muchas veces hemos “compartido el pan”, y
además el agua, el vino y manjares sencillos pero deliciosos, tanto que a fines del
año pasado se nos ocurrió un agregado para nuestro nombre: Instituto
Gastronómico de Filosofía.

Entendemos que aquí, más que una sociedad constituimos una comunidad de
personas unidos por lazos afectivos que no hemos perdido nuestra individualidad,
que hemos crecido juntos, que hemos puesto en práctica la argumentación a
través de diálogos, a veces fructíferos, otras no, que nos hemos divertido, que
hemos encontrado un tiempo de ocio en un mundo obsesionado por el negocio.

VI.- La autoridad ¿causa formal o eficiente?

Somos un grupo, tenemos un fin común: nuestro crecimiento en el orden de los


saberes y el desarrollo de las virtudes intelectuales; también como en todo grupo
existen jerarquías y una autoridad que entendemos ejercer como un servicio.

Hoy muchas veces se confunde autoridad con poder; por eso aquí recurriremos a
la etimología del término que algo nos aclarará su contenido: Autoridad viene
de augeo, hacer crecer, aumentar, amplificar; de augur, el pontífice romano
revelaba los augurios, los presagios favorables acordados por los dioses a una
empresa; de allí derivaaugustus, consagrado por los augures. Este término es más
amplio y comprensivo queauspicium, que designa la observación de los pájaros.
También viene de auctor, fundador, autor; de auctoritas, fuerza que sirve para
sostener y acrecentar y de auxilium, ayuda, auxilio, subsidio; de allí el principio
tantas veces mal comprendido de acción subsidiaria, llamado generalmente de
subsidiariedad.

Recordemos aquí a los juristas romanos que carecían de todo poder y rebosaban
de autoridad; podemos compararlos con tantos poderosos de nuestro tiempo,
gobernantes, políticos, religiosos, empresarios, periodistas, rebosantes de un
poder sin honor, carentes de toda autoridad, que en lugar de ejercer el poder como
servicio, se sirven de él para su provecho personal.

Desde el punto de vista de la analítica causal la sociedad tiene sus causas


intrínsecas y extrínsecas: material, formal, eficiente, las primeras; formal extrínseca
y final las segundas.

La causa material son conductas humanas, para decirlo en difícil, en palabras de


Soaje Ramos, “es la pluralidad de las praxis humanas de los miembros”; la causa
formal intrínseca es el orden traducido y encarnado en esas conductas que nos
permite distinguir a la sociedad de un amontonamiento o amasijo de individuos;
la causa eficiente, “principio del cambio” según Aristóteles, es el dinamismo en
busca del fin. Aquí podemos hablar de la autoridad como causa eficiente principal y
de los integrantes del grupo como causa eficiente subordinada; es la voluntad
humana, voluntad de la autoridad y de los miembros, explícita o implícita, expresa
o tácita, que influye en la constitución, permanencia y extinción del grupo.
La causa final siempre es un bien común auténtico o un objetivo que se disfraza de
tal; finalmente, la causa formal extrínseca son las normas, no sólo jurídicas, sino
también sociales, que rigen la vida del grupo.

El caso de la sociedad es peculiar. Si lo comparamos con la construcción de una


casa, los materiales p. ej. El cemento, la cal, la arena, los ladrillos, los cerámicos,
las aberturas, las chapas de los techos, son la causa material; el arquitecto, el
albañil, el carpintero, son causa eficiente, principal o subordinada; en cambio en el
caso de la sociedad, los ladrillos se identifican con los constructores; o sea la
causa material y la eficiente son conductas aunque vistas de distintas
perspectivas, estática o dinámica.

Volvamos para ejemplificar a nuestro querido Instituto: como todo relacional,


necesita de nosotros todos sustantivos que realizamos prácticamente un quehacer
mediante nuestras conductas. Esas conductas son la encarnación de un orden; así
nos reunimos en cierto lugar y a cierta hora, para tratar ciertos temas según un
programa. Algunos sostienen que la causa formal, o sea lo que le da al grupo su
forma es la autoridad; así, Santiago Ramírez O.P. quien afirma: “la autoridad es a
la muchedumbre, como el alma al cuerpo y como la forma a la materia; le da el ser
de sociedad y por consiguiente su unidad. Gracias a ella la muchedumbre de seres
humanos es un todo orgánico y organizado, no un montón, un mero cúmulo de
hombres”.

No estamos de acuerdo. Y volvamos al ejemplo. No somos el alma de Olguita ni de


Josefina, de Mollura ni de Cuerda y ellos no son el cuerpo del Instituto. En cambio
síentendemos participar de la dinámica del Instituto como causa eficiente principal,
pero en esto, con diversos matices y diversos grados de eficiencia participan todos
los miembros. Concluimos con la causa final: después de casi tres años ninguno
de Uds. dudará que juntos buscamos un bien, algo que no se ve ni se toca, pero
que nos hace mejores, al compartir parcelas de verdad, que es como un pan
milagroso, del cual todos podemos participar sin que disminuya ni se agote, al
decir de San Agustín.

VII.- ¿Sociedad o sociedades?

Nuestra concepción social es pluralista. Entre el individuo y el género humano


existen muchas sociedades naturales o voluntarias que le permiten al hombre la
búsqueda de múltiples bienes comunes que no puede logar solo[12].

Aquí cabe aclarar que “la afirmación genérica de que el hombre es social por
naturaleza no significa prácticamente nada si no se tiene en cuenta que la
naturaleza social del hombre se proyecta existencialmente en una serie de formas
varias de vida social”.

Esas sociedades o grupos infrapolíticos, mal llamados cuerpos intermedios,


comienzan con la familia.
No es este el momento de desarrollar el tema de la familia como grupo social, pero
sí de recomendarles un libro precioso, escrito por la médica y psicoanalista Raquel
Soifer, titulado ¿Para qué la familia?

En el mismo, después de largos años de trabajo, escribe que “la práctica


profesional nos demuestra la imperiosa necesidad que tiene el ser humano de
nacer, crecer, vivir y morir en el seno familiar...”, agregando que “nos ha
preocupado el ataque que la cultura actual está realizando contra la familia, el
matrimonio, la procreación y el cuidado de los hijos en general”[13].

Luego cita a Enrique Pichon Rivière quien define a la familia como “una estructura
social básica, que se configura por el interjuego de roles diferenciales (padre,
madre, hijo), el cual constituye el modelo natural de interacción grupal”. Raquel
Soifer pone énfasis especial en la convivencia pues “la relación cotidiana es
esencial en la formación de los vínculos, no solamente desde el punto de vista
afectivo, sino también en la consolidación de los elementos culturales”[14].

La familia es considerada, desde Aristóteles, la primera de las comunidades


naturales; es germen y modelo de los otros grupos infrapolíticos y de la sociedad
global.

El hombre en la familia aprende a vivir con los demás y recibe una educación
política bajo las formas más diversas: “educación de la amistad, educación de la
obediencia, educación de la confianza, educación de la colaboración, educación
del sacrificio, educación de la responsabilidad, educación de la justicia, educación
de la generosidad, educación del espíritu de economía, educación del respeto,
educación de la piedad hacia las tradiciones, educación de la inteligencia y de la
voluntad, educación en la continuidad temporal por la solicitud por el pasado, por el
presente y por el porvenir, educación en el espacio social por las relaciones con los
próximos, los parientes... No se acabaría de enumerar las formas de educación
con resonancia política que la familia dispensa con permanente prodigalidad”[15].

Junto con la familia, la profesión y el municipio, entendido como entramado de


familias y no como ente burocrático administrativo, son también realidades
naturales, surgidas por la vinculación laboral y la proximidad geográfica.

Un gran escritor francés, Albert Camus, denuncia al Estado racional por “aplastar
para siempre la célula profesional y la autonomía comunal”, y agrega que el
verdadero realismo “a favor de la vida… se apoya ante todo en las realidades más
concretas: la profesión, la aldea donde se traducen el ser y el corazón viviente de
las cosas y los hombres… la política debe someterse a esas verdades. La
profesión es en el orden económico lo que es la municipalidad en el orden político,
la célula viviente sobre la que se edifica el organismo”[16].

Pero además de la familia, la profesión y el municipio, existen otros grupos


abarcados por la sociedad política, grupos nacidos en la historia, vinculados con
un contorno geográfico: provincias, regiones y también muchos otros surgidos para
responder a necesidades culturales: escuelas, colegios, universidades, institutos
de investigación; económicas: empresas productoras de bienes o prestadoras de
servicios; deportivas: clubs. Baste que cada uno recuerde en cuántos grupos
participa para darse cuenta del pluralismo social.

Todos estos grupos persiguen fines y como en el orden práctico el fin tiene
naturaleza de bien, esos grupos en su quehacer deben tender a realizar su bien
común específico. El criterio para juzgar los fines de los grupos infrapolíticos es su
conformidad con el bien común político. Para ser bueno el hombre debe ajustarse
al bien común. Lo mismo cabe para los grupos. Cuando sus objetivos son nocivos
para la comunidad, existen dos posibilidades: la tolerancia o la represión.

En un interesante fallo la Corte Suprema consideró que el bien común parcial de


un grupo prevalece sobre el bien particular del miembro. Ubicado el tema dentro
del confuso concepto de “justicia social”, el tribunal aclara que “el bien de que
participa el integrante de la comunidad no es un bien particular apropiable
individualmente, sino un bien común que es de todos porque es del todo
comunitario del que cada uno es parte integrante. La contrapartida del deber del
individuo de contribuir a la existencia y buen desarrollo del bien común de una
comunidad no es una contraprestación en sentido estricto, sino el logro de ese
bien sin el cual no puede subsistir ordenadamente la comunidad de que forma
parte; y es obligación elemental de todo individuo contribuir al sostén de esta y a la
adecuada y fecunda convivencia de todos sus miembros posponiendo, sus
intereses particulares, so pena de empobrecer o hacer peligrar el bien común”[17].

VIII.- La sociedad política.

La sociedad política ha tenido a lo largo de la historia diversas configuraciones,


hoy se llama Estado.

El Estado cuyos elementos constitutivos son el pueblo, el territorio y el poder, es un


grupo lo suficientemente amplio que cuenta, cuantitativamente por el número de
sus miembros y cualitativamente por la diversidad de sus facultades, con las
posibilidades para el pleno complemento mutuo de sus miembros.

El Estado tiene que ocuparse del bienestar general, del orden, de la paz, de la
seguridad. El Estado no se confunde con la Nación, que es comunidad de cultura y
de destino.

Y como los habitantes tienen derecho a ser bien gobernados, tienen derecho a
vivir en un clima de orden, de paz y de seguridad aunque todo esto se realice
parcialmente.

No es posible que un Ministro de la Suprema Corte niegue el derecho a la


seguridad. Así lo hizo Eugenio Zaffaroni: “El derecho a la seguridad no existe. Hay
que tener cuidado con automatizar conceptos y clonar derechos, porque se
termina en el totalitarismo”, La Nación, 19/12/2010). ¿Será que tenemos en dicho
tribunal a un fascista en sentido estricto, partidario del “vivir peligrosamente”?
¿Será que el magistrado considera a la seguridad algo burgués?

El origen de la apología de la vida peligrosa se encuentra en Nietzsche y en su


locura. Y así escribe: “el secreto de la fecundidad y el gozo es vivir peligrosamente.
¡Construid vuestras ciudades en el Vesubio! ¡Mandad vuestras naves a mares
desconocidos! ¡Vivid en guerra con vosotros y vuestros iguales! ¡Sed
conquistadores y bandoleros mientras no podáis ser señores y dueños!

¡Vivir peligrosamente! Así vivió la escribana Orieta Pontoriero por las veredas de
Macri, que construye bicisendas para ciclistas fantasmas, y no repara las aceras;
así vivimos nosotros dos asaltos y un secuestro. ¡Ay Zaffaroni! ¿Por qué el hombre
común tiene que contratar seguridad privada o comprarse una pistola?, ¿Por qué
no puede concurrir a ciertos lugares públicos?, ¿Por qué debe cruzar la vereda por
precaución ante el encuentro con un grupo presuntamente peligroso? ¿Por qué
debe pensarlo bien antes de aceptar una invitación nocturna en el conurbano?
¿Por qué tenemos que sentir miedo los escribanos cada vez que salimos de un
Banco? ¿Por qué hace un mes tuvimos que huir con mi mujer eludiendo
obstáculos y soportar el golpe de una piedra en el techo del auto al pasar por una
Villa en San Isidro pues nos habíamos equivocado de camino?

Saint-Exupéry, como casi siempre, nos aporta una dosis de buen sentido: “No se
trata de vivir peligrosamente. Esta fórmula es pretenciosa. Los toreros me gustan
poco. No es el peligro lo que amo. Sé lo que amo. Es la vida”[18].

Luis Legaz y Lacambra, el filósofo del derecho español, nos aclara que la
seguridad no es un valor burgués, “sino una exigencia ineludible del derecho… La
vida humana es por esencia, peligro e inseguridad… Ha sido Nietzsche quien puso
de moda el lema que más tarde popularizó el fascismo, del vivir en peligro,
convertido en imperativo…”, y concluye: “en la vida social, que es la única en la
que el derecho tiene existencia, no se puede admitir, sin incurrir en contradicción
que el ‘peligro’ y la ‘inseguridad’ tengan carta de naturaleza”[19].

Tampoco José Ortega y Gasset concuerda con Eugenio Zaffaroni, ya que acusa a
Nietzsche de frivolidad y hasta de cursilería en el imperativo ¡vivir peligrosamente!,
que no es tampoco original, sino “la exasperación de un viejo mote del
Renacimiento italiano, el famoso lema de Aretino Vivere risolutamente. Porque no
dice: vivid alerta, lo cual estaría bien; sino vivid en peligro. Y esto revela que
Nietzsche ignoraba que la sustancia misma de nuestra vida es peligro”[20].

IX.- El bien común político.

Y ahora algunas puntualizaciones, para el colega esc. Pablo Buffoni Almeida, quien
expuso este tema y dijo que fin social y bien común “son cosas sinónimas”…
“Nadie se lanza a conseguir una cosa sino cuando ve en ella algo que le conviene,
qué es bueno para él”.
Entendemos que esto no es así. Una banda de gánsteres como la formada por los
hermanos Juliá, sus cómplices y compinches tiene un objetivo como todo grupo
social: el transporte rápido y seguro de cocaína en grandes proporciones. ¿Es
conveniente para ellos? No hay duda que hacen un excelente negocio, en un viaje
ganarán más que los escribanos artesanales en varias vidas.

Pero ¿es bueno para ellos? ¿Es la prestación de un servicio que satisface una
necesidad auténtica de los demás? ¿Por qué su empresa se llama Medical-jet y no
Narco-jet? ¿Es análogo transportar un enfermo (disfraz de la empresa), que
traficar cocaína? Entendemos que no y que sus actos son malos, los degradan
desde una perspectiva moral y son delictuosos desde el ángulo penal. Además,
para quienes entendemos a la profesión como un servicio, y no como un medio
para llenarse de plata, sus conductas son repugnantes.

Pero lo que más nos interesa, es aplicar la sentencia antes enunciada: el hombre
es bueno si está ajustado al bien común; como esa banda, en la cual los Juliá
tienen una destacada participación, no está ajustada al bien común político es
mala, injusta y también lo son los integrantes. Con lo cual comprobamos que bien
común y fin social no son lo mismo, a pesar de lo expresado por nuestro ex
alumno y novel escribano Buffoni.

Pero hay más. Dijo bien Buffoni, citando a Santo Tomás, que el bien común “es
más amable que el bien privado”, y que no es ajeno a los particulares. Por eso, el
bien común político no se identifica ni confunde con el bien particular del Estado.

También dijo acertadamente que “el bien común no es la suma de los bienes
particulares”, sino una ordenación de esos bienes.

Pero luego continúa:

1° El bien propio no puede existir sin el bien común, lo que está bien, pero agrega:
“el fin social, el bien común, es por lo menos un medio para alcanzar el bien
particular”; ¡Ay Buffoni, dónde quedó el principio de no contradicción! El bien
común político es fin común, no un medio o como se lo define a veces
pastoralmente un “conjunto de condiciones”. Como escribe ajustadamente Pío XI:
“la sociedad civil es sociedad perfecta, pues encierra en sí todos los medios para
su propio fin, que es el bien común temporal”[21]. En cambio, un concepto
filosóficamente erróneo es el de Juan XXIII, repetido por el Concilio Vaticano II,
“conjunto de condiciones que permiten a los ciudadanos el desarrollo expedito y
pleno de su propia perfección”[22].

2° “No hay bien común sin que los individuos alcancen el bien particular”. Otro
error. La verdad es que el bien común es en su más alto nivel participable por los
particulares, pero existen individuos que pueden marginarse de esa participación y
perseguir bienes particulares incompatibles con el bien común. (p. ej. Un
empresario que prospera sembrando miseria, resentimiento y envidia a su
alrededor, y haciendo peligrar la paz).
3° “El bien común es una concatenación de fines. Los que persigue el individuo y
los que busca la sociedad se eslabonan. No hay que sacrificar a ninguno. Basta
colocarlo en su sitio”. Esto es confuso. No podemos extendernos ahora en el tema
del sacrificio, pero existen muchas personas que no han dudado en sacrificar hasta
su vida en aras de un bien común. Además tratándose de bienes del mismo
género la primacía es siempre del bien común (p.ej. una expropiación para
construir una ruta).

El último error que señalaremos es la afirmación “que por encima del bien común
sólo esta Dios, fin trascendente del individuo y de la comunidad”. Y entonces Dios
no es Bien Común. ¡Ay colega, te olvidaste de la analogía!

Así como existen el bien común de la familia, de los otros grupos infrapolíticos, de
la sociedad política, también existen el bien común espiritual, el bien común
internacional, el bien común del universo y el Bien Común separado o
trascendente, que es Dios, a veces llamado Bien Comunísimo. O acaso Dios es
bien privado de cualquier hombre. No es privativo de nadie. Dios, el Ser
subsistente, cuando se presenta en las Sagradas Escrituras en el Libro del Éxodo
nos dice: Soy el que soy (3,14). Acto puro, sin mezcla de potencia alguna, Primer
motor, Causa eficiente primera, Ser necesario, Ser perfectísimo, Ser providente
que ordena hacia su fin los actos y movimientos de las criaturas. Como sintetiza
Santo Tomás en la Suma contra los gentiles, “Dios es el bien de todo bien” (Cap.
XVI).

En los aspectos más importantes del bien común político se puede participar, que
no es lo mismo que tomar una parte. Y aquí es muy interesante lo que señala Juan
Alfredo Casaubon, cuando distingue, dentro del bien común, tres clases de bienes:
1) los bienes comunes participables, que son aquellos que pueden ser conocidos,
amados y disfrutados por cualquier número de personas sin que los mismos se
dividan ni aminoren: bienes espirituales, como la paz, el orden, la verdad objetiva,
el ambiente moral y su belleza; 2) los bienes colectivos, que, por ser materiales,
que, por ser materiales, aunque pueden ser disfrutados en común, tienen límites y
en los que el disfrute de unos, puede aminorar el disfrute de otros: jardines
públicos, hospitales, museos y teatros públicos; los bienes distribuibles: dinero
público, alimentos, vestidos… que el Estado puede distribuir”[23]. Sólo de los
últimos se puede tomar una parte.

X.- Bien común y bien particular.

Ahora, trataremos de aclarar el tema del bien común respecto al bien particular. El
bien común no puede oponerse al propio de las personas sino al bien “particular o
singular o individual, o sea, a aquel bien que de tal suerte le pertenece que resulta
ajeno a otra persona”.

El perfeccionamiento del hombre consiste en la participación de la persona


singular en un bien que la trasciende; o sea “que la persona singular asume la
condición de parte en este bien. Esto es lo característico y esencial del bien
común: que para apropiárselo hay que subordinarse a él como parte a un
todo”[24].

El hombre se perfecciona cuando actualiza su condición de parte en un todo de


orden perfectivo y participa de su bien común, que no le es ajeno, sino que es el
mejor de sus bienes propios, porque el bien común consiste en palabras de Soaje
Ramos en “un horizonte perfectivo concreto de personas concretas”; porque no es
una fantasía, sino un bien concreto que concierne a hombres y grupos
considerados en el contexto de su situación específica; perfecciona a sujetos
perfectibles.

XI.- Los anacoretas o eremitas. Robinson Crusoe. El Robinson Suizo

Vamos a concluir con casos muy interesantes. El de los ermitaños (éremos,


desierto en griego), representa un retiro voluntario de la sociedad; el de los
Robinson surge de una fuerza mayor independiente de la voluntad humana.

Vamos a analizar el primero que, como es el resultado de una elección deliberada


y libre, negaría nuestra tesis de la incorporación necesaria a las sociedades
humanas para alcanzar una vida plena.

Según la Regla de San Benito escrita en el siglo VI y hoy vigente incluso en las
varias abadías masculinas y femeninas que existen en la Argentina, existen cuatro
clase de monjes de las cuales ahora nos interesan dos: los Cenobitas “que militan
bajo de una regla y de un Abad” y la de los Anacoretas o ermitaños, “los que
habiendo aprendido por largas pruebas en el monasterio y con el socorro de
muchos a combatir al demonio se sienten con bastantes fuerzas para dejar la
compañía de sus hermanos y emprender por sí solos una nueva guerra y pelear
sin socorro ajeno, con sólo su brazo y protección de Dios, contra los vicios de la
carne y de los pensamientos”[25].

O sea que existen dos clases de monjes: los cenobitas que viven en comunidad,
cuyo primer padre es San Pacomio, egipcio, y los anacoretas que viven solos.

Santo Tomás, en las huellas de Aristóteles se ocupó del asunto y escribe: “El
hombre puede vivir solitario de dos maneras… no llevando vida social por la
maldad de su ánimo, y esto es bestial”, o “entregándose enteramente a las cosas
divinas” (Suma Teológica, 2-2, q. 188 a. 8).

Nosotros sostenemos que el hombre es social por naturaleza; en cambio, como


escribe Alberto García Vieyra O.P., el anacoreta “es un solitario. Un hombre que
dispone de su tiempo, se prescribe a sí mismo ciertas prácticas, distribuye sus
trabajos, la oración, el recitado de la salmodia, todo depende de su voluntad. En
cambio, el cenobita encuentra todo reglamentado en el monasterio”[26].

Ahora bien, entendemos en primer lugar, que los anacoretas, antes de su retiro a
parajes desérticos e inhóspitos, hicieron un largo aprendizaje social y, en segundo
lugar, que su soledad física no los aparta de ciertos usos sociales y les permite
una mayor cercanía espiritual con otros hombres y con Dios. Al fin y al cabo, la
plegaria por todos en la soledad y en el silencio más radical es la forma más alta
de caridad.

La vida eremítica nació en el siglo III en la Tebaida egipcia, con San Pablo, primer
ermitaño, y el también egipcio San Antonio, y se extendió a Occidente en el siglo
IV.

Tuvo su apogeo en el Medioevo y su declinación comenzó con el Concilio de


Trento, que desconfió de ellos por “incontrolables”, y la experiencia aparentemente
concluyó con la Revolución Francesa que los persiguió por considerarlos
“oscurantistas fanáticos” y “parásitos sociales”.

Tanto se creía en su desaparición, que el Código de Derecho Canónico de 1917


los ignoró. Sin embargo, las apariencias ocultaban la pujante realidad de los
ermitaños, fenómeno común a casi todas las religiones del islamismo al budismo,
del hinduismo al judaísmo, fenómeno ecuménico porque reencuentra, viviéndolos
cada día, valores religiosos comunes: plegaria, penitencia, sacrificio, ayuno,
separación de lo mundano, contemplación.

El Código de Derecho Canónico de 1983 tuvo que reconocer la realidad porque los
anacoretas no sólo siguen existiendo sino que se multiplican. Su fuerza está en
contradecir el espíritu de nuestro tiempo.

Son muy difíciles las estadísticas por la singularidad de estos personajes, pero se
calcula que son alrededor de veinte mil, de los cuales la mayoría hoy son urbanos,
un poco más de la mitad varones y un poco menos mujeres, que viven en las
buhardillas y mansardas de algunos edificios céntricos, en Nueva York y en
Chicago, en Turín, Milán y Roma. Otros se aquerencian en santuarios
abandonados o en casuchas campesinas. Las mujeres tratan de evitar lugares
aislados por temor a las agresiones. En Italia se calculan mil doscientos. En el sur
de Francia: trescientos. En la Argentina sabemos de uno.

Cuando se instalan en la campiña, los primeros tiempos son duros. Los lugareños
desconfían de ese forastero solitario, con aire distinto (la mayoría tiene títulos
universitarios), que no recibe visitas, que no tiene teléfono, ni radio, ni televisor,
que se va a la cama con las gallinas y se levanta al alba, que intercambia con
todos -el párroco incluido- el mínimo indispensable de palabras. Casi siempre la
primera visita es de la policía local alertada por los vecinos. Luego, lentamente, el
forastero es aceptado como un miembro excéntrico e inasible de la comunidad, y
en el umbral de su puerta comienzan a aparecer verduras, frutas, pan, leche, a
menudo acompañados de una esquela que pide oraciones[27].

La mayoría de los anacoretas son laicos, pero son numerosos los sacerdotes,
religiosos y monjas que eligen esta vida después de años en comunidad. ¿Por qué
esta elección?Es una llamada que ha encontrado un nuevo florecimiento ante la
borrachera comunitaria, social, política, económica, que ha tergiversado muchos
ambientes religiosos; ella consiste en redescubrir respecto a todo activismo y
eficientismo, el valor de la plegaria, de la lectura espiritual, de la meditación y del
silencio.

Casi todos los anacoretas son personas entre cincuenta y sesenta años; algunos
viven de sus jubilaciones, de trabajos artesanales que pueden realizar entre cuatro
paredes, del laboreo de alguna huerta; los que integraron comunidades religiosas,
si se fueron en buenas relaciones, a veces son ayudados por las mismas. Parece
que siguiera vigente un antiguo proverbio: “a joven eremita, viejo diablo”.

Ahora, dos palabras sobre Robinson Crusoe y sobre el Robinson suizo. El primero,
o es víctima de un naufragio o es abandonado en la isla del archipiélago Juan
Fernández que hoy lleva su nombre.

Robinson Crusoe es el Robinson inglés. Es el hombre solo, desamparado, que


sólo cuenta con la fuerza de su voluntad y la ayuda de Dios. Robinson es
admirable por su genio, por su actividad, por su industria, pero todo lo que hace o
produce lleva la marca de una vida social anterior; pone en práctica lo que había
aprendido en la ciudad de los hombres.

El Robinson inglés fue el marinero Alejandro Selkirk, a quien Borges le dedicó unos
versos que leímos en una de las primeras reuniones. Hace unos cuantos años
tuvimos el gusto de ascender al mirador desde el cual el náufrago o el
abandonado, según la versión que prefieran, escudriñaba el horizonte esperando
la nave que lo devolviera a la vida social.

El Robinson suizo[28], es otra cosa. Carlos Nodier, de la Academia Francesa, en


su presentación, nos resume en pocas palabras el contenido de la obra: “El
Robinson suizodel señor Wyss es el Robinson en familia… En vez del obstinado
marino que a brazo partido lucha con la muerte, cautivarán nuestra atención un
padre, una madre e hijos de diferente edad e índole. La imaginación del autor nos
traslada a la misma cuna de la sociedad humana, mostrándonos como se forman
los pueblos”. Un libro muy educativo para todos.

XII.- Los ermitaños, los Robinson y la teoría de la argumentación.

El escribano Hernán de Pablo estará pensando ¿Qué tendrá que ver todo esto con
el Curso? Tiene que ver en ambos casos si recordamos las enseñanzas de
Perelman y la ampliación del objeto de la retórica por su Escuela de Bruselas.

La argumentación abarca la deliberación consigo mismo y el paralelismo entre ella


y la retórica, ya fue señalado por Isócrates, a quien los más veteranos del curso
recordarán, primero como logógrafo, y después como maestro de retórica, en un
discurso a Nicocles: “los argumentos con que convencemos a otros al hablar con
ellos son los mismos que utilizamos al deliberar; llamamos oradores a los que
saben hablar en público, y tenemos por discretos a quienes discurren los asuntos
consigo mismos de la mejor manera posible”[29]. No olvidemos que la discreción
es un antiguo nombre dado a la prudencia.

La deliberación íntima es secreta, persigue el acuerdo con uno mismo sopesadas


las razones, y una vez alcanzada una convicción, busca consolidarla. Esto se
aplica a los anacoretas y a Robinson Crusoe. En cambio, el Robinson Suizo,
además de esto, argumenta “en familia”.

Los eremitas y los Robinson debían hacer el bien y evitar el mal. Al dictamen de
lasindéresis debía seguir la determinación prudencial respecto de los medios. La
prudencia individual, la fortaleza y la templanza debían ponerse en práctica para
combatir los vicios y facilitar los actos buenos. La justicia estaba suspendida en el
caso de Robinson Crusoe por ausencia de alteridad, muy ocasionalmente la
encontramos en la vida de los eremitas y aparece imperfectamente en el caso del
Robinson Suizo, de justicia “analógica” según Aristóteles.

Cuando los ermitaños se radicaban en el desierto, ese alejamiento, “si bien cortaba
algunas posibilidades de pecar, no las destruía a todas. Aún en el desierto, ellos
descubren que el enemigo ha viajado con ellos y en ellos”[30].

En la soledad aparecen tentaciones en especial en el orden del espíritu. Son “los


espíritus malignos que andan dispersos por el mundo para la perdición de las
almas”, y también de los cuerpos.

En este combate místico también está presente la argumentación. Una prueba


más que en los anacoretas, el paso por la sociedad dejó huellas indelebles.

Escribano Bernardino Montejano. 10/3/2011.

[1] Así también lo señala Danilo Castellano en L’ordine della política, Edizioni
Scientifique Italiane, Nápoles, 1997, p.30.

[2] Lecciones de Sociología, Méjico, 1948, p. 25.

[3] El hombre y la gente, Revista de Occidente, Madrid, 1957, p. 22.

[4] “La esencia de lo social”, Anuario de la Fundación Francisco de Vitoria, Consejo


Superior de Investigaciones Científicas, Madrid, 1959 p. 175.

[5] L’humanisme politique de Saint Thomas, París, 1939, p. 595.

[6] Utz, Arthor Fridolin, Etica Social, Herder, Barcelona, 1964, T. I., p. 41.

[7] La cuestión social, Rialp, Madrid, 1960, p. 21.


[8] El equilibrio y la armonía, Rialp, Madrid, 1978, p. 118/20.

[9] Utz, Arthur Fridolin, Ob. cit., 1964, T. I., p. 23.

[10] Artículo citado, p. 177.

[11] Ob. cit., p. 50.

[12] En su libro El derecho y la sociedad, señala Jacques Leclercq que “es


necesario que haya sociedades particulares” y “que se necesitan tantas
sociedades como intereses colectivos deben salvaguardarse y fines colectivos
procurarse”, Herder, Barcelona, 1965, ps. 207 y 210.

[13] Para qué la familia, Kapelusz, Buenos Aires, 1979, ps. 15/16.

[14] Ob. cit., p. 21.

[15] Marcel de Corte, “L’éducation politique”, en Politique el loi naturelle, Sion,


Suiza, 1967, p. 65.

[16] El hombre rebelde, Losada, Buenos Aires, 1959, ps. 378/379.

[17] Bernardino Montejano y Susana Lima, “Bien común, formas de justicia y


solidaridad”,El Derecho, 27/11/78, n° 4599.

[18] Terre des hommes, VII, 6, en Oeuvres, Gallimard, París, 1965, p. 238.

[19] Filosofía del Derecho, Bosch, Barcelona, 1953, ps. 472/3.

[20] El hombre y la gente, Revista de Occidente, Madrid, 1957, p. 47.

[21] Divini Illus Magistri, 8, en Doctrina Pontificia, Documentos Políticos, B.A.C.,


Madrid, 1958, p. 532.

[22] Mater et Magistra, 65, en Comentarios a la Mater et Magistra, B.A.C., Madrid,


1968, p.28.

[23] “Estudio crítico de la lógica del ser y del deber ser en la teoría
egológica”, Ethos, Instituto de Filosofía Práctica, Buenos Aires, 1974/5, n° 2/3, p.
54.

[24] Meinvielle Julio, Crítica a la concepción de Maritain sobre la persona humana,


Nuestro Tiempo, Buenos Aires, 1948, ps. 90/91.

[25] Regla de gran patriarca San Benito, Abadía de Santo Domingo de Silos,
Burgos, 1980, ps. 21/2.
[26] Los padres del desierto, San Jerónimo, Santa Fe, 19812, p. 76.

[27] Messori Vittorio, “L’ultima tentazione: eremita metropolitano”, Corriere della


Sera, Milán, 17/8/2002.

[28] Y. R Wyss, Librería de Garnier Hermanos, París, 1911.

[29] Discursos, Nicocles III, 8, Gredos, Madrid, 1979, p. 287.

[30] García Vieyra, ob. cit., p. 63.

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