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Leonardo da Vinci, gran científico y artista italiano del Renacimiento, fue el primero en
registrar con sus observaciones, realizadas, en el siglo XV, que algunas plantas
aparentemente seguían la trayectoria del sol, y no sería el último en hacerlo.
El interrogante de por qué algunas plantas se inclinan hacia la luz o crecen hacia arriba y
no hacia abajo puede parecer sencillo, pero la respuesta dista de serlo.
Hace mucho que diversos investigadores habían formulado la teoría de que la responsable
de este fenómeno debía ser la auxina, que suscitó el interés incluso de Charles Darwin en
el siglo XIX. No obstante, hasta ahora no se había logrado comprender al detalle su
funcionamiento.
El equipo, dirigido por Elke Barbez y supervisado por Jürgen Kleine-Vehn del VIB y Jiri
Friml, también del VIB y de la Universidad de Gante, determinó que el transporte de la
auxina por la planta desempeña una función compleja pero vital.
Mejora de la productividad
Para que la planta pueda absorber de forma óptima y eficaz los rayos solares, es preciso
que el tallo se enderece lo antes posible. Por esta razón se suministra más auxina a la
sección inferior del tallo que a la superior, gracias a lo cual la primera crece más rápido y el
tallo crece recto.
Al regular el destino de la auxina transportada, las plantas logran aprovechar del mejor
modo posible las condiciones cambiantes de su entorno.
Según los autores, sus hallazgos tendrán consecuencias de gran calado y podrían resultar
beneficiosos para ingenieros agrónomos y agricultores.
Más de 600 espejos, cada uno del tamaño de la mitad de una cancha de tenis,
siguen al sol concentrando sus rayos en una torre central, donde el calor es
transformado en electricidad para 6.000 hogares.
Las plantas de concentración solar (CSP por sus siglas en inglés) utilizan grandes
conjuntos de espejos o helióstatos para concentrar los rayos del sol en un área
pequeña. La luz concentrada es convertida en calor, que a su vez genera
electricidad.
La forma más eficiente de distribución, según los expertos del MIT, es colocar
cada panel a un ángulo constante de 137 grados respecto al que le antecede, un
patrón conocido en matemática como la espiral de Fermat, en alusión al
matemático francés del siglo XVII.
"Ángulo dorado"
Mitsos y Noone también buscaron combinar esa distribución con otro objetivo
clave, ahorrar espacio, y mostraron el patrón resultante a otro de los
investigadores, Manuel Torrilhon, de la Universidad Aachen en Alemania.