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TRABAJO PRÁCTICO – LITERATURA EUROPEA 1

La tempestad de William Shakespeare

INTEGRANTES: ALVA, Natalia – COLLADO, Lucía

Durante el Renacimiento se produce una ruptura en el teatro de Occidente y un


estallido del teatro. En ese contexto se encontraba William Shakespeare. El siguiente trabajo
analizará distintos puntos de la obra La tempestad (1623) de dicho autor inglés, en el marco
de la cosmovisión isabelina.

En primer lugar, Según Jaques Le Goff en Lo maravilloso y cotidiano en la edad


media, el desarrollo de lo maravilloso en el marco de una religión monoteísta, a saber el
cristianismo, se dio a partir de una ramificación tripartita de lo sobrenatural en tres
denominaciones cuasi atributivas: Mirabilis, que refiere a lo maravilloso precristiano,
Magicus, que refiere a la magia, inicialmente maligna, y Miraculosus, que refiere a lo
maravilloso cristiano, lo milagroso que depende del árbitro de Dios y en consecuencia se
deshace del factor imprevisible.

En el caso de La Tempestad, de William Shakespeare, estas categorías conviven de


forma armoniosa, dado que se hallan elementos sobrenaturales preexistentes al cristianismo,
por ejemplo la escena en la cual se reproduce una interacción entre Iris, Ceres, Juno y ninfas,
y elementos sobrenaturales mágicos, como Ariel, genio cuyo amo es Próspero y realiza sus
voluntades hasta que es liberado por este, Calibán, demoño hijo de una bruja, y espíritus y
poderes que Próspero maneja mediante sus conocimientos de la alquimia, pero siempre
subordinadas a una visión teocéntrica cristiana, siendo lo sobrenatural milagroso lo que rige
la obra, ya que el empleo de lo maravilloso cumple como función principal la realización, es
decir el uso de lo sobrenatural como el medio de exploración más completa de la realidad
universal, y no por el contrario una resistencia al cristianismo y su humanismo característico,
o una compensación de la trivialidad cotidiana con temas como la libertad sexual, el ocio o
la creación del paraíso en la tierra, puesto que en la obra se observa, a pesar de ser una
comedia, una fuerte moralidad y una ética relacionada con los valores humanistas que los
héroes desempeñan en concordancia con Dios y las enseñanzas de la fe cristiana. Así
también, los chistes en torno al ocio son puestos en evidencia como irónicos, y hasta
censurados por otros personajes como se puede observar en la siguiente cita:

“GONZALO. –Si yo fuera rey, ¿Sabés lo que haría?

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SEBASTIÁN. –Prohibirías la embriaguez, porque no hay vino.


GONZALO. –En mi república dispondría todas las cosas al revés de cómo se
estilan. (…) Todos, absolutamente todos los hombres estarían ociosos; y las mujeres
también, que serían castas y puras; nada de soberanías. (…)
SEBASTIAN. –¿Nada de casamientos entre sus vasallos?
ANTTONIO. –Ninguno hombre. Sería una república de holgazanes, putas y
bribones. (…)
ALONSO. – No más, te ruego. Para mí es como si no dijeras nada.
GONZALO. –Creo a pie juntillas a Vuestra Alteza, y si hablé así fue para
aprovechar la ocasión de demostrar a estos caballeros, cuyos pulmones son de tan sensible
disposición, que siempre ríen por nada.” (…)
Puede observarse de la misma forma la aprensión hacia la sexualidad por fuera del
matrimonio, tal como se observa en la bendición de Próspero a la unión entre su hija y
Fernando, en la que aclara que de mantener relaciones previamente a los rituales cristianos
habrá consecuencias negativas, e incluso puede encontrarse, también dentro de la moral
cristiana, un rechazo a la gula, cuando son castigados los hombres al intentar comer el
banquete que Próspero pone como una visión mágica frente a sus ojos, y una reprobación
hacia la embriaguez, siendo Esteban un ejemplo de hombre corrompido por el alcohol, y a la
avaricia, por la cual se dejan corroer tanto Sebastián, como Antonio, Trínculo, Esteban y
Calibán, y son exaltadas ciertas virtudes como la misericordia, que lleva a cabo Próspero al
perdonar a su hermano y liberar la tripulación, la virginidad, de la que es poseedora Miranda,
la sabiduría y cautela, con las cuales comulga Gonzalo, y la lealtad, de la que es portador
Ariel. Así mismo, la obra termina con una fórmula para obtener el perdón de los pecados
para los usurpadores, la piedad y el enmiendo del error, y una fórmula para obtener la
absolución para Próspero: abandonar la magia que lo llevo a su suerte. De esta manera puede
leerse la función moralizante, que se corresponde con el uso político de lo maravilloso cuya
enseñanza a través del mito asentaría la importancia de reverenciarse frente a la iglesia y no
distraerse con escrituras y conocimientos mágicos, y preservar al rey y la nobleza elegidos
por dios sin ambicionar su puesto o cuestionar su poder puesto una alteración del orden
establecido podría conllevar a una tempestad.

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En segundo lugar, es posible señalar que la obra posee un comienzo “in media res”,
es decir, la narración comienza en el medio de la historia. En primera instancia, el texto
presenta múltiples personajes que parecen estar navegando en una gran tormenta que se
desató furiosamente. Poca información se brinda de cada uno, salvo sus nombres y rol en el
barco. Posteriormente, se presenta otro lugar, una isla, en donde se encuentran otros
personajes. Entre ellos, Próspero, duque legítimo de Milán, junto a su hija Miranda,
desterrados de su reino. En ambos casos, nada se cuenta sobre lo sucedido anteriormente,
hasta que los personajes comienzan a hilar fragmentos de la historia pasada a través de
distintos diálogos. En otras palabras, se promueve a lo largo de la obra información sobre lo
ocurrido antes del inicio de la obra en sí. La razón de su hallazgo en la extraña isla
posteriormente sería la causa de la tempestad que se desató en la primera escena y, de esta
forma, no se concebiría un relato lineal sino todo lo contrario: el hecho de que Próspero se
encontrara en la isla y llevara a cabo allí su magia resulta la solución al enigma de la gran
tormenta de la primera escena y, a su vez, es el intento de asesinato de Próspero por parte los
personajes de la primera escena lo que llevaría al legítimo duque al exilio.

A diferencia de la tragedia clásica, en la tragedia shakespereana la unidad de tiempo


se rompe y no es completamente lineal, sino que se producen saltos hacia hechos anteriores
a través de los recuerdos de quienes integran la obra. En el caso de La tempestad el juego con
la temporalidad es permanente. En este sentido, no todos los personajes poseen el mismo
grado de conocimiento acerca de los hechos pasados de la historia. Es a través de las
conversaciones –y a medida que avanza la obra- que se construyen los acontecimientos
precedentes. Por ejemplo, Miranda, hija de Próspero, indaga al inicio de la obra los orígenes
de su padre. Ella se sorprende al conocer que su padre, en realidad, era un rey a quien luego
su tío –y hermano de Próspero- le arrebata la corona despiadadamente.

En tercer lugar, este trabajo tendrá en cuenta que durante el reinado de Isabel I se
plasma una visión de mundo particular: la cosmovisión isabelina. Con una fuerte raíz
medieval, esta perspectiva ronda sus bases en una idea: la idea de orden y, vinculado a ello,
las jerarquías. Según la cosmovisión isabelina, el universo se hallaba ordenado a partir de un
sistema de jerarquías articulado mediante la cadena del ser, en la cual cada ser constituye un
eslabón conectado con el anterior y el siguiente. Esta cadena comenzaría con Dios y seguiría

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con los ángeles, luego el hombre, los animales, seguidos de los vegetales y por último los
minerales. Y dentro de cada una de estas categorías también habría un orden vertical que iría
del arquetipo más importante al de menor importancia. Para esta forma de ver el mundo, a su
vez, la alteración de alguno de estos planos repercutiría en los otros planos su interrelación,
por lo que una alteración de las jerarquías conduciría al caos. Este caos era temido por los
isabelinos porque amenazaba la armonía del mundo y la vida. En La Tempestad puede ser
observado un desorden cósmico provocado por una alteración humana del orden
preestablecido. Esta alteración es notable, en primera instancia, en la usurpación del trono
del Duque de Milán, Próspero, por parte de su hermano Antonio, que trae por consecuencia
años más tarde una tormenta provocada por el mismo Próspero a partir del empleo de la
magia, que hace naufragar a su hermano, al rey de Nápoles Alonso y a su hermano Sebastián
y su hijo, y a un conjunto de marineros. A su vez esta usurpación real tiene por efecto una
segunda usurpación, la de Próspero que en la isla en la que se ve recluido se nombra soberano
desplazando a Calibán, hijo de una bruja a quien pertenecía previamente la isla. De esta forma
se observa como la modificación del orden de un plano modifica por ser interdependientes al
ordenamiento de otro plano.

Al mismo tiempo, en la obra, seguido al naufragio, Ferdinand, hijo del rey se


encuentra con Miranda, hija de próspero con la cual se desposa con la bendición de Próspero,
pero sin la bendición de su padre ya que considera que es posible que este haya muerto
durante el temporal y es por eso que asume que posiblemente él ya sea un rey y toma
decisiones por encima de su padre, viéndose el orden nuevamente alterado. Así también, en
otra escena observamos como Antonio convence a Sebastián de usurpar el trono de su
hermano tal como ha hecho el mismo y configuran un plan para asesinar al rey, sin embargo,
esta usurpación es solo potencial ya que Ariel, el genio que sirve a Próspero, se inmiscuye
en la situación para alertar a Gonzalo y al rey que dormían para que despierten y se defiendan.
Al despertar, Gonzalo encomienda su protección al eslabón que está por encima, en la cadena
isabelina, del rey, con lo cual se explicita una vez más esta interdependencia entre los
distintos niveles, y la supremacía de un nivel frente a otro: “GONZALO. –¡Ahora, ángeles
de bondad, defended al rey!”

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Por otro lado, se produce una quinta usurpación, que en este caso es paródica y da el
mayor tinte cómico a la obra, en manos de: Esteban, un borracho, Trínculo, el único personaje
clown de la obra, y Calibán. Este último convence a Esteban de que asesine a Próspero y a
cambio será amo de la isla y contará con su lealtad. Esteban, motivado por la falta de juicio
provocada por el alcohol decide llevar a cabo el plan y conseguir así ser rey, Trínculo y
Calibán virreyes y miranda reina. Sin embargo, los tres son burlados por Próspero muy
fácilmente quedando en ridículo. Al final de la obra el orden es reestablecido ya que la unión
de Ferdinand y Miranda es bendecida por el rey, Próspero perdona a su hermano y regresa a
su ducado en Milán dejando atrás la magia, que pertenece a otro plano y no al plano de los
hombres, con lo cual si quiere recuperar su vida en armonía debe resignar sus conocimientos
mágicos que la desafían, Miranda vuelve a ser princesa y futura reina de Nápoles, Calibán
vuelve a ser el único habitante de la isla, y por ende su soberano, y adopta la moral humana
decidiendo ser más “razonable” de ahora en adelante, Antonio es desenmascarado, Ariel
recupera su libertad y Esteban y Trínculo quedan expuestos como ejemplos de bufones
ladrones, lo más bajo de la humanidad. Es recién cuando este orden de los títulos nobiliarios
es recuperado y se emprende el regreso a Nápoles por mar, que el orden en el resto de los
planos se estabiliza, tal como se observa en la siguiente cita: “PRÓSPERO. –Os lo relataré
todo. Y os prometo una mar tranquila, viento favorable y velas tan rápidas que pronto
habréis rebasado a vuestro real flote” (…) Próspero puede prometer un mar tranquilo puesto
que desde la cosmovisión isabelina devuelto el orden “establecido por dios” la armonía
recupera su lugar y a partir de allí los cambios en el universo serán a partir de una danza
celestial sutil.

En este sentido, es posible afirmar que la tempestad posee un papel de “desorden


conciliador” y “elemento conciliador” en la obra homónima de Shakespeare. Es por medio
de esta catástrofe natural –materialización del desorden cósmico y terrenal debido a la
destitución del legítimo monarca- que se lleva a cabo el reconocimiento por parte de los
personajes sobre sus pasados errores y la posterior la restauración de los hechos, lo cual
llevaría a una conciliación de los demás elementos que componen los distintos planos del
universo y la cadena del ser. Al fin y al cabo, todos los participantes de la obra son iguales
ante el desamparo del desorden universal que, al finalizar la obra, se restablece y armoniza.

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