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INTRODUCCIÓN.

Esta UD tiene un enunciado muy ambiguo y es muy extensa en el tiempo,


pues la expansión del Islam no se ha detenido aún. Se entiende, empero, el
enunciado en su sentido historiográfico tradicional, de modo que el nacimiento
comprende la época de Mahoma mientras que la expansión corresponde a los tres
periodos siguientes, los de su apogeo, en los que hubo una gran unidad política,
hasta el 900.

Un resumen.
El Islam es una civilización con origen en Arabia, en el sur del Próximo
Oriente. La conquista de un gran imperio en los siglos VII y VIII cambió y
extendió su civilización hasta España por el Oeste y la India por el Este.
Los rasgos principales de la civilización islámica son:
- La influencia de la religión, determinante en todos los aspectos de la
sociedad.
- Una organización política y religiosa centrada en el Califa.
- Un sistema administrativo común en todos los países conquistados.
- Una economía de agricultura intensiva, artesanía y comercio.
- El auge urbanístico.
- Una brillante cultura, heredada de la cultura clásica y del Oriente, y
transmitida a Occidente.
Hay tres periodos de apogeo, en los que hubo una gran unidad: Ortodoxo
(632-661), Omeya (661-750) y Abasida (750-900, aunque la dinastía pervivió
hasta 1258). Les siguen una serie de periodos definidos por los Estados
regionales.
En Al-Andalus destacan el periodo omeya del emirato y el califato de
Córdoba (750-1031); el periodo de los Taifas (1010-1080); el periodo
almorávide-almohade (1080-1230) y el periodo nazarí en Granada (1230-1498).
En el resto del Islam podemos destacar los idrisíes y aglabíes del norte de
África (789-909); los fatimíes de Egipto (969-1171); los turcos selyúcidas de Irán
e Irak (siglos XI-XII); los mongoles de Irán y Asia Central (1206-1353); los
timúridas de Asia Central (1370-1500); los turcos otomanos, que devolverán un
gran periodo de esplendor del Islam, reunificando su parte central (siglos XVI-
XVII); los mongoles de la India (1526-1707 más su continuación decadente hasta
el siglo XIX) y los safavíes de Irán (1502-1736).

1. LOS ORIGENES.
LOS ANTECEDENTES.
Arabia es una región desértica, escasamente poblada, pobre en agricultura,
con una economía nómada y pocas ciudades, que son centros comerciales y
religiosos.
Hacia el siglo VII la organización social era tribal, con grupos de beduinos
unidos por fuertes vínculos de sangre y un militarismo agresivo contra sus
vecinos, y con una estructura bastante democrática de poder, basado en un jefe
elegido y un consejo de notables.
Había una gran heterogeneidad religiosa. La religión principal era la
beduina, muy primitiva y politeísta pero ya con un dios superior, Allah (‘dios’ en
árabe, una lengua semita). La ciudad de La Meca consiguió unificar en su
santuario los principales ídolos, junto al de la piedra divinizada de la Kaaba (se
cree que es un meteorito negro, de unos 12 metros en su lado más largo),
custodiada por la familia de los quraysíes, monopolizando así la riqueza de las
peregrinaciones y del comercio en la parte occidental de Arabia. También había
un incipiente monoteísmo, gracias a la difusión del cristianismo y del judaísmo.

MAHOMA.
En este ambiente de efervescencia religiosa, apareció Mahoma (571-632)
como un hombre del pueblo, perteneciente al poderoso clan de los quraysíes de
La Meca, con amplios conocimientos religiosos gracias al comercio con las
zonas de las religiones cristiana y judía, que hacia el 613 proclamó su convicción
de tener un papel trascendental: ser el mensajero de Allah de que los fieles
debían seguir una religión de un dios único y omnipotente, enemigo de ídolos y
de idólatras, con unas normas estrictas sobre la vida religiosa y cotidiana. Su
propuesta le ganó la enemistad de los comerciantes de La Meca, sobre todo
porque creían que ponía en peligro sus intereses económicos.
En el año 622 Mahoma y sus partidarios emprendieron la Hégira (la
“huida” o mejor “la migración” en árabe) a la vecina Yatrib (actual Medina, la
“ciudad” en árabe). Ese año se considera el principio de la Era Islámica.
Siguieron años de consolidación de su movimiento religioso, de luchas
con judíos y paganos, de redacción de un cuerpo doctrinal homogéneo
(el Corán), culminados en la primera peregrinación a La Meca en 629 y la
inmediata conquista pacífica de esta ciudad.
Al morir Mahoma en 632 el Islam apenas dominaba el Hiyaz, en el oeste
de Arabia, pero iniciaba una rápida expansión, que continuarán con inmenso
éxito sus sucesores.

LA DOCTRINA.
El Corán.
El Islam tiene una doctrina contenida en el Corán (el ‘libro’ en árabe),
codificado por el califa Otmán en 651-652), compuesto de 114 suras o azoras
(‘capítulos’ en árabe), con un número variable de versículos. Según Mahoma y
los musulmanes, los creyentes, fueron escritos por dictado de Dios a través del
dictado del ángel Gabriel. Para muchos investigadores laicos es una genial
recopilación de mandatos cristianos, judíos y paganos, fundidos por un hombre
genial, Mahoma, que habría vivido un especial momento místico.
La importancia del Corán en la civilización islámica es enorme, pues
todos los fieles comienzan su educación con su estudio, que les introduce en la
lengua, la teología, la ciencia y la jurisprudencia, aunque sea de un modo parcial.

La sunna y los hadit.


Como el Corán no es ni pretende ser una respuesta completa a los
problemas de la comunidad, se acudió a la sunna, la recopilación de dichos y
actos de Mahoma (en un modo similar a los Evangelios), que a su vez fueron
interpretados por los eruditos hasta consolidar una tradición interpretativa,
el hadit o hadiz (‘narración’ en árabe).

Las creencias.
Se distinguen las creencias (iman) y los deberes (ibadat).
Los deberes se expresan en el dogma, que no está estructurado, pero son
claros los mandatos de creer en único Dios, Allah, un dios omnipotente, creador
del mundo y del hombre. También se cree en los ángeles y demonios, en los
profetas y libros revelados, en el Juicio Final.
Allah es el mismo Dios del Antiguo y Nuevo Testamento, por lo que los
musulmanes rezan el Padre Nuestro y explica que Abraham, Moisés, Jesucristo y
Mahoma son profetas de una misma religión.
Se cree en la venida de Al-Mahdi, el profeta que restablecerá el bien en el
mundo, y se espera un Juicio Final con resurrección de los muertos, y que se irá
entonces a un paraíso o a un infierno, según se haya llevado una vida justa y fiel
o una vida pecaminosa.

Los deberes.
Los deberes se expresan en el culto islámico, que es individual, con pocos
actos colectivos (la oración en la mezquita principal y la peregrinación son
también actos individuales aunque en masa), lo que le separa del cristianismo y
del judaísmo. Hay cinco obligaciones principales (ibadat):
- La profesión de fe: “No hay más Dios que Allah y Mahoma es su
profeta”, repetida en momentos solemnes.
- La oración, con un ritual de cinco veces al día, en la mezquita, en casa o
al aire libre, mirando a La Meca.
- El ayuno, durante el día en el mes de Ramadán.
- La limosna, convertida en un impuesto. La tradición lo estableció en
cerca del 21% de la renta.
- La peregrinación a La Meca es un deber, pero sólo se exige si se tienen
medios económicos para pagar. Puede compensarse esta obligación con ayuno,
limosna o sacrificio.
La guerra santa (yihad) es sólo una obligación ocasional, para la defensa
de la comunidad y según algunas teorías más agresivas para la conversión de los
infieles, que si la rehúsan deben pagar impuestos para financiarla.

La organización religiosa: el califa y los imanes.


La organización religiosa no está establecida legalmente. Pero en la
práctica el califa es el máximo garante e intérprete de los textos, mientras que los
imanes gobiernan las mezquitas, con una absoluta autonomía. El califato fue una
institución que pervivió hasta el 1924, cuando el último califa otomano fue
depuesto oficialmente.

Las sectas.
En parte por esta falta de estructura han proliferado las sectas
musulmanas, entre las que destacan la mayoritaria de los sunníes ortodoxos, y las
sectas heterodoxas de los severos jarichíes (disidentes) y los shiíes (o chiitas,
partidarios de Alí), subdivididas a su vez en sectas menores a veces muy
extremistas.

2. LA EXPANSIÓN BAJO LOS PRIMEROS CALIFAS (632-661).


A la muerte de Mahoma le sucedieron califas de su propia tribu quraysí.

Abu Bakr (632-634).


Abu Bakr (632-634), el primer partidario de Mahoma, su hombre de
confianza y suegro, fue proclamado por los árabes sedentarios, venció la revuelta
de los beduinos y sometió casi toda Arabia en un año y poco después comenzó a
atacar a los vecinos imperios bizantino y persa.

Omar (634-644).
Omar (634-644), hombre de confianza y de Abu Bakr y también suegro de
Mahoma, fue el protagonista, junto a su general Walid, de la gran expansión
islámica, con la conquista de Siria, Palestina, Persia y Egipto, junto a una masiva
emigración de las tribus árabes que alimentaba las crecientes ansias de conquista.
Ejércitos de jinetes fanáticos muy bien armados, entrenados y mandados,
vencieron a los ejércitos más numerosos de los vecinos Estados, de los
decadentes sasánidas y bizantinos, sumidos en guerras civiles y revueltas sociales
y religiosas.
Fueron los jalones en la creación de un imperio islámico las victorias
sobre los bizantinos en la batalla de Yarmuk (636) y la conquista de las ciudades
de Damasco (636), Jerusalén (636) y Alejandría (641), mientras que se venció a
los persas sasánidas en las batallas de Qadisiya (637), Nihawand (642) y Yalul y
se tomaba su capital Ctesifonte (636).

La ocupación fue facilitada por las disensiones religiosas y sociales en la


zona del Próximo Oriente, puesto que grandes masas de campesinos sufrían su
condición de servidumbre o esclavitud, con pesados impuestos y trabajos
forzosos. Además, las sectas heréticas del cristianismo, como los monofisitas de
Egipto y Siria, acogieron con esperanza la mayor tolerancia de los musulmanes.
En este proceso, las tribus árabes emigraron en masa hacia el norte,
tomando las tierras y un inmenso botín, de modo que gran parte de Arabia quedó
despoblada.

LA ORGANIZACIÓN DE LAS PRIMERAS CONQUISTAS.


Los vencidos no eran obligados a la conversión si eran fieles de las
religiones “de las gentes de la Escritura”, o sea los cristianos y judíos, aunque
pagaban impuestos especiales como protegidos. Los paganos, en cambio, eran
convertidos a la fuerza. De hecho la tolerancia religiosa fue la norma porque al
Estado no le interesaba perder la enorme fuente de ingresos que suponía el
impuesto especial sobre los protegidos, la “yizya”.
Las tierras conquistadas se dividieron en dos partes:
- Las que continuaron en manos de sus propietarios, que debían pagar una
renta (jaray) al conquistador, y que fue la norma en la mayor parte de los
territorios.
- Las que pasaron al patrimonio del Estado por confiscación tras una
victoria sin condiciones o la muerte del propietario, y que se mantuvieron en este
o fueron concedidas en arrendamiento.
Las ciudades de antigua o nueva creación fueron ocupadas por los árabes,
que cambiaron su estructura urbana y desde ellas controlaron el poder militar, la
propiedad de la tierra, el comercio y la administración fiscal y judicial. Se
adaptaron las instituciones y la burocracia locales.
Fue un cambio trascendental: la sociedad árabe tradicional era nómada,
pero se transformó definitivamente en urbana, aunque manteniendo ciertos
rasgos ideológicos propios de los nómadas.
Este modelo de organización, bastante eficaz, persistió en lo fundamental
en el siglo siguiente.

LAS LUCHAS ENTRE OMEYAS Y LOS PARTIDARIOS DE ALÍ.


El omeya Otmán (644-656).
A la muerte de Omar (asesinado por un esclavo cristiano), fue elegido
califa el omeya Otmán (644-656), yerno de Mahoma. Protegió a los miembros de
su clan en La Meca y les otorgó los mejores cargos de la administración central
y provincial. Ello provocó la aparición de una oposición entre los postergados en
el botín, que tomó como líder a Alí, primo y yerno de Mahoma por su
matrimonio con su hija Fátima. Hay entonces tres problemas:
- La diferenciación religiosa entre la ortodoxia del califa omeya y la
heterodoxia de Alí, que impugna el derecho de votación y reivindica el derecho
de herencia para ocupar el cargo de califa.
- El enfrentamiento entre los clanes de omeyas (emparentados con la
aristocracia siria) y abasíes (emparentados con la nobleza persa) por el dominio y
explotación del imperio, como mucho antes, en el siglo VI, ya lo habían hecho
por el dominio de La Meca.
- El resurgimiento de la ancestral rivalidad entre las tribus árabes del
Norte, los quraysíes, y del Sur, los yemeníes.

Alí (656-661).
El asesinato de Otmán permitió la entronización de Alí (656-661),
apoyado por los viejos partidarios de Mahoma, pero el nuevo califa fue acusado
del crimen y el omeya Mwawiya (gobernador de Siria) enseguida se rebeló con el
apoyo de quraysíes y medinenses. El acuerdo entre los dos bandos no fue
aceptado por gran parte de los seguidores de Alí, que formaron la secta de los
jarichíes, y tras varias alternativas, Alí fue asesinado por un jarichí en 661 y le
sucedió Mwawiya (661-680), verdadero iniciador de la dinastía Omeya (661-
750), mientras que los partidarios (shiíes) de Alí formaron una secta que ha
sobrevivido mayoritariamente en Irán e Irak, aunque se extiende por muchos más
países.

3. EL CALIFATO OMEYA (661-750).


LOS OMEYAS.
Muawiya instaló el califato omeya en Damasco y potenció la
centralización religiosa y administrativa en el califa, con gobernadores
provinciales. Se apoyó en la burocracia sirio-bizantina y en los beduinos.
Introdujo la sucesión califal por línea directa al nombrar sucesor a su hijo (el
nombramiento en vida se convirtió en la costumbre musulmana de sucesión) con
el consenso de los notables, un compromiso entre el carácter hereditario y el
democrático del poder. Extendió el imperio por el Norte de África, hasta la India
y las puertas de Constantinopla, la capital bizantina, que sufrió tres asedios.
Muawiya luchó contra la oposición abasí y shií, que contaba con un nieto del
profeta, Husein, muerto en la batalla de Kerbala en 680), que planteaba la
reivindicación de la igualdad de todos los musulmanes, tanto los de origen árabe
como los conversos, sobre todo los persas.
Destaca en la dinastía omeya el califa Abd-al-Malik (685-705), quien creó
un ejército profesional, arabizó la administración con nombramientos de árabes e
imponiendo el árabe como lengua oficial, y estableció una reforma monetaria.
La expansión continuó por España (711) y Asia. Pero había graves
problemas: el imperio era demasiado extenso y había un continuo descontento de
abasíes, shiíes y jarichíes.
Una coalición revolucionaria de todos estos grupos, originada en Irak y
Persia estalló en 747-750 y derrocó al califa omeya Marwan y acabó con la
mayor parte de la familia omeya, salvo uno que se refugió en España, Abd-al-
Rahman, formando un emirato omeya independiente.

LA ORGANIZACIÓN ECONÓMICA Y SOCIAL DE LOS OMEYAS.


La economía.
La economía se basaba en la agricultura, con auge de la irrigación y de
nuevos cultivos. El comercio prosperó desde la India hasta España, con un
sistema monetario fiable, basado en el dinar de oro y el dírhem de plata (sustituto
del denario de plata romano), en una relación de valor 1/10.

La administración.
La administración se arabizó en sus componentes, pues la cúspide del
poder era la aristocracia árabe, muy lentamente debido a la inmensa extensión de
los territorios ocupados y a la falta de personal preparado. La mayoría de las
instituciones fueron adaptaciones de la administración bizantina y sasánida,
aunque guardando respeto por la práctica árabe de los consejos de notables.
Muchos funcionarios eran dimmi, fieles de las religiones protegidas.

La sociedad.
La estratificación social ponía a los árabes en la cúspide del poder, una
aristocracia al servicio del califa.
Las conversiones de los que querían evitar el impuesto especial aumentó
mucho la población musulmana, pero sin violencias, con la formación del amplio
grupo de los mawlas (muladíes o conversos), que pronto quisieron ser asimilados
social y políticamente a los árabes.
Los protegidos (dimmi) no musulmanes eran respetados en su religión,
pero pagaban impuestos cada vez más gravosos, por lo que muchos optaron por
convertirse al Islam. Por ejemplo, en Egipto predominó la religión copta hasta
mediados del siglo XI.
Los esclavos eran la capa inferior, pero la manumisión era muy frecuente
cuando se convertían y se transformaban en mawlas, como los libertos clientes de
Roma.
La condición de la mujer era de estrecha sumisión al hombre. La mayoría
de las mujeres realizaban tareas agrícolas y domésticas o estaban recluidas en el
gineceo. Estaba permitida la poligamia, pero era poco frecuente en las clases
populares.

4. LA DINASTIA ABASIDA.
LOS ABASÍES.
Los abasíes procedían de Abbas, tío de Mahoma. Su primer califa fue
Abu-l-Abbas (749-754), que se rebeló en Persia en 747. Respaldados por su
parentesco con el profeta, explotaron el descontento de la población respecto a
los omeyas para tomar el poder en 750, con el apoyo de los shiíes y de los demás
revoltosos, en especial los de Persia. No fue una revuelta étnica sino social contra
la aristocracia árabe, basada en el descontento económico y social de las
poblaciones no privilegiadas (mercaderes, artesanos), en medio de una situación
de crisis al ser interrumpida la expansión y pasar a ser superflua la clase guerrera
árabe que representaba la dinastía omeya.
La dinastía apartó, desde el principio, a sus aliados shiíes y persas más
radicales, cuyo líder Abu Muslim fue ejecutado, pero integró a los persas más
moderados y así orientalizó la administración con elementos persas.
El segundo califa, Al-Mansur (754-775), hermano del anterior, es el más
importante de la dinastía. Trasladó la capital, situada provisionalmente en Anbar,
a Bagdad, cerca de la antigua Ctesifonte, y así el centro del imperio pasó de Siria
a Irak, y centralizó la administración con la institución de los visires y una
burocracia asalariada, reclutada sobre todo entre los nuevos musulmanes,
los mawlas. Se adaptaron algunas costumbres organizativas de los sasánidas y el
imperio dejó de regirse según las normas de las tribus del desierto y el consenso
entre los jefes de las tribus.
El Estado se teocratizó, siendo la religión el factor aglutinante sobre las
etnias, mientras el califa se convertía en un delegado divino, apoyado en su
ejército y en los jefes religiosos y jurisconsultos. Al dar un carácter religioso al
régimen los califas pretendían asegurar la unidad entre los diferentes elementos
étnicos y sociales.
El poderío abasida llegó a su cima bajo el dominio de Harun-al-Rasid
(786-809) y Al-Mamun (813-833), alcanzando la corte un refinamiento
legendario. Bagdad era la más importante capital política y económica del
mundo, así como del arte, la cultura y el pensamiento.

EVOLUCIÓN ECONÓMICA Y SOCIAL.


La economía.
Al principio el éxito económico fue extraordinario. La nueva clase
dominante, de origen agrícola, artesanal y comerciante, fomentó la economía
productiva, y la monetización del inmenso botín de metales preciosos activó el
comercio.
En la agricultura se hicieron grandes trabajos de irrigación, desecación de
pantanos, extensión y diversificación de los cultivos, e introducción de nuevas
técnicas.
En la minería se explotaron muchos recursos minerales, como oro, plata,
hierro y cobre, desencadenando un auge de la metalurgia.
Se extendió la industria textil, en especial de la lana y el lino, pero
también se difundieron el algodón y la seda, para la fabricación de tejidos y
tapices, así como la artesanía de muebles, papel, armas y objetos de lujo. Gran
parte de la industria más selecta permaneció en manos del Estado, en talleres en
los que se empleaban esclavos.
Las relaciones comerciales se multiplicaron enormemente en esta época,
desde la India hasta España, de Rusia a Arabia y África, siendo los judíos unos
destacados intermediarios con Europa. Los mercaderes musulmanes unieron
Occidente y Oriente a través de las rutas tradicionales de la Seda a través de Asia
Central y del Índico. Los productos eran muy variados: especias, esclavos,
tejidos, tapices, cerámica, perfumes y otros objetos de lujo.
Hubo en el siglo IX un auge de las finanzas, con bancos a menudo
originados en las actividades de los cambistas. Su actividad de cambio de
moneda se apoyaba en un sistema bimetálico estable, con dos monedas: el dinar
de oro y el dírhem de plata, basados en modelos persa y bizantino. Se conocían
las letras de cambio y los cheques. La mayoría de los banqueros eran judíos y
cristianos, porque el Islam prohibía la usura.

La administración.
La administración se orientalizó con funcionarios persas, aumentando
progresivamente el poder de los visires, que crearon verdaderas dinastías, como
los barmakíes, derribados en 803.
La administración se centralizó en Bagdad. En el centro del imperio el
poder se fortaleció con la doctrina del mutasilismo, que considera que el Corán
debe ser interpretado por la razón, encarnada en el Estado, que es el ordenador
del bien.
Las provincias se gobernaban con los emires (gobernadores)
y amiles (intendentes de finanzas), cada uno con una fuerza armada.
Los jueces eran los qadis, nombrados por el califa. Eran asistidos por
un adil (notario). Los qadis aumentaron sus prerrogativas, hasta convertirse en
los principales funcionarios de los municipios.
El ejército se abrió a los mawlas y la milicia árabe fue sustituida
progresivamente por mercenarios. La guardia califal primero la integraron persas
del Jurasán y desde el siglo IX esclavos (la mayoría eslavos, de ahí el nombre) o
mamelucos en su mayoría turcos.

La sociedad.
Las clases sociales fluctuaron bajo los abasíes.
La condición social de árabe se extendió desde su raíz étnica a todos los
que hablaban la lengua árabe, esfumándose la diferenciación étnica con la
arabización.
Una nueva clase, formada por ricos y eruditos, sustituyó a la clase de la
aristocracia guerrera en la dirección del imperio, integrada ahora por ricos
terratenientes y comerciantes y funcionarios enriquecidos en sus cargos.
A largo plazo, sin embargo, la población agrícola y ganadera perdió
bienestar al adquirir los comerciantes muchas propiedades que explotaban con
esclavos y arrendatarios, sin invertir en la mejora de las propiedades. El proceso
de concentración de la propiedad provocó continuas sublevaciones campesinas,
el abandono del campo hacia la ciudad, la proletarización y la aparición del
bandolerismo en el siglo IX.

LA DECADENCIA ABASIDA.

Los primeros problemas aparecieron muy pronto: los shiíes se levantaban


en todas partes, crecía el grave descontento social de los humildes y los
conversos en revueltas que tomaban formas de movimientos religiosos,
terminaba la expansión territorial lo que disminuyó los ingresos del Estado y su
capacidad de recompensar con tierras, y, finalmente, los gobernadores y la
aristocracia provinciales buscaban la independencia apoyados por las
poblaciones locales. La primera escisión fue muy temprana: en 756 se
independizó un omeya en Córdoba.
La sucesión originaba guerras civiles en el seno de la familia califal, la
primera en 809-813, entre Al-Amin y el victorioso Al-Mamun, apoyados
respectivamente por iraquíes e iraníes. Desde entonces creció el poder del
ejército. Los gobernantes abasidas mantuvieron su poder centralizado hasta la
muerte de Al-Mustasim en 842, iniciándose entonces un imparable proceso de
decadencia. Desde 836 a 892 la capital se instaló en Samarra.
En la periferia el separatismo desgajaba continuamente territorios desde
España hasta Persia.
En todas estas rebeliones había elementos de disidencia religiosa,
especialmente de los shiíes, que se dividieron en dos grandes tendencias: los
imaníes moderados y los ismailíes, más radicales. Un ismailí, Qarmat, fundó un
califato en Mesopotamia que con altibajos sobrevivió varios siglos en Arabia.
Otro ismailí fundó en el Norte de África la dinastía fatimí (909), que llegaría a
conquistar Sicilia (935), Egipto (969) y Siria, estableciendo su capital en El Cairo
y procurando un gran auge a Egipto.
Las revueltas sociales, iniciadas con la de Babak en Azerbayan (816-838),
se hicieron más frecuentes desde 861, siendo la más importante la de los esclavos
negros de Mesopotamia, los zany (869-883), contra sus amos terratenientes que
les explotaban para desecar las lagunas. Los rebeldes se convirtieron al
jarichismo, una doctrina que defendía que el califato debía ser del mejor
musulmán, aunque fuera de origen esclavo, y consideraba infieles a los demás
musulmanes; y contaron con el apoyo de las tropas negras del califa, los
campesinos y algunos beduinos.
La secta de los ismaelitas se extendió entre el proletariado urbano y los
artesanos, defendiendo la comunidad de bienes. Dos ramas ismaelitas triunfaron:
los fatimíes en el Norte de África (desde 901) y los qarmatas en el este de Arabia
(894).
En suma, las provincias se rebelaron desde mediados del siglo VIII:
España desde 756 con los omeyas, Marruecos en 788 con los ichíes, Tunicia en
800 con los fatimíes, Egipto con los tulumíes en 868-905. Partes de Persia se
desgajaron en el siglo IX: Tahir o tahires (820), los saffaríes (867), los samaníes
(874) o los jarichíes. Arabia estaba completamente perdida debido a la revuelta
de los zaydíes en Yemen y los qarmatas en el este.
La reforma del ejército para parar este proceso fue a la postre nefasta pues
puso en manos de un ejército de origen esclavo la seguridad y el poder califal,
que pasó de facto a manos del jefe mameluco de la guardia (908). El lujo de la
corte y el costoso mantenimiento de la burocracia y del ejército mercenario
obligó a los califas a arrendar las propiedades del Estado a los gobernadores de
distrito, a cambio de un impuesto al Estado y de mantener a las tropas y los
funcionarios locales, encargándose de dominar las revueltas sociales.

5. EL FIN DEL IMPERIO ÁRABE.


Los buwayíes: la crisis de 945.
El fin del periodo abasida se puede fechar en 945, cuando los persas
buwayíes (o buyíes, de la secta shií) se apoderaron de Bagdad y se convirtieron
en visires permanentes, aunque respetando el papel representativo de la dinastía
abasí (de la secta sunní), que se mantuvo simbólicamente en el poder hasta 1258,
cuando los mongoles acabaron con el breve intento del califa de ser
independiente.
La fragmentación del califato.
A principios del siglo XI había tres califatos:
- El califato omeya de Córdoba, proclamado en 929 y que desapareció en
1031, cuando se disgregó en los reinos de Taifas.
- El califato fatimí de Ifriqiya (Magreb), de la secta shií, proclamado en
910, rompiendo la unidad del califato, que más tarde tomaría Egipto (969) y
Siria. Fundó la ciudad de El Cairo y se convirtió en el poder dominante en el
Islam. Entró en decadencia en el siglo XI y fue suprimido por Saladino en 1171.
- El califato abasí de Bagdad, sólo nominalmente en el poder, pues el
poder efectivo lo tenían los emires de la familia persa de los buwayíes y las
provincias estaban en manos de las dinastías locales.
Era un panorama de crisis que remató la aparición de unos nuevos
conversos al Islam, los turcos y los bereberes.

Los turcos selyúcidas (1055).


Los turcos selyucíes eran guerreros nómadas de Asia Central y sunníes
ortodoxos, se presentaron como restauradores del califato abasida y
constituyeron en poco tiempo un gran imperio desde Persia a Palestina y
Anatolia, con los califas abasíes siempre como gobernantes nominales.
Comenzaron por apoderarse de Jurasán y Persia; a continuación de Bagdad en
1055, echando a los buwayíes y controlando el califato; reanudaron la expansión
contra Bizancio, venciendo en Manzikert (1071) a los bizantinos y ocupando
gran parte de Anatolia; y tomaron Siria (1076) a los fatimíes.
El Estado se organizó dualmente, mediante la separación del poder
religioso del califa abasí y del poder político del sultán turco.
Los turcos selyúcidas impusieron el sistema de la iqta, que repartió las
tierras entre sus guerreros a cambio del servicio militar y el pago de un impuesto.
Pero el sistema descompuso el gran imperio seljúcida, al convertir esos
beneficios en hereditarios, en un proceso similar al feudal en la Europa
occidental.
A comienzos del siglo XII el imperio era sólo una vaga confederación de
príncipes autónomos que basaban su poder en la fidelidad de sus respectivas
tribus. Se formaron tres grandes conjuntos: Asia Menor, Persia y Siria. La parte
occidental recibió el tremendo impacto de las Cruzadas, lo que desestructuró el
Estado y facilitó el ascenso de un competidor en los ayúbidas de Egipto (1171),
sobre todo con su fundador Saladino, a los que sucedieron pronto (1250) los
mamelucos, también turcos.

La crisis de 1258: la invasión mongola.


El golpe definitivo llegó con la invasión mongola, iniciada en 1235 y que
arrasó Bagdad en 1258, asesinando al último califa, Al-Mustasim, y aboliendo el
califato abasí, aunque un descendiente abasí se refugió entre los mamelucos de
Egipto, donde la dinastía continuó como gobernante nominal hasta la conquista
de los turcos otomanos en 1517, cuando tomaron los atributos del califato,
quedándoselos hasta su fin en 1924.

Los movimientos en el Magreb.


Por su parte, los bereberes se sublevaron en el siglo X contra los fatimíes
en el Magreb y formaron varios movimientos de reforma religiosa que se
sucedieron a medida que los anteriores perdían austeridad: almorávides,
almohades, benimerines.

6. CONSECUENCIAS DE LA EXPANSIÓN DEL ISLAM.


Según Pirenne (1927), la principal consecuencia para Occidente fue la
ruptura de la unidad mediterránea. Europa se volvió hacia sí misma, volviéndose
rural y militar. El enfrentamiento del Occidente cristiano y del Oriente islámico
(con el Norte de África) será una constante desde el siglo VII hasta hoy mismo.
También hubo efectos positivos: desde Asia hasta Europa se abrió una
vasta red comercial y de intercambio cultural que favoreció a la larga la
economía y la cultura.
En el mundo árabe, el Islam tuvo efectos contradictorios: por un lado
aseguró varios siglos de gran prosperidad económica y cultural, de predominio
político sobre el área mediterránea y de Próximo Oriente, pero por otro lado el
continuismo esencial de la ideología islámica provocó una resistencia al cambio
social, económico o científico, que finalmente aisló al mundo musulmán de los
grandes avances de Occidente y favoreció que en los siglos XIX y XX Europa
impusiese su dominio sobre casi todo el territorio del Islam.

7. LA CULTURA ÁRABE.
La cultura árabe se divulgó pronto entre países de lenguas y culturas muy
distintas, que en parte han sobrevivido hasta hoy. El vehículo de esa expansión
cultural fue la lengua árabe, en la que estaba redactada el libro sagrado, el Corán,
y que era además la lengua de la administración y las clases privilegiadas, por lo
que se difundió entre toda la sociedad de tierras conquistadas, incluso entre los
que no eran musulmanes. La cultura islámica fue extraordinaria en muchos
aspectos, desde la música a la técnica, pero destacaremos en especial a cuatro:
arte, literatura, ciencia y filosofía.

EL ARTE.
El arte islámico aparece muy de repente, en un breve tiempo, los siglos
VII-VIII, sin un proceso de maduración interna, y se extiende sobre el inmenso
territorio del mundo islámico. En estos dos rasgos se parece al arte romano.
El factor básico que da coherencia al arte islámico es el religioso, y, por
extensión, el político e intelectual. El mantenimiento de unas necesidades
religiosas fijas provocó la consecuente permanencia de unos esquemas artísticos
que, aunque podían cambiar estilísticamente, adoptan unas soluciones básicas
que jamás son modificadas sustancialmente.
En la arquitectura se basa en unos pocos tipos, especialmente la mezquita,
seguida de la madrasa, el palacio y los edificios públicos, sobre todo los baños
públicos o los mercados.
Las artes plásticas, tanto la escultura como la pintura, están subordinadas a
la arquitectura, con una función básicamente decorativa, por lo que la decoración
adquiere rango de arte en sí misma. La pintura, sin embargo, tiene en la miniatura
una cierta trascendencia. Un papel muy importante tienen las artes menores:
cerámica, tejidos, alfombras, tapices.
El arte islámico presenta una serie de periodos independientes por razones
políticas, geográficas o artísticas. Destacan sobremanera los dos primeros, en los
que quedaron fijados sus características fundamentales: el periodo omeya (661-
750), de formación, muy influenciado por el arte bizantino y reducido a la zona
de Siria con la mezquita de Damasco y el templo de la cúpula de la Roca en
Jerusalén; y el periodo abasida (750-900), con la confirmación de los rasgos
fundamentales en la mezquita de Samarra.

LA LITERATURA.
Destaca el carácter lírico, con predominio de la poesía sobre la prosa,
hasta tiempos recientes, en los que ha aparecido una novelística de gran calidad
con el egipcio Naguib Mahfuz.
La poesía antigua está inspirada por la vida nómada, la religión y la
propaganda islámica, siendo el Corán el canon de la belleza poética, así como el
amor por el desierto y la naturaleza, y el canto sensual al amor y la belleza.
En la prosa destacan los cuentos populares de Calila e Dimna y la
recopilación de las narraciones de las Mil y una noches, de variado origen y que
reúne una colectividad de autores a lo largo de siglos, y que es una preciosa
fuente sobre la vida islámica medieval.

LA CIENCIA.
En la época abasida se tradujeron muchas obras antiguas al árabe, lo que
aseguró la continuidad de la cultura y ciencia de la Antigüedad clásica y se
formaron grandes bibliotecas en Bagdad, El Cairo, Córdoba (tuvo 80)... El papel
llevado a Europa por los árabes desde China y los pergaminos fueron los mejores
medios materiales para difundir estas traducciones.
Los mercaderes, filósofos y médicos islámicos eran transmisores de la
cultura hacia Occidente en los grandes campos científicos de las Matemáticas
pues el algebra es una invención árabe, así como la escritura numérica que
usamos, la Astronomía, la Física en especial la óptica, en la que destaca el mayor
óptico medieval, Al-Haytam, la Química confundida entonces con la Alquimia, y
la Medicina con numerosos médicos que cultivaron los conocimientos griegos y
la experimentación, como Avicena, autor de grandes obras, consideradas
canónicas durante la Edad Media. Entre las aportaciones técnicas destacan la
brújula y el astrolabio, así como inventos para facilitar el regadío.

LA FILOSOFÍA.
Avicena y Averroes fueron los grandes filósofos (a la par de médicos)
islámicos, y fueron famosos por estudiar la filosofía de Aristóteles y a su través
difundirla en Occidente. Su filosofía es un compendio de la filosofía griega y de
la teología islámica, y se basan en la separación de los principios de racionalidad
y experimentación para el mundo natural y de fe para el mundo espiritual.

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