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de trabajadores impagos que, hacia 1789, rondaba las 500.000 personas, aunque a
comienzos de ese mismo siglo había alcanzado casi 800.000. La diferencia no se debía a
que se hubiesen otorgado libertades en forma masiva, sino a las contundentes cifras del
genocidio cotidiano que significaba el esclavismo. Y eso a pesar de que, cada año, los
franceses traían entre 10.000 y 40.000 nuevas víctimas para alimentar esta carnicería
humana que endulzaba las mesas de los europeos ricos.
Sobre las espaldas de esa población esclava vivían unos 32.000 europeos
y créoles (criollos), que eran dueños de plantaciones y funcionarios coloniales. También
existía un sector integrado por lo que los franceses eufemísticamente llamaban gens de
couleur (“gente de color”), a los que de manera menos remilgada en las colonias
españolas se llamaba mulatos. La condición de vida de esta población, que rondaba las
25.000 personas, era bastante más libre y acomodada que en las colonias españolas,
inglesas, portuguesas y holandesas; lo que no se debía tanto al savoir faire de los
franceses, sino a la escasez de población “blanca” en la isla, lo que los obligaba a
recurrir a estas gens de couleur para distintos oficios, entre ellos, el de mayoral o
capataz de las cuadrillas de esclavos y de tropas para mantenerlos a raya.
El refugio para resistir a la opresión y la muerte, para los esclavos haitianos tenía un
nombre que, como tantas otras cosas, la cultura occidental y cristiana se encargaría de
caricaturizar y prostituir: Vudú.
Esta palabra, proveniente de Benin, significa “espíritu”. Se trata del “genio protector”
de los antepasados y de las fuerzas de la naturaleza (loas o lúas en los ritos del vudú;
“divinidades” en la interpretación occidental), a los que les rendían ofrendas de
animales y libaciones, acompañándose de canto y danza, hasta que los iniciados eran
“poseídos” por un espíritu. 1 La persecución de esta religión por la Iglesia y las
autoridades llevó a que la práctica de sus ritos tuviese que hacerse en forma clandestina,
nocturna más de las veces, lo que no hizo más que aumentar la aprehensión de los
“blancos”, que evidentemente no podían soportar que “sus” esclavos tuviesen algo que
no les perteneciese a ellos, sus amos.
De esta forma, en Haití (al igual que sus correlatos, el vodú y la santería de Cuba o
el candomblé del Brasil) el vudú se transformó en una forma de resistencia, una manera
de preservar las normas culturales de la patria africana, el recuerdo de la misma y la
afirmación de las raíces. Poseídos por los espíritus, los esclavos volvían a sentirse
libres.
Pero había otra forma, y era la de huir hacia los montes y establecer poblados de
fugitivos, convirtiéndose en lo que los españoles llamaban “negros cimarrones” y los
franceses, marrons.
La importancia del vudú era tal, que las historias de Haití suelen recordar que el
antecedente más cercano de la revolución fue cuando un houngan (sacerdote vudú)
llamado Mackandal reunió a varios grupos de “cimarrones” y, tras profetizar la
destrucción de los amos esclavistas, inició una revuelta que duró seis años (1752-1758).
Los “civilizados” franceses, para “ilustrar” a las masas, luego de capturar a Mackandal
lo quemaron vivo en la hoguera, en la plaza principal de Cap Français.
Pero fue a partir de 1789, cuando la lejana metrópoli comenzó a verse sacudida por sus
propios desposeídos, que la situación en Haití se tensó de manera irremediable.
La agitación comenzó en 1790. Sus iniciadores no fueron los más oprimidos, sino un
grupo de “gente de color” residente en Francia que creó la “Sociedad de Amigos de los
Negros”, entre cuyos miembros estaban también algunos franceses, como el alcalde de
París y amigo de Francisco de Miranda, Jerôme Pétion. Este grupo logró que la
Asamblea reconociese formalmente a los mulatos como ciudadanos franceses (no así a
los esclavos); pero cuando el dirigente de la Sociedad, Vincent Ogé, intentó que las
autoridades coloniales de Saint-Domingue cumpliesen la norma igualitaria, encontró el
más firme rechazo. Ogé inició un levantamiento armado, pero la “gente de color” se
negó a incluir en él a los esclavos, lo que provocó su derrota. Ogé fue ejecutado en
1791.
Para entonces, la prédica igualitaria de la Revolución Francesa en Haití había quedado
en manos de quienes tenían el mayor interés en terminar con el Antiguo Régimen, que
en la isla era sinónimo de esclavitud. Un autor afrocaribeño de habla inglesa, Cyril
James, los bautizaría “los jacobinos negros”.
El 22 de agosto de 1791, mientras en París el rey Luis XVI estaba “recluido” luego de
su intento de fuga hacia Alemania, en el norte de Haití los esclavos se cansaron de los
argumentos “ilustrados” que aseguraban que, por ser negros no estaban preparados para
ser ciudadanos libres e iguales. Ese día Dutty Boukman, Jean François y Georges
Biassou iniciaron, no una “revuelta”, sino una revolución que rápidamente se extendió
al resto de la colonia francesa. 2
Entre sus líderes, que a lo largo de esos trece años cambiaron en más de una ocasión de
aliados y enemigos y llegaron a enfrentarse a muerte entre sí, se destacaron François
Dominique Toussaint-Louverture, 3 Jean-Jacques Dessalines, 4 Henri Cristophe y
Alexandre Pétion, nombres que, lamentablemente, a más de un latinoamericano le
siguen sonando “exóticos”.
Lecrerc logró derrotar a los generales haitianos y, en esa ocasión, demostró que ya
entonces existía una “escuela francesa” de militares dispuestos a enseñar métodos
“contrainsurgentes” en las Américas, como la que a fines de la década de 1950 traería la
noción de “enemigo interno”, la práctica del secuestro de sospechosos y el empleo
sistemático de la gégène (picana eléctrica portátil). Leclerc invitó a Toussaint a
parlamentar, y cuando el “jacobino negro” se presentó en el campo enemigo, lo hizo
detener y remitir prisionero a Francia, donde moriría de neumonía a consecuencia de las
pésimas condiciones de detención. Andando el tiempo, el fundador de la dinastía
Somoza aplicaría un método similar, aunque con muerte inmediata, para deshacerse del
revolucionario nicaragüense Augusto César Sandino, en 1934.
Tal vez por aquello que los ingleses llaman “justicia poética”, a los pocos meses de esa
“acción antisubversiva”, Leclerc, junto con más de 20.000 de sus hombres, murió a
consecuencia de un brote de fiebre amarilla.
Así las cosas, tras ver lo que había ocurrido con Toussaint y el restablecimiento pleno
de la esclavitud en otras colonias caribeñas francesas como Martinica y Santa
Lucía, nègres y gens de couleur, dirigidos por Dessalines, Pétion y Christophe,
iniciaron la “segunda fase” de la revolución haitiana.
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