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Ministerio comunitario en un contexto individualista

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1 de abril de
2018

El objetivo del ministerio generacional

La inmensa mayoría de las personas que se involucran en el ministerio con las nuevas
generaciones, define el objetivo de su trabajo como el de alentar a los jóvenes a desarrollar
una fe auténtica y personal en Cristo. Durante una gran parte de mi vida he estado de
acuerdo con que este no sólo es el objetivo apropiado sino también la única meta posible.
Yo pensaba que si un ministerio no consiste en dirigir a la gente a que pueda tener un
encuentro con Cristo, es teológicamente inválido.

Sin embargo, durante los últimos años de mi trabajo con adolescentes, esta presunción no
sólo fue desafiada sino también destruida. Ya no creo que el compromiso individual sea la
meta adecuada cuando invitamos a los jóvenes a buscar al Dios que los espera. Debe haber
algo más.

A medida que consideraba las necesidades, motivaciones y anhelos de los chicos,


especialmente de los adolescentes promedio, he llegado a la conclusión de que la búsqueda
moderna de desarrollo individual pleno es efímera y no alcanza para satisfacer el alma.
Nosotros, como cristianos, influenciados por la corriente cultural norteamericana, hemos
aceptado un sistema de fe, y los valores y actitudes que divinizan el impulso cultural hacia la
independencia y autosuficiencia.

La historia de las Buenas Nuevas no tiene que ver con mi propia realización personal sino
más bien con la invitación a introducirnos en la gran corriente de la historia de Dios. La
Biblia nos llama a vivir como una comunidad, un cuerpo, una familia. No somos atraídos
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hacia una relación íntima con Dios a través de Cristo para nuestro propio beneficio sino
para cumplir los propósitos de dios en aquellos a quienes Él ama.

El mensaje de reconciliación con Dios es una invitación a unirnos con quienes reconocen su
necesidad individual y colectiva de amar a Dios y de vivir en amor, los unos con los otros.
Entonces, el objetivo del ministerio hacia la juventud debería ser hacer discípulos de
Jesucristo que auténticamente estén caminando con Dios en el contexto de la intimidad con
la comunidad cristiana.

Debemos invertir en edificar seguidores de Jesucristo; esta es una travesía de fe a largo


plazo; y la auténtica confianza en Dios se alimenta a medida que los jóvenes y los adultos
reconocen que una comunidad es aquella en la cual todos sus miembros se necesitan y
pertenecen unos a otros.

Hay que hacerlo: el llamado de la iglesia a cuidar a los jóvenes. Colleen Carroll, en su libro
The New Faithful: Why Young Adults Are Embracing Christian Orthodoxy (Los nuevos fieles:
por qué los jóvenes adultos están abrazando el cristianismo ortodoxo), habla del abandono
de las décadas pasadas. Al mismo tiempo, sin embargo, otros que creen que la generación
actual de gente joven, típicamente llamada Generación Y o Mileniales, responden a su
situación siendo espirituales. De acuerdo con mi investigación, la única evidencia
relacionada con esta afirmación es que los adolescentes promedio son tal vez los más
abiertos a la posibilidad de una realidad trascendental que se encuentra más allá del
universo palpable y visible.

Quizás sea forzado afirmar que los adolescentes de hoy son espirituales, porque no es el
Dios santo revelado en las Escrituras lo que ellos persiguen. Los que están abrazando el
cristianismo ortodoxo están en busca de una experiencia espiritual mucho más significativa
que el modelo educacional, modernista, racionalista y cognitivo con el que crecieron. Para la
inmensa mayoría de esta nueva camada de adolescentes promedio, sin embargo, las
demandas de la fe bíblica no están en las pantallas de sus radares.

Esto es lo más importante cuando consideramos el mandato teológico de la tarea en el


ministerio de la juventud. Debemos ocuparnos de lo que ocurre en el mundo de los
adolescentes. La Iglesia es llamada a “… [anunciar] tu poder [de Dios] a las generaciones
venideras, y [dar] a conocer tus proezas a los que aún no han nacido”, Salmo 71:8.

Esta tarea, sin embargo, se hace crecientemente difícil, en un mundo y un contexto de la


comunidad cambiantes. Las reglas y las normas sociales están cambiando, y aún el mismo
proceso de la adolescencia está cambiando. A todos los que están experimentando esta
fase crítica y a menudo difícil de la vida, somos llamados a proclamarles y darles el modelo
de la esperanza en el evangelio y en la realidad de un Dios viviente que nos cuida. Para
interesarnos por aquellos en transición, debemos asegurarnos de que nuestra labor en el

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ministerio tome con seriedad este cambiante panorama. Los que están comprometidos a
anunciar a Dios a los adolescentes, entonces, deben comprometerse a reconectar a los
jóvenes con la fe colectiva de la comunidad.

Esto significa que los adultos debemos arremangarnos e ir hacia los adolescentes,
escucharlos y ocuparnos de ellos incondicionalmente.

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