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“La resocialización en las cárceles es una

mentira”
Por Fernando Mayorga​ y ​Juan Matoso Falcón

El sociólogo Martín Maduri habló sobre cómo es la vida dentro de las instituciones
penitenciarias. Su formación académica y sus 21 años de encierro lo hacen
reflexionar sobre lo que pasa adentro pero también fuera de las cárceles.

Martín Maduri se recibió de licenciado en sociología dentro de la cárcel, en 2015. Fue


gracias al Centro Universitario San Martín (CUSAM), un convenio de la Universidad
Nacional de San Martín (UNSAM) con la Unidad Penal Nº 48 de José León Suárez
perteneciente al Servicio Penitenciario Bonaerense (SPB). Estuvo 21 años preso. En ese
tiempo además de encontrar una carrera en los estudios superiores, también se encontró
con una realidad que obstaculiza la recuperación de los jóvenes que caen en la
delincuencia y luego en el sistema penitenciario. Desde una perspectiva vivencial y
analítica, recorre con su interpretación las consecuencias buscadas y no buscadas que la
cárcel produce y obliga a repensar la función que las instituciones cumplen (o deberían
cumplir) en nuestra sociedad.
​— ¿Cómo era la situación de la educación en las cárceles antes del CUSAM?

—En el marco federal, el convenio para estudiar en el nivel universitario en las cárceles
está firmado con la UBA y la oferta académica que ofrecen es Derecho. Sin embargo no se
trata de clases presenciales, al interno se le acercan los materiales, para que prepare la
materia y después tiene que pedir turno para ir a rendir. Por ejemplo, para dar una materia,
el interno debe pedir audiencia al jefe del penal, este a su vez debe decirle al juez a cargo
que tal interno desea rendir la materia, luego el juez le transmite a jefatura si están dadas
las condiciones, y luego se realiza el traslado.

— ¿Cómo repercute esto en el interno?

—Esto hace que el interés y las ganas de estudiar se diluyan, se licuen, porque depende de
cuanto pueda soportar todo el proceso en cada instancia que lo requiera, sumado a lo que
implica de por sí dar un parcial, porque no hay ningún trato especial por ser interno, los
parciales y finales se toman como a cualquier estudiante. Yo por mi parte comencé
estudiando derecho, pero cuando me encontré con todo esto, no pude seguir. Me cansé de
toda la burocracia educativa.

— ¿Cómo empieza a gestarse el CUSAM?

—Una vez que llegamos a la Unidad 48 nos juntamos entre seis y siete presos que
queríamos estudiar. En ese entonces yo tenía tercer año de derecho y decidí escribirle al
decano de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA para ver si era posible seguir
estudiando en esta unidad, un poco también para salir de la sensación de encierro. La
respuesta que recibimos del decano fue que la cárcel estaba sucia o que no querían por
una serie de causas no muy claras, por lo que no quisieron darnos esa posibilidad. Pero a
raíz de esto se acercó Alexandre Roig, que en ése momento era secretario de Extensión
Universitaria de la UNSAM.

​— ¿Es Alexandre Roig quien llega con la propuesta para que puedan estudiar?

—En las primeras conversaciones nos consultó sobre qué intereses teníamos y demás, y
nos comentó que la única carrera que tenía completa para ofrecernos era Sociología.
Aceptamos pero pusimos condiciones, en primer lugar no queríamos que las clases fueran
a distancia. Por esto pedimos que se firmara un convenio con el Servicio Penitenciario para
que las clases, las evaluaciones y todo lo que conlleva cursar una carrera pudiera realizarse
dentro del Penal. Finalmente se firmó y nos dieron un espacio en el que hicimos seis aulas y
se empezó a dictar Sociología.
—Entonces la iniciativa fue de los mismos internos.

—Sí, motivados por el hecho de no querer volver a subir a un camión. En los traslados a los
internos se los lleva esposados, mirando para abajo, con la cabeza cerca de las rodillas y a
veces teníamos que recorrer 400 o 500 kilómetros de esa manera. Por otro lado también
surgió la idea de que los guardias tenían que estudiar con nosotros. Muchas veces se
trataba de personas que eran de nuestro mismo barrio, con quienes compartimos cosas y la
queja que recibíamos de ellos era que no tenían herramientas para poder solucionar los
problemas dentro de la cárcel. Hay un concepto que circula entre algunos autores que
sostienen que la cárcel está psicofarmacologizada.

— ¿Qué significa eso?

—Por ejemplo, si un preso tiene un problema como puede ser la muerte del padre o de la
madre, el Servicio Penitenciario te lleva al hospital para que lo seden, le dan cuatro
planchas (pastillas) y lo dejan en un buzón (celda de castigo) por seis días. Así que la única
herramienta que tienen los guardias para resolver los problemas son los psicofármacos.
Dentro de la cárcel todos están empastillados. Y los mismos encargados admiten que no
tienen otra forma de poder afrontar conflictos de los internos. Por este motivo es que
solicitamos que se incluya también a los guardias en el convenio con la Universidad, de
modo que se logró la primera experiencia en la que guardias y presos estudian juntos. Fue
algo muy loco, porque lo normal en la cárcel es que entre los dos grupos está todo re mal.

— ¿Cómo era la relación de los presos con los guardias en las clases?

—Lo primero que hay que entender en esto es que el preso que estudia es un gil, sea cual
fuere su reputación, porque abandonó sus principios de ladrón. A partir de esto, cuando
comenzamos a estudiar teníamos el peso de 500 o 1000 personas que nos miraban y nos
decían que éramos giles por tener una mochila y una carpeta. Sin embargo, llega un
momento en que eso ya te resbala, pero después se enteraron que además estudiábamos
con los guardias, así que lo que nos decían era: “Además de gil, sos ortiva, ahora”.

​— ¿Cómo eran las cursadas?

—El primer cuatrimestre fue muy tenso, cada uno estaba en su hoja y no se hablaba
mucho. Hasta el primer parcial, que es donde creo que se rompió esa tirantez de grupo. En
los finales orales, donde solo uno ingresaba al aula, se daba esa situación de preguntarle al
que sale sobre qué le habían preguntado. Empezó a darse otro tipo de interacción.
— ¿Los guardias y los presos manejan los mismos valores?

—Sí, los mismos valores y códigos. Igualmente hay interacción entre guardias y presos,
contrariamente a lo que dijo (Erving) Goffman, que para mí es un pelotudo que nunca
entendió nada. Él dijo que en la cárcel no puede existir la interacción entre guardias y
presos. Yo muchas veces voy a la cárcel para visitar algunos guardias y no a los presos, por
lo que se cae de lleno su teoría.

— ¿Qué función cumplió el estudio dentro de la cárcel?

—En mi caso, para salir del encierro. Y creo que todos lo hacen por este motivo, hasta los
mismos guardias encontraron en el estudio una escapatoria, porque no queda otra salida, la
familia queda presa con uno. Además de que las familias generalmente casi no tienen
educación. Te diría que el 80 por ciento de los que están privados de su libertad no tiene la
primaria completa y los padres, menos. Les dan un papel y no saben leer. Esto hace que
sea mucho más feo.

—El pibe que entra a una cárcel, ¿sale peor?

—Obvio, cien veces peor. El Código Procesal Penal es el que se encargaría de velar por las
normas, los valores y los derechos de los internos. Esto no se cumple un carajo. Si a un
pibe lo agarran borracho en la esquina con un cuchillo, lo meten a un pabellón con 140
presos de los cuales muchos tienen prisión perpetua, que significa que no se va nunca más
en la vida. Yo estuve 21 años preso y vi a muchos pibes de 18, 19 años entrar por robar un
celular y en cuatro años se ponen pañuelitos, se tatúan y dicen ser chorros. Esa es la otra
cara de la cárcel.

—Después de salir ¿hiciste trabajo social en tu barrio?

—Sí, tenemos un club donde tratamos algunos problemas de los pibes. Hay muchos
problemas con la falopa. Pero es un tema para el cual no creo tener la madurez, ni la
sociedad creo que la tenga, para poder afrontarlo y tratarlo. A veces me siento inútil
respecto a eso. ¿Qué le podés decir al que le está dando la ultima seca al paco? ¿Cómo le
decís que no? Ahí se rompen las lógicas, los libros.

​— ¿Cómo se trata al preso?

—No hay un sistema ni una forma en las cárceles para tratar al preso. Ni al violador, ni al
golpeador, ni al drogadicto, no hay. No existe. El guardia tiene que manejar los mismos
valores que el interno para poder moverse ahí. Porque a los guardias les pagan 20 mangos,
comen mierda y la mayoría no tiene el secundario hecho. No tienen formación para poder
tratar adecuadamente .

​— ¿Qué extrañas de la cárcel?

—La paz.

​— ¿Cómo es esa paz?

—El encierro. (Antonio) Gramsci decía que no podía acallar su mente. Me parece que estos
lugares como la cárcel te sirven para la reflexión. Lo que encontré en la cárcel fue a mí. Yo
podía estar en un buzón sin nada, desnudo y cagándome de risa o escribiendo. Yo era feliz
con una birome y una hoja. Y a veces eso no lo puedo hacer acá afuera.

​—Una vez afuera ¿cómo es buscar trabajo?

—Es una estigmatización terrible. Porque si nosotros queremos socializar a un pibe o una
piba que estuvo detenida y le decimos que no puede tener trabajo porque tuvo
antecedentes, le cagamos la vida. Porque para manejar un Uber, te piden antecedentes.
Para un trabajo de mierda, te piden antecedentes. Para cualquier cosa te piden
antecedentes. ¿Entonces qué le estás haciendo al pibe? ¿Adónde está la socialización?
¿Dónde está la libertad? ¿Cuántas veces me van a juzgar por lo mismo?

​—La misma sociedad crea otra condena.

—El artículo 2 del Código Penal dice que nadie puede ser condenado dos veces por el
mismo delito. A mí me viven condenando por lo mismo. Voy a buscar laburo y no me lo dan
porque estuve preso. Es mentira la resocialización. Es la mentira más grande que pueda
existir. Si un pibe no tuvo papá o no tuvo trabajo, o la mamá tampoco tenía trabajo y tenía
otros 6 o 7 hijos, si se crió en un comedor o en la calle, ¿dónde socializó? ¿con quién
socializó?

​ ¿Cómo ves la baja a la edad de imputabilidad en la que varios dirigentes políticos



y no pocos sectores sociales insisten?

—Es una vergüenza. Es una vergüenza querer que el Poder Judicial se ocupe de lo que se
tiene ocupar la educación. ¿Por qué no hablamos de que ese pibe en vez de estar sentado
en un banquillo de acusados, tiene que estar sentado en una clase? ¿Por qué no se plantea
esa discusión? A los 18 años el pibe tiene que estar en el colegio. No tiene que estar en la
calle metiendo caño, ni las pibas abortando. Es un problema de educación. Y si quieren
hacer monstruos, que los hagan. Van a ser monstruos. Además que una institución como la
cárcel, lo va a verduguear al máximo. Va a sacar lo peor de él. El pibe a los 14 años tiene
que estar en una casa tomando leche y haciendo dibujos. Obviamente que si se analizan
las problemáticas de los chicos, vamos a ver que hay muchos en las calles sin padre, ni
madre, ni nada. Por eso, alguien que tiene pensamientos de derecha, lo primero que hace
con estos chicos es mandarlo a un instituto de menores.

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