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El derecho legal y/o moral de ejercer poder, o poder que se posee con derecho.
En la Biblia Dios es presentado como la autoridad máxima, personal y la fuente
de toda autoridad (Dan 4:34-35; compararDan 2:21; Dan 7:13-14; Rom 13:1).
Dios dio autoridad a los reyes de Israel, a sacerdotes, a profetas y a la palabra
escrita de Dios (Salmo 119).
Otras formas de autoridad delegadas por Dios incluyen la del Estado (Rom 13:1
ss.), de los apóstoles como pilares singulares de la iglesia y receptores de la
revelación divina (Luk 6:13; Eph 2:20) y del esposo como cabeza de la familia
(1Co 11:3). Satanás ha abusado de la autoridad y el poder que posee (Luk 22:53;
Col 1:13) y será castigado por ello.
– Civiles: Porque toda autoridad viene de Dios. Jua 19:11, Rom 13:1-6, 1Pe 2:13.
– Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. Hec 4:19.
– Autoridad como servicio. Luc 22:26, Mat 20:27-28, Jua 13:13-15.
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Poder que tiene una persona para hacer o decir algo legítimamente. Eso que lo
faculta para ello. El término está asociado a conceptos de fuerza y potencia, así
como de jerarquía. †œLa palabra del rey es con potestad, ¿y quién le dirá: ¿Qué
haces?†• (Ecl 8:4). A esas ideas de poder, fuerza, potencia y jerarquía se añade
el concepto de legitimidad. Así, cuando Dios envía por Isaías un mensaje al
mayordomo y tesorero †¢Sebna, le dice: †œEn aquel día llamaré a mi siervo
Eliaquim hijo de Hilcías, y lo vestiré de tus vestiduras, y lo ceñiré de tu
talabarte, y entregaré en sus manos tu potestad…†• (Isa 22:20-21). En el NT la
palabra que se utiliza es exousía, tomándose el significado común de
†œmando†•, como en el caso del centurión de Capernaum, que dijo al Señor
Jesús: †œTambién yo soy hombre bajo a., y tengo bajo mis órdenes
soldados…†• (Mat 8:8-9).
tip, TIPO
[800]
Es la capacidad de mando, superioridad o ascendiente que se posee en
referencia a un grupo humano que se muestra dependiente y sumiso.
El educador debe forma a las personas para aceptarla y para ejercerla, según la
situación en que se halle cada uno. Y no hay mejor forma de prepararse para
ejercerla que la aceptación oportuna y gozosa de ella cuando se es dependiente
por edad, cultura, trabajo o voluntad propia.
La autoridad tiene que ver con el 4º Mandamiento de la Ley de Dios y se halla
en la entraña del cristianismo. Dios quiso la autoridad natural de los padres y de
cuantos hacen sus veces, quiso la autoridad en la sociedad por el hecho
creacional y quiso la autoridad al elegir al pueblo de Israel: culto, gobernantes.
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En los pueblos extrabíblicos la autoridad del gobernante era prácticamente
ilimitada. En Israel la autoridad del rey estaba subordinada a la de Dios (Os
8,14; 13,11); incluso en decisiones importantes debía contar previamente con el
consejo del pueblo (1 Re 11,17; 23,1-3). El A. T. establece el principio de que toda
autoridad proviene de Dios, porque Dios mismo es el que elige expresamente
rey (1 Sam 8,22; 10,24). Eso implica que una subversión, un atentado contra el
rey, lo es contra el mismo Dios (Ex 22,28; Eclo 10,5). En el N. T. rigen
prácticamente los mismos principios. Oponerse a la autoridad constituida es
oponerse a Dios, pues hombre de gobierno es como un ministro de Dios. Esto
comporta, al propio tiempo, que la autoridad no puede abusar nunca de su
poder. La autoridad tiene siempre un modelo al que imitar: Jesucristo, que vino
a servir, nunca a ser servido (Mc 10,45). El gobernante se debe a los gobernados,
nunca al revés. La autoridad está limitada y regida por el orden jurídico, polí-
tico, social y moral. El gobernante goza de una autoridad delegada (Jn 19,11) al
servicio del pueblo donde de verdad reside el poder. La autoridad, por tanto,
debe rechazar de plano la tentación de despotismo o abuso arbitrario, parcial y
caprichoso del poder que ostenta (Mc 10,42; Lc 22,25). El que manda debe ser
como el que sirve (Lc 22,26). El que quiera ser grande y sobresalir por encima
de todos, debe hacerse servidor de todos (Mc 10,43ss). Si estos principios valen
para toda autoridad, civil o religiosa, deben aplicarse de una manera especial
para esta última, para los presbíteros, que deben apacentar el rebaño que Dios
les ha confiado, no por la fuerza, ni por sórdido lucro, como dominadores o
tiranos, sino con prontitud generosa y como servidores del rebaño al que
apacientan (1 Pe 5,1-4). El usurpador del poder de la autoridad divina es el
diablo (Lc 4,6; 22,53). Jesucristo es el que de verdad tiene toda la autoridad de
Dios, que ejerce en régimen de libertad plena (Mt 21,23-27; Mc 11,27-3 Lc 20,1-
8). Una autoridad que delega en plenitud en sus discípulos (Mt 10,1) y que ellos
deben ejercer como un servicio a todos los hombres (Mt 20,25-28; Mc 10,42-45;
Lc 22,24-27). Pero Jesucristo no vino a derrocar la autoridad civil. Pablo dice
que hay que obedecer a la autoridad establecida: “Todos han de estar sometidos
a las autoridades superiores, pues no hay autoridad sino bajo de Dios, y las que
hay, por Dios han sido establecidas, de suerte que quien resiste a la autoridad,
resiste a la autoridad de Dios, y los que la resisten, se atraen sobre sí la
condenación” (Rom 13,1-2). El cristiano goza de plena libertad y no debe
someterse al yugo de la esclavitud y de la servidumbre (Gál 5,1), pero esto no le
da pie para resistir sin más y para oponerse a la autoridad política. Esta libertad
le exige la total sumisión a la voluntad divina (Rom 6,18-22; Gál 5,13). -> .
E. M. N.
Jn21).
M. Semeraro
Por otro lado, con la misma frecuencia nos encontramos con una actitud
claramente defensíva y desconfiada frente a la a., especialmente cuando ésta
atenta contra la existencia personal. Pero muchas veces es sólo un vago
sentimiento de amenaza lo que el hombre percibe frente a la autoridad, la cual
entonces aparece como mala y esclavizadora del hombre. Pues el hombre ha
acumulado experiencias o conocimientos, frecuentemente traumáticos, acerca
del abuso de la a., o ve el enorme crecimiento del poder de casi todas las
autoridades y considera que esta fuerza excesiva es algo totalmente
desproporcionado. Pero ese crecimiento del poder de la a. está necesariamente
condicionado por el desarrollo técnico de nuestra civilización, desarrollo que
nos presenta unas posibilidades de mando y unas necesidades de coordinación
hasta ahora desconocidas. Estas posibilidades de gobierno se derivan del hecho
de que los avances de la biología, de la medicina, de la psicología y de las
ciencias sociales, de la -> ciencia en general, y las conquistas de la –>técnica,
con sus medios de comunicación y de poder, permiten una manipulación del
individuo y de las masas en grado tal, que en ciertas circunstancias puede
desaparecer en gran parte incluso el ejercicio de la libertad en la esfera íntima.
Las mismas Iglesias, por ejemplo, tienen la posibilidad de manipular
masivamente la opinión dentro del ámbito mismo de la -> conciencia. De la
creciente multiformidad de nuestra cultura y de la interdependencia cada vez
más intensa entre cada uno de los portadores de la cultura, se desprende
también la necesidad de una coordinación cada vez mayor de las fuerzas. A eso
va unido el hecho de que aumenta constantemente la impotencia del individuo
para abarcar el todo y la red de relaciones que éste implica (-> formación). Por
eso él depende cada vez más de la autoridad de otros hombres que, o bien le
hacen posible la participación en los adelantos de nuestra cultura, o bien, si no
están suficientemente capacitados, en ocasiones pueden causarle daños
funestos. Además, el hombre tiene el presentimiento de que las mismas
autoridades se sienten terriblemente inseguras frente a los problemas del
futuro. Con esto podemos comprender ya la . profunda crisis de a. que
actualmente se da.
Se intenta poner remedio a esa crisis por diversos caminos, entre otros:
concediendo mayor responsabilidad al individuo dentro de la –> sociedad,
democratizando toda nuestra vida social, acentuando la mayoría de edad del
seglar dentro de la Iglesia y la relación de compañerismo entre el maestro y el
educando, así como mediante una concepción nueva del papel de la autoridad
en la educación. Toda reflexión que no quiera desviarse de la problemática
actual de la a. tiene que tener en cuenta este trasfondo.
II. Concepto
1. La expresión y su contenido proceden del ámbito cultural romano: auctoritas
viene de auctor (autor, fomentador, garante, fiador) y de augere (multiplicar,
enriquecer, hacer crecer). La autoridad, naturalmente, se ha ejercido en todo
tiempo, pero no se debe a una pura casualidad el que este concepto proceda del
mundo romano, que era objetivamente sobrio y tenía una visión clara del
derecho. En un principio, para el mundo romano auctoritas era un concepto
jurídico y significaba garantía por un negocio, responsabilidad por un pupilo, el
peso de una decisión, entre otras cosas. Después la a. se convierte en la
propiedad permanente del autor y significa prestigio, dignidad, importancia,
etcétera, de la persona respectiva. Entre los romanos la a. del senado se
convirtió más tarde en institución, de manera que era un deber jurídico
escucharla, pero ella no ejerció por sí misma poder de gobierno, el cual residía
en el magistrado.
III. Esencia
1. Según esto la esencia formal de la a. se puede caracterizar como superioridad
personal, subjetiva u objetiva, que implica un carácter de obligatoriedad en los
otros. La a. acredita por sí misma su valor ante los hombres que conviven con
los sujetos investidos de a. Vista ontológicamente, tiene valor en cuanto
participa, en cada caso de una manera distinta, de la plenitud del ser divino. Y,
por su propia perfección óntica, la a. está en condiciones de ayudar a los que
están en relación con ella en la consecución de su perfeccionamiento humano,
mediante la participación en el ser inherente a la misma a. Se puede decir en
este sentido que toda a. viene de Dios y que ella sólo justifica su existencia en la
medida en que tiene perfección y la proporciona, esclareciendo así la exigencia
divina de que seamos perfectos como nuestro Padre celestial es perfecto.
3. Del hecho de que la a. habla a la libertad de los hombres se deriva una tercera
característica de la a. Está siempre al servicio de los otros hombres y de la
libertad de éstos. Expresado de otra manera: tiene siempre como fin la
realización de los valores humanos y debe ayudar a los hombres subordinados a
ella a que realicen su ser humano en una forma más plena. Pues la a. transmite
siempre la llamada de una meta a la cual ella misma está subordinada y hacia la
cual orienta a sus súbditos. Pero esta meta es siempre un fin adecuado al
hombre en cuanto tal y, por esto, tiene en sí un valor personal. Precisamente de
aquí recibe la a. su dignidad y su valor. Así la a. de la razón transmite la llamada
de la verdad, a la cual nosotros tendemos por ella misma, y está a su servicio en
cuanto intenta fundamentarla. Y la a. paterna actúa al servicio de las exigencias
del hombre adulto, del hombre que autónomamente sabe llevar a cabo sus
distintos cometidos. Y así la a. paterna sirve a una meta educativa, a saber, en
cuanto arranca al niño de su aprisionamiento en las tendencias, de su
ignorancia y de su torpeza, lo educa para hacerlo un hombre maduro y
autónomo.
Con esto queda también claro cómo aquellos miembros de la sociedad que por
propia inciativa y perfeccionando sus disposiciones personales fomentan la
realización de lbs distintos cometidos de la cultura objetiva, no están en
oposición con la vida social, sino que, por el contrario, posibilitan el
enriquecimiento de ésta. Por consiguiente, si la a., en lugar de fomentar la
iniciativa personal, la reprime, reprime eo ipso la variedad y, con ella, la fuente
de una vida rica y fructífera (L. Janssens).
Cuanto más desarrollada está una sociedad, tanta más a. se necesita. Cuanto
mayor es el grado de madurez de una cultura objetiva, tanto mejor y más
libremente puede desarrollarse el individuo. Y cuanto más se desarrolle la
iniciativa personal, tanto más crecerá la cultura objetiva. De esto se deduce que
entre libertad y a., si se usa de ellas correctamente, hay una relación que no es
de oposición, sino complementaria. Libertad y a. se condicionan mutuamente,
pues ambas están a servicio del hombre por su vinculación a las personas y a sus
valores, así como, en último término, a Dios.
IV. Postulados
1. Puesto que las autoridades, limitadas por ser humanas, están siempre a
servicio de unos concretos – y por ende también limitados -valores personales,
deben cumplir su servicio al -> valor en cuestión de un modo adecuado a él. Por
eso el formalmente unívoco concepto de a. bajo el aspecto del contenido se
refiere a muy diversas realidades análogas. Así p. ej., en cuanto al contenido, la
a. de los -> padres, que se refiere, por un lado, a la educación de los hijos y, por
otro lado, al orden social de la -> familia, es distinta de la del maestro, que ha de
realizar precisamente las tareas que los padres no pueden cumplir; o la a. del
estado, que debe garantizar y realizar el bien común de orden temporal, es
esencialmente distinta de la de la ->Iglesia, la cual está a servicio de la salvación
sobrenatural. El contenido de una a. determinada no se puede averiguar, por
tanto, más que confrontando el concepto formal de la esencia de la a. con la
meta de la a. respectiva, meta que hay que precisar a posteriori. Cuanto más
concretamente se pueda comprender esta meta, con tanta mayor exactitud se
podrá determinar las medidas que ha de tomar la a. Por tanto, de la misión de la
a. eclesiástica o civil, etc., hay que tratar oportunamente cuando se hable de la
doctrina de la Iglesia, del estado, etc.
Nunca se insistirá suficientemente en este carácter tan dispar de las diversas a.,
puesto que el ejercicio de la a. debería adoptar rasgos totalmente distintos según
las respectivas tareas de las diferentes a. Por tanto, las pretensiones justas de la
a. en cuestión de ben ser determinadas por el fin al que ella sirve. Por ej., si en el
transcurso de la historia de la Iglesia siempre se hubiera tenido suficiente
conciencia de esta idea, la a. eclesiástica jamás habría podido tomar en tal grado
de la a. civil sus formas externas y la autoconcepción misma (cf. Y. CONGAR,
L’ecclésiologie de la Révolution f rangaise au Concile du Vatican sous le signe de
l’af firmation de l’autorité: RSR 34 [1960], 77-104; id. Power and Poverty in the
Church, Baltimore 1964; cf. p. ej., la aplicación del concepto de “societas
perfecta” a la –> Iglesia y al estado). La reflexión sobre los cometidos específicos
de las diversas a. no ha progresado en todos los campos al mismo ritmo.
4. La a., que procede de Dios y está ordenada a él, logrará mantener sus diversas
funciones en una tensión equilibrada, si consigue en la mayor medula posible
que se haga transparente la dimensión de su transcendencia hacia Dios, y así
pone la propia superioridad y dignidad bajo la luz que le corresponde. Por esto,
la a. se esforzará constantemente por vincular a los hombres, no a sí misma,
sino a nuestro origen y a nuestra meta por antonomasia. Esto significa que, p.
ej., en la democracia una sumisión absoluta a la voluntad del pueblo sería una
sujeción a la posible arbitrariedad del mismo. El .pueblo puede, es verdad,
designar a los sujetos de la a., pero la potestad encarnada en ella no procede del
pueblo, sino de Dios (teoría de la designación), ante quien, en último término,
uno es responsable por el ejercicio del cargo. En este sentido, también Pío ix, en
oposición a determinadas concepciones positivístas, rechaza en el Syllabus la
sentencia siguiente: “La a. no es otra cosa que la suma del número y el conjunto
de fuerzas materiales” (Dz 1760). Esto mismo tiene validez mutatis mutandis
con relación a toda clase de a., de manera que, a la inversa, se puede decir: Una
a. terrena que no se base en algo superior, se convierte en demoníaca y en
simple poder arbitrario. Y esto se da bajo envoltura “dialéctica” incluso cuando
la a. no quiere desplegar “totalitariamente” su propio poder, sino que, en una
pseudo-renuncia a la carga de la responsabilidad del gobierno, se quiere limitar
a ser mera objetivación y órgano ejecutivo de los deseos e intereses de sus
súbditos.
5. La actitud que se debe adoptar frente a la a. es, según el tipo de a., la postura
de -> fe, de –> obediencia, de respeto, etc. También la a. ha de adoptar formas
muy distintas, según el tipo de a. de que se trate. En todo caso, debido a la
ambivalencia de las autoridades terrenas y a su dependencia de los cambios
históricos, la a. no puede prescindir nunca del diálogo con las personas que le
están confiadas, si no quiere desviarse de su meta, la cual está en el servicio a los
hombres y a la a. absoluta de Dios, que ella representa en un grado siempre muy
imperfecto de analogía.
Waldemar Molinski
véase Poder
AA. VV., Vocabulario de las epístolas paulinas, Verbo Divino, Navarra, 1996
La doctrina de la alianza supone así una estrecha asociación de los dos poderes,
y la subordinación del político al espiritual, en conformidad con la vocación
nacional. De ahí resultan en la práctica conflictos inevitables: de Saúl con
Samuel (ISa 13,7-15; 15), de Ajab con Elías (IRe 21,17-24), y de tantos reyes con
los profetas contemporáneos. Así, en el pueblo de Dios, la autoridad humana
está expuesta a los mismos abusos que en todas partes. Razón de más para que
esté sometida al juicio divino: el poder politico de la realeza israelita acabará por
naufragar en la catástrofe del destierro.
Ahora bien, debe admitirse que hay ciertas áreas de la vida de la iglesia en las
cuales la iglesia misma, sea local o universal, tiene cierto derecho de tomar el
control u orden, p. ej., en la forma de culto, el ejercicio de la disciplina, y hasta en
la definición más precisa de la doctrina. También podría admitirse aun que lo que
ha sido hecho en los siglos pasados en cumplimiento de este derecho, por
ejemplo, en las decisiones y cánones de los concilios antiguos, no dejan de tener
su importancia. Hasta esta medida se debe tomar en cuenta apropiadamente las
varias pretensiones de autoridad que se esgrimen en la discusión contemporánea.
Sin embargo, parece que no hay ningún apoyo bíblico para suponer que la
autoridad apostólica haya sido heredada por otros. Los apóstoles solos son los
testigos primarios de Cristo, y sólo a ellos se les atribuye una autoridad mediata.
Así que, si la autoridad apostólica no ha pasado del todo, está, entonces,
preservada en sus escritos como el testimonio inspirado y normativo a través del
cual Jesucristo todavía habla y obra por su Espíritu. En otras palabras, es a través
de la Biblia que Cristo ahora ejerce su autoridad divina, imparte verdad
autoritativa, promulga mandamientos autoritativos e impone una norma
autoritativa por medio de la cual se deben plasmar y corregir todos los arreglos y
afirmaciones de la iglesia.
BIBLIOGRAFÍA
W.C.G. Proctor
I. La autoridad de Dios
En la época del AT, Dios ejercía autoridad sobre su pueblo por intermedio de
profetas, sacerdotes, y reyes, cuya respectiva misión consistía en proclamar sus
mensajes (Jer. 1.7ss), hacer conocer sus leyes (Dt. 31.11; Mal. 2.7), y gobernar de
acuerdo a dichas leyes (Dt. 17.18ss). Cuando cumplían dichas funciones, debían
ser respetados como representantes divinos, con autoridad recibida de Dios. Del
mismo modo, se aceptaba que las Escrituras procedían de Dios, y que por ello
revestían autoridad, tanto para la instrucción (tôrâ), a fin de que los israeIitas
conocieran el pensamiento de su Rey (cf. Sal. 119), como en el sentido de
constituir el cuerpo de leyes por el que este los gobernaba y juzgaba (cf. 2 R. 22–
23).
Esta autoridad más que humana de Jesús se manifestó de varias maneras durante
su ministerio, como ser la irrevocabilidad e independencia de su enseñanza (Mt.
7.28s); su poder para exorcisar (Mr. 1.27); su dominio sobre las tormentas (Lc.
8.24s); su afirmación de que tenía poder para perdonar pecados (cosa que, como
señalaron acertadamente los espectadores, era prerrogativa de Dios) y, cuando lo
desafiaban, dando pruebas de la verdad de lo que afirmaba (Mr. 2.5–12; cf. Mt.
9.8). Después de su resurrección, declaró que le había sido dada “toda exousia …
en el cielo y en la tierra”, dominio cósmico de carácter mesiánico que sería
ejercido de tal manera que sus elegidos serían trasladados efectivamente a su
reino de salvación (Mt. 28.18ss; Jn. 17.2; cf. Jn. 12.31ss; Hch. 5.31; 18.9s). El NT
proclama al Jesús exaltado como “Señor y Cristo” (Hch. 2.36) (soberano divino
por sobre todas las cosas), y como Rey-Salvador de su pueblo. El evangelio es en
primera instancia una demanda de asentimiento a esta estimación de su
autoridad.
a. El matrimonio y la familia
Los hombres tienen autoridad sobre las mujeres (1 Co. 11.3; cf. 1 Ti. 2.12) y los
padres sobre los hijos (cf: 1 Ti. 3.4, 12). Por ello las esposas deben obedecer a sus
maridos (Ef. 5.22; 1 P. 3.1–6) y los hijos a sus padres (Ef. 6.1ss). Este es el orden
establecido por Dios.
b. El gobierno civil
V. El poder satánico
El ejercicio del *poder por parte de Satanás y sus huestes se denomina a
veces exousia (p. ej. Lc. 22.53; Col. 1.13). Esto indica que, aun cuando el poder de
Satanás ha sido usurpado a Dios y es hostil a él, Satanás lo retiene tan sólo con el
permiso de Dios y como instrumento suyo.
J.I.P.
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