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En menos de treinta años, hemos salido de un escenario industrial que duró dos siglos. Las nuevas
tecnologías nos permiten tener acceso al tiempo-luz, a la casi instantaneidad. Esta evolución técnica
se ha generalizado en los últimos treinta años en un contexto de «Revolución conservadora«, que
produce una desorientación sin precedentes. La tecnología surgida en el siglo XIX genera una
euforia progresista: el futuro no podía más que mejorar.
La báscula se inclina a finales del siglo XX, cuando no percibimos que la tecnología ha mutado. La
memoria humana se percibe de algún modo confiscada, su exploración se convierte en el nuevo
curso del sistema industrial mundial. Y esta memoria es la tela del espíritu humano.
El problema no es la técnica, ni una sociedad humana sin técnica. El ser humano, él mismo, es
técnico en su estructura íntima. Tras cuatros millones de años, la vida humana registra y transmite
sus modos de existencia a través de la utilización de útiles, necesarios para la supervivencia, que
nos ha conducido a constantes reconfiguraciones en nuestro modo de vida. Permitieron alimentarse
y defenderse de los predadores. No tenían más función que transmitir la memoria. La primera traza
de la transmisión de memoria se remonta al 32.000 antes de J.C, como se deduce de las pinturas
rupestres en la gruta Chavet en Ardéche con sus 420 representaciones de animales. Las técnicas de
memorización aparecieron con la sedentarización y el neolítico. Conducirán a lo largo de los siglos
a las grandes civilizaciones urbanas.
Durante 2.000 años, la técnica de la escritura estructura la historia occidental. Las tecnologías
analógicas (fotografía, fonografía) permitieron, a partir del siglo XIX, registrar lo audible y lo
visible a través de las máquinas. Ellas hacen nacer el cinema, la radio y la TV. Cara a estas
novedades, los europeos permanecen en una visión política – a veces totalitaria con Mussolini,
Hitler o Stalin – sin percibir la dimensión estratégica de la guerra económica. Los americanos
captaron rápidamente el problema. El cine está por venir: tras el debut de la cinematografía, el
comercio “sigue” a los films. Deciden hacer de estas tecnologías un elemento clave de su sistema
industrial.
Sin ninguna duda. Yo muchas veces lo he criticado, pero no hay que reducirlo al jeans o a la coca
cola. Estos son impuestos, puesto que a través de ellos la juventud se identifica con la pintura, la
arquitectura, la literatura, el cine y la música americanos. La cultura de los Estados Unidos ha
dejado tesoros artísticos. Idealizada y diabolizada, este modelo posee una gran eficiencia. A partir
del último cuarto del siglo XX una profunda transformación se produce. Uno de sus síntomas es la
mutación de la TV en los años 80. Puesta al servicio del marketing, se convierte en tóxica. El
fenómeno se inició a mitad de los 60 cuando la fábrica de sueños hollywoodiense comienza a
producir films orientados cada menos a los deseos y más a las pulsiones. Poco a poco, el control de
la lívido de los consumidores se convierte en el principal objetivo.
La pujanza del consumismo americano tuvo su capacidad de captar la atención, canalizar el deseo
para acércalo a los objetos del consumo. Las técnicas de captación de la atención están
industrializadas. Y esta industrialización ha cortocircuitado los dispositivos sociales que permitían,
por un proceso de idealización, de sublimación y simbolización, transformar las pulsiones en
inversión. De golpe, el deseo ha sido destruido y la pulsión bruta liberada.
Los modelos de educación se han visto también afectados por este “cortocircuito”. La TV, por
ejemplo, ha sustituido progresivamente a la relación personal. Se constata en la relación madre-hijo,
en la institución familiar, en las instituciones escolares y académicas, en los cueros intermediarios
que producen la inversión social y la solidaridad. Todos han sido afectados por un capitalismo
pulsional que ofrece un modo de vida pulsional que engendra un consumidor activo al mismo
tiempo que depresivo. Esto se llama la monetarización de las dimensiones de la existencia (…) es
por lo cual nuestros contemporáneos tienen la sensación de vivir en una suerte de “basbarie”.
Un gregarismo que consiste en no decidir nada de su existencia ni de los modos de vida, sino
adaptarse a un “mainstream”, producido de manera industrial a nivel planetario. Ninguna persona
escapa.
En los Estados Unidos donde apareció, la televisión está en su origen financiada por la publicidad.
Esta es la correa de transmisión del modo de vida pulsional.
Esta presentación es el producto, el reflejo y la consecuencia del abandono de una política y de una
responsabilidad públicas bajo la presión de la “revolución conservadora”. En 1979 Margaret
Thatcher toma las riendas de Inglaterra; en 1981, Ronald Reagan y Francois Mitterrand llegan al
poder. Qué ocurre? Plantas industriales enteras desaparecen en Liverpool, en Michigan, en la
Metalurgia, en la electrónica para el gran público. Nuevos paises industriales emergen en Asia,
Japón se convierte en la segunda potencia industral del mundo.
Marx había anunciado que el sistema capitalista se autodestruiría a causa de la baja tendencia de la
tasa de beneficio, la tecnología circularía con tal viveza que la rentabilidad de la inversión caería. el
economista austriaco Schumpeter oponía a esta teoría el modelo de la «destrucción creativa«, es
decir, la innovación permanente en renovar sin cesar las inversiones. Nosotros estamos en ese punto
de unión. Se ha disociado la producción de las finanzas y se ha sustituido la inversión industrial por
la especualción financiera. El resultado es catastrófico. El marketing se ha convertido en el brazo
secular de la mundialización. (…) Este capitalismo de especulación que destruye las inversiones es
percibido cada vez más como una especie de mafia. En 1983, en pleno gobierno socialista, en
Francia un hombre de negocios, Bernard Tapie, es promovido como ministro de Mitterrand. El
marketing sustituye al Estado.
A lo largo del siglo XIX, bajo un modelo industrail productivista, el saber de los obreros es
reemplazado por las máquinas: son proletarizados. En el siglo XX, el modelo consumista
norteamericano destruye el saber vivir de los consumidores: son convertidos en proletarizados. La
cuestión de la numerización es saber si esta conversión se va a acentuar. Alan Greenspan, en 2008,
respondiendo a los representanes del Congreso estadounidense que le exhortaban a explicar cómo y
por qué se había permitido una situación como la que generó la caída de lehamn brothers respondió
que no se puede comprender este sistema financiero autimatizado. Esto significa que su función de
jefe mundial de las finanzas se ha proletarizado.
La proletarización toca también el mundo del consumo, cuando la publicidad alienta a adoptar
comportamientos fundados en la pulsión. Se constata igualmente en las escuelas de ingenieria una
proletarización: no se enseñan saberes, sino la capacidad de adptación a los procesos técnicos e
industriales, se fomenta una inteligencia práctica sin interés teórico.
Conozco una dentro del sector de la programación libre, en la asociación Ars Idustrialis con la que
trabajo sobre algunas cuestiones. Aquellos que adoptan el modelo de organización de trabajo
inducido por la lógica y el código libre están profundamente motivados e invierten de tal manera en
su trabajo que este modelo está conviertiéndose en mayoritario en la industria informática. Sus
contibuidores desarrollan un verdadero saber: debaten , comparten, partcipan de una
individualización del objeto técnico. Este modelo también se desarrolla en otros sectores de diversas
formas: en las comunidades de enfermos que buscan avances médicos, en las redes energéticas
diseñadas a partir de internet, o en aquellas que producen y reciben energía. El futuro es la
economía de la contribución.
Se acabará imponiendo porque es racional. Una política industrial contributiva rompe con el modelo
consumista, basado en la irresponsabilidad del consumidor. En EEUU, la nueva industria se
desarrolla ya bajo este esquema: en lugar de buscar la monetarización, persigue producir un bien
social.
Dices que esta Economía de la Contribución, no hace circular el dinero, sino más bien
participar de otra manera a la sociedad, ¿Cual es?
Si, es la teoría de la polinización. Por ejemplo, el valor aportado por las abejas no se ciñe
únicamente a su producción de miel, que digamos puedes ser monetarizada, cuantificada, sino que
abarca más allá: la polinización de plantas, que no tiene precio alguno. En economía este efecto se
denomina Externalidad positiva. Las valoraciones de estas Externalidades positivas suponen uno de
los objetivos principales del futuro. Ha llegado el momento de imaginar una nueva organización del
trabajo que se fundamente en valorar los saberes a fín de romper con la proletarización.
El bengalí Amartya Sen, premio nobel de economía en 1998, demostró que el consumismo provoca
más «externalidades negativas» que beneficios. Su crítica concluye que los cálculos del Producto
Interior Bruto (PIB), que permiten estimar la riqueza de un país, no hacen otra cosa sino
enmascarar esa absurdez tóxica. Sen trabajó igualmente con las estadísticas demográficas y
demostró que la tasa de mortalidad es menos elevada en Bangladesh que en el Harlem ¿por qué?
Pues porque en un lugar se protegen más los saberes locales.
El amateur es aquel que ama. Amateur no se opone a profesional. Los buenos profesionales son, de
hecho, amateurs. La economía del mañana requiere de ellos. Con los estudiantes de arte,
impulsamos un experimento de fábrica de moda contributiva, donde no hubiera clientes sino
adherentes, como un club. Estos contribuyen a pagar un abono por cada pieza, también por recibir
los modelos, mediante el desarrollo de conocimientos en materia de preparación y de elegancia.
Esto hace que la elegancia no sea sólo la calidad de los vestidos, sino la propia manera de
agenciarlos.