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ANALISIS DE LOS TEXTOS

EL DEVENIR Y LOS CONTRARIOS (59-64)

HERÁCLITO no es, como explícitamente sostiene Spengler y tácitamente


supone Bergson, un campeón del puro devenir, un defensor de la
multiplicidad absoluta. Debemos considerarlo, ante todo, un filósofo del
Ser y de la unidad.

Verdad es que, más que ninguno de los presocráticos, insiste en el


carácter dinámico de la realidad; verdad también que nadie encontró
fórmulas más radicales y contundentes para expresar el cambio. Pero se
trata del cambio y del devenir del Uno, que se hace múltiple, aunque
permanece en el fondo de las cosas múltiples y más allá de todas ellas,
siempre Uno; del Ser, que manifiesta la riqueza de su esencia en los seres,
sin dejar de ser, en ellos y más allá de ellos, el Ser.

La clásica y ya manida contraposición entre Heráclito y Parménides no


puede ser aceptada en su carácter absoluto. El efesio y el eleata son
filósofos del Ser y de la unidad. La oposición surge, es cierto, cuando se
trata de lo múltiple y de su relación con lo Uno. Mientras Parménides
excluye toda multiplicidad como incompatible con la unidad del Ser' y todo
cambio como una intrusión del No-Ser en el seno del Ser, Heráclito, igual
que los milesios, aunque de un modo mucho más explícito y profundo,
parte de una intuición del Ser como unidad viviente que se manifiesta de
un modo necesario en la multiplicidad, sin dejar de ser Uno.

Esta intuición heraclítica o, por mejor decir, jónica del Ser (análoga a la
intuición religioso-mágica de la fusiz en los antiguos cultos agrarios), es
más tarde modificada parcialmente por Jenófanes, a la luz de su polémica
contra el antropomorfismo divino, y da lugar a la concepción parmenídea o
eleática. El colofonio, divulgador de la nueva sabiduría milesia, cree que la
fusiz aunque eterna, infinita, única y divina, no puede ser concebida como
dotada de movimiento y de vida, porque esto la asemejaría aún a los viejos
y ridículos dioses de Homero. Por eso, se la representa como inmóvil y no
sujeta a cambio, con lo cual da pie al riguroso monismo estático de
Parménides, que relega al nivel de la apariencia u opinión (doxa) toda la
pluralidad de los seres, así como todo cambio y todo movimiento. Según
Platón en el Cratilo, Heráclito sostiene que "todo fluye y nada permanece y,
asimilando los seres a la corriente de un río, dice que no podrías
"introducirte dos veces en el mismo río"[1] .'

En uno de los fragmentos conservados, el propio efesio afirma: "Sobre


quienes penetran en los mismos ríos corren aguas siempre diferentes “[2]
.En otro, se expresa de esta manera: "En los mismos ríos (dos veces)
entramos y no entramos, estamos y no estamos [3]. Y en un tercero se
explica más extensamente: "No es posible penetrar dos veces en el mismo
río ni tocar dos veces una substancia perecedera en un mismo estado, más
ésta, por la fuerza y la velocidad del cambio, se dispersa y de nuevo se
concentra o mejor dicho, no de nuevo ni otra vez, sino al mismo tiempo, se
concreta y fluye, se avecina y se aleja[4]."
Contra el testimonio ingenuo de los sentidos y contra el sentido común,
Heráclito niega que una cosa, o sea, "una substancia perecedera", tenga
real permanencia. Permanecer significa, para las cosas múltiples y finitas,
corromperse: "Hasta el brebaje se corrompe al no ser agitado [5] ".
Cada ser particular se determina como tal por su oposición a otro ser
particular: "La guerra es padre de todas las cosas y de todas es rey, y a
unos los mostró como dioses, a otros como hombres; a unos los hizo
esclavos, a otros libres [6]".
Nótese, sin embargo, que Heráclito usa aquí el verbo deicnumi, que
significa "manifestar" o "mostrar", lo cual indica que "lo manifestado" o lo
mostrado" es otra cosa. Y esta otra cosa, si se tiene en cuenta el contexto
doctrinario en que aparece la idea de polemos, no puede ser sino la fusiz, o
sea, el fuego.
De tal manera, cada uno de los seres particulares, gracias a la unidad
subyacente, no excluye en su realización a los demás seres particulares. Y
por esa razón, "la justicia es discordia" (dichn erin)[7] y la guerra, paz. Y
por esa razón, "lo opuesto es concorde y de las cosas discordes surge la
más bella armonía [8]”.
Esta armonía es, sin duda, por lo antes dicho, la de la unidad del todo en
cada parte, armonía oculta, pero más bella que la manifiesta [9].

Es claro que quienes ignoran que el Ser uno se manifiesta en la


multiplicidad de los seres, los cuales, aunque contrarios entre sí, como
manifestación de la unidad subyacente, no se excluyen, "no entienden
cómo lo discordante consigo mismo concuerda: armonía que hacia atrás se
tiende, como la del arco y la lira [10]".

Y en este admirable símil del arco y la lira no se trata de una mera


estructura material que mantiene su equilibrio por tensiones, como
creyeron Bernays y Burnet. Por una parte, es única la intención de quien
hizo el arco o la lira; por otra, es único el efecto de cada uno de los
instrumentos (el dar en el blanco; el producir un sonido musical). Pero
entre la intención única y el único efecto está la tensión del arco y de la
flecha, de las notas graves y agudas, que se oponen entre sí y al mismo
tiempo se exigen (por la intención del artífice y por la meta asignada al
artefacto).

Los contrarios, en cuanto tales, son, para Heráclito, relativos: "El mar: el
agua más pura y la más inmunda; para los peces potable y saludable, para
los hombres imbebible y perniciosa [11].Como relativos, se
intercondicionan: "La enfermedad hace dulce y buena la salud; el hambre,
la hartura; la fatiga, el descanso"[12]. Pero, por otra parte, en el devenir o
flujo cósmico, se permutan y se intercambian: "Inmortales los mortales,
mortales los inmortales, viviendo la muerte de aquéllos, la vida de aquéllos
muriendo [13]".

Y de este intercambio y mutua transmutación[14] resulta la identidad de


los contrarios: "Lo mismo (y uno solo): vivo y muerto, despierto y dormido,
joven y viejo; pues estas cosas, transformándose, son aquéllas, y aquéllas,
de nuevo transformándose, son éstas.[15] ".
Pero aquí es necesario hacer una aclaración para evitar un equívoco
bastante frecuente entre los historiadores de la filosofía que reciben la
influencia, directa o indirecta, de la interpretación hegeliana de Heráclito.
En verdad, es un error hablar, a propósito de estos fragmentos, de
identidad de los contrarios en el sentido en que Hegel entiende dicha
identidad [16]." Para él, en efecto, la misma se produce como consecuencia
de un devenir, el cual tiene como motor la contradicción interna de cada
momento, o sea, la contradicción inherente a cada una de las
determinaciones en cuanto tales. Lasalle, en su extensa obra sobre la
filosofía del Oscuro de Éfeso, y, al parecer, el propio Hegel, incurrieron en
este error de perspectiva. Para entender el significado de la dialéctica
heraclítica, es preciso tener en cuenta que el efesio concibe el devenir
como una serie de momentos diferentes y sucesivos que, al ser
comparados entre sí como tales momentos, muestran o revelan el cambio;
de tal modo, sin embargo, que esta multiplicidad de momentos o
determinaciones (o sea, de seres particulares) se produce en y por la
unidad de la fusiz, (el Ser uno y universal).

Así lo demuestran especialmente las siguientes palabras del filósofo:


"Articulaciones: entero y no entero; concorde, discorde; consonante,
disonante; y de todas las cosas, lo Uno, y de lo Uno, todas las cosas.[17]"
En realidad, como bien hace notar Testa,[18] en el devenir heraclítico no se
trata de la transmutación de una realidad particular exclusiva (a) en otra,
también exclusiva (b), lo cual sería allí inexplicable y verdaderamente
absurdo, sino del tránsito "de una forma a otra, producido por lo universal
subyacente[19].

Cada uno de los seres particulares, en cuanto manifestación de la fusión,


esto es, del fuego, de la unidad dinámica (o uni-pluralidad) del Ser, posee
la totalidad en su parcialidad. De ahí la posibilidad de transmutarse en
cualquier otra parcialidad o particularidad contenida en la fusiz,. He aquí,
pues, la última palabra del logos y de la filosofía: "No a mí, sino al logoz
escuchando, es sabio confesar que todo es uno [20].""

Esta manera de concebir el Ser, como unidad que se manifiesta en lo


múltiple, era la única forma racional que los primeros jonios (esto es, los
milesios) tenían para explicar el cambio y la transmutación de las cosas en
la naturaleza.

Heráclito la explicitó y la profundizó, estudiando desde diversos niveles la


relación de los contrarios en el devenir. En tal sentido, continuó y
desarrolló de un modo admirable las concepciones de Anaximandro [21] '
Sin embargo, no hay razón para suponer que lo hizo, como cree Testa, en
polémica contra el eleatismo de Jenófanes.

Al contrario, su intuición del Ser (y su concepción del devenir y de la


dialéctica) es anterior, más primitiva y, al mismo tiempo, más rica que la
eleática. El colofonio desarrolló su eleatismo, en la medida en que se puede
considerar que hay en él eleatismo (o sea, germinal y rapsódicamente), en
oposición a la primitiva concepción jónica de la fusión,, tal como se da ya
en Anaximandro, es decir, de la fusión, considerada como uni-pluralidad
dinámica que se hace pluri-unidad en el Cosmos.

Escaneado con fines exclusivamente docentes

Cappelletti. Angel J. La Filosofía de Heráclito de Efeso. MAE 1971

UNIVERSIDAD METROPOLITANA

Curso de Ética. Ccs. 1:59 PM11/1/03 (Awork. HERACLITO)

Aquiles Leandro

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[1] 1 A6(Platón. Cratilo 402 A)

[2] 2 B 12

[3] 3. B. 49ª.

[4] 4. B 91.

[5] 5. B. 125

[6] 6. B 53

[7] 7. B 80

[8] 8 B 8
[9] 9 Cf. B 54

[10] 10 B. 51

[11] 11 B. 61

[12] 12 B111

[13] 13 B 62

[14] 14 CL. B 26; B 91

[15] 16. B 88

[16] 16 CL A. Testa, I presocratici, Vonia, 1938, cap. 5

[17] 17 B 10

[18] 18 Ibíd.

[19] 19 Mondolfo , Heráclito. México. 1966, p. 17

[20] 20 B 50

[21] 21 Cf B 1.

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