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Principio de la doctrina:

La Doctrina Monroe, sintetizada en la frase «América para los americanos», fue elaborada
por John Quincy Adams y atribuida al presidente James Monroe en 1823. Establecía que
cualquier intervención de los europeos en América sería vista como un acto de agresión que
requeriría la intervención de los Estados Unidos de América.1 La doctrina fue presentada por
el presidente Monroe durante su sexto discurso al Congreso sobre el Estado de la Unión. Fue
tomado con dudas, al principio, y luego con entusiasmo. Fue un momento decisivo en la
política exterior de los Estados Unidos. La doctrina fue concebida por sus autores, en especial
John Quincy Adams, como una proclamación de los Estados Unidos de su oposición al
colonialismo en respuesta a la amenaza que suponía la restauración monárquica en Europa y
la Santa Alianza tras las guerras napoleónicas.

Contexto histórico del origen de la doctrina


Monroe[editar]
La Doctrina reafirma la posición de Estados Unidos contra el colonialismo europeo,
inspirándose en la política aislacionista de George Washington, según la cual "Europa tenía un
conjunto de intereses elementales sin relación con los nuestros o si no muy
remotamente" (Discurso de despedida del Presidente George Washington, el 17 de
septiembre de 1796), y desarrollaba el pensamiento de Thomas Jefferson, según el
cual "América tiene un Hemisferio para sí misma", que tanto podría significar el continente
americano como su propio país.
El gobierno de Estados Unidos, en aquel entonces un país recién independizado que había
alcanzado su independencia a sólo dos generaciones (40 años), temía que las potencias
europeas victoriosas que emergían del Congreso de Viena (1814-1815) revivieran sus
imperios coloniales en las Américas . A medida que las revolucionarias guerras
napoleónicas (1803-1815) terminaban, Prusia, Austria y Rusia formaban la Santa Alianza para
defender el monarquismo. En particular, la Santa Alianza autorizó incursiones militares para
restablecer el dominio de los Borbones sobre España, así como bajo sus colonias, que
estaban en la época estableciendo su independencia.
En la época, la Doctrina Monroe representaba una seria advertencia no sólo a la Santa
Alianza, sino también a la propia Gran Bretaña (con quienes los estadounidenses habían
trabado recientemente la guerra de 1812), aunque su efecto inmediato, en cuanto a la defensa
de los nuevos estados americanos, era puramente moral, dado que los intereses económicos
y la capacidad política y militar de Estados Unidos en la época no sobrepasaban la región del
Caribe. Es muy importante resaltar que Estados Unidos en esta época aún estaba lejos de ser
considerado siquiera una potencia regional. De cualquier forma, la formulación de la Doctrina
ayudó a Gran Bretaña a frustrar los planes europeos de recolonización de América y permitió
que Estados Unidos continuara dilatando sus fronteras hacia el oeste. Esta expansión en el
continente americano tuvo como presupuesto el Destino Manifiesto, y marcó el inicio de la
política expansionista del país en el continente.
En la época, la reacción en América Latina a la Doctrina Monroe fue generalmente favorable,
pero en algunas ocasiones sospechosa. John Crow, autor de The Epic of Latin America,
afirma: "El propio Simón Bolívar, aún en medio de su última campaña contra los
españoles, Santander en Colombia, Rivadavia en Argentina, Victoria en México -líderes de
los movimientos de emancipación en todos los lugares- recibieron las palabras de Monroe con
la más sincera gratitud". 2 Crow argumenta que los líderes de América Latina eran realistas.
En su contexto histórico, ellos sabían que el Presidente de los Estados Unidos ejercía muy
poco poder en la época, particularmente sin el apoyo de las fuerzas británicas, y descubrieron
que la Doctrina Monroe era inaplicable si los Estados Unidos estuvieran solos contra la Santa
Alianza. Mientras ellos apreciaban y alababan su apoyo en el norte, ellos sabían que el futuro
de su independencia estaba en manos de los británicos y de su poderosa marina. En 1826,
Bolívar apeló a su Congreso de Panamá para albergar la primera reunión "Panamericana". En
los ojos de Bolívar y sus hombres, la Doctrina Monroe debía convertirse en nada más que una
simple herramienta de política nacional de los estadounidenses. De acuerdo con Crow, "no
debería ser, y nunca fue destinado a ser una carta de acción hemisférica concertada".

Fase imperial de Estados Unidos[editar]


Como se ha visto anteriormente, "América para los americanos", toma su sentido dentro del
proceso de imperialismo y colonialismo en el que se habían embarcado las potencias
europeas de esos años. En un inicio se presentó como defensa de los procesos de
independencia de los países americanos, aunque el pronunciamiento del presidente Monroe
no pasó de ser una simple declaración altisonante hecha por un Estado sin recursos militares
suficientes para sostenerla. Esa circunstancia determinó que durante largo tiempo no fuera
invocada ni calificada como doctrina.
El presidente norteamericano James Polk despertó por primera vez el discurso de Monroe en
su alocución del 2 de diciembre de 1845 con la finalidad de apoyar las pretensiones
norteamericanas sobre Texas y el territorio de Oregón, así como para oponerse a supuestas
maquinaciones británicas con relación a California, que en aquel entonces era una provincia
mexicana.
En 1850 también se tomó el pronunciamiento del entonces expresidente Monroe en ocasión
de la rivalidad entre británicos y norteamericanos en Centroamérica.
El postulado de Monroe adquirió el título de doctrina en los años 1850 y siguientes. Sobre el
particular, Don Pedro Mir nos observa —siguiendo al historiador Perkins— que para 1954 la
Doctrina Monroe no era conocida oficialmente con ese nombre y añade que «para esa fecha
los principios de Monroe...eran calificados de “doctrina” en artículos periodísticos y de manera
retórica en debates de las Cámaras” y que “por su parte, las potencias coloniales la
denominaban así en despachos secretos...pero jamás admitían públicamente, no sólo el
nombre sino su misma existencia».
Para robustecer lo que acabamos de expresar —citando a Don Pedro Mir— resulta oportuno
transcribir parte de una comunicación emanada de un ministro español a propósito de una
propuesta de anexión de la República Dominicana a España. El documento dice «....Al dar
conocimiento a V. E. de este negocio, creo de mi deber manifestarle que tengo por seguro al
protectorado de la España en Santo Domingo se opondrían los Estados Unidos y muy
especialmente el partido democrático que hoy se haya al frente del Gobierno de la Federación,
el cual es sostenedor de la máxima política conocida en aquel país con el nombre de The
Monroe Doctrine a saber, que no se debe consentir la Confederación americana que ninguna
nación de Europa o cualquiera de América tenga más dominio que el que ejerza en la
actualidad».
Digamos, incidentalmente, que si bien ese era el parecer español en 1854, más tarde hubo un
cambio de opinión debido principalmente a la insistencia de algunos agentes de España en
Santo Domingo y de los gobernadores de Puerto Rico y Cuba, lo cual conllevó a la anexión de
la República Dominicana a España.
Pero antes de la anexión el Gobierno norteamericano, a través de un aventurero de nombre
William Leslie Cazneau, había dado manifestaciones de tener pretensiones sobre una parte de
la Bahía de Samaná. En tal sentido, el Secretario de Estado, William L. Marcy, le hacía llegar
a su enviado las siguientes instrucciones “el más poderoso incentivo para reconocer a la
República Dominicana e instrumentar un Tratado con ella es la adquisición de las ventajas que
los Estados Unidos esperan derivar de la posesión y control de una porción del territorio de la
Bahía de Samaná... Nuestro propósito no es otro que ese territorio sea cedido completamente:
para las conveniencias que los Estados Unidos aspiran a obtener bastaría con una sola milla
cuadrada”.
El proyecto norteamericano, contó, naturalmente, con la oposición de las potencias europeas
que se emplearon a fondo en intrigas diplomáticas y hasta en amenazas navales, para hacerlo
fracasar.
Sin embargo, con apoyo u omisión de Estados Unidos, después de la adopción de la doctrina
Monroe se produjeron intervenciones europeas en países americanos. Entre ellas se cuenta la
ocupación de las islas Malvinas por parte de Gran Bretaña en 1833, el bloqueo de barcos
franceses a los puertos argentinos entre 1839 y 1840, el bloqueo anglo-francés del río de la
Plata de 1845 a 1850, la invasión española a la República Dominicana entre 1861 y 1865, la
intervención francesa en México entre 1862 y 1865, la ocupación inglesa de la costa de los
Mosquitos (Nicaragua) y la ocupación de la Guayana Esequiba (Venezuela) por Gran Bretaña
en 1855.

Corolario Rutherford Hayes[editar]


En 1880 de conformidad con la idea de que el Caribe y Centroamérica formaban parte de la
"esfera de influencia exclusiva" de los Estados Unidos, el presidente Rutherford
Hayes enunció un corolario a la Doctrina Monroe: «Para evitar la injerencia de imperialismos
extra continentales en América, los Estados Unidos debían ejercer el control exclusivo sobre
cualquier canal interoceánico que se construyese'». Dejaban así las bases de la posterior
apropiación del canal de Panamá cuya construcción había sido abandonada por el
francés Ferdinand de Lesseps en 1888, y excluían a poderes europeos que pudieran competir
por los mercados del Caribe y Centroamérica, aprovechando la cercanía de Estados Unidos a
la zona.

Corolario Roosevelt[editar]

Caricatura titulada "Vete, pequeñín, y no me molestes" aparecida en el New York World, en 1903,
haciendo alusión a las negociaciones entre Estados Unidos y Colombia por los derechos del istmo de
Panamá, donde Roosevelt es mostrado apuntando un cañón.

A raíz del bloqueo naval de Venezuela por potencias europeas a comienzos del siglo XX,
Estados Unidos afirmó su doctrina Monroe y el presidente Theodore Roosevelt emitió el
Corolario de 1904 (Corolario Roosevelt) estableciendo que, si un país europeo amenazaba o
ponía en peligro los derechos o propiedades de ciudadanos o empresas estadounidenses, el
gobierno estadounidense estaba obligado a intervenir en los asuntos de ese país para
"reordenarlo", restableciendo los derechos y el patrimonio de su ciudadanía y sus empresas.
Este corolario supuso, en realidad, una carta blanca para la intervención de Estados Unidos
en América Latina y el Caribe.3 El corolario provocó una gran indignación en los dirigentes
europeos y en particular del kaiser Guillermo II.
Esta nueva era trajo un impulso colonialista por parte de los Estados Unidos, quienes
reafirmaron la doctrina Monroe, con el Corolario Roosevelt de 1904 para la interpretación de la
doctrina Monroe. Es decir, la política del Gran Garrote o Big Stick. La expresión es del
presidente de Estados Unidos, tomada de un proverbio africano: "habla suavemente y lleva un
gran garrote, así llegarás lejos" (speak softly and carry a big stick, you will go far).
En el corolario se afirma que si un país latinoamericano y del Caribe situado bajo la influencia
de EE.UU. amenazaba o ponía en peligro los derechos o propiedades de ciudadanos o
empresas estadounidenses, el Gobierno de EE. UU. estaba obligado a intervenir en los
asuntos internos del país "desquiciado" para reordenarlo, restableciendo los derechos y el
patrimonio de su ciudadanía y sus empresas. Bajo la política del Gran Garrote se legitimó el
uso de la fuerza como medio para defender los intereses en el sentido más amplio de los
EE.UU., lo que ha resultado en numerosas intervenciones políticas y militares en todo el
continente.
El Gran Garrote también se refiere a las intervenciones estadounidenses ocasionadas por la
“discapacidad” de los Gobiernos locales de resolver asuntos internos desde el punto de vista
del Gobierno de Estados Unidos, y protegiendo los intereses de ciudadanos y entidades
estadounidenses. En tal sentido, Roosevelt postulaba que los desórdenes internos de las
repúblicas latinoamericanas constituían un problema para el funcionamiento de las compañías
comerciales estadounidenses establecidas en dichos países, y que en consecuencia los
Estados Unidos debían atribuirse la potestad de “restablecer el orden”, primero presionando a
los caudillos locales con las ventajas que representaba gozar del apoyo político y económico
de Washington (“hablar de manera suave”), y finalmente recurriendo a la intervención armada
(el Gran Garrote), en caso de no obtener resultados favorables a sus intereses militares.

Oposición a la política de Theodore Roosevelt[editar]


La política del gran garrote causó indignación, sobre todo en América latina ya que se
consideraba una violación a la soberanía de cada estado.4Varios políticos se pronunciaron en
contra, el más importante fue el presidente de México, Porfirio Díaz quien defendió los
principios de libertad y autodeterminación de los pueblos con su propia doctrina, la doctrina
Díaz, que pregonaba que todos los pueblos son libres de auto determinar su futuro y de auto
gobernarse, y que una nación no tenía por qué intervenir en el autogobierno de otra, ni por
qué desconocer o reconocer su gobierno.5Pero tras la derrota española por parte de Estados
Unidos, la mayoría de los países latinos retiró sus protestas por temor a alguna represalia,
aunque los países latinoamericanos se intentaron acercar más a Europa, por
ejemplo, Argentina estrechó sus relaciones con Italia, Brasil y Chile con Alemania,
y México junto a Colombia con Gran Bretaña.
En Europa la reacción fue de amenaza; España había perdido sus territorios y los países
coloniales temían lo mismo, por lo que el Reino Unido y Francia formaron alianzas con
los Estados unidos, mientras que Alemania y Austria buscaron distanciarse y formar otro
bloque de poder.6

Aplicación de la doctrina[editar]
Interpretar el principio de la no intervención de los Estados europeos en los asuntos americanos de una
manera absoluta conduciría a que un Estado americano pudiera conculcar los principios de la justicia en
sus relaciones con los individuos extranjeros, violar la ley moral, negarse a tomar en consideración las
justas reclamaciones de los extranjeros perjudicados, crear de este modo un estado de cosas anormal e
ilícito según los principios de Derecho común y de la Moral internacional, y rechazar después cualquier
forma de injerencia para hacer cesar tales manifiestas violaciones de los principios de la justicia,
atrincherándose en el principio de su independencia y en la doctrina de Monroe escribe Fiore. 7

Cuando el presidente de Estados Unidos James Monroe, formuló esa primera doctrina global
de su país, «América para los americanos», Diego Portales, un ciudadano chileno que
comerciaba en los puertos del Pacífico y años después sería ministro de estado en su país,
escribió a un amigo:
"Lima, marzo de 1822. Señor José M. Cea.
Mi querido Cea: Los periódicos traen agradables noticias para la marcha de la revolución en toda
América. Parece algo confirmado que los Estados Unidos reconocen la independencia americana.
Aunque no he hablado con nadie sobre este particular, voy a darle mi opinión. El presidente de la
Federación de N. A., Mr. Monroe, ha dicho: se reconoce que la América es para éstos. ¡Cuidado con
salir de una dominación para caer en otra! Hay que desconfiar de estos señores que muy bien aprueban
la obra de nuestros campeones de liberación, sin habernos ayudado en nada: he aquí la causa de mi
temor. ¿Por qué ese afán de Estados Unidos en acreditar ministros, delegados y en reconocer la
independencia de América, sin molestarse ellos en nada? ¡Vaya un sistema curioso mi amigo! Yo creo
que todo esto obedece a un plan combinado de antemano; y ese sería así: hacer la conquista de
América, no por las armas, sino por la influencia en toda esfera. Eso sucederá, tal vez hoy no; pero
mañana sí. No conviene dejarse halagar por estos dulces que los niños suelen comer con gusto, sin
cuidarse de un envenenamiento".
Diego Portales8

Nótese que la carta está hecha en Lima, cuando Portales era un simple comerciante, de 29
años, y muy poco después de formulada la doctrina Monroe. La clarividencia de este pasaje
es evidente.
En el siglo XIX el enemigo principal era la Marina Real Británica y los intereses
estadounidenses eran sólo secundarios. Por otro lado, la Doctrina Monroe no recibió mucha
atención en Europa al momento de formularse, pues la Santa Alianza estaba informada que la
potencia naval estadounidense era bastante inferior a la británica y que los proyectos de
restablecer el absolutismo en la América española eran inviables debido a la oposición
de Gran Bretaña a secundarlos, y no por el desafío de Estados Unidos, que difícilmente podía
sostenerlo en esos años.

Ambigüedad de la Doctrina[editar]
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Esta doctrina no ha sido seguida imparcialmente; en realidad sólo se aplica en beneficio de los
intereses de los Estados Unidos como lo ejemplifica el papel que tomaron en múltiples
intervenciones europeas posteriores en suelo americano. Por ejemplo la toma en 1833 de
las islas Malvinas por los británicos, la ocupación española de la República
Dominicana entre 1861 y 1865, el bloqueo de barcos franceses a los puertos argentinos entre
1838 y 1850, el establecimiento de los británicos en la costa de la Mosquitia (Nicaragua), la
invasión de México por las tropas francesas y la imposición de Maximiliano de Austria como
emperador, la ocupación de la Guayana Esequiba por los británicos y el bloqueo naval de
Venezuela por Alemania, Reino Unido e Italia entre 1902 y 1903, además de las diversas
colonias en el Caribe que aún conservan los gobiernos europeos tales como las Islas Vírgenes
Británicas, las Islas Turcas y Caicos, las islas de Aruba, Bonaire, Curazao, San
Martín, Saba y San Eustaquio bajo la corona neerlandesa, la Guayana
Francesa y Guadalupe que son departamentos franceses de ultramar que incluyen otras islas
menores e islotes de posesión francesa como lo son Martinica y San Pedro y Miquelón.
Igualmente hay que mencionar el caso de Groenlandia, tercer país más grande de América del
Norte, que aún permanece como colonia de Dinamarca.
La Guerra de las Malvinas en 1982 y el apoyo que el gobierno de los Estados Unidos
brindaron en inteligencia al gobierno de Margaret Thatcher dejaron de manifiesto que la
doctrina no aplicaba más que para aquellas potencias europeas no aliadas a los Estados
Unidos.
Cabe destacar en este mismo orden de ideas que aún existen países de
la Commonwealth que es un remanente colonial del Imperio británico como lo son Canadá y
las diversas islas caribeñas que son conocidas como las Indias Occidentales
Británicas (British West Indies en inglés) que incluyen además a otras regiones continentales
como Belice y Guyana.
Por eso la ambigüedad de la doctrina. En Latinoamérica se entiende que cuando los Estados
Unidos usan el postulado "América para los americanos" entienden por "América" todo el
continente, pero por "americanos" sólo a los estadounidenses.

Doctrina Monroe

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Doctrina Monroe
Personajes destacados:

John Quincy Adams,James Monroe

La Doctrina Monroe (América para los americanos), fue elaborada por John Quincy
Adams (sexto Presidente de la nación) y atribuida a James Monroe (quinto Presidente
de la nación) en el año 1823 y anunciada el 2 de diciembre del mismo año. Dirigida
principalmente a las potencias europeas con la intención de que los Estados
Unidos no tolerarían ninguna interferencia o intromisión de las potencias europeas
en América.

La doctrina fue presentada por el presidente James Monroe durante su séptimo


discurso al Congreso sobre el Estado de la Unión. Fue tomado inicialmente con dudas
y posteriormente con entusiasmo. Fue un momento definitorio en la política exterior de
los Estados Unidos. La doctrina fue concebida por sus autores, especialmente John
Quincy Adams, como una proclamación de los Estados Unidos de su oposición al
colonialismo, pero ha sido posteriormente reinterpretada de diversas maneras.

Sumario
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 1 La doctrina Monroe
 2 Objetivos de la doctrina Monroe
 3 Consecuencias de la doctrina Monroe
 4 Extracto del mensaje al congreso del presidente James Monroe
 5 Referencias
 6 Fuentes

La doctrina Monroe

John Quincy Adams, Presidente de los Estados Unidos que promulgó esta doctrina.

En 1822 Estados Unidos fue el primer estado que reconoció las nuevas naciones que
en Hispanoamérica acababan de separarse de España. Aquel mismo año inquietaron
a los Estados Unidos dos iniciativas procedentes de Europa y dirigidas hacia el Nuevo
Mundo:

El zar Alejandro I proclamó los derechos de Rusia sobre la costa del Pacífico y las
aguas vecinas desde Alaska, que pertenecían entonces a Rusia hasta el paralelo 51,
es decir hasta la parte norte de la isla de Vancouver. Siguiendo las instrucciones de
Monroe, John Quincy Adams informó al ministro de Rusia que los Estados Unidos
"debían discutir el derecho de Rusia a cualquier establecimiento territorial en este
continente y debían afirmar claramente que el continente americano no se hallaba ya
subordinado a cualquier nuevo establecimiento colonial europeo".

El Secretario de Estado escribió al Ministro de los Estados Unidos en Rusia:


Tal vez no haya momento más favorable para decir franca y explícitamente al gobierno ruso
que la paz futura y el interés de la propia Rusia no pueden verse facilitados por el
establecimiento de Rusia en una parte cualquiera del continente americano.
En otoño de 1822, en el Congreso de Verona, Francia y las potencias de la Santa
Alianza (Rusia, Austria y Prusia) decidieron intervenir en España, donde una
revolución había obligado a Fernando VII a aceptar una Constitución liberal. En
1823 Luis XVIII envió un ejército al otro lado de los Pirineos para ayudarle a restaurar
su poder absoluto. Los Estados Unidos temieron que las potencias de la Santa
Alianza, se ocupasen luego de sus antiguas colonias hispanoamericanas.

Londres propuso a Washington una declaración común americano-británica que


alertase a las potencias europeas contra cualquier tentativa de reconquistar
Hispanoamérica. Los Estados Unidos plantearon como condición:
que Inglaterra reconociese, en primer lugar, la independencia de las antiguas colonias
hispanoamericanas, pero Inglaterra procuró esquivar la cuestión.

Monroe, según observó su Secretario de Estado, se "alarmó" cuando las fuerzas


francesas se apoderaron de Cádiz, última plaza fuerte de los revolucionarios. John
Quincy Adams vio con agrado que Monroe decidiese manifestarse sin coordinar para
nada con Inglaterra, para no estar como un furgón de cola de dicho país. Adams
preconizaba una comunicación transmitida por las vías diplomáticas normales a
Francia y a Rusia, pero Monroe prefirió una declaración solemnemente integrada a su
"mensaje sobre el estado de la Unión".

La primera parte de esta declaración aludía a las pretensiones de Rusia sobre la costa
del Pacífico, y la segunda parte concernía más específicamente a las intenciones que
las potencias europeas pudiesen tener sobre América Latina. Monroe pedía con
firmeza a las potencias europeas que no interviniesen en América. Asimismo,
confirmando la política de neutralidad inaugurada por George Washington, adquiría el
compromiso de no intervenir en los asuntos europeos. Por lo tanto la llamada doctrina
Monroe comprende dos elementos indispensables:

1. "nada de intervención europea en América”


2. “nada de intervención americana en Europa"

Objetivos de la doctrina Monroe


De la estructuración del mensaje de Monroe, el cual consta de dos partes, se
desprenden los verdaderos objetivos de la doctrina:

1. Impedir cualquier intento de colonización o recuperación de ex-colonias.


2. Dejar claramente establecida la llamada "doctrina de las dos esferas" y la
advertencia a Europa de que se mantenga dentro de su esfera.

Consecuencias de la doctrina Monroe


 La consecuencia más importante fue la creación de la teoría de las dos esferas y
de allí que se hable de la doctrina Monroe como de "la doctrina de América para
los americanos" o, un tanto sarcásticamente, de "América para los
norteamericanos".
 Señaló el nacimiento de una diplomacia propiamente usamericana, resultado de la
toma de conciencia inmediatamente posterior a los acontecimientos
revolucionarios.
 Logró detener una doble amenaza: la de los rusos que trataban de extenderse por
la costa del Pacífico y excluir todos los navíos extranjeros al norte del paralelo 51,
y la de las potencias de la Santa Alianza, deseosas o susceptibles de inclinarse a
socorrer a España en sus posesiones americanas.

La Doctrina fue recibida con entusiasmo en los Estados Unidos, pero en Europa pasó
inadvertida o provocó cierta exasperación, porque, como han demostrado diversos
historiadores, las potencias europeas en realidad no tenían intención alguna de
intervenir en la América española.

Fue letra muerta, por lo menos durante 20 años. La doctrina, con relación
a Latinoamérica, se tradujo en una política de no-alianza sistemática (negativa a
intervenir en el Congreso de Panamá de 1826).

Las aplicaciones de la doctrina en la primera mitad del Siglo XIX fueron raras (intento
anglo-francés cuando la cuestión de Texas, en 1845, o la amenaza inglesa y española
sobre Yucatán en 1848). La verdadera historia de la doctrina comienza a fines del
siglo XIX cuando se transformó en ofensiva y sirvió para justificar las anexiones
usamericanas.

Extracto del mensaje al congreso del presidente James


Monroe
Párrafo 7.
"...El principio con el que están ligados los derechos e intereses de los Estados Unidos es que
el continente americano, debido a las condiciones de la libertad y la independencia que
conquistó y mantiene, no puede ya ser considerado como terreno de una futura colonialización
por parte de ninguna de las potencias europeas."

Párrafo 48.
“... En la guerra de potencias europeas por asuntos que les concernían nunca hemos tomado
parte, ni sería propio de nuestra política el hacerlo. Sólo cuando nuestros derechos son
pisoteados o amenazados seriamente tenemos en cuenta las injurias o nos preparamos para
nuestra defensa. Con los movimientos de este hemisferio estamos por necesidad relacionados
en forma más inmediata, y por causas que deberían ser obvias para todos los observadores
esclarecidos e imparciales. El sistema político de las potencias aliadas es esencialmente
distinto, en este sentido, del de Norteamérica. Esta diferencia se deriva de la que existe entre
sus respectivos Gobiernos; y a la defensa de nuestro propio sistema, que ha sido llevada a
cabo mediante la pérdida de tanta sangre y riquezas y madurado por la sabiduría de nuestros
ciudadanos más ilustres y bajo el cual hemos disfrutado una felicidad sin par, está consagrada
toda la nación. Por consiguiente, para mantener la pureza y las amistosas relaciones
existentes entre Estados Unidos y aquellas potencias debemos declarar que estamos
obligados considerar todo intento de su parte para extender su sistema a cualquier nación de
este hemisferio, como peligroso para nuestra paz y seguridad. Pero no interferimos ni
interferiremos en las colonias o las dependencias existentes de cualquier potencia europea.
Pero en lo que concierne a los Gobiernos que han declarado su independencia y la han
mantenido, independencia que después de gran consideración y sobre justos principios,
hemos reconocido, no podríamos contemplar ninguna intervención con el propósito de
oprimirlas o controlar de alguna manera su destino por parte de cualquier potencia europea,
sino como la manifestación de una disposición hostil hacia Estados Unidos...”

Párrafo 49.
“Nuestra política respecto de Europa que fue adoptada en la primera época de las guerras que
durante tanto tiempo agitaron a ese sector del globo... sigue siendo la misma; es decir, no
interferir en los intereses internos de ninguna de sus potencias; considerar al Gobierno de
tacto como el Gobierno legitimo para nosotros; cultivar relaciones amistosas con él y
mantenerlas mediante una política franca, firme y humana, respondiendo en todos los casos a
las justas solicitudes de todas las potencias y no aceptando injurias de ninguna. Pero con
referencia a esos continentes las circunstancias son clara y eminentemente distintas. Es
imposible que las potencias aliadas extiendan su sistema político a cualquier parte de uno y
otro continente sin amenazar nuestra paz y seguridad; nadie puede creer que nuestros
hermanos sureños, si son abandonados a si mismos, puedan adoptar ese sistema por propia
voluntad. Es igualmente imposible, por consiguiente, que nosotros admitamos con indiferencia
una intervención de cualquier clase. Si comparamos la fuerza y los recursos de España y los
nuevos Gobiernos, y la distancia que los separa, resulta obvio que ella nunca podrá
someterlos. Estados Unidos aún considera como su verdadera política dejar actuar por sí
mismas a las partes, con la esperanza de que las demás potencias adoptarán la misma
actitud...”

Doctrina de Monroe 1823


Nombre que reciben los planes y programas políticos que inspiraron el expansionismo de los
Estados Unidos de Norteamérica, tras la incorporación de importantes territorios que habían
pertenecido al imperio español y en su dialéctica con las realidades imperiales entonces actuantes
–Gran Bretaña, Rusia, Francia, &c.–, sintetizados por el presidente Santiago Monroe en su
intervención del 2 de diciembre de 1823 ante el Congreso norteamericano, y que se pueden resumir
en tres puntos: no a cualquier futura colonización europea en el Nuevo Mundo, abstención de los
Estados Unidos en los asuntos políticos de Europa y no a la intervención de Europa en los gobiernos
del hemisferio americano:
The Monroe Doctrine (1823)
A portion of President James Monroe's
seventh annual message to Congress, December 2, 1823
La Doctrina de Monroe (1823)
Fragmento del séptimo mensaje anual del Presidente Santiago Monroe al Congreso
el 2 de diciembre de 1823 (traducción de RFM)

«…At the proposal of the Russian Imperial Government, made through the minister of
the Emperor residing here, a full power and instructions have been transmitted to the
minister of the United States at St. Petersburg to arrange by amicable negotiation the
respective rights and interests of the two nations on the northwest coast of this continent.
A similar proposal has been made by His Imperial Majesty to the Government of Great
Britain, which has likewise been acceded to. The Government of the United States has
been desirous by this friendly proceeding of manifesting the great value which they have
invariably attached to the friendship of the Emperor and their solicitude to cultivate the
best understanding with his Government. In the discussions to which this interest has
given rise and in the arrangements by which they may terminate the occasion has been
judged proper for asserting, as a principle in which the rights and interests of the United
States are involved, that the American continents, by the free and independent condition
which they have assumed and maintain, are henceforth not to be considered as subjects
for future colonization by any European powers…
«…A propuesta del Gobierno Imperial Ruso, hecha a través del ministro del
Emperador residente aquí, se han trasmitido plenos poderes e instrucciones al ministo de
los Estados Unidos en San Petersburgo para negociar amistosamente los derechos e
intereses respectivos de las dos naciones en la costa noroeste de este continente. Una
propuesta similar se ha hecho por Su Majestad Imperial al Gobierno de la Gran Bretaña,
a la cual se ha accedido de manera similar. El Gobierno de los Estados Unidos ha estado
deseoso por medio de este amistoso procedimiento de manifestar el gran valor que
invariablemente otorga a la amistad del Emperador y la solicitud en cultivar el mejor
entendimiento con su Gobierno. En las discusiones a que ha dado lugar este intéres y en
los acuerdos con que pueden terminar, se ha juzgado la ocasión propicia para afirmar,
como un principio que afecta a los derechos e intereses de los Estados Unidos, que los
continentes americanos, por la condición de libres e indepencientes que han adquirido y
mantienen, no deben en lo adelante ser considerados como objetos de una colonización
futura por ninguna potencia europea…

It was stated at the commencement of the last session that a great effort was then
making in Spain and Portugal to improve the condition of the people of those countries,
and that it appeared to be conducted with extraordinary moderation. It need scarcely be
remarked that the results have been so far very different from what was then anticipated.
Of events in that quarter of the globe, with which we have so much intercourse and from
which we derive our origin, we have always been anxious and interested spectators. The
citizens of the United States cherish sentiments the most friendly in favor of the liberty
and happiness of their fellow-men on that side of the Atlantic. In the wars of the
European powers in matters relating to themselves we have never taken any part, nor
does it comport with our policy to do so. It is only when our rights are invaded or
seriously menaced that we resent injuries or make preparation for our defense. With the
movements in this hemisphere we are of necessity more immediately connected, and by
causes which must be obvious to all enlightened and impartial observers. The political
system of the allied powers is essentially different in this respect from that of America.
This difference proceeds from that which exists in their respective Governments; and to
the defense of our own, which has been achieved by the loss of so much blood and
treasure, and matured by the wisdom of their most enlightened citizens, and under which
we have enjoyed unexampled felicity, this whole nation is devoted. We owe it, therefore,
to candor and to the amicable relations existing between the United States and those
powers to declare that we should consider any attempt on their part to extend their
system to any portion of this hemisphere as dangerous to our peace and safety. With the
existing colonies or dependencies of any European power we have not interfered and
shall not interfere. But with the Governments who have declared their independence and
maintain it, and whose independence we have, on great consideration and on just
principles, acknowledged, we could not view any interposition for the purpose of
oppressing them, or controlling in any other manner their destiny, by any European
power in any other light than as the manifestation of an unfriendly disposition toward the
United States. In the war between those new Governments and Spain we declared our
neutrality at the time of their recognition, and to this we have adhered, and shall continue
to adhere, provided no change shall occur which, in the judgement of the competent
authorities of this Government, shall make a corresponding change on the part of the
United States indispensable to their security.
Se afirmó al comienzo de la última sesión que se hacía entonces un gran esfuerzo en
España y Portugal para mejorar la condición de los pueblos de esos países y que parecía
que éste se conducía con extraordinaria moderación. Apenas necesita mencionarse que
los resultados han sido muy diferentes de lo que se había anticipado entonces. De lo
sucedido en esa parte del mundo, con la cual tenemos tanto intercambio y de la cual
derivamos nuestro origen, hemos sido siempre ansiosos e interesados observadores. Los
ciudadanos de los Estados Unidos abrigamos los más amistosos sentimientos en favor de
la libertad y felicidad de los pueblos en ese lado del Atlántico. En las guerras de las
potencias europeas por asuntos de su incumbencia nunca hemos tomado parte, ni
comporta a nuestra política el hacerlo. Solo cuando se invaden nuestros derechos o sean
amenazados seriamente responderemos a las injurias o prepararemos nuestra defensa.
Con las cuestiones en este hemisferio estamos necesariamente más inmediatamente
conectados, y por causas que deben ser obvias para todo observador informado e
imparcial. El sistema político de las potencias aliadas es esencialmente diferente en este
respecto al de América. Esta diferencia procede de la que existe entre sus respectivos
Gobiernos; y a la defensa del nuestro, al que se ha llegado con la pérdida de tanta sangre
y riqueza, que ha madurado por la sabiduría de sus más ilustrados ciudadanos, y bajo el
cual hemos disfrutado de una felicidad no igualada, está consagrada la nación entera.
Debemos por consiguiente al candor y a las amistosas relaciones existentes entre los
Estados Unidos y esas potencias declarar que consideraremos cualquier intento por su
parte de extender su sistema a cualquier porción de este hemisferio como peligroso para
nuestra paz y seguridad. Con las colonias o dependencias existentes de potencias
europeas no hemos interferido y no interferiremos. Pero con los Gobiernos que han
declarado su independencia y la mantienen, y cuya independencia hemos reconocido,
con gran consideración y sobre justos principios, no podríamos ver cualquier
interposición para el propósito de oprimirlos o de controlar en cualquier otra manera sus
destinos, por cualquier potencia europea, en ninguna otra luz que como una
manifestación de una disposición no amistosa hacia los Estados Unidos. En la guerra
entre esos nuevos Gobiernos y España declaramos nuestra neutralidad en el momento de
reconocerlos, y a esto nos hemos adherido y continuaremos adhiriéndonos, siempre que
no ocurra un cambio que en el juicio de las autoridades competentes de este Gobierno,
haga indispensable a su seguridad un cambio correspondiente por parte de los Estados
Unidos.

The late events in Spain and Portugal shew that Europe is still unsettled. Of this
important fact no stronger proof can be adduced than that the allied powers should have
thought it proper, on any principle satisfactory to themselves, to have interposed by force
in the internal concerns of Spain. To what extent such interposition may be carried, on
the same principle, is a question in which all independent powers whose governments
differ from theirs are interested, even those most remote, and surely none of them more
so than the United States. Our policy in regard to Europe, which was adopted at an early
stage of the wars which have so long agitated that quarter of the globe, nevertheless
remains the same, which is, not to interfere in the internal concerns of any of its powers;
to consider the government de facto as the legitimate government for us; to cultivate
friendly relations with it, and to preserve those relations by a frank, firm, and manly
policy, meeting in all instances the just claims of every power, submitting to injuries
from none.
Los últimos acontecimientos en España y Portugal demuestran que Europa no se ha
tranquilizado. De este hecho importante no hay prueba más concluyente que aducir que
las potencias aliadas hayan juzgado apropiado, por algún principio satisfactorio para ellas
mismas, el interponerse por la fuerza en los asuntos internos de España. Hasta que punto
pueden extenderse, por el mismo principio, estas interposiciones es una cuestión en la
que están interesados todas los países independientes, aun los más remotos, cuyas formas
de gobierno difieren de las de estas potencias, y seguramente ninguno de ellos más que
los Esados Unidos. Nuestra actitud con respecto a Europa, que se adoptó en una etapa
temprana de las guerras que por tanto tiempo han agitado esa parte del globo, se
mantiene sin embargo la misma, cual es la de no interferir en los asuntos internos de
ninguna de esas potencias; considerar el gobierno de facto como el gobierno legítimo
para nosotros; cultivar con él relaciones amistosas, y preservar esas relaciones con una
política franca, firme y varonil, satisfaciendo siempre las justas demandas de cualquier
potencia, pero no sometiéndose a injurias de ninguna.

But in regard to these continents circumstances are eminently and conspicuously


different. It is impossible that the allied powers should extend their political system to
any portion of either continent without endangering our peace and happiness; nor can
anyone believe that our southern brethren, if left to themselves, would adopt it of their
own accord. It is equally impossible, therefore, that we should behold such interposition
in any form with indifference. If we look to the comparative strength and resources of
Spain and those new Governments, and their distance from each other, it must be
obvious that she can never subdue them. It is still the true policy of the United States to
leave the parties to themselves, in hope that other powers will pursue the same course…»
Pero con respecto a estos continentes, las circunstancias son eminente y
conspicuamente diferentes. Es imposible que las potencias aliadas extiendan su sistema
político a cualquier porción de alguno de estos continentes sin hacer peligrar nuestra paz
y felicidad; y nadie puede creer que nuestros hermanos del Sur, dejados solos, lo
adoptaran por voluntad propia. Es igualmente imposible, por consiguiente, que
contemplemos una interposición así en cualquier forma con indiferencia. Si
contemplamos la fuerza comparativa y los recursos de España y de esos nuevos
Gobiernos, y la distancia entre ellos, debe ser obvio que ella nunca los podrá someter.
Sigue siendo la verdadera política de los Estados Unidos dejar a las partes solas,
esperando que otras potencias sigan el mismo curso…»

★ Antecedentes de la Doctrina de Monroe


En el Congreso de Verona, celebrado desde mediados de octubre al 14 de diciembre de 1822
[que se suele interpretar como la última reunión de la Santa Alianza europea, constituida inicialmente
en París el 26 de septiembre de 1815 entre el rey de Prusia y los emperadores de Austria y Rusia],
se decidió ayudar al restablecimiento del absolutismo en España, facilitando que Fernando VII
recuperase el poder con la ayuda de los Cien mil hijos de San Luis que pusieron fin al trienio liberal,
previa una nueva ocupación militar francesa de España (abril a octubre de 1823). Temerosa la Gran
Bretaña de una ofensiva absolutista franco española en las repúblicas hispano americanas que
durante el trienio liberal español habían avanzado en su consolidación nacional, el ministro de
exteriores británico, Jorge Canning, propuso al embajador norteamericano en Londres, Ricardo
Rush, una declaración conjunta que frenase tal potencial intervención, de la que ofrecemos su texto
vertido a la lengua:

Propuesta de declaración conjunta británico-norteamericana sobre las colonias de


España en América (dirigida por el ministro Jorge Canning al embajador
norteamericano en Londres, Ricardo Rush, el 16 de agosto de 1823)

«Mi Querido Señor:


Antes de dejar la Ciudad, deseo traer a su atención de una manera más concreta, pero aún
de manera no oficial y confidencial, la cuestión que comentamos brevemente la última vez
que tuve el placer de verle.
¿No es llegado el momento cuando nuestros dos Gobiernos puedan entenderse con respecto
a las Colonias de España en América? Y si podemos llegar a un entendimiento así, no sería
oportuno para nosotros y beneficioso para el resto del mundo, que sus principios queden
claramente fijados y simplemente expuestos.
Por nosotros no hay disfraz.
1. Concebimos la recuperación por España de las Colonias como un imposible.
2. Concebimos su reconocimiento como Estados Independientes como una cuestión de
tiempo y de circunstancias.
3. No estamos, sin embargo, dispuestos a poner ningún impedimento a un arreglo entre
ellas y la madre patria por medio de negociaciones amistosas.
4. No pretendemos nosotros la posesión de ninguna porción de ellas.
5. No podríamos ver con indiferencia la transferencia de ninguna porción de ellas a otra
potencia.
Si estas opiniones y sentimientos son, como creo firmemente, comunes entre su Gobierno y
el nuestro, ¿por qué hemos de vacilar en confiárnoslas mutuamente; y en declararlas
abiertamente al mundo?
Si hay otra potencia europea que abriga otros proyectos, que mira a una empresa bélica para
subyugar a las Colonias, por parte o en nombre de España, o que medita la adquisición para
sí de alguna parte de ellas, por cesión o por conquista; tal declaración por parte de su
gobierno y del nuestro sería el modo, a la vez el más efectivo y menos ofensivo, de intimar
nuestra desaprobación conjunta de tales proyectos.
Ello a la vez pondría fin a todos los celos de España respecto de las Colonias que le quedan,
y a la agitación que prevalece en esas Colonias, una agitación que no sería sino humano
calmar; estando decididos (como estamos) a no beneficiarnos de alentarla.
¿Concibe Ud. que esté autorizado, bajo los poderes que ha recibido recientemente, para
entrar en negociaciones y firmar alguna Convención sobre este asunto? ¿Concibe que, si no
está dentro de sus competencias, pueda Ud. intercambiar conmigo notas ministeriales sobre
el tema?
Nada podría ser más satisfactorio para mí que unirme a Ud. en tal trabajo, y estoy
persuadido que en la historia del mundo rara vez ha habido la oportunidad para que tal
pequeño esfuerzo de dos Gobiernos amigos pueda producir un bien tan inequívoco y evitar
unas calamidades tan amplias.
Yo estaré ausente de Londres no más de tres semanas a lo sumo: pero nunca tan distante
que no pueda recibir y responder a cualquier comunicación, antes de tres o cuatro días.»

Tomás Jefferson, el que fuera tercer presidente de los Estados Unidos (de 1801 a 1809), amigo
desde hacía décadas del entonces presidente, Santiago Monroe, le dirigió con fecha 24 de octubre
de 1823 una carta que traducida dice:

Carta de Jefferson a Monroe el 24 de octubre de 1823

«Al Presidente de los Estados Unidos.


Monticello, 24 de octubre de 1823.
Estimado Señor,
La cuestión presentada por las cartas que me ha enviado Ud. es la más importante que se ha
ofrecido a mi contemplación desde la de Independencia. Ésa nos hizo una nación, ésta fija
nuestro compás y señala el curso que hemos de navegar a través del océano de tiempo que
se abre ante nosotros. Y nunca pudimos embarcarnos bajo circunstancias más favorables.
Nuestra máxima primera y fundamental ha de ser nunca enredarnos en las luchas de
Europa. Nuestra segunda, nunca tolerar que Europa se entremezcle en asuntos cisatlánticos.
América, del Norte y del Sur, tiene un conjunto de intereses diferente al de Europa, y
peculiarmente suyo. Debe por tanto tener un sistema propio, separado y aparte del de
Europa. Mientras ésta trabaja para convertirse en el domicilio del despotismo, nuestro
esfuerzo debe ser ciertamente hacer nuestro hemisferio el de la libertad. Una nación, más
que ninguna, podría perturbarnos en esa empresa; ella ofrece ahora liderar, ayudar y
acompañarnos en la misma. Accediendo a su proposición, la libramos de sus ligaduras,
añadimos su poderoso peso a la balanza del gobierno libre, y de un golpe emancipamos un
continente, lo que podría de otra forma prolongarse mucho en dudas y dificultades. La Gran
Bretaña es la nación que puede hacernos más daño que ninguna otra, o que todas en la
tierra; y con ella de nuestro lado no necesitamos temer al mundo entero. Con ella pues,
debemos cultivar sinceramente una amistad cordial; y nada conduciría más a atar nuestros
afectos que luchar de nuevo, lado a lado, por la misma causa. No es que yo comprara hasta
su amistad por el precio de participar en sus guerras. Pero la guerra en la que la proposición
actual nos puede comprometer, si es ésa su consecuencia, no es su guerra sino la nuestra.
Su objeto es introducir y establecer el sistema americano, mantener fuera de nuestra tierras
a todas las potencias extranjeras, nunca permitir a las de Europa interferir en los asuntos de
nuestras naciones. Es mantener nuestros propios principios, no separarnos de ellos. Y si,
para facilitar esto, podemos crear una división en el grupo de las potencias europeas, y
atraer a nuestro lado a su miembro más poderoso, ciertamente debemos hacerlo. Pero soy
claramente de la opinión de Mr. Canning, que evitará la guerra en lugar de provocarla. Con
la Gran Bretaña fuera de su balanza y trasladada a la de nuestros dos continentes, toda
Europa combinada no entraría en esa guerra. Porque, ¿cómo propondrían atacar a cualquier
enemigo sin flotas superiores? No es a despreciar la ocasión que esta proposición ofrece
para declarar nuestra protesta contra las atroces violaciones del derecho de las naciones, por
la interferencia de una en los asuntos internos de otra, tan escandalosamente iniciada por
Bonaparte, y ahora continuada por la igualmente sin ley Alianza, llamándose a sí misma
Santa.
Pero primero debemos hacernos una pregunta. ¿Deseamos adquirir para nuestra propia
confederación una o más de la provincias de España? Confieso cándidamente que siempre
he mirado a Cuba como la adición más interesante que pudiera hacerse nunca a nuestro
sistema de Estados. El control que, con Punta Florida, esta isla nos daría sobre el Golfo de
México, y los países y el istmo limítrofes, además de aquéllos cuyas aguas fluyen a él,
colmarían la medida de nuestro bienestar político. Pero, como soy sensible a que esto no se
puede obtener, aun con su propio consentimiento, sino con guerra; y la independencia, que
es nuestro segundo interés, (y especialmente la independencia de Inglaterra), se puede
obtener sin ella, no tengo ninguna duda en abandonar mi primer deseo a oportunidades
futuras, y en aceptar la independencia, con paz y la amistad de Inglaterra, mejor que la
anexión al coste de guerra y de su enemistad.
Puedo, por consiguiente, unirme honestamente a la declaración propuesta, de que no
aspiramos a la adquisición de ninguna de esas posesiones, de que no interferiremos en
algún acuerdo amistoso entre ellas y la madre patria; pero que nos opondremos, con todos
nuestros medios, a la interposición por la fuerza de cualquier otra potencia, como auxiliar,
estipendiaria, o bajo alguna otra forma o pretexto, y muy especialmente, su transferencia a
alguna otra potencia por conquista, cesión, o adquisición en cualquier manera. Pienso, por
consiguiente, aconsejable que el Ejecutivo anime al gobierno Británico a continuar con las
disposiciones expresadas en estas cartas, asegurándole de su concurrencia con ellas en la
medida de su autoridad; y que como puede llevar a la guerra, cuya declaración requiere un
acto del Congreso, el caso se expondrá ante ellos en su primera reunión, y bajo el aspecto
razonable en que lo ve el mismo Ejecutivo.
He estado por tanto tiempo desconectado de temas políticos, y por tanto tiempo he dejado
de interesarme en ellos, que soy consciente de no estar cualificado para ofrecer opiniones
sobre ellos dignas de ninguna atención. Pero la cuestión ahora propuesta es de
consecuencias tan duraderas y efectos tan decisivos sobre nuestros futuros destinos como
para reavivar todo el interés que he sentido hasta ahora en tales ocasiones, e inducirme a
aventurar opiniones, que probarán solamente mi deseo de contribuir aún mi óbolo a
cualquier cosa que pueda ser útil a nuestro país. Y rogándole lo acepte solo por lo que tenga
de valor, le añado la seguridad de mi constante y afectuosa amistad y respeto.»

Juan Quincy Adams, hijo del segundo presidente norteamericano (Juan Adams, 1797-1801),
Secretario de Estado durante la presidencia de Monroe, a quien sucedería como sexto presidente,
ha dejado el siguiente relato de la reunión del Gabinete el 7 de noviembre de 1823:

La reunión del 7 de noviembre de 1823 del Gabinete norteamericano según el


Secretario de Estado, Juan Quincy Adams

«Washington, 7 de noviembre. Reunión del Gabinete en el despacho del Presidente desde la


una y media hasta las cuatro. Mr. Calhoun, Secretario de Guerra, y Mr. Southard, Secretario
de la Armada, presentes. El asunto a consideración fue la proposición confidencial del
Secretario Británico de Estado, George Canning, a R. Rush, y la correspondencia entre
ellos en relación a los proyectos de la Santa Alianza para Sur América. Hubo mucha
conversación sin llegar a una conclusión definitiva. El objetivo de Canning parece haber
sido obtener alguna promesa pública del Gobierno de los Estados Unidos, ostensiblemente
contra la interferencia por la fuerza de la Santa Alianza entre España y Sur América; pero
realmente o especialmente contra la adquisición por los Estados Unidos mismos de
cualquier parte de la posesiones de España en América.
Mr. Calhoun se inclina a dar poder discrecional a Mr. Rush para unirse en una declaración
contra la interferencia de la Santa Alianza, aunque sea necesario obligarnos a no
apoderarnos de Cuba o de la provincia de Texas; porque el poder de Gran Bretaña es mayor
que el nuestro para apoderarse de ellas, debemos tomar la ventaja de obtener de ella la
misma declaración que debemos hacer nosotros.
Pensé que los casos no son paralelos. No tenemos intención de apoderarnos de Texas o
Cuba. Pero los habitantes de una o ambas pueden hacer uso de sus derechos básicos, y
solicitar la unión con nosotros. Ciertamente no harán eso con la Gran Bretaña. Uniéndonos
a ella, por consiguiente, en su propuesta declaración, le damos una promesa sustancial y
quizás inconveniente contra nosotros mismos, y realmente no obtenemos nada a cambio.
Sin entrar ahora en el estudio de la conveniencia de la anexión de Texas o Cuba a nuestra
Unión, debemos como poco mantenernos libres de actuar según surjan emergencias, y no
atarnos a ningún principio que pueda inmediatamente después ser utilizado en contra
nuestra.
Mr. Southard muy inclinado a la misma opinión.
Al Presidente le disgustaba cualquier curso que tuviera la apariencia de tomar una posición
subordinada a la de Gran Bretaña…
Yo comenté que la comunicación recibida recientemente del Ministro Ruso, Barón Tuyl,
proveía, tal pensaba yo, una oportunidad adecuada y conveniente para fijar nuestra posición
frente a la Santa Alianza, a la vez que declinábamos la proposición de Gran Bretaña. Sería
más candoroso, y a la vez más digno, exponer de forma explícita nuestros principios ante
Rusia y Francia, que presentarnos en una barquilla a la estela del buque de guerra inglés.
A esta idea asintieron todos, y se leyó mi borrador de una respuesta a la nota del Barón
Tuyl anunciando la determinación del Emperador de negarse a recibir a ningún Ministro de
los gobiernos de Sur América.
★ La “Doctrina de Monroe” y sus transformaciones
Pasando el tiempo la doctrina de Monroe, convertida en ortograma político de los Estados Unidos
ante el exterior, popularizada en la sintética fórmula «América para los americanos», hubo
necesariamente de transformarse y adaptarse a las nuevas realidades políticas e históricas. El gran
historiador mexicano Carlos Pereyra, en El mito de Monroe, asegura que no existe una doctrina de
Monroe, pues por lo menos existen tres «doctrinas de Monroe» que él diferenciaba (en 1916).

A partir de 1869, se le asoció también otro punto, contenido en la correspondencia diplomática


previa: los Estados Unidos se oponen a la transferencia de colonias de una potencia europea a otra.

En su mensaje al Congreso del 6 de diciembre de 1904, el presidente Teodoro Roosevelt proclamó


el que se conoce como «corolario Roosevelt», que es más bien una enmienda a la doctrina,
determinada por la crisis de pagos de deuda a bancos europeos por parte de algunas naciones
americanas y los intentos de utilizar la fuerza por parte de potencias europeas para obtener el pago:
los Estados Unidos podían intervenir en las naciones del hemisferio, para controlar ese «mal
crónico», ejerciendo de «policía internacional», la conocida comúnmente como política del «big
stick»:

«Corolario Roosevelt» a la Doctrina de Monroe (parte del mensaje del Presidente


Teodoro Roosevelt al Congreso el 6 de diciembre de 1904)

«No es cierto que los Estados Unidos desee territorios o contemple proyectos con respecto
a otras naciones del hemisferio occidental excepto los que sean para su bienestar. Todo lo
que este país desea es ver a las naciones vecinas estables, en orden y prósperas. Toda
nación cuyo pueblo se conduzca bien puede contar con nuestra cordial amistad. Si una
nación muestra que sabe como actuar con eficiencia y decencia razonables en asuntos
sociales y políticos, si mantiene el orden y paga sus obligaciones, no necesita temer la
interferencia de los Estados Unidos. Un mal crónico, o una impotencia que resulta en el
deterioro general de los lazos de una sociedad civilizada, puede en América, como en otras
partes, requerir finalmente la intervención de alguna nación civilizada, y en el hemisferio
occidental, la adhesión de los Estados Unidos a la Doctrina Monroe puede forzar a los
Estados Unidos, aun sea renuentemente, al ejercicio del poder de policía internacional en
casos flagrantes de tal mal crónico o impotencia.»

De la potenciación del indigenismo, frente a la hispanidad…

Moneda norteamericana de medio dolar


acuñada para celebrar el Centenario de la Doctrina de Monroe: «United States of America.
In God we trust. 1923. Monroe & Adams. Half Dollar / Monroe Doctrine Centennial. Los
Angeles 1823-1923.» Obsérvese la significativa y nada ingenua sustitución que se ha
producido en la alegoría de las dos Américas, que procede del emblema, dos mujeres que
estrechan sus brazos en centroamérica, adoptado por la Exposición Panamericana de 1901,
diseñado por Rafael Beck (1859-1947), ganador del concurso convocado al efecto en 1899:
el artista de la moneda conmemorativa del centenario celebrado en 1923 ha preferido
sustituir a la dama que representaba la América hispana por la imagen de un indígena, en
pleno ascenso la ideología que buscaba disolver el hispanismo en indigenismo.

★ Algunas menciones a la Doctrina de Monroe


1858 «Una de las grandes desgracias de nuestra época es la imposibilidad en que los hombres de
Estado se hallan para elevarse sobre las cuestiones políticas, comerciales, industriales o
rentísticas y juzgar las ilimitadas consecuencias que en lo futuro puede producir el triunfo de los
Estados Unidos y de la doctrina de Monroe. Por lo tanto, urgen en gran manera la alianza entre
las razas latinas del antiguo y del nuevo Mundo…» [Carta a Napoleón III sobre la influencia
francesa en América], El Clamor Público, Los Ángeles, 19 marzo 1859.
1859 «De todos los absurdos políticos que jamás hayan tenido voga en este país (y nosotros, como
otros países, hemos tenido una buena dosis de tales absurdos), ninguno tal vez más monstruoso
y vacío que el que hoy circula con el nombre de Doctrina de Monroe. […] Desde luego se echará
de ver en qué estrechos límites nos encerraría la supuesta doctrina de Monroe, que es
verdaderamente la doctrina de Cass.» «La Doctrina de Monroe», El Clamor Público, Los Ángeles,
29 enero 1859.
1882 «La doctrina de Monroe. 'The Monroe doctrine grew out of a protest against any interference by
Spain with the independence of her quondam subjects in the country.' 'The Monroe doctrine was
an announcement that Europe would interfere with the existing status of de Governments of the
New World at her peril'.» José Martí, Cuaderno de Apuntes nº 9, de 1882. (O. C., 21:262-263.)
1884 «El Harper pinta a aquel suave y sensato presidente Monroe, que dio forma durable a la doctrina
en que se excluye a los países europeos de toda intervención en los americanos, aunque el
famoso senador Carlos Sumner mantiene que el pensamiento fue del inglés Canning, y Charles
Francis Adams quiere que haya nacido de su propio padre.» José Martí, «El repertorio
del Harper del mes de mayo», La América, Nueva York 1884 (O. C., 23:21.)
1889 «El World, que vive de exageraciones, da como cierto que los alemanes pisotearon, desgarraron,
quemaron la bandera americana en Samoa. El Times dice que en eso de la doctrina de Monroe,
no se ha de ir demasiado lejos, porque una cosa es que un Presidente yanqui declarase temible
para la república la creación de una monarquía europea en América, y otra que las naciones
libres de raza española en América sean como los cachifos, como los pepitos de gorra y calzón
corto, sobre quienes preside vara en puño su majestad americana.» José Martí, «Escenas
norteamericanas. 14. En los Estados Unidos», La Nación, Buenos Aires, 30 de marzo de 1889.
(O. C., 12:141.)
1889 «¿A qué invocar, para extender el dominio en América, la doctrina que nació tanto de Monroe
como de Canning, para impedir en América el dominio extranjero, para asegurar a la libertad un
continente? ¿O se ha de invocar el dogma contra un extranjero para traer a otro? ¿O se quita la
extranjería, que está en el carácter distinto, en los distintos intereses, en los propósitos distintos,
por vestirse de libertad, y privar de ella con los hechos, o porque viene con el extranjero el veneno
de los empréstitos, de los canales, de los ferrocarriles?» José Martí, «El Congreso Internacional
de Washington» [2 noviembre 1889], La Nación, Buenos Aires, 20 de diciembre de 1889. (O. C.,
6:61.)
1904 «Empero, a los planes de colonización política europea en América, se opone la conveniencia de
los Estados Unidos; desde 1823 proclamaron ellos un principio de derecho internacional, llamado
la doctrina de Monroe –la más elástica de las doctrinas hasta ahora conocidas–, en virtud del cual
se declara el continente de Colón cerrado a la conquista o a la adquisición pacífica de territorio
por parte de las naciones europeas.» S. Pérez Triana, «El fracaso del tribunal de La Haya», Alma
Española, Madrid 1904.
1916 «Los tres monroísmos. No hay una doctrina de Monroe. Yo conozco tres, por lo menos, y tal vez
hay otras más que ignoro. Tres son, en todo caso, las que forman el objeto de este libro. La
primera doctrina de Monroe es la que escribió el secretario de Estado John Quincy Adams, y que,
incorporada por Monroe en su mensaje presidencial del 2 de diciembre de 1823, quedó
inmediatamente sepultada en el olvido más completo, si no en sus términos, sí en su significación
original, y que, bajo este aspecto, sólo es conocida como antigüedad laboriosamente restaurada
por algunos investigadores para un pequeño grupo de curiosos. La segunda doctrina de Monroe
es la que, como una transformación legendaria y popular, ha pasado del texto de Monroe a una
especie de dogma difuso, y de glorificación de los Estados Unidos, para tomar cuerpo finalmente
en el informe rendido al presidente Grant por el secretario de Estado Fish, con fecha 14 de julio
de 1870; en el informe del secretario de Estado Bayard, de fecha 20 de enero de 1887, y en las
instrucciones del secretario de Estado Olney al embajador en Londres, Bayard, del 20 de junio
de 1895. La tercera doctrina de Monroe es la que, tomando como fundamento las afirmaciones
de estos hombres públicos y sus temerarias falsificaciones del documento original de Monroe,
quiere presentar la política exterior de los Estados Unidos como una derivación ideal del
monroísmo primitivo. Esta última forma del monroísmo, que a diferencia de la anterior, ya no es
una falsificación, sino una superfetación, tiene por autores a los representantes del movimiento
imperialista: Mac Kinley, Roosevelt y Lodge; al representante de la diplomacia del dólar: Taft; al
representante de la misión tutelar, imperialista, financiera y bíblica: Wilson.» Carlos Pereyra, El
mito de Monroe, Editorial América, Madrid s.f. [1916], págs. 11-12.
1923 «La campaña panamericana iniciada en 1889 por los Estados Unidos, en la que James Blaine se
presentó como continuador de la doctrina de Monroe, exagerada después en el sentido de que
América debía ser para los americanos del Norte, por la hegemonía de los Estados Unidos,
despertó justificados recelos en muchos centros de la América hispánica y produjo la tendencia
a fortificar el carácter étnico de ésta, invocándose las comunes tradiciones, orígenes, lengua,
religión y costumbres, lo que atrajo la atención y la simpatía hacia la antigua Metrópoli, que se
presentaba como lazo de unión entre todos los amenazados, y determinó movimientos de prensa,
de opinión y de Chancillerías cuyos resultados no tardaron en tocarse, influyendo en ello la
conducta observada con España (1898) por los Estados Unidos (olvidando éstos lo que España
hizo por su descubrimiento e independencia, así en la guerra de separación de fines del siglo
XVIII como en la de Secesión de 1866) y el silencio de Europa ante la expoliación, que produjeron
una viva corriente de afecto hacia la vieja madre.» «Hispanoamericanismo», Enciclopedia
Universal Ilustrada Europeo-Americana, Barcelona 1923.
1923 «La doctrina de Monroe no es una declaración legislativa, aunque haya sido varias veces
aprobada por el Congreso norteamericano; ni es parte del Derecho internacional sancionada por
el consentimiento de las potencias civilizadas; ni ha sido definida en ningún convenio
internacional; no es tampoco un precepto constitucional… Es una política declarada por el Poder
Ejecutivo de los Estados Unidos y repetida, ya en una forma, ya en otra, por los presidentes y
secretarios de Estado en el curso de nuestras relaciones exteriores. Su importancia se funda en
el hecho de que, en sus elementos esenciales, tal como la declaró el presidente Monroe y fue
reiterada y firmemente sostenida por nuestros más reputados hombres de Estado, ha sido,
durante un siglo, y continúa siendo, parte integrante de nuestro pensamiento y tendencias
nacionales, y la expresión de una convicción profunda, que ni el trastorno ocasionado por la Gran
Guerra y nuestra participación en ella en territorio europeo, han logrado desarraigar ni modificar
en sus fundamentos. […] 1) La política de Monroe no es una política de agresión: es una política
de defensa propia. 2) Como la política incorporada en la doctrina de Monroe es puramente de los
Estados Unidos, el Gobierno de éstos se reserva su definición, interpretación y aplicación. 3) La
política de Monroe no viola la independencia y la soberanía de las otras naciones americanas. 4)
Hay ciertamente condiciones modernas y acontecimientos recientes que no pueden pasar
desapercibidos para nosotros; nos hemos hecho ricos y poderosos; pero no hemos salvado la
necesidad, en justicia para nosotros y en justicia para los demás, de proteger nuestra futura paz
y seguridad. 5) La doctrina de Monroe, como se ve, no es un obstáculo a la cooperación
panamericana; al contrario, ofrece las bases necesarias para esa cooperación en la
independencia y seguridad de los Estados Unidos.» Charles E. Hughes [Secretario de Estado de
los EEUU], «Unas observaciones acerca de la doctrina de Monroe», discurso pronunciado en
Mineápolis el 30 de agosto de 1923, ante la Asociación del Foro Americano, en el año del
centenario de la declaración de Monroe (apud Luis Izaga, Madrid 1929, páginas 264 y 267).
1924 «En corroboración de lo expuesto me creo en el deber de expresar en clamores de noble
sinceridad el acercamiento del peligro norteamericano, haciendo ver a los pueblos de
Hispanoamérica lo que contra ellos tan cautelosamente se viene tramando, porque cosa harto
sabida es, que desde hace unos cuantos años viene funcionando en los Estados Unidos un
vastísimo departamento servido por numeroso y competente personal, denominado Oficina de
las Repúblicas Americanas, departamento que tan solo está destinado, digan de él lo que quieran
sus mantenedores, al más completo estudio, que les precisa tener realizado con el fin de
establecer en el momento que consideren oportuno el por ellos hace ya bastante tiempo
proyectado Ministerio de Colonias, considerando como tales, directa o indirectamente, a la mayor
parte de las Repúblicas de la América española, poniendo en vigor por medio de tan hábil
procedimiento, aunque de injusta y arbitraria manera, la doctrina de Monroe: América para los
americanos.» Hilario Crespo, «Conmemorando el descubrimiento de América el día de la
Raza», Festival para conmemorar la Fiesta de la Raza celebrado en el Teatro Real de Madrid el
12 de octubre de 1924, Madrid 1924.
1927 «No sólo con la mencionada tradición abstencionista rompen los intervencionistas; ignoran y
niegan recientes manifestaciones, tales como las del Presidente Wilson, cuando en su Mensaje
al Senado norteamericano, el 2 de Enero de 1917, decía: «Yo propongo, en suma, que las
naciones adopten la doctrina de Monroe como doctrina mundial; que ninguna nación intente
imponer su política a otra nación, sino que cada pueblo pueda determinar libremente su propia
política y el modo de desenvolverse, sin ser estorbado, amenazado o intimidado, lo mismo el
débil que el grande y el poderoso.» Las reproducidas palabras del malogrado apóstol de la paz
parecen escritas pensando en el caso de Nicaragua.» Camilo Barcia Trelles & alia, «Los sucesos
de Nicaragua y la solidaridad hispanoamericana», Revista de las Españas, Madrid 1927.
1927 «Los puntos que más les han interesado han sido: la Constitución de 1787, la doctrina de Monroe,
la política internacional y las leyes de inmigración. En mi reciente conferencia de la Unión
Iberoamericana («Trece años de labor docente americanista») podrá ver, quien lo desee, la
mención de algunas de esas tesis de mis alumnos.» Rafael Altamira, «España, los Estados
Unidos y América», Revista de las Españas, Madrid 1927.
1929 «La verdadera víctima de aquella declaración fué –aunque parezca paradoja– la misma América
española, que, en aquella época, la recibió con verdadero y sincero entusiasmo, ofuscada por el
efecto inmediato y ostensible que de la doctrina se derivaba: la seguridad de su independencia
contra el peligro que en aquel entonces la amenazaba. Y no era fácil en aquellos momentos de
exaltadas ilusiones patrióticas, logradas tras duros años de lucha, vislumbrar en el mismo
intrumento libertador los gérmenes dominadores que entrañaba y, mucho menos, las
modificaciones e interpretaciones que en el porvenir le habían de transformar en un formidable
instrumento de opresión que, en los días que vivimos, la ahoga y la estruja como los anillos de
una serpiente. […] Ante todo, la doctrina de Monroe es sólo un acto de fuerza; y, por las
circunstancias especiales en que se proclamó, un acto de fuerza afortunado. Por lo mismo, es
inútil investigar y discutir su valor jurídico. Una nación que se interpone entre la Metrópoli y sus
posesiones sublevadas, y que se interpone con toda seguridad, puesto que sabe de antemano
que la única nación que pudiera hacer fracasar su intento está a su lado… y nada más. La
fraseología justificativa en que va envuelta la declaración, es fraseología huera de todo sentido
jurídico, y, por lo tanto, de valor moral. Repartir formas de gobierno por zonas geográficas;
pretender delimitar y regular relaciones internacionales por continentes y distancias; secuestrar
la actividad de las naciones libres de un continente (nos referimos al americano), mutilando sus
derechos esenciales, apelando para ello al pretexto de la paz y seguridad propia, pero sin tener
en cuenta la paz, seguridad y derechos de los demás…, todo ello es de una endeblez y futilidad
verdaderamente imponderables. Pero no es ese el aspecto de la doctrina que más nos interesa;
nos interesa más estudiar el alcance práctico que se le quiso dar; la influencia beneficiosa que
aparentaba tener para las naciones recién surgidas del nuevo continente. El primer error cometido
por los expositores y comentaristas de la doctrina de Monroe y de su alcance, la primera ilusión
que engañó las esperanzas de los que momentáneamente se vieron protegidos y asegurados fue
la creencia y la ilusión de suponer que la nueva doctrina era y continuaría siendo para las nuevas
naciones como un baluarte protector de su existencia nacional, de su seguridad, y, por lo tanto,
de su ulterior progreso. Nada más lejos de la realidad. La declaración, ya desde entonces,
entrañaba una formidable amenaza para los nuevos Estados.» Luis Izaga, S. I., La Doctrina de
Monroe, su origen y principales fases de su evolución, Editorial Razón y Fe, Madrid 1929, páginas
32-34.
1930 «Pero ¡oh sorprendente acción del tiempo que todo lo transforma! En Francia se empieza a hacer
justicia a España en este asunto. Es muy interesante un artículo publicado en «La Petite Gironde»
de Burdeos, periódico de gran circulación en Francia, el día 6 de Enero de 1929. Titúlase «El
imperialismo americano», y se refiere a los peligros que encierra para el hispanismo el
imperialismo yanki, nacido de la doctrina de Monroe, de la conquista económica de las repúblicas
hispanoamericanas, que es un hecho, y de su conquista moral, que es un intento.» Leopoldo
Basa, El mundo de habla española, Cuadernos de Cultura, Valencia 1930.
1930 «El Pacto Americano. Don Manuel Torres, nacido en España, sobrino del arzobispo virrey de la
Nueva Granada, D. Antonio Caballero y Góngora, se había refugiado en los Estados Unidos
desde 1796. Torres fue el primer enviado de la América Española a quien se reconoció
oficialmente con este carácter en Washington. Enfermo de muerte, sin fuerzas para tenerse en
pie, llegó Torres a la presencia de Monroe. El presidente le ofreció asiento y le habló con una
amabilidad que le arrancó lágrimas. Es notable que este español formulara el credo de la unión
continental americana. Decía que el establecimiento de la monarquía en la Nueva España tenía
por objeto «favorecer las miras de los poderes europeos sobre el Nuevo Mundo». Y añadía: «Esto
es un nuevo motivo que debe determinar al presidente de los Estados Unidos a no demorar más
una medida (el reconocimiento) que naturalmente establecerá un pacto americano, capaz de
contrarrestar los proyectos de la Santa Alianza, y proteger nuestras instituciones republicanas».
Estas palabras, escritas por Torres en noviembre de 1821, iban a tener una repercusión en
diciembre de 1823. Pero no para establecer el ensueño del pacto americano, sino para la
determinación de una línea de política nacional. Los Estados Unidos se oponían a Europa,
globalmente considerada, en atención a tres peligros; uno, relacionado con el problema de la
seguridad; otro, con el de la expansión; el tercero, con el de la hegemonía.
El gobierno de Washington se preocupaba por el avance de Rusia, pues según el ukase del 4/16
de septiembre de 1821, esta potencia afirmaba sus derechos exclusivos sobre una zona de mar
y tierra en el noroeste de América, que iba desde el paralelo 51 hasta el 71. Los Estados Unidos
oponían derechos de ocupación y descubrimiento, junto con los que les daba el tratado de la
cesión territorial hecha por España en 1819. Inglaterra también disputaba a los Estados Unidos
parte de la costa del noroeste.
Aun cuando las pretensiones de los Estados Unidos encontraban a Inglaterra como aliada contra
las de Rusia, el presidente Monroe, en su Mensaje del 2 de diciembre de 1823, hizo declaraciones
que encerraban una manera de ver desfavorable también para Inglaterra. Es la parte que trata
de colonización, y que de ningún modo se refiere a los países iberoamericanos: «Juzgamos que
esta es la ocasión apropiada para afirmar, como principio que envuelve los derechos e intereses
de los Estados Unidos, que los continentes americanos, por la condición de libres e
independientes que han asumido y que mantienen, no admitirán ninguna empresa de
colonización que en sus territorios intente cualquiera de las potencias de Europa.»
Lo anterior pertenece al párrafo 7.° del Mensaje que contiene la llamada Doctrina de Monroe. El
pasaje perdió toda importancia, por lo que respecta a Rusia, pues la cuestión quedó terminada
en 1824. La disputa con Inglaterra fue más larga, y tuvo complicaciones, a las que me referiré.
El gobierno de Washington se mostraba inquieto también por las pretensiones políticas de Europa
en lo relativo a los países hispanoamericanos. Esto debe entenderse del modo especial que
preocupaba al gobierno de Washington. Acababa de emprenderse la intervención francesa en
España para restaurar el poder absoluto de Fernando VII, como ya se dijo. Esta actividad política
europea suscitaba dos géneros de cavilaciones. O bien las potencias de la Santa Alianza llevaban
sus armas a América y se adueñaban de algunos territorios pertenecientes a los países
colonizados por España, o bien Inglaterra, para oponerse, tomaba las armas y ella era la que
obtenía ventajas. A los Estados Unidos no les interesaba entonces, como no les interesó
después, que una potencia europea interviniese en el Río de la Plata o se apropiase las islas
Malvinas. Pero la acción de Europa en Méjico y en los países antillanos les causaba terror. El
peligro de la reconquista española era quimérico, aun suponiendo que Inglaterra permaneciese
impasible y que la antigua metrópoli obtuviese auxilios de Francia, Rusia, Prusia y Austria, a
menos que estas potencias aceptasen sacrificios ilimitados y agotantes. El gobierno de
Washington sólo temía realmente una situación que ya había sido prevista por Jefferson en 1808,
y que preocuparía al gabinete más de una vez en el transcurso del siglo XIX. Ese punto de vista
se traduce en las siguientes palabras: «Con satisfacción veremos a Cuba y a Méjico en su actual
dependencia (de España), pero no en la de Francia o Inglaterra, ya se trate de una subordinación
política o mercantil. Entendemos que los intereses de aquellos dos países y los nuestros están
unificados, y nuestro propósito no debe ser otro que el de excluir de este hemisferio toda
influencia europea.»
El peligro de una organización monárquica, patrocinada por la Gran Bretaña, no era el menos
alarmante para el presidente Monroe y sus consejeros. En las conversaciones del ministro
inglés Canning con Rush, plenipotenciario de los Estados Unidos en Londres, se trató el punto.
«No me opongo –decía Canning– a una monarquía en Méjico.» Lejos de ello, la aceptaba, sobre
todo si se hacía con individuos de la rama borbónica de España. «Una monarquía en Méjico y
otra en el Brasil anularían los males de la democracia universal.» Estas palabras y la notoria
anglofilia de algunas repúblicas americanas, inquietaban a los colaboradores del presidente de
los Estados Unidos. «Las noticias de la rendición de Cádiz a los franceses –dice uno de ellos–
han causado tal efecto en el ánimo del presidente Monroe, que ya desespera de la causa de
Sudamérica.» Dos días después, o sea el 15 de noviembre, Adams había encontrado la fórmula
para que el Mensaje no fuese agresivo. Se hablaría del derecho de los pueblos para disponer de
sí mismos. Y el 22 acudió al consejo llevando la fórmula. Había que suprimir todo lo que la Santa
Alianza pudiese considerar como un ataque. «Si la Santa Alianza emplea hoy la fuerza, haremos
lo posible por impedirlo; pero no llegaremos hasta el reto, que sería tanto como dirigir un golpe a
Europa en el corazón.» Inglaterra había propuesto la acción conjunta, el 20 de agosto de 1823;
pero poco después guardó silencio, absteniéndose de aclarar a Rush, el ministro de los Estados
Unidos, que todo peligro, aun remoto, había desaparecido, pues por un protocolo que
suscribieron el mismo Canning y el ministro de Francia, Polignac, el 9 de octubre, esta potencia
se declaraba dispuesta a no intervenir en asuntos americanos. Tales fueron los antecedentes
del Mensaje, el último de ellos desconocido para Monroe, cuando envió el documento, que
contenía dos largos párrafos sobre intervención europea en la vida de los países
americanos.» Carlos Pereyra, Breve historia de América, M. Aguilar, Madrid 1930, págs. 660-
663.
1931 «El mero deseo de un político norteamericano, Mr. William G. McAdoo, de que la Gran Bretaña y
Francia transfieran a los Estados Unidos, para pago de sus deudas de guerra, sus posesiones
en las Indias occidentales y las Guayanas inglesa y francesa, basta para que dé la voz de alarma
un periódico tan saturado de patriotismo argentino como La Prensa, de Buenos Aires, que
proclama (18 de noviembre, 1931), que todos los pueblos hispanoamericanos abogan por 'la
independencia de Puerto Rico, el retiro de tropas de Nicaragua y Haití, la reforma de la enmienda
Platt y el desconocimiento, como doctrina, del enunciado de Monroe'.» Ramiro de Maeztu, «La
Hispanidad», Acción Española, Madrid 1931.
1934 «Bryce, que habla de España peor que un mal español, nos señala así nuestra posición ante
América: «El primer movimiento, dice, de quien está preocupado, como lo está hoy todo el mundo,
por el desenvolvimiento de los recursos naturales, es un sentimiento de contrariedad al ver que
ninguna de las razas continentales de Europa, poderosas por su número y su habilidad, ha puesto
las manos en la masa de América; pero tal vez sea bueno esperar y ver las nuevas condiciones
del siglo que viene. Los pueblos latino-americanos pueden ser algo diferente de lo que en la
actualidad aparecen a los ojos de Europa y de Norteamérica. ¿Se dará tiempo a las sociedades
iberoamericanas para que hagan esta experiencia, antes que alguna de las razas occidentales,
poderosas por su número o habilidad, les imponga la ley?» ¿Dictó estas palabras, decimos
nosotros, el miedo a Monroe, o son un estímulo para que las razas poderosas y fuertes se
resuelvan a anular nuestra influencia en América? He aquí expuestos en toda su crudeza los
términos del problema: o trabajamos por la hispanidad, o somos suplantados por otros pueblos,
por otras razas, más fuertes y menos perezosas.» Isidro Gomá Tomás, «Apología de la
Hispanidad», Acción Española, Madrid 1934.
1936 «Alamán es el único ministro de Relaciones que México ha tenido. Su mirada estuvo abierta a las
exigencias de la hora y a la consideración del porvenir. Recién independizado México era natural
que buscara apoyo en los países de la misma sangre. La voz de unión había venido ya del sur.
Bolívar citó al Congreso de Panamá. Pero el mismo Bolívar ideó un plan bastardo. Invitó a los
Estados Unidos y proclamó a Inglaterra «Protectora de la Libertad del Mundo». (Véase
Pereyra, Breve Historia de América). Al disolverse el Congreso de Panamá quedó convenido que
los delegados se reunirían nuevamente en Tacubaya, suburbio de la capital de México. El
Congreso de Tacubaya no llegó a reunirse porque los hombres pequeños que se habían hecho
del mando en las distintas naciones de América, no veían más allá de sus narices, no se
preocupaban sino de la intriga local y de la adulación de los poderes nuevos: Inglaterra y los
Estados Unidos. Nuestros destinos también comenzaron a oscilar entre los dos polos de la
extraña influencia. Inglaterra formuló por medio del ministro Canning, la tesis de que no se
permitiría el restablecimiento de la influencia europea en América. Los imbéciles, en América,
tomaron este gesto como una gracia, una protección de las nuevas nacionalidades. En realidad,
era la consumación de la tarea inglesa de varios siglos. En vano España, con sus aliados
europeos de la Santa Alianza, intentó contener la obra comenzada por los bucaneros de la época
de Isabel de Inglaterra. El comercio del Nuevo Mundo comenzó a ser inglés, no obstante haberse
consolidado el dominio político de Inglaterra por causa de las acciones heroicas de Buenos Aires
y Cartagena. La declaración de Canning quería decir: Fuera Europa de lo que hoy es mío. Pero
el imperialismo inglés se había bifurcado. Para los Estados Unidos la Independencia no fue
decaimiento sino comienzo de un incomparable ascenso. Los Estados Unidos no se dedicaron a
matar ingleses; se dedicaron a imitar a los ingleses y a sentirse ingleses en la ambición; el decoro
y el poderío. Por eso cuando Canning formuló el dogma de que América no era campo para la
dominación europea, salvo la inglesa, los hermanos ingleses en los Estados Unidos proclamaron
por boca de Monroe: «Que los Estados Unidos no admitirían ninguna empresa de colonización
que en los continentes americanos intente cualquiera de las potencias de Europa.» Esta
declaración es de fecha 2 de diciembre de 1823. Sólo la mala fe ha podido dejar que corra la
especie de que Doctrina Monroe tenía por mira proteger a las nacionalidades nuevas de las
invasiones de Europa. España ya no podía invadirnos, había sido derrotada totalmente en el sur.
Inglaterra también había fracasado en sus intentos de ocupación de territorios. La Doctrina
Monroe, en realidad equivalía una declaración de la procedencia yankee en las cuestiones del
Nuevo Mundo. Lo que preocupaba a los Estados Unidos era que Francia o Inglaterra se
adelantasen apoderándose de Cuba, que ya se habían reservado para sí. Por eso lo primero que
hizo Poinsett fue destruir los planes que México y Colombia habían concentrado para libertar a
Cuba y anexarla a México, lo que hubiera sido natural y debido. Para la expedición de Cuba
contaba Colombia con doce mil hombres aguerridos, listos para embarcarse en Cartagena.
México debía suministrar asimismo tropas y embarcaciones. Poinsett, siempre vigilante, intrigó
contra el proyecto que Alamán proyectaba. Los Estados Unidos se movieron también en
Colombia, amenazaron. Con eso bastó. […] Alegaba Alamán la diferencia de circunstancias,
nuestra comunidad de origen y solidaridad anterior a la Independencia, y Clay hablaba de que
los Estados Unidos con la doctrina Monroe, garantizaba la independencia americana. El resultado
fue que Colombia ya no ratificó el tratado. El plan genial de Alamán de sustituir con una serie de
pactos aduaneros, la federación que había fracasado en Panamá, quedó deshecho. Y quedó
constituido, desde entonces, el Panamericanismo como un obstáculo para la integración del
hispanoamericanismo. Tan peligroso había sido el plan Alamán frente al plan Monroe, que el
panamericanismo triunfante ha procurado echar en olvido, borrar de la historia, el nombre mismo
de don Lucas Alamán. Pero no quedó corto Clay. Mientras se servía de la Doctrina Monroe para
obtener las mismas ventajas que los países hispanoamericanos, cuidó de precisar que la Doctrina
Monroe no constituía alianza de los Estados Unidos y las naciones del sur. La Doctrina Monroe,
explicó, es una declaración de principios de la política exterior norteamericana, que los Estados
Unidos pueden interpretar libremente, según las circunstancias. En efecto, nunca la han aplicado
a colonias inglesas como Jamaica.» José Vasconcelos, «Hispanismo y Monroísmo», en Breve
historia de México [1936], Obras Completas, Libreros Mexicanos Unidos, México 1961, tomo IV,
págs. 1542-1545.
1941 «Por lo demás, si se prescinde de Inglaterra, Europa ha respetado siempre la doctrina de Monroe.
Los Estados de las dos Américas pueden solventar como quieran sus asuntos. Nosotros no nos
inmiscuimos. Pero tanto más respeto exigen Europa y Asia Oriental para su propia «doctrina de
Monroe». América puede hacer cuanto le plazca en defensa de su hemisferio, pero ni a un niño
puede convencerse ya de que necesita protegerlo hoy en el África Central, Batavia o los Urales.»
A. E. Johann, «Roosevelt, ¿Emperador de la Tierra?», Signal, Berlín 1941.
1967 «Hay gente todavía apegada a las teorías del fatalismo geográfico que creen el mundo en la
época de la Doctrina Monroe, cuya síntesis de «América para los Americanos» constituía el reflejo
de una situación completamente distinta, en la cual nuestro continente tenía que protegerse
contra la expansión imperialista europea; en un mundo de grandes distancias y con rudimentarios
medios de comunicación.» Fabricio Ojeda, «La revolución verdadera, la violencia y el fatalismo
geo-político», Pensamiento crítico, La Habana 1967.
2001 «(4) Alternativa panamericanista: América del Sur es parte formal del continente americano.
George Washington en su Discurso de despedida de la Presidencia (1797), en el que fija el
continentalismo panamericano como horizonte de la política de los Estados Unidos de América;
James Monroe (1823) y su política de no interferencia (a partir de 1889-90, Primera Conferencia
Panamericana, toma cuerpo la ideología panamericanista, según la cual todos los países del
continente son iguales entre sí). Tratado Americano de Asistencia Recíproca. Esta alternativa
toma fuerza tras la Segunda Guerra Mundial: TRIAR de Río de Janeiro (1947); Conferencia
Interamericana de Bogotá (1947); PAM (1951); Escuela Militar de Las Américas (Panamá 1954);
Conferencia Internacional de Punta del Este (1961) y la OEA. La corriente filosófica principal
adscribible a esta línea sería la filosofía analítica anglosajona, con fuerte implantación en México
y otros países» Gustavo Bueno, «España y América», Catauro, La Habana 2001.
Doctrina de Monroe 1823
Nombre que reciben los planes y programas políticos que inspiraron el expansionismo de los
Estados Unidos de Norteamérica, tras la incorporación de importantes territorios que habían
pertenecido al imperio español y en su dialéctica con las realidades imperiales entonces actuantes
–Gran Bretaña, Rusia, Francia, &c.–, sintetizados por el presidente Santiago Monroe en su
intervención del 2 de diciembre de 1823 ante el Congreso norteamericano, y que se pueden resumir
en tres puntos: no a cualquier futura colonización europea en el Nuevo Mundo, abstención de los
Estados Unidos en los asuntos políticos de Europa y no a la intervención de Europa en los gobiernos
del hemisferio americano:
The Monroe Doctrine (1823)
A portion of President James Monroe's
seventh annual message to Congress, December 2, 1823
La Doctrina de Monroe (1823)
Fragmento del séptimo mensaje anual del Presidente Santiago Monroe al Congreso
el 2 de diciembre de 1823 (traducción de RFM)

«…At the proposal of the Russian Imperial Government, made through the minister of
the Emperor residing here, a full power and instructions have been transmitted to the
minister of the United States at St. Petersburg to arrange by amicable negotiation the
respective rights and interests of the two nations on the northwest coast of this continent.
A similar proposal has been made by His Imperial Majesty to the Government of Great
Britain, which has likewise been acceded to. The Government of the United States has
been desirous by this friendly proceeding of manifesting the great value which they have
invariably attached to the friendship of the Emperor and their solicitude to cultivate the
best understanding with his Government. In the discussions to which this interest has
given rise and in the arrangements by which they may terminate the occasion has been
judged proper for asserting, as a principle in which the rights and interests of the United
States are involved, that the American continents, by the free and independent condition
which they have assumed and maintain, are henceforth not to be considered as subjects
for future colonization by any European powers…
«…A propuesta del Gobierno Imperial Ruso, hecha a través del ministro del
Emperador residente aquí, se han trasmitido plenos poderes e instrucciones al ministo de
los Estados Unidos en San Petersburgo para negociar amistosamente los derechos e
intereses respectivos de las dos naciones en la costa noroeste de este continente. Una
propuesta similar se ha hecho por Su Majestad Imperial al Gobierno de la Gran Bretaña,
a la cual se ha accedido de manera similar. El Gobierno de los Estados Unidos ha estado
deseoso por medio de este amistoso procedimiento de manifestar el gran valor que
invariablemente otorga a la amistad del Emperador y la solicitud en cultivar el mejor
entendimiento con su Gobierno. En las discusiones a que ha dado lugar este intéres y en
los acuerdos con que pueden terminar, se ha juzgado la ocasión propicia para afirmar,
como un principio que afecta a los derechos e intereses de los Estados Unidos, que los
continentes americanos, por la condición de libres e indepencientes que han adquirido y
mantienen, no deben en lo adelante ser considerados como objetos de una colonización
futura por ninguna potencia europea…

It was stated at the commencement of the last session that a great effort was then
making in Spain and Portugal to improve the condition of the people of those countries,
and that it appeared to be conducted with extraordinary moderation. It need scarcely be
remarked that the results have been so far very different from what was then anticipated.
Of events in that quarter of the globe, with which we have so much intercourse and from
which we derive our origin, we have always been anxious and interested spectators. The
citizens of the United States cherish sentiments the most friendly in favor of the liberty
and happiness of their fellow-men on that side of the Atlantic. In the wars of the
European powers in matters relating to themselves we have never taken any part, nor
does it comport with our policy to do so. It is only when our rights are invaded or
seriously menaced that we resent injuries or make preparation for our defense. With the
movements in this hemisphere we are of necessity more immediately connected, and by
causes which must be obvious to all enlightened and impartial observers. The political
system of the allied powers is essentially different in this respect from that of America.
This difference proceeds from that which exists in their respective Governments; and to
the defense of our own, which has been achieved by the loss of so much blood and
treasure, and matured by the wisdom of their most enlightened citizens, and under which
we have enjoyed unexampled felicity, this whole nation is devoted. We owe it, therefore,
to candor and to the amicable relations existing between the United States and those
powers to declare that we should consider any attempt on their part to extend their
system to any portion of this hemisphere as dangerous to our peace and safety. With the
existing colonies or dependencies of any European power we have not interfered and
shall not interfere. But with the Governments who have declared their independence and
maintain it, and whose independence we have, on great consideration and on just
principles, acknowledged, we could not view any interposition for the purpose of
oppressing them, or controlling in any other manner their destiny, by any European
power in any other light than as the manifestation of an unfriendly disposition toward the
United States. In the war between those new Governments and Spain we declared our
neutrality at the time of their recognition, and to this we have adhered, and shall continue
to adhere, provided no change shall occur which, in the judgement of the competent
authorities of this Government, shall make a corresponding change on the part of the
United States indispensable to their security.
Se afirmó al comienzo de la última sesión que se hacía entonces un gran esfuerzo en
España y Portugal para mejorar la condición de los pueblos de esos países y que parecía
que éste se conducía con extraordinaria moderación. Apenas necesita mencionarse que
los resultados han sido muy diferentes de lo que se había anticipado entonces. De lo
sucedido en esa parte del mundo, con la cual tenemos tanto intercambio y de la cual
derivamos nuestro origen, hemos sido siempre ansiosos e interesados observadores. Los
ciudadanos de los Estados Unidos abrigamos los más amistosos sentimientos en favor de
la libertad y felicidad de los pueblos en ese lado del Atlántico. En las guerras de las
potencias europeas por asuntos de su incumbencia nunca hemos tomado parte, ni
comporta a nuestra política el hacerlo. Solo cuando se invaden nuestros derechos o sean
amenazados seriamente responderemos a las injurias o prepararemos nuestra defensa.
Con las cuestiones en este hemisferio estamos necesariamente más inmediatamente
conectados, y por causas que deben ser obvias para todo observador informado e
imparcial. El sistema político de las potencias aliadas es esencialmente diferente en este
respecto al de América. Esta diferencia procede de la que existe entre sus respectivos
Gobiernos; y a la defensa del nuestro, al que se ha llegado con la pérdida de tanta sangre
y riqueza, que ha madurado por la sabiduría de sus más ilustrados ciudadanos, y bajo el
cual hemos disfrutado de una felicidad no igualada, está consagrada la nación entera.
Debemos por consiguiente al candor y a las amistosas relaciones existentes entre los
Estados Unidos y esas potencias declarar que consideraremos cualquier intento por su
parte de extender su sistema a cualquier porción de este hemisferio como peligroso para
nuestra paz y seguridad. Con las colonias o dependencias existentes de potencias
europeas no hemos interferido y no interferiremos. Pero con los Gobiernos que han
declarado su independencia y la mantienen, y cuya independencia hemos reconocido,
con gran consideración y sobre justos principios, no podríamos ver cualquier
interposición para el propósito de oprimirlos o de controlar en cualquier otra manera sus
destinos, por cualquier potencia europea, en ninguna otra luz que como una
manifestación de una disposición no amistosa hacia los Estados Unidos. En la guerra
entre esos nuevos Gobiernos y España declaramos nuestra neutralidad en el momento de
reconocerlos, y a esto nos hemos adherido y continuaremos adhiriéndonos, siempre que
no ocurra un cambio que en el juicio de las autoridades competentes de este Gobierno,
haga indispensable a su seguridad un cambio correspondiente por parte de los Estados
Unidos.

The late events in Spain and Portugal shew that Europe is still unsettled. Of this
important fact no stronger proof can be adduced than that the allied powers should have
thought it proper, on any principle satisfactory to themselves, to have interposed by force
in the internal concerns of Spain. To what extent such interposition may be carried, on
the same principle, is a question in which all independent powers whose governments
differ from theirs are interested, even those most remote, and surely none of them more
so than the United States. Our policy in regard to Europe, which was adopted at an early
stage of the wars which have so long agitated that quarter of the globe, nevertheless
remains the same, which is, not to interfere in the internal concerns of any of its powers;
to consider the government de facto as the legitimate government for us; to cultivate
friendly relations with it, and to preserve those relations by a frank, firm, and manly
policy, meeting in all instances the just claims of every power, submitting to injuries
from none.
Los últimos acontecimientos en España y Portugal demuestran que Europa no se ha
tranquilizado. De este hecho importante no hay prueba más concluyente que aducir que
las potencias aliadas hayan juzgado apropiado, por algún principio satisfactorio para ellas
mismas, el interponerse por la fuerza en los asuntos internos de España. Hasta que punto
pueden extenderse, por el mismo principio, estas interposiciones es una cuestión en la
que están interesados todas los países independientes, aun los más remotos, cuyas formas
de gobierno difieren de las de estas potencias, y seguramente ninguno de ellos más que
los Esados Unidos. Nuestra actitud con respecto a Europa, que se adoptó en una etapa
temprana de las guerras que por tanto tiempo han agitado esa parte del globo, se
mantiene sin embargo la misma, cual es la de no interferir en los asuntos internos de
ninguna de esas potencias; considerar el gobierno de facto como el gobierno legítimo
para nosotros; cultivar con él relaciones amistosas, y preservar esas relaciones con una
política franca, firme y varonil, satisfaciendo siempre las justas demandas de cualquier
potencia, pero no sometiéndose a injurias de ninguna.

But in regard to these continents circumstances are eminently and conspicuously


different. It is impossible that the allied powers should extend their political system to
any portion of either continent without endangering our peace and happiness; nor can
anyone believe that our southern brethren, if left to themselves, would adopt it of their
own accord. It is equally impossible, therefore, that we should behold such interposition
in any form with indifference. If we look to the comparative strength and resources of
Spain and those new Governments, and their distance from each other, it must be
obvious that she can never subdue them. It is still the true policy of the United States to
leave the parties to themselves, in hope that other powers will pursue the same course…»
Pero con respecto a estos continentes, las circunstancias son eminente y
conspicuamente diferentes. Es imposible que las potencias aliadas extiendan su sistema
político a cualquier porción de alguno de estos continentes sin hacer peligrar nuestra paz
y felicidad; y nadie puede creer que nuestros hermanos del Sur, dejados solos, lo
adoptaran por voluntad propia. Es igualmente imposible, por consiguiente, que
contemplemos una interposición así en cualquier forma con indiferencia. Si
contemplamos la fuerza comparativa y los recursos de España y de esos nuevos
Gobiernos, y la distancia entre ellos, debe ser obvio que ella nunca los podrá someter.
Sigue siendo la verdadera política de los Estados Unidos dejar a las partes solas,
esperando que otras potencias sigan el mismo curso…»

★ Antecedentes de la Doctrina de Monroe


En el Congreso de Verona, celebrado desde mediados de octubre al 14 de diciembre de 1822
[que se suele interpretar como la última reunión de la Santa Alianza europea, constituida inicialmente
en París el 26 de septiembre de 1815 entre el rey de Prusia y los emperadores de Austria y Rusia],
se decidió ayudar al restablecimiento del absolutismo en España, facilitando que Fernando VII
recuperase el poder con la ayuda de los Cien mil hijos de San Luis que pusieron fin al trienio liberal,
previa una nueva ocupación militar francesa de España (abril a octubre de 1823). Temerosa la Gran
Bretaña de una ofensiva absolutista franco española en las repúblicas hispano americanas que
durante el trienio liberal español habían avanzado en su consolidación nacional, el ministro de
exteriores británico, Jorge Canning, propuso al embajador norteamericano en Londres, Ricardo
Rush, una declaración conjunta que frenase tal potencial intervención, de la que ofrecemos su texto
vertido a la lengua:

Propuesta de declaración conjunta británico-norteamericana sobre las colonias de


España en América (dirigida por el ministro Jorge Canning al embajador
norteamericano en Londres, Ricardo Rush, el 16 de agosto de 1823)

«Mi Querido Señor:


Antes de dejar la Ciudad, deseo traer a su atención de una manera más concreta, pero aún
de manera no oficial y confidencial, la cuestión que comentamos brevemente la última vez
que tuve el placer de verle.
¿No es llegado el momento cuando nuestros dos Gobiernos puedan entenderse con respecto
a las Colonias de España en América? Y si podemos llegar a un entendimiento así, no sería
oportuno para nosotros y beneficioso para el resto del mundo, que sus principios queden
claramente fijados y simplemente expuestos.
Por nosotros no hay disfraz.
1. Concebimos la recuperación por España de las Colonias como un imposible.
2. Concebimos su reconocimiento como Estados Independientes como una cuestión de
tiempo y de circunstancias.
3. No estamos, sin embargo, dispuestos a poner ningún impedimento a un arreglo entre
ellas y la madre patria por medio de negociaciones amistosas.
4. No pretendemos nosotros la posesión de ninguna porción de ellas.
5. No podríamos ver con indiferencia la transferencia de ninguna porción de ellas a otra
potencia.
Si estas opiniones y sentimientos son, como creo firmemente, comunes entre su Gobierno y
el nuestro, ¿por qué hemos de vacilar en confiárnoslas mutuamente; y en declararlas
abiertamente al mundo?
Si hay otra potencia europea que abriga otros proyectos, que mira a una empresa bélica para
subyugar a las Colonias, por parte o en nombre de España, o que medita la adquisición para
sí de alguna parte de ellas, por cesión o por conquista; tal declaración por parte de su
gobierno y del nuestro sería el modo, a la vez el más efectivo y menos ofensivo, de intimar
nuestra desaprobación conjunta de tales proyectos.
Ello a la vez pondría fin a todos los celos de España respecto de las Colonias que le quedan,
y a la agitación que prevalece en esas Colonias, una agitación que no sería sino humano
calmar; estando decididos (como estamos) a no beneficiarnos de alentarla.
¿Concibe Ud. que esté autorizado, bajo los poderes que ha recibido recientemente, para
entrar en negociaciones y firmar alguna Convención sobre este asunto? ¿Concibe que, si no
está dentro de sus competencias, pueda Ud. intercambiar conmigo notas ministeriales sobre
el tema?
Nada podría ser más satisfactorio para mí que unirme a Ud. en tal trabajo, y estoy
persuadido que en la historia del mundo rara vez ha habido la oportunidad para que tal
pequeño esfuerzo de dos Gobiernos amigos pueda producir un bien tan inequívoco y evitar
unas calamidades tan amplias.
Yo estaré ausente de Londres no más de tres semanas a lo sumo: pero nunca tan distante
que no pueda recibir y responder a cualquier comunicación, antes de tres o cuatro días.»

Tomás Jefferson, el que fuera tercer presidente de los Estados Unidos (de 1801 a 1809), amigo
desde hacía décadas del entonces presidente, Santiago Monroe, le dirigió con fecha 24 de octubre
de 1823 una carta que traducida dice:

Carta de Jefferson a Monroe el 24 de octubre de 1823

«Al Presidente de los Estados Unidos.


Monticello, 24 de octubre de 1823.
Estimado Señor,
La cuestión presentada por las cartas que me ha enviado Ud. es la más importante que se ha
ofrecido a mi contemplación desde la de Independencia. Ésa nos hizo una nación, ésta fija
nuestro compás y señala el curso que hemos de navegar a través del océano de tiempo que
se abre ante nosotros. Y nunca pudimos embarcarnos bajo circunstancias más favorables.
Nuestra máxima primera y fundamental ha de ser nunca enredarnos en las luchas de
Europa. Nuestra segunda, nunca tolerar que Europa se entremezcle en asuntos cisatlánticos.
América, del Norte y del Sur, tiene un conjunto de intereses diferente al de Europa, y
peculiarmente suyo. Debe por tanto tener un sistema propio, separado y aparte del de
Europa. Mientras ésta trabaja para convertirse en el domicilio del despotismo, nuestro
esfuerzo debe ser ciertamente hacer nuestro hemisferio el de la libertad. Una nación, más
que ninguna, podría perturbarnos en esa empresa; ella ofrece ahora liderar, ayudar y
acompañarnos en la misma. Accediendo a su proposición, la libramos de sus ligaduras,
añadimos su poderoso peso a la balanza del gobierno libre, y de un golpe emancipamos un
continente, lo que podría de otra forma prolongarse mucho en dudas y dificultades. La Gran
Bretaña es la nación que puede hacernos más daño que ninguna otra, o que todas en la
tierra; y con ella de nuestro lado no necesitamos temer al mundo entero. Con ella pues,
debemos cultivar sinceramente una amistad cordial; y nada conduciría más a atar nuestros
afectos que luchar de nuevo, lado a lado, por la misma causa. No es que yo comprara hasta
su amistad por el precio de participar en sus guerras. Pero la guerra en la que la proposición
actual nos puede comprometer, si es ésa su consecuencia, no es su guerra sino la nuestra.
Su objeto es introducir y establecer el sistema americano, mantener fuera de nuestra tierras
a todas las potencias extranjeras, nunca permitir a las de Europa interferir en los asuntos de
nuestras naciones. Es mantener nuestros propios principios, no separarnos de ellos. Y si,
para facilitar esto, podemos crear una división en el grupo de las potencias europeas, y
atraer a nuestro lado a su miembro más poderoso, ciertamente debemos hacerlo. Pero soy
claramente de la opinión de Mr. Canning, que evitará la guerra en lugar de provocarla. Con
la Gran Bretaña fuera de su balanza y trasladada a la de nuestros dos continentes, toda
Europa combinada no entraría en esa guerra. Porque, ¿cómo propondrían atacar a cualquier
enemigo sin flotas superiores? No es a despreciar la ocasión que esta proposición ofrece
para declarar nuestra protesta contra las atroces violaciones del derecho de las naciones, por
la interferencia de una en los asuntos internos de otra, tan escandalosamente iniciada por
Bonaparte, y ahora continuada por la igualmente sin ley Alianza, llamándose a sí misma
Santa.
Pero primero debemos hacernos una pregunta. ¿Deseamos adquirir para nuestra propia
confederación una o más de la provincias de España? Confieso cándidamente que siempre
he mirado a Cuba como la adición más interesante que pudiera hacerse nunca a nuestro
sistema de Estados. El control que, con Punta Florida, esta isla nos daría sobre el Golfo de
México, y los países y el istmo limítrofes, además de aquéllos cuyas aguas fluyen a él,
colmarían la medida de nuestro bienestar político. Pero, como soy sensible a que esto no se
puede obtener, aun con su propio consentimiento, sino con guerra; y la independencia, que
es nuestro segundo interés, (y especialmente la independencia de Inglaterra), se puede
obtener sin ella, no tengo ninguna duda en abandonar mi primer deseo a oportunidades
futuras, y en aceptar la independencia, con paz y la amistad de Inglaterra, mejor que la
anexión al coste de guerra y de su enemistad.
Puedo, por consiguiente, unirme honestamente a la declaración propuesta, de que no
aspiramos a la adquisición de ninguna de esas posesiones, de que no interferiremos en
algún acuerdo amistoso entre ellas y la madre patria; pero que nos opondremos, con todos
nuestros medios, a la interposición por la fuerza de cualquier otra potencia, como auxiliar,
estipendiaria, o bajo alguna otra forma o pretexto, y muy especialmente, su transferencia a
alguna otra potencia por conquista, cesión, o adquisición en cualquier manera. Pienso, por
consiguiente, aconsejable que el Ejecutivo anime al gobierno Británico a continuar con las
disposiciones expresadas en estas cartas, asegurándole de su concurrencia con ellas en la
medida de su autoridad; y que como puede llevar a la guerra, cuya declaración requiere un
acto del Congreso, el caso se expondrá ante ellos en su primera reunión, y bajo el aspecto
razonable en que lo ve el mismo Ejecutivo.
He estado por tanto tiempo desconectado de temas políticos, y por tanto tiempo he dejado
de interesarme en ellos, que soy consciente de no estar cualificado para ofrecer opiniones
sobre ellos dignas de ninguna atención. Pero la cuestión ahora propuesta es de
consecuencias tan duraderas y efectos tan decisivos sobre nuestros futuros destinos como
para reavivar todo el interés que he sentido hasta ahora en tales ocasiones, e inducirme a
aventurar opiniones, que probarán solamente mi deseo de contribuir aún mi óbolo a
cualquier cosa que pueda ser útil a nuestro país. Y rogándole lo acepte solo por lo que tenga
de valor, le añado la seguridad de mi constante y afectuosa amistad y respeto.»

Juan Quincy Adams, hijo del segundo presidente norteamericano (Juan Adams, 1797-1801),
Secretario de Estado durante la presidencia de Monroe, a quien sucedería como sexto presidente,
ha dejado el siguiente relato de la reunión del Gabinete el 7 de noviembre de 1823:

La reunión del 7 de noviembre de 1823 del Gabinete norteamericano según el


Secretario de Estado, Juan Quincy Adams

«Washington, 7 de noviembre. Reunión del Gabinete en el despacho del Presidente desde la


una y media hasta las cuatro. Mr. Calhoun, Secretario de Guerra, y Mr. Southard, Secretario
de la Armada, presentes. El asunto a consideración fue la proposición confidencial del
Secretario Británico de Estado, George Canning, a R. Rush, y la correspondencia entre
ellos en relación a los proyectos de la Santa Alianza para Sur América. Hubo mucha
conversación sin llegar a una conclusión definitiva. El objetivo de Canning parece haber
sido obtener alguna promesa pública del Gobierno de los Estados Unidos, ostensiblemente
contra la interferencia por la fuerza de la Santa Alianza entre España y Sur América; pero
realmente o especialmente contra la adquisición por los Estados Unidos mismos de
cualquier parte de la posesiones de España en América.
Mr. Calhoun se inclina a dar poder discrecional a Mr. Rush para unirse en una declaración
contra la interferencia de la Santa Alianza, aunque sea necesario obligarnos a no
apoderarnos de Cuba o de la provincia de Texas; porque el poder de Gran Bretaña es mayor
que el nuestro para apoderarse de ellas, debemos tomar la ventaja de obtener de ella la
misma declaración que debemos hacer nosotros.
Pensé que los casos no son paralelos. No tenemos intención de apoderarnos de Texas o
Cuba. Pero los habitantes de una o ambas pueden hacer uso de sus derechos básicos, y
solicitar la unión con nosotros. Ciertamente no harán eso con la Gran Bretaña. Uniéndonos
a ella, por consiguiente, en su propuesta declaración, le damos una promesa sustancial y
quizás inconveniente contra nosotros mismos, y realmente no obtenemos nada a cambio.
Sin entrar ahora en el estudio de la conveniencia de la anexión de Texas o Cuba a nuestra
Unión, debemos como poco mantenernos libres de actuar según surjan emergencias, y no
atarnos a ningún principio que pueda inmediatamente después ser utilizado en contra
nuestra.
Mr. Southard muy inclinado a la misma opinión.
Al Presidente le disgustaba cualquier curso que tuviera la apariencia de tomar una posición
subordinada a la de Gran Bretaña…
Yo comenté que la comunicación recibida recientemente del Ministro Ruso, Barón Tuyl,
proveía, tal pensaba yo, una oportunidad adecuada y conveniente para fijar nuestra posición
frente a la Santa Alianza, a la vez que declinábamos la proposición de Gran Bretaña. Sería
más candoroso, y a la vez más digno, exponer de forma explícita nuestros principios ante
Rusia y Francia, que presentarnos en una barquilla a la estela del buque de guerra inglés.
A esta idea asintieron todos, y se leyó mi borrador de una respuesta a la nota del Barón
Tuyl anunciando la determinación del Emperador de negarse a recibir a ningún Ministro de
los gobiernos de Sur América.
★ La “Doctrina de Monroe” y sus transformaciones
Pasando el tiempo la doctrina de Monroe, convertida en ortograma político de los Estados Unidos
ante el exterior, popularizada en la sintética fórmula «América para los americanos», hubo
necesariamente de transformarse y adaptarse a las nuevas realidades políticas e históricas. El gran
historiador mexicano Carlos Pereyra, en El mito de Monroe, asegura que no existe una doctrina de
Monroe, pues por lo menos existen tres «doctrinas de Monroe» que él diferenciaba (en 1916).

A partir de 1869, se le asoció también otro punto, contenido en la correspondencia diplomática


previa: los Estados Unidos se oponen a la transferencia de colonias de una potencia europea a otra.

En su mensaje al Congreso del 6 de diciembre de 1904, el presidente Teodoro Roosevelt proclamó


el que se conoce como «corolario Roosevelt», que es más bien una enmienda a la doctrina,
determinada por la crisis de pagos de deuda a bancos europeos por parte de algunas naciones
americanas y los intentos de utilizar la fuerza por parte de potencias europeas para obtener el pago:
los Estados Unidos podían intervenir en las naciones del hemisferio, para controlar ese «mal
crónico», ejerciendo de «policía internacional», la conocida comúnmente como política del «big
stick»:

«Corolario Roosevelt» a la Doctrina de Monroe (parte del mensaje del Presidente


Teodoro Roosevelt al Congreso el 6 de diciembre de 1904)

«No es cierto que los Estados Unidos desee territorios o contemple proyectos con respecto
a otras naciones del hemisferio occidental excepto los que sean para su bienestar. Todo lo
que este país desea es ver a las naciones vecinas estables, en orden y prósperas. Toda
nación cuyo pueblo se conduzca bien puede contar con nuestra cordial amistad. Si una
nación muestra que sabe como actuar con eficiencia y decencia razonables en asuntos
sociales y políticos, si mantiene el orden y paga sus obligaciones, no necesita temer la
interferencia de los Estados Unidos. Un mal crónico, o una impotencia que resulta en el
deterioro general de los lazos de una sociedad civilizada, puede en América, como en otras
partes, requerir finalmente la intervención de alguna nación civilizada, y en el hemisferio
occidental, la adhesión de los Estados Unidos a la Doctrina Monroe puede forzar a los
Estados Unidos, aun sea renuentemente, al ejercicio del poder de policía internacional en
casos flagrantes de tal mal crónico o impotencia.»

De la potenciación del indigenismo, frente a la hispanidad…

Moneda norteamericana de medio dolar


acuñada para celebrar el Centenario de la Doctrina de Monroe: «United States of America.
In God we trust. 1923. Monroe & Adams. Half Dollar / Monroe Doctrine Centennial. Los
Angeles 1823-1923.» Obsérvese la significativa y nada ingenua sustitución que se ha
producido en la alegoría de las dos Américas, que procede del emblema, dos mujeres que
estrechan sus brazos en centroamérica, adoptado por la Exposición Panamericana de 1901,
diseñado por Rafael Beck (1859-1947), ganador del concurso convocado al efecto en 1899:
el artista de la moneda conmemorativa del centenario celebrado en 1923 ha preferido
sustituir a la dama que representaba la América hispana por la imagen de un indígena, en
pleno ascenso la ideología que buscaba disolver el hispanismo en indigenismo.

★ Algunas menciones a la Doctrina de Monroe


1858 «Una de las grandes desgracias de nuestra época es la imposibilidad en que los hombres de
Estado se hallan para elevarse sobre las cuestiones políticas, comerciales, industriales o
rentísticas y juzgar las ilimitadas consecuencias que en lo futuro puede producir el triunfo de los
Estados Unidos y de la doctrina de Monroe. Por lo tanto, urgen en gran manera la alianza entre
las razas latinas del antiguo y del nuevo Mundo…» [Carta a Napoleón III sobre la influencia
francesa en América], El Clamor Público, Los Ángeles, 19 marzo 1859.
1859 «De todos los absurdos políticos que jamás hayan tenido voga en este país (y nosotros, como
otros países, hemos tenido una buena dosis de tales absurdos), ninguno tal vez más monstruoso
y vacío que el que hoy circula con el nombre de Doctrina de Monroe. […] Desde luego se echará
de ver en qué estrechos límites nos encerraría la supuesta doctrina de Monroe, que es
verdaderamente la doctrina de Cass.» «La Doctrina de Monroe», El Clamor Público, Los Ángeles,
29 enero 1859.
1882 «La doctrina de Monroe. 'The Monroe doctrine grew out of a protest against any interference by
Spain with the independence of her quondam subjects in the country.' 'The Monroe doctrine was
an announcement that Europe would interfere with the existing status of de Governments of the
New World at her peril'.» José Martí, Cuaderno de Apuntes nº 9, de 1882. (O. C., 21:262-263.)
1884 «El Harper pinta a aquel suave y sensato presidente Monroe, que dio forma durable a la doctrina
en que se excluye a los países europeos de toda intervención en los americanos, aunque el
famoso senador Carlos Sumner mantiene que el pensamiento fue del inglés Canning, y Charles
Francis Adams quiere que haya nacido de su propio padre.» José Martí, «El repertorio
del Harper del mes de mayo», La América, Nueva York 1884 (O. C., 23:21.)
1889 «El World, que vive de exageraciones, da como cierto que los alemanes pisotearon, desgarraron,
quemaron la bandera americana en Samoa. El Times dice que en eso de la doctrina de Monroe,
no se ha de ir demasiado lejos, porque una cosa es que un Presidente yanqui declarase temible
para la república la creación de una monarquía europea en América, y otra que las naciones
libres de raza española en América sean como los cachifos, como los pepitos de gorra y calzón
corto, sobre quienes preside vara en puño su majestad americana.» José Martí, «Escenas
norteamericanas. 14. En los Estados Unidos», La Nación, Buenos Aires, 30 de marzo de 1889.
(O. C., 12:141.)
1889 «¿A qué invocar, para extender el dominio en América, la doctrina que nació tanto de Monroe
como de Canning, para impedir en América el dominio extranjero, para asegurar a la libertad un
continente? ¿O se ha de invocar el dogma contra un extranjero para traer a otro? ¿O se quita la
extranjería, que está en el carácter distinto, en los distintos intereses, en los propósitos distintos,
por vestirse de libertad, y privar de ella con los hechos, o porque viene con el extranjero el veneno
de los empréstitos, de los canales, de los ferrocarriles?» José Martí, «El Congreso Internacional
de Washington» [2 noviembre 1889], La Nación, Buenos Aires, 20 de diciembre de 1889. (O. C.,
6:61.)
1904 «Empero, a los planes de colonización política europea en América, se opone la conveniencia de
los Estados Unidos; desde 1823 proclamaron ellos un principio de derecho internacional, llamado
la doctrina de Monroe –la más elástica de las doctrinas hasta ahora conocidas–, en virtud del cual
se declara el continente de Colón cerrado a la conquista o a la adquisición pacífica de territorio
por parte de las naciones europeas.» S. Pérez Triana, «El fracaso del tribunal de La Haya», Alma
Española, Madrid 1904.
1916 «Los tres monroísmos. No hay una doctrina de Monroe. Yo conozco tres, por lo menos, y tal vez
hay otras más que ignoro. Tres son, en todo caso, las que forman el objeto de este libro. La
primera doctrina de Monroe es la que escribió el secretario de Estado John Quincy Adams, y que,
incorporada por Monroe en su mensaje presidencial del 2 de diciembre de 1823, quedó
inmediatamente sepultada en el olvido más completo, si no en sus términos, sí en su significación
original, y que, bajo este aspecto, sólo es conocida como antigüedad laboriosamente restaurada
por algunos investigadores para un pequeño grupo de curiosos. La segunda doctrina de Monroe
es la que, como una transformación legendaria y popular, ha pasado del texto de Monroe a una
especie de dogma difuso, y de glorificación de los Estados Unidos, para tomar cuerpo finalmente
en el informe rendido al presidente Grant por el secretario de Estado Fish, con fecha 14 de julio
de 1870; en el informe del secretario de Estado Bayard, de fecha 20 de enero de 1887, y en las
instrucciones del secretario de Estado Olney al embajador en Londres, Bayard, del 20 de junio
de 1895. La tercera doctrina de Monroe es la que, tomando como fundamento las afirmaciones
de estos hombres públicos y sus temerarias falsificaciones del documento original de Monroe,
quiere presentar la política exterior de los Estados Unidos como una derivación ideal del
monroísmo primitivo. Esta última forma del monroísmo, que a diferencia de la anterior, ya no es
una falsificación, sino una superfetación, tiene por autores a los representantes del movimiento
imperialista: Mac Kinley, Roosevelt y Lodge; al representante de la diplomacia del dólar: Taft; al
representante de la misión tutelar, imperialista, financiera y bíblica: Wilson.» Carlos Pereyra, El
mito de Monroe, Editorial América, Madrid s.f. [1916], págs. 11-12.
1923 «La campaña panamericana iniciada en 1889 por los Estados Unidos, en la que James Blaine se
presentó como continuador de la doctrina de Monroe, exagerada después en el sentido de que
América debía ser para los americanos del Norte, por la hegemonía de los Estados Unidos,
despertó justificados recelos en muchos centros de la América hispánica y produjo la tendencia
a fortificar el carácter étnico de ésta, invocándose las comunes tradiciones, orígenes, lengua,
religión y costumbres, lo que atrajo la atención y la simpatía hacia la antigua Metrópoli, que se
presentaba como lazo de unión entre todos los amenazados, y determinó movimientos de prensa,
de opinión y de Chancillerías cuyos resultados no tardaron en tocarse, influyendo en ello la
conducta observada con España (1898) por los Estados Unidos (olvidando éstos lo que España
hizo por su descubrimiento e independencia, así en la guerra de separación de fines del siglo
XVIII como en la de Secesión de 1866) y el silencio de Europa ante la expoliación, que produjeron
una viva corriente de afecto hacia la vieja madre.» «Hispanoamericanismo», Enciclopedia
Universal Ilustrada Europeo-Americana, Barcelona 1923.
1923 «La doctrina de Monroe no es una declaración legislativa, aunque haya sido varias veces
aprobada por el Congreso norteamericano; ni es parte del Derecho internacional sancionada por
el consentimiento de las potencias civilizadas; ni ha sido definida en ningún convenio
internacional; no es tampoco un precepto constitucional… Es una política declarada por el Poder
Ejecutivo de los Estados Unidos y repetida, ya en una forma, ya en otra, por los presidentes y
secretarios de Estado en el curso de nuestras relaciones exteriores. Su importancia se funda en
el hecho de que, en sus elementos esenciales, tal como la declaró el presidente Monroe y fue
reiterada y firmemente sostenida por nuestros más reputados hombres de Estado, ha sido,
durante un siglo, y continúa siendo, parte integrante de nuestro pensamiento y tendencias
nacionales, y la expresión de una convicción profunda, que ni el trastorno ocasionado por la Gran
Guerra y nuestra participación en ella en territorio europeo, han logrado desarraigar ni modificar
en sus fundamentos. […] 1) La política de Monroe no es una política de agresión: es una política
de defensa propia. 2) Como la política incorporada en la doctrina de Monroe es puramente de los
Estados Unidos, el Gobierno de éstos se reserva su definición, interpretación y aplicación. 3) La
política de Monroe no viola la independencia y la soberanía de las otras naciones americanas. 4)
Hay ciertamente condiciones modernas y acontecimientos recientes que no pueden pasar
desapercibidos para nosotros; nos hemos hecho ricos y poderosos; pero no hemos salvado la
necesidad, en justicia para nosotros y en justicia para los demás, de proteger nuestra futura paz
y seguridad. 5) La doctrina de Monroe, como se ve, no es un obstáculo a la cooperación
panamericana; al contrario, ofrece las bases necesarias para esa cooperación en la
independencia y seguridad de los Estados Unidos.» Charles E. Hughes [Secretario de Estado de
los EEUU], «Unas observaciones acerca de la doctrina de Monroe», discurso pronunciado en
Mineápolis el 30 de agosto de 1923, ante la Asociación del Foro Americano, en el año del
centenario de la declaración de Monroe (apud Luis Izaga, Madrid 1929, páginas 264 y 267).
1924 «En corroboración de lo expuesto me creo en el deber de expresar en clamores de noble
sinceridad el acercamiento del peligro norteamericano, haciendo ver a los pueblos de
Hispanoamérica lo que contra ellos tan cautelosamente se viene tramando, porque cosa harto
sabida es, que desde hace unos cuantos años viene funcionando en los Estados Unidos un
vastísimo departamento servido por numeroso y competente personal, denominado Oficina de
las Repúblicas Americanas, departamento que tan solo está destinado, digan de él lo que quieran
sus mantenedores, al más completo estudio, que les precisa tener realizado con el fin de
establecer en el momento que consideren oportuno el por ellos hace ya bastante tiempo
proyectado Ministerio de Colonias, considerando como tales, directa o indirectamente, a la mayor
parte de las Repúblicas de la América española, poniendo en vigor por medio de tan hábil
procedimiento, aunque de injusta y arbitraria manera, la doctrina de Monroe: América para los
americanos.» Hilario Crespo, «Conmemorando el descubrimiento de América el día de la
Raza», Festival para conmemorar la Fiesta de la Raza celebrado en el Teatro Real de Madrid el
12 de octubre de 1924, Madrid 1924.
1927 «No sólo con la mencionada tradición abstencionista rompen los intervencionistas; ignoran y
niegan recientes manifestaciones, tales como las del Presidente Wilson, cuando en su Mensaje
al Senado norteamericano, el 2 de Enero de 1917, decía: «Yo propongo, en suma, que las
naciones adopten la doctrina de Monroe como doctrina mundial; que ninguna nación intente
imponer su política a otra nación, sino que cada pueblo pueda determinar libremente su propia
política y el modo de desenvolverse, sin ser estorbado, amenazado o intimidado, lo mismo el
débil que el grande y el poderoso.» Las reproducidas palabras del malogrado apóstol de la paz
parecen escritas pensando en el caso de Nicaragua.» Camilo Barcia Trelles & alia, «Los sucesos
de Nicaragua y la solidaridad hispanoamericana», Revista de las Españas, Madrid 1927.
1927 «Los puntos que más les han interesado han sido: la Constitución de 1787, la doctrina de Monroe,
la política internacional y las leyes de inmigración. En mi reciente conferencia de la Unión
Iberoamericana («Trece años de labor docente americanista») podrá ver, quien lo desee, la
mención de algunas de esas tesis de mis alumnos.» Rafael Altamira, «España, los Estados
Unidos y América», Revista de las Españas, Madrid 1927.
1929 «La verdadera víctima de aquella declaración fué –aunque parezca paradoja– la misma América
española, que, en aquella época, la recibió con verdadero y sincero entusiasmo, ofuscada por el
efecto inmediato y ostensible que de la doctrina se derivaba: la seguridad de su independencia
contra el peligro que en aquel entonces la amenazaba. Y no era fácil en aquellos momentos de
exaltadas ilusiones patrióticas, logradas tras duros años de lucha, vislumbrar en el mismo
intrumento libertador los gérmenes dominadores que entrañaba y, mucho menos, las
modificaciones e interpretaciones que en el porvenir le habían de transformar en un formidable
instrumento de opresión que, en los días que vivimos, la ahoga y la estruja como los anillos de
una serpiente. […] Ante todo, la doctrina de Monroe es sólo un acto de fuerza; y, por las
circunstancias especiales en que se proclamó, un acto de fuerza afortunado. Por lo mismo, es
inútil investigar y discutir su valor jurídico. Una nación que se interpone entre la Metrópoli y sus
posesiones sublevadas, y que se interpone con toda seguridad, puesto que sabe de antemano
que la única nación que pudiera hacer fracasar su intento está a su lado… y nada más. La
fraseología justificativa en que va envuelta la declaración, es fraseología huera de todo sentido
jurídico, y, por lo tanto, de valor moral. Repartir formas de gobierno por zonas geográficas;
pretender delimitar y regular relaciones internacionales por continentes y distancias; secuestrar
la actividad de las naciones libres de un continente (nos referimos al americano), mutilando sus
derechos esenciales, apelando para ello al pretexto de la paz y seguridad propia, pero sin tener
en cuenta la paz, seguridad y derechos de los demás…, todo ello es de una endeblez y futilidad
verdaderamente imponderables. Pero no es ese el aspecto de la doctrina que más nos interesa;
nos interesa más estudiar el alcance práctico que se le quiso dar; la influencia beneficiosa que
aparentaba tener para las naciones recién surgidas del nuevo continente. El primer error cometido
por los expositores y comentaristas de la doctrina de Monroe y de su alcance, la primera ilusión
que engañó las esperanzas de los que momentáneamente se vieron protegidos y asegurados fue
la creencia y la ilusión de suponer que la nueva doctrina era y continuaría siendo para las nuevas
naciones como un baluarte protector de su existencia nacional, de su seguridad, y, por lo tanto,
de su ulterior progreso. Nada más lejos de la realidad. La declaración, ya desde entonces,
entrañaba una formidable amenaza para los nuevos Estados.» Luis Izaga, S. I., La Doctrina de
Monroe, su origen y principales fases de su evolución, Editorial Razón y Fe, Madrid 1929, páginas
32-34.
1930 «Pero ¡oh sorprendente acción del tiempo que todo lo transforma! En Francia se empieza a hacer
justicia a España en este asunto. Es muy interesante un artículo publicado en «La Petite Gironde»
de Burdeos, periódico de gran circulación en Francia, el día 6 de Enero de 1929. Titúlase «El
imperialismo americano», y se refiere a los peligros que encierra para el hispanismo el
imperialismo yanki, nacido de la doctrina de Monroe, de la conquista económica de las repúblicas
hispanoamericanas, que es un hecho, y de su conquista moral, que es un intento.» Leopoldo
Basa, El mundo de habla española, Cuadernos de Cultura, Valencia 1930.
1930 «El Pacto Americano. Don Manuel Torres, nacido en España, sobrino del arzobispo virrey de la
Nueva Granada, D. Antonio Caballero y Góngora, se había refugiado en los Estados Unidos
desde 1796. Torres fue el primer enviado de la América Española a quien se reconoció
oficialmente con este carácter en Washington. Enfermo de muerte, sin fuerzas para tenerse en
pie, llegó Torres a la presencia de Monroe. El presidente le ofreció asiento y le habló con una
amabilidad que le arrancó lágrimas. Es notable que este español formulara el credo de la unión
continental americana. Decía que el establecimiento de la monarquía en la Nueva España tenía
por objeto «favorecer las miras de los poderes europeos sobre el Nuevo Mundo». Y añadía: «Esto
es un nuevo motivo que debe determinar al presidente de los Estados Unidos a no demorar más
una medida (el reconocimiento) que naturalmente establecerá un pacto americano, capaz de
contrarrestar los proyectos de la Santa Alianza, y proteger nuestras instituciones republicanas».
Estas palabras, escritas por Torres en noviembre de 1821, iban a tener una repercusión en
diciembre de 1823. Pero no para establecer el ensueño del pacto americano, sino para la
determinación de una línea de política nacional. Los Estados Unidos se oponían a Europa,
globalmente considerada, en atención a tres peligros; uno, relacionado con el problema de la
seguridad; otro, con el de la expansión; el tercero, con el de la hegemonía.
El gobierno de Washington se preocupaba por el avance de Rusia, pues según el ukase del 4/16
de septiembre de 1821, esta potencia afirmaba sus derechos exclusivos sobre una zona de mar
y tierra en el noroeste de América, que iba desde el paralelo 51 hasta el 71. Los Estados Unidos
oponían derechos de ocupación y descubrimiento, junto con los que les daba el tratado de la
cesión territorial hecha por España en 1819. Inglaterra también disputaba a los Estados Unidos
parte de la costa del noroeste.
Aun cuando las pretensiones de los Estados Unidos encontraban a Inglaterra como aliada contra
las de Rusia, el presidente Monroe, en su Mensaje del 2 de diciembre de 1823, hizo declaraciones
que encerraban una manera de ver desfavorable también para Inglaterra. Es la parte que trata
de colonización, y que de ningún modo se refiere a los países iberoamericanos: «Juzgamos que
esta es la ocasión apropiada para afirmar, como principio que envuelve los derechos e intereses
de los Estados Unidos, que los continentes americanos, por la condición de libres e
independientes que han asumido y que mantienen, no admitirán ninguna empresa de
colonización que en sus territorios intente cualquiera de las potencias de Europa.»
Lo anterior pertenece al párrafo 7.° del Mensaje que contiene la llamada Doctrina de Monroe. El
pasaje perdió toda importancia, por lo que respecta a Rusia, pues la cuestión quedó terminada
en 1824. La disputa con Inglaterra fue más larga, y tuvo complicaciones, a las que me referiré.
El gobierno de Washington se mostraba inquieto también por las pretensiones políticas de Europa
en lo relativo a los países hispanoamericanos. Esto debe entenderse del modo especial que
preocupaba al gobierno de Washington. Acababa de emprenderse la intervención francesa en
España para restaurar el poder absoluto de Fernando VII, como ya se dijo. Esta actividad política
europea suscitaba dos géneros de cavilaciones. O bien las potencias de la Santa Alianza llevaban
sus armas a América y se adueñaban de algunos territorios pertenecientes a los países
colonizados por España, o bien Inglaterra, para oponerse, tomaba las armas y ella era la que
obtenía ventajas. A los Estados Unidos no les interesaba entonces, como no les interesó
después, que una potencia europea interviniese en el Río de la Plata o se apropiase las islas
Malvinas. Pero la acción de Europa en Méjico y en los países antillanos les causaba terror. El
peligro de la reconquista española era quimérico, aun suponiendo que Inglaterra permaneciese
impasible y que la antigua metrópoli obtuviese auxilios de Francia, Rusia, Prusia y Austria, a
menos que estas potencias aceptasen sacrificios ilimitados y agotantes. El gobierno de
Washington sólo temía realmente una situación que ya había sido prevista por Jefferson en 1808,
y que preocuparía al gabinete más de una vez en el transcurso del siglo XIX. Ese punto de vista
se traduce en las siguientes palabras: «Con satisfacción veremos a Cuba y a Méjico en su actual
dependencia (de España), pero no en la de Francia o Inglaterra, ya se trate de una subordinación
política o mercantil. Entendemos que los intereses de aquellos dos países y los nuestros están
unificados, y nuestro propósito no debe ser otro que el de excluir de este hemisferio toda
influencia europea.»
El peligro de una organización monárquica, patrocinada por la Gran Bretaña, no era el menos
alarmante para el presidente Monroe y sus consejeros. En las conversaciones del ministro
inglés Canning con Rush, plenipotenciario de los Estados Unidos en Londres, se trató el punto.
«No me opongo –decía Canning– a una monarquía en Méjico.» Lejos de ello, la aceptaba, sobre
todo si se hacía con individuos de la rama borbónica de España. «Una monarquía en Méjico y
otra en el Brasil anularían los males de la democracia universal.» Estas palabras y la notoria
anglofilia de algunas repúblicas americanas, inquietaban a los colaboradores del presidente de
los Estados Unidos. «Las noticias de la rendición de Cádiz a los franceses –dice uno de ellos–
han causado tal efecto en el ánimo del presidente Monroe, que ya desespera de la causa de
Sudamérica.» Dos días después, o sea el 15 de noviembre, Adams había encontrado la fórmula
para que el Mensaje no fuese agresivo. Se hablaría del derecho de los pueblos para disponer de
sí mismos. Y el 22 acudió al consejo llevando la fórmula. Había que suprimir todo lo que la Santa
Alianza pudiese considerar como un ataque. «Si la Santa Alianza emplea hoy la fuerza, haremos
lo posible por impedirlo; pero no llegaremos hasta el reto, que sería tanto como dirigir un golpe a
Europa en el corazón.» Inglaterra había propuesto la acción conjunta, el 20 de agosto de 1823;
pero poco después guardó silencio, absteniéndose de aclarar a Rush, el ministro de los Estados
Unidos, que todo peligro, aun remoto, había desaparecido, pues por un protocolo que
suscribieron el mismo Canning y el ministro de Francia, Polignac, el 9 de octubre, esta potencia
se declaraba dispuesta a no intervenir en asuntos americanos. Tales fueron los antecedentes
del Mensaje, el último de ellos desconocido para Monroe, cuando envió el documento, que
contenía dos largos párrafos sobre intervención europea en la vida de los países
americanos.» Carlos Pereyra, Breve historia de América, M. Aguilar, Madrid 1930, págs. 660-
663.
1931 «El mero deseo de un político norteamericano, Mr. William G. McAdoo, de que la Gran Bretaña y
Francia transfieran a los Estados Unidos, para pago de sus deudas de guerra, sus posesiones
en las Indias occidentales y las Guayanas inglesa y francesa, basta para que dé la voz de alarma
un periódico tan saturado de patriotismo argentino como La Prensa, de Buenos Aires, que
proclama (18 de noviembre, 1931), que todos los pueblos hispanoamericanos abogan por 'la
independencia de Puerto Rico, el retiro de tropas de Nicaragua y Haití, la reforma de la enmienda
Platt y el desconocimiento, como doctrina, del enunciado de Monroe'.» Ramiro de Maeztu, «La
Hispanidad», Acción Española, Madrid 1931.
1934 «Bryce, que habla de España peor que un mal español, nos señala así nuestra posición ante
América: «El primer movimiento, dice, de quien está preocupado, como lo está hoy todo el mundo,
por el desenvolvimiento de los recursos naturales, es un sentimiento de contrariedad al ver que
ninguna de las razas continentales de Europa, poderosas por su número y su habilidad, ha puesto
las manos en la masa de América; pero tal vez sea bueno esperar y ver las nuevas condiciones
del siglo que viene. Los pueblos latino-americanos pueden ser algo diferente de lo que en la
actualidad aparecen a los ojos de Europa y de Norteamérica. ¿Se dará tiempo a las sociedades
iberoamericanas para que hagan esta experiencia, antes que alguna de las razas occidentales,
poderosas por su número o habilidad, les imponga la ley?» ¿Dictó estas palabras, decimos
nosotros, el miedo a Monroe, o son un estímulo para que las razas poderosas y fuertes se
resuelvan a anular nuestra influencia en América? He aquí expuestos en toda su crudeza los
términos del problema: o trabajamos por la hispanidad, o somos suplantados por otros pueblos,
por otras razas, más fuertes y menos perezosas.» Isidro Gomá Tomás, «Apología de la
Hispanidad», Acción Española, Madrid 1934.
1936 «Alamán es el único ministro de Relaciones que México ha tenido. Su mirada estuvo abierta a las
exigencias de la hora y a la consideración del porvenir. Recién independizado México era natural
que buscara apoyo en los países de la misma sangre. La voz de unión había venido ya del sur.
Bolívar citó al Congreso de Panamá. Pero el mismo Bolívar ideó un plan bastardo. Invitó a los
Estados Unidos y proclamó a Inglaterra «Protectora de la Libertad del Mundo». (Véase
Pereyra, Breve Historia de América). Al disolverse el Congreso de Panamá quedó convenido que
los delegados se reunirían nuevamente en Tacubaya, suburbio de la capital de México. El
Congreso de Tacubaya no llegó a reunirse porque los hombres pequeños que se habían hecho
del mando en las distintas naciones de América, no veían más allá de sus narices, no se
preocupaban sino de la intriga local y de la adulación de los poderes nuevos: Inglaterra y los
Estados Unidos. Nuestros destinos también comenzaron a oscilar entre los dos polos de la
extraña influencia. Inglaterra formuló por medio del ministro Canning, la tesis de que no se
permitiría el restablecimiento de la influencia europea en América. Los imbéciles, en América,
tomaron este gesto como una gracia, una protección de las nuevas nacionalidades. En realidad,
era la consumación de la tarea inglesa de varios siglos. En vano España, con sus aliados
europeos de la Santa Alianza, intentó contener la obra comenzada por los bucaneros de la época
de Isabel de Inglaterra. El comercio del Nuevo Mundo comenzó a ser inglés, no obstante haberse
consolidado el dominio político de Inglaterra por causa de las acciones heroicas de Buenos Aires
y Cartagena. La declaración de Canning quería decir: Fuera Europa de lo que hoy es mío. Pero
el imperialismo inglés se había bifurcado. Para los Estados Unidos la Independencia no fue
decaimiento sino comienzo de un incomparable ascenso. Los Estados Unidos no se dedicaron a
matar ingleses; se dedicaron a imitar a los ingleses y a sentirse ingleses en la ambición; el decoro
y el poderío. Por eso cuando Canning formuló el dogma de que América no era campo para la
dominación europea, salvo la inglesa, los hermanos ingleses en los Estados Unidos proclamaron
por boca de Monroe: «Que los Estados Unidos no admitirían ninguna empresa de colonización
que en los continentes americanos intente cualquiera de las potencias de Europa.» Esta
declaración es de fecha 2 de diciembre de 1823. Sólo la mala fe ha podido dejar que corra la
especie de que Doctrina Monroe tenía por mira proteger a las nacionalidades nuevas de las
invasiones de Europa. España ya no podía invadirnos, había sido derrotada totalmente en el sur.
Inglaterra también había fracasado en sus intentos de ocupación de territorios. La Doctrina
Monroe, en realidad equivalía una declaración de la procedencia yankee en las cuestiones del
Nuevo Mundo. Lo que preocupaba a los Estados Unidos era que Francia o Inglaterra se
adelantasen apoderándose de Cuba, que ya se habían reservado para sí. Por eso lo primero que
hizo Poinsett fue destruir los planes que México y Colombia habían concentrado para libertar a
Cuba y anexarla a México, lo que hubiera sido natural y debido. Para la expedición de Cuba
contaba Colombia con doce mil hombres aguerridos, listos para embarcarse en Cartagena.
México debía suministrar asimismo tropas y embarcaciones. Poinsett, siempre vigilante, intrigó
contra el proyecto que Alamán proyectaba. Los Estados Unidos se movieron también en
Colombia, amenazaron. Con eso bastó. […] Alegaba Alamán la diferencia de circunstancias,
nuestra comunidad de origen y solidaridad anterior a la Independencia, y Clay hablaba de que
los Estados Unidos con la doctrina Monroe, garantizaba la independencia americana. El resultado
fue que Colombia ya no ratificó el tratado. El plan genial de Alamán de sustituir con una serie de
pactos aduaneros, la federación que había fracasado en Panamá, quedó deshecho. Y quedó
constituido, desde entonces, el Panamericanismo como un obstáculo para la integración del
hispanoamericanismo. Tan peligroso había sido el plan Alamán frente al plan Monroe, que el
panamericanismo triunfante ha procurado echar en olvido, borrar de la historia, el nombre mismo
de don Lucas Alamán. Pero no quedó corto Clay. Mientras se servía de la Doctrina Monroe para
obtener las mismas ventajas que los países hispanoamericanos, cuidó de precisar que la Doctrina
Monroe no constituía alianza de los Estados Unidos y las naciones del sur. La Doctrina Monroe,
explicó, es una declaración de principios de la política exterior norteamericana, que los Estados
Unidos pueden interpretar libremente, según las circunstancias. En efecto, nunca la han aplicado
a colonias inglesas como Jamaica.» José Vasconcelos, «Hispanismo y Monroísmo», en Breve
historia de México [1936], Obras Completas, Libreros Mexicanos Unidos, México 1961, tomo IV,
págs. 1542-1545.
1941 «Por lo demás, si se prescinde de Inglaterra, Europa ha respetado siempre la doctrina de Monroe.
Los Estados de las dos Américas pueden solventar como quieran sus asuntos. Nosotros no nos
inmiscuimos. Pero tanto más respeto exigen Europa y Asia Oriental para su propia «doctrina de
Monroe». América puede hacer cuanto le plazca en defensa de su hemisferio, pero ni a un niño
puede convencerse ya de que necesita protegerlo hoy en el África Central, Batavia o los Urales.»
A. E. Johann, «Roosevelt, ¿Emperador de la Tierra?», Signal, Berlín 1941.
1967 «Hay gente todavía apegada a las teorías del fatalismo geográfico que creen el mundo en la
época de la Doctrina Monroe, cuya síntesis de «América para los Americanos» constituía el reflejo
de una situación completamente distinta, en la cual nuestro continente tenía que protegerse
contra la expansión imperialista europea; en un mundo de grandes distancias y con rudimentarios
medios de comunicación.» Fabricio Ojeda, «La revolución verdadera, la violencia y el fatalismo
geo-político», Pensamiento crítico, La Habana 1967.
2001 «(4) Alternativa panamericanista: América del Sur es parte formal del continente americano.
George Washington en su Discurso de despedida de la Presidencia (1797), en el que fija el
continentalismo panamericano como horizonte de la política de los Estados Unidos de América;
James Monroe (1823) y su política de no interferencia (a partir de 1889-90, Primera Conferencia
Panamericana, toma cuerpo la ideología panamericanista, según la cual todos los países del
continente son iguales entre sí). Tratado Americano de Asistencia Recíproca. Esta alternativa
toma fuerza tras la Segunda Guerra Mundial: TRIAR de Río de Janeiro (1947); Conferencia
Interamericana de Bogotá (1947); PAM (1951); Escuela Militar de Las Américas (Panamá 1954);
Conferencia Internacional de Punta del Este (1961) y la OEA. La corriente filosófica principal
adscribible a esta línea sería la filosofía analítica anglosajona, con fuerte implantación en México
y otros países» Gustavo Bueno, «España y América», Catauro, La Habana 2001.

Doctrina Monroe
La doctrina Monroe fue una política asumida en 1823 por los Estados Unidos,
gobernados por el presidente James Monroe (de allí su nombre), respecto al
resto del continente americano y cuyo espíritu se resume en la frase “América
para los americanos”.

La doctrina Monroe consistía en considerar cualquier intervención europea


en los destinos de los países americanos como un agravio directo a los
Estados Unidos que ameritaría una respuesta inmediata y contundente.

Esta medida fue de particular repercusión en la política internacional de la


época, pues coincide con las luchas emancipatorias de numerosas antiguas
colonias europeas, enfrentándose al colonialismo e imperialismo directamente
y sirviendo de garante a las nacientes repúblicas latinoamericanas.

Si bien la doctrina Monroe fue emitida en un momento en que los Estados


Unidos carecía de poder militar para sustentarla, luego tomaría importancia en
la definición de las relaciones internacionales entre la nación norteamericana y
el resto del continente, por lo que a menudo se considera como un anuncio del
futuro imperialismo estadounidense.
Características de la doctrina Monroe

1. Origen
La doctrina fue ideada por John Quincy Adams, quien sería presidente de los
Estados Unidos luego de Monroe, pero presentada por éste último al
Congreso de la nación en su sexto Discurso sobre el Estado de la Unión.

La doctrina fue tomada inicialmente con escepticismo pero más adelante con
sumo entusiasmo, a medida que el área de influencia estadounidense en el
resto de América crecía. No se le llamó “Doctrina Monroe” sino hasta mucho
después.

2. “América para los americanos”


Con la célebre frase de “América para los americanos”, la doctrina Monroe
estipulaba como un asunto de importancia estratégica para los Estados
Unidos el apoyo en la lucha independentista del resto del continente,
considerando como una amenaza a su también recién adquirida soberanía
cualquier afianzamiento del poder Imperial europeo en América.

Este anuncio tuvo un efecto doble entre los intelectuales y políticos


latinoamericanos, ya que por un lado agradecían el apoyo estadounidense en
su lucha contra las potencias europeas de la Santa Alianza; pero por el otro
temían desde temprano la injerencia que dicha resolución le otorgaba a los
Estados Unidos en sus nacientes repúblicas.

3. Causas (motivos)
Este pronunciamiento político se debió, fundamentalmente, al interés de los
Estados Unidos por protegerse de la presencia europea en sus cercanías, ya
que su república independiente había sido por fin conquistada militarmente en
1783 y se hallaba militarmente muy débil para resistir nuevas campañas
coloniales.

En ese sentido, era urgente combatir las alianzas imperiales europeas junto
con el resto de las naciones latinoamericanas que también luchaban por
romper con la dependencia colonial.

4. Consecuencias
Las consecuencias inmediatas del pronunciamiento de Monroe fueron
escasas. En Europa no tuvo demasiada repercusión, como lo demuestran las
invasiones europeas que contaron con apoyo o con la neutralidad
norteamericana en las Islas Malvinas (Gran Bretaña las ocupa en 1833), el
bloqueo de las costas argentinas entre 1839 y 1840.

Luego, de 1845 a 1850, la ocupación de la República Dominicana


por España entre 1861 y 1865, la intervención francesa en México, la
ocupación británica de la Guyana en Venezuela, etc. No puede decirse que
haya sido mucho más que una bravata.

Sin embargo, a largo plazo la doctrina sí que tendría consecuencias, a medida


que era empleada para justificar las numerosas intervenciones del gobierno de
los EE.UU en América Latina, lo cual duraría hasta prácticamente finales del
siglo XX. La idea de que América Latina es el “patio trasero” de los Estados
Unidos se fundamenta en gran medida en la doctrina Monroe.

5. Puntos fundamentales
La aplicación de la doctrina Monroe contemplaba tres puntos centrales, que
eran, textualmente:

 “Los continentes americanos (…) no deben ser considerados ya como objeto de


futuras colonizaciones por parte de potencias europeas”.

 “El sistema político de las potencias aliadas es esencialmente distinto (…) del de
América (…) Cualquier tentativa de ellas para extender su sistema a cualquier
porción de nuestro hemisferio sería considerada por nosotros como peligrosa para
nuestra paz y seguridad”

 “En las guerras entre potencias europeas por cuestiones propias de ellas no hemos
tomado nunca parte alguna, ni interesa a nuestra política que la tomemos”

6. Corolario Rutherford Hayes


En 1880 se añadió un primer corolario a la doctrina Monroe, que estimaba el
Caribe y Centroamérica como parte de la “esfera de influencia exclusiva” de
los Estados Unidos. Así lo enunció el entonces presidente Hayes, añadiendo a
la doctrina Monroe que para evitar la injerencia de imperialismos europeos en
América, su nación debía ejercer el control exclusivo de cualquier canal
interoceánico que se construyese.

Es así como, posteriormente, los Estados Unidos se sentirían legitimados para


adueñarse legalmente del canal de Panamá, cuya construcción había sido
abandonada en 1888. Además, con este corolario, los Estados Unidos
impedían el acceso comercial de Europa al Caribe y Centroamérica,
manteniendo su monopolio comercial con dichas regiones.

7. Corolario Roosevelt
Otro corolario de la doctrina fue emitido en 1904 por el entonces presidente
estadounidense Theodore Roosevelt, a raíz del bloqueo naval que sufrió
Venezuela entre 1902 y 1903 por parte de los Imperios británico, alemán y el
Reino de Italia, exigiendo el pago inmediato de deudas contraídas por el
gobierno del entonces presidente de la nación suramericana Cipriano Castro.

En dicho bloqueo los Estados Unidos actuaron como mediador imparcial, y


luego anunciaron el corolario a la doctrina Monroe en el que establecían el
derecho de su nación a intervenir libremente en el resto de los países
americanos, para reordenar el Estado o devolver las garantías de
funcionamiento a sus empresas e intereses en dicha nación, en caso de una
intervención de potencias ajenas al continente que las pusiera en riesgo.

Con este controvertido corolario se daban permiso los propios EE.UU para
disponer de los otros países violentando su soberanía y su autogestión. Esto
significó una nueva etapa de imperialismo norteamericano llamada “El gran
garrote” (The Big Stick) en el que el uso de la fuerza fue carta común en las
relaciones estadounidenses con el resto del continente.

8. La doctrina Díaz
La doctrina Díaz fue pronunciada por el entonces presidente mexicano,
Porfirio Díaz, como respuesta al último corolario de la doctrina Monroe. En ella
se enunciaba que todos los pueblos debían ser libres de autodeterminar su
futuro y autogobernarse, sin que otra nación tuviera derecho a intervenir en
ello, ni reconocer o desconocer dicho gobierno.

9. Críticas a la doctrina
La doctrina Monroe ha sido ampliamente criticada como un documento que
simplemente confiere a los EE.UU la potestad de hacer del continente
americano su administración política, cosa que quedó demostrada con la nula
intervención norteamericana en las invasiones europeas que siguieron a su
proclama.

El criterio final tenía más que ver con las potencias europeas enemigas de los
EE.UU que realmente con algún tipo de alianza americana por la
independencia. “América para los americanos”, según sus detractores, debería
ser interpretada como “América para los estadounidenses”.

10. Contradicciones a la doctrina


Tan a conveniencia fueron los enunciados de esta doctrina que los propios
EE.UU la contravinieron en varias ocasiones, como ocurrió durante el apoyo
del gobierno británico durante la Guerra de Malvinas disputada contra
Argentina en 1982, por citar un ejemplo.

Doctrina Monroe
Teoría atribuida la James Monroe, quinto presidente de los Estados
Unidos de Norteamérica (1823) que plasmaba la política
exterior de su país respecto al continente americano. Con ella
trataba prevenir las injerencias de los estados europeos en dicho
espacio en un momento en que el imperialismo comenzaba a
desarrollarse. Advertía sobre las consecuencias que podría conllevar
la agresión española a los territorios recién emancipados. La
frase “América para los americanos” viene a resumir dicha
política, desarrollada de manera sistemática a partir de la década
de los 40 del siglo XIX.

A partir de la idea original, la doctrina Monroe sirvió a los Estados


Unidos para realizar lo que precisamente trataba de sustraer a otras
potencias. Justificó la anexión de Texas a costa de México en 1845
y -ya en el siglo XX- fue empleada para argumentar numerosas
intervenciones, entre otras, las de Cuba, Chile (1973), El Salvador,
Nicaragua y Panamá.

La doctrina Monroe suscitó desde sus orígenes la oposición del


resto de los estados americanos, al ser considerada un mero
subterfugio de la gran potencia norteña para injerir en sus asuntos
internos.

rase América para los americanos

Andrea Imaginario
Especialista en Artes, Literatura Comparada e Historia

"América para los americanos" es una frase que expresa lo que hoy se conoce
como Doctrina Monroe, la cual define la política exterior de los Estados Unidos en el
hemisferio americano.

Originalmente, esta frase forma parte de un discurso leído por James Monroe,
presidente de los Estados Unidos entre 1817 y 1825, ante el Congreso del Estado de la
Unión, el 2 de diciembre de 1823.

El discurso, redactado por John Quincy Adams, no proponía una doctrina sino que
pretendía fijar posición ante el posible interés por revivir el colonialismo europeo en
América, en un tiempo en que la independencia de Estados Unidos aún era muy joven.

Con el paso del tiempo, la expresión "América para los americanos" pasó de ser una
consigna a una doctrina que justificaba la intervención estadounidense en los países
del hemisferio, tal como lo expresa la intervención en el canal de Panamá y la guerra
de Cuba, o su posición ante las intervenciones europeas durante la historia
contemporánea latinoamericana. ¿Cómo ocurrió esa transformación?
América para los americanos: origen y justificación
de la frase

Clyde O. DeLand: El nacimiento de la doctrina Monroe. 1912. Personalidades retratadas: John


Quincy Adams, William H. Crawford, William Wirt, James Monroe, John C. Calhoun, Daniel D.
Tompkins y John McLean.

El fantasma de un posible contrataque británico para recuperar el norte de América


desvelaba a los estadounidenses, pues al principio del siglo XIX Gran Bretaña aún
dominaba algunas colonias de Canadá.

Aprovechando que las guerras napoleónicas mantenían ocupados a británicos e


irlandeses, Estados Unidos decidió declarar una guerra en 1812 contra sus colonias
canadienses. Tras un conflicto de tres años, la guerra resultó infructuosa para Estados
Unidos, que tuvo que tolerar a su incómodo vecino por la frontera norte.

Pero el conflicto despertó en el imaginario estadounidense el ideal del llamado


"destino manifiesto", es decir, el presupuesto de que Estados Unidos estaría destinado
a expandirse y defender la libertad desde el Atlántico hasta el Pacífico.
Ese mismo año, en 1815, finalizaron las guerras napoleónicas en Europa. Las
monarquías de Rusia, Austria y Prusia formaron la llamada Santa Alianza, cuyo
propósito era restablecer el orden monárquico en los países que habían sufrido el
influjo del liberalismo y del secularismo francés.

En 1823, la Santa Alianza intervino con éxito en España y restableció la monarquía de


Fernando VII, lo que podría haber despertado el interés por restituir sus colonias en
Latinoamérica.

Una vez más, los norteamericanos se sentían amenazados, esta vez por la frontera sur.
Fue allí cuando tuvo lugar el discurso que James Monroe pronunció ante el Congreso
del Estado de la Unión, como parte de su informe anual de gestión y exposición de
nuevas políticas.

Cuando James Monroe lanzó su sentencia ante el Congreso, esta no pasaba de ser una
consigna, pues Estados Unidos aún no tenía ni recursos económicos ni militares para
un real enfrentamiento. Europa estaba consciente de ello, así que no le dio mayor
importancia a la declaración y mantuvo su presencia en América, bien en sus colonias
activas o bien a través de acuerdos comerciales.

De la frase a la doctrina Monroe


El discurso que contiene la frase "América para los americanos", giraba alrededor de
tres principios fundamentales, que paulatinamente derivaron en una doctrina. Estos
puntos son:

1. El carácter inadmisible de cualquier intento europeo por recolonizar el territorio americano.


2. El rechazo categórico al sistema de organización monárquico. Queda establecido en el
discurso, por lo tanto, que la identidad del hemisferio pasa necesariamente por abrazar el
sistema republicano e invocar el principio de libertad.
3. El compromiso de no intervención en los asuntos europeos por parte de Estados Unidos,
como garantía de conveniencia.

La recepción latinoamericana
Una frase como "América para los americanos" debía tener, como es lógico, un
importante simbolismo en el contexto latinoamericano. Como retórica, la frase fue
recibida con aceptación, pero no sin sospecha, ya que América Latina no contaba con
el apoyo concreto de su vecino del norte en la lucha independentista.

La discusión de la doctrina Monroe fue un punto en la agenda del Congreso de Panamá


convocado por Simón Bolívar en el año 1826. El congreso tenía como propósito llegar
a acuerdos que beneficiasen a todos los países independientes del hemisferio, lo que
pasaba por invocar los principios de la doctrina Monroe ante un eventual intento de
recolonización.

Sin embargo, el congreso no generó acuerdos comunes y, al poco tiempo, la Gran


Colombia y las Provincias Unidas del Centro de América se dividieron en diferentes
naciones. Para disgusto de los estadounidenses, la división benefició a Gran Bretaña,
que acabó por establecer acuerdos comerciales con diferentes gobiernos
hispanoamericanos.

Rumbo al deslizamiento semántico...


Será realmente de 1845 en adelante que el discurso de Monroe adquiera el carácter de
una doctrina y se convierta en una justificación de la vocación expansionista de
Estados Unidos bajo el argumento del destino manifiesto.

En su discurso del 2 de diciembre de 1845, el presidente James Polk invocó los


principios expuestos por Monroe en 1823, interesado en controlar los territorios de
California, Texas y Oregón, que acabaron por ser anexados a la Unión tras una guerra
con México.

Era claro que Estados Unidos aspiraba a convertirse en una potencia. De ese modo, fue
extendiendo sus intereses económicos hacia Centroamérica, donde también Gran
Bretaña invertía sus esfuerzos económicos. Conscientes de que los británicos tenían
mejores armas para una confrontación, Estados Unidos optó por negociar sus zonas
de influencia.

La suma de estos y otros eventos evidencia un giro en la política exterior de Estados


Unidos en lo que refiere a América Latina.

"América para los estadounidenses"


Dicta un refrán español que "quien no hace lo que dice, acaba diciendo lo que hace".
Eso parece haber ocurrido con la doctrina Monroe, pues su aplicación se ha hecho
efectiva solo en la defensa de los intereses de los Estados Unidos y no en la defensa de
la soberanía de las naciones latinoamericanas.

El inicio del siglo XX estuvo marcado por la política del nuevo presidente
norteamericano, Theodore Roosevelt. Inspirado en el refrán sudafricano que reza:
"habla suavemente y lleva un gran garrote, así llegarás lejos", Roosevelt implementó la
doctrina Monroe en América Latina de un modo muy particular.

Roosevelt comprendió que podía mantener a América Latina alineada a su favor por
medio de una política diplomática pero amenazante a la vez: si alguna nación en
Latinoamérica no respetase los "ideales" estadounidenses de independencia, libertad
y democracia, sería objeto de una intervención militar. A eso se le llamó corolario
Roosevelt, doctrina Roosevelt o política del Gran Garrote. La pregunta sería: ¿quién fija
los criterios de conceptos tan maleables?

Cuando Roosevelt intervino a favor de Venezuela en el año 1902, frustrando el


bloqueo que Gran Bretaña, Italia y Alemania perpetraron contra el gobierno de
Cipriano Castro, envió un claro mensaje a la coalición europea, pero también a toda
América. Y este fue solo uno de los muchos episodios que pueden ser mencionados en
la historia de la región.

En la medida en que EE.UU. amplió su hegemonía sobre el hemisferio, la frase


"América para los americanos" fue adquiriendo un nuevo sentido en el imaginario
popular: "América para los estadounidenses". De allí que América Latina pasara a ser
vista como el "patrio trasero" de los Estados Unidos, especialmente en el contexto de
la Guerra Fría.

El capitalismo: un nuevo punto en la agenda del destino manifiesto


La política del patrio trasero se agudizó en el siglo XX con la intromisión del
comunismo, suerte de caballo de Troya ideológico que amenazaba el orden conocido
en todo el mundo, sin ofrecer una perspectiva clara de futuro.

Para entonces, Estados Unidos ya se había transformado en una nación


industrializada y pujante, plenamente capitalista y liberal en su política económica.

El comunismo avanzaba en el mundo occidental desde el triunfo de la revolución rusa


en 1917, y desafiaba no solo el sistema productivo, sino a la democracia como
ordenamiento civil y, evidentemente, a los intereses de Estados Unidos sobre la
región.

Las ideas comunistas eran, sin duda, muy contagiantes y habían despertado toda
suerte de liderazgos carismáticos en América, muy especialmente en América Latina.

El fantasma del comunismo hizo que Estados Unidos volcara toda su energía a
resguardar el modelo capitalista. La lucha contra el comunismo pasó a ser un punto
pivotal en la agenda política nacional e internacional de esa nación, ampliando el
alcance del destino manifiesto.

A lo largo del siglo XX han sido muchas las intervenciones de EE.UU., algunas más
polémicas que otras y sujetas todas a grandes debates. Entre ellas, podemos
mencionar:

 Guatemala, en 1954;
 Cuba, en 1961;
 Brasil, en 1964;
 República Dominicana, 1965;
 Chile, en 1973;
 Nicaragua, entre 1981 y 1984;
 Granada, en 1983;
 Panamá, 1989.

Resumiendo
En el mundo de las ideas, los conceptos y los valores son como el agua: inquieta,
huidiza, informe, adaptada circunstancialmente a los moldes que la retienen, hasta
que rompen los cántaros, siguen su curso y abren zanjas en rocas que creíamos
irrompibles.

Lo que comenzó como una frase retórica, que invocaba un principio abrazado por toda
la generación de los independentistas en América, se ha transfigurado en un concepto
complejo y turbio.

Habrá que preguntarse, a profundidad, en qué pensaba John Quincy Admas cuando
escribió aquella frase, o en qué creía Monroe cuando la puso en sus labios. Después de
todo, ¿los estadounidenses no se llaman a sí mismos americans (americanos en
español)?

Habrá que preguntarse si, desde su origen, la frase no adolecía ya de la rigidez propia
de los discursos nacionalistas del siglo XIX, que pretendían categorizar el entramado
complejísimo de relaciones sociales, de intercambios, de transferencias, de
negociaciones.

Habrá que preguntarse si la idea de "América para los americanos" no estaba ya


destinada a su muerte simbólica o a su mutación, toda vez que no fue el resultado de
un debate panamericano, sino la expresión del temor a perder los propios dominios
alcanzados y los sueños de gloria.

Habrá que preguntarse si, finalmente, la doctrina Monroe no se habrá convertido en


expresión del principio maquiavélico "el fin justifica los medios".
a Doctrina Monroe

La Doctrina Monroe, tal y como la conocemos hoy en día, fue


enunciada originalmente durante el Discurso del Estado de la
Unión de 1823 dado por el 5º presidente de Estados Unidos,
James Monroe (3). A partir este discurso se entiende que los
principios fundamentales de esta nueva doctrina son:
 Estados Unidos no permitirá que potencias extranjeras
establezcan nuevas colonias o estados vasallos en el
continente americano
 Estados Unidos no permitirá que los países europeos
intervengan en los asuntos de los países independientes de
las Américas.
 Estados Unidos no interferirá con las colonias europeas
existentes en el momento de creación de esta doctrina.
 Estados Unidos no se verá envuelto en los conflictos entre las
potencias europeas.

*A pesar de ser enunciada en 1823, esta primera versión de la


Doctrina Monroe no sería conocida por este nombre hasta 1850

Esta primera declaración se constituiría con el paso de los años


como uno de los principales y más longevos pilares de la política
exterior estadounidense. La Doctrina original, tal y como la
enuncio la administración Monroe, se vería modificada en varias
ocasiones buscando siempre ampliar su alcance, permitiendo así
que esta fuera convocada más habitualmente. Algunas de las
interpretaciones, aplicaciones y ampliaciones más relevantes
hechas a la Doctrina Monroe con el paso de los años son las
siguientes:

 El“Corolario Roosevelt” (4):que permitía a Estados Unidos


intervenir, militarmente en caso de que fuera necesario,
cuando surgiera una disputa entre los estados americanos y
potencias extranjeras fruto de un “comportamiento erróneo
crónico” por parte de un estado americano con el fin de
corregir este y así impedir que las potencias extranjeras
tuvieran legitimidad para influir en la región.
 El “Corolario Lodge” (5):Aprobado por el Senado de Estados
Unidos en 1912, ampliaba la doctrina Monroe para cubrir
también las acciones de corporaciones y asociaciones
controladas por estados extranjeros.

La Doctrina no siempre encontraría apoyo entre las


administraciones estadounidenses y existieron algunos casos en
los que esta fue claramente rechazada siendo el más destacado de
estos casos el de la administración de Franklin D. Roosevelt, quien
enunciara la “Good Neighboor Policy” que basaba los principios
de la política estadounidense para con el resto de naciones
americanas en la no intervención y la no injerencia. Esta politica
llego rapidamente a su fin con el advenimiento de la Guerra Fría.

La “Big Stick policy” se basó en buena medida en el Corolario Roosevelt

Volviendo al presente, encontramos que el resurgir de la Doctrine


Monroe en la administración Trump ha estado muy estrechamente
vinculado a un segundo concepto, también enunciado por John
Bolton: La Troika de la Tiranía.

Este concepto ha sido utilizado por distintos miembros del


gobierno estadounidense para referirse a Cuba, Venezuela y
Nicaragua, países cuyos regímenes han sido declarados como
enemigos de los Estados Unidos en la región.

La crisis venezolana está siendo el principal escenario en el cual el


gobierno de Estados Unidos parece estar planteando una posible
aplicación de la Doctrina Monroe, debido principalmente al apoyo
que otorgan la República Popular China y sobre todo la
Federación Rusa al gobierno de Nicolás Maduro. En la prensa
estadounidense hemos podido ver una considerable división sobre
la Doctrina Monroe y su posible aplicación en el caso venezolano
con artículos que van desde llamadas directas a su aplicación
como en el caso de “Enforce the Monroe Doctrine on Russian Moves
in Latin America”, publicado el 7 de enero en National Interest (7), o
el de “Venezuela, the Monroe Doctrine and the Roosevelt Corollary”,
publicado el 11 de febrero en The Hill(8) hasta claras condenas de la
misma como es el caso de “John Bolton and the Monroe
Doctrine”,publicado en The Economist (9)el pasado 5 de mayo.

Por último, también resulta interesante señalar como durante los


últimos meses hemos podido ver varias alusiones claras a esta por
parte de figuras políticas destacadas como la del senador
republicano, Marco Rubio, quien publicó el 25 de marzo en Twitter
el siguiente mensaje: “Rusia está desplegando personal militar en
el Hemisferio Occidental en Venezuela. Esto es un desafío directo
a nuestros intereses nacionales y es una amenaza directa a nuestra
seguridad nacional. Debe ser y estoy seguro de que será
respondido” (10)o la del también senador Rick Scott (11).

Todos los países de la Troika de la Tiranía han conocido llamados para aplicar la
doctrina Monroe en el pasado.
Esta apelación por parte de figuras políticas estadounidenses que
tienen una clara influencia sobre el presidente (12)da lugar a que
nos preguntemos ¿estamos ante el comienzo de una nueva etapa
de intervencionismo directo por parte de los Estados Unidos en
América Latina?

Finalmente, también cabe hacerse otra pregunta ¿existe la


posibilidad de un choque entre Estados Unidos y Rusia en
Venezuela? Nunca se puede descartar que, en caso de una
hipotética escalada de las tensiones en el país, alguna de las
partes cometiera un error de cálculo desencadenando un
enfrentamiento limitado, pero al menos por ahora ese escenario
parece poco probable, especialmente si tenemos en cuenta como
se ha desarrollado la crisis siria desde 2015 y el hecho de que
actualmente se están celebrando reuniones diplomáticas de alto
nivel(13)entre ambas potencias para tratar esta y otras crisis de
mutuo interés.

Esto nos lleva a una última pregunta cuya respuesta hasta el


momento es un completo enigma ¿habrá un acuerdo entre
Estados Unidos y la Federación rusa para resolver la crisis
venezolana? Lo descubriremos durante los próximos meses.
https://www.youtube.com/watch?v=SDdqSiE5s-4

james Monroe 5to pres

John Q ADAMS 6to pres


La doctrina Monroe, resumida en la popular frase de "América para los
americanos", ha sido una pieza fundamental de la política exterior de
Estados Unidos en relación a Latinoamérica. Pero, ¿en qué consiste
exactamente, cuál fue su origen y cuáles son sus consecuencias más
relevantes?
Es la concepción de política exterior de Estados Unidos según la cual
cualquier intento de colonización o intervención de una potencia europea en
territorio del continente americano será respondido por Estados Unidos, que
no tolerará ninguna clase de intromisión en la zona.

A esta doctrina también se le conoce con la expresión de "América para los


americanos".

Quién es su autor

Es obra del presidente James Monroe, por eso lleva su nombre. Se anunció
en 1823 durante su discurso sobre el Estado de la Nación. Sin embargo, no
recibió oficialmente esta designación hasta 30 años más tarde.

Aunque es una doctrina monroniana, sus autores materiales fueron otros,


destacando John Quincy Adams, en ese momento Secretario de Estado de
Monroe. Adams, hijo del segundo presidente, se convertiría posteriormente
en máximo mandatario de los Estados Unidos.

Cuál es su origen

Dos hechos históricos son la causa inmediata de la proclamación de esta


doctrina.

Por un lado, la reciente independencia de todas las colonias de Portugal y


España en Latinoamérica(con excepción de Cuba y Puerto Rico). Estados
Unidos pretendía evitar que las grandes potencias europeas intentasen
ocupar el vacío dejado por Lisboa y Madrid y que las Américas se
convirtieran en el campo de batalla de los intereses europeos.

En particular, en un primer momento la doctrina de América para los


americanos iba dirigida a la Santa Alianza, una coalición conservadora
formada al final de las guerras napoleónicas y a la que pertenecían Rusia,
Prusia y el imperio Austro-húngaro.

Uno de los objetivos de la Santa Alianza era hacer valer los derechos de la
monarquía de los borbones españoles en los países que recientemente
habían declarado su independencia de España.

Por otro lado y ocupando un lugar fundamental hay que destacar la


declaración de Rusia el 4 de septiembre de 1821 proclamando su soberanía
sobre lo que se denominaba la América Noroccidental, esto es, lo que hoy es
el estado de Alaska.
Según la proclamación, Rusia prohibía a todos los barcos navegando bajo
pabellón de otra nación no sólo que atracaran o se acercaran a las costas de
lo que hoy es Alaska, sino que también rechazaba la posibilidad de qu
navegasen a menos de cien millas de dichas costas.

Efectos inmediatos

Hay que destacar que la doctrina Monroe fue bien recibida en Inglaterra, que
en plena expansión industrial buscaba acceso libre a los mercados de las
nuevas repúblicas latinoamericanas, y también por éstas, que veían en la
Declaración una garantía frente a los europeos expansionistas.

Sin embargo, hay que reconocer que en el momento de su proclamación la


doctrina Monroe era poco más que simples intenciones. En esos momentos
Estados Unidos carecía tanto de poder políco como militar como para
imponerla a la fuerza.

América para los americanos a lo largo de la historia

Aunque el fin original de la doctrina Monroe era evitar la expansión del


colonialismo (europeo), en la práctica se convirtió en una herramienta para
justificar la expansión hacia el oeste de Estados Unidos y sus intervenciones
militares, económicas o políticas en Latinoamérica.

Ejemplos de aplicación de esta doctrina:

 Expansión a Texas, junto con la doctrina de Destino Manifiesto.


 Intervención en la guerra de la independencia de Cuba.
 Expansión a Hawái.
 Crisis de Venezuela de 1895 sobre los territorios de la Guayana
disputados con Inglaterra.
 Y junto a su complemento, la doctrina conocida como Corolario
Roosevelt, sirvió para justificar intervenciones varias en
Latinoamérica durante los años de la Guerra Fría.

Curiosidad

La doctrina Monroe no se aplicó precisamente en un caso flagrante de


intervención de los poderes europeos en América, cuando en 1862 los
franceses imponen a Maximiliano a México como emperador. Estados
Unidos se encontraba inmerso en la Guerra de Secesión y el presidente
Abraham Lincoln tenía otros objetivos en sus prioridades

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