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Las decisiones sobre el empleo de la fuerza militar son especialmente graves cuando se
trata de un conflicto interno. Si los insurrectos como en el caso del Partido Comunista
del Perú Sendero Luminoso tienen por objetivo la supresión de los derechos humanos y
por método la violación de los mismos, entonces la inacción del estado contribuyen a que
esa violación se cometa sistemática y masivamente. Guzmán (1988, p. 15) señala que «Es
una cuestión sustantiva del marxismo, porque sin violencia revolucionaria no se puede
sustituir una clase por otra, no se puede derrumbar un viejo orden para crear uno nuevo».
Pero las operaciones militares para vencer a un enemigo difícil de identificar lo que es
también distintivo del PCP-SL acarrean inevitablemente múltiples actos de violencia
contra personas inocentes, quienes, además, son compatriotas de los soldados, son
precisamente las personas que ellos vienen a salvar.
El Presidente Belaunde tenía que considerar las posibles consecuencias políticas, sociales
y humanitarias. En la decisión sobre cuándo es oportuno emplear la fuerza de las armas
para enfrentar una amenaza no sólo pesa el comportamiento del enemigo, sino también
otros asuntos como qué sacrificios, esfuerzos, trastornos o cambios en la vida del país
están implicados en la estrategia que se adopta, y cuál es el objetivo estratégico al que se
dirigen los esfuerzos nacionales. Ninguna de estas preguntas tenía respuesta clara en ese
momento.
Las Fuerzas Armadas elaboraron a pedido del Presidente, y sustentaron ante él en sesión
del Consejo de Defensa Nacional, un plan de campaña basado en una evaluación de la
estrategia del PCP-SL y de su organización militar y política como una guerrilla
semejante a las anteriores, inserta en el movimiento comunista internacional y por ello
dependiente del apoyo externo. Las operaciones se prepararon y ejecutaron según el
manual NE-41-1, el cual había servido diecisiete años antes en la campaña antiguerrillera
de 1965. Las experiencias de los años 60 y la instrucción de la Escuela de las Américas
de los años 70 en guerra no convencional determinan ampliamente la estrategia
antisubversiva de las Fuerzas Armadas peruanas a inicios de los años 80. En el curso de
Guerra Revolucionaria de la Escuela de Guerra del Ejército no se estudia el maoísmo
como estrategia militar revolucionaria, sólo se lo identifica como tendencia ideológica.
La atención se centra sobre las guerrillas guevaristas y la estrategia revolucionaria de
focos guerrilleros. Aunque la estrategia de los años 60 ya chocaba con serias dificultades
en América Central, y aunque se sabía que el PCP-SL no era una guerrilla del tipo
anterior, no se sabía positivamente qué tipo de estrategia estaba usando. En los primeros
años del conflicto, las Fuerzas Armadas carecían de adecuada inteligencia sobre la
organización y las formas de operar del PCP-SL. Tanto las Fuerzas Armadas como el
Gobierno ignoraban que el PCP-SL no dependía de apoyo ni de directivas foráneas, que
no establecía campamentos ni mantenía columnas y que acumulaba poder político y
militar mediante una estrategia sin precedentes en América Latina. El Ejército dedujo el
carácter de su misión de la Directiva de Gobierno Nº 02 SDN/81. No contaban con un
marco estratégico integral y duradero asumido por el gobierno. Sin embargo, en dicha
directiva se afirmaba que la tarea era «reducir las motivaciones que condicionan la
subversión mediante la aplicación de medidas preventivas destinadas a mantener y/o
establecer el régimen constitucional. En ello estaba implícito que la acción militar debía
enmarcarse en un conjunto de medidas políticas, económicas y sociales. En los hechos
debía entenderse también que este conjunto de medidas tendrían que seguir de inmediato
a la recuperación del dominio militar de la zona, porque es evidente que ellas no podrían
ponerse en práctica donde los elementos armados del PCP-SL estuvieran activos. Pero la
rápida aplicación de las medidas políticas, sociales y económicas para consolidar los
avances del control militar no fue siquiera planeada por el gobierno. Al parecer, lo ganado
militarmente pueblo por pueblo debía consolidarse también sólo militarmente. La
estrategia del PCP-SL apuntaba a involucrar en el conflicto a la población, practicando
sistemáticamente el terror y el asesinato, el reclutamiento forzado y el uso de las
poblaciones como escudos humanos, violando las más elementales leyes de la guerra con
la finalidad de obtener un poder político totalitario. Además, no establecía en general
campamentos ni se proponía establecer columnas permanentes. La concepción de
larguísimo plazo, de inspiración maoísta, permitía al PCP-SL acumular poder mediante
violencia permanente, selectiva y difusa contra la población civil. El PCP-SL dirigía sus
acciones primero contra las personas que representaban al Estado o mantenían relaciones
con instituciones públicas, pero también contra quienes tenían actividades comerciales o
agropecuarias que implicasen integración al mercado nacional, al crédito o a ayuda
técnica. O bien conseguían el total sometimiento y colaboración de estas personalidades
locales, como el maestro de escuela o el juez de paz, o los asesinaban con crueldad tras
infames juicios populares. Batir el campo implicaba también destruir los intereses
económicos organizados, es decir, descapitalizar el área, por lo cual mataban el ganado
seleccionado, destruían los pocos tractores y bombas de agua, en ocasiones hasta los
puentes y carreteras. Más que movilizar a la mayoría de la población, el PCP-SL buscaba
paralizarla, y en términos políticos y militares, reducirla a la neutralidad, de forma que se
convirtiera en un reservorio de material humano a disposición del PCP-SL.
La estrategia adoptada por las Fuerzas Armadas suponía que la población se dividía en
poblados subversivos y poblados leales al Estado Peruano. El PCP-SL en realidad
segmentaba cada colectividad rural y, usando su base de apoyo en un segmento, lograba
atraer la respuesta militar contra toda ella. Así se explica el elevado número de víctimas
inocentes. La respuesta militar consistía en tomar el control de poblados y zonas rurales,
durante lo cual se esperaba destruir los elementos armados o fuerzas enemigas. Pero el
PCP-SL, a diferencia de las anteriores guerrillas comunistas, practicaba una guerra
irregular en la que sus combatientes no usaban uniformes, se confundían entre la
población y no se proponían adquirir el dominio militar de las zonas donde desarrollaban
su poder. Al menos durante el primer año, el comando militar de la zona de emergencia
creyó incluso que el PCP-SL preparaba ataques masivos y simultáneos a todas las bases
contrasubversivas para tomar el control territorial.15 En ello se equivocaron totalmente.
Las patrullas del Ejército y la Marina salían de las bases para realizar incursiones
violentas en los pueblos o perseguir columnas senderistas. El PCP-SL irrumpe en los
pueblos y se repliega ágilmente para que el esfuerzo militar se pierda en el vacío o
repercuta sobre la población. El vacío de autoridad producido por las incursiones del PCP-
SL no es subsanado por las incursiones militares. La inteligencia era escasa y el margen
de error amplio, de forma que las patrullas militares practicaron frecuentemente la
violencia indiscriminada.
No era extraño que una patrulla llegase a un lugar donde en muchos años no había habido
ninguna presencia del Estado. Los caseríos que ya habían sido intervenidos por el PCP-
SL reaccionaban de muy diversas maneras cuando llegaba una patrulla militar. En el caso
más favorable, los pobladores acogían a la patrulla y compartían con ellos sus pocos
víveres, relataban la incursión de los subversivos, eventualmente denunciaban a los
elementos locales del PCP-SL y asumían un compromiso con las Fuerzas Armadas. Los
efectivos militares compartían también sus alimentos y, sobre todo, su botiquín. Entre
tanto sucedía a veces que los militares identificaban como elemento subversivo a una o
varias personas. En el primer año del conflicto lo usual era llevarse detenidos a los
sospechosos. Al atardecer, cuando partía la patrulla, el pueblo quedaba inerme. Luego
venían las represalias del PCP-SL. Los pueblos ya visitados por las Fuerzas Armadas
recibían el peor trato. Con apoyo de sus informantes locales, los subversivos vejaban,
mutilaban o ejecutaban delante de todo el pueblo a quienes colaboraron con la patrulla
militar en lo que llamaban un juicio popular.
Hubo lugares donde la fuerza armada logró un restablecimiento de las autoridades locales
y recuperó el dominio militar con apoyo de la población, cuando los pobladores eran
capaces de romper la segmentación y deshacerse del terror que protegía a los elementos
locales del PCP-SL. Pero el PCP-SL atacó de nuevo en muchos sitios hasta lograr el
contrarrestable cimiento de sus comités populares. Mientras las FFAA buscaban el difícil
objetivo de conseguir un apoyo unitario de toda la población al Estado peruano y un
rechazo unitario al terrorismo, el PCP-SL concentraba sus esfuerzos en conseguir la
división, o sea la existencia de un sector senderista en cada pueblo, capaz de desarrollar
paulatinamente poder político y militar en medio de la neutralidad de la amedrentada
mayoría de la población.
Bibliografía