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Mediador por naturaleza: ¿qué hace exactamente un

dramaturgista?
El dramaturgista John von Düffel reflexiona
sobre su profesión, un oficio único y
exclusivo de los países de habla alemana.

"Pero, ¿qué hace exactamente un dramaturgista?"


es lo que la mayoría de los actores y directores de teatro extranjeros
preguntan cuando se trata de describir un oficio para ellos
completamente desconocido. "La profesión del dramaturgista es tan
importante, que no existe en ningún lugar fuera de Alemania",
acostumbraba a decir un ex director general de un teatro. La explicación
no es muy halagüeña, pero pone de manifiesto que el dramaturgista es
algo así como un personaje local, una extraña flor, propia del paisaje
teatral del mundo de habla alemana.

La reputación de esta figura es por ende muy dispar. Mientras en los


seminarios de estudios teatrales y en las universidades populares se los
eleva a la categoría de "conciencia literaria de un montaje",
transformándolos por esa vía en una suerte de albacea de Lessing,
Goethe o Schiller, hay quienes irónicamente se refieren a ellos como
"bufones" o charlatanes. También es conocida la rotunda frase con que
un actor de teatro bávaro paró en seco a un dramaturgista: "Drama tua
dua mia nix, dann tua i dia a nix" (Dramaturgista, no me hagas nada y
entonces yo tampoco te haré nada).

En los más de veinte años que llevo en esta profesión, me ha tocado


escuchar muchas veces la pregunta sobre qué hace exactamente un
dramaturgista. Y debo decir que nadie lo sabe muy bien, no solo en el
extranjero, sino también entre los espectadores alemanes e incluso en
el mundo del teatro. Por supuesto, los directores generales de los
teatros, los directores y los actores – es decir aquellas personas con las
que el dramaturgista trabaja a diario - saben muy bien lo que éste en
principio debería hacer, y esto es exactamente lo que no hace. Pero, con
ello sigue pendiente la pregunta sobre aquello que en realidad hace. Y
es que eso no lo sabe nadie, ni siquiera el propio dramaturgista.
Organizar, explicar, mediar

Naturalmente, hay ciertas situaciones en que su


trabajo resulta visible. Veamos algunos ejemplos: Cuando hay que
anunciar algo (¡malas noticias!), es normalmente el dramaturgista quien
se dirige al público. También es su turno cuando hay que moderar un
conversatorio con los espectadores (mediación) o hacer una introducción
a una obra o una charla a propósito de un montaje (explicación). Y
cuando en el programa se ha escrito mal un nombre, también es
responsabilidad del dramaturgista.

Aquellas actividades visibles, sin embargo, son en realidad la menor


parte de su trabajo. La mayor parte del tiempo lo invierte en
conversaciones, reuniones, llamadas telefónicas, envío de e-mails, es
decir, todo lo que se entiende bajo el concepto de "organizar". También
asiste a los ensayos, para luego continuar con las reuniones y las
llamadas telefónicas. Eventualmente viaja, ve montajes, se encuentra
con actores y lee obras, y a veces encuentra incluso tiempo para leer.
Pero, ¿podemos considerar esto un quehacer?

Asesor y mediador, pero siempre segundo de a bordo

Uno podría por supuesto hacerse la pregunta de


otro modo: ¿Hay alguna cosa que el dramaturgista no haga? Y la
respuesta es sí. Hay algo que definitivamente no hace: tomar
decisiones. En su calidad de asesor y mediador, y en la medida que
tiene a su cargo tareas organizativas, juega un rol en la planificación del
programa del teatro – es decir, en el diseño de la cartelera - y en el
proceso de puesta en escena de los montajes que acompaña -
normalmente cinco por temporada -, pero no es él quien toma las
decisiones. El dramaturgista siempre es el segundo o la segunda de a
bordo, al lado o detrás del director general del teatro o del director del
montaje. En ese sentido, ser "dramaturgista" no es solo una profesión,
sino también un destino. Y uno que te marca. Siempre a la sombra de
figuras icónicas, al dramaturgista no le queda otro papel que el de
asesor trágicamente ignorado o inevitablemente intrigante.

La situación es todavía más compleja, si se considera que los dos


personajes con poder de decisión a los que secunda tienen entre sí una
relación no ausente de tensiones. Lo que el director del teatro y el
director de la obra quieren, son con frecuencia cosas distintas. Uno
representa los intereses generales del teatro, y el otro, el egoísmo
artístico del montaje. Allí donde este último casi siempre aspira a tener
mayores recursos, el director del teatro se encarga de frenarlo y poner
límites. Y en medio de esta línea de fuego se ubica el dramaturgista,
que cual mal abogado representa simultáneamente los intereses de
ambas partes e intenta negociar acuerdos. En este sentido, el
dramaturgista no es solo segundo o segunda de a bordo, sino que está
además al servicio de dos patrones, y en vez de "hacer", se ocupa en
correr de aquí para allá, alternándose en dar respuesta a uno y a otro.
Si las malas lenguas pueden clasificar a los dramaturgistas como una
especie de seres complacientes - seres sin opinión propia, que cual
culebras se desplazan zigzagueando -, esto se debe en gran medida al
efecto de las fuerzas a las que están expuestos en su calidad de
asesores de dos jefaturas con intereses encontrados. Normalmente, a
esto se le llama conflicto de lealtades. El dramaturgista lo llama vida
diaria.

Pero esta no es la única "guerra" que deben enfrentar. También se


encuentran entre dos frentes cuando un montaje entra en crisis y se
produce un desacuerdo entre el director y el elenco. En esas
circunstancias, lo más frecuente es llamar al dramaturgista, que cual
hijo de matrimonio mal avenido es instrumentalizado por ambas partes.
Lo mismo ocurre cuando la fe en el texto flaquea y la compañía se
confabula contra la obra. También en estos casos, le toca al
dramaturgista entrar a escena para mediar entre la compañía y el texto,
o el autor (en caso de que esté vivo). En resumen, la oficina del
dramaturgista es una butaca en medio de dos intereses encontrados,
dos amores entre los que tiene que estar repartiéndose
permanentemente. No ha de ser casualidad –¡y esto no es chiste!–, que
la mayoría de los dramaturgistas, de verdad la gran mayoría, sean de
signo libra.

Como vemos, la pregunta sobre qué hace exactamente un


dramaturgista tiene una respuesta muy simple: su trabajo consiste en
hacer todo lo que está a su alcance para mediar entre el director general
del teatro y el director del montaje, entre el director del montaje y el
elenco, entre la compañía y el autor, y entre el teatro y el público. Ya
verá él cómo se las arregla para lograr que sea posible lo imposible. En
esta profesión no hay recetas, sobre todo si tenemos en cuenta que el
dramaturgista no tiene ningún poder de decisión. Excepto en una cosa
de carácter personal: aquello que va a permitir que se le haga a él por
amor al teatro y a su creación llena de crisis y conflictos.

John von Düffel


es dramaturgo, novelista y dramaturgista. Desde 2000 hasta 2009 fue
dramaturgista en el Thalia Theater en Hamburgo. Desde la temporada
2009/2010 ejerce la misma función en el Deutsches Theater de Berlín.

Traducción del alemán al castellano latinoamericano por Pola Iriarte


Copyright: Goethe-Institut e. V., Internet-Redaktion
Diciembre 2013

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