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TEXTO Nº17

El Respeto. Cap. 3: “Desigualdad de talentos”


Richard Sennett

A mediados del S. XVII (1600), comenzó a instalarse la idea de las carreras “abiertas al talento”, en
función de la demostración de ocupación de cargos y disciplinas (como funcionarios del Estado, sobre
todo juristas y estadistas) en oposición al derecho a ocuparlos por privilegio de herencia. En otras
palabras, la manera de acceder al cargo era demostrando el talento, es decir, la capacidad de desarrollar la
actividad esperada, a diferencia del acceso mediante privilegio heredado. En suma, por “carreras
abiertas al talento” se entiende al derecho del individuo a mostrar que era capaz de hacer por sí
mismo. Esto vino acompañado de la idea de que el privilegio para el acceso a un cargo debía ganarse
a través de la capacidad de demostrar sus habilidades o desempeño en el mismo. Lógicamente, parte de la
aristocracia titulada -es decir, la que poseía el título/cargo por herencia, sin demostrar sus capacidades- se
resistió. A su vez, el Estado central también, la capacidad individual era un aspecto que a la autoridad
regia se le dificultaba controlar. Tras la consolidación de las carreras abiertas al talento, el Estado se abre
a la posibilidad de nutrirse en sus cargos de lo que se llamó como “aristocracia natural”: es decir, la
aristocracia que llegaba a su condiciónmediantesus capacidadesindividuales ynolariqueza heredada.

En este marco, Sennett desarrolla una serie de aspectos institucionales que consolidan esta estructura
de carreras abiertas al talento. Por un lado, son necesarios reformadores institucionales que
establezcan concursos regulares para acceder a los puestos requeridos. Es decir, que el acceso a los
cargos se diera mediante la demostración de las condiciones de los solicitantes. Por lo tanto, también fue
necesarialacreaciónde instituciones dedicadasaformar a los examinados, es decir, a quiénes accederían
a estos cargos por concurso. A su vez, esto requirió ciertas medidas objetivas para medir dichas
capacidades consideradas como el fundamento del cargo: patrones institucionales. Por último, o
más difícil: era necesario institucionalizar quienes no se mostraban aptos. Es decir, los fracasos. Se
comprendía que así como se “premiaban” a los capaces, así debiera castigar a los incompetentes. Este
razonamiento encontraba su justificación en la idea de que dicho procedimiento tenía un carácter moral:
la formación del carácter, ya que generaba un sentimiento de mayor responsabilidad en el cargo, de parte
del burócrata, teniendo en cuenta de que el fracaso en el mismo por incompetencia, se revertía en el
individuo. El mismo, lo perdía.

La consecuencia de este cambio de paradigma durante la modernidad fue una transformación en la


burocracia basada en el talento, y no el privilegio heredado. Esto posibilitó -entre otras cosas- una
posibilidad cada vez mayor de exhibir públicamente el talento, lo que distanciaba al virtuoso (basta con
recordar la capacidad de memoria de los juristas, o las habilidades de los estadísticos para realiza
procesos matemáticos mentales) del público, que no podía comprender como el habilidoso
realizaba sus acciones particulares. Por ello, la vida profesional se convirtió en una fuente de dominación.
Esta habilidad especial pasa a ser distinta -y superior- no en grado, sino en calidad. Frente a ello, las
carreras al talento se tendieron a hacerse cada vez más burocratizadas, alejándose cada vez más del
público: la sociedad moderna desarrolló

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Nuevos métodos para premiar a los capaces, a los talentosos. Sin embargo, en la sociedad moderna
se produce un giro respecto a esta concepción. Se comienza a dudar de la capacidad de estos concursos
burocráticos de descubrir la habilidad de los observados. Sobre todo, la habilidad potencial, es decir,
la no realizada aún. Por lo tanto, la que no es observable.

Bajo esta concepción de habilidad potencial se erige la visión de la discriminación positiva. La misma
reconoce que las desigualdades sociales y los privilegios existen, pero sostiene que al existir esta
tendencia potencial a poseer habilidades, si se promovieran condiciones de más estímulo las mismas se
podrían desarrollar, sorteando dichas desigualdades. Para ello, la acción institucional precede a la
medición de la habilidad, por lo que se deben garantizar las mejores condiciones desde lo institucional
para estimular el desarrollo de potenciales capacidades, y recién luego examinarlas. Esta concepción
posee un nudo problemático y consta en que el centro de la evaluación del “talento” se traslada a la
potencialidad del aprendizaje. En otras palabras, no importa tanto el dominio de una habilidad o el
conocimiento y profundización de la misma, sino la capacidad de aprender. En términos económicos
(como en el mercado de trabajo, por ejemplo), la capacidad de aprender cosas nuevas pasa a tener
más valor que el conocimiento en sí: el potencial de aprendizaje es más útil que el conocimiento
concreto. Esta capacidad evaluada es denominada como aptitud. Aún más se complejiza el
panorama, si tenemos en cuenta que la idea de la aptitud como potencialidad realiza una promesa -
el desarrollo de la habilidad en un futuro posible- a partir de la motivación y el deseo. Es decir, que la
posibilidad de apropiarse de un conocimiento dependerá directamente de las ganas y el esfuerzo que
el individuo realice. Aún así, no deja de ser una potencialidad, y por lo tanto, los resultados futuros se
fundan en la total incertidumbre por lo que toda evaluación se realiza “en el aire”. En un extremo de esta
visión -la del psicólogo David McClelland- la capacidad de aprender entonces, estaría determinada
solamente por su voluntad, colocando a la creencia en sí mismo y la apertura para aprender como el
requisito único. Es, básicamente, la piedra fundante de una concepción meritocrática: el que
quiere realmente, puede aprender. La contracara de esta postura, es que el que no puede aprender
es porque le falta voluntad motivacional o deseo.

En suma, la lucha contra la adquisición de cargos por privilegio heredado se dio a partir del postulado
de la “carrera abierta al talento”, la cual se apoya en el acceso a los cargos a partir del talento demostrado
en el mismo. La sociedad moderna construyó toda una estructura de variadas instituciones a su
alrededor del talento encargadas de establecer patrones objetivos, construyó examinadores y
examinados, así como premios y castigos para estos últimos. Sin embargo, bajo esta estructura los
talentos -y los talentosos- se separaron cada vez más del público, al alejar sus habilidades y/o
conocimientos del individuo promedio. A su vez, el énfasis y desplazamiento de la habilidad y el
conocimiento concreto hacia la aptitud -es decir, la potencialidad del mismo- ha empujado la
evaluación de las competencias (y por lo tanto, su recompensa o castigo) a etapas cada vez más
tempranas de formación: las evaluaciones de aptitud se realizan desde la niñez.

La capacidad -o el talento- pueden tener dos tipos de caracteres, o sentidos. Puede ponerse al servicio de
un oficio, el cual es la capacidad de hacer bien algo, lo que concentra la atención del

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Trabajo sobre el objeto como el fin mismo de la actividad. El artesano es el mejor ejemplo. Esto implica
cierta desconexión con el medio social, en la medida en la cual el desarrollo de la habilidad de un
oficio obliga a centrarse en las anomalías de la actividad, profundizando su conocimiento mediante
la investigación. Por lo tanto, es un trabajo lento (de búsqueda, atención y detenimiento en los
detalles y particularidades) y desconectado de lo extra social. En esencia, es un tipo de conocimiento y
acción tiende a encerrarse en lo personal, por lo que es generador de respeto propio, porque la
capacidad de realiza una actividad es propia. Sin embargo, no garantiza el respeto del otro,
necesariamente, porque se encierra sobre el individuo que lo produce. Por lo tanto no es formador
del carácter en relación con otras personas. Puede prescindir de ellas. Una de las consecuencias
negativas, justamente, es la tendencia a la indiferencia. Lógicamente, este sentido de la capacidad se
ubica en el extremo opuesto de la aptitud: no cuentan las habilidades potenciales que en un futuro se
podrían producir, sino las acciones que en tiempo presente pueden producirse, observadas en los
resultados.

El otro sentido que puede dársele a una capacidad es el de dominio, entendido como la
demostración a los otros de que algo está bien hecho. El mejor ejemplo, es el maestro. En
contraposición con el artesano, el maestro requiere de la exhibición, por lo que el objeto no es un fin en sí
mismo, sino un medio para mostrar al otro. La actividad que domino no la domino como fin en sí
mismo, sino con el objetivo de demostrarle al otro. Lógicamente, de esto se infiere que requiere la
aprobación del otro, por lo que la relación con extra social resulta fundamental. Además, esta
demostración del dominio genera una satisfacción consiente, de tener la capacidad de demostrar.
Teniendo en cuenta que la demostración es fundamental, el dominio cae en el terreno del honor social,
de la aprobación y el privilegio que significa el reconocimiento del otro. Aunque las exhibiciones de
dominio pueden estar motivadas por el esfuerzo de enseñar a otros, sirviéndoles de modelo. El lado
positivo de este aspecto, el que afirma carácter, es la exhibición con el objetivo de que la persona
interpelada la imite. El aspecto negativo, sin embargo radica en que la persona que intente imitar se
sienta denigrada por la comparación.

Retomando este último punto, Rousseau sostiene que la comparación denigrante no sería tal si el humano
no quisiera ser otra persona que la que es. Es decir, si no quisiera ser al que intenta imitar. La envidia,
según el autor, es una manera de expresar el deseo de convertirse en otro. Aún así, al aceptar esta
condición se pierde el respeto por uno mismo. Categorizándolo en conceptos, Rousseau diferencia el
amour de soi (el amor propio positivo), el cual es el “sentimiento natural que lleva a todo animal a
preocuparse por su conservación”, del amour-propre (el amor propio negativo), que es el sentimiento
artificial que lleva a ocuparse a cada individuo más de sí que de cualquier propio. Es decir, distingue
dos tipos de autoestima -frente a lo cual podría establecerse una similitud entre la capacidad con
sentido de oficio y la de dominio-, uno orientado hacia el amor propio en términos puramente
individuales y otro hacia la aceptación del otro, el deseo de ser superior a los otros y de tener su estima
por ello. Inclinándose por el amor propio en positivo, es decir, del oficio, el respeto por uno mismo surge de
laactividadensí, por el mero hecho de hacerla bien, y no de exhibir su dominio.

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Sin embargo, la distribución de las habilidades es desigual y eso es inevitable. La cuestión, según Sennett, es
qué hace la sociedad al respecto. Si en los inicios de la modernidad las “carreras abiertas al talento”
demarcaban honraban la desigualdad definiendo a los talentosos mediante la medición del conocimiento
y la capacidad, en la modernidad contemporánea se evita esta definición y se la reemplaza por la
“capacidad potencial”. Aún así, la desigualdad no desaparece. Este fue un intento de respuesta frente al
evidente desalentamiento que podría surgir como consecuencia de la llamada comparación
denigrante. En el vocabulario de la psicología, esta frustración se trastoca en una baja autoestima. Las
políticas modernas como la orientación personal o la discriminación positiva tratan de contrarrestar
estas comparaciones. El corolario de esta propuesta radica en la idea que más que la desigualdad de
capacidades, debe ponerse en el foco de las potencialidades con las que “carga” cada individuo, teniendo
en cuenta que la inteligencia se manifiesta en distintas capacidades. Sin embargo, lo que Sennett indica es
que aún desde esta perspectiva la desigualdad y baja autoestima no desaparecen. La consecuencia de este
abordaje, según el autor, es que las carreras abiertas al talento han tenido una suerte de transformación que
los igualó al mérito: el que tiene habilidades es porque tiene la motivación y actitud necesaria para ello,
porque todos pueden, dado que todos tienen habilidades potenciales. Por lo tanto, quién no las
tiene es porque no quiere. Es decir, se consolida la meritocracia, la cual no es más que una amenaza a la
solidaridad social, teniendo en cuenta que la habilidad personal bajo esta óptica puede atacar los lazos
sociales.

A modo de conclusión, Sennett sostiene que la desigualdad siempre ha existido entre los seres humanos, y
lo que la sociedad a lo largo de la historia ha intentado es de darle un sentido. A modo de alternativa,
propone que el mejor abordaje para evitar las comparaciones denigrantes que producen la falta de
autoestima y amor propio es recurrir a la artesanía, que es la habilidad personal. La elección del autor
se justifica en función de ubicar las comparaciones, clasificaciones y exámenes de las habilidades
centradas en las capacidades de quién las realiza, y no en un otro, bajo la idea de que la acción es buena
en sí misma. Si bien no elimina la desigualdad ni la comparación, el oficio tiende a centrarse en la
realización individual.

Ulrich Beck - Generación Global. Introducción y conclusiones

Según Beck, en las ciencias sociales ha predominado el nacionalismo metodológico, el cual implica
enmarcar la investigación de determinados fenómenos sociales al ámbito del Estado-nación.
Para el autor, esta estructura en un contexto de globalización no hace más que limitar el estudio de los
fenómenos. Aún más grave se torna esto, cuando lo que se intenta estudiar, por ejemplo en este caso, es
a las jóvenes generaciones contemporáneas. Por ello, un enfoque nacional es anacrónico, y es imperioso
incorporar un abordaje cosmopolita, enfocando una interrelación entre los aspectos locales y los
internacionales para una correcta sociología de las generaciones jóvenes. En este contexto, la idea de
generaciones nacionales es una noción que debe desecharse, para ser superada por el concepto de
generaciones globales, o transnacionales.
Para ello, es importante distinguir dos planos: el del observador científico que investiga las
generaciones insertas en un marco globalizado, y el de la generación que se auto percibe como tal (es
decir, los sujetos actuantes) en esta tendencia transgeneracional. Sin embargo, cabe

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Aclarar que la existencia de esta realidad no implica que la generación globalizada sea
completamente autoconsciente de su condición, ni que la idea de un mundo globalizado borre de un
plumazo las inherentes desigualdades sociales entre los distintos sectores del mundo. De hecho, esta
tendencia globalizante no hace más que mostrar con más claridad diferencias que surgen de la
desigualdad social (como las diferencias entre el “Primer” y el “Tercer Mundo”) y los distintos
contextos culturales.

Para observar y analizar estas generaciones transnacionales, Beck sostiene que se puede realizar un
acercamiento solamente ilustrativo. Por ello, presentará en su trabajo tres constelaciones
generacionales de carácter transnacional. Estas constelaciones representan distintos segmentos de
conflictos sociales a nivel mundial, ampliando el horizonte a del análisis generacional por encima de las
fronteras nacionales. Como consecuencia de ello, el abordaje será mediante la agrupación de distintas
constelaciones de generaciones de jóvenes que por sobre las fronteras nacionales comparten
pretensiones, vínculos, peligros y esperanzas así como miedos, valores, conflictos y formas de
protesta.

Dando por sentado entonces, la existencia de esta generación transnacional, Beck sostiene que la
emergencia de la misma se da en el marco de una continuidad histórica. Para eso, establece una
historización a partir de la diferenciación de rasgos de la generación del movimiento de 1968, con la
actual, del siglo XXI. Si la generación del ‘68 se definía por la participación activa y política de los
individuos que la componían enmarcada primordialmente en las fronteras nacionales, la generación
transnacional del S. XXI se caracteriza por basarse en experiencias y acontecimientos de carácter
cosmopolita (los cuales agrupan a los individuos bajo las mismas expectativas), donde ya no se actúa
colectivamente, sino de manera individual.

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