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Obsesión
Obsesión
Y yo no he dormido nada
Pensando en tu belleza
En loco voy a parar
El insomnio es mi castigo
Tu amor será mi alivio y hasta que no seas mía
No viviré en paz
Bien conocí tu novio
Pequeño y no buen mozo
Y sé que no te quiere
Por su forma de hablar
Además tu no lo amas
Porque el no da la talla
No sabe complacerte
Como lo haría yo
Pero tendré paciencia
Por que el no es competencia
Por eso no hay motivos
Para yo respetar
No, no es amor
Lo que tu sientes
Se llama obsesión
Una ilusión
En tu pensamiento
Que te hace hacer cosas
Así funciona el corazón
No, no es amor
(Escúchame por favor)
Lo que tu sientes
Se llama obsesión
Una ilusión
(Estoy perdiendo el control)
En tu pensamiento
Que te hace hacer cosas
Así funciona el corazón
No es amor, no es amor
Es una obsesión
No es amor, no es amor
Es una obsesión
No es amor, no es amor
Es una obsesión...
¿Será posible que de una obsesión uno pueda morir?
Es la pregunta que me hago desde aquella noche de verano, la noche
del crimen que puso en alerta a una exclusiva y pacífica comunidad.
Ese, mi primer caso como agente del departamento de investigaciones
criminalísticas del ministerio público.
17 de mayo del año dos mil dieciséis, 5:00 a.m.
Alertados por los vecinos, quienes oyendo los gritos provenientes de
la casa de los Godínez irrumpimos en el inmueble, perturbando para
siempre la paz de esa pequeña comunidad. Adentro hallaron los
cadáveres de dos jóvenes, un hombre y una mujer de
aproximadamente veinte años…
Aparentemente se trataba de un crimen pasional, una pelea de
parejas que se salió de control o algún caso de violencia doméstica,
tristemente, comunes en nuestro medio. Pero los mensajes
intercambiados en las redes sociales de ambos jóvenes, narraban una
historia distinta:
—¿Hola? —contesta Linda bostezando, no sin cierta inquietud. Nada bueno ocurre después de
las 2:00 a.m., decía su abuela. Así que se espera lo peor.
—Lo sé y no he dormido nada por pensar en ti. Es que eres tan bella, tan perfecta, tan…
Mira el número en la pantalla del celular y maldice por lo bajo. No hay forma de deshacerse de
Anthony; consiguió otro teléfono con el cual llamarla. Cubre su cara con una almohada para
ahogar un grito.
Al otro día, intenta seguir con su vida normal, tratando de ignorar el asunto de anoche.
Duchada y vestida con el uniforme del colegio, baja a la cocina en donde su madre le tiene listo
el desayuno. Intenta hacer frente con buena cara a los altibajos de su vida y no comentarle
nada a su mamá, ¿qué caso tiene, de todos modos? Ya han hecho lo más que podían, es decir
solicitar una orden de restricción en contra del lunático de su ex novio. Pero el tipo no conoce
límites, como todo niño rico acostumbrado a obtener siempre lo que quiere y cuándo lo
quiere. Ya ha hecho de todo para obligarla a volver con él, desde comprarla con regalos caros,
hasta utilizar sus influencias —las de su padre, más bien—, para que nadie le de trabajo, para
que los maestros la reprueben e incluso, para perjudicar a sus padres. Pero Linda no piensa
ceder, ella no lo ama.
En el colegio, informa acerca del nuevo incidente a su amiga Esperanza. La hace jurar que no le
dará pistas a Anthony acerca de su paradero. Sabe que Esperanza gusta en secreto de su ex
novio, así que debe tener cuidado con ella; el otro día no costó mucho que le diera su nuevo
número.
Anthony no está en la clase de Linda, ni siquiera en el mismo colegio, pero el miedo sigue allí,
constante, acechando en su mente, de tal modo que odia estar sola. Anthony ha alejado a
todos sus amigos varones con sus espectáculos de celos ridículos y escenas constantes, menos
a uno, a Carlos David, quien la acompaña a todas partes, según él con un gas pimienta y una
pistola de balines por si acaso. Linda sabe que es mentira, solo lo dice para hacerla sentir
mejor. Por desgracia hoy Carlos tiene un percance y debe retirarse temprano de clases debido
a una emergencia familiar.
Un sudor frío recorre su cuerpo al percatarse que debe caminar sola hasta la parada del
autobús. En su mente ve el Lexus negro de su ex novio estacionándose frente a ella,
siguiéndola todo el camino con el imperativo de que suba al vehículo. Decide echarse a correr,
pese a la forma en que la ve la gente en la calle —creen que se trata de otra pequeña ratera en
la fuga tras robar lápiz labial en el supermercado—, no se imaginan lo que se siente ser
acosada. Sin embargo, para su sorpresa, no encuentra el auto de Anthony en todo el camino.
Su corazón suspira aliviado, quizás al fin se aburrió de molestarla.
Se sube al autobús.