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El Quijote y yo

Biografía de las relaciones entre la obra cervantina y Pedro García Martín

Dibujo de Ricard Soler (Navidades 2013-2014)

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«Estando yo un día en el Alcaná de Toledo, llegó un muchacho a vender unos cartapacios y
papeles viejos a un sedero, y como yo soy aficionado a leer aunque sean los papeles rotos de
las calles, llevado de mi natural inclinación tomé un cartapacio de los que el muchacho
vendía, y vile con caracteres que conocí ser arábigos. Y puesto que aunque los conocía no los
sabía leer, anduve mirando si parecía por allí algún morisco aljamiado que los leyese…».
Miguel de Cervantes: El Quijote. P. I, Cap. XIX.

“En la ciudad donde nací, (mi abuelo) tenía una tienda, casi un almacén de libros
viejos. No trataba libros antiguos o de valor, como yo, sólo libros usados… Además,
le gustaba viajar, y a menudo se iba al extranjero. Y allí se hacía con cosas de los
puestos callejeros, no sólo libros, sino también carteles de cine, cromos, postales,
revistas viejas. Entonces no había todos esos coleccionistas de nostalgias como hoy,
decía Paola, pero tenía algún parroquiano asiduo, o tal vez reunía lo que encontraba
por puro antojo. No ganaba mucho pero se divertía”.

Umberto Eco: La misteriosa llama de la reina Loana.

Cromo de agudeza visual: ¿dónde está Rocinante?


Historia de la literatura francesa en cromos (s.a.) (Colección PGM)

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Mi infancia son recuerdos…

Confieso que he leído -que diría Pablo Neruda. Y no me arrepiento -añado yo-, sino que, además,
soy reincidente crónico. Me declaro aficionado a los libros y a los iconos de mercadillo. A los
papeles viejos cervantinos y a las colecciones de nostalgias umbertinas. Pues las letras humildes y
las imágenes pobres han habitado conmigo desde los paraísos perdidos de mi infancia.

El hombre es su memoria y la mía está llena de recuerdos quijotescos. Cuando yo era


pequeño y, al decir del sabio, feliz e indocumentado, gastaba la exigua paga dominical en cromos y
tebeos, devorados en un santiamén con los ojos y los labios al pie del quiosco de la torre de San
Gil. La jornada festiva culminaba cuando mis padres me llevaban a ver la sesión infantil en el cine
Cervantes, que todavía existe hoy en mi patria chica de Béjar (Salamanca), del que guardaba como
oro en paño los programas de mano que daban al sacar las entradas en la taquilla. Con sus dibujos
de colores te llevabas un retazo de la película para recordarla y pasar la cinta una y otra vez por la
pantalla de tu memoria.

La semana colegial, por mucha monotonía machadiana de lluvia en los cristales y mucha lírica
de buena fe para adornar a la escuela, no dejaba de ser un encierro en el que el tiempo pasaba
muy lentamente. Una cárcel de palo y zanahoria, de tinta y palmeta, de tiza y brazos en cruz,
donde, a pesar de saber que cada maestrillo tiene su librillo, el profesor autoritario aplicaba la
máxima pedagógica por entonces en boga de “la letra con sangre entra”.

De ahí que esa literatura popular para bolsillos desfavorecidos, cuyas estampas y personajes
alimentaron mi fantasía párvula, me liberase del cautiverio escolar y me abriese una ventana al
mundo que se intuía más allá de la ciudad donde nací.

No obstante esta tirria al aula, había un día feliz en el comienzo


de curso, cuando llegaba el fotógrafo para hacernos la instantánea
oficial a cada alumno de la clase.

La observo ahora en el álbum de familia. Tengo seis años, pelo


cortado como un quinto y flequillo en forma de tejado, jersey de lana
gruesa y unos ojos como alfileres negros clavándose en el objetivo de
la cámara. Detrás se encuentra un mapa de España y Portugal cuyo
El Quijote infantil de Ramón
hule ha empezado a deshilacharse por los bordes. Estoy sentado en Sopena (1936)

la mesa del profesor, más fotogénica que los pupitres entintados y algo descompuestos, junto a un

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globo terráqueo mayor que mi cabeza. Mis manos mantienen abierto un libro inclinado, para dar
la impresión de estar leyéndolo, en cuya portada puede entreverse el título: Las famosas
aventuras de Don Quijote. Edición del Quijote para niños 1. Aún no podía saberlo. Pero desde
entonces ese libro se avecindaría de por vida en mi imaginario cultural.

De manera que mis primeros cines y bibliotecas fueron los cromos y los tebeos. Coleccioné
álbumes titulados Fútbol. Campeonato de Liga, Ciclistas, Vida y
color, Las maravillas del universo y Los viajes de Ulises, los cuales
me permitieron poner cara a los deportistas, la flora y la fauna, y
los países y pueblos del planeta. Leí y releí hasta desgastarlos,
además del clásico TBO y su mágico almanaque navideño, los
cómics de aventuras El capitán trueno, El guerrero del antifaz, El
cruzado negro y El jabato, que me trasladaron a la época de las
Cruzadas, la Reconquista y los torneos caballerescos, con sus
guerras entre cristianos buenos y moros malos y sus héroes y
escuderos cabalgando por el mundo para luchar contra las El Capitán Trueno. Nº 155 de la
injusticias y socorrer a los desfavorecidos. revista La aventura de la Historia
(2011), Colección PGM.

Poco después, cursé el Bachillerato en el Instituto Cervantes de Madrid. En sus clases me


resultaron familiares el Poema del Mío Cid, la Jerusalén libertada de Torquato Tasso y El Quijote de
la foto escolar, cuyas adaptaciones para jóvenes abundaban en un centro que se honraba de
portar el nombre de su autor.

El descubrimiento del Quijote ha sido distinto para


cada escritor, pero su lectura marca para siempre. El
poeta mexicano José Emilio Pacheco, recientemente
fallecido, se quedó prendado de los personajes a los
ocho años durante una representación teatral. El
Nobel peruano Mario Vargas Llosa no pudo entenderlo
Libros juveniles de Páginas brillantes,
cuando cursaba secundaria y fue La ruta de Don Editorial Araluce (Colección PGM)

1
Las famosas aventuras de Don Quijote. Edición del Quijote para niños. Barcelona: Ramón Sopena Editor, 1936.
Ramón Sopena (1867-1932) fue un editor barcelonés que se especializó en enciclopedias y libros infantiles distribuidos
no sólo en España, sino en los principales países de Hispanoamérica. Los herederos de su empresa publicaron esta
edición ilustrada con numerosos dibujos y cuyo prólogo ha sido compuesto en verso y completado a mano.

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Quijote de Azorín la que le acercó a la obra cervantina. En mi caso, fueron los “tebeos de
caballerías” y los Quijotes infantiles los que me llevaron a estudiar la novela, disfrutarla y
enseñarla a mis alumnos universitarios.

Más tarde, pasado el bachillerato, siendo estudiante universitario, entendí al dedillo las
ediciones críticas de los clásicos áureos y puse imágenes a los textos caballerescos más canónicos.

Así, por ejemplo, en el tratado clásico de Ramón Llull, intitulado Libro de la orden de caballería
(ca. 1275), además de aclarar el significado de las armas, pruebas y honores del caballero, se
definía el modelo a seguir:

“El oficio de caballero es mantener viudas, huérfanos, hombres desvalidos; pues así como es
costumbre y razón que los mayores ayuden y defiendan a los menores, así es costumbre de la
orden de caballería que, por ser grande y honrada y poderosa, acuda en socorro y en ayuda de
aquellos que le son inferiores en honra y en fuerza”2.

No me extrañó, pues, que, heredero de esos valores prometeicos del estamento nobiliario, el
caballero de la Triste Figura le fuese a la zaga, cuando recitó en Sierra Morena dichos ideales
aristocráticos a unos cabreros atónitos en su dichoso discurso de la Edad de Oro:

“Para cuya seguridad, andando más los tiempo y creciendo más la malicia, se instituyó la orden de
los caballeros andantes, para defender las doncellas, amparar las viudas y socorrer a los huérfanos
y a los menesterosos”3.

Porque de esta guisa era la imagen feudal del


aventurero errabundo. La de los caballeros artúricos de la
Tabla Redonda que partieron a la búsqueda del santo
Grial. La de los soldados de Cristo que marcharon a Tierra
Santa para liberar Jerusalén del yugo infiel. La de los
antepasados de Alonso Quijano que, lanza en ristre y
Leyendas populares y heroicas, Ediciones
adarga antigua, reconquistaron La Mancha a los invasores Delblán (1965) sobre paladines andantes
(Colección PGM).
musulmanes en un episodio secular de la guerra santa
entre la Cruz y la Media Luna. En suma, al encontrar unos ideales comunes en los distintos

2
Llul, Ramón. Libro de la orden de caballería. Madrid: Alianza, 1992, (1ª ed. ca. 1275), p. 44.
3
Cervantes, Miguel de. El Quijote, I, cap. XI. Hemos manejado la Edición del Instituto Cervantes dirigida por
Francisco Rico. Barcelona, Crítica, 1998.

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paladines andantes de la historia, los artistas gráficos diseñaron un icono similar en los héroes de
mis queridos tebeos de aventuras.

De resultas, los altos principios de la orden de la caballería andantesca, guiarán los pasos
alucinados de don Quijote, a trancas y barrancas, entre caídas y golpes, coloreando el lienzo de lo
que he dado en llamar “las humildes hazañas de un cruzado rural”4.

Por aquel tiempo de mis estudios adolescentes, muy anterior a la revolución de Internet, los
cromos eran el cine de los humildes; los tebeos, la literatura infantil más popular y barata. Y al
margen de su carga ideológica, que pronto descubriría porque uno puede ser modesto pero no
tonto de solemnidad, esos papeles sencillos que portaban imágenes pobres, me divirtieron y, de
paso, me llevaron en volandas desde las lecturas ilustradas hasta los libros adultos. ¿Acaso la
docencia no trata de eso? ¿De “enseñar deleitando”, como dijo Horacio, y no nos cansamos de
repetir muchos profesores vocacionales?

De ahí que, en lugar de las novelas de aventuras que secaron el


seso de don Quijote, yo prefiero llamarles mis tebeos de caballerías, los
cuales avivaron mi ingenio y me introdujeron en el universo cervantino.

Un país legendario en el que aterricé cundo escribí mis primeros


artículos en la revista del Instituto, titulada El Ingenioso Hidalgo, dirigida
por el cervantista Alberto Sánchez, y animado por el profesor Ramón
Ezquerra Abadía. Los primeros docentes en cambiarme la sangre
metafórica por letras y despertar mi vocación de historiador.

Más tarde, nacionalizado cervantista, estudié en la Universidad Autónoma de Madrid, en la


que desde hace más de tres décadas ejerzo como docente y profeso como humanista los ratos que
no estoy ocioso, que son los más del año. Y entre las muchas asignaturas que he impartido a miles
de alumnos, le tengo un cariño especial a la titulada “La España del Siglo de Oro: el tiempo de El
Quijote”. En nuestras clases, he tratado enseñar a mis alumnos que la carrera no es de velocidad,

4
García Martín, Pedro. “Las hazañas de un cruzado rural”, en el catálogo de la exposición Don Quijote. Una nueva
mirada, celebrada en el Museo Casa Zavala de Cuenca de junio a agosto de 2005, publicado en Cuenca por Gráficas
Martín y Mapa, S. L., Empresa Pública “Don Quijote de la Mancha 2005.

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sino de aventuras y de encrucijadas. Les he aconsejado que apuesten por los gigantes en lugar de
los molinos en esta Edad de Hierro que nos está tocando vivir.

El verso de Kavafis defiende que lo importante no siempre es llegar a la meta, sino el viaje,
esto es, llegar con el aprendizaje del mundo y de nosotros mismos. Pero también, una vez
arribados al destino, conviene contar las peripecias a los demás. Me lo enseñaron exploradores
como Ulises, Marco Polo o Cristóbal Colón. La experiencia se llamará odisea, libro de las maravillas
o descubrimiento de nuevos mundos. De sus relatos nacerán las aventuras ilustradas, las imágenes
sencillas de los cromos, los tebeos de caballerías que antaño me enseñaron a leer y a soñar.

Pedro García Martín


Madrid, otoño 2014

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