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Roxana Kreimer
Más allá de los argumentos a favor o en contra del uso del desodorante,
más allá incluso de la diversidad cultural en las fronteras de la higiene y
del pudor, durante los dos últimos siglos la inquietud por la limpieza
también ha revelado preocupación por la inestabilidad social y política.
Marca moral de adecuación social, la limpieza aparece como la condición
de posibilidad para fomentar el orden y la laboriosidad ciudadana. La
suciedad es asociada al caos, a la vagancia y al delito. Por otra parte, la
amenaza de enfermedad ha ensanchado hasta límites antes
insospechados las fronteras de la repugnancia. Durante el siglo XX exaltar
la limpieza implicó alertar sobre un peligro que provendría de seres
ínfimos, "monstruos invisibles", minúsculos, que dominan al más
resistente de los seres y pueden destruirlo en cuestión de horas. La
higiene penetró de este modo hasta en los detalles más finos de la
existencia, medicalizando la vida cotidiana y constituyendo uno de los
factores fundamentales del disciplinamiento de las sociedades modernas.
Es en este contexto que el desodorante parece haber contribuido como
ningún otro cosmético a la construcción social de los cuerpos.