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Esas cuatro virtudes se llaman “cardinales” porque son el quicio donde se apoyan todas las demás
virtudes morales. Las virtudes son el perfeccionamiento de las facultades.
La virtud principal es la prudencia, por eso vamos a estudiarla un poco más a fondo. ¿Qué es la
prudencia? Es la recta razón en el obrar . La prudencia nos hace conocer y practicar los medios
conducentes para obrar el bien.
O con palabras más de la calle, es “actuar con tino”. Hay vocablos sinónimos
Etimológicamente, la palabra deriva de procul videre, ver desde lejos, fijarse en el fin lejano que se
intenta alcanzar. También se le llama buen juicio, capacidad de discernimiento. El buen juicio relativo a
los medios, es la médula de la prudencia.
¿Quién es prudente? El que tiene la visión global del sentido de la vida para alcanzar el fin de la vida
humana. La prudencia orienta, la voluntad actúa.
Por defecto:
d) Negligencia: por un defecto de la diligencia requerida, por ejemplo, por pereza intelectual para mover
la voluntad.
Por exceso:
1. Prudencia de la carne: no obrar por miedo de correr un riesgo, o vivir según la carne.
2. Astucia: es mala cuando busca un mal fin. Por ejemplo, cuando se emplea
libertad.
Santo Tomás escribe que “el arte es la recta razón en la producción de cosas, mientras que la prudencia
es la recta razón en el obrar”. El hacer es una acción que pasa a una materia exterior (edificar, pintar,
cortar); el obrar es acto que permanece en el mismo agente (ver, amar, pensar) (cfr. Sum Th 1-2 q57 a4).
El artista puede realizar excelentes obras de arte en pésimas condiciones
morales; el prudente, no. El hombre prudente es un artista de la razón práctica. Los actos propios de la
prudencia son: consejo, juicio e imperio. Juzgamos según lo que somos.
Para ser prudente es necesario escuchar la experiencia. Una característica de nuestro tiempo es la
precipitación. La prudencia no es infalible.
Nadie hay que se baste siempre a sí mismo, es necesario contar con la ayuda
responsabilidad, sino de inquirir sinceramente la verdad, huyendo del orgullo de llevar siempre la razón,
de modo que la decisión sea siempre personal, pero más responsable y libre, es decir, más acomodada a
la verdad.